No sé dónde debe empezar esta crónica. Si hace días, hace semanas o hace meses. Lo que sí sé que os debo contar, es que ha sido un camino muy duro para llegar hasta aquí. Para volver a tomar la línea de salida.
He llorado mucho (supongo que las hormonas revolucionadas por culpa del embarazo, post parto y lactancia tienen toda la culpa). He pensado cada día en abandonar. Me he planteado continuamente qué hacer con mi vida y si debería poner freno a mi etapa como triatleta (ya sea pro o no), o al menos hacer un break. Y eso me ha desgastado mucho. He luchado cada día contra mis peores demonios y mis mayores miedos. Así que, si de algo puedo estar orgullosa después de esta carrera, es de haber conseguido superar esta odisea que me he generado yo misma.
No ha sido solo la dificultad de compaginarlo todo (trabajo, maternidad, entrenos y todo lo demás que tenemos día a día y que no es poco: casa, compras, compromisos, imprevistos, etc.). No ha sido solo el querer llegar a todo y no llegar a nada. No ha sido solo el sentir que dejas a tu hija un momento y otro, para realizar tus quehaceres. No ha sido solo el sentir que te relevas constantemente con tu marido y no compartes apenas unos minutos al día con él. No ha sido solo el no querer abusar de los abuelos o depender de terceros para poder sacar los entrenos. No ha sido solo el ver que ahora ya no me apetece doblar o triplicar entrenos o sumar más horas de las justas y necesarias. No ha sido solo el arrastrar cansancio, lo que conlleva dormir tan poco por tener un bebé lactante, vivir con dolores y molestias a diario porque no te da para descansar, recuperar, estirar o ir al fisio. No ha sido solo por querer volver a la competición con garantías. Ha sido, sobre todo, porque no tenía ganas. No tenía ilusión por competir. Me daba pereza todo con solo pensarlo. Se me hacía un mundo el compaginarlo con la peque. No veía en mi cabeza el ser capaz de gestionar todo lo que conlleva la competición de nuevo: nervios, lucha, estrés, presión, superar los momentos más duros, etc. No me veía capaz de competir en esta nueva situación. No poder descansar los días previos por estar por mi niña, el despertarme y levantarme cada 2 o 3 horas para darle el pecho, el estar con el saca-leche para arriba y para abajo… Todo lo veía negativo. Y que deciros sobre el hecho de querer volver a competir como pro y sentir que ya no eres capaz de serlo ni siquiera el día previo. Nunca he sido triatleta profesional, porque siempre lo he compaginado con mi trabajo y he tenido un día a día muy normal. Y aunque intentara cuidar algunos detalles y ser lo más profesional posible, no me enfundaba el traje de faena hasta que llegaba la semana de competición o al menos los 3 o 4 días previos en los que ya me centraba al 100% en ello. Pero ahora, ni eso me parecía viable.
Pensaréis que si todo es tan negativo, si todo es tan difícil, si no tenía ganas, si no tenía motivación, ¿por qué no lo dejaba?, sin más. Es totalmente lícito ¿no? Y debemos hacer lo que nos apetezca sin sentirnos obligados a nada, ¿no? Pues eso me he ido repitiendo a mí misma cada día. Pero el caso es que quería volver a competir. Quería intentarlo. No me daba la gana que me venciera todo eso. ¡Esa no era yo! ¡Yo no soy así! ¿Tanto me ha cambiado la maternidad? ¿Tanto me está condicionando? ¿Tiene algo que ver con la depresión postparto? ¿Con la edad, ahora que me tocan ya los cuarenta?… Si os soy sincera, ni quería, ni entraba en mis planes ir a competir a Valencia. Principalmente, por no enfrentarme tan pronto a la competición por todo esto que os comento y, a la misma vez, conociendo el gran nivel que iba a haber, a nivel personal solo me iba a suponer un gasto de tiempo y dinero. Iba a suponer hipotecarle un fin de semana de entrenos a Javi, comprometer a los abuelos, trastocar rutina a Haru, etcétera. Pero el equipo quería que estuviera. Así que tocaba enfrentarse lo antes posible a esa agonía y ver si era capaz de controlarla y superarla.
