Domingo 10 de junio, una semana antes de la carrera, y ya estábamos situados en Logroño. El motivo de llegar tan pronto fue porque vinimos directamente de Zarautz. Nos lo montamos así para no pegarnos la paliza de coche dos veces en tan poco tiempo. Y, de paso, con la excusa, disfrutar de unos días tranquilos, a pesar de ser una semana pre competición. La verdad es que no pudieron salir mejor las cosas. Gracias a un amigo (David, del triatlón La Rioja y organizador de la prueba), alquilamos en el centro un piso que estaba genial. Poder estar como en casa (cocinar, lavar la ropa, descansar, trabajar…) era una gran ventaja. Y es que, a pesar de sentirnos como en casa, la sensación era estar de vacaciones: turisteando por una bonita ciudad, que no conocía, entrenando lo justo y sobretodo, durmiendo y descansando mucho. También aproveché para cumplir con algunos compromisos profesionales. El jueves grabamos, cerca de allí, el video para “El triatlón de Vitoria en su compromiso con la mujer”. Nos llevaron a un sitio espectacular —estoy deseando ver el vídeo—. Y a pesar del tute que nos metimos, por lo que conlleva grabar algo así, valió mucho la pena. En otra ocasión me hubiera preocupado de ese desgaste físico a solo dos días de una carrera. Pero, estaba tan relajada, que ni me importaba. No es que fuera confiada para la competición; ni mucho menos, pero sí que tenía la sensación de tener los deberes hechos. Venir de ganar en Zarautz había sido una recompensa tan grande que, pasará lo que pasará, ya estaba satisfecha. Y sabía que no iba a ser fácil competir solo una semana más tarde. Por cierto: gracias al reportaje, mientras grabábamos en bici, me di cuenta que no me iba el freno trasero. Supongo que, de tanta lluvia, se oxidaron los cables y se quedaban las pastillas pegadas a la rueda. Así que, suerte a eso, el viernes llevé la bici a un taller y la dejé hasta el mismo sábado por la mañana.

Tenía unas sensaciones muy raras. Estaba en Logroño para competir y debía correr un Half (otro) y sin embargo, supongo que entre la emoción de lo vivido en Zarautz, que aun perduraba, y el estar allí tan, cómoda y relajada, hizo que me sintiera muy tranquila; sin nada de nervios por la carrera y, sobretodo, físicamente muy bien y prácticamente recuperada. Lo único que me quitaba el sueño eran los dos boquetes que tenía en las rodillas (heridas que me hice a consecuencia de una caída en Zarautz). Me estaban dando mucha guerra y me preocupaban para competir. No soportaba ni un roce y me dolía mucho al flexionar la pierna. Ahora, ya os puedo adelantar que, en carrera, ni me enteré; tan solo que vi las estrellas en el momento de quitarme el neopreno, y ya no más.

No fuimos los únicos que nos quedamos allí toda la semana. También lo hicieron Aida y Gus con las peques, con los que compartimos la semana. Y estar con ellos siempre es un placer. Menos lo de intentar seguir entrenando a Gus – jejejeje

Pues, con todo eso y sin darnos cuenta, llegó el momento de competir. Una vez ya en boxes (en las horas previas), sí que fue inevitable no ponerme nerviosa. Sin embargo, aun así, mucho más relajada y confiada que otras veces. Tenía mucha seguridad en mi misma y quería defender la etiqueta de favorita que llevaba para esta carrera. A pesar de no sentirme al 100%.

