Embrum (Francia), 5.45h de la mañana del 15 de agosto. Estoy a cinco minutos de empezar el Embrunman triathlon. Es de noche todavía. No me lo puedo creer. Realmente es verdad lo que dicen, aquí se nada a oscuras. ¿Pero cómo vamos hacer eso? – me pregunto a mí misma. El acojone se mezcla con la emoción de que, al fin, haya llegado el día. Ese día que tanto he ansiado desde hace meses y que he preparado tan a conciencia. ¡Por fin! Voy a ver si sé disfrutarlo y gestionarlo como se debe. Ese es el objetivo del día.

 

5.50h. Sin demora, suena el bocinazo que nos marca la salida a las chicas. Que sensación tan extraña el correr hacía el agua sin ver absolutamente nada. Sin saber en qué momento cubre, y hacía dónde toca nadar. Pero lo peor… correr con los pies congelados pisando las piedrecitas que te adentran en el lago. A esa hora tan temprana la temperatura era baja. Las manos las tenía bien; frías, pero sin perder la sensibilidad. Sin embargo los pies los había dejado de sentir hacía rato. Me mató el correr hasta el agua esos escasos metros sobre la gravilla. Sentí como mil cuchillas se clavaban en mis plantas provocándome mucho dolor. Por suerte, el agua estaba mejor que nunca: 21 grados; lo cual favoreció a que, en pocos minutos, volviera a sentirlos y se aliviara ese dolor.

La natación fue muy complicada. Esperaba tener más referencias y formas de seguir el circuito, en cambio no fue así. La verdad es que no entiendo por qué en el breafing te explican el recorrido, las boyas que debes hacer… y sin embargo no te explican lo más importante y necesario: cómo llegar a ellas, cómo guiarse en la oscuridad de la noche para completar ese circuito. Aquí solo tienes suerte si logras ir en cabeza. Por desgracia, perdí a las dos favoritas en los primeros metros. Es cierto que yo ni iba a competir como ellas. Aunque suene raro, os puedo asegurar que en esta carrera venía con un objetivo totalmente diferente. Venía a tomármelo con mucha calma. A acabar. Me había dejado la etiqueta de “profesional” en casa. Esa actitud no dejaba de ser todo un reto para mí, pero era totalmente necesario. Así lo sentía.

Me quedé sola en las primeras brazadas. Mi condición de nadadora me permitió, al menos, ir siguiendo la estela o, mejor dicho: para mi gusto, la lucecita tímida que parpadeaba en el kayak que guiaba la carrera. Esa luz se iba alejando cada vez más y complicando más las cosas ya que, cuando cambiaba de dirección al sobrepasar una boya, la perdía de vista por unos instantes. Encontré boyas por el camino que no sabía si tenían sentido o no. En algunas había un kayak controlando y en otras no, y realmente no entendía nada de lo que estaba haciendo y sucediendo. –Todo eso me parecía más propio de una yincana o de una carrera de orientación–. Pero conseguí tomármelo a risa y sentirme satisfecha de atreverme con algo así y disfrutar de un triatlón único por cosas como esa. Aunque aún me dio más la risa en la segunda vuelta de natación. Ya era de día y ya se veían las boyas y conforme iba nadando me daba la sensación que ese recorrido no se parecía en nada al que había hecho la vuelta anterior. ¡Buf! Que locura. La verdad: no sé si hice la mitad o el doble de boyas. No tengo nada claro de lo que pasó durante esa hora en el agua.

A pesar de todo, me sentí súper cómoda. Me sentí a gusto nadando. Me noté rápida nadando fácil, controlando respiración y reservando toda la energía para el resto de la carrera. Nadé en solitario durante todo el recorrido. Exceptuando los metros finales donde encontré todo el pelotón que estaban aún en su primera vuelta. ¡Uf! No quiero pensar lo que fue esa natación para los que les cuesta nadar y/o tienen pánico a las aguas abiertas. Es la primera prueba de fuego de este triatlón. Realmente vi gente muy agobiada, muy desorientada; totalmente perdida en el agua, incluso parados ya en las orillas del lago.

Salir del agua no fue nada fácil tampoco. Entre todo el barullo de gente, el kayak que hacía de guía se había apartado y no sabía para donde debía ir. Tuve que pararme a preguntar dos veces a los árbitros de las canoas. Aunque la respuesta en francés no me ayudó mucho. Y pararme un par de veces más para quitarme las gafas e intentar intuir esa salida del agua. – ¡Que duro por favor! –-. Lo que creí que sería un trámite se convirtió en todo un desafío.

