6 de diciembre, llegó el gran día. Challenge Daytona, PTO Worldchampionship.

He dormido bien. Mucho más que en lo habitual en una noche previa a una carrera. Será porque esta vez los nervios están templados. Estoy contenta. Me siento con ganas y motivada y me alegro por ello. Esa sensación no llegaba y me asustaba. Pero por lo visto está todo en orden y listo para el momento.

Desayuno, preparativos y para la carrera.

10:00h Todas preparadas dentro del agua y suena el bocinazo de salida. Sprint a muerte para coger sitio, pero no hay plazas libres. Todas nadan mucho. Yo no quiero ser menos. Estar en el grupo tiene un precio muy caro: golpes, tensión, agobio… Era precisamente lo que más temía. Con todas las magulladuras del accidente quería evitar que me tocasen a toda costa, pero… ha sido imposible. Aun así, debo reconocer que con la adrenalina del momento no me ha dolido más que en lo que, en circunstancias normales, te da la carrera.

El sprint no termina. Boya tras boya sigue la pelea por estar en ese grupo y el ritmo no afloja. Sí que lo hace la que va delante de mí. Y, a pocos metros de terminar la primera vuelta, me quedo cortada. No puedo acelerar más, pero no puedo perderlo. La salida del agua para completar el tramo a pie del paso por vuelta me aleja aún un poco más. No solo por el “globazo” que llevaba ya, sino porque, con la herida de la rodilla, en el momento de flexionar la pierna para salir del agua y correr me dolía horrores con el neopreno. <<Judith ¡no puedes perderlas! Hoy no se puede dejar escapar a ningún grupo>> me digo a mi misma. Así que toca seguir con el sprint. Sin embargo, esos escasos 4 metros eran insalvables. La única suerte fue que toda la fila se escoraba a la izquierda. De manera que si ponía el mejor rumbo conseguiría engancharlas. Así fue ¡lo conseguí! Justo llegando a la última boya (a 200 metros de la salida) consigo enlazar con el grupo para, al menos, no quedarme cortada en bici. 2.000 metros de natación esprintando: primero, para no perder al grupo, y después, para volver a cazarlo. Infernal. Pero valió la pena. Me valió para seguir metida en carrera nada más subirme a la bici y, aunque algunas se esfumaron por arte de magia, otras me perseguían ahora a mí. Sabía que el Top10 estaba lejos pero ahí estaba, en el grupo perseguidor y con “cracks mundiales”.

Os he contado que la natación fue en sprint de principio a fin. Pues creedme si os digo que en el sector ciclista no fue diferente. Dos primeras vueltas muy duras para coger sitio en el tren de la bruja. Aquí también hubo peleas. Nadie quiere quedarse atrás porque, si te bajas, estás muerta. Las vueltas siguen. El ritmo es frenético. La tensión es brutal pero no se puede parar. Me siento como una peonza que gira y gira y que, si la frenas, se cae. Caerme no me caí, aunque algún susto me llevé. Todas buscábamos pegarnos al máximo a la izquierda. Tanto que hacíamos temblar los conos. Lo malo es que alguno casi me tumba a mí. <<Judith, nooooo. Que ya tienes mala experiencia con los conos>>. Culpa mía siempre. Unas por despiste y aquí, por apurar. Pero creedme que el ritmo era de vértigo y había que arriesgar en todo si no querías perder la carrera.