Fue como un déjà vu el estar poniéndome el neopreno junto a Julio, Jordi, Edu…, mis compañeros del Prat; el club que me abrió las puertas a este deporte y las personas que me enseñaron todo sobre el triatlón. Pero lo más especial, fue que estaba Richard. Y que volvía a ponerse un dorsal después de casi cuatro años. Varias temporadas después de estar en el dique seco por culpa de su lesión de cadera. Y aunque no estaba ni mucho menos entrenado para volver, poder correr y competir, estar ahí, ya era un gran logro. Los que le queremos y lo conocemos desde hace mucho, sabemos lo importante que era para él ese momento. Y muy emocionante para los demás. Bueno…, al menos para mí. Él, desde el principio, ha sido mi referente en este deporte. Me dejó su bici cuando llegué al Prat, sin conocerme de nada, porque yo ni siquiera tenía. Y desde entonces fue mi guía y mi apoyo en este mundillo. Y un gran amigo que tengo la suerte de conservar.

Sin más dilaciones, llegaba el momento de meterse en el Ebro. El agua estaba fresquita (17 grados), pero se agradecía porque el día estaba siendo muy caluroso y estar una hora con el neopreno puesto, por culpa de los timings de carrera, incitaban a remojarse.

Presentación desde el embarcadero, entrada al agua (para colocarnos en la imaginaria línea de salida) y de inmediato el bocinazo. Viendo que era imposible mantenerse en un punto fijo y no irse corriente abajo.

La natación se me hizo muy dura. Remontar el río me desgastó mucho. Luché para que no se escaparan María Pujol y otra chica que no reconocía (era Sara Bonilla) y aunque, al llegar a las boyas de giro, por fin las alcancé, mi mala maniobra me hizo volverlas a perder. ¡Qué horror! Viví el peor momento del día. La primera bien, pero la segunda boya me jugó una muy mala pasada. La corriente te empujaba hacía abajo y no te permitía hacer bien el giro. Me escoré mucho y, cuando quise rodear la boya, la fuerza de la bajada del agua me metió debajo de ella. Al principio se me escapó una carcajada, pero cuando cogida a la cuerda de la boya, sumergida, sentía que no era capaz de sortearla, me acojoné. ¡Qué agonía! Casi me ahogo. Fueron esos segundos que se hacen eternos y que por un momento sientes que se acaba la carrera, que no puedes luchar contra eso y que te dan ganas de soltarte de la boya y dejarte llevar corriente abajo, rendida. Pero de golpe, un click se enciende en el cerebro y te dice que no puedes dejar de luchar. Que no puedes tirar la toalla y te convences a ti misma que puedes con eso. ¡Pues pude! No sé cómo, pero conseguí sortear la maldita boya. Por lo que sé, la gran mayoría no pudo y lo dejaron por imposible. Pero seguro que, a mí, de haberlo hecho, esa infracción me hubiera costado la descalificación. Como es normal.

  

Con la rabia en el cuerpo logré alcanzar a mis rivales (que me habían sacado 15-20 metros). No hay mal que por bien no venga. Y volé corriente abajo hasta la salida del agua. Menos mal que la última boya estaba mejor puesta y, aunque costó salir, era un tramo a nado en diagonal y favorecía la llegada a tierra. 25 minutos largos fue lo que tardé. Prácticamente el mismo tiempo que otro Half (para que os hagáis una idea). Así que imaginaros lo que pudimos tardar en contra y lo que se voló en la vuelta. Increíble. Muy dura esa natación. No quiero pensar el calvario que supuso para el que no es nadador, ¡buf!

Transición larga y que me hizo quedarme atrás por la necesidad de recobrar el aliento. Supongo que mis rivales iban algo más frescas que yo. Eso sí, me quité el neopreno nada más salir del agua para correr más cómoda sin él. Sobre todo por lo de mis rodillas.

A pesar de mi lenta transición. Antes de salir de Logroño, en los primeros 2kms, me puse en cabeza y me marché en solitario. Fue un caos salir del centro. Mucho tráfico y un poco de descontrol por la falta de respeto de conductores y viandantes que casi me cuesta la vida en un par de ocasiones. Sorteando coches, autobuses, conos… Y la moto de la Guardia Civil que abría la carrera y que tenía más dificultades que yo para maniobrar con ese pedazo moto. ¡Qué estrés! Pero rápido pasé, de eso, a la soledad total que tuve en todo el segmento ciclista.

