Esta crónica empieza justo en el momento en el que salta la noticia de que, de nuevo, se pospone el mundial de Hawái. Sin duda fue un palo muy duro. Un golpe que me ha condicionado y que me ha afectado mucho anímicamente. Yo no lo quería así. He luchado para reponerme de ello. Pero, a veces, por más empeño que una ponga, no puede recuperarse tan pronto de esos golpes que se reciben sin esperarlos.

 

No es voy a contar mis penas, ni los motivos por lo que dicha noticia me ha entristecido tanto. Quizá os parezca exagerado, y hasta ridículo, pero la realidad es la que es. Hasta yo me he dado rabia de mi misma por no saber gestionar mejor la situación, o evitar hundirme tanto emocionalmente. Sin embargo, no he sido capaz de hacerlo mejor. Aunque con mi gente cercana me he abierto y me he desahogado libremente (me ha ido muy bien). He intentado enmascarar esos sentimientos negativos; tratando de engañarme a mi misma de que ya estaba superado. Sobre todo, por no hacerle sufrir más a Javi, y a los míos.

 

En cuanto a lo que a la carrera se refiere, repercutía en dos cosas. Por un lado en la parte física, ya que mi planificación y mis entrenamientos estaban totalmente centrados en preparar ese larga distancia y esta carrera no era un objetivo. Y por otro lado, en la afectación anímica: estaba apática, tenía pocas ganas de competir, no estaba para nada centrada… No me gustaba estar así, pero por más que luchaba contra ello, no era capaz de meterme en carrera, de visualizar la competición… Lo único positivo fue que no estaba nada nerviosa. No lo estuve ni segundos antes de la salida (y os aseguro que me pongo muy nerviosa siempre). Eso me ayudó a descansar bien y a estar tranquila el día previo. Lo único que me alteró el pulso el día antes fue que la bici llegó tocada del avión y no me iba el cambio, pero en el servicio técnico de la carrera me lo solucionaron sin problema.

 

Sin más demora. Arranca la competición.

Las primeras brazadas para defender mi sitio fueron muy agónicas. Éramos muy pocas participantes. Aun así no dejaba de ser un mundial y todas nadábamos mucho. Las frías aguas del Danubio hicieron que ese agobio se incrementara. Y, por si fuera poco, nos tocaba luchar contra una dura corriente y un fuerte oleaje. Sí, sí, oleaje, habéis leído bien. Y es que, a pesar de ser un río, el fuerte viento creaba unas olas muy molestas.

La natación se me hizo larguísima, sin embargo me encontraba satisfecha de mi nado ya que pude aguantar al grupo. Ver que iba a pies de Sarissa de Vries (una de las favoritas) me hacía saber que iba bien colocada. Además, en la transición pude ver que estaba también Lisa Norden (la gran favorita) y tres o cuatro más triatletas. Eso era muy buena señal. Quizá de las veces que mejor situación de carrera me he encontrado en esa T1.

Sacrifico los calcetines por no perder ese preciado grupo y hago una transición fuerte. Consigo subirme en cabeza. Eso me permite poder colocarme las botas con calma y coger un poco de aire. Lo hago, pero veo que tengo un problema: veo el bidón delantero caído, ladeado. Se me ha aflojado una brida (cierto que llevo un sistema un poco chapucero para sostener el bidón alto, ya que, si no, me toca la rueda) y además de torcerme el Garmin, el bidón me va tocando la rueda delantera y me va frenando. Lo intuyo, porque, desde mi posición, no puedo verlo. ¡Malidata sea! No puedo hacer nada. ¡Judith, vamos que igual no toca-. Tranquila! Trato de convencerme.