T1. Sin prisa, pero sin pausa. A diferencia de cualquier otro triatlón, decidí ponerme un maillot preparado con los bolsillos llenos. En esta carrera tenía que cuidar muchos detalles y la alimentación en la bici era uno de los puntos más importantes. Así que no me importó perder ese minuto de más. Por el contrario decidí no ponerme nada más. Sentía que había entrado en calor en el agua y que no debía abrigarme. Aunque por desgracia, en ese par de minutos, pisando la fría alfombra, se me volvieron a congelar los pies. Ponerme los calcetines y pisar en suelo mojado lo empeoró y ese calvario me acompañó en más de la mitad de la bici. Y no exagero. No sabéis lo duro que es eso de perder la sensibilidad de los pies durante más de 3h y pedalear así. ¡Horrible!

Por poco pierdo la carrera en boxes. Mientras me vestía, una árbitra no paraba de decirme cosas en francés que no entendía. Yo pensé que me decía que lo dejará todo recogido dentro de la caja, pero el cámara le dijo que yo era española y entonces me dice: ¡El chip!. –¡Por Dios!, no lo llevo en el tobillo. ¿Lo he perdido en el agua? –. Me centré y vi que, por suerte, estaba liado en el neopreno. Que susto. Menos mal que me avisaron sino… habría hecho una carrera en balde.

Me subo a la bici. Empiezan los 188kms y lo hace con un primer puerto de 4kms durísimos. Sin previo aviso. Es muy difícil controlar la emoción: esa euforia que siempre te hace pedalear con fuerza los primeros tramos del recorrido y más aún cuando lo haces rodeada de gente que te anima y aplaude con fuerza. Emocionante. –Creo que sí va a valer la pena estar aquí–me dije a mi misma. Y es que tuve muchas dudas hasta el último momento. Esto no se lo he contado a nadie, ni siquiera a Javi. Pero esta carrera me daba tanto respeto que me hizo dudar en muchas ocasiones de si sería capaz de conseguirlo; si estaba realmente preparada… Lo peor fue estar en Embrun los dos días previos y seguir teniendo esa sensación. Por muy valiente que sea, hasta el último momento tuve mucho pánico escénico. Hasta el punto de querer recular antes de hora. Pero ya estaba allí pedaleando.

Desde el principio me repetía a mí misma a lo que había venido aquí, lo tenía claro y lo estaba gestionando bien. Conseguí levantar el pie. Conseguí disfrutar del recorrido, del paisaje, del ambiente… y olvidarme de la “competición”. Aunque tener la cámara a un metro, grabándome en varias ocasiones, no me lo ponía nada fácil. Yo que quería pasar desapercibida… y al final iba a salir hasta en la tele. La sorpresa fue que esa situación no cambiaba, ninguna chica me daba caza y eso era muy buena señal. Y más cuando me estaba sintiendo tan conservadora.

La bici fue durísima a pesar de ir regulando en todo momento. Es un circuito muy exigente y de muchísimo desgaste. Su perfil habla por sí solo. Pero las piernas no son lo que más se queman, sino la cabeza. Es una prueba de resistencia física y psicológica. Hay que venir muy preparado y entrenado. Para correr aquí, creo que es necesario un trabajo mental brutal y saber qué con quién más vas a luchar es contra tu cabeza. Contra tus demonios. Contra tus miedos.

Vi gente que me pasaba rodando como un tiro y luego, en los puertos, los adelantaba… destrozados. Hay que saber gestionar muy bien esta carrera. Todos nos encontramos con fuerzas en el km 50, y hasta en el 100, sin embargo son 188 a los que, por detrás, había que sumarle una dura maratón. Eso es lo que me daba desconfianza. Eso era lo que no me dejaba

disfrutar del todo la bici. Tenía tanto miedo de bajarme a correr y no ser capaz de hacerlo. Tenía tanto pánico a los problemas de estómago… Ese nudo no me dejaba disfrutar del todo, pero a la vez me ayudaba a controlar aún más la carrera y a seguir luchando, kilómetro a kilómetro, como si fuese el último.

Sobre el kilómetro 80 empieza el ascenso al Izoard, el puerto mítico de la carrera. El puerto en mayúsculas. Catorce kilómetros de ascenso hasta los 2.300 metros de altitud. Una hora de subida. Que duro es eso, que duro resulta mantener la mente fría. Sin embargo logré gozarla. Iba subiendo con control. Aunque, por mucho que quieras guárdate, el desnivel no te deja. Fui restando curvas y kilómetros con ilusión y con buenas sensaciones. Me emocionaba el hecho de haber sido capaz de venir a este duro triatlón y sentir como estaba escalando con mi bici de ruta por una zona verdaderamente espectacular.