El “tren” me ha dado un buen trayecto. Estoy contenta. Ha sido duro. Con momentos muy malos y sin tiempo de mirar ni una vez el paisaje. Ni evadirse. Había que llevar el cinturón bien abrochado porque la velocidad era altísima y en las curvas peligraba. He ido cambiando de vagón varias veces y hasta he hecho de maquinista. Nos ha pasado algún otro tren a gran velocidad que solo pude contemplarlo; aunque también hice algún que otro adelantamiento. Lo más duro ha sido aguantar la posición durante cerca de dos horas. Que dolor de cuello, de hombros, de brazos… Muy, muy duro. De las piernas ni hablemos. En la mitad de la bici ya notaba como los cuádriceps se empezaban a desgarrar. Notaba como si fuesen hilos que se empezaban a deshilachar. Sabía que era fruto de tan gran esfuerzo. Los aductores se contraían por toda la tensión y los glúteos se engarrotaban. Solo tocaba rezar para poder bajarme y poder correr dignamente después de ese esfuerzo tan estratosférico. 20 vueltas. 80 kilómetros a 40,4km/h de media. Un tramo de viento en contra y otro con viento a favor, aunque ese ni se notaba. Parecía que nunca iba a llegar a su fin. Parecía que nunca iba a detenerse esa peonza. Pero lo hizo. Orgullosa de aguantar la pelea. Orgullosa de conseguir meterme en carrera y por una vez no perder ruedas tontamente. Me ha costado mucho esfuerzo. Por momentos (en cada vuelta me atrevería a decir) he temido perder al grupo. Pero en este mundial no me estaba permitido y lo he conseguido. Por cabezonería diría. Aun así… conseguido. El esfuerzo mental ha sido casi tan duro como el físico. Ha tocado convencerse en cada vuelta que podía aguantar una más. Así hasta la última. Había que estar metida en carrera en cada segundo y no se podía perder la concentración por nada del mundo. Quedaba correr.

 

La T2 se hace dura y vuelven a hacerse presentes los dolores de las heridas. Agacharse, ponerse los calcetines y calzarse se me hizo verdaderamente un suplicio. Sin embargo, ni eso conseguía lamentarme o perder segundos. Y mucho menos rendirme. Salí fuerte. Las piernas estaban muy tocadas, también el hombro. Sin embargo, lo peor resultó ser el controlar la respiración. No quería bajar el ritmo. Aunque no sabía si iba a poder aguantar esa intensidad. ¡Vamos a intentarlo! Ya no hay nada que perder.

En los primeros kilómetros noté que empiezo a tener una sensación de mareo y siento como si perdiese un poco la lucidez. <<!No me hagas esto! ¿Es solo un fantasma que trata de asustarme, o realmente debo preocuparme?>> Era lo que más temía: tenía pavor a que aparecieran esas malas sensaciones en la cabeza a raíz del accidente. Ha sido una semana muy dura. Con mareos, con mucho dolor de cabeza. Lo que no quería era sentir eso en carrera. Me asustaba porque me preocupaba poner mi salud en riesgo. Y es que, entre los médicos que me habían advertido que después del fuerte golpe podían quedar secuelas y gente cercana que me recomendaba no correr por los efectos secundarios, reconozco que con eso estaba un poco asustada. Aunque, por suerte, rápidamente sentí que todo estaba resultando ser puro fruto del esfuerzo del momento. <<Falsa alarma. Seguimos>>.

La carrera a pie se hizo interminable. Parecíamos hormiguitas avanzando por el mismo escenario por el que habíamos volado minutos antes. Esa vez, solo cuatro vueltas, pero os aseguro que parecían mucho más largas. Iba a buen ritmo, aunque por más que me esforzaba no conseguía dar caza a más de dos o tres. No estaba mal. Sin embargo, a las que pasaba, eran prácticamente a las mismas que me sobrepasaban a mí. <<Así no hacemos nada Judith>>. Luchar como lo estaba haciendo ya era mucho y estaba contenta por ello. En cambio, una vez que te ves ahí, siempre quieres más. Y ya que estás buscas lo mejor. Y lo mejor era conseguir el Top20. Aun así, por más cerca que estaba, no lo conseguía. Y finalmente se me escapó. Desgraciadamente, a escasos 400 metros de meta, Heather Jackson me ha dio caza y por pocos segundos, cinco solamente, se me esfumó el puesto 20. No era solo una cuestión de orgullo y satisfacción personal. No era solo conseguir un gran resultado, que era a lo único que podía aspirar. Sino que también era una cuestión de dinero. Hasta el puesto 20 se ganaba algo más. A partir de ahí, todas cobrábamos lo mismo, hasta la última casilla. Seamos realistas: el dinero es importante y es una gran motivación también en carrera. No se puede negar. Es un valor añadido. Os aseguro que después de este maldito viaje (con cancelación de dos carreras, el accidente (como supongo, ya sabéis que la sanidad no es gratuita en EEUU), mil gastos y algún que otro imprevisto más que siempre hay en estos viajes transoceánicos), el dinero hacía mucha falta, jejeje. Pero seamos honestos. Aun así hay que decir que el dinero es secundario. Estoy feliz de mi carrera. De mi rendimiento. De mi lucha y de mi superación después de todo lo acontecido en los últimos días. Y estoy feliz con el resultado. Siendo sincera, no podía aspirar a mucho más. Desde un principio dije que el Top20 estaba muy caro y esa era mi mayor aspiración. Contaba con quince chicas que iban a quedar fácilmente por delante de mí. Y aunque siempre falla alguna de las favoritas, también aparece alguna que no te esperas. Y por supuesto que tenía claro que iba a luchar por estar entre la quince y la veinte. Sé que no tuve buena suerte con caerme días antes, pero también es verdad que otras han tenido episodios parecidos y que no han podido ni siquiera salir a competir: lesiones de última hora, bajo estado de forma, etc. Así que estoy muy contenta de finalmente haber podido competir y vivir una experiencia que ha sido “BRUTAL”.

