Esta crónica empieza justo en el momento en el que salta la noticia de que, de nuevo, se pospone el mundial de Hawái. Sin duda fue un palo muy duro. Un golpe que me ha condicionado y que me ha afectado mucho anímicamente. Yo no lo quería así. He luchado para reponerme de ello. Pero, a veces, por más empeño que una ponga, no puede recuperarse tan pronto de esos golpes que se reciben sin esperarlos.

 

No es voy a contar mis penas, ni los motivos por lo que dicha noticia me ha entristecido tanto. Quizá os parezca exagerado, y hasta ridículo, pero la realidad es la que es. Hasta yo me he dado rabia de mi misma por no saber gestionar mejor la situación, o evitar hundirme tanto emocionalmente. Sin embargo, no he sido capaz de hacerlo mejor. Aunque con mi gente cercana me he abierto y me he desahogado libremente (me ha ido muy bien). He intentado enmascarar esos sentimientos negativos; tratando de engañarme a mi misma de que ya estaba superado. Sobre todo, por no hacerle sufrir más a Javi, y a los míos.

 

En cuanto a lo que a la carrera se refiere, repercutía en dos cosas. Por un lado en la parte física, ya que mi planificación y mis entrenamientos estaban totalmente centrados en preparar ese larga distancia y esta carrera no era un objetivo. Y por otro lado, en la afectación anímica: estaba apática, tenía pocas ganas de competir, no estaba para nada centrada… No me gustaba estar así, pero por más que luchaba contra ello, no era capaz de meterme en carrera, de visualizar la competición… Lo único positivo fue que no estaba nada nerviosa. No lo estuve ni segundos antes de la salida (y os aseguro que me pongo muy nerviosa siempre). Eso me ayudó a descansar bien y a estar tranquila el día previo. Lo único que me alteró el pulso el día antes fue que la bici llegó tocada del avión y no me iba el cambio, pero en el servicio técnico de la carrera me lo solucionaron sin problema.

 

Sin más demora. Arranca la competición.

Las primeras brazadas para defender mi sitio fueron muy agónicas. Éramos muy pocas participantes. Aun así no dejaba de ser un mundial y todas nadábamos mucho. Las frías aguas del Danubio hicieron que ese agobio se incrementara. Y, por si fuera poco, nos tocaba luchar contra una dura corriente y un fuerte oleaje. Sí, sí, oleaje, habéis leído bien. Y es que, a pesar de ser un río, el fuerte viento creaba unas olas muy molestas.

La natación se me hizo larguísima, sin embargo me encontraba satisfecha de mi nado ya que pude aguantar al grupo. Ver que iba a pies de Sarissa de Vries (una de las favoritas) me hacía saber que iba bien colocada. Además, en la transición pude ver que estaba también Lisa Norden (la gran favorita) y tres o cuatro más triatletas. Eso era muy buena señal. Quizá de las veces que mejor situación de carrera me he encontrado en esa T1.

Sacrifico los calcetines por no perder ese preciado grupo y hago una transición fuerte. Consigo subirme en cabeza. Eso me permite poder colocarme las botas con calma y coger un poco de aire. Lo hago, pero veo que tengo un problema: veo el bidón delantero caído, ladeado. Se me ha aflojado una brida (cierto que llevo un sistema un poco chapucero para sostener el bidón alto, ya que, si no, me toca la rueda) y además de torcerme el Garmin, el bidón me va tocando la rueda delantera y me va frenando. Lo intuyo, porque, desde mi posición, no puedo verlo. ¡Malidata sea! No puedo hacer nada. ¡Judith, vamos que igual no toca-. Tranquila! Trato de convencerme.

 

No puedo darle más vueltas a eso, sobre todo porque entre tanto me iban adelantando las rivales mientras salíamos de las calles de Samorin (la única parte “técnica” de la carrera). Veo que voy la última del grupo (éramos seis) y me espabilo por no perder rueda. Me acoplo como sea y tiro millas. No podía perder a ese grupo, al menos no tan pronto. Venía una recta de unos dos kilómetros aproximadamente y ya nos metíamos a rodar en la autopista para un lado y otro. En ese momento una moto de la organización viene por la izquierda, detrás suyo otra con un fotógrafo. Las triatletas seguimos a las motos y sin más, nos metemos recto en la autopista por el carril que íbamos circulando y dejando unos conos que delimitaban el carril a la derecha. Y aquí fue donde se produjo el gran error. Debíamos haber ido a la derecha. Debíamos haber dejado los conos a la izquierda. Nos metimos totalmente en el sentido opuesto de la autopista. Justo por donde debíamos salir en los kilómetros finales tras completar el circuito ¿De quién fue el error…? ¿Nuestro…? ¿De la organización…? Yo asumo mi mea culpa y sé que es nuestro deber conocer el circuito, pero, a mí, en ese momento, no me cabe duda. Las motos delante toman esa trayectoria y cinco triatletas también, pues yo fui ahí de cabeza, sin pensarlo. De hecho, yo no dude en ningún momento y pensaba que íbamos siguiendo el circuito a la perfección. Y ellas por supuesto también. Y lo peor, las motos también, o al menos nadie hizo o indicó lo contario.

 

Después de estar rodando cinco kilómetros viento en contra y alucinando de lo duro que se iba hacer el día, a pesar de ser un circuito muy fácil, veo que la cabeza del grupo empieza a girar. <No puede ser. Si Sara no ha pasado y seguro que va delante, ¿tanto nos ha sacado que ni la hemos visto de cara?>. Veo que algo raro pasa. Tanto es así que Sarissa de Vries me indica que gire. Ahí veo que vamos mal ¡Vaya cagada! Mejor dicho: ¡Vaya mierda! No lo podía creer. Y lo peor fue que, en esos segundos de desconcierto y dudas, veo que las cuatro de delante abren hueco y otra y yo, nos quedamos más rezagadas. Viento a favor. Reaccionan más rápido que yo y encima son más fuertes. Ya era tarde y se nos van. Para colmo, la que iba delante de mí decide retirarse justo al pasar por delante de la salida (por donde habíamos entrado). Total, que, diez kilómetros más tarde, nos metemos por fin en circuito. Aunque yo, ya no sabía ni donde estaba. No sé si me dolía más lo sucedido o el haber perdido al grupo. Que estúpida me sentía, por ambas cosas. Quería llorar de rabia. Quería gritar de impotencia. Quería tirar la bici. Esa bici que cuidas y mimas cada día como si fuera tu tesoro más preciado y en ese momento la hubiera tirado por el barranco. Y yo detrás de ella.

 

<Judith, esto ha sido cosas del karma>, pensé. <Te ha vacilado. No querías venir a esta carrera, no estabas centrada y te la ha metido doblada>. Yo esperaba lo contrario, que la carrera me brindara una gran oportunidad después de haber conseguido llegar a esta línea de salida y después de reponerme lo más rápido y lo mejor posible para luchar hoy aquí.

 

Mientras intentaba asimilar lo ocurrido y debatirme en qué hacer, la carrera se iba y yo con ella, qué remedio. Tocaba volver a luchar viento en contra. Veinte kilómetros en los que, por más empeño que pusiera, no llegaba ni a los 30 km/hora. Yo seguía con mi lucha interna. Aunque me costaba encontrar las fuerzas para ello. Para colmo, unos kilómetros más tarde, veo a otra triatleta parándose en el arcén. Ella también había decidido retirarse. No os voy negar que tuve la tentación de imitar su decisión. Sin embargo, conseguí, por suerte, todo lo contrario. <Judith, tú no eres así, tú no tiras la toalla>. Ese pensamiento me motivó durante un buen rato y consiguió que me mantuviera dentro de carrera. Reconozco que aunque seguía compitiendo, no estaba rindiendo como debería. No estaba rindiendo como sabía. La situación me había robado ganas y empuje, y aunque conseguí seguir allí, me resultaba muy difícil dar mi 100%. Os miento si os digo lo contrario, y más cuando me crucé con la cabeza de carrera. Después de verlas pasar a todas, no solo contabilicé que esa cabeza de carrera me llevaba más de diez minutos, sino que yo iba sobre el puesto doce y en última posición en solitario. Pocos argumentos para seguir ahí. En lo que a la carrera se refiere, ninguno. Ni opciones a premio económico (cobraban las ocho primeras), ni a nada <¡Solo tienes opción a hacer el ridículo!> me dije.

La bici fue eternamente jodida para mí. Lucha física y lucha mental. Venciéndome a mi misma kilómetro a kilómetro y convenciéndome de seguir allí. <Al menos hasta la T2>. <Al menos saca un buen entreno de bici> me decía. <Judith, esto es lo que te vas a encontrar en Hawái y debes prepararte para ello. Hawái sigue estando ahí ¡Vamos!>. Que poco me gusta el viento y que mal se me da. No sé sufrir contra él. Así que me propuse aprovechar para trabajar sobre ese punto débil.

 

Debilidad la que tenía yo. No llevaba ni dos horas de bici y ya no me quedaba ni bebida ni geles. Ese tramo que hice de más, y la situación en sí, hicieron que me lo hubiera comido todo y quizá un poco más rápido de lo normal. Además, solo había dos avituallamientos en bici y cuando pasé por el último (kilómetro setenta y cinco aproximadamente), justo me había alcanzando un grupo de edad y sacrifiqué el beber por tener una rueda delante a la cual seguir. De verdad, fue como agua en el desierto, más de la que necesitaba beber. No me creía poder ver a alguien cerca de mí en el circuito. Y me aferré a él para completar esos kilómetros finales en la autopista. Justo esos mismos que hicimos de cara al inicio por error. Yo iba vacía y rota muscularmente. La lucha había sido muy grande y me iba convenciendo de que “ya tenía bastante por hoy”. Ya había hecho suficiente, más de lo que esperaba dos horas atrás cuando nos dimos cuenta del error. <Judith, no venías finas a esta carrera. No las tenías todas contigo. Aprovecha la ocasión para retirarte. Te lo han puesto a huevo, tienes la excusa perfecta. Tienes motivos de peso suficiente, aprovéchalos>. De momento no lo hice.

En esos kilómetros finales adelanté a una rival. Me sentí orgullosa de haber sido capaz de recortarle tanta distancia. Aunque luego temí que me pasara de nuevo corriendo. Finalmente, no lo consiguió, pero no me lo puso fácil. Empecé a correr justo en el momento en que la primera completaba su vuelta 1. Lo hizo justo delante de mí. Y yo, corriendo detrás de ella para el desconcierto de la gente y el mío. Que situación tan extraña. Y hasta un poco vergonzante para mí, la verdad. Le aguanté los primeros kilómetros y eso me hizo entrar en ritmo. Ese que nunca tuve antes. Quizá porque ni siquiera lo busqué. Decidí pasarla, sin saber bien porqué. Quizá porque me incomodaba esa situación y preferí evitar sentirme doblada. Aunque fuese por escasos metros. Sin embargo, esos metros se convierten en kilómetros y me motivó no solo ver y sentir que estaba corriendo fuerte, sino que le podía plantar cara a la cabeza de carrera. Esa que quizá hubiera podido vislumbrar si la carrera hubiera transcurrido sin incidentes.

Los kilómetros pasaron rápidamente. Qué placer sentir eso después de toda esa lucha. Y cuando llegué al ecuador de la media maratón no solo tuve claro que iba a acabar sí o sí, sino que lo iba a dar todo hasta el final. Porque me lo merecía y me lo debía a mí misma. Porque para mí eso significaba derrotar al monstruo que me había estado persiguiendo esas dos semanas atrás. Porque para mí eso era una victoria personal muy, muy grande. No lo puedo explicar. No lo puedo expresar, pero me sentía enormemente orgullosa de mí. Y lo mejor, que sé que Javi también se sentiría orgulloso. Le he hecho sufrir mucho durante estos días. “¡Cariño, estoy bien! ¡Ahora sí!”. “Créetelo”. Y vamos a disfrutar de nuestras vacaciones al 100%.

Disfruté de esos kilómetros finales. Disfrute viendo a Javi y a Rafa y saludando a muchos triatletas. Unos que ya conocía y otros que conocí vuelta a vuelta y que sirvieron de motivación para mí. Motivación que me hizo alcanzar in extremis a una rival que no creí poder pillar y que me hizo aún venirme más arriba. Ganar esos dos puestos me supieron a gloria, igual que adelantar a la primera jejejeje.

 

Llegó la ansiada meta. Esa que me propuse alcanzar por mi cabezonería. Y fue en ella donde me pasó el resumen de lo vivido. No sólo en esa mañana, sino esos últimos días. Toda esa rabia, toda esa angustia, todo ese dolor. Y es cuando noto que una emoción muy fuerte se apodera de mí y entonces me entra un sollozo muy grande y siento que me ahoga. ¡Dios! creía que no iba a ser capaz de cruzar el arco, que horror. Y solo recuerdo derrumbarme en los brazos de Juanan, abrazarle con fuerza y llorar como una niña. Había más felicidad que tristeza, pero había mucha rabia. “Amigo, gracias por ese abrazo”. Necesitaba esa catarsis. “Gracias por estar ahí”. Y por “esperarme en meta”. Fuiste mi motivación toda la carrera. Allí me esperabas y no te podía fallar. Aunque sabes que soy muy puntal, esta vez te hice esperar, pero llegué a mi cita contigo, tal y como teníamos agendado.

Felicitar al resto de triatletas que también se perdieron y tampoco se rindieron. Felicitar a Sara por su increíble carrera. Su calidad nadando y en bici hace que se pueda permitir pasearse corriendo, increíble.

 

Felicitar a Javi por su carrerón después de cascarse un ironman tan solo hace unas semanas. Pero sobre todo felicitarle por su actitud siempre positiva. “Gracias cariño por todo lo que me enseñas”.

Gracias a Fafi y Naira por compartir este fin de semana con nosotros.

Gracias a mi entrenador, Carles, por ayudarme a llegar hasta aquí con garantías y después de todo.

 

Gracias a todos los que me ayudáis y apoyáis: patrocinadores, familia, amigos, compañeros, seguidores…

 

 

¿Queréis algún dato curioso?:

 

Fijaros, en el kilómetro 19 es cuando veo que puedo alcanzar, y lo hago, a una rival.

 

Estoy usando el parche de medición de glucosa. Una de las cosas que he aprendido con Dani, el profesional que me ayuda con ello. Es que el “estrés” son los peores picos de azúcar. Más que cualquier atracón. Sorprendentemente.

 

En estos días que lo he estado usando. Solo me he salido del parámetro tres veces. Y las tres han sido por una situación de estrés. La primera, hablando precisamente con Dani de lo que suponía Hawái para mí. Y ahí vi lo que conllevaba y como realmente me afectaba más de lo que yo creía. Y los dos picos de la carrera de ayer. Ni geles, ni coca cola, ni red bull. El primero es del momento en que me doy cuenta que nos hemos perdido (¡¡casi 200!!) y el segundo del momento agónico (por la emoción contenida) que viví en meta. Alucinante.

          

 

Como anécdota. Os he dicho que el bidón me iba tocando la rueda. Lo tenía claro. Pero lo que no entendía es como me había acabado el maurten tan rápido. Ahora lo entiendo!!

       

 

 

Como ya dije: las carreras son mas que un resultado, son un aprendizaje. Matrícula de honor para mí.

Y como dice un amigo: una experiencia para contar a mis alumnos.

Me quedo con la frase que hoy me ha puesto un amigo: «la adversidad tiene el don de despertar talentos que en la comodidad hubieran permanecido dormidos».

Un triatlón de larga distancia condiciona mucho.

 

Un Ironman impacta de lleno en tu rutina, tu tiempo, tu cuerpo, tu mente, tu dieta, tus relaciones sociales y personales durante los meses y semanas previas. Sin embargo, lo que te condiciona por completo es la semana de competición. Es llegar el lunes y todo se transforma. Todo se magnifica. Los nervios aparecen de golpe y con fuerza. El cuerpo se altera. Y tu marido también, jejejejejeje (es que estaba muy espitoso y más nervioso que nunca por mí. No recuerdo haberlo visto así nunca). Te sobra todo el estrés. Te sobra todo lo de tu agenda y ya no sabes si te sobra o te falta comer más, beber menos, dormir más y moverte menos. Tu cuerpo no para de enviarte señales, ruidos, espasmos… Te hablan todas las moléculas de tu cuerpo, o los átomos, o no sé qué partículas son las que te hablan, pero no entiendes nada de lo que tratan de decirte. Y lo peor, es que tu mala interpretación puede hacer que el sistema se bloquee. Y le hablas a tu yo interno.

¡Me queréis dejar tranquila! Quedan aun muchos días. Esperar un poco más.

 

Había puesto todo de mi parte para llegar al 100% a esta carrera. Y sentía que lo había conseguido. Mi nivel de forma era excepcional y mi confianza inmensa. Mucho trabajo (como siempre). Pero, además, había intentado cuidar todo al milímetro y me sentía orgullosa de ello. Como el hecho de ir a reconocer el circuito en dos ocasiones; cosa que fue clave (es una ventaja vivir a solo 1h30’ de Platja d’Aro en coche. Lo sé). La culpa de esta performance la tiene mi entrenador Carles Tur, que no solo me ha hecho llegar muy fuerte, sino que me ha devuelto una motivación que había perdido. Con eso y con los cuidados de Enric, y el aprendizaje con Dani, sentía que estaba mejor preparada que nunca para esta dura batalla. Quería luchar por la carrera. Quería intentar ganar ¡Se podía!

 

Por fin llegó el día previo. El más duro diría. Que largo se hace y a la vez que corto. Quieres que te sobre tiempo y poder aburrirte. Pero a la misma vez sabes que esos momentos son horribles. La cabeza ya no para. Reconozco que el sábado lo pasé un poco mal. Muchos medios quisieron entrevistarme y eso me agobió un poco. No solo por falta de tiempo, y querer descansar, sino que, por culpa de ser tan tímida, lo paso mal con eso y a la misma vez sufro por no estar por ellos; porque sé que es su trabajo. Y entre todos los nervios que llevaba, la presión de correr en casa, tanto tiempo sin competir en larga distancia, o simplemente por el respeto que da la distancia (que ya es mucho) provocó que empezara a molestarme la úlcera y tener ardores en el estómago. Y eso, no me molaba nada. Deberían estar prohibidas las entrevistas el día previo a la carrera, jejeje (Como hacen los políticos en su jornada de reflexión). Por suerte conseguí relajarme viendo una peli, con Javi, en la cama. Con eso, y con las visitas de Iolanda y Patri, la de mis padres y el ver a Juanan y a Piluka, me relajé. Lo de la noche previa mejor ni hablamos ¿No, verdad? Qué horror lo de no parar de dar vueltas. Sentir como late el pulso con fuerza por momentos. Y lo de ni saber encontrar la posición en la cama, ni encontrar el momento de conciliar el sueño. —Que sea domingo ya, ¡por Dios!

Llegó el domingo. Y, después de prepararlo todo, llegaba el momento por fin de competir.

 

Fueron muy bonitos esos minutos previos. Abrazarme con Guru, que había venido a ver la prueba. Ver por fin a Aida y Gus. Volver a ver a Emilio (tri4dream), a Jordi Gil a Alba y a Mireia. Y el momento de despedirme de Javi, de la familia y amigos. Y ver a más amigos y a un puñado de amigos de mis padres (que también habían querido venir a apoyarme desde el primer al último segundo) ¡Muchísimas gracias!

Pues vamos a por ello.

 

6.42h. Pistoletazo de salida. Hago una rápida y gran entrada al agua con la que me escapo en solitario desde la primera brazada. Parecía que mi competición era la de élite masculina que había salido dos minutos antes. Así que… me fui a por ellos.

Eso me motivó mucho. El no parar de dar caza a chicos fue muy apasionante. No sé a cuantos pillé, pero fue a muchos (había unos 110 participantes élite). Eso hizo el nado más ameno. Porque fue muy monótono el tener que nadar prácticamente dos rectas de casi 2km continuos y sin ninguna referencia más que la bolla de giro que, obviamente, no se veía hasta unos pocos metros antes de alcanzarla. Es cierto que el mar estaba muy placido y se nadó de lujo. Quitando el que, a pesar de la “buena” temperatura del agua (17 grados), pronto dejé de sentir mis manos y pies (no es muy difícil, aunque sí se me hace complicado. Para que os voy a engañar). Por el resto, tuve muy buenas sensaciones. Sentí que llevaba muy buen ritmo y que fluía y me deslizaba como nunca. Y lo mejor, es hacer casi 4km de natación continuos y notar que vas súper cómoda de hombros (es lo que tiene nadar con el G-Range).

Tradeinn International Triathlon 1406INN 2021
Tradeinn International Triathlon 1406INN 2021

Uno de los momentos más impresionantes del día fue la salida del agua. Bueno, la T1 al completo. Antes de tocar la arena ya se escuchaba la tremenda ovación. Entre eso, y ver ahí a Pere, el primero, justo al alcanzar la playa, fue brutal. Cruzar las calles de Platja d’Aro inmersa en un pasillo de gritos y aplausos ensordecedores fue una inyección de adrenalina. ¡Dios, qué locura! ¿Esto va por mí? No tengo palabras. Gracias a todos. Hasta me permití el lujo de sonreír porque, además de que fue inevitable controlar ese rictus, se lo merecían. Perdonarme si no sonrío más; no es porque no quiera, es por el hecho de que me parece cantar victoria cuando aún no he conseguido nada.

 

Después de una transición peligrosa y muy resbaladiza (y más con mis pies sin tacto ni control alguno), conseguí coger la bici sin matarme en ese parquin. Aquello fue un poco surrealista, parecía que estabas en un juego que consistía en “cómo hacer la transición más lenta de tu vida”. Jajajaja. Resultado: Si corrías, estabas muerto.

 

Vamos a por la bici.

 

La bici fue continua. Sé que parece obvio, pero en una larga distancia no lo es. Conseguí que durante los 180 kilómetros la cosa fluyera. Fluyó la bici, el ritmo, las piernas y sobre todo los pensamientos (estos son muy peligrosos cuando se estancan ahí). Más bien es que no pensé en nada. Iba muy metida en carrera. Sin embargo, lejos de desgastarme esa concentración, me ayudó a gestionar a la perfección el tramo ciclista: a tener cabeza, precisión, entereza y a no dejar que los imputs negativos entraran en mi mente. ¡Hoy no os siento!, les dije. La bici se me hizo muy amena y la disfruté un montón.

Tradeinn International Triathlon 1406INN 2021

El sector ciclista fue un mano a mano con Emma. Me alcanzó en la bajada del primer puerto y fuimos juntas prácticamente todo el tramo ciclista. Que bueno fue rodar juntas. Cómo nos apretamos la una a la otra. Y notar que lidiar esa batalla nos estaba haciendo lograr hacer una bici estratosférica.

Lo mejor fue llevar una moto de un juez todo el recorrido con nosotras (ya sabéis que fueron muy estrictos con el drafting y supongo que una de las consignas era controlar en todo momento la cabeza de carrera femenina). Pues, aunque sea incómodo el notar esa presencia policial durante cinco horas y media, a la misma vez, te da una gran seguridad el saber que estaba haciendo las cosas bien. Se nota presión porque no puedes cometer ningún error y además crea mucha tensión el sentirte tan observada en todo momento. Aun así, te cohíbe tener ese escolta que impide que te relajes y que condiciona todos tus movimientos (y yo, todo el rato, con muchas ganas de hacer pipi). El árbitro no fue nuestro único acompañante, la prensa también estuvo presente casi en todo momento. Así que llevábamos una buena comitiva a nuestro lado.

Tradeinn International Triathlon 1406INN 2021

Los kilómetros pasaban y mi sorpresa era que los chicos élite no nos daban caza. Habían empezado dos minutos antes que nosotras. Sabía que les iba a pasar en el agua a muchos, pero contaba con que rápido me la iban a devolver en la bici y… para nada fue así. No nos pillaban ¡Qué fuerte! Yo estaba eufórica con eso. Espero que nadie se moleste por ello, pero es que realmente les estábamos plantando cara en bici. Tanto es así, que no solo no nos pilló ni uno, sino que alcanzamos a varios que nos habían adelantado muy al principio. Ese momento fue de subidón. Estar alcanzando el kilómetro 130, donde la bici empieza a atragantarse, las horas pesan y la fatiga se muestra presente, ves que vuelves a pescara los cuatro o cinco chicos que te habían pasado hacía más de dos horas, fue impensable, alucinante. Uno de ellos era Iván Alvárez, un gran amigo al que le tengo mucho aprecio y cariño. Me encantó compartir carrera con él e írmelo encontrando, pero me sabía mal pasarle (luego corriendo me pegó un repaso y me alegro mucho). Gracias Iván por tu actitud y todos tus ánimos.

