El insomnio propio que prosigue a una carrera llena de emociones, me ha sacado de la cama y me ha llevado a escribir la crónica tan solo unas horas después de finalizar la competición. Todo ello con la necesidad de plasmar los grandes momentos vividos en el día de hoy. Y es que Bilbao ha vuelto a emocionarme. Os cuento desde el principio:

El viernes al mediodía, a menos de 24h de la prueba, llegamos a Bilbao. El conocer la carrera, y participar por tercer año consecutivo, fue lo que nos llevó a tomar esa decisión. Fuimos directos al hotel Meliá, donde nos hospedaríamos por cortesía de la organización que, una vez más, nos trataba como reyes. Una vez allí, por fin, tenía el mono aero de Viator que este año se estaba haciendo de rogar; que por cierto me acababan de enviar. Decidimos ir a comer algo cerca y volvernos enseguida a la habitación; yo a descansar y Javi a correr. Aprovechó porque él, este año no participaba.

Estando en la habitación tocaba centrarse en la carrera. Empezaban a llegarme cientos de mensajes de apoyo; las ganas y la emoción iban en aumento. Y más, después de la llamada de mi entrenador Álvaro Rance, con él que comentamos la táctica. La verdad es que esto, es una de las cosas que cambian. Antes iba más a lo loco, a verlas venir y actuar sobre la marcha. Pero ahora, a estas alturas, lo que es cierto, es que hay que estudiar a las rivales, y las posibilidades de estar ahí luchando por la carrera. Las conclusiones sobre el papel fueron: Emma Billham <Es la que se supone que va a dominar la carrera. Debo intentar seguirla en el agua, luchar por aguantarla en bici y, llegando juntas a las T2 podré disputar la carrera donde debería ser su punto más débil>. Del resto de rivales no sabíamos mucho más. Contábamos con el factor sorpresa, aunque a veces, por mucho pronóstico que hagas, nada va según lo planeado. Y muchos menos, en carreras tan largas. De todos modos, confiaba en que se podía.  Después de hablar con Álvaro, me sentí con más ganas y fuerzas que nunca.

La tarde previa, solo quedaba recoger dorsal e ir a la reunión técnica. Esperé a que viniera Javi de entrenar y llamamos a Aida para vernos e ir juntos. <Que ganas de verla y conocer a la pequeña Noa>. Aida es una de las mejores personas que he conocido gracias a este deporte y, junto a su pareja, Gus, mantenemos una bonita amistad. Llevábamos tiempo sin vernos y a Noa aún no la conocíamos en persona. Pero por fin llegó el momento. A Gus no lo vimos hasta el sábado porque se quedó preparando todo.

Me encontré con el dorsal número 1. ¡Buf! Era el que me tocaría defender. ¡Ahí es nada! Palabras mayores. No solo por la presión del número, sino por el gesto de la organización habiéndomelo asignado a mí.  Es de agradecer y lo hice en ese mismo instante, donde me encontré con Eneko (el organizador) y Endika (de prensa), y otros muchos participantes y compañeros que ya me mostraban su apoyo para la carrera. En ese momento sí que se palpaba ambiente de competición y los nervios aumentaban.

Después de asistir a la reunión, Javi y yo nos fuimos a cenar a un restaurante japonés –para variar–. Y pronto a la cama. Tocaba enfrentarse a otra larga noche como lo son todas las previas a una carrera. Pero esta, afortunadamente, iba a ser mucho más larga porque, hasta cerca de las 9h, no debería sonar el despertador. < ¡Es que Bilbao tiene muchas cosas buenas, y el hecho de competir a las 12h del mediodía, es una de las mejores! >. Que alegría da eso: saber que, a pesar de los nervios, vas a descansar lo suficiente. Obviamente, horas antes de que el reloj sonara, estaba despierta y pensando en la carrera.

9.00. Hora prevista para activarse y preparase. Protocolo habitual, sin ninguna incidencia, y los nervios a olvidarse algo esencial. La mañana era fría y amenazaba lluvia. Es más, lo había estado haciendo horas antes y el suelo estaba mojado. Eso no me gustaba nada, pero confiaba en que, tal y como anunciaban las previsiones, a la hora de salida ya luciese el sol y aumentara la temperatura. Sobre todo, por nuestra seguridad en bici, que no lloviera.