Llegué a la cima y coroné el puerto. Sin embargo fue un momento un poco agridulce. La euforia del culminar el ascenso se mezclaba con la realidad y me hacía pensar que me quedaba la mitad del recorrido. La mitad de desnivel positivo.

Aunque estaba deseando lanzarme hacia abajo, era necesario el pit stop en el avituallamiento. Pie al suelo y un voluntario me trae mi bolsa. Recambio bidones. Me pongo el cortaviento y los guantes. Mejor dicho: el guante. –¡Madre mía! ¡Qué tonta!– me dije en voz alta. Llevaba dos guantes de la misma mano ¡Que desastre!. Después de dudar unos segundos, me pongo uno y el otro me lo meto debajo del maillot. ¡Aig! Qué gilipollas soy. En fin… seguía teniendo tan claro a lo que había venido que ese detalle no me preocupó lo más mínimo. Suerte que hizo calor y me sobraba el guante y el cortaviento. Pero bueno…, ya estaba hecho. –Mejor eso que pasar frío en la mano descubierta– . jajajaja.

El descenso fue lo más duro. Casi me mato dos veces. No exagero. La carrera era tráfico abierto y nada más empezar a bajar el puerto, justo con Iñaqui Pena delante, que me acaba de pasar, nos encontramos dos auto caravanas que nos frenan de golpe. Intuí que para dejarnos pasar, pero… ¡buf!. Sin saber cómo, conseguimos esquivarlas cuando justo en el hueco de carretera que quedaba vemos que suben 3 ciclistas. Se tiraron, literalmente, a la cuneta para no comérnoslos. Suerte de eso que sino los hubiéramos arrollado a más de 50km/h. Aun así, dos curvas más tarde, me encuentro con un matrimonio mayor bajando en bici. Los intento adelantar por dentro cuando veo que se me cruzan y al frenar me derrapa la bici y veo como me voy directa para el acantilado. Consigo controlar la bici y sacar el pie al suelo justo cuando la rueda delantera se metía por el terraplén que había. ¡Dios que susto, joder! Ahí empecé a temblar y no de frío. Decidí tomarme las bajadas con mucha calma también y no jugarme la vida. A la vista está que hice todos los descensos más lentos que cuando vine a ver el circuito con Javi, y eso que íbamos tranquilos y con lluvia.

Eso fue lo peor de la carrera: El tráfico. Realmente pase miedo con los coches. Los franceses conducen muy mal, muy agresivos y sin ningún tipo de respeto. Ya no era el hecho de estar compitiendo y no perder tiempo, sino de no jugarte la vida. A la vista está que hubo muchos accidentes, como lo fue el de Víctor del Corral. Eso para mí desvirtúa este espectacular triatlón.

Tocaba seguir y hacerlo con mucho ojo. Que sensación tan extraña el empezar a bajar como si estuviera hecho y en cambio saber que quedan unas 3horas más de bici. No es nada fácil pedalear casi siete horas continuas en solitario. Fui sola toda la carrera, puntualmente me pasaba algún ciclista (no llegó a la veintena) y agradecías (ánimos mutuos). Sobre el 130 me pasó Gorka, y el hecho de intercambiar cuatro palabras con él fue muy gratificante.

El recorrido parecía no tener fin nunca. Cada repecho se hacía un mundo y de alguna manera costaba conservar la motivación. Se hacía difícil mantener a raya los pensamientos negativos y era imposible silenciar las quejas de tu cuerpo. Iba muy bien de piernas, tengo que reconocerlo. Pero las dos últimas horas fueron un verdadero infierno. Las fuerzas mermaban, el calor hacía estragos, y ya no me apetecía comer ni beber más “potingues”. Solo quería agua, o una coca cola bien fresquita. Me dolían las manos, los brazos, los cervicales y sentía como toda mi zona intima estaba tan escocida que no sabía ni cómo sentarme.

  

Luché mucho contra mi cabeza. Me dije varias veces que esta y no más. Pero… ”Esta sí Judith. Esta debemos conseguirlo. Estas haciendo un carrerón. Sigue demostrando de lo que eres capaz.” me iba repitiendo a mí misma. Aun así, a pesar de lo entera que estaba, dentro de todo, mis fantasmas seguían ahí. El miedo a no acabar por problemas de estómago (por tercera vez consecutiva), no dejaban de rondar dentro de mi cabeza y eso me iba consumiendo.