Tradeinn International Triathlon 1406INN 2021

Realmente fui/fuimos muy fuertes en bici (que no forzadas, al menos yo). Bueno miento, en las bajadas sí que fui muy forzada. Emma me dio un recital en todas ellas. Sufrí muchísimo por no perderla. En todas se me escapaba y me tocaba apretar para volver a cerrar esa brecha. Me resultó espectacular. Qué clase. Cierto es que tenerla como guía me ayudó a arriesgar y a intentar trazar como ella. Aunque cuando uno tiene el miedo en el cuerpo, el bajar más rápido de lo que controlas, puede conllevar muy malas consecuencias. Por suerte tuve muchos “uigs”, pero…. se quedaron todos en eso. ¡Guau! Que mal bajo. Que “globera”. Es cierto que nunca he tenido mucha destreza en esto pero, un par de episodios vividos, justo hace tan solo unos días, me condicionaron aun más. La muerte de un compañero de grupeta en un accidente de bici y haber sufrido yo un choque frontal en coche, solo dos días más tarde, me marcó mucho. Así que ya puedo estar contenta con lo que fui capaz de hacer.

 

Fui toda la bici por sensaciones. Pasé de watios y de números. Realmente ni miré apenas el Garmin. Ni miré el tiempo que llevaba, ni los kilómetros (cierto es que si te conoces el recorrido no hace mucha falta porque ya sabes lo que viene y lo que te queda). Iba sumando tramos chinochano. Iba haciendo, sin más. Aunque llegaron los momentos malos, que también los hubo. El primero fue justo al pasar de nuevo al grupo de Iván (kilómetro 140 más o menos). En un bache se me cayó el bidón trasero donde llevaba aun la mitad de drink mix Maurten y era el único líquido que me quedaba encima. No pasa nada Judith, me dije. Sin embargo, el problema no fue ese, sino que, en el siguiente avituallamiento, no logré coger el bidón por un mal entendido con la chica. Parece que me lo ofrece y se lo pido, pero en el momento de ir a cogerlo me retira el brazo y me voy sin bidón y con cara de tonta (ella no tuvo la culpa ni mucho menos, todo lo contrario, agradecer a todos los voluntarios su implicación). Pero la cara de tonta se transformó en preocupación. Tenía mucha sed y notaba la deshidratación. Me vi el maillot lleno de sal y me asusté. Esto puede sentenciarme la carrera. Sin embargo, confíe en que quedaba un avituallamiento al coronar San Grau y confíe en poder beber allí. Nada más lejos de la realidad. Justo cuando estoy coronando el puerto, veo el avituallamiento y me siento tan feliz como el que encuentra un oasis en el desierto. Me emociono al pensar que por fin voy a beber y, justo cuando voy a estirar el brazo para coger el bidón, Dani Lucena, al cual alcanzo justo en ese momento, se para en seco delante de la mesa poniendo el pie en el suelo. Tuve que hacer una maniobra brusca para no comérmelo. La segunda voluntaria (solo eran dos chicas en este punto) no reacciona y me quedé sin bidón de nuevo. La bajada empezaba y ya no podía frenar la bici para parar y coger agua. Quise llorar en ese momento. Que impotencia. Justo cuando se te hace la boca agua y empiezas a babear a lo Homer Simpson pensando en el placer que me iba a dar beber en ese momento. Así que ya veis, perdí de nuevo esa oportunidad.

Tradeinn International Triathlon 1406INN 2021

No te lamentes Judith, ya estamos bajando y queda poco más de media hora. Intentaba animarme a mí misma. —Vas muy bien, me dije. Y justo fue decirme eso y empezar a notar una molestia muy desagradable en la parte posterior de la rodilla derecha. ¡Dios! ¿que es esto? ¿Por qué me pasa a mi esto ahora? ¿A que viene? ¿Qué dolor es esté? ¿Podré correr? Ese momento fue horrible. Aunque el momento que marcó realmente la carrera fuer el último adelantamiento de Emma. Ese fue el punto de inflexión. Me pasó en ese descenso y ahí sí que me fue imposible seguirla. No fui capaz ni de intentarlo. Era la parte más técnica del circuito y entre los fantasmas que llevaba, y los que aparecieron, me bloqueé y perdí ese flow que había llevado hasta entonces. Suerte que ya quedaba muy poco.

 

Estoy muy contenta con mi sector de bici, realmente me divertí y lo disfruté. Parte de ello gracias a Cris y a Isa que se habían desplazado para verme en varios puntos. Qué subidón cada vez que las veía. ¿Otra vez? ¡Qué guay! Muchas gracias chicas. Me disteis alas. Como también me las dieron Pau y Miquel. Eso no lo olvidaré nunca.

 

Ahora que, el momentazo del recorrido fue el de comer mosquitos. De golpe, en uno de los tramos más rápidos del circuito, empiezo a notar un bombardeo de mosquitos en todo el cuerpo y la cara. ¿En serio? Flipé. Como todos, supongo (que se lo digan a Richard. Que risa verlo en meta aun lleno de mosquitos. Jejejeje). Fue muy heavy, pero muy divertido. Me sentí “una tonta muy tonta” (se pilla, ¿no?).

Tradeinn International Triathlon 1406INN 2021

Llego a la T2. Pienso que lo hago en solitario. Pero por lo visto no; Nikki se bajó conmigo (Esto fue muy curioso, nunca supe que había ido detrás de mí. Ni cuándo nos alcanzó en bici. Siempre creí que me empezó a pillar ya corriendo. En cambio, viendo ahora fotos de carrera, veo que, en la parte final de la bici, ya venía conmigo. Que gracia me ha hecho esto; ha sido divertido. Y en parte me alegro que no me pasara y se me fuera en bici, que era lo que yo pronosticaba).

Tradeinn International Triathlon 1406INN 2021
Tradeinn International Triathlon 1406INN 2021

La segunda transición fue otra fiesta. Otra ovación ¡Gracias a todos! Esos momentos son mágicos. No hay mejor forma de afrontar la maratón que con ese empuje de energía desde el inicio. No quería emocionarme. Necesitaba coger un buen compás para esos 42 kilómetros que tenía por delante. Pero tenía ganas de verlos, a todos. Y sonreírles. A Sergio con su sobrino. A mis padres con sus amigos. A mis suegros. A Edu (cuanto me ayudaste, “gracias” y gracias a tu familia por venir), gracias Fernan y Miguelito. A Marc “gràcies per ser-hi”. A Locojuan “efecto túnel” me decía; cómo me ayudó tanto eso. A Piluka y las niñas. A Borja (que fuerza me diste). A Isabel que nunca me falla. A Enric y Tere (gracias por venir). A mí (nuestra) Ana (eres lo más). A Rubén “sonríe mujer” me decía; ¡al final lo hice eh! “eskerrikasko por venir”. A Joan. A Esther “vaya sorpresón verte, me emocionaste”. A Iolanda y Patri “no words”.

(fotos: Manolo Gonzalez Trinidad)

Familia, amigos, compañeros… no tengo palabras ¡De verdad!

 

Que pasada lo que viví. Que pasada ver esa marea tricolor por todas las calles de Platja d’Aro. Repartidos de punta a punta y, además, corriendo de un lado a otro. Judith, muchos de ellos, son tus deportistas. Que orgullo. Que bonito. Allí estaban compartiendo juntos mi carrera y alentándome ellos a mí. Lucha por ellos Judith. Lucha como tú siempre les dices que lo hagan. Ahora más que nunca tenía la oportunidad de demostrárselo en vivo y en directo. A los que entrenas y a tu entrenador. Allí estaba Carles, en cada vuelta. Que seguridad me dio. Como la que me ha dado desde el primer día que empezamos a trabajar juntos.

 

Cuesta creer que la maratón se me hiciera durísima. Cuesta creer que tuve momentos muy duros, muy malos. Momentos en que la cabeza quiso vencerme y estuve apunto en varias ocasiones de dejarme llevar por ella, dejarme llevar a su lado más oscuro. A su vertiente negativa. Tuve momentos que hasta te molestan todos esos ánimos. No os ofendáis, por favor. Pero cuando el cuerpo te pide a gritos que pares, que lo dejes… las palabras de aliento se vuelven en tu contra y parece que hasta te irritan. Solo por el hecho de esa rabia que te da que te animen cuando estás jodida, muy jodida. Qué crueles somos, o mejor dicho, qué cruel es nuestra mente. Y que desagradecida.

(foto: Ironvives)

Judith, menos cabeza y más corazón. Déjate de tonterías. Eso sí que no falla, eso sí que sabe reconocer y valorar ese apoyo del público, esos ánimos, esos consejos. Agradecerlos y aprovecharlos por muy duro que esté siendo, por mucho que quede, por muy cuesta arriba que se te haga.

 

Que cruel es la maratón de un larga distancia. Cada kilómetro juega contigo, te pone a prueba. Y hay veces en que te das cuenta que solo se trata de ignorarlo. Si no, es imposible vencerle. En cada tramo te va hacer creer que no puedes, que no vale la pena y que no vas a poder con lo que queda. Pero si eres capaz de esquivar ese obstáculo, ya has dado un paso importante. Luego va a venir otro, seguro, pero toca volver a sortearlo. Es como remar contra corriente. Una vez superas esa resaca, todo se vuelve mucho más fácil. Te has desgastado mucho en esa lucha, pero de golpe, te sientes liberado y más cómodo. O al menos así lo siento yo. Así lo viví el domingo. Me costó entrar, me costó avanzar. De hecho, en el kilómetro tres decidí dejar de mirar el Garmin. Creerme, nunca más lo hice en toda la carrera. Iba sufriendo. Me sentía débil. Me sentía lenta y decidí que lo mejor era no mirar el ritmo. Para qué. No servía de nada, solo quedaba sobrevivir como fuera y correr con lo que tenía en ese momento. La verdad es que, cuando vi como corrí horas después, flipé. Así que, para que veías como nos engaña la cabeza. Sin embargo, supe tener paciencia y mucha templanza para conseguir darle la vuelta a la tortilla. Fui de menos a más. No porque lo eligiera (Iba dando lo que tenía en cada momento), sino porque supe mantenerme en pie.

 

Tradeinn International Triathlon 1406INN 2021

No me puedo quejar. Las sensaciones en general fueron buenas. Iba “bien” de piernas y de estómago. Me obligué a tomarme todo el Maurten planeado y aunque a veces cueste seguir comiendo, es la clave. Que bien fue que Javi me pudiera dar en cada vuelta justo lo que necesitaba. Además de correr liberada de carga, me ayudaba hacer la pauta perfecta. Lo que más duro se hizo fue el calor. Fue horrible. Además, venía deshidrata de la bici, eso lo noté. Iba loca por llegar a cada avituallamiento y poder beber y refrescarme. Suerte que llevaba la cinta omius y, eso seguro que ayudó. Como los hielos que trajeron los de la organización a partir de la segunda vuelta ¡Gracias! A mi me dio la vida. No solo para restar calor al cuerpo, sino que jugaba con ellos hasta que se derritiesen y eso me mantuvo distraída: me lo pasaba de una mano a otra, me lo pasaba por la cara, por el cuello, me lo metía en la boca… Fue uno de los pocos momentos en que conseguí evadirme y me alegré por conseguirlo.

 

Qué difícil es distraer la mente. Me concentré al máximo para irlo logrando. “Focus on”. Aunque la mayor distracción fue el duelo a pie, esta vez con Nikki. Qué bueno es poder disputar una carrera así. Se sufre mucho en esas batallas y desgastan más psicológica que físicamente, pero se vuelven muy emocionantes. Se bajó a correr a tan solo cuarenta segundos, muy pronto se pegó a mí y así hicimos toda la maratón. Si no que se lo digan a mi madre, je,je,je. En el paso por la segunda vuelta me dice: “hija corre que la tienes muy pegada detrás ¡eh!”. Si es que las frases de las madres nunca tienen desperdició. Pues no os voy a negar que me doliera un poco, pero quizá, gracias a ello, conseguí pegarme a ella y no perderla durante toda la segunda vuelta.

 

Creía que estaba jugando conmigo. Creía que ella tenía el duelo dominado y estaba controlando muy bien la situación. Y yo creía que tenía bastante con intentar seguirla un poco más y que se fuera cuando quisiera. Tanto es así que en la tercera vuelta me empezó a meter distancia. No podía seguirla y desistí por un momento. Pero como ya sabéis que esto es como una noria, de golpe, me tocó estar arriba y decidí apretar cuando más lejos la tenía ¡Inténtalo Judith! Al menos te está ayudando a comerte los kilómetros más rápido.

Quién me ayudó mucho fue Guru. Me ayudaron sus consejos y me ayudó pensar en sus carreras. Me lo dijo en cada vuelta: ¡No te rindas!, esto es muy largo. Paciencia. Y la tuve. Muchas gracias. A ti. A Ruth que solo con mirarla me empuja siempre. Y gracias a todos esos ánimos recibidos por todo el paseo: Pere, Anna, Nats, Iván, Carlos Vives… gracias. Hablando de Guru, otras de las anécdotas del día fue que en dos o tres ocasiones me llamaron Guru a mí. Y en la última vuelta, un corredor, me llamó Saleta. Hasta el árbitro, que me acompañaba en bici, no pudo evitar reírse. Qué bueno fue eso.

 

Última vuelta Judith. Última vez que pasas por aquí. ¡Oh! Que gusto produce eso. Tomo la delantera con Nikki. Paso última vez por delante de Javi. Me da el último gel Maurten y me dice: “¡el último que te doy!”(señal de que quedaba poco). Y añade: “Qué guapa estás cariño”. Kilómetro 36 de la maratón de un Ironman y que tu marido te diga eso… como para no emocionarse. E instantes más tarde empiezo a escuchar: “Venga que la estás descolgando”. ¿En serio? No me lo podía creer. Eso fue el piropo de Javi, seguro. Es en ese momento cuando alucinas y ves la luz al final del túnel. Esa luz que me decía Locojuan que llegaría. Sin pensármelo dos veces, aprieto. Sí, sí, aprieto. Cuesta creer que pueda hacerlo ¿verdad? Yo también alucino conmigo; para que os voy a engañar. Subo el ritmo. Se nota y lo notan todos los corredores que a los que paso y con los que me cruzo. Y me vengo arriba al escuchar cosas como: “sabía que lo conseguirías”, “eres una pasada”… Y eso, aun me da más fuerza. Gracias a todos y a todos los corredores que no pararon de animarme fueran como fuesen. Estar todos sufriendo y que se molesten en gritarme, es increíble y es lo más bonito de este deporte. Como cruzarme con Eneko y que me animara a pesar de él no tener un buen día (¡gracias káiser!). Cruzarme con Merino, que siempre me anima con muchas fuerzas (gracias crack), con Carlos, Gus, Herruzo, Matos, Paco Silva, Ricard Marí, Juanmi, Álvaro, David, Raul… O disfrutar viendo volar a Javichu, a Gonzalo… Ver a todos los de Desam, a los de Sant Boi y a los del Baix Llobregat… Y a Juanan ¡por fin! Qué bueno verlo. “Enhorabuena finisher”.

Disfruté mucho de la última vuelta. No solo porque por fin se acababa. No solo por el carrerón que había hecho, ni por el resultado que estaba consiguiendo. Sino porque pude levantar un poco más la cabeza y mirar a la gente a la cara y sonreírles y agradecerles toda esa ayuda y cariño que me dieron. Pude ver a gente que oí, pude oír a gente que no vi, pude ver caras conocidas, pude buscar a quién quería y pude ver a gente que nunca me hubiera esperado ver allí y me gusto mucho. Siento mucho a los que no vi en carrera por no poder mirar, siento ir tan concentrada, pero que sepáis que os siento y os escucho. Gracias de corazón por hacerme hecho vivir esa gran fiesta. Y gracias a la organización por organizar este gran evento.

 

Qué gran carrera viví. Qué bonitos duelos tuve. Felicidades a Emma por su gran victoria. Nos mató en la bajada y nos remató en la maratón siendo más fuerte y más sólida que nosotras y se mereció esa victoria. Agradecida tanto a ella como a Niki el que me hicieran luchar de principio a fin.

Tradeinn International Triathlon 1406INN 2021

Una larga distancia condiciona mucho. Lo hace antes, durante y después. Y cuando lo has dado todo, lo has luchado y lo has sacado con nota, te perdura el sentimiento de satisfacción por mucho tiempo. Casi tanto como el dolor de patas.

Tradeinn International Triathlon 1406INN 2021

PD1: Agradecimiento especial a mi amigo Pere. Nunca será suficiente para agradecer tu entrega y pasión en esta carrera. Aun recuerdo estar comiendo juntos en el Tagliatella de Andorra junto con Ori y contarnos la noticia. Enhorabuena.

PD2: Os quiero aclarar lo del accidente que nadie se preocupe. Simplemente fue que “una tía” se cruzó en mi camino cuando no debía y tuve un choque frontal bastante fuerte. Eso hizo que el impacto del airbag contra mis piernas me provocara heridas y quemaduras por el fuerte golpe. Al momento pensé que me había roto las dos piernas. Luego me di cuenta que, como mucho, un gemelo. Y, al final, por suerte, solo fueron contusiones que me dejaron dos días tocada. Así que, no os preocupéis, que solo fue el susto. Y la frase de mi madre, que nunca tienen desperdicio: “Hija, ¿es que no puedes llegar a una carrera sin que te pase algo antes?

 

PD3: gracias por todos vuestros mensajes. Siempre me escribís y me felicitáis, pero esta vez he recibido muchos mensajes donde me hacéis llegar vuestro reconocimiento por mi lucha y vuestra sorpresa por lo que hice el domingo con lo dura que fue la carrera. Y eso, motiva y se agradece mucho. Mil gracias a todos.

 

 

 

 

(Domingo 25. 01.00h. Hotel Marina Élite, Mogán, Gran Canaria)

 

¡Siiii! Qué ganas de volver a escribir una crónica. Qué gusto volver a sufrir insomnio. Y qué regalo ha sido volver a competir.

 

Tanto tiempo esperando este momento y en cambio, cuando llega te entra la duda de si estás lista. Y lo estaba. Me encontraba muy bien físicamente. Estaba entrenando muy bien y tenía muchas ganas de probarme y sacar ese trabajo a relucir. Sin embargo, las dudas no eran por mi condición física, sino por olvidar en qué consistía la competición. Parece que ya no recuerdas como iba eso de sufrir en carrera, de ponerte un dorsal, de sentir esos nervios, de visualizar la carrera, de gestionar todo… Y por si fuera poco, parecía que no iba a llegar nunca y vas dejándolo todo para el último momento: probar material de carrera. Tanto es así, que lo de practicar transiciones y lo de testear neopreno y nadar en aguas abiertas lo dejé para el mismo día de carrera. ¡Qué desastre! Que no me escuchen mis deportistas (que mal ejemplo).

 

Así fue. Todo para última hora. Todo deprisa y corriendo. Maletas, preparativos, activaciones, reconocimientos, prensa, check-in, estrategia nutricional… Si hasta la misma mañana de carrera íbamos a contra pie. Parece que no recuerdas los timings y, cuando te das cuenta, toca ir para la cámara de llamadas; sin apenas haber tenido tiempo para ir al baño, calentar bien, etcétera. Pero ya era tarde; la carrera empezaba. Eso era lo importante.

Y ahí, cuando estas en la cámara de llamadas, cuando sientes la arena fría en los pies, es cuando te das cuenta de dónde estás de nuevo. Imposible no emocionarse. Imposible no empezar a notar cómo te tiemblan las piernas, cómo se acelera el pulso. Pero… ahora sí. Ahora llegaba la hora de volver a competir. Miras a las rivales, les sonríes, te saludan y se contagia esa satisfacción por volver a estar ahí disputando una carrera. Me acerco a saludar a Sara y desearle suerte. Era la primera vez que coincidíamos. Éramos las únicas españolas PRO.

 

Minuto previo. Estábamos ya en posición de salida y escuchaba un montón de voces que gritaban mi nombre. ¡Qué pasada! Se me había olvidado lo que era eso. <¡Gracias!>. Gracias por tanto cariño. Desde que pisé la isla no he parado de recibir muestras de cariño y sentir cómo, de nuevo me animaban tanto, ha sido un verdadero regalo.

 

Bocinazo de salida. Hago una buena entrada al agua, pero enseguida pierdo a las más veloces. Era de esperar. Nada que hacer con nadadores tan buenas como Sara, Nicola y Lisa Norden (y, aunque no lo sé, puede que hubiese alguna más). Cuando me di cuenta, veo que ya me han sacado una gran ventaja y yo estoy tirando del segundo grupo. Qué le vamos a hacer. Reconozco que tengo poca paciencia, o falta de astucia en no ponerme a tirar si veo que puedo y quiero luchar para que la desventaja sea mínima.

  

(foto: emegebe8)

La natación fue rápida y limpia. A pesar de encontrarnos en la segunda vuelta con los grupos de edad. Se podía adelantar bien y llegar a la playa sin demasiados problemas.

(foto: emegebe8)

La transición fue más problemática. No porque fuese muy larga y en subida, sino porque se te olvida lo agónico que era eso. El estrés que conlleva, la ansiedad que se siente por pensar que puedes perder la carrera en esos segundos y la torpeza que se tiene por culpa de los nervios en esas circunstancias: pelearte con el neopreno, con las bolsas del colgador, con los calcetines, con encontrar tu bici…. Si es que hasta me daba risa. –Judith, por favor, céntrate ya! Aunque la risa se me fue de golpe en el mismo instante de subirme a la bici. ¡Guau! Qué momento, qué mal lo pasé. Transición en subida, asfalto roto y yo, intentando atinar el meter el pie en las botas. No había manera. Se me rompieron las gomas, llevaba las botas colgando, la bici a dos por hora y yo apunto de caerme. ¡Uf! Lo salvé de puro milagro. Aun no sé ni cómo. Conseguí que las botas no se soltasen de la cala al tocar el suelo. Conseguí poner el pie sobre las botas y finalmente pedalear para ponérmelas con la bici en marcha ¡Qué horror! Qué mal momento. Y para más inri, me sentía observada por todo el público. Palpaba el estupor ante mi poca destreza y me ruboricé volviéndome aún más torpe, si es que cabía –¡Conseguido! Botas puestas. Ahora a pedalear. Me dije.

 

      

(foto: foto.fraguela_dxt)

Aunque el circuito de bici parecía que me iba a seguir poniendo las cosas difíciles. Bueno, quizá más que el circuito, mi propia cabeza. Me costó entrar en carrera. Sentía que iba con miedo en las curvas, me sentía muy insegura. Y a la vez, parecía que no sabía ni como gestionar ese circuito. –Judith, limítate a seguir los consejos de Carles y todo irá bien. Me tuve que decir a mí misma. Encima, esos giros de 180 grados, con tan poco espacio, me acabaron de rematar. Siete veces tocó hacerlos. Qué duro. Qué tensión pasé cada vez que llegaba ese momento. Aunque sí que es cierto que, en el de paso por vuelta, la gente te lleva en volandas. Entrar en ese pasillo de público donde los ánimos no cesan, es un chute de energía para afrontar toda la siguiente vuelta. Ese y el de irme cruzando con Javi y ver lo bien que iba. Aunque en la última vuelta me hizo sufrir. No lo vi. No lo vi donde debería habérmelo cruzado (o eso creía) y mi cabeza se empezó a emparanollar. Y más cuando vi una ambulancia. Solo me venían pensamientos negativos y parecía convencerme a mí misma de que se había caído. –Judith, no pienses eso, simplemente no lo has visto -. Qué mal se pasa (por suerte solo fue imaginación mía y Javi seguía en carrera. Lo vi al acabar la bici).

     

(foto: emegebe8)

Me parecía que mi cabeza no tenía el día. No acababa de sentirme segura en la bici. Aunque es cierto que cada vez fui yendo mejor. Poco a poco fui ganando confianza y cada vuelta la hacía con un poco más de seguridad. Pero sin ser yo del todo, lo reconozco.

     

(foto: emegebe8)

En lo que a las rivales respecta, perdí la cuenta de las que iban por delante. Unas seis deduje. Las tres primeras… a años luz. Sara muy lejos y cada vuelta a un poquito más todavía. Katrin Mathew (que me pasó en el kilómetro cuatro) ya estaba a punto de cazar a Sara en la segunda vuelta. Otra competidora parecía estar al alcance y, al principio de la tercera vuelta, lo logré. Aunque no conseguí despegarme de ella. Y, por si fuera poco, Alexandra Tounder nos alcanza a las dos y completamos la última vuelta las tres juntas hasta la T2.