Llego a boxes para colocar mi Ûnica y todo el material. Los medios se acercan a entrevistarme. La gente me mira, me reconocen, y el que no, me observa después de ver el número 1 que llevo dibujado en el brazo y la pierna. Eso es a lo que nunca me acostumbro. < ¡Qué vergüenza! >, pero se agradecen todas esas muestras de cariño, de ánimo, de afecto, de admiración… Me lo dicen y me sonrojo porque no sé qué decir ante eso. <¡Gracias!>. No puedo decir más. Después de ese momento abrumador, donde no paro de saludar a gente y ver a caras conocidas (Carol, Conchi, Pelu, Dani, Octavi, Mireia, Tabita…, y a Gus, ¡por fin! Aun no lo había visto), me centro en que todo esté listo en boxes y abandonarlos para ir hacia la salida.

El día empezaba a despejarse y el sol aparecía con fuerza, aunque no era suficiente para calentar el agua de la ría que, a solo 13-14 grados, iba a marcar el punto de inflexión de la prueba. Más fría y más oscura que nunca. Y para colmo, con la corriente en contra en el tramo más largo. <Con lo bien que se había nadado los años anteriores>. Ya no había excusas ni vuelta atrás.

Foto: Manu Cecilio //

12.45h. Bocinazo de salida y las chicas arrancamos la carrera. Rápido nos escapamos tres. Aunque en pocos segundos pasamos a ser dos después de que una se escapase en solitario. Mi compañera de natación iba a ser Emma que, cumpliendo con los pronósticos, pude aguantarla. Eso me dio moral y creo que es la única natación en un half que he hecho acompañada. Bueno, no solo fue Emma quien me acompañó, sino que Javi se pasó todo el sector de natación a mi altura animándome y gritándome: <¡No se escapa, no se escapa!> Emocionándome y recordándome a mi hermana que hizo lo mismo el año pasado con mi sobrina en brazos. Otra de las cosas únicas de Bilbao, completar el sector de natación viendo al público encima de ti.

Esa ayuda de Javi fue clave para completar un sector de natación muy duro por el frío, y muy largo al tener que luchar contra la corriente que, aunque no se noté en exceso nadando, desgasta mucho. Pero el momento clave del día estaba por venir. En los últimos metros Emma se quedaba y le saqué algo de ventaja. Llegué a la escalinata para salir del agua y auguré lo que ya sentía desde que empecé a nadar. Mis manos y pies estaban totalmente dormidos. Con mi enfermedad al frío (Raynaud), no pude aguantar la baja temperatura del agua, y cuando quise tirar del velcro del neopreno, fui incapaz. <¡No por favor, otra vez no! No me hagas esto. Dame tan solo algo de fuerza para poder despegar un simple velcro> No sé a quién me recomendaba: a mis manos, a mis adentros… Lo intenté una y otra vez sin suerte. Se me enrampaba el bíceps al intentarlo. Mis dedos no eran capaces de hacer pinza y separar esos dos simples trozos de tela. Fue el momento más duro de la carrera. Se me caían las lágrimas de impotencia. Miraba al público angustiada, como reclamando ayuda, y dejé de correr por la alfombra para, parada, intentar conseguirlo. A punto de echarme al suelo presa del pánico. En ese instante me alcanza Emma. Se dio cuenta de mi agonía y, me animó. <Muchas gracias> Fue un gesto de compañerismo que está por encima de la rivalidad. Y finalmente pude tirar del neopreno por el cuello y bajármelo con facilidad. Llegué a mi bici justo cuando Emma salía. Con mucha dificultad, me puse los calcetines y el casco y logré subirme a la bici.