Se me hizo durísima la bici. Fue muy duro luchar, hasta el kilómetro 70, contra el viento. Completamente sola. Muerta de asco. Sufriendo mucho por mantener la entereza, por no dejar de pedalear con fuerza y sin tener ninguna distracción. Realmente lo pasé mal. Pero, paradójicamente, estaba haciendo una carrera espectacular.

Mis sensaciones fueron horribles desde el principio. Me sentía agotada. Sin fuerzas y luchando mucho por coger un ritmo decente que nunca sentí que llegara. Muy atrancada, sin fluidez y con mucho dolor de patas. Pero yo seguía allí. Con mi lucha. Tirando de coco más que nunca y lamentándome de volver a competir solo siete días más tarde. Además, iba muy acalorada y muy sedienta. Al llegar al primer avituallamiento, sobre el kilómetro 25, ya estaba seca. Y lo peor fue no conseguir alcanzar ninguna botella de agua; ni de isotónico. No les echo a ellos la culpa, ni mucho menos, pero los voluntarios eran chicos muy jóvenes y sin práctica en eso, y escondían la mano cuando le cogías la botella (por miedo, los pobres). Y yo, que no soy muy ágil, no logré coger ni una. ¡Buaf! Seca hasta el km 53 (siguiente avituallamiento).

Ir sin agua fue el remate. Pensé que en cualquier momento aparecerían las rampas y la deshidratación me pasaría factura. Pero para colmo, cuando por fin llegué al segundo avituallamiento, casi una hora más tarde y consigo coger un botellín (aquí los chicos tenían más astucia), de golpe, veo que la moto de la Guardia Civil gira a la izquierda calle abajo y yo, sin poder rellenar el bidón delantero, aguanto el botellín con los dientes, para poder maniobrar y después de ese giro (brusco e inesperado), siento que algo no va bien. No era muy lógico el avituallamiento antes de un giro y una bajada. Además, escucho que me gritan mucho los chicos del avituallamiento y, al girarme, veo que me hacen gestos como para que vuelva. Así que decido pasar de la moto, pongo pie en el suelo y, tras unos segundos de desconcierto, tiro el botellín sin rellenar y remonto calle arriba para tomar la dirección correcta. ¡Uf! No me lo podía creer. —<¿Cuánto he perdido aquí? ¿un minuto? ¿Dos? Esto me puede costar la carrera —. ¡Guau! Que impotencia. Porque si se te escapa la carrera, por un minuto, después de algo así… ¿Qué pasa?

La rabia se apoderó de mí. En ese momento crees que has echado a perder la carrera y encima, no por culpa tuya. Poco después, me vuelve adelantar la moto del Guardia Civil para situarse unos 30 ó 40 metros delante de mí, como debía hacer. —Sé que todo el mundo se equivoca, y o te culpo por ello. Pero al menos discúlpate ¿No? —Pensé. Lo único positivo de eso fue que consiguió evadirme durante cinco minutos y quitarme de la cabeza la incansable lucha contra el viento.

Lo raro fue que, ni con esas, me había pasado todavía Gustavo. Y eso sí que fue alucinante. Iba jugando yo sola a apostar en qué kilómetro me pasaría Gus, y que intuía que sería el primer chico en hacerlo. Debía buscar una distracción para lidiar con los pensamientos negativos que me transmitía mi cuerpo. Aposté, teniendo en cuenta cuando me pasó en Zarautz (donde igual que aquí, los chicos salían diez minutos más tarde), y mis malas sensaciones aquí, que lo haría en el kilómetro 30. Cuando pasaba por ese punto kilométrico y aún no me había alcanzado, apostaba por llegar hasta el 35 y así sucesivamente. La sorpresa fue mayúscula al ver que los kilómetros pasaban y seguía liderando la prueba. Con razón la gente que me animaba al pasar lo hacía como si fuera un chico, estaban tan sorprendidos como yo. Así que me lo tomaré como un alago.