Realmente he sentido emociones únicas. Pensaba que cosas así las viviría en Hawái, pero este mundial me las ha hecho vivir. Lo ha conseguido. Verme pelear con las mejores, vivir esa experiencia dentro y fuera de carrera… ha sido brutal. Además, vivirlo en un circuito así lo ha hecho aún más emocionante. Todas tan cerca, aunque a la vez tan lejos algunas, jejejeje. Pero poderlas ver tan bien de tú a tú y disfrutar de sus carreras también es genial. Igual que vivir la de los chicos y ver como de igual forma ha sido agónico para ellos. Es qué vaya carrera. Qué dura. Qué larga y qué corta a la vez. Larga porque tanto sufrimiento cuesta soportarlo y corta porque no hay tregua. No da tiempo ni para pensar en vueltas, en números, en distancias ni en kilómetros.

¡QUE CARRERA! Pero tengo que decir que casi ni os la puedo contar. Que por poco ni la puedo vivir. Como bien sabéis, sufrí un grave accidente tan solo hace diez días. Si me permitís os cuento que pasó. Realmente hasta hace unas horas creía que mi crónica acabaría aquí. Sin la carrera.

Empezamos a preparar nuestro viaje a Daytona desde que supe que estaba clasificada. Hace meses. Pero como bien sabéis, el COVID nos lo ha ido complicando todo. En un primer momento nos planteamos irnos vía Méjico y estar allí entrenando quince días por Cancún o Cozumel para poder cumplir con la cuarentena que nos permitiera viajar a USA. Lo teníamos casi listo cuando la PTO, afortunadamente, nos anuncia que me va a conseguir un visado como triatleta profesional y que con eso podemos entrar en EEUU sin problema (yo y mi acompañante). Buenas noticias, cambio de planes. Decidimos aprovechar el viaje a los Estados Unidos y competir también en dos carreras más. Realmente fue idea de Javi Hidalgo, nuestro amigo en Miami. El cual no solo nos iba a acoger en nuestra estancia allí, sino que nos estaba ayudando con todos los trámites: la logística y todo eso… Así que, confeccionamos la ruta definitiva de nuestra expedición. Empezamos viajando a Texas para competir en el 70.3. Desde allí, volaríamos a Miami donde nos hospedaríamos hasta el día 1 (que toca concentrarse en Daytona), después del mundial nos marcharíamos a Florida para competir el fin de semana siguiente en el 70.3 y desde allí a Orlando, donde nos quedaríamos unos días y terminar ahí nuestro viaje por Estados Unidos. Pero… Nada empezó bien. Justo en el momento que embarcábamos en el último vuelo que nos llevaba a Texas, Ironman anuncia que suspende la carrera. A solo tres días del evento. Primer golpe duro. Sin margen de maniobra nos toca llegar a Texas y reestructurar el viaje desde allí. Desmotivador. No sólo costó asimilar la anulación de la carrera (y más como profesional) sino que supuso un palo gordo a nivel económico: pérdida de vuelos, coger otros, perder el hotel, el coche de alquiler, la inscripción (Yo no, porque soy Pro, pero la de mi marido sí)… En fin. Tocaba adaptarse.