     

   (foto: foto.fraguela.dxt)

En esa transición estuve más astuta. Más ágil. Hice la transición más rápida de las tres y salí a correr como si no hubiera un mañana. Quizá con la intención de desengancharme de ellas porque por delante no veía opción alguna. Quizá por sacarme esa tensión que viví en el circuito en bici y que sentía que me había lastrado mucho. Y cuando empiezo a correr por el paseo, comienzo a escuchar gritos sin parar, empiezo a sentir esos aplausos y esos ánimos y a ver caras conocidas, entonces ya si que fue imposible controlar el ritmo.

Alexandra quería hacer lo mismo que yo, escaparse. Me adelanta en el segundo kilómetro y, aunque por un momento parece que se me va, consigo pegarme a ella pero, para mi sorpresa, enseguida noto que me frena y veo que puedo correr más rápido.  –Quizá no es buena idea Judith. Quizá es mejor esperar un poquito aquí, regular la primera vuelta y afianzar un poco el ritmo. Pensé. Pero mi instinto me decía que lo intentase. No sabía si podía o no, pero debía luchar. Había que intentarlo. Me sentía en deuda conmigo misma. Necesitaba sacar esa garra que no había podido sacar antes y necesitaba vaciarme como siempre lo hago. Eso de regular no va conmigo, aunque a veces sea necesario. Pensé que ya había regulado bastante en la bici. Así que me decidí: puse una marcha más y la volví a adelantar.

 

Me limité a correr por sensaciones. A mirar el reloj tan solo cuando pitaba el kilómetro y aluciné de ver esos ritmos que para mí eran estratosféricos. Al menos hasta ahora. Los últimos entrenos me decían que era capaz de hacerlo pero es algo que no te lo acabas de creer. Me sentía fuerte. Me sentía entera y me sentía eufórica. Nada me frenaba y percibía que el público me empujaba. Los ánimos que recibía eran brutales. No podía dejar de venirme arriba. Las buenas sensaciones acompañaban a las buenas vibraciones y eso me iba retroalimentando de sobremanera.

     

 (foto: emegebe8)

Entré en ese circulo vicioso de cuanto más das más recibes. No siempre pasa, pero el día que ocurre…, solo toca saborearlo, disfrutarlo y beneficiarte de ello. En cada vuelta iba a más. O mejor dicho, no iba a menos. Veía que estaba recortando grandes diferencias con Sara y me motivó la idea de poder llegar a alcanzarla. A la misma vez, me tranquilizaba el hecho que, por detrás, la brecha con mis rivales cada vez era más amplia.

 

Las vueltas pasaron muy rápido. Cada tramo de carrera tenía su aliciente y su motivación: el cariño del público, los hinchas de Lanzarote por un lado, los de Gran Canaria por otros, la de muchos familiares por todos lados, los voluntarios que, además de su gran labor y dedicación, no pararon de animar en ningún momento, los trabajadores del hotel Marina Elite dando bebida y animando también “al pie del cañón”… Pero el espectáculo también estaba dentro de la pista. Era un auténtico lujo ver correr al gran Frodeno con esa clase inigualable. Imposible no quedarse ensimismada al ver pasar a todos esos “súper clase” y sentirse afortunada de tú también estar allí. Y el volver a ver a tanto compañeros y el podernos animar mutuamente (sea con un grito o con un gesto). Y, por supuesto, mi mayor motivación era el cruzarme con Javi; que, además, estaba corriendo como nunca y eso me hacía muy feliz. Qué fino estaba. Qué fuerte se le veía y, por fin, lo estaba demostrando en carrera. Me alegraba mucho, pero me picaba el no recortarle ni un metro. Por más que le decía que debía correr más que yo en carrera (porque corre más que yo) nunca lo lograba. Sin embargo, ayer que lo estaba haciendo… me piqué con él (Jajaja). Cómo somos. Pero cómo mola.

     

 (foto:trisurest_)

Aunque mi competición no era esa, por supuesto. Le estaba recortando tanto a Sara que en mitad de carrera la alcancé. Quise esperar un poco. Quise regular porque aún quedaba mucho por delante. Pero no había quién me retuviese. La pasé con mucha fuerza y, el ver que a medida que yo avanzaba ella se quedaba más atrás, me dio mucha confianza. Realmente no sabía como iba, pero creía intuir que había logrado entrar en el deseado top5. Sinceramente no tenía más que hacer que defender esa posición (que no es poco) porque es cierto que por delante la cosa estaba totalmente decidida.

 

Es cierto que las últimas dos vueltas se hicieron muy duras. Tanto es así, que en la tercera todos dudábamos si nos quedaba una más o no. Hasta Javi en la última me preguntó: ¿Otra? Je,je, cómo duele eso. El calor apretaba fuerte y además me faltó agua. Me faltó poder beber y refrescarme un poco más. Aún así conseguí mantener ese buen ritmo en todo momento. Me ayudó mucho pensar en todos los consejos de Carles y eso me mantuvo muy motivada. Conseguí controlar mi cabeza como no lo logré hacer en el sector ciclista. Y, gracias a ello, las cosas salieron tan bien.

Alcancé la meta. Eufórica por lo logrado, por las buenas sensaciones y por el buen parcial a pie. Cómo había disfrutado. Cómo había saboreado al máximo el hecho de volver a competir. Y no había mejor lugar para empezar la temporada que hacerlo en la “isla”. Con buen clima, con tan buen ambiente y con ese buen rollo que siempre desprenden los canarios.

 

Y allí estaba Juanan para recibirme. Para darme un abrazo y ponerme la soñada medalla. No hay mejor regalo que un amigo te espere en meta. No pudo haber mejor final de carrera.

Aunque me quedo con el post carrera. Compartir vivencias con los compañeros, con otros triatletas, con muchos amigos y, por supuesto, lo que no podía faltar: la cena de despedida. Qué haríamos sin esos tan buenos ratitos.

   

   

Gracias a todos por vuestro apoyo y cariño. Vamos a por la siguiente.

 

6 de diciembre, llegó el gran día. Challenge Daytona, PTO Worldchampionship.

He dormido bien. Mucho más que en lo habitual en una noche previa a una carrera. Será porque esta vez los nervios están templados. Estoy contenta. Me siento con ganas y motivada y me alegro por ello. Esa sensación no llegaba y me asustaba. Pero por lo visto está todo en orden y listo para el momento.

Desayuno, preparativos y para la carrera.

10:00h Todas preparadas dentro del agua y suena el bocinazo de salida. Sprint a muerte para coger sitio, pero no hay plazas libres. Todas nadan mucho. Yo no quiero ser menos. Estar en el grupo tiene un precio muy caro: golpes, tensión, agobio… Era precisamente lo que más temía. Con todas las magulladuras del accidente quería evitar que me tocasen a toda costa, pero… ha sido imposible. Aun así, debo reconocer que con la adrenalina del momento no me ha dolido más que en lo que, en circunstancias normales, te da la carrera.

El sprint no termina. Boya tras boya sigue la pelea por estar en ese grupo y el ritmo no afloja. Sí que lo hace la que va delante de mí. Y, a pocos metros de terminar la primera vuelta, me quedo cortada. No puedo acelerar más, pero no puedo perderlo. La salida del agua para completar el tramo a pie del paso por vuelta me aleja aún un poco más. No solo por el “globazo” que llevaba ya, sino porque, con la herida de la rodilla, en el momento de flexionar la pierna para salir del agua y correr me dolía horrores con el neopreno. <<Judith ¡no puedes perderlas! Hoy no se puede dejar escapar a ningún grupo>> me digo a mi misma. Así que toca seguir con el sprint. Sin embargo, esos escasos 4 metros eran insalvables. La única suerte fue que toda la fila se escoraba a la izquierda. De manera que si ponía el mejor rumbo conseguiría engancharlas. Así fue ¡lo conseguí! Justo llegando a la última boya (a 200 metros de la salida) consigo enlazar con el grupo para, al menos, no quedarme cortada en bici. 2.000 metros de natación esprintando: primero, para no perder al grupo, y después, para volver a cazarlo. Infernal. Pero valió la pena. Me valió para seguir metida en carrera nada más subirme a la bici y, aunque algunas se esfumaron por arte de magia, otras me perseguían ahora a mí. Sabía que el Top10 estaba lejos pero ahí estaba, en el grupo perseguidor y con “cracks mundiales”.

Os he contado que la natación fue en sprint de principio a fin. Pues creedme si os digo que en el sector ciclista no fue diferente. Dos primeras vueltas muy duras para coger sitio en el tren de la bruja. Aquí también hubo peleas. Nadie quiere quedarse atrás porque, si te bajas, estás muerta. Las vueltas siguen. El ritmo es frenético. La tensión es brutal pero no se puede parar. Me siento como una peonza que gira y gira y que, si la frenas, se cae. Caerme no me caí, aunque algún susto me llevé. Todas buscábamos pegarnos al máximo a la izquierda. Tanto que hacíamos temblar los conos. Lo malo es que alguno casi me tumba a mí. <<Judith, nooooo. Que ya tienes mala experiencia con los conos>>. Culpa mía siempre. Unas por despiste y aquí, por apurar. Pero creedme que el ritmo era de vértigo y había que arriesgar en todo si no querías perder la carrera.

El “tren” me ha dado un buen trayecto. Estoy contenta. Ha sido duro. Con momentos muy malos y sin tiempo de mirar ni una vez el paisaje. Ni evadirse. Había que llevar el cinturón bien abrochado porque la velocidad era altísima y en las curvas peligraba. He ido cambiando de vagón varias veces y hasta he hecho de maquinista. Nos ha pasado algún otro tren a gran velocidad que solo pude contemplarlo; aunque también hice algún que otro adelantamiento. Lo más duro ha sido aguantar la posición durante cerca de dos horas. Que dolor de cuello, de hombros, de brazos… Muy, muy duro. De las piernas ni hablemos. En la mitad de la bici ya notaba como los cuádriceps se empezaban a desgarrar. Notaba como si fuesen hilos que se empezaban a deshilachar. Sabía que era fruto de tan gran esfuerzo. Los aductores se contraían por toda la tensión y los glúteos se engarrotaban. Solo tocaba rezar para poder bajarme y poder correr dignamente después de ese esfuerzo tan estratosférico. 20 vueltas. 80 kilómetros a 40,4km/h de media. Un tramo de viento en contra y otro con viento a favor, aunque ese ni se notaba. Parecía que nunca iba a llegar a su fin. Parecía que nunca iba a detenerse esa peonza. Pero lo hizo. Orgullosa de aguantar la pelea. Orgullosa de conseguir meterme en carrera y por una vez no perder ruedas tontamente. Me ha costado mucho esfuerzo. Por momentos (en cada vuelta me atrevería a decir) he temido perder al grupo. Pero en este mundial no me estaba permitido y lo he conseguido. Por cabezonería diría. Aun así… conseguido. El esfuerzo mental ha sido casi tan duro como el físico. Ha tocado convencerse en cada vuelta que podía aguantar una más. Así hasta la última. Había que estar metida en carrera en cada segundo y no se podía perder la concentración por nada del mundo. Quedaba correr.

 

La T2 se hace dura y vuelven a hacerse presentes los dolores de las heridas. Agacharse, ponerse los calcetines y calzarse se me hizo verdaderamente un suplicio. Sin embargo, ni eso conseguía lamentarme o perder segundos. Y mucho menos rendirme. Salí fuerte. Las piernas estaban muy tocadas, también el hombro. Sin embargo, lo peor resultó ser el controlar la respiración. No quería bajar el ritmo. Aunque no sabía si iba a poder aguantar esa intensidad. ¡Vamos a intentarlo! Ya no hay nada que perder.

En los primeros kilómetros noté que empiezo a tener una sensación de mareo y siento como si perdiese un poco la lucidez. <<!No me hagas esto! ¿Es solo un fantasma que trata de asustarme, o realmente debo preocuparme?>> Era lo que más temía: tenía pavor a que aparecieran esas malas sensaciones en la cabeza a raíz del accidente. Ha sido una semana muy dura. Con mareos, con mucho dolor de cabeza. Lo que no quería era sentir eso en carrera. Me asustaba porque me preocupaba poner mi salud en riesgo. Y es que, entre los médicos que me habían advertido que después del fuerte golpe podían quedar secuelas y gente cercana que me recomendaba no correr por los efectos secundarios, reconozco que con eso estaba un poco asustada. Aunque, por suerte, rápidamente sentí que todo estaba resultando ser puro fruto del esfuerzo del momento. <<Falsa alarma. Seguimos>>.

La carrera a pie se hizo interminable. Parecíamos hormiguitas avanzando por el mismo escenario por el que habíamos volado minutos antes. Esa vez, solo cuatro vueltas, pero os aseguro que parecían mucho más largas. Iba a buen ritmo, aunque por más que me esforzaba no conseguía dar caza a más de dos o tres. No estaba mal. Sin embargo, a las que pasaba, eran prácticamente a las mismas que me sobrepasaban a mí. <<Así no hacemos nada Judith>>. Luchar como lo estaba haciendo ya era mucho y estaba contenta por ello. En cambio, una vez que te ves ahí, siempre quieres más. Y ya que estás buscas lo mejor. Y lo mejor era conseguir el Top20. Aun así, por más cerca que estaba, no lo conseguía. Y finalmente se me escapó. Desgraciadamente, a escasos 400 metros de meta, Heather Jackson me ha dio caza y por pocos segundos, cinco solamente, se me esfumó el puesto 20. No era solo una cuestión de orgullo y satisfacción personal. No era solo conseguir un gran resultado, que era a lo único que podía aspirar. Sino que también era una cuestión de dinero. Hasta el puesto 20 se ganaba algo más. A partir de ahí, todas cobrábamos lo mismo, hasta la última casilla. Seamos realistas: el dinero es importante y es una gran motivación también en carrera. No se puede negar. Es un valor añadido. Os aseguro que después de este maldito viaje (con cancelación de dos carreras, el accidente (como supongo, ya sabéis que la sanidad no es gratuita en EEUU), mil gastos y algún que otro imprevisto más que siempre hay en estos viajes transoceánicos), el dinero hacía mucha falta, jejeje. Pero seamos honestos. Aun así hay que decir que el dinero es secundario. Estoy feliz de mi carrera. De mi rendimiento. De mi lucha y de mi superación después de todo lo acontecido en los últimos días. Y estoy feliz con el resultado. Siendo sincera, no podía aspirar a mucho más. Desde un principio dije que el Top20 estaba muy caro y esa era mi mayor aspiración. Contaba con quince chicas que iban a quedar fácilmente por delante de mí. Y aunque siempre falla alguna de las favoritas, también aparece alguna que no te esperas. Y por supuesto que tenía claro que iba a luchar por estar entre la quince y la veinte. Sé que no tuve buena suerte con caerme días antes, pero también es verdad que otras han tenido episodios parecidos y que no han podido ni siquiera salir a competir: lesiones de última hora, bajo estado de forma, etc. Así que estoy muy contenta de finalmente haber podido competir y vivir una experiencia que ha sido “BRUTAL”.

Realmente he sentido emociones únicas. Pensaba que cosas así las viviría en Hawái, pero este mundial me las ha hecho vivir. Lo ha conseguido. Verme pelear con las mejores, vivir esa experiencia dentro y fuera de carrera… ha sido brutal. Además, vivirlo en un circuito así lo ha hecho aún más emocionante. Todas tan cerca, aunque a la vez tan lejos algunas, jejejeje. Pero poderlas ver tan bien de tú a tú y disfrutar de sus carreras también es genial. Igual que vivir la de los chicos y ver como de igual forma ha sido agónico para ellos. Es qué vaya carrera. Qué dura. Qué larga y qué corta a la vez. Larga porque tanto sufrimiento cuesta soportarlo y corta porque no hay tregua. No da tiempo ni para pensar en vueltas, en números, en distancias ni en kilómetros.

¡QUE CARRERA! Pero tengo que decir que casi ni os la puedo contar. Que por poco ni la puedo vivir. Como bien sabéis, sufrí un grave accidente tan solo hace diez días. Si me permitís os cuento que pasó. Realmente hasta hace unas horas creía que mi crónica acabaría aquí. Sin la carrera.

Empezamos a preparar nuestro viaje a Daytona desde que supe que estaba clasificada. Hace meses. Pero como bien sabéis, el COVID nos lo ha ido complicando todo. En un primer momento nos planteamos irnos vía Méjico y estar allí entrenando quince días por Cancún o Cozumel para poder cumplir con la cuarentena que nos permitiera viajar a USA. Lo teníamos casi listo cuando la PTO, afortunadamente, nos anuncia que me va a conseguir un visado como triatleta profesional y que con eso podemos entrar en EEUU sin problema (yo y mi acompañante). Buenas noticias, cambio de planes. Decidimos aprovechar el viaje a los Estados Unidos y competir también en dos carreras más. Realmente fue idea de Javi Hidalgo, nuestro amigo en Miami. El cual no solo nos iba a acoger en nuestra estancia allí, sino que nos estaba ayudando con todos los trámites: la logística y todo eso… Así que, confeccionamos la ruta definitiva de nuestra expedición. Empezamos viajando a Texas para competir en el 70.3. Desde allí, volaríamos a Miami donde nos hospedaríamos hasta el día 1 (que toca concentrarse en Daytona), después del mundial nos marcharíamos a Florida para competir el fin de semana siguiente en el 70.3 y desde allí a Orlando, donde nos quedaríamos unos días y terminar ahí nuestro viaje por Estados Unidos. Pero… Nada empezó bien. Justo en el momento que embarcábamos en el último vuelo que nos llevaba a Texas, Ironman anuncia que suspende la carrera. A solo tres días del evento. Primer golpe duro. Sin margen de maniobra nos toca llegar a Texas y reestructurar el viaje desde allí. Desmotivador. No sólo costó asimilar la anulación de la carrera (y más como profesional) sino que supuso un palo gordo a nivel económico: pérdida de vuelos, coger otros, perder el hotel, el coche de alquiler, la inscripción (Yo no, porque soy Pro, pero la de mi marido sí)… En fin. Tocaba adaptarse.

Viajamos antes de lo previsto para Miami y nos hospedamos en casa de Javi. Estábamos como en casa: anfitrión de lujo, guía, cocinero, peacer… y lo más importante: un tío de “10”. Ahí se nos pasó rápido la tristeza. Estábamos de lujo. El lugar nos encantaba. Estábamos disfrutando del turismo mientras que, a la misma vez, sacábamos buenos entrenos y seguíamos centrados en el mundial. Ese era el principal objetivo en esos momentos: Daytona.

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Y por raro que parezca. Esa misma semana nos anuncian que el 70.3 de Florida del 13 de diciembre también cae. ¡No puede ser verdad! Aunque realmente se venía venir. Bueno, aquí vamos palo tras palo, pero toca adaptarse y seguir con el gran objetivo: el Mundial de la PTO.

Llevaba días sacando buenos entrenos y motivada al 100% para sacar una gran carrera. Me encontraba mejor que nunca. Además, sentía que el viajar antes me había ido genial para adaptarme al clima y olvidar a tiempo el  jet lag. Pero nuestra suerte iba a volver a cambiar.

Jueves 26 de noviembre, día de Acción de Gracias en EEUU. Acabamos de sacar unas buenas series en mi entreno de bici. Estoy contenta por ello. Además, hemos tenido la gran suerte de ver un cocodrilo en mitad de la carretera y más tarde paramos para ver una cría y la he podido tocar con mis manos. Un gran día. Solo nos quedaba rodar fácil hasta casa, poco menos de 30 kilómetros y marcharnos a celebrar nuestro primer “Thanks Giving” con la familia de Javi. Pero, nunca sabes lo que te va a deparar el destino.

Iba rodando en fila detrás de nuestro amigo Javi. Detrás de mí lo hacía mi marido. Íbamos concentrados con ganas de llegar a casa y luchando contra el viento sobre los 36km/h. Todo iba bien. No recuerdo nada extraño cuando de pronto me despierta alguien que me coge del cuello para estirarme en una camilla. <<¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?>> No entendía nada. Veo que hay un tío vestido de ciclista cerca de mí. No sabía quién era (pero era mi amigo Javi al cual no reconocía). Veo que mi marido está de pie a mi lado con mirada preocupada, pero creo verlo bien. –Menos mal, él no se ha caído– intuí. Veo un policía cortando el tráfico y muchos coches. Muchos servicios de emergencia. No entendía qué había pasado, pero parecía obvio. Veo mi bici tirada en la cuneta. Me viene a la mente que he oído algo como un pinchazo, pero… ¿Cuándo he vivido eso? No lo recuerdo. Siento que me vuelvo a alejar de este mundo. De hecho, siento que me estaba yendo sin enterarme de nada. Sin embargo, alguien parece impedirlo. Un tío me habla para que no me evada. Me pregunta, pero yo no escucho nada. Poco después noto que voy en un vehículo. Pero… ¿Quién me ha metido aquí? ¿Cuándo han hecho esto? Me estoy volviendo loca.  Siento que mi vida se esfuma a intervalos y no me estoy enterado de nada. Me agobio. Todo eso me daba una gran ansiedad. No podía abrir los ojos y no sentía que pudiese ver nada. Lo que quería era buscar en mi cabeza y encontrar mis recuerdos. ¡No los tengo¡ <<¿Dónde estoy? ¿Qué año es? ¿En qué mes estamos?>> ¡No sé nada¡ ¡No recuerdo nada¡ Intuyo que algo ha pasado. Era obvio que me había caído y sabía que había sido en bici, pero no sabía dónde estaba, ni en qué país, ni en qué mes, ni en qué año. Todo era muy extraño. Solo quería averiguarlo. Sin embargo mi cabeza no me daba respuesta alguna y empecé a asustarme de sentir todo eso. <<Pero, estoy viva, ¿no?>>Escucho que me preguntan mi edad. Creo que me la sé y creo que acierto. –“¿Dónde estamos?” pregunto. Me dicen que en Miami. –¿Miami? ¿Qué hacemos aquí?, ¿cuándo hemos venido?, ¿para qué?, ¿por qué? Mientras, siento que me evado pero que vuelvo a la realidad y empiezo a conseguir respuestas (aunque me costaba). Me relajó. Me emociono al notar que de nuevo soy yo. De golpe pregunto en voz alta: –¿Hoy es acción de gracias? Una chica me contesta que sí. Me doy cuenta de que ya no estoy en una ambulancia, estaba en una cama y noto que estoy desnuda. ¿Cuándo me han quitado la ropa? Todo eso era muy extraño. ¿Qué me está pasando? ¿Solo me estoy quedando dormida o me he ido un poco más lejos? Me preguntaba. Pero prefiero no saberlo. Intento relajarme y entonces sí que siento que me duermo. Aunque me fueron despertando varias veces, sin querer: una, noto que me pinchan en el brazo, otras porque noto que me ponen un tubo por la nariz, luego porque me meten en una máquina… Aunque con todo ello no consigo mantenerme despierta. Tenía mucho sueño. Y mucho, mucho frío. De golpe me despierto. Estoy en la habitación de un hospital. Ahí sí que lo veo todo con claridad. Me acuerdo de todo (Bueno, hasta antes de caerme). Mi menté lo último que recuerda es que iba en bici con los dos Javis. ¡Javi!  –grito ¿Y marido? ¿Dónde está? ¿Qué le ha pasado? Me dicen que esta bien y que él también se ha caído. Que le están mirando porque se ha llevado un fuerte golpe en el brazo, pero que por suerte no hay nada roto. ¡Mierda! Se habrá caído por mi culpa. Recordaba que iba detrás de mí. –Quiero verlo. Dije. Necesitaba verlo. Nuestro amigo Javi entra en la habitación. Ahí sí que lo reconocí. Menos mal. Me sentía mal por ello. Después de todo lo que estaba haciendo por nosotros. Se me acerca y me hace una videollamada con Javi que estaba en otra sala y entonces lo pude ver. Y me veo yo. ¡Dios mío! –Me falta media cara. ¡Que horror! Sabía que me dolía todo. Sentía que me había hecho mucho daño. Sin embargo, verme con media cara ensangrentada me hizo pensar que el golpe había sido muy fuerte. Pero ya estoy aquí, me dije. Y lo mejor era que Javi estaba bien, también.

Los médicos me proponen quedarme un día más en observación y me advierten que, aunque las pruebas han salido bien, a veces las cosas se pueden complicar. Aun así, firmo mi consentimiento para salir del hospital. Solo quería irme para casa. Tenía frío. Tenía ganas de lavarme, de ducharme. Quería dormir y no despertarme hasta que esa pesadilla se hubiera esfumado.

 

“Soy Javi. Marido de Judith. Triatleta amateur, y el que en adelante os va a narrar la parte que os falta. Y lo voy hacer por necesidad de sacar lo vivido, lo que sentí en cada momento durante esas tres horas, en las que mi mujer, tuvo esas lagunas de memoria.