 

No puedo darle más vueltas a eso, sobre todo porque entre tanto me iban adelantando las rivales mientras salíamos de las calles de Samorin (la única parte “técnica” de la carrera). Veo que voy la última del grupo (éramos seis) y me espabilo por no perder rueda. Me acoplo como sea y tiro millas. No podía perder a ese grupo, al menos no tan pronto. Venía una recta de unos dos kilómetros aproximadamente y ya nos metíamos a rodar en la autopista para un lado y otro. En ese momento una moto de la organización viene por la izquierda, detrás suyo otra con un fotógrafo. Las triatletas seguimos a las motos y sin más, nos metemos recto en la autopista por el carril que íbamos circulando y dejando unos conos que delimitaban el carril a la derecha. Y aquí fue donde se produjo el gran error. Debíamos haber ido a la derecha. Debíamos haber dejado los conos a la izquierda. Nos metimos totalmente en el sentido opuesto de la autopista. Justo por donde debíamos salir en los kilómetros finales tras completar el circuito ¿De quién fue el error…? ¿Nuestro…? ¿De la organización…? Yo asumo mi mea culpa y sé que es nuestro deber conocer el circuito, pero, a mí, en ese momento, no me cabe duda. Las motos delante toman esa trayectoria y cinco triatletas también, pues yo fui ahí de cabeza, sin pensarlo. De hecho, yo no dude en ningún momento y pensaba que íbamos siguiendo el circuito a la perfección. Y ellas por supuesto también. Y lo peor, las motos también, o al menos nadie hizo o indicó lo contario.

 

Después de estar rodando cinco kilómetros viento en contra y alucinando de lo duro que se iba hacer el día, a pesar de ser un circuito muy fácil, veo que la cabeza del grupo empieza a girar. <No puede ser. Si Sara no ha pasado y seguro que va delante, ¿tanto nos ha sacado que ni la hemos visto de cara?>. Veo que algo raro pasa. Tanto es así que Sarissa de Vries me indica que gire. Ahí veo que vamos mal ¡Vaya cagada! Mejor dicho: ¡Vaya mierda! No lo podía creer. Y lo peor fue que, en esos segundos de desconcierto y dudas, veo que las cuatro de delante abren hueco y otra y yo, nos quedamos más rezagadas. Viento a favor. Reaccionan más rápido que yo y encima son más fuertes. Ya era tarde y se nos van. Para colmo, la que iba delante de mí decide retirarse justo al pasar por delante de la salida (por donde habíamos entrado). Total, que, diez kilómetros más tarde, nos metemos por fin en circuito. Aunque yo, ya no sabía ni donde estaba. No sé si me dolía más lo sucedido o el haber perdido al grupo. Que estúpida me sentía, por ambas cosas. Quería llorar de rabia. Quería gritar de impotencia. Quería tirar la bici. Esa bici que cuidas y mimas cada día como si fuera tu tesoro más preciado y en ese momento la hubiera tirado por el barranco. Y yo detrás de ella.

 

<Judith, esto ha sido cosas del karma>, pensé. <Te ha vacilado. No querías venir a esta carrera, no estabas centrada y te la ha metido doblada>. Yo esperaba lo contrario, que la carrera me brindara una gran oportunidad después de haber conseguido llegar a esta línea de salida y después de reponerme lo más rápido y lo mejor posible para luchar hoy aquí.

 

Mientras intentaba asimilar lo ocurrido y debatirme en qué hacer, la carrera se iba y yo con ella, qué remedio. Tocaba volver a luchar viento en contra. Veinte kilómetros en los que, por más empeño que pusiera, no llegaba ni a los 30 km/hora. Yo seguía con mi lucha interna. Aunque me costaba encontrar las fuerzas para ello. Para colmo, unos kilómetros más tarde, veo a otra triatleta parándose en el arcén. Ella también había decidido retirarse. No os voy negar que tuve la tentación de imitar su decisión. Sin embargo, conseguí, por suerte, todo lo contrario. <Judith, tú no eres así, tú no tiras la toalla>. Ese pensamiento me motivó durante un buen rato y consiguió que me mantuviera dentro de carrera. Reconozco que aunque seguía compitiendo, no estaba rindiendo como debería. No estaba rindiendo como sabía. La situación me había robado ganas y empuje, y aunque conseguí seguir allí, me resultaba muy difícil dar mi 100%. Os miento si os digo lo contrario, y más cuando me crucé con la cabeza de carrera. Después de verlas pasar a todas, no solo contabilicé que esa cabeza de carrera me llevaba más de diez minutos, sino que yo iba sobre el puesto doce y en última posición en solitario. Pocos argumentos para seguir ahí. En lo que a la carrera se refiere, ninguno. Ni opciones a premio económico (cobraban las ocho primeras), ni a nada <¡Solo tienes opción a hacer el ridículo!> me dije.