Viajamos antes de lo previsto para Miami y nos hospedamos en casa de Javi. Estábamos como en casa: anfitrión de lujo, guía, cocinero, peacer… y lo más importante: un tío de “10”. Ahí se nos pasó rápido la tristeza. Estábamos de lujo. El lugar nos encantaba. Estábamos disfrutando del turismo mientras que, a la misma vez, sacábamos buenos entrenos y seguíamos centrados en el mundial. Ese era el principal objetivo en esos momentos: Daytona.

DCIM100GOPROGOPR2302.JPG

Y por raro que parezca. Esa misma semana nos anuncian que el 70.3 de Florida del 13 de diciembre también cae. ¡No puede ser verdad! Aunque realmente se venía venir. Bueno, aquí vamos palo tras palo, pero toca adaptarse y seguir con el gran objetivo: el Mundial de la PTO.

Llevaba días sacando buenos entrenos y motivada al 100% para sacar una gran carrera. Me encontraba mejor que nunca. Además, sentía que el viajar antes me había ido genial para adaptarme al clima y olvidar a tiempo el  jet lag. Pero nuestra suerte iba a volver a cambiar.

Jueves 26 de noviembre, día de Acción de Gracias en EEUU. Acabamos de sacar unas buenas series en mi entreno de bici. Estoy contenta por ello. Además, hemos tenido la gran suerte de ver un cocodrilo en mitad de la carretera y más tarde paramos para ver una cría y la he podido tocar con mis manos. Un gran día. Solo nos quedaba rodar fácil hasta casa, poco menos de 30 kilómetros y marcharnos a celebrar nuestro primer “Thanks Giving” con la familia de Javi. Pero, nunca sabes lo que te va a deparar el destino.

