Por fin llegaba una nueva edición del Zarauzko Triatloia. Mi triatlón favorito. La fiesta del triatlón. El TRIATLÓN en mayúsculas. La carrera más espectacular que he vivido nunca. La más emocionante. La que no deja indiferente a nadie. La que marca un antes y un después en tu trayectoria deportiva. Esa que nunca me quiero perder. Era mi sexta edición consecutiva. Estábamos aquí de nuevo. La pandemia la había pospuesto en dos ocasiones. Y aunque el año pasado parecía que sí que salía, finalmente, la organización decidió cancelarla al no poder lucirse en su esplendor. Aunque la noticia causó pena, creo que fue la decisión correcta.

 

 

Mi calendario estaba lleno de carreras y de compromisos importantes, centrada más en la larga distancia y trabajando desde hace semanas en el siguiente objetivo (Challenge Roth). Sin embargo, Zarautz siempre se debe encajar en él, es una condición personal. No puede faltar en mi temporada y, aunque no pueda prepararlo al 100%, siempre me gusta llegar en buena forma y darle importancia a esta carrera, porque para mí tiene mucha. No solo la dureza y la peculiaridad de la prueba hacen que debas cuidar con mimo los detalles, sino que es una prueba que todo triatleta quiere ganar. Y aunque yo haya tenido la suerte de poder ganarla dos veces, y vivir esa gran recompensa, la txapela sigue siendo un trofeo muy preciado. Un triunfo que suma mucho a nivel anímico y que brilla en tu currículo deportivo. Además, es la carrera nacional con el mayor premio económico a los ganadores y eso, no nos engañemos, es un gran aliciente. Y para los que no vivimos de esto, es una gran inyección de ingresos para costearnos las siguientes carreras.

La espera se hizo larga. Esta carrera te persigue en tu mente continuamente desde que se acerca, desde que llega, desde que pasa y desde que vuelve a llegar. Te persiguen todos los recuerdos, todas las emociones, todos los miedos, todas las caídas, todas las olas que te han golpeado y todos los muros que has superado. Ese muro que te quita el sueño hasta que lo ves y que luego te lo vuelve a quitar porque ya lo has visto. Ese muro que has subido tantas veces en tu cabeza, pero ni con esas te sientes preparada para subirlo en el día de la prueba. Sabes que la gente va a estar ahí empujando. Sin embargo, el subconsciente te grita que ni con esas lo vas a conseguir. Que los nervios te van a traicionar tal y como dicta tu razón. Porque ella sabe lo mal que lo pasas en esa situación de estrés. Tu cuerpo sabe que eres capaz de superarlo, pero tu cabeza te repite que la agonía que te crea no vas a ser capaz de ordenar a las piernas que ejecuten la acción. El temblor en ellas va a ser más fuerte que las ganas de impedirlo. El corazón va explotar y la angustia que te causa la situación va hacer que se te corte la respiración. Quizá esta carta de presentación os sorprenda, pero así es Judith Corachán y su pánico escénico, su miedo al ridículo. Aun así, no quiero dejar de enfrentarme a ello. Quiero volver a superarlo una vez más. Y eso que esta vez, parecía más complicado que ninguna. El nuevo muro, el muro de San Blas, iba a ser más duro que ningún otro. Lo había comprobado yo misma. El día después del half de Pamplona, aprovechando la cercanía, fui a verlo. O mejor dicho, a subirlo. Sé que no era el mejor día, sin embargo, el hecho de tener que poner el pie en el suelo aun me condicionó más. Suerte que un ciclista santboiano («Rana» de Bike Boi) me dejó un 32 (llevo 54-39 de plato y llevaba un 30 detrás). Eso me salvó. Al menos me daba más confianza.

Tic, tac, tic, tac… Esto ya sí que empezaba. ¡Por fin!

foto: Javitheilacker

Como se nota cuando hay un gran nivel en una prueba. Todas salimos a fuego y los primeros metros ya fueron de infierno. En ritmo y en golpes. Todas queríamos estar delante. Yo lo conseguí. Y no fui la única. Sorprendentemente, éramos un grupo numeroso. No conseguí nunca saber cuántas éramos ni quiénes, pero pude intuir que unas cinco. Increíble. Esto no ha pasado ningún año. Y eso molaba. No nos vamos a engañar.

foto: Javitheilacker

Fue una natación complicada. El mar estaba agresivo y nos puso las cosas muy difíciles. Eso hizo que hubiera muchos golpes. Justifico que fue por el oleaje y por ese vaivén que te menea a su antojo y que no permite respetar, ni que respeten tu espacio vital. Recibí enganchadas, manotazos, golpes en los pies… pero no dudo en absoluto que fueran sin querer. Cómo siento que yo también los diese sin ninguna intención. Nadé sumergida en un gran círculo de espuma. Tragué más agua que nunca y solo peleaba por encontrar mi sitio. Nadaba sin guion y, si no fuera por las embarcaciones que nos guiaban, no sé dónde hubiéramos acabado todas. Veía continuamente cómo nos avisaban de que nos íbamos a la deriva y sin embargo, nosotras no parábamos de corregir nuestra posición sin norte alguno.

