Jueves 8 de diciembre. Aterrizo en Bahrein para competir el sábado en el 70.3 de dicho país. Campeonato del Sudeste asiático, muchos puntos en juego y buenos premios económicos. Ese fue el argumento que me dio mi entrenador, Álvaro Rance, cuando me propuso que podía participar en él. Lo que no me dijo, es que el nivel iba a ser altísimo. Aunque, ni él ni nadie se lo imaginaba. Cantidad y calidad de pros como si fuese un campeonato del mundo. Pero…, había que estar ahí. Ya no me da miedo salir de la zona de confort, como dice Javi. Y mucho menos el competir con grandes rivales. Es lo que toca. Luchar con las mejores, ver dónde estamos y enfrentarse a las mayores adversidades. Está claro que todo el mundo se mueve y, aunque yo no me dedico a esto, no iba a ser menos. Costase lo que costase.

Horas de viaje, Jet lag, cambio de clima, de cultura, poco tiempo de adaptación, muchos cambios y mucho desconocimiento. Pero con la premisa clara de disfrutar de la experiencia. De sumar un viaje más a mi diario personal y una carrera a mi trayectoria profesional (sin duda cada vez más exigente).

La situación ya era rara –o muy diferente de lo habitual–, porque nunca antes había competido en diciembre (en plena pretemporada para mí). Cuando solo hacía dos meses que había finalizado la última competición y con solo dos semanas de descanso, me estaba poniendo las pilas para preparar esta carrera que, de por sí, iba a resultar ser toda una experiencia. El poco tiempo de margen, y un accidente en bici que me dejo un par de semanas sin poder cumplir con los entrenos, y lo peor, volver a coger miedo en bici, complicaban aún más las cosas y sabía que no llegaría al 100%.

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Al llegar a Bahrein, las cosas no fueron fáciles. La logística de la prueba era complicada. El brefing era en el hotel donde se daría la salida de la prueba. Un hotel de lujo donde, obviamente, no estábamos hospedados; aunque digno de ver como todo el país y su cultura. La T2 era en la otra punta, a 50km en el Circuito Internacional de Fórmula 1 de Bahrein. Espectacular y donde tendríamos el privilegio de competir. Pero tanto ajetreo estresa y cansa. Además, el tráfico era denso y peligroso. Así que ni locos nos íbamos a poner a pedalear por esas carreteras. Dos días previos muy movidos donde la regla que me vino la noche del viernes y un malestar general que se sumaba a ello. Supongo que, por el cansancio, bajada de defensas y algo de frío que pillé al llegar, esperando que el clima fuese más cálido, lo acabaron de rematar.

No me gusta llorar, pero tengo que contar como fueron las cosas y las sensaciones previas que, sin duda, marcan la prueba. No solo a nivel físico, sino psicológicamente. A pesar de todo, seguía convenciéndome de que debía disfrutar de todo eso; de esas vivencias y de ver el despliegue de la prueba donde, el propio Príncipe de Bahrein era el protagonista principal (anfitrión y participante); seguido de los tres reyes del triatlón (los campeones del mundo: Daniela Ryf, Jan Frodeno y Javier Gómez Noya), los cuales iban a participar haciendo relevos y eso hacía mucho más emocionante tenerlos cerca y competir sabiendo que te iban a adelantar en cualquier momento. Aunque ya os adelanto que eso no llegó a pasar, jejeje. Frodeno, que era el que completaba el relevo con la carrera a pie, llegó pocos minutos detrás mío. Obviamente salieron más tarde y fueron a medio gas (si no…, de qué). Anécdotas que son las que te quedan para el recuerdo. Fueron muchas las que viví junto a Javi, Oriol y Silvia, de principio a fin. Y son las que completaban este viaje. Javi y Oriol también competían.

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Llegó el día. Madrugón, o mejor dicho…, noche corta y en vela. Nervios al ver que el desayuno no nos lo servían a las 5h (como nos habían prometido la noche anterior en el hotel). Y más nervios cuando el taxi de las 5.30h que, con Oriol y Silvia (que se hospedaban en otro hotel cercano), nos tenía que venir a buscar, no aparecía. Sin wifi y en un país extranjero, con un idioma y cultura diferente, complica mucho más las cosas. Sin embargo, aunque con algo de retraso, se solucionó y nos dirigimos hacía el hotel de la salida.

Hora previa caótica y de máxima tensión como siempre, pero todo controlado. Una de las carreras más a ciegas que he hecho. No conocía nada de los circuitos (de ninguno de los tres segmentos) y sin hablar inglés, la falta de comprensión es aún mayor. Lo único que sabía, y contábamos con ello, era con el viento, aunque mucho más del que esperaba. Viento que, a pesar de ser un día soleado, y empezar la prueba a las 6.58h de la mañana, enfriaba el ambiente.