No me extiendo. Íbamos en fila. Javi en primer lugar, Judith (acoplada) y yo detrás, también acoplado. La velocidad, no era muy alta, exactamente no os la podría decir, lo que sí que puedo deciros, es que volvíamos suave. Íbamos felices de haber visto cocodrilos y ansiosos de celebrar nuestro primer thanks giving. Alzo la mirada. Veo como Judith percibe algo y levanta su brazo derecho del acople. En ese momento su rueda delantera gira de forma brusca a la izquierda “debió haber topado con algún objeto de una forma totalmente sorpresiva”. Judith, no tiene margen de maniobra y cae de forma parabólica en la misma dirección en la que íbamos. La caída no la llego a ver, pero sé que es fuerte. Muy fuerte. Intento no pasar por encima de mi mujer y, aún acoplado, muevo el cuerpo hacia la derecha pasando por encima de su rueda trasera y cayendo de espaldas a la calzada. El golpe fue fortísimo. Estoy tumbado en medio de la vía, dolorido y sin poder respirar. Alzo la mirada y la busco a ella. La veo a un metro aproximadamente de mi. Sus ojos, medio abiertos, no miran a ningún lugar. Tiene el rostro ensangrentado y de sus labios cae un reguero de sangre. <<No puede ser. Tengo que levantarme>>. Sigo sin apenas poder respirar. Sé que es del golpe y que poco a poco me irá saliendo ese aliento que tanto necesito para ir junto a ella. Sin pensarlo me intento levantar. Javi me grita: <<que hago>>. –Llama a la policía y a una ambulancia. Le digo.

La vista se me nubla. No veo y vuelvo a caerme hacia el arcén. Tengo ganas de vomitar. Mi mente va a mil. Necesito verla. Necesito ponerme bien. ¡Ya!

Un hombre, pregunta: –¿Necesitáis algo? –Le digo: “Agua, agua”. Deja en el suelo dos botellines. Cojo uno con mi brazo derecho, pero, cuando lo intento abrir, me doy cuenta que algo malo tengo en el hombro. No puedo soportar el dolor. Vacío como puedo todo ese botellín de agua sobre mi cabeza. Ahora sí. Parece que mis constantes vuelven a su sitio. Me acerco a ella. Me tumbo a su lado. Le miro la lengua. Miro su respiración y observo su mirada. La cojo poco a poco: “Cariño soy yo. Mírame” –le digo. Parece que reacciona. Su mirada sigue en otra dimensión, en ese lugar donde quiero llegar. La consigo incorporar. Le miro la cabeza. Parece que no tiene ninguna herida sangrante y hago algo que, pensado fríamente, no debía haber hecho. Le quito el casco para poder enfriar su cabeza con agua, como anteriormente había hecho conmigo mismo. Fija su mirada en mí y, de repente, la cambia y observa el entorno. No dice nada. Está calmada. Su rostro me preocupa. En cuestión de dos minutos su cara se ha inflamado muy rápido. Tengo claro que puede haber sufrido una conmoción cerebral fuerte. Eso me preocupa. Y mucho. Tengo miedo. Llegan policías y bomberos. Y, a los diez minutos, los sanitarios. En todo ese transcurso de tiempo me quedo a su lado. Mirándola. Intentado razonar con ella. En no menos de 10, 15 ó 20 ocasiones, me pide que le explique dónde estamos. Que le explique qué ha pasado, quién es toda esa gente, por qué estamos en Miami… Una vez le contesto, aparta la mirada de la mía, vuelve a mirarme y, de una forma muy pausada y tranquilla, me repite las mismas preguntas. Las que yo, incansable, le contesto una y otra vez. Un bombero me coge a parte cuando a Judith le estaban colocando la tabla espinal y el collarín. Me informa que la van a llevar al hospital ya que deben realizarle pruebas. Le digo que no hay problema pero yo voy con ella. Me dice que no. Que por la pandemia del Covid no está permitido trasladar a familiares con los enfermos. Le digo que yo también me he caído y que, de ser así, también quiero que me trasladen para poder hacerme pruebas en el mismo hospital. Me comentan que deben activar a otra ambulancia. Lo siento, pero hasta aquí hemos llegado. Les pido de buenas formas que no pienso separarme de ella. Que haré lo que me digan. Que no controlamos el idioma y que tengo que ir con ella, pase lo que pase. Finalmente, gracias al buen trato con mis compañeros policías, me hacen un hueco en esa inmensa ambulancia y me trasladan con mi mujer.

Sin poder verla, la introducen en una sala y a mí me informan que debo esperar en una salita. Unos cuarenta minutos más tarde, una doctora me dice que Judith está bien. En un principio no tiene lesión interna y que en un rato la podré pasar a ver. Ahí sí lloré. Y mucho. Estaba muy asustado. No quería, pero en mi mente había un pensamiento malo que me decía que me podía quedar sin ella, sin su presencia, sin nuestros día a día. Y no podía soportarlo“.

Javi Cano.

 

Los días siguientes fueron muy duros. De pena. Como podéis imaginar porque seguro todos habréis pasado momentos tan duros como el mío. Las heridas son horribles. No dejan descansar, no dejan dormir y no dejan estar cómodo en ninguna posición. Los dolores eran muy fuertes en varias partes del cuerpo. Sobretodo el hombro donde me llevé un fuerte impacto. Pero la peor parte era en la cabeza. El dolor intenso no desaparecía y era como si algo no parara de dar vueltas dentro de ella. Y eso, además de molestar, me asustaba. ¿Estaría todo bien? Suponía que después de un golpe tan fuerte era normal. Era tanto el dolor de la cabeza como el de pómulo, y el de la sien. Así que solo quedaba pasar el día en cama, descansar, recuperar y comer puré porque ni si quiera podía masticar con normalidad ni abrir mucho la boca por el dolor de la mandíbula. Los días pasaban muy lentos. Se hace muy duro cuando estás así. Pero a la vez pasaban muy rápido. Rápido porque el tiempo se acababa. Se acercaba la hora de competir y la mejoría era lenta día tras día. No sabía si llegaría. No sabía si sería capaz de hacerlo, pero quería intentarlo. Me despertaba cada día con la ilusión de poder conseguirlo. Sin embargo, cuando sentía que solo ir hacer pipi se convertía en una odisea, me costaba creer que pudiera conseguir algo más que eso.

(si no os importa, me he ahorrados todas las fotos desagradables del accidente y la recuperación)

 

Tocaba intentarlo. Tocaba empezar a probarse y lo fui haciendo muy poco a poco. Apenas nada en esos diez días. Además, sentía que todo lo que hiciera restaba más que sumaba. Cada día tenía más claro que iba a estar en la línea de salida, pero a la vez no veía nada claro poder correr con garantías, poder acabar la carrera. Me sentía débil, sin fuerzas. Con falta de energía y reconozco que de pundonor. El cuerpo estaba muy mermado y costaba pedirle a la cabeza que hiciera un esfuerzo estratosférico.

Estábamos a sábado. A menos de un día de mi carrera. Pero ese día, el protagonista era Javi. Hoy le toca a él competir. Me había suplicado que no fuera a verle, que descansara. Pero como comprenderéis, no podía quedarme tumbada en la cama del hotel mientras él competía. Fui a verle, a animarle y a esperarle llegar a la meta. Se lo merecía y yo quería estar allí. Él sufrió mucho con nuestro accidente. Sé que más por mi que por él, pero os aseguro que él también estaba muy dolorido. Así que no podía fallarle ese día. Debía estar a su lado como él ha estado en todo momento por mí. Priorizando mis cuidados a los suyos.

El sábado tarde fue duro. El dolor de cabeza no se me iba. Llevaba así un día entero. Me preocupaba. Me entristecía. Y realmente no veía la hora de salir a competir.

Ahora sí. La historia acaba aquí. Nuestra odisea por las Américas llegó a su fin. Siento a ver sido tan trágica, pero así fue nuestro viaje. Quiero hacer una mención especial a nuestro amigo Javi por cuidarnos tanto y preocuparse por nosotros en todo momento.

Acabó esta temporada. Una temporada tan atípica pero con la satisfacción de haber logrado correr en un mundial inigualable. Tan solo tres carreras este año, pero con una primera inolvidable en la que conseguí el pase a Hawai y con una última para enmarcar.

Todo ello lo mejora el hacerlo al lado de mi gran apoyo: mi marido. Y la suerte de tener grandes patrocinadores y contar con toda esa gente “increíble” que me ayuda sin pedir nada a cambio.

Gracias a mi familia por apoyarme siempre. Sé que os he hecho sufrir en esta última aventura más que nunca. Y lo siento.

Gracias a todos los que me apoyáis día a día: en los momentos buenos y en los no tan buenos. Y gracias por vuestra admiración y cariño.

Gracias a Iván, mi entrenador, por guiarme un año más. Por sacar lo mejor de mí y motivarme tanto.

¡A ver que nos depara el 2021!    Suerte a todos.

 

 

02:30 de la madrugada. Insomnio post carrera. Ya lo había olvidado. Pero, bendito sea. Que ganas de volver a escribir y contar una carrera. ¡He (hemos) vuelto a competir!

 

Y aquí va la crónica…

Cuando por la tarde, antes de competir, te encuentras, en tu mismo hotel, a tus padres por sorpresa… ya sabes que las cosas van a ir bien.

Sí! Ella es mi madre!! (foto: Cris Guerrero)

 

Esta carrera no estaba planeada. No nos engañemos. No la había preparado. Aún estoy saliendo (o espero estar saliendo ya) de una lesión que me ha dejado meses sin correr y sin poder coger la cabra. Y eso, sumado a la falta de carreras por la pandemia, ha hecho que mi estado de forma no fuese óptimo. Falta de volumen, falta de ritmo, no haber podido seguir una planificación estricta y adecuada a la carrera, dejarme un poco con la dieta, etcétera… No quiero poner excusas, nunca lo hago, pero tengo que ser sincera y poneros en la situación real. No digo que no estuviera para competir, podía hacerlo, pero no me sentía al 100% y quizá en otras circunstancias no lo hubiera hecho. Normalmente vas a una carrera porque quieres, porque te sientes fuerte y con energía para lograr tus metas. Sin embargo: ¿no crees que tu meta ahora es volver a competir? – me pregunté a misma.

 

Ese motivo fue suficiente para que dos semanas antes decidiese estar aquí. Iván me dio el visto bueno. Aunque el que me acabó de convencer fue Diego (de Planeta Triatlón). Lo hizo a través de Rocío haciéndome saber que la PTO iba apoyar el evento. No les podía fallar, a ninguno de ellos. Ni a mis patrocinadores que siguen ahí, al pie del cañón y que se merecían que yo también lo estuviera. Y por supuesto, a mí misma. ¡Qué eres triatleta, joder! ¡Qué eres deportista! ¿Compites solo para ganar… o porque te gusta esto? No tenía que convencerme de nada (bueno, un poquito sí. Jejejeje) Pero no es fácil cuando te gusta dar lo mejor de ti. Y en esos momentos sentía que no lo tenía. Sobre todo cuando la lista de inscritas me hacía difícil luchar por el pódium y cuando, la semana de antes, tenía planeado un viaje a Dolomitas con mi marido (por puro placer).

 

Por supuesto, no dejamos de hacerlo, pero la carrera lo condicionó inevitablemente. Intentamos (y no digo que lo consiguiéramos) cuidar un poco más la dieta. Lo que si conseguimos fue meter un poco de carrera a pie y buscar una piscina para, al menos, tocar agua dos de esos ocho días. ¡Aig! Si es que no tenemos remedio. El triatlón corre por nuestras venas.

Por si fuera poco, tanto los medios de comunicación como muchos triatletas me daban como favorita. Se agradece. –Sin presión eh !Buf!– Pero cómo les decía yo, a muchos amigos y compañeros, que no entendían porqué iba como favorita sabiendo de mi lesión y de mi estado de forma…: me lo había ganado a pulso. Mi trayectoria, y sobretodo mis resultaos del 2019, habían hecho que me ganara la condición de favorita y esa etiqueta era algo que debía aceptar. Lejos del peso que supone, tenía que valorar la parte positiva de ello e intentar defender esa condición por muy difícil que fuera. Y ojalá siga partiendo como favorita en muchas carreras. Eso será una gran señal para ver que las cosas van muy bien.

 

Os lo tengo que agradecer. Os quiero agradecer a todos los que apostabais por mí y confiabais en mi victoria. Eso es muy gratificante para mí. Me alagaba un montón leer eso en los días previos y solo por eso ya me sentía una afortunada de poder volver a competir. Y es que, sin duda, lo más bonito fue volver a sentir el cariño de toda la gente. Y de todos los vascos que siempre se vuelcan conmigo. Fue un regalo empezar a recibir tanta cantidad de mensajes los días antes de la carrera. Mensajes de gente que me escribía porque se había alegrado mucho al saber que finalmente iba a competir. Me decían que irían a verme, a animarme, a saludarme… No paré de recibir mensajes de ánimo y sobretodo mucha gente me escribió para ofrecerme su hospitalidad, para hacerme de chofer, de guía, por darme un masaje en su consulta… Era abrumador ¡Gracias a todos! De corazón.

 

Todo eso me hizo darme cuenta de cuánto echaba de menos competir. Y de qué hice bien en estar ahí. Fue realmente emocionante encontrarme con tantos amigos, compañeros, afición, speaker, organización, árbitros… Sí, a los árbitros también se les quiere y se les he echado de menos. Somos personas y el reencuentro con alguno de ellos fue realmente emocionante, como con Marta, que hasta fue inevitable estrujarnos fuerte los antebrazos. O el poder darle un abrazo a Javier Berasategui. Cómo me alegró volverle a ver. Aun me emociona recordar ese momento. Hay que celebrar la vida ¡joder!

 

Lo sé. Las medidas de seguridad fueron, como debe de ser, muy estrictas, y felicito a la organización por todo ello. Gracias a todo eso estamos compitiendo de nuevo. Sin embargo, os mentiría si no os digo que algún abrazo fue inevitable. Fue con mascarilla, tres capas de ropa y aguantando la respiración (jejeje), pero los hubo. Me quedo con el de Aida. No había mejor reencuentro que volver a verla compitiendo y hacerlo juntas de nuevo.

 

Sí. También hubo carrera. Ya empieza.

 

La salida fue en formato contrarreloj cada 3”. Yo salía la segunda detrás de Eva Valero. Así que tenía a todas las triatletas en modo persecución. Que agonía saber que te vienen todas a escasos segundos por detrás intentándote dar caza. Eso si que es presión y no lo de “favorita”. Ahora entiendo al pobre Pello que partía con el dorsal 1 con toda la tropa detrás. Era como estar en un videojuego y ver que te persigue el come—cocos. ¡Qué tensión!

 

La natación fue limpia. A pesar de nadar en la ría (Jejejeje). Fui adelantando a muchos chicos elite sin problema y a pesar de no tener referencias intenté nadar fuerte para mantener mi ventaja. Sin embargo, cuando salí del agua, vi que Anneke Jenkins ya me había tomado la delantera y yo ni me había dado cuenta de su adelantamiento. ¡Guau! Y quizá salió un minuto detrás de mí. ¡Que no cunda el pánico! Venía preparada para esto.

 

El pánico cundió cuando tocó hacer una transición sin sentirme las manos y los pies. Eso es un puro suplicio (por más que lo vivo no me acostumbro a ello): conseguir meter los dedos de los pies en los calcetines, conseguir abrocharme el caso y conseguirmeter los pies en las botas, en marcha, es la auténtica prueba de fuego del triatlón.

Reconozco que el frío fue menor del que esperaba. Sabía que en carrera siempre es soportable y decidí no taparme. Hice bien. No pasé frío. El único problema es que mis manos y pies nunca vuelven del todo a recuperar la sensibilidad y eso me dificulta un poco las cosas. Me costó beber y comer por la falta de precisión y fuerza en las manos. Y me costó frenar y tener tacto con la bici. Y es que, aunque la lluvia también nos respetó bastante, la carretera ya estaba muy mojada y junto a las hojas de pino (y otros árboles) que había, el piso se puso un poco resbaladizo. A mí eso me acojonaba. Y no era una carrera en la que sentía que quería arriesgar tanto como para jugarme el tipo. Además, ver como a algún chico le patinó la bici o le tambaleaba delante de mis narices, hizo que aun tomara más precauciones.

(Foto: Susana Etxebarria)

A pesar de no arriesgar bajando, sentí que iba fuerte. Al menos intenté darlo todo en los llanos y subidas. Me motivó pasar a Anneke sobre el kilómetro 12 y luchar en solitario. Eso era buena señal. Había pasado a muchos chicos elite en el aguay todo el resto de competidores venían muy cerca por detrás. Y ver que iba luchando la carrera prácticamente en solitario y que no me daban caza era buena señal. O eso creía. Realmente iba muy forzada, tanto de cardio como de piernas, pero debía luchar en ese sector si quería estar dentro de carrera y pelear por los puestos de cabeza. Sabía que corriendo iba a tener pocas opciones y había que intentarlo en la bici.

 

No me sentí ágil, no acababa de notar que la cosa fuera fluida en mi pedaleo y en mis sensaciones. Sin embargo, sentía que iba fuerte, que seguía cazando elites y que otros nunca se acababan de ir. A algunos les daba caza en las bajadas y eso hasta me hizo creer que iba bajando muy bien ¡Qué ilusa!

(foto: Gonzalo de las Heras)

 

El kilómetro 63 me devolvió a la realidad. En ese momento me pasó un grupo de unos 8 participantes donde iban Laura y Anneke. Me sorprendió, la verdad. Me descolocó. Y no os voy a negar que me desmoralizó. Estaba viviendo una realidad distinta. Mi cabeza estaba compitiendo en una carrera totalmente diferente y me frustró la sensación de haber hecho un gran esfuerzo en balde. Entre el estupor y el no querer pecar por meterme en zona drafting, vi como se iban alejando sin más con todo el grupo. Me faltó decirles adiós con la manita. Poca picardía la mía quizá.

 

Quizá el exceso de respeto en las bajadas me hizo perder tiempo. No lo sé. O simplemente es porque también están más fuertes que yo en bici. Lo más probable. Y con esos pensamientos me tocó lidiar en los últimos kilómetros donde el viento en contra me lo puso difícil e hizo que ese tramo final se hiciera muy largo.

 

 

Tocaba afrontar la carrera a pie. Se me hacía larga solo de pensarlo. –vamos a ver cómo podemos defenderlo– me dije a mí misma. Estaba claro que, con el ambientazo y la entrega del público en las carreras vascas, la cosa se pone mucho más fácil. Y es que, si creéis que el frío, la lluvia, el viento o la pandemia les condicionó, estáis muy equivocados. Al contrario, salieron con más fuerza y ganas a la calle para volcarse con nosotros. En el momento que empecé a correr y pasé por delante de ellos ya sentí como subían los decibelios. No hay mejor placer, os lo aseguro. Es indescriptible esa sensación de notar como sus gritos te empujan, como se unen a ti, a tu esfuerzo. Una tiene que tratar de controlar esa emoción.

 

No me bajé a correr tan lejos de la cabeza. La gente me gritaba que a un minuto y escasos segundos (y a saber cuánto tiempo más tras la diferencia de la salida). Tuve el impulso de intentar ir a por ellas. Era yo la que tenía la posibilidad de darles caza, pero sentía que no había de dónde tirar. Iba forzada, con el pulso muy alto y sin saber cómo iba a responderme la lesión y “las patas” a medida que pasasen los kilómetros. Debía ser algo conservadora. Al menos al principio. Y asegurarme que podía completar la prueba. Era mi principal objetivo. Además, la ventaja por detrás era grande. Aída, Guru y el resto de chicas venían lejos. Guru venía muy fuerte, estaba segura de que algo le debía haber pasado para estar tan rezagada. Así que era importante correr con cabeza y asegurar ese puesto tan valioso en ese momento. Y más, dadas las circunstancias. Lo único malo, o la única extraña sensación, era sentir que ya estaba fuera de carrera; que poco podía hacer. Entonces… es cuando te acomodas ¿Cómo somos, eh? Siempre queremos lo difícil. Nos va el riesgo.

(foto: Ion Zagusti)

 

Me limité a mantener el tipo. A llevar un ritmo que me permitiera no desfallecer. Traté de disfrutar del ambiente para hacer que los kilómetros fueran más llevaderos. Y es que realmente, mientras corría, valoré lo importante que era el volver a estar compitiendo de nuevo. Me di cuenta que estaba participando en un campeonato de España de Media Distancia. En una carrera de un gran nivel donde, en muy pocas ocasiones, se ha visto algo igual. Parecía que estaba en el paseo de la fama: Javi Goméz Noya, Godoy, Gustavo, Morenito… Anneke, Guru, Aída, Laura…Y Marcel Zamora entre el público. Y es que sentí que además había algo especial y que, por muy tocados que fuéramos, nos íbamos alentando todos con un grito o con un simple gesto o mirada. Y es que el circuito nos permitía vernos en todo momento. Y eso es un lujazo. Sobre todo el poder cruzarme en cada vuelta con Javi y ver lo bien que iba. Realmente estuve muy distraída. Hasta me pasó una cosa curiosa: Y es que no sabía que Eneko, con el que coincidí en el campus de Lanzaorte, tenía un hermano gemelo que estaba viendo la carrera. Pues no sabéis la paranoia mental que me hizo al ver en la primera vuelta a “Eneko” en el público preguntarle con un gesto si estaba bien y después verle corriendo en las vueltas siguientes. Aig Dios mío. No entendía nada. Aún me estoy riendo sola.

Me costó entrar en carrera, pero en la última vuelta no quería que se acabase. Estaba disfrutando mucho y no quería que aquello finalizara. Quería saludar a todo el mundo. Quería agradecer todos aquellos ánimos. Agradecer a mis padres, a Cris e Isa, Itsaso e Iña, Raquel e Iker, Mikel, Alberto…., a muchos, a una larga lista de personas que me ofrecieron tantos ánimos. A muchos no pude verlos, a otros solo conseguí oírles. Y como me pasó con Helene y Axi que, en la última vuelta, sí conseguí localizarles y pude lanzarles un saludo. ¡Que ilusión! Aunque me quedé con ganas de charlar un rato con ellos y saber como estaban.

 

Y finalmente, llegué a la meta. Tercera posición en carrera y segunda en el Campeonato de España. Satisfecha con el resultado y contenta con mi rendimiento. Felicitar a Anneke y Laura por su gran carrera. Sinceramente: ni estando al 100% hubiera podido con ellas, fueron muy superiores. Felicitar al resto de triatletas por defender una carrera nada fácil por las condiciones meteorológicas. A la organización y la FETRI por el gran trabajo. Y a la PTO por su gran apoyo.

 

 

El final de esta historia tiene un final feliz. Todos sabéis el desenlace. Conseguí el slot para Kona. Pero como toda historia, no solo tiene un final, así que, empecemos por el principio.

 

Debo remontarme meses atrás para contaros todos los detalles. Y es que una carrera no es solo la consecuencia de un día, sino de muchas semanas de trabajo anterior. Reconozco que ha sido la carrera que más me ha costado preparar. Preparar un ironman para la primera semana de marzo, es muy duro y arriesgado, e implica muchas cosas. Empecé a entrenar de nuevo a finales de noviembre. Así que pasé de la pretemporada a tener que preparar un full distance en apenas dos meses. Me costó mucho. No lo vi claro en ningún momento. Sentía que necesitaba más tiempo para coger la forma, para coger fondo, para coger ritmo, para bajar de peso, para sumar kilómetros, para sumar horas de entreno… Las semanas iban pasando y yo no acababa de ver que pudiera llegar con garantías a esa carrera. ¡No me salían las cuentas! Quedaba poco tiempo y no veía donde íbamos a meter toda esa preparación. Necesitaba empezar hacer entrenos largos tanto para coger la forma física como para sentirme segura de “coco”. Pobre Iván, como le he apretado con este tema. Como el me decía: “no podemos llegar al 100% a esta carrera, pero si que podemos hacer lo posible para llegar con garantías y sin quemarnos”. Que razón tenía. – << ¡Gracias Iván, lo conseguimos! >>.