Se acercaba el día y yo seguía sin ver claro el estar presente. Mi cabeza solo hacía que buscar excusas razonables. Y yo lo decía a Javi: <<es que no puedo. Es que no quiero>>. Y él me decía: <<tranquila. Ves día a día. No pienses en mañana. Ya veremos.>> Me estaba consumiendo esa lucha interna. Esa desgana no dejaba de perseguirme. Por más que intentaba visualizarme en carrera, solo me veía retirándome en un momento u otro por no ser capaz de continuar, de luchar. Y en muchos casos ni conseguía salir. Me plantaba. Me echaba a llorar y decía abiertamente: <<no estoy bien. No puedo. No quiero esto ¡Ya no! Me quiero ir con mi niña. Sin más.>> ¡Uf! Qué agonía. Qué desgaste más grande. ¿Necesitaba un psicólogo? Pues me faltó tumbarme en un diván y trabajarlo con un profesional. Sin embargo, a cambio lo hablé abiertamente con amigos de confianza, con Javi y con mi familia. Y eso me sirvió de terapia. Gracias a todos. En especial a mi madre que es con quién más he llorado, con quién más me he abierto (quizá el sentir esa compresión y afinidad del roll madre/madre me ayudaba mucho). Ella me decía: sigue luchando por lo que quieres. Inténtalo o mañana te arrepentirás. ¡Gracias mamá! El miércoles estaba llorando en sus brazos desconsolada y diciéndole que no quería ir a Valencia (llevaba cuatro días muy duros, agotada mental y físicamente porque Haru llevaba varias noches llorando y sin dormir nada por culpa de la boquita) y el domingo lloraba en sus brazos por haber conseguido derriba este gran muro que me había construido. Lo he logrado.
Fue un acierto dejar a la peque dormir, tanto la noche del viernes como la del sábado con los abuelos. A nivel emocional, para Javi y para mí fue duro, aun así, sabíamos que iba a estar genial y que a su vez era necesario si quería estar tranquila y centrarme en la carrera y poder descansar y dormir. Que placer dormir del tirón. Jejejeje. Ni los nervios pudieron con el sueño la noche previa. Solo tuve que levantarme a media noche para sacarme leche porque tenía los pechos a reventar.
¡Bueno! iba superando obstáculos. Y aunque me noté muy descentrada, perdida, olvidadiza, había conseguido vencer esa apatía y logré levantarme con ganas y motivada.
¡Vamos a competir Judith! Y lo vamos hacer hasta el final. Me dije a mí misma.
La natación se me hizo muy larga y dura. Me noté lenta, pesada, incómoda. Además, me quedé clava del cuello en los primeros metros (es mi punto débil y no dejo de quedarme pillada de las cervicales. ¡Hoy no me puedo ni mover!) Me dolía mucho levantar la cabeza. A pesar de ser muchas chicas, notaba que todas me pasaban y no conseguía enlazar con ninguna. Iba nadando sin rumbo y a la deriva. No lograba ver ni comprender cuál era el circuito, cuál era la línea que estaba trazando y que dirección debía tomar. A pesar de ello, al salir del agua, me conformé con ver que no estaba sola y que había mucho movimiento y gente por boxes.
Sorprendentemente, hago una muy buena transición (y eso que me pongo en la T1 los calcetines) y me lanzo en bici en plan kamikaze. Nunca mejor dicho, porque paso el primer badén como si no hubiera un mañana y pierdo el bidón delantero. Un litro de hidratación al garete. Y 80gr de HC, y todas las sales que llevaba en carrera, al traste. Prescindir de él fue una apuesta muy arriesgada. Me podía salir muy caro. Pero no estaba dispuesta a parar. Así que tuve que superar la bici con solo tres geles y con dos tragos de agua que llevaba en el bidón del cuadro (me dejo solo un poco de agua por si acaso pero siempre tiro del delantero porque este me cuesta mucho cogerlo y ponerlo ¡Soy muy patosa! ¡Lo sé! ¡Ah! Y, un chupito de isotónico. ¿Y por qué no bebiste más en los avituallamientos? Os preguntaréis. Pues por eso mismo, porque soy muy torpe, y solo conseguí coger una botella de isotónico en el avituallamiento que estaba sobre el kilómetro 60, que por cierto me dio solo para poder darle un trago rápido antes de finalizar la zona de poder lanzar la botella al suelo y lo mismo con una de agua en el siguiente avituallamiento.