Iba rodando en fila detrás de nuestro amigo Javi. Detrás de mí lo hacía mi marido. Íbamos concentrados con ganas de llegar a casa y luchando contra el viento sobre los 36km/h. Todo iba bien. No recuerdo nada extraño cuando de pronto me despierta alguien que me coge del cuello para estirarme en una camilla. <<¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?>> No entendía nada. Veo que hay un tío vestido de ciclista cerca de mí. No sabía quién era (pero era mi amigo Javi al cual no reconocía). Veo que mi marido está de pie a mi lado con mirada preocupada, pero creo verlo bien. –Menos mal, él no se ha caído– intuí. Veo un policía cortando el tráfico y muchos coches. Muchos servicios de emergencia. No entendía qué había pasado, pero parecía obvio. Veo mi bici tirada en la cuneta. Me viene a la mente que he oído algo como un pinchazo, pero… ¿Cuándo he vivido eso? No lo recuerdo. Siento que me vuelvo a alejar de este mundo. De hecho, siento que me estaba yendo sin enterarme de nada. Sin embargo, alguien parece impedirlo. Un tío me habla para que no me evada. Me pregunta, pero yo no escucho nada. Poco después noto que voy en un vehículo. Pero… ¿Quién me ha metido aquí? ¿Cuándo han hecho esto? Me estoy volviendo loca.  Siento que mi vida se esfuma a intervalos y no me estoy enterado de nada. Me agobio. Todo eso me daba una gran ansiedad. No podía abrir los ojos y no sentía que pudiese ver nada. Lo que quería era buscar en mi cabeza y encontrar mis recuerdos. ¡No los tengo¡ <<¿Dónde estoy? ¿Qué año es? ¿En qué mes estamos?>> ¡No sé nada¡ ¡No recuerdo nada¡ Intuyo que algo ha pasado. Era obvio que me había caído y sabía que había sido en bici, pero no sabía dónde estaba, ni en qué país, ni en qué mes, ni en qué año. Todo era muy extraño. Solo quería averiguarlo. Sin embargo mi cabeza no me daba respuesta alguna y empecé a asustarme de sentir todo eso. <<Pero, estoy viva, ¿no?>>Escucho que me preguntan mi edad. Creo que me la sé y creo que acierto. –“¿Dónde estamos?” pregunto. Me dicen que en Miami. –¿Miami? ¿Qué hacemos aquí?, ¿cuándo hemos venido?, ¿para qué?, ¿por qué? Mientras, siento que me evado pero que vuelvo a la realidad y empiezo a conseguir respuestas (aunque me costaba). Me relajó. Me emociono al notar que de nuevo soy yo. De golpe pregunto en voz alta: –¿Hoy es acción de gracias? Una chica me contesta que sí. Me doy cuenta de que ya no estoy en una ambulancia, estaba en una cama y noto que estoy desnuda. ¿Cuándo me han quitado la ropa? Todo eso era muy extraño. ¿Qué me está pasando? ¿Solo me estoy quedando dormida o me he ido un poco más lejos? Me preguntaba. Pero prefiero no saberlo. Intento relajarme y entonces sí que siento que me duermo. Aunque me fueron despertando varias veces, sin querer: una, noto que me pinchan en el brazo, otras porque noto que me ponen un tubo por la nariz, luego porque me meten en una máquina… Aunque con todo ello no consigo mantenerme despierta. Tenía mucho sueño. Y mucho, mucho frío. De golpe me despierto. Estoy en la habitación de un hospital. Ahí sí que lo veo todo con claridad. Me acuerdo de todo (Bueno, hasta antes de caerme). Mi menté lo último que recuerda es que iba en bici con los dos Javis. ¡Javi!  –grito ¿Y marido? ¿Dónde está? ¿Qué le ha pasado? Me dicen que esta bien y que él también se ha caído. Que le están mirando porque se ha llevado un fuerte golpe en el brazo, pero que por suerte no hay nada roto. ¡Mierda! Se habrá caído por mi culpa. Recordaba que iba detrás de mí. –Quiero verlo. Dije. Necesitaba verlo. Nuestro amigo Javi entra en la habitación. Ahí sí que lo reconocí. Menos mal. Me sentía mal por ello. Después de todo lo que estaba haciendo por nosotros. Se me acerca y me hace una videollamada con Javi que estaba en otra sala y entonces lo pude ver. Y me veo yo. ¡Dios mío! –Me falta media cara. ¡Que horror! Sabía que me dolía todo. Sentía que me había hecho mucho daño. Sin embargo, verme con media cara ensangrentada me hizo pensar que el golpe había sido muy fuerte. Pero ya estoy aquí, me dije. Y lo mejor era que Javi estaba bien, también.

Los médicos me proponen quedarme un día más en observación y me advierten que, aunque las pruebas han salido bien, a veces las cosas se pueden complicar. Aun así, firmo mi consentimiento para salir del hospital. Solo quería irme para casa. Tenía frío. Tenía ganas de lavarme, de ducharme. Quería dormir y no despertarme hasta que esa pesadilla se hubiera esfumado.

 

“Soy Javi. Marido de Judith. Triatleta amateur, y el que en adelante os va a narrar la parte que os falta. Y lo voy hacer por necesidad de sacar lo vivido, lo que sentí en cada momento durante esas tres horas, en las que mi mujer, tuvo esas lagunas de memoria.

No me extiendo. Íbamos en fila. Javi en primer lugar, Judith (acoplada) y yo detrás, también acoplado. La velocidad, no era muy alta, exactamente no os la podría decir, lo que sí que puedo deciros, es que volvíamos suave. Íbamos felices de haber visto cocodrilos y ansiosos de celebrar nuestro primer thanks giving. Alzo la mirada. Veo como Judith percibe algo y levanta su brazo derecho del acople. En ese momento su rueda delantera gira de forma brusca a la izquierda “debió haber topado con algún objeto de una forma totalmente sorpresiva”. Judith, no tiene margen de maniobra y cae de forma parabólica en la misma dirección en la que íbamos. La caída no la llego a ver, pero sé que es fuerte. Muy fuerte. Intento no pasar por encima de mi mujer y, aún acoplado, muevo el cuerpo hacia la derecha pasando por encima de su rueda trasera y cayendo de espaldas a la calzada. El golpe fue fortísimo. Estoy tumbado en medio de la vía, dolorido y sin poder respirar. Alzo la mirada y la busco a ella. La veo a un metro aproximadamente de mi. Sus ojos, medio abiertos, no miran a ningún lugar. Tiene el rostro ensangrentado y de sus labios cae un reguero de sangre. <<No puede ser. Tengo que levantarme>>. Sigo sin apenas poder respirar. Sé que es del golpe y que poco a poco me irá saliendo ese aliento que tanto necesito para ir junto a ella. Sin pensarlo me intento levantar. Javi me grita: <<que hago>>. –Llama a la policía y a una ambulancia. Le digo.