 

Uno de los motivos que más me inquietaba era que Javi no pudiera acompañarme. Se le complicaban las cosas en el trabajo. Mi padre estaba dispuesto a acompañarme (bueno, más bien mi madre dijo: << si Javi no puede ir, tu padre te acompaña >> – jejeje.) Siempre están ahí los primeros y se lo agradezco, pero era un viaje que quería hacer con mi marido, con mi mejor compañero. Más que nada porque mi padre se pensaba que solo había que irse cuatro días. – Jejejeje – <<Papa, eso es lo que tardas en el viaje, y solo el de ida.>> Os aseguro que el hecho de que no viniera Javi me entristecía mucho, hasta el punto de que había decidido no ir si él no venía (guardé el secreto para mi por eso). Es cierto que yo había elegido esa carrera. Era el primer ironman de la temporada y debía intentarlo desde el principio. Estaba dispuesta a hacer una gran apuesta y un gran sacrifico en muchos aspectos para empezar la temporada tan pronto y tan lejos. Para luchar por un sueño. Además, tenía la esperanza de qué el hecho de elegir esta carrera, al ser tan temprana y tan lejana, el nivel no fuera tan alto. Sin embargo, me equivoqué. La lista de salida era muy numerosa y de un gran nivel. Muchas habíamos escogido Nueva Zelanda para luchar por el slot, o con suerte, pelear por dos en vez de uno (era lo único positivo de ser tantas, tendríamos una plaza más). Así que las cosas parecían ponerse aún más difíciles. Esta claro qué quién no arriesga no gana. Pero no me iba a meter ese viaje, duro y costoso, sabiendo que las probabilidades de conseguirlo eran realmente pocas.

 

Finalmente, Javi pudo venir y eso lo cambio todo. No sabéis el sacrificio que hace para poder acompañarme. No solo currar muchas horas y días para librar los del viaje, sino que siempre antepone mis planes a los suyos, sean cuales sean. Ahora el objetivo no era el mero hecho de competir, sino de viajar con mi marido a un país que estábamos deseando visitar. Así que las motivaciones aumentaron y fuera cual fuese el resultado, ya no me quería perder ese viaje.

 

Trabajé muy duro para llegar en buen estado de forma. Hice grandes esfuerzos. Así lo siento. Costó mucho entrenar en invierno, con frío. Por eso hice un par de escapadas a Lanzarote, para que el clima ayudara hacer los entrenos más amenos. Eso, y entrenar en compañía, que siempre es más llevadero. El stage en Lanzarote con Saleta me ayudó mucho. No solo porque conseguí sentirme bien físicamente, sino porque a nivel anímico me motivó mucho (bueno, nos motivamos mutuamente, cosa que me alegro). La verdad que ha sido una persona muy importante en la preparación de esta carrera y estuvo apoyándome hasta el final. Literalmente, porque se trago toda la carrera y no paró de mandarme ánimos. – << ¡Muchas gracias Saleta! >> -. Además, nos vimos también en Nueza Zelanda pocos días antes de la carrera. Fue genial compartir otro día juntas. Por cierto, gracias a Javi y Anneke por abrirnos las puertas de su casa. Fue un día espectacular. Y como me dijo Saleta: “Javi te traerá suerte”. Vaya si lo hizo. Además del regalo que fue pasar un día con él.

Sin dejar de pensar en la carrera, íbamos disfrutando de los encantos de la isla y de paso, combatíamos el jet lag manteniéndonos activos (tanto al cuerpo como a la mente). Porque lo más duro es ver como van pasando los días y no acabas de sentir que te has aclimatado, que tu cuerpo ha cogido ese nuevo ritmo y que parece que sigue encastrado en el pasado. Es que adelantarlo de golpe 12 horas, no es nada fácil. Hasta el día de antes sentía que tenía mucho sueño durante todo el día. Es más, me pasé los dos días previos durmiendo. No era capaz de mantenerme despierta. Y sentía en mi interior como un pequeño vaivén constante. Hasta la propia mañana de la carrera me sentía mareada. Lo noté calentando, mientras corría un poco antes de empezar. Pero, fuese como fuere, llegaba la hora de competir. A pesar de esas pequeñas extrañas sensaciones, me sentía fuerte. Había conseguido llegar en muy buen estado de forma y era el momento de demostrarlo.

 

7.50h del sábado 7 de marzo. Empieza el ironman. Empieza mi primera carrera de esta temporada. <<¡Aig Judith! ¿te acuerdas de como iba esto de competir?>> Es que después de tantos meses… Pues suena el cañonazo de salida y no queda otra que averiguarlo. Recibo unos cuantos golpes (sin maldad), éramos muchas la que queríamos estar delante. La agonía y el ansia por colocarnos bien me agobia un poco, así que decido quedarme atrás. Noto que el grupo se compacta con unas cinco o seis integrantes y yo soy la última. Veo que en él esta Radka y Meredith << buena señal >>, (son grandes nadadoras), McBride y Mccauley (que nadan como yo). Genial, este era mi grupo. ¿Y Adams? ¿Dónde estaba? En la salida vi que se colocó a la izquierda del todo, muy separada del resto. Yo opté por pegarme al grupo porque sabía que a ella no podía seguirla. Así que, no valía la pena arriesgar y quedarme cortada por ello. Pero ¿se había escapado tan rápido?

 

La natación fue bastante cómoda. Apenas levanté la cabeza. Me limité a seguir los pies. No es fácil, hay que estar muy atenta. Pasa como cuando vas en bici a la cola del pelotón. A tramos vas muy cómoda y tienes que llevar cuidado de no comerte al de delante cuando hay un frenazo, y al revés, tienes que apretar cuando arranca o después de cualquier cambio de movimiento porque como te despistes, te quedas cortada.

 

Se nadó muy bien en el lago de Taupo. Aunque se notaba algo de corriente y olitas y eso fastidia mucho tratándose de un lago. Sin embargo, tuvo dos cosas muy buenas: la primera es que el agua era cristalina y era una gozada ver todo y la segunda, es que teníamos una boya numerada cada 150 metros, más o menos. Así que solo había que ir viendo el numerito e ir haciendo cálculos. Al llegar a la última boya empezó el estrés de nuevo. Todas queríamos colocarnos bien para salir delante y no correr el riesgo de quedarse cortada en la transición. Recibo muchos golpes y no puedo más que adelantar a una, pero me dejo la vida en la larga y dura transición (más de 500 metros y con subida) para ganar algún puesto. Los voluntarios no me dan mi bolsa y pierdo unos segundos en recogerla del suelo. Dejarme que haga un inciso, es la mejor carrera que he visto en cuanto el trabajo de los voluntarios en cantidad, calidad, amabilidad… Increíble. Tanto es así que quieren cuidar todos los detalles y en vez de coger tu la bolsa, avisaban cuando estabas llegando del dorsal que llevabas y te la daban en mano. Pero en este caso, con tantas saliendo del agua a la vez, fue difícil, y me tocó a mi. ¡No importa! Conseguí coger el grupo y en la misma transición soltamos a Radka y otra rival. Genial, Meredith, McBride y Mccauley. Meredith tenía slot, el resto, lo queríamos. La cosa se ponía interesante.

 

Empezamos los primeros kilómetros muy fuerte y veo que McBride se empieza a descolgar. La adelanto para coger a las otras dos pero, nunca lo consigo. Estuve cerca, en más de una ocasión. Sin embargo, nunca lo llegué a conseguir. ¡Aj! Siempre lo mismo, consigo empezar la bici con ellas, pero eso, solo soy capaz de empezarla con ellas.

 

Tuve varios momentos de lograrlo. Es más, en el giro casi lo consigo. Donde veo que McBride se queda y Radka ya venía mucho más atrás, <<que raro>>. Pero de nada me sirve abrir hueco por detrás, si también lo abro por delante. Lucho unos 20 kilómetros con mucha fuerza para intentar alcanzarlas y ahí es cuando me digo: “Judith, esto no es un triatlón olímpico, así que levanta el pie”. Era un ironman, 180 kilómetros. Debía regular si quería sobrevivir. Aunque cuando te estas jugando tanto, sientes que tienes que arriesgar más que nunca. Parecía que el slot iba a ser para Mccauley y si por suerte había dos, iba a ser un duelo entre McBridge, Radka y yo. Por cierto, pensaba que Adams se había retirado porque me parecía imposible no haberla visto en el giro. <<¿Tanto nos había metido?>> Pues sí, dos minutos en el agua y nos iban a caer más de 20 en la bici. Increíble. Suerte que ya estaba clasificada.

 

Ahora empezaba realmente la carrera. Cojo mi ritmo. Es rápido, pero no me siento bien. Sigo mareada y me noto incómoda en todo momento. Ida, perturbada y eso me inquieta. No sé como controlarlo, como disimularlo o como conseguir que desaparezca. Decido bajar un poco el ritmo, aunque no sirve de nada. La consecuencia fue perder un puesto y que McBride me adelantara. Intenté seguirla, pero lo único que conseguí fue desgastarme aún más y frustrarme. Frustrarme mucho. Tanto, que mi cabeza solo piensa en retirarse desde el kilómetro 50. No estaba bien, estaba muy mareada, me preocupaba. Me asustaba. Y no conseguía atenuarlo. Quería luchar, me encontraba fuerte físicamente. Sin embargo, mi cabeza no me apoyaba. Solo tenia ganas de plegar. De bajarme de la bici. De dejarlo.

El calvario empezó muy pronto. No llevaba ni dos horas de bici y ya sentía que no podía con ello. No podía con la carrera, me estaba superando la situación. Simplemente sentía que no tenía ganas de sufrir, veía que no era capaz de pelear como otras veces. Mi cabeza no quería luchar. Me decía que lo dejará y que, además, tenía motivos suficientes porque realmente no me encontraba bien.

 

Intentaba deshacerme de esos pensamientos, pero todo mi esfuerzo era en balde. Pensaba en lo mucho que había sacrificado por estar allí, pero eso no me importaba. Yo misma me decía: “todos tenemos un mal día y no tienes que justificarte”. Ya que el daño que pudiera hacerme a mi misma no me importaba, busqué otros motivos de más peso. Pensé en Javi, él si que me importaba. Él se merecía que luchara, que no me rindiera, que lo intentase. Había hecho lo imposible por estar allí conmigo, por venir y ayudarme a conseguir mi sueño. <<tranquila, él lo entenderá Judith, no te preocupes>> – me convencía. “Y tu familia, y toda esa gente que esta pendiente de ti y está trasnochando por verte, por animarte, por mandarte fuerzas…”“Y tus deportistas, ¿este es el ejemplo que le das?” ¡Gua! ¡Que duro! Me enfadé mucho. Me enojé conmigo misma por mostrarme tan derrotista. Realmente me destrocé la cabeza. Me pasé horas peleando con mi interior, discutiendo con mi falta de entereza. No podía dejar que me superase esa actitud, pero no podía con ello. Tenía ganas de llorar, de llegar hasta donde estaba Javi y decirle: “Lo siento! Perdóname, pero no puedo! Y no tengo fuerzas”.

 

“Decidido. En el paso por boxes me paro. No puedo con esto. Lo tengo claro.” Así que, sin dejar de sufrir, sigo pedaleando con la seguridad que me retiraba. Estaba muy triste, pero al menos me calmó el haber tomado una decisión. Sin embargo, al hacer el giro en el paso por vuelta, Javi me anima y no soy capaz de pararme. Al menos no allí mismo, no en ese instante. Sigo. Sigo, pero solo para buscar otro momento y otro lugar más apropiado para detenerme. Sin embargo, no puedo. No puedo fallar a los míos. Se me cae la cara de vergüenza al pensar en ellos. Me ridiculiza el hecho de salirme de la carrera y plantarme ahí delante de Javi. Me podía mucho el hecho de verme dando explicaciones a todos y realmente sentir que no eran motivos de peso suficiente.

Puede sonar exagerado, pero realmente lo pasé muy mal. Estuve más de cuatro horas luchando contra el demonio. No pudo conmigo, pero me desgastó mucho. No conseguí evadirme ni un solo kilómetro. Solo me decía: “uno más y para”. Así constantemente. La gente siempre te pregunta: “¿en qué piensas cuando estas compitiendo?”. La respuesta siempre es la misma: “en nada, en la carrera simplemente”. Pues eso es lo que quería evitar ese día. No paraba de decirme: “venga Judith, piensa en otra cosa, a ver…una canción que te guste…. ¡Uf! Que día más malo tuve. Aún no sé como fui capaz de seguir con toda esa tortura dentro. La verdad que entrenando las semanas previas la bici me costó mucho. Me costó sumar horas sin dejar de pensar en los kilómetros, en cuanto me quedaba y se me hacían los entrenos eternos. Pues en carrera tuve esa misma sensación.

 

De repente, por arte de magia casi, la carrera da un vuelco totalmente inesperado. En el paso por el kilómetro 135 (último giro), veo a McBride (no iba tan lejos como esperaba) y la sorpresa es que detrás de ella iba Mccauley y, totalmente descolgada y aparentemente fuera de carrera (eso me pareció por su actitud). Para colmo, me entero de que Radka también ha plegado y veo que, con solo acabar, puedo conseguir el slot. Bueno, porque confiaba que, por detrás, ya nadie consiguiera alcanzarme.

 

En ese momento me vengo arriba. Subo el ritmo. Paso a Mccauley. Me motivo, me emociono y me enfado. Sí, me enfado más si cabe conmigo porque parece que en ese momento se me pasa hasta el mareo. “¿En serio Judith?” ¡Lo que hace la cabeza eh! Que curioso.

Aunque veo que Mccauley no se retira porque sigo viendo cada cierto kilómetro que su marido (iba en coche) sigue yendo y viniendo para darle referencias. “¡Aj! ¡Pensé que se paraba!” Pero bueno, yo ya no estaba dispuesta a tirar la toalla. Había superado la crisis mental. Aunque ahora tocaba seguir manteniéndome entera físicamente que estaba costando más de la cuenta. Ayudó mucho la Cocacola fresquita que daban en los avituallamientos en la parte final de la segunda vuelta. Con mi Maurten voy de lujo, pero ese sabor de la Cocacola fría todos sabemos lo que es y más en esas circunstancias. Además, me sirvió tanto para asentar un poco el estómago como para controlar las vueltas que seguía dando mi cabeza.

 

Realmente fue una bici muy dura. Era un rompepienras. Poco más de mil metros de desnivel en un circuito que no parabas de pedalear ni un solo segundo. Creerme, ni uno solo. El asfalto era rugoso y eso no solo desgasta mucho e incómoda esa vibración constante, sino que se engancha. Sientes que se pega la rueda y no consigues lanzar la bici en ningún momento. Además, el recorrido era monótono y aburrido. Una carrera muy solitaria donde ni si quiera me pasaron grupos de edad para sentir que no estaba sola por allí campando. Tenía unas ganas locas de poder poner por fin los pies en la tierra. Además, me dolía mucho ya todo, sobretodo la entrepierna. Fueron 5 horas en la misma posición. Suerte que gracias a Luarca me sentía súper cómoda, además de ir muy bien colocada.

Llegué a la T2. Por fin acabé el calvario de la bici. Ahora solo quedaba correr una maratón. -jajajajaja-. ¡Dios, que mareo tengo! Fue una bendición poner los pies en el suelo, pero sentía que mi cabeza seguía girando en una órbita distinta. Hice una transición muy patosa, perdí dos geles, un totum y tuve muchas dificultades para encender y ponerme el reloj. No era solo la pájara que llevaba sino los nervios que aparecieron en ese momento. Te sientes observada y animada por mucha gente y eso me abrumó. Javi me grita: “vamos cariño, estas dentro, 2 slots. Lo tienes, tienes Hawai en tu mano. Por detrás más de diez minutos”. Eso me emociona.

 

Me cuesta unos kilómetros entrar en carrera, acostumbrar a las piernas a ese nuevo sector. Los pies se van calentando, recupero la sensibilidad y noto el placer de correr sobre mis Nike ZoomX Vaporfly NEXT%. Llevo la respiración muy acelerada, no solo por el fuerte ritmo que había cogido, sino porque era una carrera de un sube-baja constante. El pulso aumenta mucho en las subidas, pero no hay tiempo para relajarse en las bajadas. No quiero hacerlo. Debo aprovechar los tramos rápidos para sacar un buen ritmo. No me fio de que Mccauley se haya retirado y sé que puede correr por debajo de las 3 horas aquí. El año pasado lo hizo. McBride me lleva casi 5 minutos y no creo que la alcance. Así que no puedo dejar escapar el segundo slot.

Me concentro mucho en la carrera, aunque me llevo una gran sorpresa del duro recorrido. “Flat” decían los de la organización. “Mentira”, jajajaja 450 metros de desnivel. Más rompepiernas aún que el sector ciclista. Y para colmo, el paseo del lago no lo cogíamos hasta los últimos 2 kilómetros de cada vuelta. Que engaño. Lo siento, pero nos vendían la prueba como que íbamos corriendo todo el tramo de vuelta por el paseo de lago y no fue así. Sea como fuere, ya estaba advertida para las siguientes dos vueltas.

Para entonces ya me daba igual todo. Había logrado volver a concentrarme, volver a meterme de lleno en la carrera. Volvía a ser yo. Realmente estaba corriendo muy rápido y no solo me motivaba yo misma al sentirlo, sino que la gente alucinaba con mi fuerte ritmo. Me lo decían, y eso aún me producía más energía. Tanta que sobre el kilómetro 10 ya veo a McBride por delante. “¿Cómo es posible?” Le he recortado casi 5 minutos en 10 kilómetros. Me emociona, pero me asusta. Me había pasado. Había salido muy fuerte y eso lo podía pagar muy caro. “¿que hago?” No quería pasarla tan pronto, pero realmente mi ritmo era muy superior al mío. Así que al paso por la primera vuelta me coloco tercera y con la primera plaza en mi poder. “¡vamos!”.

Entre mi subidón y la emoción que me contagia Javi, fue difícil aguantar las lágrimas.  Pero quedaba mucho, quedaban dos vueltas, pero eso sumaban 28 kilómetros todavía, 2 horas mínimo más corriendo. En cambio, tu cabeza, cree que ya lo tiene. “Dos vueltas más y se acaba”. Se dice pronto. Sin embargo, todo se iba poniendo de cara. Javi me confirma que Mccauley se había retirado. Y que seguro hay dos slots. Lo tengo, pasé lo que pasé lo tengo. La quinta estaba a más de 17 minutos.

La segunda vuelta fue un trámite. Disfruté mucho. Me sentí rápida y fuerte. Simplemente tachando kilómetros rápidamente y empecé a visualizar mi sueño. Las piernas empezaban a dolor mucho, pero, ya casi lo tenía. ¡Que fuerte! No dejaba en de pensar en como había cambiado toda la carrera. Como pasé de verme fuera a estar en kona. Me lo merecía. Como dije, esta carrera se la llevó la que tuvo “más huevos” (o ovarios, cierto). La que supo no desfallecer, no abandonar y no dar nada por perdido. Creo que en eso fui la mejor y obtuve mi recompensa.

La última vuelta fue durísima. A falta de 12 kilómetros empecé a sentir que las piernas se me iban engarrotando. Mis cuádriceps se iban desgarrando a marchas forzadas y sentía que me empezaban a invadir las rampas. No me importaba el ritmo, pero tuve miedo a quedarme clavada en cualquier momento. “No por favor, no me hagáis esto, no me lo merezco” – le gritaba a mis piernas. Empecé a agonizar a falta de 8 kilómetros y pasé de disfrutar a vivir otro calvario. No por la situación, sino por el dolor. Intentaba correr de forma extraña para apaliar el dolor, para evitar los calambres. Lo estaba consiguiendo. Superar cada kilómetro era un logro. Era un paso más hacia la meta, hacia el final. Sentía que McBride me estaba alcanzando. Sentía que la llevaba pegada después de haber perdido algunos minutos en esa última vuelta. No quise mirar para atrás, pero creía que si lo hacia la vería cerca. Que ilusa. Sin embargo, es inevitable tener esa sensación de que te van a coger. En parte me daba igual. Ya solo me convencía de que, aunque me pasará, tendría otro slot para mi. Estaba esperando en cualquier momento la rampa y solo hacia cálculos sabiendo que me daba para llegar andando a meta.

 

 

Aunque no hizo falta. Conseguí llegar corriendo hasta la alfombra roja. “¡Judith, lo conseguiste!” No tuve fuerzas ni para celebrarlo, ni para emocionarme. Lloré más de dolor que de satisfacción.

Aun me cuesta creérmelo. Aun me cuesta andar después de cuatro días. Nunca había sentido que una carrera me había exprimido tanto física y mentalmente. Pero valió la pena, valió la pena sufrir tanto. Valió la pena arriesgar para ganar. Valió la pena luchar por un sueño porque por fin, lo voy hacer realidad. Ahora toca trabajar duro para que ese día pueda llegar al 100%.

Gracias a todos por todo vuestro apoyo, por todos los ánimos antes de carrera, por seguirme en directo. Soy mucho los que no dormisteis por mi y fuisteis siguiendo la carrera mientras os caíais de sueño. No tengo duda de que toda esa energía me ayudó a no caer. Así lo sentí, no dejé de pensar en ello. Aún así, sigo sorprendida de que tanta gente estuviera pendiente, eso es lo más gratificante y me alegro de haber luchando como lo hice. Gracias a todos.

 

Gracias a mi entrenador, por todo el gran trabajo que hemos hecho, a mi nutricionista Sandra, a mi club y a todos mis patrocinadores. Sin vuestra ayuda, nada de esto sería posible.

 

 

 

 

 

 

 

 

Qué carrera ¡Vaya desastre! No sé ni por dónde empezar a contaros. Intentaré poneros en situación.

 

Sabíamos que una primera edición siempre puede tener flecos sueltos. Sin embargo, no contábamos con tantos. Es cierto que las infraestructuras no daban para mucho y quizá no era la mejor ciudad, o el mejor país, para hacer este evento. Con todos mis respetos, pero lo que he podido ver en Marruecos es: que las carreteras son muy malas, que hay poca cultura deportiva, que el tráfico es caótico, que las distancias entre los puntos neurálgicos son muy largas… En cambio, esperábamos que la organización, siendo franquicia Ironman, montara un gran evento. Pues… nada más lejos de la realidad. El staff cometió muchos errores. Quizá la situación les vino grande. Sabe mal decirlo, pero desmereció mucho a la marca. La cosa fue mal desde el principio. Para empezar, nunca llegó el transfer a recogernos al aeropuerto (era la única ayuda que nos ofrecían a los pros, o por lo menos la única para mí). Así que, después de esperar cerca de una hora y media, tuvimos que buscarnos la vida por nuestra cuenta: «cambia dinero, regatea con los taxistas, etc…». Y ese fue el primero de un sinfín de desaciertos. Pronto nos dimos cuenta que la organización estaba tan perdida como los atletas. Además de recibir poca información, no tenían respuestas a las dudas que nos iban surgiendo a los triatletas. No sabían ni siquiera si se cambiaba la hora. En Francia sí que se cambiaba y, siendo la organización francesa, aún me sorprendía más; porque ese es un equipo que monta eventos de categoría en su país. Así que muchos nos fuimos a la cama con la incertidumbre de si se cambiaba la hora o no. La logística era muy complicada, siempre lo es cuando hay dos transiciones diferentes y lejanas entre sí. La organización había habilitado autocares para llevarnos de una a la otra y poder hacer el check-in. Pues, aun así, no sabíamos donde había que cogerlos. Y ellos tampoco. «Estará indicado por banderas» nos dijeron ¡Nunca las vimos! Por suerte, a los autocares sí. Lo peor fue que por usar ese servicio te cobraban 20€. «¿En serio?» No nos lo podíamos creer. Hasta la fecha, en ninguna carrera nos habían cobrado a los deportistas por esos servicios. Cuatro horas de reloj fue lo que tardamos en hacer el check-in el sábado. «¡Qué estrés!». Qué agotamiento. Imaginaros cómo llegamos al hotel el día antes de la carrera, reventados. Y es que era un trámite muy complicado: encuentra el autocar, haz una hora de viaje hasta el lago, anda hasta boxes (estaba alejado), deja el material, vuelve al autocar, haz otra hora de vuelta, entra en el circuito, anda cerca de un kilómetro hasta la T2, deja las bolsas, anda otro trecho hasta la salida y lo que te quede hasta el hotel. Y ni os cuento el show de la T1 porque no dábamos crédito. Una zona muy mala. Por donde debíamos andar, hacia el agua y luego correr con la bici, era todo de tierra y piedras. Todo eso sin alfombras, sin iluminación… Una infraestructura muy pobre para mi gusto. «¿Dónde nos hemos metidos?» nos íbamos diciendo a medida que pasaban las horas e íbamos descubriendo cosas. Intenté tomármelo con filosofía «Qué remedio». Por suerte, Javi y yo estamos ya acostumbrados a viajar y a competir en países diferentes. Así que, en estos casos, lo que hacemos siempre es cambiar el chip, vivir la situación de otra forma, olvidarnos de la carrera hasta que llegue la hora y aprovechar para hacer un poco de turismo.

Para mí uno de los fallos más grandes que cometió la organización fue el no hacer un breafing. Solo lo tuvimos los pros, pero tampoco fue demasiado útil. En esas circunstancias era necesario ponernos a todos en situación, explicárnoslo todo. Pero… no fue así.

