El Challenge Mallorca no estaba planeado. Ya me había apuntado al 70.3 de Marruecos. Me apetecía mucho ir y conocer un nuevo país y solo había una semana de diferencia. No me gusta competir tan seguido y menos en media distancia, pero cuando me llamó Juanan para invitarme no pude negarme. Tanto él como Juan Abarca (organizador) me pusieron todas las facilidades para ir y me mostraron su ilusión porque fuera. Además, tenía otros muchos motivos. O, mejor dicho… personas por las que ir: Competir y coincidir con mi entrenador, Iván Muñoz. Que me hacía mucha ilusión. El conocer a Valentín y a Ana «Fue un placer, pareja». Volver a ver a la familia de Javi. También el coincidir con Antonia y competir juntas en su propia tierra. Y, cómo no: el vivir esta experiencia con David a quién le estoy muy agradecida por todo. Y el que me regaló, como colofón, el permitirme volar en cabina del avión en el vuelo de Mallorca a Barcelona. «Muchas gracias David. Una experiencia que no olvidaré».

Todo estaba en orden los días previos. Solo tuve un pequeño percance: me llegó una batería del cambio rota (ya sabéis que viajar con las maletas de bici tiene su riesgo y que alguna vez… “pillas”). Pero Iván me dejó una suya y me solucionó la papeleta. Ahora ya he comprado otra por internet y todo está solucionado. Sin ningún otro mal mayor, y con los problemas mecánicos controlados, solo me quedaba la incertidumbre de saber cómo estaba físicamente. Era todo un misterio después de llevar un mes y medio sin competir, de estar dos semanas en EEUU y de ya andar algo desconectada. Inevitablemente, el cuerpo y la mente tienen ganas de descanso y ya no se cuidan tanto los detalles. No sigues tanto la dieta. No te importa de la misma manera el cumplir con los entrenos. La motivación no es tan grande. Y otros tantos etcéteras. Aun así, yo afrontaba todo ello y asumía las consecuencias. Había elegido aun no parar y competir en estas circunstancias. Asumir que las fuerzas, y las ganas, empiezan a decaer. Correr sin presión y con el objetivo de sumar dos carreras más sin esperar nada en concreto a cambio. Eso no quitaba que, obviamente, quería hacerlo bien y lo iba a luchar de principio a fin.

Llegó el momento de la salida. Sábado 9:03h de la mañana. Suena el bocinazo que nos marca la salida. 21 triatletas profesionales nos dirigimos hacia un mar embravecido para disputar nuestra carrera. Las primeras olas nos ponen las cosas muy difíciles y realmente se nos hace muy duro adentrarse en el mar. Consuela ver que no eres la única que se pelea con el agua y motiva ver que consigues tomar la delantera junto a dos triatletas más. Desconocía quienes eran, pero intuí que una era Radka (la favorita). Me sorprendió que no se hubiese escapado. En unos metros veo que se para al lado mío para colocarse bien las gafas y con ese gesto pude intuir que a ella tampoco le estaba siendo una natación fácil. Realmente no lo fue para nadie. Un fuerte oleaje durante todo el recorrido que no nos dejaba bracear con comodidad en ningún momento. Costaba mucho nadar. Fue una pelea continua contra el agua. Solo nos podíamos limitar a defendernos contra esa marea y tratar de tragar la menor cantidad de agua posible y a que los voluntarios (que iban en kayak) nos ayudaran a guiarnos; porque era imposible orientarse y ver las boyas. Aunque: brazada sí, brazada no, me pegue un trago de forma involuntaria).

A pesar de la lucha conseguí aguantar al grupo de cabeza. Pero justo cuando venían las olas finales, las que te empujan hacía fuera y luego te chupan hacía dentro, noté como me empezaba a dar rampa en el puente de un pie «¡Mierda!Para…, para…, para!»me gritaba a mí misma, o mejor dicho: a mi pie. Logré controlarlo. Sin embargó, no conseguí salir pegada a ellas. Y esos escasos segundos que perdí hicieron que se me escapara la cabeza de carrera.