Aunque parecía que nunca iba a llegar, llegó. Llegué a la T2. Pisar esa alfombra me supo a gloria. Y más sentir que las piernas iban. La mejor alegría fue ver y escuchar a mi familia (mi hermana, mi cuñado y mis “niñas” (mis sobrinas)). Eso fue una inyección de energía brutal. Sabía que debía correr por ellos. Javi me animó en boxes y sus palabras me dieron mucha confianza. Lo estábamos haciendo muy bien y podía con ello.

Le dediqué tiempo a la segunda transición para prepararme bien para la carrera. Coger todo lo necesario y tomarme el primperan, que debía ser mi solución en carrera.

Sentir que eres capaz de correr con fuerza después de los durísimos 188km de bici, es la mejor satisfacción que se puede tener. Había algo no me dejaba despegar las alas del todo por el miedo a chocar contra un muro mental en cualquier momento. Pero disfruté de mis buenas sensaciones. Corrí con ganas. Intenté saborear el encanto del recorrido, a pesar de su dureza, y supe disfrutar de los ánimos del público, de los pocos catalanes y españoles que estaban por allí, y de la compañía de Gorka en nuestro mano a mano particular que hizo la carrera mucho más amena. Pero sobretodo: llegar a cada punto donde estaba mi “Team Koraxan” eso fue la mayor satisfacción. Se pusieron estratégicamente para darme ánimos durante unos metros. Primero mi cuñado, luego mi hermana, más tarde Javi y por último mi sobrina Laia. Y eso se repetía dos veces por vuelta. Yo no podía dejar de sonreír al verlos. Su apoyo estaba siendo fundamental y realmente me lo hicieron pasar bien.

Pasar por el final de la segunda vuelta y que mi sobrina de ocho años me gritase: “Tieta, ¡t’estimo molt!”, fue uno de los momentos más mágicos de la carrera. Difícil venirse abajo después de eso. <Va Judith, tienes que conseguirlo, por ellos, llevan once horas sufriendo aquí contigo. Esta vez lo vas a conseguir>. Me repetía a mí misma. Javi estaba como yo, se lo notaba. Estaba emocionado con mi carrera y con mi entereza, pero era prudente porque él me conoce mejor que nadie. Ha vivido conmigo mis problemas de estómago y mis retiradas. La de Sudáfrica en el km 30 la vio en directo. Y él, igual que yo, temía que me volviera a pasar. “Te espero en meta” me dijo al empezar mi última vuelta. Sé que esos 14 kilómetros se le hicieron casi tan largos como a mí y sé que tanto él como yo suplicamos que nada me impidiera llegar hasta la meta. Fuese en el tiempo que fuese y en la posición que se antojara.

Iba muy vacía. Para no provocar al estómago hice solo dos geles (km 2 y 15) y un bidón con 30gr de hidratos. Muy poca gasolina para una maratón. Así que los problemas de estómago se me sumaron a la falta de energía, al miedo de caer redonda en cualquier momento por sentirme completamente exhausta. Y a todo ello los amagos de rampas en todos los músculos de mi tren inferior. La coca cola fue lo que me mantuvo viva hasta el final.

Última vuelta. Todavía 14 eternos kilómetros por delante. No era capaz de ver la meta alcanzable aún, pero os aseguro que iba hacer todo lo imposible por llegar a ella. Y si no…, pues no pasaba nada. Me convencí de ello desde que me apunté a esta carrera y me seguía convenciendo de ello compitiendo. Si algo me caracteriza es que no tengo miedo al fracaso, tengo muy claro que es parte de la competición y yo soy muy buena competidora. La gente me ha tomado por loca al inscribirme a esta carrera sin haber finalizado antes un Ironman. Dos retiradas son lo que marca mi currículum en esta distancia, pero no iba a dejar de intentarlo. No tengo que demostrar nada a nadie, sin embargo, mi orgullo y cabezonería no me permite rendirme sin conseguirlo.

Busqué motivaciones para no oír las quejas de mi estómago que empezaba a reivindicarse contra mí. En la subida me ayudaron las palabras de Álvaro, sus consejos. Y me dio fuerzas para que no dejará de trotar ni un solo paso, para no caer en la trampa de andar. Aunque en esa zona no había nadie que corriera, excepto yo (al menos cuando yo pasaba). Debía luchar por mi entrenador. Le debía parte de la carrera. Nos hemos pasado un mes entrenando juntos, había sacrificado su tiempo y el de su familia por ayudarme; por estar a mi lado en todo momento y hasta me abrió las puertas de su casa. Debía…, tenía…, que acabar para agradecérselo.