 

Uno de los peores momentos fue el que vivimos todos la mañana de la carrera. A las 5:00h salían todos los transfers. No había más margen (la carrera empezaba a las 7:45h para los pros y a las 8:00h para el resto). Decían que había varios puntos de recogida. Pero, como el día anterior, no sabíamos dónde. La escena de ver a los atletas dando vueltas por las calles, todos perdidos, era un espectáculo. Nosotros lo encontramos. Sin embargo, otros no tuvieron tanta suerte. Ver cómo desde el autocar emprendíamos el viaje y otros seguían esperándolo en distintos puntos fue un espectáculo. Nos miraban en plan: «¡Esperarnos!». Qué triste. Suma y sigue, pensé. Yo solo rezaba para que, una vez empezara la carrera, la cosa fuera rodada. «¡Qué ilusa!».

7:45h. Empieza la carrera pro masculina. Les dicen que vayan entrando al agua, pero nadie les dice hasta dónde. Los chicos se miran sin saber bien dónde detenerse y de golpe se escucha un pequeño grito lejano parecido a un «¡go!»La verdad que no sé ni si quiera si fue por parte de la organización, pero sirvió para que los chicos empezaran su carrera. Surrealista. Aunque eso me sirvió para quedarme con la copla. La siguiente era yo… nosotras. No os voy a sorprender. Se repitió la misma historia. Dos minutos más tarde nos hacen entrar al agua, empezamos a avanzar, nadie nos guía, nadie nos frena y cuando el agua empieza a llegarnos al cuello nos detenemos. En ese momento, se escucha un pequeño ruido. Charlotte nos mira de reojo mientras hace la intención de nadar. Ese gesto fue suficiente para que todas iniciáramos la carrera. Rápidamente me aventajo junto a Charlotte, pero veo que a mi izquierda se abre otra fila con dos nadadoras más. Ellas lo hacen siguiendo al kayak de la organización. La barca que nos guiaba se estaba escorando mucho a la izquierda, al igual que la de los chicos. Por lo tanto, tanto Charlotte como yo, preferimos ir a la nuestra y seguir nuestra intuición. Acertamos. En cada boya alcanzábamos a nuestras rivales y le recortábamos la ventaja que nos habían sacado. Era obvio. Aunque finalmente una de ellas, mucho más rápida que el resto, se escapó en solitario. La parte final se hizo muy dura. Nos daba el sol de cara y no veíamos nada. Por suerte lo hice mejor que el resto y conseguí salir segunda del agua, con algo de ventaja sobre mis perseguidoras, y adelantar a varios chicos en ese tramo final. «¡Oh, my good!» El sol no nos había dejado ver la rampa que nos esperaba al salir del agua. Unos tres cientos metros con un desnivel del 15%. «Eso nos hizo mucho daño». Cojo la bici y veo que Charlotte la coge justo detrás de mí. «Vamos bien» me digo. Era una de las favoritas y había podido nadar con ella. «A ver si la puedo aguantar en bici» me dije. Ese era uno de mis objetivos.

Empiezo el sector ciclista y después de una primera bajada fuerte venía una curva cerrada a la izquierda. Rápido vi que era una curva peligrosa. Difícil de controlar la bici. Y más, viendo que no había ningún tipo de indicación, ni separación, para no invadir el sentido contrario. El problema fue que era justo en un tramo de ida y vuelta; así que visualicé la situación para tenerlo en cuenta al regreso. Empiezo a rodar en el primer tramo (unos 10 kilómetros de ida y vuelta). En principio teníamos la carretera cortada para nosotros. Pero, de repente, veo que un coche me pasa por el carril contrario ¡a toda leche! «Pero, ¿Qué hace aquí?».¡Uf! Si viene un pro en ese momento lo mata. Con el susto en el cuerpo, y la incredulidad, sigo avanzando hasta el punto de giro. Por cierto, era todo un reto: un giro a derechas y con poco margen de maniobra. Casi me voy al suelo. No se ni cómo logré salvarlo (Javi me confesó que tuvo que poner pie al suelo y todo). Al iniciar la vuelta me sorprende que Charlotte no venga detrás; sino que venía mucho más rezagada y con Lisa por delante. «¿En serio?» Me sorprendió ambas cosas: que Lisa estuviera ya tan cerca y Charlotte tan lejos. Mi reto era intentar seguirlas en bici a las dos «A ver si lo conseguía cuando me dieran caza». Sigo rodando a mi bola cuando, de repente, levanto la cabeza y veo que un autocar viene de cara por mi carril. «¡Pero! ¿Qué es esto? ¿Dónde nos han metido?»En serio. Era imposible dar crédito a todo lo que estaba viviendo. Afortunadamente pude pasarme al carril contrario (suerte que los grupos de edad salían 13 minutos más tarde y la carretera aún estaba vacía). Sin embargo, en el cruce peligroso, si que estaban ya muchos competidores en carrera y me jugué la vida una vez más. Era una bajada fuerte y, a sabiendas de lo que venía, decido frenar y no jugármela. Y en ese instante, cuando el sol me lo permite (nos daba de cara y aún complicaba más las cosas), veo que tengo a unos ocho triatletas invadiendo mi carril. En mi primera frenada, por reacción, me derrapa la rueda y consigo salvar la caída; después de eso, como puedo, sorteo a los chicos que venían de cara, viendo como ellos tenían el mismo aspecto de miedo que yo. ¡Guau! Parecía que estaba en un videojuego esquivando balazos. Qué susto. Qué agonía. Qué estrés. Pero estaba viva. No sé ni cómo. No me quito ese momento de la cabeza. Ver como se creaba ese embudo y cómo los familiares (entre ellos el padre de Alberto Moreno) estaban intentando controlar la situación dirigiendo el tráfico y avisándonos del peligro. Me quería marchar de allí. Quería dejar esa carrera. No tenía ganas de sufrir más. Y, mientras me reponía del susto, y me convencía por seguir, me adelanta Lisa Hütthaler. Sinceramente, no tenía ni ganas de seguirla. Estaba desanimada. Estaba enfadada con todas esas situaciones incómodas y de locos. Esperé haber si me pasaba Charlotte para intentarlo con ella. Sin embargo… nunca lo hizo.

Fue el sector ciclista más caótico y peligroso que he hecho nunca. Fue una carrera difícil de imaginar si o la vives. Difícil de creer que era el circuito de un 70.3 y que estábamos compitiendo. Realmente pasé de hacerlo. Lo siento. Me superó la situación y me vine abajo. Me mermó todas las aspiraciones que tenía por mantenerme competitiva y por luchar en alcanzar la cabeza. El circuito era impracticable. El asfalto estaba roto… bacheado. Y encima, debíamos convivir con todos los transeúntes, animales y vehículos que decidían meterse en el circuito e invadir, no solo nuestro carril, sino nuestro espacio vital. No creo que fuese culpa de ellos. Para ellos eso es lo normal. Sin embargo, la organización debió controlar todo eso. Había mucha policía, pero solo estaba parada observando desde la cuneta. Como si eso no fuera con ellos, o como si no supieran bien qué hacer. La gente nos miraba extrañada. Yo creo que no entendían lo que estaba pasando allí. Ni qué hacíamos nosotros. Me sentía como una extraterrestre.

Hubo mucho peligro. Hubo accidentes, sustos, equivocaciones (Tim Don y dos pros más se perdieron en una rotonda e hicieron algún kilómetro de más), caídas, pinchazos, pérdida de bidones, de material, manillares y acoples caídos… Tenía dolor en las manos de cogerme tan fuerte al manillar. En los aductores de apretar las piernas contra el sillín en cada bache. Me estaba haciendo heridas en los brazos de los acoples. No encontraba el momento para soltarme para comer o beber. Estaba siendo muy duro y me faltaba energía para mantenerme con ganas. Había perdido toda la motivación por seguir en carrera. Solo pensaba en ir avanzando poco a poco y, al menos, llegar a la T2. Pero no tenía ganas de competir. No quería seguir y no sabía como animarme para no tirar la toalla. «Es la última de la temporada. Aguanta Judith» me tuve que repetir varias veces. Ese era un buen argumento. Sabía que no quería acabar la temporada con un DNF y me repetía eso en cada kilómetro. Se lo había pedido también a Javi: «Luchamos esta carrera… y vacaciones»Así que no iba a fallarle. Soy consciente de que fue una carrera dura para todos. Todos vivimos la misma situación y, si Javi me veía parada, quizá le desmoralizaría, o le llevaría a hacer lo mismo. Debía evitar eso. «¡Cariño! Hay que salir de la zona de confort»suele decirme Javi. Vaya si lo estábamos haciendo. Eso me daba fuerzas. Pensar en eso, pensar en que me sentía orgullosa de saber afrontar las situaciones más complicadas. Me ayudaba la idea de luchar y continuar por mí misma, de ganarle la batalla a la rabia y al desconcierto. Me motivaba el hecho de saber que estaba viviendo una aventura y que, aunque hubiera preferido hacer un triatlón y no una carrera de supervivencia, quise entenderlo como tal y cambiar la mentalidad.

 

Realmente lo vivido en el tramo de bici fue un verdadero despropósito. Ni si quiera acertaron con los desniveles, ni por asomo. Los kilómetros finales fueron los más duros. Es cierto que el asfalto era bueno y era una parte rápida, pero, la más peligrosa. Nos acercábamos a la ciudad y el tráfico era mayor. Fue donde viví los momentos de más tensión. Me pasaban vehículos por todos lados, coches de cara que adelantaban a otros, camiones que pasaban muy cerca, motos que decidían incorporarse a la carretera haciendo un cambio de sentido delante de mí, burros cargados invadiendo el carril. Temí por mi vida. Solo rezaba para que me adelantara algún otro triatleta y sentirme arropada. Pero me pasaron cuatro contados y el último lo hizo sobre el kilómetro 50. «¡Si al menos puedo rodar un poco detrás de una moto!», me decía a mi misma intentando reírme de la situación. Aún recuerdo como, en los últimos kilómetros, iba por encima de la línea central (la carretera tenía dos carriles para cada sentido), iba por ahí porque me adelantaban coches por todos lados y no sabía dónde meterme. Encima de todo eso, me pitaban enfadados. Allí nadie sabía que había una carrera. Tuve que hacer malabares en un semáforo, en rojo, para poder adelantar a los coches parados y que no me arrollaran los que lo tenían en verde. Un verdadero show. Y por fin, vi la luz al final del túnel. Una hilera de conos que me marcaba el paso a la T2. Aunque no veía el momento de entrar en ellos ¡No me dejaban paso el resto de la circulación! Hasta que me vieron los del público (familiares de triatletas) y gritaron al policía que estaba allí para que controlara la situación y me diera paso. No entré por donde tocaba, pero conseguí sortear los conos y entrar en el circuito donde estaban situados los boxes. ¡Guaaaau! Respiré aliviada. Realmente temí por mi vida, lo prometo. Jamás creí que sería capaz de llegar sana y salva a la transición. Estaba agotada. Estaba exhausta por tanta tensión. Tenía ganas de llorar con fuerza, de patalear como una niña cuando coge una rabieta. Estaba irritada. Quería dejar mi bici y echar a correr, pero no hacia la zona de carrera, sino hacia la organización para decirles: «¿Qué coño ha sido esto?» Lo siento. En ese momento lo sentí así. Sin embargo, controlé mi ira, rebajé mis impulsos e intenté transformar esa energía visceral en energía motora. Esa que me empujase a continuar en carrera y afrontar la parte final. «¡Vamos Judith! Solo 21 kilómetros por delante».

 

Tocaba pasar página. Olvidarse de lo vivido hasta entonces y afrontar la media maratón. No era consciente ni de cómo iba la carrera. Solo me dediqué a ir superando obstáculos. En ese instante un chico del público, Jon, me animó con mucha fuerza. Me canta que las dos primeras van juntas, a 4 minutos de mí, pero que luché, que puedo con ello. «Es la última de la temporada, vamos» me gritaba con fuerza. Realmente fue mi revulsivo. Él y el de resto de familiares y corredores españoles que estaban allí. Fue tan dura la carrera que sentí como todos nos animábamos corriendo y lo hacíamos con más fuerza que nunca. Hicimos piña entre nosotros (así lo sentí) conscientes del reto que estábamos superando. Habíamos pasado lo peor, sin embargo, la carrera a pie no fue fácil tampoco. Era un circuito aburrido. 5 kilómetros rectos, de ida y vuelta, que había que repetir dos veces. Además, había muy pocos avituallamientos y el calor era bastante alto. Aunque finalmente, cuando creíamos que iba a ser el protagonista, pasó a un segundo plano. Así que cruzarnos entre nosotros, ver a Javi y llegar donde estaba Edu, uno de los mejores amigos de Javi y que había venido a vernos aprovechando que estaba de turismo por el país, fueron los únicos alicientes.

Me encontré bien corriendo. Tenía patas. Supongo que el ser conservadora en la bici me benefició. Sin embargo, no creí que ya pudiera hacer nada para cambiar las cosas. Las primeras estaban muy lejos y, por suerte, Charlotte también. Podía correr tranquila sin que peligrara el pódium. Al fin y al cabo, un tercer puesto me parecía espectacular después de todo. Me fue bien correr sin presión. Encontré un ritmo cómodo. No quería forzar. Además, venía de competir hacía tan sólo siete días y esa carrera me costó y me desgastó mucho. Mi sorpresa fue ver que en la primera vuelta le había recortado casi dos minutos a la segunda. La gente me animaba a que fuera a por ella. Me decían que podía hacerlo. Entonces fue cuando calculé: «Si en una vuelta le he recortado dos minutos ¿Por qué no puedo hacer lo mismo en la segunda?». Y así lo hice. Puse una marcha más y con la motivación de ver que iba cogiendo a una rival me fui creciendo. Encontré mi momento de gloria en aquella carrera y saqué algo positivo. Esa fue una gran recompensa después de todo lo que había sufrido. Con la seguridad de que la segunda plaza ya era mía, reviví todo lo acontecido en esos kilómetros finales y disfruté del logro. Al final estaba consiguiendo mi mejor resultado en un 70.3 (tenía tres terceros puestos) y estaba poniendo el broche final a una temporada inmejorable.

 

La ganadora fue Lisa Hütthaler ¡Qué lástima! No pude con ella, ni el sábado anterior en Peguera, ni aquí. No me gusta quedar por encima de mis compañeras. Soy competitiva, pero me gusta la rivalidad sana. Sin embargo, cuando se trata de alguien así (dio positivo en EPO y fue condenada a tres meses de prisión por intentar sobornar al médico con 20.000€ para que manipulara la prueba), mi visión es diferente. Quiero ganarle sólo por la satisfacción de vencer a alguien que no se merece estar en el deporte. Os invito a qué leáis algo sobre ella:

https://translate.google.es/translate?hl=gl&sl=de&tl=es&u=https%3A%2F%2Fde.m.wikipedia.org%2Fwiki%2FLisa_Hütthaler

 

https://translate.google.es/translate?hl=gl&sl=de&tl=es&u=https%3A%2F%2Fde.m.wikipedia.org%2Fwiki%2FLisa_Hütthaler

 

Y sabéis lo peor. No sólo que sigue campando a sus anchas por las carreras, sino que todos le damos cabida. Entiendo que ha cumplido su sanción (para mi insuficiente, además de que yo les inhabilitaría de por vida) pero no entiendo como la organización de la carrera la invita y la lleva a la rueda de prensa… No se lo merece, y me pregunto: ¿Qué debo hacer cuando tengo que saludarla en el pódium? ¿Cuándo me habla como si nada, antes y después de la carrera? ¡Guau! Que situación más incómoda. Me cabrea. Estoy deseando decirle: «¡No me hables! Para mí no mereces ningún respeto» Pero… no me sale. Y, aunque soy fría y distante, no me sale negarle la palabra. La respeto como persona pero no como deportista.

Os cuento una anécdota de la carrera para terminar. El sábado, cuando nos íbamos para el hotel a descansar, Javi ve que el pódium estaba en la parte alta del circuito. En el balcón. Tal y como suelen hacer en la fórmula 1 y en las motos. La verdad es que nos pareció muy chulo y era una motivación lo de conseguir llegar allí. Pues, al terminar la carrera, e ir a la ceremonia de entrega, veo que lo habían bajado a la línea de meta. «¿En serio? ¡No te puedo creer!». Era lo único emocionante. Jejejeje.Y es que, ni para la entrega de premios estuvieron acertados. Nos dieron en meta el trofeo de la prueba, sin flores, ni cava (aunque fuera sin alcohol que en Marruecos no se bebe). Además, ese trofeo nos lo debían dar más tarde en la ceremonia oficial. Así que… imaginaros el momento luego, cuando las tres primeras no teníamos trofeo porque nos lo habían entregado al acabar la carrera. Hasta eso deslució. Una simple entrega sin banquete de despedida (tampoco hubo pasta party los días previos). Fue una carrera que desilusionó mucho y no estuvo a la altura. A la altura del desembolso que hacen los triatletas por participar en este tipo de competiciones (inscripción, desplazamientos, alojamientos, dieta, material…).

Me traigo un mal sabor de boca y además un resfriado. Las bolsas de street wear no llegaron hasta horas después y estuvo en tritraje todo ese tiempo. Mojada, tiritando de frío, buscando el sol porque en toda la zona post meta el aire acondicionado estaba a tope. Fue una carrera para olvidar. Aunque mucha gente le dio sentido. Me llevo el cariño de todos los españoles y argentinos que estuvieron allí y con los que pudimos conversar un buen rato y animarnos mutuamente. Y quiero dar un agradecimiento especial a Edu, que, a pesar de ir cojo, estuvo animando en todo momento y se curró hasta una pancarta. «¡Qué grande!». Muchas gracias. Conseguiste mantenerme en carrera.

Sin duda no fue la carrera soñada, pero ha sido el colofón a una temporada de ensueño. Un año espectacular. Consiguiendo grandes logros, disputando carreras épicas y viviendo un sinfín de emociones que serán difícil de olvidar. Me llevo una maleta repleta de lecciones, de cariño y de admiración. Y es que lo mejor ha sido poder disfrutar todo esto con mi marido, con mi familia, amigos, compañeros. Y conocer gente tan increíble en este deporte.

 

Gracias a todos por vuestro apoyo y reconocimiento. Gracias a mi entrenador. Y gracias a todos los patrocinadores que me han ayudado en esta temporada. Ahora toca pensar en el 2020.

Pero antes: Unas semanas de desconexión.

El Challenge Mallorca no estaba planeado. Ya me había apuntado al 70.3 de Marruecos. Me apetecía mucho ir y conocer un nuevo país y solo había una semana de diferencia. No me gusta competir tan seguido y menos en media distancia, pero cuando me llamó Juanan para invitarme no pude negarme. Tanto él como Juan Abarca (organizador) me pusieron todas las facilidades para ir y me mostraron su ilusión porque fuera. Además, tenía otros muchos motivos. O, mejor dicho… personas por las que ir: Competir y coincidir con mi entrenador, Iván Muñoz. Que me hacía mucha ilusión. El conocer a Valentín y a Ana «Fue un placer, pareja». Volver a ver a la familia de Javi. También el coincidir con Antonia y competir juntas en su propia tierra. Y, cómo no: el vivir esta experiencia con David a quién le estoy muy agradecida por todo. Y el que me regaló, como colofón, el permitirme volar en cabina del avión en el vuelo de Mallorca a Barcelona. «Muchas gracias David. Una experiencia que no olvidaré».

Todo estaba en orden los días previos. Solo tuve un pequeño percance: me llegó una batería del cambio rota (ya sabéis que viajar con las maletas de bici tiene su riesgo y que alguna vez… “pillas”). Pero Iván me dejó una suya y me solucionó la papeleta. Ahora ya he comprado otra por internet y todo está solucionado. Sin ningún otro mal mayor, y con los problemas mecánicos controlados, solo me quedaba la incertidumbre de saber cómo estaba físicamente. Era todo un misterio después de llevar un mes y medio sin competir, de estar dos semanas en EEUU y de ya andar algo desconectada. Inevitablemente, el cuerpo y la mente tienen ganas de descanso y ya no se cuidan tanto los detalles. No sigues tanto la dieta. No te importa de la misma manera el cumplir con los entrenos. La motivación no es tan grande. Y otros tantos etcéteras. Aun así, yo afrontaba todo ello y asumía las consecuencias. Había elegido aun no parar y competir en estas circunstancias. Asumir que las fuerzas, y las ganas, empiezan a decaer. Correr sin presión y con el objetivo de sumar dos carreras más sin esperar nada en concreto a cambio. Eso no quitaba que, obviamente, quería hacerlo bien y lo iba a luchar de principio a fin.

Llegó el momento de la salida. Sábado 9:03h de la mañana. Suena el bocinazo que nos marca la salida. 21 triatletas profesionales nos dirigimos hacia un mar embravecido para disputar nuestra carrera. Las primeras olas nos ponen las cosas muy difíciles y realmente se nos hace muy duro adentrarse en el mar. Consuela ver que no eres la única que se pelea con el agua y motiva ver que consigues tomar la delantera junto a dos triatletas más. Desconocía quienes eran, pero intuí que una era Radka (la favorita). Me sorprendió que no se hubiese escapado. En unos metros veo que se para al lado mío para colocarse bien las gafas y con ese gesto pude intuir que a ella tampoco le estaba siendo una natación fácil. Realmente no lo fue para nadie. Un fuerte oleaje durante todo el recorrido que no nos dejaba bracear con comodidad en ningún momento. Costaba mucho nadar. Fue una pelea continua contra el agua. Solo nos podíamos limitar a defendernos contra esa marea y tratar de tragar la menor cantidad de agua posible y a que los voluntarios (que iban en kayak) nos ayudaran a guiarnos; porque era imposible orientarse y ver las boyas. Aunque: brazada sí, brazada no, me pegue un trago de forma involuntaria).

A pesar de la lucha conseguí aguantar al grupo de cabeza. Pero justo cuando venían las olas finales, las que te empujan hacía fuera y luego te chupan hacía dentro, noté como me empezaba a dar rampa en el puente de un pie «¡Mierda!Para…, para…, para!»me gritaba a mí misma, o mejor dicho: a mi pie. Logré controlarlo. Sin embargó, no conseguí salir pegada a ellas. Y esos escasos segundos que perdí hicieron que se me escapara la cabeza de carrera.

Eran justamente Fenella y Radka, las dos favoritas. Me lo temía. Ciertamente creí que no iba a poder seguirlas en el agua. Pero de nada sirve lograr eso y luego no ser capaz de aguantarlas en la T1. Me pasó lo mismo en Niza.«¿Será mi punto débil?». No creo que haga malas transiciones. Pero, sin duda… rivales más fuertes que yo, en eso me dan una lección. Creo que se debe a la consecuencia de nadar al límite y no salir tan fresca del agua para sprintar en la transición. Y eso que intenté darlo todo. Ni siquiera me puse los calcetines para no perder tiempo al ver que ellas ya salían de la carpa (siempre me los pongo en la bici porque me quemo los pies sin ellos. Y además, me dejo también, en la bolsa de run, otros preparados para circunstancias así). De nada sirvió todos esos esfuerzos. Además, los nervios aún te dificultan más las cosas y no atinaba a abrocharme el casco. Llevaba la visera empañada y no veía nada… Aún así me subí a la bici con intención de cogerlas y, sin meter los pies en las botas, aceleré para intentar darles caza y reducir esos aproximados dos cientos metros que me sacaban. Fue imposibleDesistí. No sé cuánto tiempo las hubiera podido seguir, pero me hubiera gustado comprobarlo. «Si lo sé… me pongo los calcetines». Al menos no tendría ahora todos los nudillos de los pies soyados.

En los dos primeros kilómetros me doy cuenta de que llevo a Laura pegada a mí. Y esa fue la tónica en la primera vuelta de bici: notar constantemente el aliento de Laura en el cogote. Bueno… en la primera y en la segunda, je,je,je. Era una bici técnica. Con giros, badenes, trozos con raíces, alcantarillas, algún “guiri” que se cruzaba sombrilla en mano… Resultó ser muy importante el prestar atención. Sobre todo en la zona rápida del circuito donde había que andar con mucho ojo. Así que en la primera vuelta me limité a estar atenta y arriesgar lo justo. Sentía que las fuerzas no me acompañaban y me costó mucho entrar en carrera. Así que decidí ser algo conservadora. Y mucho más viendo como las dos primeras nos estaban sacando mucha ventaja y que por detrás también había abierto hueco. Además, fui varios kilómetros con la visera empañada y no veía apenas. Aunque aun no entiendo por qué en esas circunstancias no me la quito.