Eran justamente Fenella y Radka, las dos favoritas. Me lo temía. Ciertamente creí que no iba a poder seguirlas en el agua. Pero de nada sirve lograr eso y luego no ser capaz de aguantarlas en la T1. Me pasó lo mismo en Niza.«¿Será mi punto débil?». No creo que haga malas transiciones. Pero, sin duda… rivales más fuertes que yo, en eso me dan una lección. Creo que se debe a la consecuencia de nadar al límite y no salir tan fresca del agua para sprintar en la transición. Y eso que intenté darlo todo. Ni siquiera me puse los calcetines para no perder tiempo al ver que ellas ya salían de la carpa (siempre me los pongo en la bici porque me quemo los pies sin ellos. Y además, me dejo también, en la bolsa de run, otros preparados para circunstancias así). De nada sirvió todos esos esfuerzos. Además, los nervios aún te dificultan más las cosas y no atinaba a abrocharme el casco. Llevaba la visera empañada y no veía nada… Aún así me subí a la bici con intención de cogerlas y, sin meter los pies en las botas, aceleré para intentar darles caza y reducir esos aproximados dos cientos metros que me sacaban. Fue imposibleDesistí. No sé cuánto tiempo las hubiera podido seguir, pero me hubiera gustado comprobarlo. «Si lo sé… me pongo los calcetines». Al menos no tendría ahora todos los nudillos de los pies soyados.

En los dos primeros kilómetros me doy cuenta de que llevo a Laura pegada a mí. Y esa fue la tónica en la primera vuelta de bici: notar constantemente el aliento de Laura en el cogote. Bueno… en la primera y en la segunda, je,je,je. Era una bici técnica. Con giros, badenes, trozos con raíces, alcantarillas, algún “guiri” que se cruzaba sombrilla en mano… Resultó ser muy importante el prestar atención. Sobre todo en la zona rápida del circuito donde había que andar con mucho ojo. Así que en la primera vuelta me limité a estar atenta y arriesgar lo justo. Sentía que las fuerzas no me acompañaban y me costó mucho entrar en carrera. Así que decidí ser algo conservadora. Y mucho más viendo como las dos primeras nos estaban sacando mucha ventaja y que por detrás también había abierto hueco. Además, fui varios kilómetros con la visera empañada y no veía apenas. Aunque aun no entiendo por qué en esas circunstancias no me la quito.

Empiezo la segunda vuelta y siento que el cuerpo no tira. Levanto el pie, bebo, como y espero a ver si Laura me hace un relevo, pero no hubo suerte. Ella prefería frenar y quedarse detrás. Es lícito. Cada una juega sus cartas. Así que seguí tirando yo. La segunda vuelta se hizo mucho más dura. Y más, con el viento en contra. Aunque lo más duro fue ver, en la parte más rápida, a Fenellaen el suelo «¡Pobre!». Espero que se recupere pronto. Eso, aun me hizo levantar más el pie. De lo que menos tenía ganas era de caerme.

Llego a la T2 y veo que no solo viene Laura conmigo, sino que también estaba Lisa Hütthaler. Sinceramente, no sé ni cuando nos dio caza. Reconozco que esa situación me da un poco de rabia y, nada más salir de boxes (esta vez con calcetines) aprieto para intentar escaparme. No tenía ganas de, también corriendo, hacer de liebre de nadie. Conseguí irme y rápido abrí un valioso hueco. Sin embargo, sentí que, ese día, no era una buena decisión. Las fuerzas no me estaban acompañando y era una jugada muy arriesgada. «¿Fue eso lo que me costó la carrera?» me pregunto. No lo sé. Pero creí que debía intentarlo. Yo también debía jugar mis cartas. Pero me salió una mala mano. Me marqué un farol y lo peor fue que no supe disimularlo.