La vista se me nubla. No veo y vuelvo a caerme hacia el arcén. Tengo ganas de vomitar. Mi mente va a mil. Necesito verla. Necesito ponerme bien. ¡Ya!

Un hombre, pregunta: –¿Necesitáis algo? –Le digo: “Agua, agua”. Deja en el suelo dos botellines. Cojo uno con mi brazo derecho, pero, cuando lo intento abrir, me doy cuenta que algo malo tengo en el hombro. No puedo soportar el dolor. Vacío como puedo todo ese botellín de agua sobre mi cabeza. Ahora sí. Parece que mis constantes vuelven a su sitio. Me acerco a ella. Me tumbo a su lado. Le miro la lengua. Miro su respiración y observo su mirada. La cojo poco a poco: “Cariño soy yo. Mírame” –le digo. Parece que reacciona. Su mirada sigue en otra dimensión, en ese lugar donde quiero llegar. La consigo incorporar. Le miro la cabeza. Parece que no tiene ninguna herida sangrante y hago algo que, pensado fríamente, no debía haber hecho. Le quito el casco para poder enfriar su cabeza con agua, como anteriormente había hecho conmigo mismo. Fija su mirada en mí y, de repente, la cambia y observa el entorno. No dice nada. Está calmada. Su rostro me preocupa. En cuestión de dos minutos su cara se ha inflamado muy rápido. Tengo claro que puede haber sufrido una conmoción cerebral fuerte. Eso me preocupa. Y mucho. Tengo miedo. Llegan policías y bomberos. Y, a los diez minutos, los sanitarios. En todo ese transcurso de tiempo me quedo a su lado. Mirándola. Intentado razonar con ella. En no menos de 10, 15 ó 20 ocasiones, me pide que le explique dónde estamos. Que le explique qué ha pasado, quién es toda esa gente, por qué estamos en Miami… Una vez le contesto, aparta la mirada de la mía, vuelve a mirarme y, de una forma muy pausada y tranquilla, me repite las mismas preguntas. Las que yo, incansable, le contesto una y otra vez. Un bombero me coge a parte cuando a Judith le estaban colocando la tabla espinal y el collarín. Me informa que la van a llevar al hospital ya que deben realizarle pruebas. Le digo que no hay problema pero yo voy con ella. Me dice que no. Que por la pandemia del Covid no está permitido trasladar a familiares con los enfermos. Le digo que yo también me he caído y que, de ser así, también quiero que me trasladen para poder hacerme pruebas en el mismo hospital. Me comentan que deben activar a otra ambulancia. Lo siento, pero hasta aquí hemos llegado. Les pido de buenas formas que no pienso separarme de ella. Que haré lo que me digan. Que no controlamos el idioma y que tengo que ir con ella, pase lo que pase. Finalmente, gracias al buen trato con mis compañeros policías, me hacen un hueco en esa inmensa ambulancia y me trasladan con mi mujer.

Sin poder verla, la introducen en una sala y a mí me informan que debo esperar en una salita. Unos cuarenta minutos más tarde, una doctora me dice que Judith está bien. En un principio no tiene lesión interna y que en un rato la podré pasar a ver. Ahí sí lloré. Y mucho. Estaba muy asustado. No quería, pero en mi mente había un pensamiento malo que me decía que me podía quedar sin ella, sin su presencia, sin nuestros día a día. Y no podía soportarlo“.

Javi Cano.