Empiezo la segunda vuelta y siento que el cuerpo no tira. Levanto el pie, bebo, como y espero a ver si Laura me hace un relevo, pero no hubo suerte. Ella prefería frenar y quedarse detrás. Es lícito. Cada una juega sus cartas. Así que seguí tirando yo. La segunda vuelta se hizo mucho más dura. Y más, con el viento en contra. Aunque lo más duro fue ver, en la parte más rápida, a Fenellaen el suelo «¡Pobre!». Espero que se recupere pronto. Eso, aun me hizo levantar más el pie. De lo que menos tenía ganas era de caerme.

Llego a la T2 y veo que no solo viene Laura conmigo, sino que también estaba Lisa Hütthaler. Sinceramente, no sé ni cuando nos dio caza. Reconozco que esa situación me da un poco de rabia y, nada más salir de boxes (esta vez con calcetines) aprieto para intentar escaparme. No tenía ganas de, también corriendo, hacer de liebre de nadie. Conseguí irme y rápido abrí un valioso hueco. Sin embargo, sentí que, ese día, no era una buena decisión. Las fuerzas no me estaban acompañando y era una jugada muy arriesgada. «¿Fue eso lo que me costó la carrera?» me pregunto. No lo sé. Pero creí que debía intentarlo. Yo también debía jugar mis cartas. Pero me salió una mala mano. Me marqué un farol y lo peor fue que no supe disimularlo.

Una vuelta y media fue lo que me duró la gasolina y a partir de ahí: entré en reserva. El motor no tiraba. Me fallaban las piernas. Sentía que me flojeaban y en varias ocasiones parecían que se me doblaban las rodillas. Como si fueran de papel. Pensé que me iba a caer. Las rampas iban y venían. Sin embargo, lo peor fue tener esa sensación de flojera total. De vació. En esos momentos sientes la necesidad de que te inyecten un revitalizante en vena: necesitas de forma imperiosa que te den algo de energía. Necesitas algo que te ayude a no desfallecer y que desaparezca esa sensación de mareo. Iba medio grogui. Llegó un momento que no sabía ni dónde estaba. Sin embargo… seguía corriendo. Sentí como la gente percibió mi fatiga y que por ello me animaba aún con más fuerza. Aprecié como me apoyaban y empatizaban conmigo. Alentándome a no desvanecer. No solo el público me animaba, sino que también lo hicieron muchos corredores. Recuerdo uno que me dijo: «Ánimo que ya no tienes que demostrar nada». Que razón tenía. «¡Gracias!».El oír eso, casi me lleva a detenerme definitivamente después de haber estado, durante cada kilómetro, debatiéndolo dentro de mi cabeza. Quería andar. Quería llorar. Quería tirarme al suelo y poner las piernas en alto para ver si me llegaba la sangre a la cabeza. Sin embargo: quería acabar. Quería luchar hasta el final como lo hago siempre. «Estas son las carreras buenas Judith»me decía a mí misma, «estas son esas en las que se demuestran la gran deportista que eres», «estas son las que te enseñan esas grandes cosas. Y a ser una verdadera y gran profesional». Sé que no tengo que demostrar nada a nadie. Sin embargo, es a mi misma a quien sí que quiero seguir demostrándome muchas cosas.

Fue una carrera de supervivencia. Me ayudó mucho el motivarme con ir completando cada tramo que tenía el circuito. Aunque no sabía cuantas vueltas iba a poder completar. Suerte que me sentí arropada en todo momento. Pasaba por meta y me empujaba Juanan y Pilu, dejándose la voz. Más tarde Ana con la camiseta del “Team Koraxán”. En la calle principal, escuché el grito de muchos aficionados y compañeros. Sobre todo del equipo de Iván. Javi que, como siempre, iba de lado a lado para darme fuerzas en cada zona sabiendo lo mal que lo estaba pasando. Rubén, David, Eva Ledesma… Al final te das cuenta de que son todos ellos los que te ayudan.  Los que te empujan. Sientes que luchas por cada uno de ellos. Sientes que se lo debes. Y sientes que realmente le debes el que nunca te hayan dejado caer.

Sobreviví. Supervivencia pura y dura. Aún recuerdo cuando empecé a sufrir, miré el reloj y vi: veintiocho minutos. «Dios. Me queda más de una hora de sufrimiento. No sé si voy a poder aguantar». No sé cómo pude. Pero lo logré. Lo peor fue mantener esas nauseas por culpa del sobresfuerzo. Se me hizo muy largo. Yo sentía que me iban dando caza pero ya había perdido la cuenta. Además, ya nada me importaba. Solo quería acabar. Pensé que no conseguiría llegar a la meta. Pero llegué. Entré medio zombie. Pero, aun así, lo hice con una sonrisa de oreja a oreja por haber logrado finalizar. Y: en cuarta posición. Que, después de todo, no esta nada mal.

Os puedo asegurar que estas carreras valen mucho. Me hacen sentirme muy orgullosa y eso me llena mucho. Lo malo es que son carreras que te destrozan mucho; tanto a nivel mental como físico. El desgaste es muy fuerte. Es más, hoy tengo un dolor de piernas tan fuerte que no recuerdo haber acabador así nunca. «Quizá ya se me había olvidado. Je,je,je». Y ahora mismo no quiero saber nada de triatlón (je,je,je). Seguro que mañana ya tengo ganas otra vez de volver a competir. Me queda Marruecos. El próximo domingo. Y quiero tener un buen cierre de temporada. A ver si tengo mejores sensaciones.

 

Gracias a todos por el apoyo. A la organización por tratarme con tanto cariño y a Media Base Sport (mi empresa de comunicación) que vino a grabarme y a apoyarme durante todo el fin de semana. «Lástima no haberos podido regalar una mejor carrera».

Lo peor de la jornada fue tener que despedir a un triatleta que falleció. Sé lo duro que es eso para la organización. Vivir algo así. Por eso os quiero mandar todo mi cariño. Es algo fortuito que lamentablemente. Nos tocó vivir el sábado. Mi más sentido pésame para la familia y amigos. DEP.

 

 

 

 

 

Un mundial siempre es una cita muy importante. Aunque no sea el objetivo del año ni lo hayas preparado a conciencia. Solo el hecho de clasificarte ya es un gran logro. Y estar allí compitiendo con las mejores es un gran premio. Era el primer mundial en que la clasificación era con slots y no por suma de puntos. Así que todas las corredoras que estábamos allí presentes habíamos conseguido la plaza en una sola carrera. En algunas había solo un slot y en otras dos; así que no había muchas opciones. Había que acabar delante para ganarse un sitio en el mundial. Por eso, este mundial, era tan especial. El nivel era altísimo y todas habíamos demostrado que estábamos allí por hacer, como mínimo, una carrera brillante donde conseguir la ansiada moneda que certificaba el pase al mundial.

Era la única española que lo había conseguido (en categoría pro). Seguro que porque muchas ni lo habían intentado. Si os digo la verdad, yo ni lo busqué. Y lo conseguí en el primer y único 70.3 que hice en todo el año: el 70.3 de Dubái, el 1 de febrero. Así que empezar la temporada de forma tan temprana y además conseguir el pase para el mundial fue un gran regalo. Me hizo mucha ilusión. Y por lo tanto, a pesar de no entrar en mis planes participar en él, hice un hueco en el calendario para no perderme esta gran cita. Lo mejor fue que Javi también consiguió clasificarse en su grupo de edad y eso era un aliciente extra. Por supuesto, nuestra familia no se lo iba a perder tampoco y llegábamos a Niza con la seguridad de que íbamos a estar bien arropados.

Llegaba fuerte. Llegaba segura de mi misma después de toda la confianza que había ganado con mis resultados durante todo el año. Llegaba con la sensación de estar recuperada de Embrun y con ganas de hacer un buen mundial y medirme con las mejores. Me sentía una privilegiada solo por el hecho de haber conseguido la clasificación junto a: Javier Gómez Noya, Pablo Dapena, Fernando Alarza y Vicente Hernández (en la categoría masculina). Y aunque sabía que todas las miradas de nuestro país estaban puestas en mí en la competición femenina, debía olvidarme de esa presión y sacarle la parte positiva a todo eso. Realmente era una afortunada. Había mucha expectación en este mundial y, como es lógico, era inevitable que la gente hiciera sus quinielas y pronosticara el resultado. Alucinaba cuando leía comentarios de la gente que me ponían como favorita, o que le iba a dar guerra a rivales de la talla de Ryf, Lucy Charles u otras por el estilo. A mí me daba la risa. Sin embargo, valoré eso de forma muy positiva. Y es que es muy bonito que la gente crea y confíe en ti. Yo también lo hago. Confío mucho en mi misma, pero también soy muy realista. “Demasiado humilde” me decían algunos cuando hablábamos del tema. “¡No! Soy realista” les decía yo. Y es que, yo mejor que nadie, conocía a mis rivales; y me conocía a mí misma. Sabía que, para mí, el mejor resultado era un décimo puesto. Contando que siempre pudiera fallar alguna… como mucho, mucho, podía aspirar a un octavo puesto. Sin embargo, entrar en un top 8, estaba al alcance solo de otras rivales. No os voy a negar que yo también quería estar más adelante, quería verme luchando con las mejores y poder estar de tú a tú con ellas. Pero por más que hiciera cálculos no salían las cuentas. Había dos ligas y yo esta vez estaba en la segunda. Os miento si os digo que soñaba con entrar en la primera y que los comentarios de la gente, y hasta discusiones con amigos, que también me veían ahí (y se enfadaban conmigo por no saberlo ver), me hicieron creer que igual si que podía. Lo mejor de todo es que realmente no sentía nada de presión. No tenía que demostrar nada a nadie. Ni siquiera a mí misma. Sentía que mi temporada había sido impecable y eso me daba seguridad. No por el hecho de permitirme fallar, sino por saber que podía volver a sacar una gran carrera a nivel individual.

Pues sin presión, ni nervios, llegó el gran día. Me sentía muy segura. Sentía una entereza alucinante y una frialdad nunca antes percibida en una competición. Sabía que era por no sentirme en la palestra, por sentirme una desconocida entre todas aquellas estrellas que nos hacían sombra al resto. Las miraba con admiración. Orgullosa de estar allí con ellas y con el alivio de sentir que todos los focos eran para ellas. Por momentos me sentía más espectadora que protagonista y tenía que concentrarme en mi carrera. Esas sensaciones son raras. No os voy a negar que algo preocupante. Sin embargo, el alivio de no temblar de nervios me hacía sentirme aún más fuerte. Era como si tuviese la situación controladísima. Como si supiese cual era exactamente mi papel y que me iba a salir bordado.

Cámara de llamadas. Nombran a las diez favoritas y luego nos dan la orden al resto para colocarnos. Corro para conseguir un puesto en la segunda fila. Me coloco detrás de Daniela Ryf (ni más ni menos). Ahí si que me tiemblan las piernas y no solo por el frío de primera hora de la mañana. “Judith, estas en un mundial, disfrútalo”. Suena el bocinazo y corremos hacía al agua sintiendo un fuerte dolor en los pies. ¡Dios! las piedras de la playa de Niza es lo peor de la carrera.

Te das cuenta de que estas en mundial cuando desde la primera brazada el ritmo es frenético y el nadar se hace realmente agónico con tantos golpes. Todas íbamos a una. Todas éramos grandes nadadoras. Realmente se hizo muy difícil coger un sitio entre toda esa espuma donde volaban manotazos. Qué sufrimiento. Qué sector tan duro. Primero, por encontrar mí sitio y segundo por no perder al grupo. Lo que nunca encontré fue mi ritmo. Aunque sabía que no lo iba a marcar yo, sino la exigencia de la carrera, me había concienciado en que debía sufrir como nunca en ese sector porque era clave no perder al grupo cabecero (no a las sirenas de Lucy, Holly o Daniela, sino al resto). Sabía que debía darlo todo, pero por más que lo hice fue imposible no descolgarme. Pasé de estar luchando, y peleando con ellas, a sentir que me quedaba fuera de juego. “¿Cómo es posible? Si estaba ahí hace tres segundos”. Me pregunté a mi misma a falta de unos quinientos metros para el final y cuando veía que empezaba a perder los pies de referencia. Nunca se entiende por qué. Nunca sabes por qué pasas de estar tragando espuma (de los pies de las que llevas delante) a separarte unos metros que te sentencian. ¿Fue culpa mía? ¿Fue el helicóptero que se acercó mucho y creó mucho oleaje y turbulencias? No lo sé. Lo que sí sé es que eso marcó mi prueba. Quizá no me benefició que se hiciera un solo un gran grupo en vez de varios y fui la única que se quedó descolgada mientras rivales, que en otras carreras han salido por detrás de mí, ese día supieron aguantar.

Si en los últimos metros del agua tenía la esperanza de poder alcanzarlas en la transición, el largo sprint hasta boxes acabó de confirmar lo peor. Se me fueron del todo. Salí muy forzada del agua y no conseguí recortar esos 15” ó 20” que me sacaban. Aún así, cogí la bici con intención de seguir intentándolo; pero resultó imposible. Me dejé la vida. Luché contra el fuerte viento que hacía en esos primeros kilómetros llanos en los que nos desviaban de la costa de Niza. Y con la impotencia de ver como esa fila de rivales se alejaba decidí, exhausta, que no podía seguir así. Debía centrarme en mi carrera y coger un poco de aire antes de las duras subidas que venían. <Qué agonía. Qué sufrimiento>.

Nunca sé qué hubiera pasado si hubiera conseguido engancharlas. No sé si hubiera cambiado algo. Ni si me hubiera descolgado más tarde. No es excusa porque, después de eso, tuve la oportunidad de engancharme a otras rivales que me fueron pasando y tampoco lo conseguí.

El sector de bici fue muy duro y exigente. Esta vez la exigencia no la marcamos ni yo ni mis rivales sino el propio recorrido. Una carrera atípica para un 70.3 con un puerto de 9 kilómetros con un desnivel medio del 7%. Sin duda una etapa así iba a marcar muchas diferencias y hacer una buena cronoescalada era fundamental. Yo no la hice. No solo me sentí lenta y pesada (quizá la resaca de Embrun, no lo sé) sino que me pasaron muchas rivales con cierta facilidad. Rivales ante las cuales, a priori, soy más fuerte. Y otras a las que ni conocía. No me vine abajo. Supe aceptar la situación de carrera y las sensaciones de ese día. No me encontré mal del todo, simplemente no me encontré al 100% ni tan fuerte como otras veces. Aún así no le quise dar mucha importancia. No quise que eso me sacara de carrera y me convencí sabiendo que las consecuencias de pasarse en bici podían ser graves. Como me dijo Iván, mi entrenador: “la clave es no pasarse en la subida para tener fuerza en la bajada. Esa es nuestra baza. Debemos jugar a ser listos”.

Un buen ascenso era clave. Pero, la bajada, aún podía cambiar mucho las cosas. Era un descenso muy largo y técnico. Sinuoso y peligroso. Las fuerzas no me acompañaron en la subida. Sin embargo, por suerte, bajando me encontré genial. Me sentí rápida, segura y sin miedo. Esta claro que los frenos de disco me dan un plus de seguridad. El hecho de conocer el circuito fue clave también. Aunque no es lo mismo hacerlo de paseo charlando con tu marido, y disfrutando de las vistas (eran espectaculares), que hacerlo compitiendo al límite. “Qué tensión”. Qué desgaste generan estas bajadas (aunque apenas pedalees). Es el miedo a caerte, a salirte de la carretera, a encontrar un coche de cara (aunque no arriesgué nunca en salirme de mi carril). Todo eso mezclado con la agonía de querer recuperar segundos y luchar al máximo la carrea. Me vine arriba al ver que estaba trazando bien cada curva y que iba bajando muy confiada. Y me emocioné al ver que iba pasando rivales. No más de cuatro o cinco, pero me parecían muchas. No fueron tantas como las que me pasaron a mi subiendo, pero algo es algo. A una de las que me sorprendió pasar fue a Carrie Lester. Una especialista en este tipo de recorridos (ganadora varios años del Embrunman y Alpe d’Huez). Supongo que tuvo algún susto porque la noté bloqueada. Yo también tuve un par de sustos: el primero cuando de golpe aparecieron tres perros en la carretera y se pusieron a correr a nuestro lado (justo íbamos tres triatletas bajando una detrás de la otra). Y el segundo cuando al final de descenso, en el momento que me estaba acoplando de nuevo, pillé un bache mientras bajaba a más de 60 km/h y se me salió el antebrazo del apoyabrazos. Se me descontroló la bici y me fui al carril contrario esquivando, de milagro, un cono. Por suerte conseguí controlar la situación y no caerme. <¡Dios mío!> que momento más malo. Me salvé de una buena.

El sector ciclista se me pasó realmente rápido. Y es que, después del Embrunman, eso me parecía un chiste. Que cosas más curiosas. Lo mejor de hacer larga distancia y carreras de una gran dureza es que luego un half se pasa sin darte cuenta. Y sin darme cuenta estaba llegando a la T2. En esos kilómetros finales conseguimos enganchar (las tres triatletas que veníamos rodando juntas desde el descenso) a cuatro triatletas más. “Qué bien”. No sabía ni cómo iba, pero al menos le daba algo de emoción a la carrera y la esperanza de poder disputar algún puesto más.

La segunda transición marcó diferencias en la carrera. Y es que, a pesar de ser la última en entrar, fui la primera en salir. Quizá el hecho de llevar los calcetines puestos me ayudó. Aunque realmente fue las ganas de comerme la carrera y luchar a pie lo que no había sido capaz de luchar en bici. Realmente hice una transición muy rápida comparada con el resto y no solo eso; sino que impuse un fuerte ritmo desde el principio. Aunque una de las competidoras me pasó en el primer kilómetro y se fue muy fácil. “¡Madre mía! Si yo estoy corriendo por debajo de 3’50”.

Después de esa segunda transición donde adelanté cinco puestos. La carrera dejó de tener emoción. Fue como si al salir de boxes hubiera escapado de la carrera. Fue una media maratón completamente en solitario. La carrera por delante estaba muy lejos y rápidamente también lo estuvo por detrás. Que sensación tan extraña: estar compitiendo en un mundial y sentir que no hay nadie más a tu alrededor. Me sentía fuera de carrera. No sabía cómo iba. No sabía cuántas tenía delante ni dónde estaban. Bueno, sí que lo sabía: muy lejos. Así que no me quedó más remedio que hacer mi propia carrera. Tuve varios momentos de querer regular. Iba al límite y yo misma me decía que no tenía necesidad. Lo tenía todo hecho, nada iba a cambiar y podía relajarme. Pero me negaba a hacerlo. No quería relajarme en un mundial por mucho que el resultado no fuese a cambiar. Así que empezó una competición nueva para mí. Competí solo contra mi misma, contra el crono, contra el hecho de que por más que no tuviera nada que hacer, no me iba a rendir. Y conseguí vencer esa carrera. Superarme a mí misma. Me marqué mi mejor media maratón. Corrí a 3’54 de media. Corrí todos los kilómetros por debajo de 4’/km. El mas lento fue uno a 3’59. “Qué pasada”. Sentir que estás volando, que estás haciendo un carrerón y que es en balde. No sirvió para nada (bueno, sobre el kilómetro 14, adelanté a una rival más).

Realmente no sirvió para nada en cuanto a la carrera se refiere. Sin embargo, a mí me valió para mucho. Para cerciorarme de mi buen estado de forma y de mí mejora en la carrera a pie. Para justificar, quizá, que no haber hecho tan buena bici al menos me permitió correr muy fuerte. Y para demostrarme, una vez más, que la cabeza es mi mejor arma. Disfruté muchísimo esa media maratón. Disfruté compitiendo contra mí misma y probándome; llevándome al límite. Jugando con el crono y con mi propio cuerpo. Y, sobretodo, con mi mente. Desde el primer kilómetro sentía la agonía de quién lo está dando todo. Jadeaba de la intensidad con la que estaba corriendo. Sin embargo, iba sobrada a nivel muscular. Tenía fuerzas. Tenía piernas. Las sensaciones eran muy buenas pero mi corazón no podía latir más rápido. El cuerpo me decía: “puedes correr los kilómetros que quieras, pero no los puedes correr más rápido”. Aún así no me quejo. Conseguí ganar mi propio pique. Todos los kilómetros constantes viendo siempre un “tres cincuenta y pico”. Eso era mucho para mí y disfruté con ello, con ver como la media bajaba a medida que pasaban los kilómetros y conseguía hacer la segunda vuelta más rápida que la primera. Para mí, eso, era brutal. Me fui motivando yo sola; retroalimentándome kilómetro a kilómetro.

Y es que, el recorrido de la carrera a pie, te pone a prueba alejándote rápidamente del epicentro de la carrera. Menos de 2 kilómetros con animación y el resto… pura soledad en una carretera de ida y vuelta. Suerte que el paso por donde está la gente me cargaba las pilas al máximo y tiraba de rentas los siguientes kilómetros. Y es que allí estaba una vez más mi familia al completo. Y Javi que, a pesar de competir al día siguiente, lo estaba dando todo en mi carrera (como siempre). Además de a ellos, tuve a muchos españoles animando, también a muchos extranjeros. Y tanto Gonzalo, como Santamaría, me ayudaron mucho con su aliento. Ahora que… el mejor momento, con diferencia (perdonarme el resto), fue ver como, sobre le kilómetro cuatro, Javi Gómez Noya me animaba junto a Pablo y Carlos (su entrenador). ¡Guau!. Fue el único momento que sonreí en toda la carrera. “Gracias Javi”. Qué ilusión me hizo. Quizá por eso corrí tan rápido. Je,je,je,je,je.

Ha sido un mundial extraño. Me ha quedado un sabor agridulce. Sobretodo por la sensación de que hice una gran carrera a nivel personal, pero que no sirvió de mucho o no brilló lo suficiente. Fue una carrera fácil, sin percances. Una carrera donde me encontré muy fuerte y entera, pero me sentí sola, poco competitiva y alejada de la pelea. Es como si mis sensaciones, y mi rendimiento, no concordasen con el resultado. Y eso, me inquieta un poco. Llegué a meta con mucha satisfacción personal por mi rendimiento, pero sin saber ni siquiera como había quedado. Es cierto que sabía a dónde venía. Que era la carrera con más nivel que había corrido nunca y que, entrar en el top 10, era un resultado muy exigente. Pero, al menos, quería poder pelearlo. Me ganó alguna rival a la que esperaba ganar y me ganaron otras que ni si quiera conocía. Sin embargo, yo también gané a rivales más fuertes. Como me dijo un amigo: “Están las inalcanzables, las tops y las buenas. Tú, antes, eras buena. Ahora, ya eres top”. Me lo creía y me lo debo de creer. Pero, en este mundial, creo que me quedé algo lejos de eso. ¿Quizá debí arriesgar algo más en la bici? No lo sé. Pero sí sé que voy a seguir trabajando para ganarme esa etiqueta de top.

Tengo que decir que lo bonito de un mundial no es solo la carrera, sino todo lo que envuelve a su alrededor. Y con eso sí que me ha quedado un sabor más que dulce. Por muchos motivos: por compartirlo con Javi y ver su gran carrera. Por tener allí a mi familia y vivir con ellos grandes momentos y disfrutar de muchas más cosas a parte de la carrera. Por compartir esta experiencia con el resto de los españoles (sobre todo con Rocío y Raúl) “Chicos. Ha sido increíble”. Por conocer a gente como el director de FELT y a La Flaca Guerrero. Y por vivir un gran número de anécdotas y momentos inolvidables.

 

La 36 ème Emburnman será inolvidable

 

Creo que es la crónica más difícil a la que me he enfrentado hasta ahora. No sé ni cómo, ni por dónde empezar. No sé si voy a encontrar las palabras para explicar tantos sentimientos y tantas emociones. No sé si voy a poder definir todo lo que viví, todo lo que sufrí, todo lo que luché y todo lo que recibí a cambio.

 

Embrunman ha sido más que un triatlón para mí. Vine acompañada de mi gran “familia”: mi marido Javi (por supuesto), mi hermana, mi cuñado y mis peques que repetían un año más. Y de mis mejores amigos: Richard, María, Maddie, Alberto, Cate, Valentina, Víctor y Teo. ¿Sabéis que ellos fueron los culpables de que este aquí? Aún recuerdo un día que estando con Richard, entrenando por la Cerdanya, días antes del Embrunman del año pasado, me dijo: ¿te ayudo a entrenarlo el año que viene? – Mi respuesta fue: ¡Una mierda! ¡ ¡El año que viene no vuelvo! Pues aquí estoy. Fue fácil convencerme. Quizá me dejé llevar por la emoción de ver que mis amigos se desvivían por venir a disfrutar de esta carrera conmigo. Y por pasar sus vacaciones en Embrun, dándole prioridad a mi carrera e interponiendo mis prioridades a las suyas. Y por venir a ayudarme, y animarme al máximo. Soy una afortunada por ello y no puedo estar más orgullosa de tener esta gran “familia” siempre a mi lado. El apoyo en esta carrera es fundamental, como bien decía la camiseta que llevaba un corredor hecha para la ocasión: <hacer el Embrunman solo, no es posible>.