Una vuelta y media fue lo que me duró la gasolina y a partir de ahí: entré en reserva. El motor no tiraba. Me fallaban las piernas. Sentía que me flojeaban y en varias ocasiones parecían que se me doblaban las rodillas. Como si fueran de papel. Pensé que me iba a caer. Las rampas iban y venían. Sin embargo, lo peor fue tener esa sensación de flojera total. De vació. En esos momentos sientes la necesidad de que te inyecten un revitalizante en vena: necesitas de forma imperiosa que te den algo de energía. Necesitas algo que te ayude a no desfallecer y que desaparezca esa sensación de mareo. Iba medio grogui. Llegó un momento que no sabía ni dónde estaba. Sin embargo… seguía corriendo. Sentí como la gente percibió mi fatiga y que por ello me animaba aún con más fuerza. Aprecié como me apoyaban y empatizaban conmigo. Alentándome a no desvanecer. No solo el público me animaba, sino que también lo hicieron muchos corredores. Recuerdo uno que me dijo: «Ánimo que ya no tienes que demostrar nada». Que razón tenía. «¡Gracias!».El oír eso, casi me lleva a detenerme definitivamente después de haber estado, durante cada kilómetro, debatiéndolo dentro de mi cabeza. Quería andar. Quería llorar. Quería tirarme al suelo y poner las piernas en alto para ver si me llegaba la sangre a la cabeza. Sin embargo: quería acabar. Quería luchar hasta el final como lo hago siempre. «Estas son las carreras buenas Judith»me decía a mí misma, «estas son esas en las que se demuestran la gran deportista que eres», «estas son las que te enseñan esas grandes cosas. Y a ser una verdadera y gran profesional». Sé que no tengo que demostrar nada a nadie. Sin embargo, es a mi misma a quien sí que quiero seguir demostrándome muchas cosas.

Fue una carrera de supervivencia. Me ayudó mucho el motivarme con ir completando cada tramo que tenía el circuito. Aunque no sabía cuantas vueltas iba a poder completar. Suerte que me sentí arropada en todo momento. Pasaba por meta y me empujaba Juanan y Pilu, dejándose la voz. Más tarde Ana con la camiseta del “Team Koraxán”. En la calle principal, escuché el grito de muchos aficionados y compañeros. Sobre todo del equipo de Iván. Javi que, como siempre, iba de lado a lado para darme fuerzas en cada zona sabiendo lo mal que lo estaba pasando. Rubén, David, Eva Ledesma… Al final te das cuenta de que son todos ellos los que te ayudan.  Los que te empujan. Sientes que luchas por cada uno de ellos. Sientes que se lo debes. Y sientes que realmente le debes el que nunca te hayan dejado caer.

Sobreviví. Supervivencia pura y dura. Aún recuerdo cuando empecé a sufrir, miré el reloj y vi: veintiocho minutos. «Dios. Me queda más de una hora de sufrimiento. No sé si voy a poder aguantar». No sé cómo pude. Pero lo logré. Lo peor fue mantener esas nauseas por culpa del sobresfuerzo. Se me hizo muy largo. Yo sentía que me iban dando caza pero ya había perdido la cuenta. Además, ya nada me importaba. Solo quería acabar. Pensé que no conseguiría llegar a la meta. Pero llegué. Entré medio zombie. Pero, aun así, lo hice con una sonrisa de oreja a oreja por haber logrado finalizar. Y: en cuarta posición. Que, después de todo, no esta nada mal.

Os puedo asegurar que estas carreras valen mucho. Me hacen sentirme muy orgullosa y eso me llena mucho. Lo malo es que son carreras que te destrozan mucho; tanto a nivel mental como físico. El desgaste es muy fuerte. Es más, hoy tengo un dolor de piernas tan fuerte que no recuerdo haber acabador así nunca. «Quizá ya se me había olvidado. Je,je,je». Y ahora mismo no quiero saber nada de triatlón (je,je,je). Seguro que mañana ya tengo ganas otra vez de volver a competir. Me queda Marruecos. El próximo domingo. Y quiero tener un buen cierre de temporada. A ver si tengo mejores sensaciones.

 

Gracias a todos por el apoyo. A la organización por tratarme con tanto cariño y a Media Base Sport (mi empresa de comunicación) que vino a grabarme y a apoyarme durante todo el fin de semana. «Lástima no haberos podido regalar una mejor carrera».

Lo peor de la jornada fue tener que despedir a un triatleta que falleció. Sé lo duro que es eso para la organización. Vivir algo así. Por eso os quiero mandar todo mi cariño. Es algo fortuito que lamentablemente. Nos tocó vivir el sábado. Mi más sentido pésame para la familia y amigos. DEP.