  

Los primeros kilómetros pedaleé muy fuerte para volver a enganchar a Emma y no perderla en bici. Vi que le iba recortando. Justo en la primera rampa del Vivero la enganché. Algo le pasaba, veo que se pone de pie y que casi se cae, como si no le acabará de entrar un piñón. Le pregunté: ¿Are you ok?  Y me contesta algo como que la bici no le acaba de ir bien. <¡Losiento, Emma! No puedo hacer nada por ti. Me sentía en deuda con ella y no quería que le pasará nada después del gesto que había tenido. A pesar de su problema veo que sigue pedaleando y eso me deja más tranquila. Me alegraba adelantarla, pero no así. Seguí, y seguí con ganas, con fuerza. Sintiéndome muy cómoda y más segura que nunca. Sobre todo, en la bajada, donde disfruté sin miedos, sin viento y emocionada de recordar el circuito al ser mi tercera participación ahí. Me encuentro con Javi que había subido hasta allí a verme y, emocionado, me canta que tengo la primera a tiro. <¡Gua! La tenía>. La vi y fui a por ella. Le aguanté todo el paso por el centro de Bilbao. Eso me sirvió para recuperar un poco porque había hecho una primera vuelta muy fuerte. En la rampa, que da inicio a la segunda vuelta, justo a la altura de la transición, se queda y aprovecho para atacar. Y por lo que veo en el giro, unos 10kms más adelante, ya se había quedado rezagada y que detrás de ella, a mayor distancia, viene Emma.

Disfruté en esa segunda vuelta liderando la prueba con algo de renta. La subida al Vivero se hizo muy larga y sufrida por el ritmo tan alto que llevaba y apenas sin fuerzas. Luché gracias a los ánimos que recibía durante todo el recorrido. La gente me gritaba: ¡venga este año es tuya! Impresionante las muestras de cariño por parte de todos. Vi a Javi de nuevo sin esperármelo en esa segunda vuelta y me transmitió su satisfacción al verme tan bien. Momentos únicos que te dan las carreras.

Por fin llegaba a la T2. Pero como no podía ser menos, con algún percance. <Si es que en Bilbao estoy gafada con las transiciones>. Me bajé bien de la bici. Pero, entre los pies aún fríos, los nervios, el cansancio y todas las miradas del público en ese instante, me hicieron perder el control y, aunque esta vez no llegué a besar el suelo, me pegué un tajo en la pierna con el plato que no quise ni mirar.

Quedaba un último paso. Un paso largo y agónico por eso. Supe que había forzado mucho en bici desde que me bajé a correr. Y con amago de rampas en los primeros kilómetros sufrí pensando no poder acabar la carrera. <¡No, lo pienses Judith!> me decía a mí misma obviando el mensaje que transmitían mis cuádriceps. Debía usar la razón, la lógica. Llevaba cuatro minutos de ventaja y eso no entraba en mis planes. Esa era mucha renta.

Foto: Manu Cecilio //

Supe gestionarla. Aunque fui corriendo a tirones. Aprovechaba el calor del público que me empujaba gritando mi nombre. Y en cambio, en otros momentos, me derrumbaba por el cansancio, el calor y el miedo a que pudieran alcanzarme. Así fueron mis tres vueltas de carrera: una lucha entre la lógica y el miedo. Una carrera muy agónica donde, a pesar de estar liderando la carrera con diferencia, mi cuerpo estaba vacío. Suerte que tenía a mi chico que corrió de lado a lado de la ría y lo llegué a ver hasta cinco veces. Los ánimos de Aida y la emoción de ver a Gus liderando también la prueba y soñar con poder conseguir el triunfo con él. Todos los conocidos que me encontré y todos los triatletas que, al cruzarnos, perdían su último aliento en animarme. Los kilómetros pasaban y la ventaja seguía prácticamente intacta. El ambiente de Bilbao me ayudó a conseguir la victoria.

Conseguí la victoria y con ello la deseada txapela. ¡A la tercera va la vencida!

Bilbao nunca defrauda, y ha vuelto a darme momentos mágicos. Por encima de la victoria me quedó con todo el cariño recibido. Con todas las muestras de cariño. Con el abrazo, en meta, de Eneko contento con mi victoria. Y con la euforia de Javi.