Lo di todo en bici. Ya veis que no levanté el pie para nada y luché cada kilómetro como si fuera el último. Lo hice así desde el principio porque no conocía nada el circuito y había muchos giros, zonas técnicas, baches… y si podía tener alguna referencia no quería desaprovecharla. Conseguí seguir la estela de un par de chicos pros que se habían subido prácticamente conmigo. Y aunque no era capaz de seguir su fuerte ritmo, me servía para ver hacia donde iba la siguiente trazada. No llevaba ni diez kilómetros y sentía que ese fuerte ritmo lo debía controlar. Ni por las patas ni por el corazón. Iba pasadísima de watios y ahogada y sin poder beber, aunque fuera para enjuagarme un poco la boca. Pero en ese momento, donde empezamos a rodar en ida y vuelta por un polígono, veo que Sara está cerca y que Laura Philip viene por detrás. No entiendo nada. ¿O yo he nadado muy bien, o no sé qué está pasando? Así que toca agachar la cabeza y seguir dándolo todo hasta que se pueda. A ver hasta dónde nos lleva esto.
Pues me llevó a enlazar con el grupo de Sara y conseguir adelantar varias posiciones. Lástima que entre una cosa y otra pierdo al grupo de Laura Philip y lo peor es que pierdo todas las referencias en la parte más rápida y técnica del circuito. Pues, sinceramente, con lo cagada que voy a día de hoy en bici (por varios motivos: porque ya era miedica antes y ahora que soy mamá más que veo el peligro en todas partes y no quiero arriesgar), el tiempo que llevo sin cogerla por el proceso de la maternidad y porque ahora tiro más de rodillo) bajé y lo gestioné mucho mejor de lo que esperaba. Suerte que en carrera siempre me crezco. Confiaba en que Sara me guiara ya que sabía que se había preparado bien el circuito, pero se quedó detrás desde que la pasé sobre el kilómetro 35 hasta la T2. Aun así, me dejé la vida para lograr enlazar con otra chica que iba viendo a lo lejos y que también se había descolgado del grupo de Philip (que no sé si era el grupo de cabeza o si había más por delante). Me sentí orgullosa de lo que fui capaz de lograr. No solo de cómo gestioné las bajadas y la bici en general, sino de la fuerza bruta que fui capaz de emplear para seguir en carrera y lo más delante posible.
Sentía que iba muy justa de “patas” por culpa de la dureza que emplee en bici y por la falta de ingesta y de hidratación. Llegué tocada a la T2 y me bajé con amago de rampas en las piernas. Sin embargo, no quería dejar de darlo todo, aunque sentía que de un momento a otro iba a pagar las consecuencias. Costó correr en condiciones por la moqueta roja. Las piernas aun no respondían y los pies estaban helados a pesar de llevar ya los calcetines. Y es que mi raynoud sigue presente, aunque tengo que deciros que ha mejorado mucho después del embarazo (ya me dijeron que un cambio brusco hormonal podía influir). La alfombra caliente, por el sol, me hizo empezar a sentir los dedos y la planta del pie.
Transición de nuevo rápida. No estaba dispuesta a guardar nada y quería luchar zancada a zancada hasta que mi cuerpo dijera basta. Y aunque no paró de quejarse, y pedirme que aflojará, yo me negaba a ello. Aguanta un poco más. Le pedía a mis piernas y a mi corazón. Me hacían caso. La cabeza dirigía con autoridad, con esa que recordaba que tenía pero que creía haber olvidado. La lucha innata seguía intacta y la Judith competitiva estaba de vuelta. Lo estaba. Ya estaba aquí de nuevo. Me emocionaba al sentirlo y me iba probando un poquito más para seguir sacándole rendimiento. Y ella respondía.
Conseguí correr muy fuerte de principio a fin. Conseguí sortear los momentos más duros tantos físicos como mentales. Y lo conseguí gracias a todo el empuje y ánimos que recibía. Que ambientazo. Ya se me había olvidado cómo ayudaba eso. Y cuánto apoyo y cariño. ¡Muchas gracias! Qué bueno poder coincidir con tantos amigos y compañeros en carrera, gritarnos, animarnos. Qué bonito el reconocimiento por parte de todos, qué emoción escuchar por cada paso de meta que Judith, ahora mamá, había vuelto. Y qué satisfacción ver a mi hija ahí, con su papi. <<Haru, mi amor, no sabes la fuerza que me has dado. Espero que estés orgullosa de mí.>>
Pues…no sabéis que peso me he sacado de encima. No sabéis que feliz estoy de haber vuelto. De haber conseguido volver. De todas formas, como me dice Javi: vamos día a día.
PD: acabé con los pechos que me iban a reventar. Sobre todo, uno de ellos. ¡Qué dolor! Sentía que me iba a explotar. Y la verdad no sé cómo lo puedo gestionar en un ful. Si alguna mamá lactante tiene algún consejo, lo acepto encantada.