Tenía más personas en mente. Más personas que me habían ayudado a preparar esta carrera y sentía que debía de continuar por ellos. Por mis amigos: el “Team Pirinexusss”. Me han ayudado a entrenar, a sufrir, a buscar KOMS (que para nosotros que tiene mucho más significado que un simple record de Strava, porque tienen risas, euforias, piques, luchas, sacrificios, premios, diversión…). Ellos son muy importantes para mí y la excusa de preparar esta carrera nos ha hecho disfrutar de muchos momentos juntos.

Últimos cinco kilómetros. Las ganas de vomitar aguantaban, sin embargo las de ir al baño no. Ni con el fortasec que me había tomado. No veía el momento de parar, no veía ninguna zona para “medio esconderme” sin enseñar el culo a todos los corredores. No veía baños en ningún sitio. –¡Judith aprieta el culo o ¡para! Tienes 20’ de ventaja puedes permitirte andar lo que quieras–. Estaba pisando el pódium. ¿Quién me lo iba a decir? De soñar con acabar la carrera a verme subida en él. –Judith intenta disfrutar de lo que estas logrando. Te lo has currado–. Un mes fuera de casa. Sola. Preparando a conciencia esta carrera. Ha sido muy duro. He sufrido mucho entrenando. He echado mucho de menos a Javi, a mi familia. Y he derramado muchas lágrimas. Tantas como hasta el punto de plantearme si realmente valía la pena. Preguntándome cientos de veces si esto es lo que quiero: entrenar y dejar todo lo demás a un lado. Y todo eso añadiendo el hacer un gran sacrificio económico para costearlo. Porque que nadie piense que esto ha sido gratis. Sin Javi cerca no soy nada, sin ver a mis sobrinas, sin mi gente. Yo amo el deporte, yo adoro entrenar, pero con la motivación y la compañía de los míos. Sino… – ¿vale la pena?- me pregunto.

Pero definitivamente estaba valiendo la pena. El trabajo, la constancia y sobretodo el creer en mi iba a tener su recompensa. Estaba consiguiendo acabar mi primer Ironman, y no uno cualquiera. El tercer intento iba a ser el bueno. Por fin iba a saber lo que significa cruzar la meta y lo iba a vivir en Embrun. Son pocos los que se atreven con esta carrera. Yo me atreví con ella, a pesar de mis antecedentes, y lo estaba bordando. Estaba haciendo historia e iba a sumar mi nombre a un palmarés donde otro español, catalán también, el gran Marcel Zamora era el rey. Él también estuvo presente en mi carrera. Fue mi inspiración desde que llegué a la Cerdaña para preparar esta carrera. Empecé su libro y lo acabé un día antes de competir. Sentía que me daba fuerzas.

Último kilómetro y empezaba a saborear la gloria. Empezaba a sentir que ese sueño se estaba haciendo realidad. Y justo entonces, apareció mi hermana para certificar que era cierto, que eso era real y que lo estaba consiguiendo. No pude devolverle todas las palabras que me regaló en ese momento, pero gracias a ellas conseguí completar los metros finales que me hacían, por fin, cruzar el arco de meta. ¡SOY FINISHER!

    

Embrun no deja indiferente a nadie. Es de esas carreras que hay que vivirlas. Superación, resistencia, agallas, cabeza, valor… muchos adjetivos y sinónimos para describirla. Lástima que hay un PERO muy grande. Los premios económicos de las chicas son muy inferiores a las que reciben los hombres. ¿Por qué? Parece que para ellos no tenemos suficiente mérito las chicas. ¡Qué pena! Por eso quizá se llama Embrun”man”. ¿No?… me pregunto.

Embrun, fue mucho más que una carrera. Fueron unas pequeñas vacaciones en familia. Con la mejor compañía y con bonitos momentos que no cambio por nada. Lástima no quedarnos algún día más después de competir. Pero ya se están haciendo planes para volver el año que viene. ¿Quién competirá entonces? ¿Javi? –Porque… eso de repetir… a día de hoy… no lo veo.

      

Ahora necesito un reset. Reconozco que a pesar del logro y la emoción que ahora siento, esta carrera me ha desgastado mucho. Física y psicológicamente. Antes, durante y después. El post carrera ha sido duro y debo seguir trabajando para solucionar esos problemas de estómago que tanto daño hacen.