Llegaba a Italia con una sensación rara. Muy desconectada. Y es que como nos pasaba ya semanas atrás, no contábamos con esta carrera. La incluimos a última hora y después de haber planificado el calendario; por ese motivo, sin querer, casi se nos pasaba por alto.

Javi, investigando, me lo propuso viendo que teníamos casi un mes entre el Challenge de Mogán y el Half de Bilbao. Pensamos que podía ser una buena idea. Los vuelos estaban bien de precio, no era muy lejos y se trataba de una prueba que no habíamos hecho y siempre gusta conocer un lugar nuevo.  Así que decidimos apuntarnos. Pero, cada vez que recordábamos el calendario, a los dos se nos olvida que estaba el Challenge de Rimini incluido en él. <Vaya dos>.

Pues allí estábamos. El día antes de la prueba, ya en Rimini, seguíamos comentando esa extraña situación que teníamos. Parecía que habíamos ido a pasar el fin de semana y no a competir. Porque…, era para vernos la noche de antes cenando en un japo buenísimo que encontramos; allí los dos como un sábado noche cualquiera. Aunque tengo que decir que la prueba, sorprendentemente, empezaba a las 10h de la mañana, y por eso estábamos tan relajados.

Supongo que el hecho de no conocer la prueba, los circuitos, e ir un poco a la aventura, agravaban la situación. Pero, fuese por lo que fuese, en parte a mí me estaba bien esa sensación para no sentirme tan nerviosa o estar pensando continuamente en la prueba que, aunque sea lo que toca, desgasta mucho.

A pesar de todo, la logística salió bien, exceptuando el olvido que tuve de dejarme los geles en casa. <¡Aig! Fallo gordo>. Lo salvamos comprando otros allí, pero ya no eran mis geles Recuperat-ion; que son sagrados.

El día de antes, un poco de activación por la mañana y luego prácticamente todo el día descansando en la habitación. Llovía y hacia frio, así que no era día para salir. Y como el material se dejaba el mismo domingo en boxes, a parte de la reunión técnica y recogida de dorsales, no teníamos ningún trámite más, quedarnos en la habitación preparando todo; leyendo, viendo alguna peli y descansando. Era el plan perfecto. <Me encanta esa sensación el día previo de cero estrés y descanso total>. Me fue bien para concentrarme, visualizar la carrera y creerme por fin que estaba allí para competir. Lo que pasa es que cuesta visualizar algo de lo cual no tienes apenas fotogramas. Conoces la zona de salida, boxes y llegada, porque ya estás allí, pero poco más. Los circuitos te los intentas imaginar por lo que te han contado en el programa y lo poco de lo que has podido ver de la carrera a pie. Además, tampoco conocía a las rivales, solo a una, a la italiana Sara Dossena, una de las favoritas y que sabía cómo corría (bueno, más bien volaba). Quedó segunda, detrás de mí, en Peguera el año pasado. Y la única manera de ganarle era sacándole mucha, mucha, mucha ventaja en la T2. Miento, también conocía a Natashca Batman, una veterana de 50 años varias veces campeona del mundo y con la que competí en Canarias. A parte de ellas, una alemana que quedó 5ª en el mundial de Hawai en octubre o la mujer que más veces ha bajado de las 9h en distancia Ironman. <¡Como si nada! Y otras muchas triatletas que completaban el cartel.

La noche previa fue tranquila. Dormí bastante más de lo normal. Estaba tranquila –o un poco más de lo habitual– y el hecho de poder dormir hasta las 7h de la mañana el día de la prueba era un lujo. Íbamos tan relajados que desayunamos tranquilamente; bajamos a dejarlo todo a boxes y volvimos a la habitación a prepararnos con una hora de margen todavía. Y es que estábamos a solo una calle de la salida. Así que eso nos permitió estar hasta última hora “relajados” en el hotel, ir al baño las veces que hiciese falta y bajar con lo puesto para la salida: Neopreno, gorro y gafas y directos a competir sin más. <Más fácil imposible>.