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Chicas dentro del agua, esperando la orden del juez, y en pocos segundos arrancamos la prueba. Salgo fuerte para coger hueco. Hueco que, siendo tan alto el nivel y con esas competidoras, estaba difícil. Aun así, consigo ponerme en cabeza de un grupo que enseguida se divide en otro paralelo y que en la primera boya ya nos juntamos. Golpes, corriente y con un aire que levantaba las olas y que nos advierten, desde el principio, que hoy la natación no va ser nada fácil. Y, aunque me alegro de estar en el grupo de cabeza, y con varias rivales luchando juntas, me asusta el no poder nadar cómoda.

A mitad del recorrido acuático una de las rivales se escapa en solitario y el resto permanecemos juntas. Boya tras boya, siento, veo e intuyo que vamos todas juntas «hoy la prueba va ser interesante» –me digo por cómo se notaba el nivel–. Solo, hasta falta de una boya, vemos que una rival se escapa, pero no por delante, sino que se salta radicalmente la última boya y cruza una diagonal perfecta hasta la salida, recortando literalmente. Se esperaba que la descalificasen. Aunque, sin saber, ni poder ver quien era, sí que aprecié que salió del agua y siguió la prueba como si nada. Alucinante (más tarde, tras la reclamación de varias competidoras y del público, anunciaron que estaba descalificada, aunque desconozco de quién se trataba).

Natación completada y, por primera vez, salgo con un grupo de diez rivales para hacer la primera transición. Aunque pronto me quedé sola. Sí. Fui la más torpe y las más lenta de todas. Cogí la bici rezagada y, aunque rápidamente pillé a algunas, perdí la oportunidad de rodar en cabeza y poder intentar seguir una buena estela y; por qué no: disputar la carrera (al menos durante el segmento ciclista).

Pero el viento remató mi indignación cuando, en los primeros kilómetros, donde debíamos completar un bucle con giros y rachas de viento lateral, mi inseguridad y los bandazos que me daba la bici con la lenticular trasera y perfil 60 delante, hicieron que las rivales que tenía cerca se fueran alejando; demostrando una destreza mucho mayor que la mía. Una vez más tuve que pedirle a mí cabeza que me diera fuerzas para dominar la situación y controlar esos latidos que se disparaban por el miedo y no por el esfuerzo físico que, sin duda, no llegaba a alcanzar al tener que levantar el pie más de lo deseado.

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A pesar de todo, los kms iban cayendo y, en el km 20, la parte más técnica ya estaba hecha. Aunque el viento seguía soplando lateralmente (unos tramos a favor y otros tramos en contra). Pensar que teníamos más de 40km/h. Venían 60kms prácticamente llanos donde la única motivación era pedalear con fuerza e ir intentando dar caza a las rivales que, a excepción de dos que adelanté en pocos minutos, ni si quiera las veía a lo lejos.

Fue una bici muy dura «¡Cómo odio los circuitos llanos!». Desgastan mucho muscularmente manteniéndote todo el rato sentado, acoplado y siempre en la misma posición. Pero, psicológicamente, aun te desgastan más. La lucha contra el viento fue odiosa. Mucha la tensión por aferrarte a unos acoples que parecían ser tu salvación a cada bandazo de aire. Bandazos de aire que se multiplicaba con más fuerza cada vez que nos rebasaba un vehículo grande; temiendo que el rebufo me sacara de la carretera al sentir que me hacía perder el control.

Circuito duro y aburrido en el que tocaba luchar contra uno mismo y buscar motivaciones donde, a medida que pasaban los kilómetros, eran más difíciles de encontrar. Me fueron salvando las ganas de seguir atrapando rivales a las que iba viendo a lo lejos. El afán por cogerlas me ayudaba a mantener un ritmo alto –hasta que mis piernas me pidiesen tregua–. Pasé a dos o tres, no más. Y veía que el resto (llegué a contar siete en los tramos que nos cruzábamos) estaban muy lejos de mi alcance.

Verte lejos de cabeza, aunque era lo que esperaba en esta carrera, y cansada de luchar contra el viento castigador, hicieron que los últimos 10 kms fueran eternos. Solo me compensaba mi lucha personal contra el Garmin donde no quería que la media bajara de los 40kms/h. Había conseguido, con mucho esfuerzo, subirla hasta ellos. Incluso llegué a ver los 40.1kms/h. ¡Que pasada! Bici rápida, aunque se me hizo eterna.