 

Los días siguientes fueron muy duros. De pena. Como podéis imaginar porque seguro todos habréis pasado momentos tan duros como el mío. Las heridas son horribles. No dejan descansar, no dejan dormir y no dejan estar cómodo en ninguna posición. Los dolores eran muy fuertes en varias partes del cuerpo. Sobretodo el hombro donde me llevé un fuerte impacto. Pero la peor parte era en la cabeza. El dolor intenso no desaparecía y era como si algo no parara de dar vueltas dentro de ella. Y eso, además de molestar, me asustaba. ¿Estaría todo bien? Suponía que después de un golpe tan fuerte era normal. Era tanto el dolor de la cabeza como el de pómulo, y el de la sien. Así que solo quedaba pasar el día en cama, descansar, recuperar y comer puré porque ni si quiera podía masticar con normalidad ni abrir mucho la boca por el dolor de la mandíbula. Los días pasaban muy lentos. Se hace muy duro cuando estás así. Pero a la vez pasaban muy rápido. Rápido porque el tiempo se acababa. Se acercaba la hora de competir y la mejoría era lenta día tras día. No sabía si llegaría. No sabía si sería capaz de hacerlo, pero quería intentarlo. Me despertaba cada día con la ilusión de poder conseguirlo. Sin embargo, cuando sentía que solo ir hacer pipi se convertía en una odisea, me costaba creer que pudiera conseguir algo más que eso.

(si no os importa, me he ahorrados todas las fotos desagradables del accidente y la recuperación)

 

Tocaba intentarlo. Tocaba empezar a probarse y lo fui haciendo muy poco a poco. Apenas nada en esos diez días. Además, sentía que todo lo que hiciera restaba más que sumaba. Cada día tenía más claro que iba a estar en la línea de salida, pero a la vez no veía nada claro poder correr con garantías, poder acabar la carrera. Me sentía débil, sin fuerzas. Con falta de energía y reconozco que de pundonor. El cuerpo estaba muy mermado y costaba pedirle a la cabeza que hiciera un esfuerzo estratosférico.

Estábamos a sábado. A menos de un día de mi carrera. Pero ese día, el protagonista era Javi. Hoy le toca a él competir. Me había suplicado que no fuera a verle, que descansara. Pero como comprenderéis, no podía quedarme tumbada en la cama del hotel mientras él competía. Fui a verle, a animarle y a esperarle llegar a la meta. Se lo merecía y yo quería estar allí. Él sufrió mucho con nuestro accidente. Sé que más por mi que por él, pero os aseguro que él también estaba muy dolorido. Así que no podía fallarle ese día. Debía estar a su lado como él ha estado en todo momento por mí. Priorizando mis cuidados a los suyos.

El sábado tarde fue duro. El dolor de cabeza no se me iba. Llevaba así un día entero. Me preocupaba. Me entristecía. Y realmente no veía la hora de salir a competir.

Ahora sí. La historia acaba aquí. Nuestra odisea por las Américas llegó a su fin. Siento a ver sido tan trágica, pero así fue nuestro viaje. Quiero hacer una mención especial a nuestro amigo Javi por cuidarnos tanto y preocuparse por nosotros en todo momento.

Acabó esta temporada. Una temporada tan atípica pero con la satisfacción de haber logrado correr en un mundial inigualable. Tan solo tres carreras este año, pero con una primera inolvidable en la que conseguí el pase a Hawai y con una última para enmarcar.

Todo ello lo mejora el hacerlo al lado de mi gran apoyo: mi marido. Y la suerte de tener grandes patrocinadores y contar con toda esa gente “increíble” que me ayuda sin pedir nada a cambio.

Gracias a mi familia por apoyarme siempre. Sé que os he hecho sufrir en esta última aventura más que nunca. Y lo siento.

Gracias a todos los que me apoyáis día a día: en los momentos buenos y en los no tan buenos. Y gracias por vuestra admiración y cariño.

Gracias a Iván, mi entrenador, por guiarme un año más. Por sacar lo mejor de mí y motivarme tanto.

¡A ver que nos depara el 2021!    Suerte a todos.