Se acercaba la hora. Se presentaba una natación difícil con un mar muy movido donde las olas ya nos iban a dar problemas desde el inicio. La temperatura del agua tampoco acompañaba al bienestar y es que estaba a tan solo 17 grados. <¡Fresquita!>, pero, por suerte, no llovía. Y aunque había nubes amenazantes, la temperatura era agradable y sin apenas viento.

A pocos minutos de empezar la prueba y, a pesar de todo, estaba bastante tranquila. Bueno, el pulso acelerado y la boca seca, pero me encontraba confiada, sin miedos y con más templanza de lo habitual. Hasta me asustaba esa sensación; era como si estuviera fuera de carrera, pero me gustaba esa seguridad que sentía en mi misma.

10.02 en la línea de salida y, sin más preámbulos, escucho el bocinazo de salida que nos pilla casi por sorpresa. Bueno, a mí no porque me fijé que con los chicos hicieron lo mismo. Ni cuenta atrás, ni aviso previo. Así que yo estaba preparada para arrancar en cualquier momento. Y así fue. Salí corriendo tomando la delantera, aunque no sirvió para mucho.

Aquello no fue nadar; fue supervivencia. Una lucha continua contra las olas. Una agonía por poder respirar sin ahogarte. La entrada ya fue muy dura; olas muy grandes y con tanta fuerza que te impedían empezar a bracear. Intentaba esquivarlas por debajo; buceando cada vez que venía una, pero lo triste es que seguíamos haciendo pie. Veía como mis rivales se desperdigaban y, mientras unas seguían intentando entrar andando, otras lo hacían nadando con el desconcierto de ver qué era lo mejor y más rápido.

Dos se escaparon por la izquierda en los primeros metros y una se acercó por la derecha y pasé, de tener sus pies en la cara, a perderlas de vista en la ola siguiente. Impotencia una vez más en el primer sector donde no soy capaz de engancharme a nadie y, con ese mar, era primordial. Pues lo pagué caro. Aunque hasta la primera boya –a 450 metros– aún las veía. Pero fue girar y perderlas totalmente de vista. <¡Pero, ¿cómo era posible?, ¿Dónde están?, ¡Si estaban aquí mismo!>. No entendía nada. Y aunque seguía avanzando torpemente hacía donde creía que se encontraba la siguiente boya –a 900 metros ni más ni menos y sin referencia alguna– me encontré perdida completamente. Avanzaba intentando trazar una línea recta paralela a la costa, pero por lo visto la boya estaba en diagonal hacía la playa. Me habían engañado con el dibujo del programa y no me estaba haciendo ninguna gracia.

Llegué a agobiarme mucho. Hasta ganas de llorar tuve; porque no es solo que tuviese la sensación de que estaba echando a perder la carrera, sino porque llegué a asustarme al encontrarme sola allí en medio del oleaje, sin referencias, sin boyas ni rivales a la vista. Y peor aún, sin ninguna embarcación cerca. Pero… <¿estamos locos?, ¿el agua está bien para competir, pero no para que no haya ni una sola barca controlando la prueba?>

En vistas de la situación, decido pararme, levantar la cabeza y resituarme antes de seguir nadando a la deriva. Por fin localizo la segunda boya en otra dirección hacía la que me dirigía y sigo nadando con más rabia que nunca. Aunque las olas seguían impidiendo coger ritmo alguno. En esos momentos es cuando te acuerdas de la gente que te dice: <pero si tú eras nadadora, para ti eso no es nada>. Y pienso: < de piscina. Y mi prueba era los 50 metros>. Eso de que en situaciones así un nadador se encuentra como pez en el agua, es mentira, os lo aseguro.

Por fin llego a la segunda boya, que nunca creí alcanzar, y sobrevivo hasta la línea de playa sin dejar de desorientarme unas cuantas veces, tragar agua e intentar controlar el mareo. Mira que le había dicho a Javi que se orientara bien, que se fijará en algún punto alto de la playa…. Pero os aseguro que no hubo manera de tomar referencia alguna con esas olas y que la única manera era pararse un segundo y esperar a que bajara la ola para ver algo. <Con lo fácil que se ve todo desde la playa>.