Sin embargo, cuando parecía que ya lo tenía, vino lo peor. Ya me dirigía hacia el Circuito Internacional de Bahrein, para completar los últimos 5kms del recorrido ciclista, y un fuerte dolor apareció en los aductores. «¡Maldita sea, para un día que no me molesta mis partes íntimas, ni roces, ni presión… me toca esto!». No era capaz de seguir pedaleando. Me puse de pie en varias ocasiones, intentando que bajara el dolor. Unas ganas de llorar, a la que se une una enorme frustración, cuando ves el final y no consigues alcanzarlo. Al menos el de la bici; el correr ya se vería. Luché por resistir ese dolor con la preocupación de no poder conseguirlo. Complete la vuelta al circuito sin poder disfrutar de esa experiencia. Esperando que cada curva fuera la última y viendo, ya sin importarme, como la media me iba bajando llegando a los 38.8kms/h.

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Decepción por esa pérdida de tiempo, pero contenta por haber pisado suelo justo en la T2, y no antes. Tocaba calzarse las bambas y empezar un recorrido a pie de una solo vuelta, totalmente en solitario, por una carretera desierta que te llevaba hasta un parque nacional, aún más desértico, donde no vi ni a los animales (que se supone que habitan en él); a excepción de dos monos en su jaula.

Una carrera a pie donde no dejé que mi desazón frenase las ganas de correr y de convencerme que estaba haciendo una buena carrera y que aún estaba dentro del top 10. Un top 10 que vi peligrar en varias ocasiones con dos rivales que venían cerca y sin tener ninguna a la vista por delante para intentar darle caza y seguir estando en carrera.

¡Como es la cabeza! Empecé a correr los primeros 4kms rondando los 4’15-4’30 de media, sintiendo un fuerte dolor de barriga debido a la menstruación que me revolvió el estómago al empezar a correr. Creyendo que iba a llegar el día de verme con la obligación de tener que hacer una parada técnica. Y con la sensación de soledad total, en ese zoológico donde solo me acompañaba el pitido del Garmin en cada km y algún chico que me pasaba rápido (la mayoría corredores de relevos que salían frescos desde la T2). Pero de golpe, cambié el chip. Me convencí a mí misma que podía correr más rápido; como lo llevaba haciendo en las últimas carreras.

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Y lo hice. La media fue bajando. Los kms empezaban a marcarme el 4 “pelado” en cada pase. Y yo, como si hubiera resurgido de no sé de dónde, me sentí cada vez más fuerte y rápida. Un poco estúpida por no haberlo intentado antes, pero contenta de estar haciéndolo en ese momento. Con la esperanza de ver alguna rival por delante y sintiendo como las de atrás ya perdían la oportunidad de pillarme. Con la única motivación de que cada kilómetro fuera más rápido que el anterior y que la media siguiera bajando. Incluso después de perder la ilusión de que algún animal apareciera en carrera, tal y como nos habían dicho. Aunque si os digo la verdad, no sé si prefería que no ocurriese eso. ¡Me cago!

Pues, sí. Alcancé a una rival en km 13. Y aunque aún quedaba mucho, el salir del parque marcaba que nos dirigíamos a la parte final de la carrera, donde el sol picaba fuerte pero el viento seguía engañando. Lugar en el que efectuábamos el último punto de giro antes de dirigirnos al circuito de nuevo para llegar a meta y donde pude ver al resto de rivales. Logré ver la cabeza de carrera. Tres chicas luchando por las posiciones de pódium que, muy aventajadas del resto ya lo tenían conquistado. Tres rivales más, algo rezagadas, pero muy lejos de mi alcance, y una corredora en séptima posición que, para mi sorpresa, andaba muy cerca mío. Eso me dio alas en los kilómetros finales y fuerzas para intentar luchar por subir una posición en la clasificación. Aunque no lo conseguí finalmente.

Logré mantenerme luchando hasta el final de carrera y asegurarme una octava posición de la cual me sentía más que satisfecha dadas las circunstancias. Y sobre todo, orgullosa una vez más de mi lucha y perseverancia en carrera.

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Contenta de haber vivido esta experiencia. De haber participado en este triatlón con una esencia tan propia, y con un nivel tan alto, donde he visto que queda mucho por hacer si quiero estar luchando con las mejores del mundo. Pero, es que eso: se dice muy fácil cuando es mucho lo que he logrado. Y sin duda, después de esta carrera, estamos un pasito más cerca de mundial. El cual, cada vez lo veo más asequible si las cosas me siguen saliendo así.

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No solo el resultado fue bueno para mí, sino que Javi había conseguido slot para el mundial en su grupo de edad. Por lo tanto, él ya tiene el pase asegurado. Ahora me falta a mí.

Ahora, desde el avión de vuelta, la madrugada posterior a la prueba, toca hacer balance. Un balance después de esta carrera y de un año excepcional, algo que era impensable para mí. Y aunque esta carrera ya pertenezca a la temporada que recién empieza, es la última de un 2016 lleno de éxitos deportivos y personales donde me siento muy orgullosa, y muy agradecida, de todo el apoyo y cariño recibido.

Gracias a todos.