Esa lucha se hizo muy larga pero lo que pareció una eternidad fue sortear las olas para llegar a la orilla. Todos los intentos parecían fallidos. Las olas no empujaban, solo revolcaban y te engullían de nuevo hacia dentro. Como si te quisieran suyas. Yo no sabía si reír o llorar, sintiéndome peor que un calcetín olvidado en el tambor de una lavadora, dando vueltas sin fin. Aunque debo reconocer que eso me divirtió un poquito. Jejejeje. Y más, viendo que mis compañeras seguían a la misma altura y jugando al mismo juego.

Foto: Photo Sport (Eduborrowsport)

fotos: Javitheilacker

El primer sector llegó a su fin. A pesar de la borrachera conseguí defenderme bien en la primera transición y salir en cabeza. Junto que Helene y Justín. Helene ya me hizo un adelantamiento por el interior en plena salida de boxes y ahí pensé: <Helene viene más guerrera que nunca>. Y lo demostró durante toda la carrera. Y es evidente, no solo su gran evolución en su estado de forma, sino en su actitud. Más astuta, más audaz, más líder. Y, como compañera, a la que admiro, me alegra ver ese cambio en ella. Además, era su carrera. Era su día. Igual que lo sentí yo cuando me tocó hace dos años (el propio cartel de la organización lo decía: «¡Gaur zureo eguna da!» Junto a una foto mía. Y la propia Helene fue la qué me lo envío esa misma mañana y me explicaba su significado («¡Hoy es tu día!»). (Esos detalles no se olvidan nunca). Hoy le tocaba a ella y la gente así lo quería, se palpaba en el ambiente. Y aunque los deberes los hizo ella solita, el público y el pueblo se volcó para ayudarle a conseguir la gloria. Para que alcanzase esa ansiada victoria que llevaba años persiguiendo y que este año se merecía más que nunca. Lo estaba demostrando en todas las carreras de esta temporada.

Fuimos las tres juntas de principio a fin de la bici. Sentenciando el pódium (siempre que ninguna sufriera ningún percance) y dejando fuera de las quinielas a rivales como Emma Bilham, que a priori era otra de las grandes favoritas. No sé si conseguimos entendernos o simplemente luchamos cada una por estar delante cuando queríamos. Por dominar el tramo que mejor se nos daba. Por buscar algún intento de escapada. O por guardar fuerzas para cuando las necesitásemos. Pero todas pusimos de nuestra parte. Yo sufrí en las bajadas donde, no solo el ritmo de Helene era muy fuerte (como buena conocedora del circuito), sino por el miedo que pasé en las bajadas después de un susto que arrastro desde hace semanas. Eso me estaba penalizando. Aunque rápidamente lograba enlazar con ellas y volver a tirar del carro.

fotos: Javitheilacker

Llegaba el muro. Sí, sí. Ya llegaba. Ese muro que me había estado robando tantas horas de sueño desde hacía semanas. El mismo que estaba presente en mi cabeza kilómetro a kilómetro y que no me dejaba pedalear con soltura. Ya estaba ahí y nos recibía con unas grandes gotas de lluvia que presagiaban lo peor. Pero algún ser divino cuidó de mí (y de todos nosotros) y logró parar la lluvia antes de que el muro se pudiera convertir en un tobogán. Era el momento de enfrentarme a mi miedo. Notaba como la boca se me secaba, como los pies se me enfriaban, como las piernas perdían fuerza y como el pulso se aceleraba antes de empezar la pendiente. <Puedes con ello Judith>. Me dije a mi misma.

Foto: Photo Sport (Eduborrowsport)

El tiempo se paralizó en ese instante. El ardor de los músculos se mezclaba con los gritos del público, con el anhelo de la gente. El dolor no me dejaba soñar, pero conseguir divagar en esa atmósfera inigualable que no se puede explicar con palabras. Pude vivir grandes momentos como el de rodar unos segundos en paralelo con Helene y te da para pensar: <ganará la que sea. Pero esto es puro espectáculo>. Y pude ver como el gran Eneko no solo me adelantaba con esa clase única, sino que es de los pocos que gasta saliva para animarte en el momento más duro de la carrera. Admirable. Si hay un referente en el mundo del triatlón es él: discreto, caballeroso, elegante y siembre con su buen hacer.

Coroné el muro. No os podéis imaginar cómo grite por dentro. Estaba eufórica. Me emocioné. Ya lo tenía. A partir de ahí, solo tocaba seguir compitiendo.