Después de completar una de las nataciones más duras que he hecho, decido que toca olvidarse ya de ello y pasar página; a pesar de creer que me habían pasado todas las rivales en el agua. Pero mi indignación aumenta cuando al llegar delante de mi bici no veo el casco en el manillar colocado como lo había dejado y me lo encuentro tirado por el suelo y con la visera por otro lado. <¡¡¡MIERDA!!!, ¿Quién ha sido?>. No lo iba a saber nunca. <Mejor para ella…, porque sino…>. No sé cómo afrontar la situación. Me pongo muy nerviosa y se va al traste toda la secuencia establecida. <Mira que te pasas horas visualizando y practicando las transiciones, pero luego aparece el factor sorpresa y se tuercen todos los planes>. Decido empezar por el casco, ya que estoy de rodillas recogiéndolo –a pesar de ser el último paso–, lo giro, me lo coloco y lo abrocho torpemente por los nervios y las manos heladas que no ayudan nada. Y cojo la visera creyendo que al ser imantada sería capaz de ponérmela ágilmente, pero no lo consigo. Varios intentos fallidos donde crece mi desesperación mientras notaba como el tiempo corría como el de una bomba de relojería, en su cuenta atrás, a punto de estallar. Me siento observada nerviosa por el público al otro lado de la valla y mientras las rivales van llegando y saliendo, hasta que escucho por megafonía como nombran a Sara Dossena que acababa de salir del agua. <¡No podía ser, ya estaba aquí!>. Eso me hace perder la paciencia y decido tirar la visera y marcharme sin ella. Lo peor es que, presa de la desesperación, casi me voy sin calcetines y eso sí que me podría haber penalizado mucho.

Empiezo la bici pedaleando con mucha rabia y sin dejar de pensar en lo que me había pasado con el casco. Era como si quisiera dar caza a la culpable y pedirle explicaciones. Presa de la ira no pensaba en otra cosa. Hasta que, en el km17, me adelanta una rival. <¡Gua! ¿Pero qué estaba pasando Judith? Había que poner remedio. <¡Pero si lo estaba dando todo!>

Os puedo asegurar que esa sí que no se me escapaba. Aunque a una distancia, que en momentos parecía ser irreparable, conseguí no perderla de vista. Aunque tuviera que luchar más después de un tramo técnico donde aumentaba mi desventaja, luché a muerte la bici y me obsesioné con ir a por ella. Me olvidé del recorrido, de los kms…, y por el camino pasamos a dos rivales. Iba en cuarta posición porque me lo cantó el poco público que encontramos justo en uno de los pueblos por el que pasábamos y donde culminábamos una crono escalada de 4kms.

La bici era un recorrido de ida y vuelta por el mismo camino y, cuando me di cuenta, ya estaba en mitad del recorrido y tocaba volver. Eso siempre es gratificante y más cuando hasta aquí casi todo tendía a subir. Por lo tanto, tocaba bajar, pero eso no sé si podía jugar en mi contra. Aunque por suerte no era un circuito muy técnico. Lo único era que el asfalto no era muy bueno y había que prestarle mucha atención. Además, sin la visera no veía nada. Con la velocidad se me caían las lágrimas y también notaba como se me iban metiendo cosas en los ojos. Pero estaba orgullosa de haber superado aquella situación. Me reía porque Javi decidió ponerse la visera transparente por la amenaza de lluvia y yo le decía que ni hablar, que con la transparente no vería nada si me daba el sol en la cara. Pues, paradójicamente, allí estaba, pedaleando sin visera <¡Ni polarizada, ni transparente. Por hablar!>.