Finalmente me rebasó en el km 59. ¡Aig! ¡No llegue al 60! – Jejejeje . Fue brutal. Nos animamos mutuamente y me dijo que llevaba una gran ventaja. En ese momento empecé a creer que las malas sensaciones no eran solo mías sino de todos, y que la bici estaba siendo durísima. No solo por los toboganes, y el calor, sino por el viento. Suerte que en el último avituallamiento, sobre el km 63, conseguí coger una botella de agua. Estaba dispuesta a poner pie a tierra y todo. Pero no hizo falta. Aunque la sed y el agua, que inevitablemente derramas al rellenar el bidón delantero en marcha, hizo que me durara un suspiro. Estaba deseando llegar a la T2 solo para beber.

Los últimos kilómetros sí que empecé a disfrutar. Lo hice porque, una vez que me pasó Gustavo, sabía que lo iban seguir haciendo el resto, aunque algo más rezagados. Pero no, de nuevo los kilómetros pasaban y nadie me alcanzaba. Ni en el 70, ni en el 75, ni en el 80. Así que me emocioné llegando a la segunda transición con solo un chico por delante para sorpresa mía y la de todos los que estaban allí viéndolo. Los comentarios fueron de alucine. Que pasada. Me había vuelto a salir en bici. Y Gustavo también. Porque allí estábamos los únicos dos corriendo y liderando la prueba con una gran diferencia.

En la carrera a pie me encontré bien. Me bajé a correr cansada, pero tenía piernas. Y aunque me puse a correr sobre 4’20, sabiendo que tenía mucho margen y podía regular, no pude evitar crecerme al pasar por el centro. Con el ambientazo que había, y más viendo que estaba completando la primera vuelta sin seguir siendo alcanzada por ningún otro chico. Hasta que en el kilómetro 7, justo al paso por meta, me adelantó Cristóbal, y en mitad de la segunda vuelta lo hizo Alejandro Santamaría.

 

Fue espectacular la carrera. Un circuito muy bonito y entretenido y con muchísimo público. Disfruté mucho de la carrera a pie. No solo porque fui de menos a más, y cada vez me sentía mejor, sino por todos los ánimos de la gente y de los corredores. También por el cruzarme con Javi y verlo todo guapo, estrenando el mismo mono que yo. Y con Richard, que a pesar de estar sufriendo estaba corriendo de nuevo. Y con un montón de conocidos y amigos que estaban en el público, como Guru, que estaba allí. ¡Que grata sorpresa! Y la pude felicitar personalmente por su pase a Hawai.

Realmente ni yo me creo que pudiera hacer una carrera así. Con todo lo que me pasó, con las malas sensaciones que tuve hasta los primeros kilómetros de la carrera a pie, con el tute que traía mi cuerpo de Zarautz… Me alegro de ser capaz de luchar tanto. De crecerme antes las adversidades y de no rendirme ni conformare nunca con menos.

Feliz de llegar a meta con tanta ventaja. De volver a compartir victoria con Gus. De esperar a Richard y verlo cruzar ese arco de nuevo. Y de abrazar a Javi al terminar su carrera.

 

 

Dar la enhorabuena al resto de corredoras y corredores. Y a la organización. Y agradecer todos los ánimos y el cariño recibido.

 

Lo mejor: el post carrera. Disfrutando de la noche de Logroño tapeando por sus míticas calles. Compartiendo un fin de semana con amigos. Y cerrándolo celebrar, nuestro primer aniversario de bodas, con el mejor marido que se puede tener. Y no es ningún cumplido. Es, verídico. Es totalmente cierto.