La bici fue eternamente jodida para mí. Lucha física y lucha mental. Venciéndome a mi misma kilómetro a kilómetro y convenciéndome de seguir allí. <Al menos hasta la T2>. <Al menos saca un buen entreno de bici> me decía. <Judith, esto es lo que te vas a encontrar en Hawái y debes prepararte para ello. Hawái sigue estando ahí ¡Vamos!>. Que poco me gusta el viento y que mal se me da. No sé sufrir contra él. Así que me propuse aprovechar para trabajar sobre ese punto débil.

 

Debilidad la que tenía yo. No llevaba ni dos horas de bici y ya no me quedaba ni bebida ni geles. Ese tramo que hice de más, y la situación en sí, hicieron que me lo hubiera comido todo y quizá un poco más rápido de lo normal. Además, solo había dos avituallamientos en bici y cuando pasé por el último (kilómetro setenta y cinco aproximadamente), justo me había alcanzando un grupo de edad y sacrifiqué el beber por tener una rueda delante a la cual seguir. De verdad, fue como agua en el desierto, más de la que necesitaba beber. No me creía poder ver a alguien cerca de mí en el circuito. Y me aferré a él para completar esos kilómetros finales en la autopista. Justo esos mismos que hicimos de cara al inicio por error. Yo iba vacía y rota muscularmente. La lucha había sido muy grande y me iba convenciendo de que “ya tenía bastante por hoy”. Ya había hecho suficiente, más de lo que esperaba dos horas atrás cuando nos dimos cuenta del error. <Judith, no venías finas a esta carrera. No las tenías todas contigo. Aprovecha la ocasión para retirarte. Te lo han puesto a huevo, tienes la excusa perfecta. Tienes motivos de peso suficiente, aprovéchalos>. De momento no lo hice.

En esos kilómetros finales adelanté a una rival. Me sentí orgullosa de haber sido capaz de recortarle tanta distancia. Aunque luego temí que me pasara de nuevo corriendo. Finalmente, no lo consiguió, pero no me lo puso fácil. Empecé a correr justo en el momento en que la primera completaba su vuelta 1. Lo hizo justo delante de mí. Y yo, corriendo detrás de ella para el desconcierto de la gente y el mío. Que situación tan extraña. Y hasta un poco vergonzante para mí, la verdad. Le aguanté los primeros kilómetros y eso me hizo entrar en ritmo. Ese que nunca tuve antes. Quizá porque ni siquiera lo busqué. Decidí pasarla, sin saber bien porqué. Quizá porque me incomodaba esa situación y preferí evitar sentirme doblada. Aunque fuese por escasos metros. Sin embargo, esos metros se convierten en kilómetros y me motivó no solo ver y sentir que estaba corriendo fuerte, sino que le podía plantar cara a la cabeza de carrera. Esa que quizá hubiera podido vislumbrar si la carrera hubiera transcurrido sin incidentes.

Los kilómetros pasaron rápidamente. Qué placer sentir eso después de toda esa lucha. Y cuando llegué al ecuador de la media maratón no solo tuve claro que iba a acabar sí o sí, sino que lo iba a dar todo hasta el final. Porque me lo merecía y me lo debía a mí misma. Porque para mí eso significaba derrotar al monstruo que me había estado persiguiendo esas dos semanas atrás. Porque para mí eso era una victoria personal muy, muy grande. No lo puedo explicar. No lo puedo expresar, pero me sentía enormemente orgullosa de mí. Y lo mejor, que sé que Javi también se sentiría orgulloso. Le he hecho sufrir mucho durante estos días. “¡Cariño, estoy bien! ¡Ahora sí!”. “Créetelo”. Y vamos a disfrutar de nuestras vacaciones al 100%.