Sin embargo, ha sido muy muy duro llegar hasta aquí. Realmente, tengo que reconocer, que me he arrepentido en varias ocasiones y que me alegro de no haber tirado la toalla. Pero no os puedo negar que estuve a punto en varios momentos. No es fácil contar esto. No sé si os sorprenderá más o menos, pero, para mí fue difícil vivirlo y gestionarlo. No os quiero aburrir con mis bajos momentos. Sin embargo, solo os diré que esta prueba es tan y tan exigente que realmente te lleva al límite en lo físico y lo mental. Te pone a prueba constantemente haciéndote dudar de si realmente vas a ser capaz de conseguirlo. Te impone mucho respeto, y por qué no decirlo: da miedo. Miedo a tanto dolor, a tanto sufrimiento. Miedo a un desgaste inhumano que puede vencerte, a ti y a tu cabeza. Y eso puede ser destructivo. Eso puede dejarte fuera de juego y las consecuencias pueden ser muy graves. Así lo sentía. Que horrible sensación. Quizá porque cuando ya lo has hecho, ya sabes a todo lo que te enfrentas. Así que, en este caso, prefería el miedo a lo desconocido que a la pavorosa percepción de saber que iba a sufrir otra vez, durante más de once horas.

 

No hay un motivo concreto que me haya llevado a sentir eso. Quizá ha sido un cúmulo de cosas. Supongo que todo fue influyendo paulatinamente: el desgaste físico y mental de Vitoria, el cansancio que iba arrastrando de carreras y entrenos, el calor insufrible que hemos tenido estos dos meses, el estrés personal, sacar entrenos largos y exigentes sola, vencer la pereza muchos días para cumplir con el entreno, luchar con la falta de ganas en ocasiones, renunciar a otras muchas cosas, sacrificarte tanto por algo… Lo sé. Lo hago porque quiero, nadie me obliga, ni yo misma lo hago. Por eso lo sigo haciendo, porque en realidad quiero, porque realmente disfruto con todo esto. Sin embargo, no es un camino de rosas y hay que ir pesando las cosas en una balanza.

 

Es un triatlón durísimo. Te lleva al extremo. Y como ya lo había experimentado, me hacía sentir mucha inseguridad. Dudas de si llevas el entreno suficiente, si te han faltado kilómetros, rutas más duras, entrenar subidas, entrenar en altura… Dudas de si estás preparada físicamente e incluso si lo estas mentalmente. Me costó mucho convencerme de que sí. De que estaba preparada, de que podía hacerlo. Conseguí hacerme entender que estaba fuerte, que llevaba un año muy bueno y las cualidades y la forma no se iban a perder de la noche a la mañana para esta carrera. Sí que es cierto que me hubiera gustado entrenar en altura y aclimatarme a ello porque, no olvidemos que llegas a competir a 2.360 metros de altitud y, ahí… el cuerpo sufre. Y sufre aún más si no está habituado. Lo que no conseguía era que mi cabeza no fallara ese día. Sentía que a nivel mental no tenía ganas de luchar. Sentía que mi mente estaba agotada y temía que no tuviera fuerzas para ayudar a mi cuerpo cuando lo necesitase. Con toda esa lucha interior tuve que lidiar hasta poco antes de la prueba. Luchaba contra esas ganas de salir corriendo hacia otra dirección… con parar el tiempo… , o con cambiarlo todo. A veces la cabeza es muy cruel. Y así pasé los días previos. Así pasé el viaje de ida mientras sentía que mis piernas se hinchaban por estar 10 horas metida en un coche. Así me sentía cuando, estando en Embrun, me notaba cansada y pesada (supongo que era la aclimatación a la altura). Me daban ganas de pasar de la carrera, de irme hacer puertos con mis amigos, de ponerme a jugar con mis sobrinas y las niñas en el lago, de comer sin control. Por suerte, gracias a ellos, al verlos allí, por mí, con más ilusión que yo por mi carrera, entendí que todo eso tenía sentido. Sabía que debía hacerlo y que además lo iba hacer muy bien. Sin duda, iba a tener a mi lado al mejor equipo humano. Y eso ya sumaba muchísimo.

 

Llegó el 15 de agosto. Son las 5.45h de la mañana y ya estoy preparada para empezar esta aventura. Aquí ya no hay vuelta atrás. Ni quiero que la haya. Estoy a oscuras enfrente de un lago en el que no veo ni siquiera donde empieza el agua, pero tengo ganas de meterme a nadar en él. Levanto la mirada y veo la luna llena que nos alumbra mientras se esconde en unas finas nubes y con esa estampa me daban ganas de llorar de emoción. <<¿En serio te querías perder esto? No tienes perdón>>. Son de esos momentos que vives en la vida donde se mezcla la adrenalina, con la emoción, con el miedo… Como cuando uno hace alguna locura como el tirarse en paracaídas o bajar por una montaña rusa… Sientes algo de miedo, pero hay otras muchas emociones inexplicables que te gustan, que te hacen reír, gritar… Pues la salida del Embrunman es así. Sin más. Y para mí, solo por ese momento, este triatlón vale la pena hacerlo.

Cinq, quatre, trois, deux, un!Empieza la prueba y soy la más rápida en entrar al agua. Y la más astuta porque a pesar de estar a ciegas, sé que debemos ir a la derecha. No cometo el error del año pasado y me sorprende que las demás sí que lo hagan (y mucho más cuando había varias expertas en esta prueba. De hecho, tres ganadoras de ediciones anteriores y varias de ellas con grandes actuaciones en este triatlón. Así que casi todas sabíamos a lo que veníamos).

Dominar la natación aquí es clave. Nadábamos con la única referencia de una luz que parpadeaba en la popa de un kayak que iba abriendo la carrera. Poder ser la afortunada que va detrás de él, es muy favorable. Lo conseguí. Era yo la que llevaba el timón. Logré liderar el sector de natación de principio a fin y eso hizo que la natación fuera muy fácil. Bueno… dentro de lo fácil que puede ser nadar a oscuras. La verdad que da un poco de yuyu. Pero es otra sensación realmente emocionante. Es como cuando te bañas desnuda en el mar en una noche de verano. Sientes un miedo terrible, crees que te va a venir cualquier cosa a morderte. Pero, la sensación de libertad que te ofrece, es mágica. Y lo de ver amanecer en el agua, ni os lo puedo contar.  La mañana se va abriendo mientras tú braceas y empiezas a ver la orilla del lago llena de público y escuchas sus gritos y aplausos y en ese momento, te das cuenta de donde estás. Estaba liderando el mítico Embrunman. Nada más y nada menos.

54’. Un tiempo mediocre (no lo supe hasta un día después). Sin embargo, sentí que volaba. Sobretodo al verme en cabeza en solitario sabiendo que había grandes nadadoras y que en otras ocasiones las había tenido cerca e incluso delante. Fue una natación cómoda. Aunque se me hizo muy muy larga la primera vuelta. Supongo que el no ver nada influyó y la verdad que iba muy incómoda de lumbares y hombros. Consecuencia de no haber podido calentar antes en el agua. En varios momentos tuve ganas de parar a estirar unos segundos, aunque conseguí aguantar sin hacerlo. Quitando eso y las zonas de algas, por culpa de lo baja que estaba el nivel del agua, tuve una muy buena natación.

El mejor momento, fue la salida del agua. <<¡¡¡Guauuuuuu!!!>>Flipante la animación. Fui la primera persona en salir del agua y el público estaba entregadísimo. Imposible que no me temblaran las piernas y las manos. Y más cuando entre esa gente escuchas y ves a tu hermana, tu sobrina, Javi, Richard, Víctor y Alberto. Brutal. < ¡Pero Judith! controla que tienes 187km por delante. >.

La primera parte de la bici es durísima. Empiezas a subir muy fuerte y es muy difícil no dejarse llevar por la emoción. Te entra el pánico escénico y empiezan aparecer los: «no puedo», en la cabeza. Sí, tan pronto. Es deprimente sentir que llevas un rato sufriendo y tu Garmin solo marca 5 kilómetros totales y media de 15km/h. Paciencia Judith, ya sabemos lo que toca. A eso se lo suma el frío y no ayuda el notar como se entumecen las piernas y pierdes el tacto en manos y pies. La peor consecuencia de ello es que no bebí nada en esa primera parte. Ni sed, ni aliento para hacerlo, ni tacto para realizarlo. Aunque no todo era negativo. Conseguí levantar la cabeza y disfrutar del entorno. Esta carrera es para eso, para alzar la vista y darte cuenta de donde estás. Es increíble. No se puede explicar.

Disfrutaba mientras, inevitablemente, sufría la presión que supone ir primera en carrera. Querer correr más de la cuenta para que no te den caza y agobiarte con ese pensamiento. Sin embargo, en esta carrera no puedes competir, solo debes seguir tu camino y olvidarte del resto. Y por suerte, lo volví a conseguir. Bueno, me olvidé de las chicas, pero no de los chicos –jejejeje- Empezaron a pasarme en carrera, pero me sentía orgullosa de que lo hicieran más tarde que el año anterior. Lo hablamos con Víctor del Corral que me pasó sobre el kilómetro 40, casi llegando a Embrun. Y él mismo me dijo luego: ¡he tardado en pillarte este año! ¿eh?-. Eso motivaba. Lo bonito es irte saludando y animando con todos porque este triatlón une más que ninguno. Empatizas y compartes sufrimiento más que en cualquier otro. Carlos López, Pello, Eric Merino… y también extranjeros: Romain Guillaume… todos estábamos luchando por lo mismo: sobrevivir.

Paso por Embrun y cargo pilas con los gritos del público y de todas mis chicas que estaban allí: Mire, Laia, María y Cate. Y Javi junto a ellas. Les sonrío para que sepan que estoy bien y Javi me canta: 3’.  <¡Ole!> Me pillaran tarde o temprano. Pero, de momento, tengo el control de la prueba y una ventaja que no pensaba tener. Así que: eso que me llevo. <¡Zero estrés Judith, tú a lo tuyo!> me recuerdo a mí misma. Aunque antes de que me de tiempo a digerir la emoción del paso por Embrun, kilómetros más tarde, veo a Richard, Alberto, Víctor y Teo y me además de animarme, me gritan: – ¡Te vamos a ir siguiendo, vamos a verte al Izoard! – ¡Que grandes! Solo eso, me hizo sonreír durante un buen rato, motivarme con esa idea y disfrutar de tener a mis amigos cerca apoyándome.

Ellos fueron la clave de que no desvaneciera en ese duro circuito, ellos fueron los culpables de que los kilómetros fueran mucho más llevaderos. La verdad es que, dentro de todo, estaba gestionando bien la carrera y sufriendo lo esperado, ni más ni menos, que ya era mucho. Me encontré algo pesada en las subidas. Sin embargo, no le quise dar mucha importancia. Conseguí tener calma y no dejarme llevar por los pensamientos negativos que iban apareciendo. Tienes muchos momentos en los que te pararías, te detendrías junto a tus amigos a contarles lo duro que es esto. A pedirles que te lleven de vuelta o a echarte a llorar en su hombro desconsolada porque no te sientes con las fuerzas suficientes de afrontar todo lo que tienes por delante. Antes de empezar el ascenso al Izoard ya había perdido el liderato. Tina Deckers me había dado caza sobre el kilómetro 70, después de meterle una minutada en el agua. <<¡Qué pasada, cómo va!>> Y tenía a Emma Bilham, Alexandra Tounder y Lisa a punto de darme caza. Aunque eso no me importaba, estaba preparada para ello y yo seguía a lo mío. Aunque nunca es plato de buen gusto. Sin embargo, conseguí coronar manteniendo la segunda posición. Cuatro minutos ya me había metido Tina. Por detrás: poco más de un minuto.

Sorprendentemente. Fue en las bajadas donde mejor me sentí. Tuve el flow que nunca encuentro. Será gracias a mi FELT FR2 y a los frenos de discos que me dan una seguridad increíble. Lo único que no me daba seguridad era el tráfico abierto en esta carrera y sentir que: si aparecía un coche, a la velocidad que iba…no lo iba a contar. <<¡Uf! ¡Uf! ¡Uf! Judith no pienses eso. Disfruta que es el mejor momento de carrera y dura poco>>jejejejeje. Realmente disfruté muchísimo bajando y volví a sentir que merecía la pena estar allí. Es que bajando se ve todo muy bonito. – Jejejeje -. Es en la parte más rápida de carrera donde quieres ganar segundos, subir la media, recortar kilómetros lo más rápido posible…Y no sabéis la rabia que da tocar el freno porque un coche te obstaculiza. Esto pasa, y mucho. Y es lo malo de esta carrera. Lo peor no es perder tiempo, sino no sentirte seguro compitiendo. El paso por Briançon es realmente complicado y tienes que andar con mil ojos. Tienes que respetar las preferencias en cruces y rotondas porque a muchos conductores franceses les importa poco que estés compitiendo. La verdad es que cuesta creerlo cuando te ves ahí metida entre los coches.

El Izoard marca un antes y un después en esta prueba. Pasas de disfrutar en la bajada con la satisfacción de haber logrado coronar el puerto más duro de la carrera, a darte cuenta de que a penas llevas la mitad, que te quedan tres horas de carrera y que queda mucha dureza todavía. Ahí es donde te das cuenta del gran error que has cometido viniendo aquí. – Jejejejeje -. <<¿Por qué lo has hecho Judith?>>.

 

Se hizo muy muy dura esa segunda parte de carrera (no más que el año pasado). Los kilómetros ya no pasan, tu cabeza solo hace cálculos de todo lo que te queda todavía, tu estómago se resiente y rechaza todo, no quiere nada más. Tu cuerpo dice basta, te duele todo: piernas, culo, lumbares, cervicales… El calor aprieta de lo lindo y para colmo, se levantó un viento en contra horrible. No exagero. <<¡por favor!, ¿es necesario ponérnoslo más difícil?>>.

Los 40 kilómetros finales fueron de infierno. Solo quería llorar. Solo quería acabar y empezaba a plantearme el no correr. No podía. No quería. O ninguna de las dos cosas. Yo misma discutía con mi cabeza: << ¿y ahora tienes que correr una maratón? ¡Si no puedes con tu alma!>> . <<Venga Judith, lucha, hazlo por tu familia y amigos que están dejándose la piel por ti>>. – ¡A la mierda mis amigos!– me contestaba yo misma. Seguro que ellos me entendían. <<Ánimo Judith, hay mucho dinero en juego>>.Yo no corro por dinero, ¿te enteras?-. <<Venga demuéstrate a ti misma de que lo eres capaz. Hazlo por ti, solo por ti>>.

Con esa lucha interna conseguí poner pie en la T2. Sin saber cuántos pasos sería capaz de dar ni hasta dónde llegar. Pero me prometí que iba a luchar, que lo iba a intentar hasta decir basta, y que iba a pelear cada kilómetro como si fuera el último y sufrir hasta la estrenuidad antes de rendirme.

Qué os voy a decir. Que fue la maratón soñada. Sufrí muchísimo, sin duda. Pero el sufrimiento se escondía detrás de toda la emoción, de toda la fuerza que me dieron todos. Es imposible de expresar lo que viví. Tenía al Team koraxan desplegado a lo largo de toda la carrera. Colocados estratégicamente para no dejarme sola ni un momento. Me empujaron, me dieron fuerzas y esperanzas. Me hicieron volar y lo mejor: me hicieron soñar. Soñamos hasta hacerlo realidad. Ese sueño que parece que todos perseguíamos.

Mi cuñado en la primera parte de carrera, mi hermana unos metros más tarde con Júlia que animaba emocionada a su “tieta” con su campanita. Javi y Laia juntos en la primera subida del circuito para ir corriendo a un segundo punto. Las chicas esperándome en el paso por vuelta y en la zona más alejada de boxes, tenía a los chicos dándolo todo. ¡Brutal! ¡Increíble! <<¡¡¡mil gracias!!! No puedo decir más>>.Y además de ellos tuve la gran suerte de tener a Isabel y su marido apoyándome, a Francisco que corrió conmigo de punta a punta y me ayudó con sus gritos en las duras subidas. Y muchos más españoles que realmente me hicieron mantenerme a flote en esa dura batalla. <<Gracias a todos>>. No hay forma de agradecer tanto.

Me bajé a correr con casi seis minutos sobre la primera, me sorprendió que fueran tan pocos después de aventajarme con cuatro en el Izoard. Aún así, no creía poder cogerla. Sin embargo, la sorpresa fue tener siete minutos de ventaja por detrás. <<¡uf! ¿Que ha pasado? ¿Si las llevaba oliéndome el culo todo le rato?>>. Eso fue la prueba de que realmente había gestionado bien la carrera, había sabido tener paciencia y había hecho una segunda mitad de ciclismo mucho mejor. Sin embargo, nada estaba decidido y a pesar de la amplia ventaja, no veía asegurada la segunda plaza. A ver ahora como gestionábamos todas la maratón. Los 42 kilómetros nos iban a colocar a todas en nuestro sitio y a desvelar el desenlace.

Primera prueba de reconocimiento.<<Dios, no me acordaba lo duro que era el circuito>>. Sin embargo, el cuerpo estaba respondiendo más que bien. Tenía piernas, tenía fuerzas y el estómago respondía bien a los achaques del esfuerzo. Solo había que ver como iba recortando minutos. Pasé de seis a menos de cuatro de diferencia en la primera vuelta. ¡Gua! ¡Estaba emocionada! Yo y todos. Que empezamos a creer que se podía. – Estas corriendo mucho más fuerte que ella, se te ve genial. Mantén la técnica. Cuerpo adelante. – Me decía Richard. Y yo con eso aun corría mejor y más rápido. El efecto que tienen las palabras es alucinante.

Segunda vuelta. La ventaja por detrás era hasta un poco más amplia y empezaba a creer que la segunda posición no me la quitaba nadie. Sin embargo, apareció el muro. Noto que cuando estoy superando la subida más dura, los tibiales se engarrotan a causa de la dura pendiente y siento que apenas puedo correr. Parece que en la bajada se alivia, pero empiezo a sufrir muchísimo a nivel muscular y empiezan aparecer los amagos de rampas por todos lados. Empiezo a temer por no poder continuar en carrera y que mi cuerpo sufra un colapso. <<Judith no le hagas caso, no escuches eso>>.Que horror. Las cosas pasan de blanco a negro en un segundo. Y no sé como se puede remediar eso. Intento beber todo lo que puedo, hace mucho calor y ya todo pasa mucha factura. Me bebo hasta el agua de las esponjas. Esas que te dan para mojarte y que pasan por el suelo y por miles de corredores. Que triste cuando llegas a eso. Pero en los avituallamientos ya se hace muy difícil coger un vaso si no te sirves tu mismo y no quiero parar. Si lo hago, no voy a ser capaz de seguir.

Yo iba muy “jodida” pero no era la única. A pesar de eso seguía acortando la distancia con Tina y en los últimos kilómetros de la segunda vuelta ya la podía ver delante. Aunque por momentos creía no poderla alcanzar nunca. Quise tener paciencia, realmente, no creía tener fuerzas para pasarla y aguantar el tipo. Sin embargo, la alcancé sin querer justo al paso por boxes. <<Última vuelta Judith, puedes hacerlo>>. Podía, pero no sola. Así que al pasar por delante de Javi le grito como puedo: – ¡ayudarme, ayudarme!– Dios, se me caen las lágrimas solo de recordarlo. Javi se quedó planchado. Pasó de la euforia máxima al verme primera a la preocupación absoluta por mi mensaje desesperado. Aunque él confiaba en mi y sabía que iba a poder con ello. Y más viendo cuando las demás llevaba peor ritmo que yo y empezaban a andar en las subidas y avituallamientos cosa que yo no hice.

Mi mensaje surgió efecto. No tenía ninguna duda. Y de nuevo los tenía a todos circulando por todo el circuito conmigo para ayudarme en cada tramo. Me iban cantando tiempo y yo iba aumentando con mucha facilidad la ventaja con Tina. Pero no me servía. Tenía dudas de no poder acabar, de no poder llegar a meta. Sentía que no podía soportar todas esas rampas ni un solo kilómetro más. No sabía como lidiar con eso, como callar esos gritos de dolor, como parar eso. – Por favor, no me hagas esto. Ya lo tenemos. Déjame cumplir este sueño –. Le gritaba a mi cuerpo con rabia.

 

Horroroso. Durísimo. Creía que no me movía. Sentía que no avanzaba. Miré más mi reloj en los últimos 5 kilómetros que en toda la maratón. Los metros no pasaban. Solo me olvidaba de ellos cuando escuchaba a mis amigos. Víctor me decía: – gracias, gracias por darnos tanto, por tu lucha, por tu entrega…-. <<gracias a ti por alentarme cuando más lo necesitaba– .

 

Últimos 3 kilómetros, totalmente llanos. Último tramo de carrera. Richard se detiene, me mira y me dice: – Ya está, ya lo tienes, ¡eres la ganadora del Embrunman! ¿tu sabes lo que has hecho? -. No, aún no lo sé. Que pasada. Le choco la mano y con un nudo en la garganta empiezo a creer que lo tengo, que lo tenemos. <<Alberto, lo hemos conseguido. Confiaste en mí, y has hecho que yo también lo haga. Nos lo merecemos. Muchos años de trabajo detrás de esto>>. Le digo por dentro cuando paso por su lado.

 

Agonizo los últimos kilómetros. Sé que puedo permitirme andar y que ya no se me escapa. Pero no quiero andar, ni correr, quiero volar. Quiero disfrutar de lo que estoy consiguiendo. <<cariño, te he vuelto a brindar una gran carrera>>. ¡Lo conseguí! Ya sí. Veo a mi cuñado y a mi hermana y corren conmigo ese tramo final. Y aún así les sigo preguntado: – ¿viene por detrás? -.Mi hermana se parte de risa. ¡Uf! Es que da mucho miedo eso de que te adelanten al final. La carrera no se gana hasta la meta.

Y esa meta por fin llegó. Esa que nunca creí alcanzar. Esa que quise odiar en tantas ocasiones y ahora la quiero a más que nada en el mundo. Ha sido mi meta más especial, más compartida, más querida, más sufrida, más luchada y más bonita que he tenido nunca. Este triatlón ha sido mágico, ha sido especial, único y sin duda ha marcado un antes o un después en mi carrera deportiva.

Gracias “familia” por todo lo que me habéis dado estos días. ¿Sabéis que es lo más bonito? Que días después cierro los ojos y no consigo ver imágenes de mi llegada, de la meta, de mi carrera…solo veo imágenes de mi gente animándome, gritándome y vibrando conmigo. Y eso es lo más especial que tengo. – ¡Os quiero! – ¡Ahora, no me convenzáis para volver el año que viene eh!

Mucho trabajo detrás de este triunfo. Aunque no ha sido solo mío. Sino que hay más gente detrás de este logro: entrenador, nutricionista, fisios y patrocinadores. Gracias a todos.

 

Y gracias a todos por reconocer mi gesta y darle aún más valor a todo ese trabajo, a toda esa lucha, sacrificio y a esa recompensa.

1 Judith CORACHAN ESP        54:49   01:46    6:40:13    01:20   3:15:56    10:54:07
2 Tine DECKERS BEL               58:01  02:18    6:30:46   01:4      3:27:39     11:00:30
3 Alexandra TONDEUR BEL  1:01:09 02:00   6:40:35   02:2      3:19:47     11:05:57
4 Meredith HILL AUS              56:20    02:50    6:44:20   02:1     3:23:48      11:09:35
5 Emma BILHAM SUI             56:49     01:44    6:49:49   04:0     3:22:55      11:15:20
6 Lisa ROBERTS USA            1:04:54   02:37    6:57:24     02:0    3:15:05      11:22:00
7 Anais MARTIN FRA             1:02:46  03:24    7:04:08   02:5     3:28:59      11:42:10
8 Melissa LAPP FRA            1:05:20      03:01   7:14:22      03:3     3:52:14      12:18:27
9 Sione JONGSTRA NED    1:01:09     03:03     7:26:50.  02:2     3:45:55      12:19:26
10 Annabelle DIETRE FRA    56:58      04:50     7:22:17     06:3    4:23:54     12:54:29

De la diferencia de premios entre hombres y mujeres mejor ni hablo. Me indigna este tema. Me entristece mucho. Hicimos lo mismo que ellos, el mismo recorrido, el mismo esfuerzo, el mismo sacrificio pero parece que no es suficiente para que la recompensa sea la misma. Igualdad. Solo queremos eso, ni más ni menos.