Tres de la madrugada del domingo 10 de junio. Como viene siendo costumbre, después de una carrera llena de emociones, el insomnio se apodera de mí. Podría irme de pinxos o quedarme en la cama recordando todo lo acontecido, pero no, necesito plasmarlo en el papel.

Empezaré por el principio.

Llegué a Zarautz y, una vez más, me hicieron sentir como en casa. No cabe decir que toda la gente de aquí es espectacular. Pero, además, la organización y todo el municipio, se vuelca con los triatletas. Da gusto llegar aquí y que te reciban así. Hospedados en el Txikipolit, como cada año, disfrutando desde dentro todo lo que conlleva venir a este lugar.

Reencontrarnos con la familia Rodriguez-Valiño al completo, fue el primer regalo. <<Que ganas tenía de verlos>>. Sin embargo, hubo más: conocer a un referente como es Iván Raña, y lo mejor, poder mantener varias conversaciones con él de las que no se paga con dinero. Y os aseguro que de lo que menos hablas con él, es de triatlón. <<Un placer Iván. ¡Y Gracias!>>. Los obsequios fueron muchos más: encuentros con amigos, sorpresas inesperadas, reencontrarme con muchos compañeros, ver muchas caras conocidas, conocer gente que siempre suma y recibir muchísimo cariño y ánimos de mucha gente. Y escuchar de casi todos ellos: —¡Este año sí! ( Zero presión eh! A pesar de que yo tuviera tantas o más ganas que ellos de que fuera mi año).

Presión, la justa, pero nervios… a raudales. No sé qué tiene esta carrera que me pone muy muy nerviosa. Bueno, si sé qué es lo que tiene. Son cosas como: el duro circuito de bici, que además, este año, presentaba cambios y había muchas dudas sobre él y sobre la bici (por prepararla para ese circuito), la previsión de lluvia, que iba a dificultar mucho la carrera y me daba mucha inseguridad, el sentirme, inevitablemente, protagonista junto a otros favoritos, y el querer controlar todas las emociones que sé que se viven dentro y fuera de esta carrera. Pues con todo ello fui lidiando los días previos sin conseguir controlar los nervios. Pero al menos, pudiendo controlar todo lo demás. Al menos a priori.

La mañana de la carrera no podía empezar mejor. Mientras desayunaba, recibí un mensaje de Helene Alberdi (una de mis rivales) en el que me envío, traducido, el cartel de la organización. Me dejó sin palabras y consiguió emocionarme. <<Impresionante tu gran gesto Helene. Muchísimas gracias>> Esto sí que es competición. Rivalidad sana y admiración mutua por los que disfrutamos y luchamos en este deporte, sea al nivel que sea. Además quiero felicitarla por su carrerón. Me he alegrado mucho <<Ya te dije que también seria tu día>>.

(traducción: HOY ES TU DÍA!) Por cierto, gracias a la organización por creer en mi.

 

Llegaba la hora y con ella lo hacía también la lluvia. A pesar de que se contaba con ella, deseábamos que no lo hiciera tan pronto. Nos iba a acompañar desde el principio. Sorprendentemente, los que si se marcharon fueron los nervios. Bueno, me dieron algo de tregua y la templanza justa para poder afrontar la carrera.

14.00h. Pistoletazo de salida. Carrera hasta el agua y a afrontar los casi 3kms que separan la playa de Getaria de la de Zarautz. La natación salió como lo había previsto, por suerte. Seguí los pies de Helene que, como buena anfitriona, me guío durante todo el recorrido y nos permitió llegar en solitario a la T1. Por lo que vi más tarde en el primer cruce de ciclismo, con una ventaja más limitada que otras veces, pero con unas buenas sensaciones en una larga y dura natación.