Fotos: Naike Ereñozaga Orue

El cuerpo no es el mismo después de ese duro esfuerzo y cuesta limpiar ese ácido láctico que se acumula en las piernas. Sin embargo, poco a poco me iba sintiendo cómoda de nuevo. Llegaba la segunda transición. Llegaba el momento donde (sin que yo lo supiera) se iba a decidir la carrera. Como me dijo un amigo al verme en la retransmisión: “pajareé” un poco y ahí perdí cualquier opción de llevarme la victoria. Así lo siento. Toda la astucia que tubo Helene poniéndose delante para bajarse primera y correr rápido a boxes (no era nada fácil la transición), me faltó a mí. No solo me bajé la última, sino que perdí unos segundos que iban a ser irrecuperables. Los nervios, los pies fríos, la torpeza que a veces aparece sin más en las transiciones y, porque no reconocerlo: el saber que yo llevaba los calcetines puestos, y ellas no, hizo que me quedara rezagada. No creí que eso tuviera mayor consecuencia hasta que entrando en boxes pude ver como Helene se ponía los calcetines y se calzaba por completo en un plis plas. Alucinante. Y yo todavía llegando a ella. Me descolocó. Lo reconozco. Y ahí me di cuenta que la había cagado por completo.

foto: Javitheilacker

Quedaba mucha carrera por delante. Es cierto. Sin embargo, esa transición sentenció la competición. Además, Helene salió a por todas, abriendo un gran hueco en los primeros kilómetros y de esa manera afianzar su ventaja. Lo consiguió. Aunque pude recortarle segundos por momentos, nunca llegué ni a verla. Yo salí fuerte. Yo corrí bien. Estaba corriendo a 3’50 los kilómetros rápidos y a 4 los lentos. Era muy buen ritmo. Sin embargo, Helene voló. Quise intentar alcanzarla desde un principio, pero no tenía más ritmo. Me encontraba entera, enérgica, fresca de patas, de cardio, pero por más que la carrocería aguantara, el motor no tenía ninguna marcha más que ofrecerme. No tenía la chispa que debía tener para correr un half. O para correr al menos un punto por debajo del que lo estaba haciendo Helene y salvar esa pequeña, pero sólida ventaja. Y aunque no desistí en intentar acortar las distancias supe que no lo conseguiría a menos que ella fallara. Y no lo hizo. Como nunca lo hace. Y me alegro. Me alegro de su victoria aquí y de haber compartido ese duelo tan apasionante con ella. Me hubiera gustado salir juntas de la T2 y ver de que éramos capaces luchando codo a codo en la carrera. Y es el único sabor agridulce que me queda. Para que veías lo importante y decisivas que son las transiciones. A no ser que seas Jan Frondeno y puedas tomártelas con calma.

foto: Javitheilacker

Esos kilómetros finales en lo que ya estaba todo hecho me permitieron agradecer al público, una vez más, todo lo que nos dan aquí. Todos esos ánimos, todo ese empuje. Y todo a cambio de nada. Pude sonreír, aplaudir y chocar tantas manos como pude. Eskerrik asko a todos. Aún siguen los gritos y aplausos retumbando en mi cabeza.

 

foto: Javitheilacker

P.D.: La parte amarga que siempre me queda de esta carrera. Es que todos los años me ha tocado control antidoping (lo entiendo y lo veo genial que se hagan por el bien de todos y por defender un deporte limpio). Eso hace que nada más cruzar la meta me escolten hasta la zona del control. Sin poder disfrutar nada del postmeta. Sin poder saborear nada de la comida que nos espera (¡y había chuches!). Sin poder saludar ni a mi familia (el año que compitió Javi no lo pude ni ver llegar a meta). Sin poder vivir esa fiesta también desde fuera, animar a deportistas, recibir a amigos, compañeros… Una hora y media después salimos de la cueva, corriendo para la entrega de premios (que se había demorado por el control), helada de frío, aun empapada con el tritraje puesto y deseando llegar al apartamento para darme una ducha caliente. Eso siempre me entristece y me deja la sensación de que me he perdido algo. De que me he perdido lo mejor de esta prueba. Y aunque me perdí la llegada de mi amiga Cristina (llegó en última posición) pude verla y abrazarla más tarde. Y pude al menos ver en video su emotiva llegada. Como me alegro. Lo conseguiste. Esa estrella te guio desde el cielo.

De lo que si pude disfrutar es de muchos pinchos. De desayunar con Charlie y otros amigos del campus de Lanzarote. De hacer surf con Eneko Alberdi ¡Por fin! Lo teníamos pendiente desde 2019, pero por mí caída en la prueba no pudo ser. Gracias por ese regalo, por tu tiempo y por tu compañía.

Y pude disfrutar de comerme dos palmeras de chocolate a las tres de la mañana mientras trabajaba despierta matando mi insomnio postcarrera. Esas palmeras las dejó el anfitrión del apartamento que alquilamos por Airbnb. Dejó tres: una de chocolate negro, una blanco y una con leche. Reconozco que cuando llegué el miércoles por la tarde, me superó la tentación y calló una pellizquito a pellizquito. Logré frenarme y guardar las otras dos a buen recaudo. Solo pensaba en ellas. Era el premio que me estaba esperando y no sabéis como las disfruté. Estaban espectaculares. Gracias por el detallazo.

Cuenta atrás para el Zarauzko triatloia 2023 ¡Esperarme!