Me crecí en la vuelta. Me encontré fuerte. Empecé a disfrutar de la bici y de ese circuito que me estaba encantando. A pesar de llevar algo de tensión con tanto bache, volví a creer en el “sí se puede” y rebasé a la tercera competidora. Estaba en posiciones de pódium. <¡Ojo que no estamos tan mal!>. Sabía que no iba a despegarme de ella. Escuchaba como levantaba el pie para evitar pegarse a mí y jugarse la tarjeta; aunque ya me estaba bien, mientras estuviera detrás ya era buena señal. Pero, se acostumbró mucho a ese rebufo, demasiado tiempo y demasiado cerca. Yo levantaba el pie, pero lejos de pasarme, ella hacía lo mismo. Indignada y con las piernas cansadas, por tratar de subir la media, iba recortando quilómetros. Quedaban poco más de 5 cuando entrábamos en la parte final del ciclismo y el viento soplaba en contra con fuerza. Así que me levanté del acople, me tomé un último gel y me hidraté bien. Por fin se dio por aludida y con mi actitud, me adelantó. Y yo cogí algo de oxígeno para llegar a la T2 dispuesta a darlo todo corriendo.

Así fue. En boxes ya la perdí de vista y corrí desde el primer km dejándome la piel. Tanto que no las tenía todas conmigo de poder aguantar ese ritmo. Y más cuando, en la primera vuelta, al pasar por su lado, el speaker comentó que mi cara de sufrimiento lo decía todo.

Primera vuelta. Donde veo que la líder va sobrada y a la segunda, aunque fatigada, muy lejos de mí y aparentemente inalcanzable. Pero lo que la tercera plaza también peligraba. Vi que venía otra rival cerca y con intención de darme caza; había adelantado a la que llegó conmigo a boxes y me amenazaba con la mirada. Detrás, tres seguidas, y Sara Dossena algo más rezagada en la primera vuelta, pero con un ritmo apabullante.

Yo no sé de donde saqué las fuerzas ese día. A pesar de sentirme forzada en la primera vuelta, corriendo a 4min/km, a cada kilómetro que pasaba me sentía más rápida, más fuerte, más ágil. Lo curioso es que era más una lucha personal que el buscar ganar o no perder posiciones. Me ayudaron mucho los ánimos de los españoles: Ignasi en carrera y su acompañante, Ricardo y su familia, el público con el que notaba que crecía su sorpresa al ver mi carrera y, por supuesto, Javi; que en cada cruce de miradas por vuelta me daba alas.

Para mi sorpresa, en la segunda vuelta veo que recorto distancia por delante y que me despegó un poco de las de atrás. Sin embargo seguía creyendo que no podía alcanzar la segunda plaza. Aun así, el ritmazo de Sara me preocupaba, pero no estaba dispuesta a bajarme del pódium. Reconozco que estaba disfrutando con mi carrera, con mis increíbles sensaciones y me tenía que quedar con eso pasase lo que pasase. Vaya, que me intentaba animar a mí misma, y no desmoralizarme, por si Sara me alcanzaba. Pero no sería justo. Estaba haciendo un carrerón, la mejor hasta ahora. Tanto era así que, acabando la tercera vuelta logro alcanzar a la segunda. Emoción máxima. Ahí si creí que el pódium no se escapaba, pero ansiaba esa segunda plaza.

No os puedo explicar como de emocionante fue para mí esa última vuelta. Sufrí en cada paso. Y aunque la media bajó a 3.59, que por cierto, no daba crédito, no quería que subiera. Ya no sabía de dónde sacar fuerzas. Las piernas flojeaban. Jadeaba fatigada. Saboreaba la sangre y sufría el temor de que Sara me alcanzase en el último suspiro. Pero me sentía eufórica con mi carrera –yo y el chico que acompañaba en bici a la segunda chica–. Él me decía: <¡Easy. Easy. Very good race!>, pero yo, presa de la desesperación en los últimos 3 kms, le decía a él: <¡No, que viene Sara!>. Lo cierto es que me ayudó. Su apoyo fue de gran ayuda para luchar esos quilómetros finales en los que sentía que Sara me daba caza y donde pareces rendirte en esos metros finales. Pero lo logré; aunque fuera por un margen de tan solo 30”. Y conseguí esa segunda posición, por la que no hubiera dado un duro horas antes, creciéndome ante la adversidad y dejándome la piel hasta el último suspiro.

Es muy gratificante una carrera así. Es una inyección de motivación para el siguiente reto.

Las fotos están tomadas de Triathlon Channel/José Luis Hourcade