  

Ella fue más rápida en la transición. Los nervios reaparecieron al escuchar la primera ovación del día al salir en cabeza del agua. Ese ambiente no lo cambio por nada, pero reconozco que me condicionan mucho. Me hace temblar y me sube el pulso, y eso me juega malas pasadas (una detrás de otra). Primero no atino a coger la cinta que me desabrocha el neopreno, después sufro un primer resbalón en la rampa que sube de la playa a boxes (por suerte solo me hace perder un poco el equilibrio). Para seguir rematando (supongo que los nervios van en aumento y lo condiciona todo más) me tiro varios segundos para hacer el “click” en el broche del casco, todo mientras me siento observada por la gente. <<¿Cómo es posible que un gesto tan fácil pueda resultar tan costoso?>> Pero aun quedaba más, faltaba la más gorda. Corriendo, ya bici en mano, resbalé en los adoquines mojados al hacer un giro de 180 grados que debía hacer justo antes de encarar la línea de montaje. Lo hice a lo torero, pero no sé si con tanta clase. No sé si fueron las prisas o los nervios, pero aterricé con las dos rodillas en el suelo haciéndome un boquete en cada una y dándome un fuerte golpe en el empeine. Eso sí, sin soltar la bici y levantándome al instante para subirme en ella como las personas normales. ¡Qué torpe por Dios! <<Bueno, ya he cubierto el cupo por hoy, ¿no?>> —pensé.

  

Reconozco que me hice daño, pero no podía dejar que eso me trastocará ni física ni anímicamente. El dolor se fue rápido, en cuanto calenté un poco. Lo mejor fue conseguir frenar a mi cabeza para que no venirme abajo. <¡Olvídate de eso ya, es agua pasada!> —me convencí a mí misma. Después de que me diera problemas en los primeros toques de piñones, temí que se me hubiera fastidiado el cambio, pero por suerte se quedó en un susto y en tener que perder unos segundos en centrar el puente de freno, mientras pedaleaba, porque me estaba rozando la rueda.

A partir de aquí, me puse a pedalear como sé hacerlo. Me puse a disfrutar de ese sector y en un circuito duro y único como este. Cada vez fui sintiéndome más cómoda a pesar de la dificultad y la tensión que conlleva circular con mucha lluvia. Logré dominar la conducción. Logré controlar el miedo y logré seguir siendo eficaz y competitiva sin poner en peligro mi seguridad ni la de otros. Pero lo mejor fue es que logré ir aumentando la distancia con mis perseguidoras. <Buena decisión la cabra> —me dije. Lo que no conseguí, una vez más, fue controlar la emoción en cada paso por Zarautz. <¡Lográis emocionarme!>.

Completé las dos primeras vueltas con gran solvencia. Con gran ventaja sobre mis rivales y con la satisfacción de que, hasta entonces, tan solo me hubieran pasado tres chicos. Fidalgo (vaya carrerón se estaba marcando), Gustavo (otro que se estaba saliendo, para variar) y David Castro, que estaba haciendo un gran estreno. Miento, quedaba uno por adelantarme antes de empezar la tercera vuelta, Raña. Y lo hizo justo en el paso por Zarautz. ¡Uf! Aquí sí que no pude contener la emoción. Compartir la ovación con un campeón como él, es indescriptible.

Lo mejor es que no solo compartí ese momento, sino varios más, para mi sorpresa. <<Lo siento Iván, sé que ya no estabas compitiendo al 100%, pero a mí me diste la vida. Fuiste mi motivación en la parte más dura y sin duda uno de los mejores regalos de esta carrera>>. Y es que, después de que se me fuera rodando hasta Orio, le vi cerca, subiendo el muro de Aia. A pesar del miedo a esa zona, y con la dificultad añadida de la lluvia, que no permitía ponerte de pie porque patinaba la rueda, tener a Iván cerca fue un gran aliciente. Su estela me llevó hasta la cima. Me ayudó a culminar el duro y temido ascenso. Yo no cabía en mi misma. No me creía lo que estaba viviendo. Pero la competición con Iván aún no había terminado. Se me fue muy fácil en la bajada, pero como seguía eufórica, al menos conseguí no amedrentarme con la bajada más técnica y peligrosa del circuito. Ver a Gemma en la curva final del descenso del muro me dio mucha energía. Tanta que en la parte rodadora conseguí alcanzar y pasar a Iván. <¡Eh! ¡Qué poca gente en el “mundo” puede decir que ha adelantado a Raña en carrera! Jejeje>. Él, como buen competidor, me adelantó al inicio del ascenso al camping. Yo, como buena competidora, le volví a adelantar, permitiéndome el lujo de subir el emblemático alto de Txurruka delante del gran Iván Raña. Y pedalear eufórica y pletórica hasta la T2 en quinta posición de la general.