Disfruté de esos kilómetros finales. Disfrute viendo a Javi y a Rafa y saludando a muchos triatletas. Unos que ya conocía y otros que conocí vuelta a vuelta y que sirvieron de motivación para mí. Motivación que me hizo alcanzar in extremis a una rival que no creí poder pillar y que me hizo aún venirme más arriba. Ganar esos dos puestos me supieron a gloria, igual que adelantar a la primera jejejeje.

 

Llegó la ansiada meta. Esa que me propuse alcanzar por mi cabezonería. Y fue en ella donde me pasó el resumen de lo vivido. No sólo en esa mañana, sino esos últimos días. Toda esa rabia, toda esa angustia, todo ese dolor. Y es cuando noto que una emoción muy fuerte se apodera de mí y entonces me entra un sollozo muy grande y siento que me ahoga. ¡Dios! creía que no iba a ser capaz de cruzar el arco, que horror. Y solo recuerdo derrumbarme en los brazos de Juanan, abrazarle con fuerza y llorar como una niña. Había más felicidad que tristeza, pero había mucha rabia. “Amigo, gracias por ese abrazo”. Necesitaba esa catarsis. “Gracias por estar ahí”. Y por “esperarme en meta”. Fuiste mi motivación toda la carrera. Allí me esperabas y no te podía fallar. Aunque sabes que soy muy puntal, esta vez te hice esperar, pero llegué a mi cita contigo, tal y como teníamos agendado.

Felicitar al resto de triatletas que también se perdieron y tampoco se rindieron. Felicitar a Sara por su increíble carrera. Su calidad nadando y en bici hace que se pueda permitir pasearse corriendo, increíble.

 

Felicitar a Javi por su carrerón después de cascarse un ironman tan solo hace unas semanas. Pero sobre todo felicitarle por su actitud siempre positiva. “Gracias cariño por todo lo que me enseñas”.

Gracias a Fafi y Naira por compartir este fin de semana con nosotros.

Gracias a mi entrenador, Carles, por ayudarme a llegar hasta aquí con garantías y después de todo.

 

Gracias a todos los que me ayudáis y apoyáis: patrocinadores, familia, amigos, compañeros, seguidores…

 

 

¿Queréis algún dato curioso?:

 

Fijaros, en el kilómetro 19 es cuando veo que puedo alcanzar, y lo hago, a una rival.

 

Estoy usando el parche de medición de glucosa. Una de las cosas que he aprendido con Dani, el profesional que me ayuda con ello. Es que el “estrés” son los peores picos de azúcar. Más que cualquier atracón. Sorprendentemente.

 

En estos días que lo he estado usando. Solo me he salido del parámetro tres veces. Y las tres han sido por una situación de estrés. La primera, hablando precisamente con Dani de lo que suponía Hawái para mí. Y ahí vi lo que conllevaba y como realmente me afectaba más de lo que yo creía. Y los dos picos de la carrera de ayer. Ni geles, ni coca cola, ni red bull. El primero es del momento en que me doy cuenta que nos hemos perdido (¡¡casi 200!!) y el segundo del momento agónico (por la emoción contenida) que viví en meta. Alucinante.

          

 

Como anécdota. Os he dicho que el bidón me iba tocando la rueda. Lo tenía claro. Pero lo que no entendía es como me había acabado el maurten tan rápido. Ahora lo entiendo!!

       

 

 

Como ya dije: las carreras son mas que un resultado, son un aprendizaje. Matrícula de honor para mí.

Y como dice un amigo: una experiencia para contar a mis alumnos.

Me quedo con la frase que hoy me ha puesto un amigo: «la adversidad tiene el don de despertar talentos que en la comodidad hubieran permanecido dormidos».