<Ojo que me faltaba correr>.—Pensé.  Pero las piernas, a pesar del desgaste, se comportaron, manteniendo un ritmo decente que me aseguró seguir en cabeza. El amplio margen que tenía sobre mis perseguidoras me permitió disfrutar de este ESPECTACULAR recorrido a pie. El circuito es bonito, pero lo que lo hace de verdad espectacular, es la gente que se vuelca en él animando. Que gusto disfrutar una vez más de todos sus gritos, de todos sus ánimos, de poder chocar el máximo número de manos posibles; sobre todo, las más pequeñas que sacan tímidamente los niños y que tanto me llenan. Porque correr aquí es una fiesta donde participa gente de todas las edades y se implican con cada uno de los triatletas. Inmejorable ambiente. Sentir como se emocionaban conmigo me transmitió mucha fuerza.

 

Pues, sin dejar de sentirme arropada ni en segundo, sin poder evitar emocionarme con muchos de vosotros, sin parar de escuchar: ¡venga que este año es tuyo! y muchos piropos por el estilo que aún me hacían sentirme más querida y más meritoria de ello, llegué hasta la alfombra que me guiaba hasta meta. Y lo hice andando tranquilamente, intentando devolver todo ese cariño que no había parado de recibir. Crucé el arco que culminaba una gran carrera y cogí la cinta que me alcanzaba hasta la gloria y que me hizo tocar el cielo por unos segundos y cumplir un sueño. Pudiendo hacerlo rodeada de la gente que más quiero (mi marido y mi familia) y que, sin duda, fueron, junto a la victoria, el mejor regalo del día.

  

Por cierto, a Iván Raña no le gané ¡eh! Él me pasó como una bala en los primeros kilómetros de la carrera a pie, como era de esperar. Y a partir de ahí, obviamente, ni rastro suyo.

Gracias a todos los que habéis formado parte de esta carrera, directa o indirectamente. A la organización, una vez más, por montar algo tan espectacular y a todo Zarautz por hacernos sentir tanto. Volveré el año que viene si no hay nada que me lo impida. Espero hacerlo junto a Javi (aunque me encanta tenerle en la barrera), que él aún no ha tenido la suerte de ser uno de los privilegiados en correr aquí. Y un consejo: A los que ni siquiera lo habéis intentado, hacerlo, no sabéis lo que os estáis perdiendo. Esto es puro triatlón.

 

Zarauzko Triatloia 2018 pasará a la historia para mí. Me llevé la ansiada Txapela. Quién la sigue la consigue. Como dije, no era una obsesión, pero si un sueño el ganar aquí. Por fin se ha hecho realidad. Felicitar al resto de competidores que habéis logrado esta hazaña y a todo el público con el mérito que tenía estar animando bajo la lluvia.

   

Sin tiempo para recuperar… cuenta atrás para la siguiente. En menos de una semana volvemos a línea de salida. Toca correr en Logroño, que ganas. Más bien anímicas, porque físicas… ahora mismo… ninguna.   Je,je,je.

Mil gracias a todos los fotógrafos por el trabajo tan bonito y, regalárnoslo. Y más con el día de lluvia que tuvimos.

Gracias: Mikel Taboada, Susana Etxebarria, Xabier Mata y Ona Onari.