(Domingo 25. 01.00h. Hotel Marina Élite, Mogán, Gran Canaria)

 

¡Siiii! Qué ganas de volver a escribir una crónica. Qué gusto volver a sufrir insomnio. Y qué regalo ha sido volver a competir.

 

Tanto tiempo esperando este momento y en cambio, cuando llega te entra la duda de si estás lista. Y lo estaba. Me encontraba muy bien físicamente. Estaba entrenando muy bien y tenía muchas ganas de probarme y sacar ese trabajo a relucir. Sin embargo, las dudas no eran por mi condición física, sino por olvidar en qué consistía la competición. Parece que ya no recuerdas como iba eso de sufrir en carrera, de ponerte un dorsal, de sentir esos nervios, de visualizar la carrera, de gestionar todo… Y por si fuera poco, parecía que no iba a llegar nunca y vas dejándolo todo para el último momento: probar material de carrera. Tanto es así, que lo de practicar transiciones y lo de testear neopreno y nadar en aguas abiertas lo dejé para el mismo día de carrera. ¡Qué desastre! Que no me escuchen mis deportistas (que mal ejemplo).

 

Así fue. Todo para última hora. Todo deprisa y corriendo. Maletas, preparativos, activaciones, reconocimientos, prensa, check-in, estrategia nutricional… Si hasta la misma mañana de carrera íbamos a contra pie. Parece que no recuerdas los timings y, cuando te das cuenta, toca ir para la cámara de llamadas; sin apenas haber tenido tiempo para ir al baño, calentar bien, etcétera. Pero ya era tarde; la carrera empezaba. Eso era lo importante.

Y ahí, cuando estas en la cámara de llamadas, cuando sientes la arena fría en los pies, es cuando te das cuenta de dónde estás de nuevo. Imposible no emocionarse. Imposible no empezar a notar cómo te tiemblan las piernas, cómo se acelera el pulso. Pero… ahora sí. Ahora llegaba la hora de volver a competir. Miras a las rivales, les sonríes, te saludan y se contagia esa satisfacción por volver a estar ahí disputando una carrera. Me acerco a saludar a Sara y desearle suerte. Era la primera vez que coincidíamos. Éramos las únicas españolas PRO.

 

Minuto previo. Estábamos ya en posición de salida y escuchaba un montón de voces que gritaban mi nombre. ¡Qué pasada! Se me había olvidado lo que era eso. <¡Gracias!>. Gracias por tanto cariño. Desde que pisé la isla no he parado de recibir muestras de cariño y sentir cómo, de nuevo me animaban tanto, ha sido un verdadero regalo.

 

Bocinazo de salida. Hago una buena entrada al agua, pero enseguida pierdo a las más veloces. Era de esperar. Nada que hacer con nadadores tan buenas como Sara, Nicola y Lisa Norden (y, aunque no lo sé, puede que hubiese alguna más). Cuando me di cuenta, veo que ya me han sacado una gran ventaja y yo estoy tirando del segundo grupo. Qué le vamos a hacer. Reconozco que tengo poca paciencia, o falta de astucia en no ponerme a tirar si veo que puedo y quiero luchar para que la desventaja sea mínima.

  

(foto: emegebe8)

La natación fue rápida y limpia. A pesar de encontrarnos en la segunda vuelta con los grupos de edad. Se podía adelantar bien y llegar a la playa sin demasiados problemas.

(foto: emegebe8)

La transición fue más problemática. No porque fuese muy larga y en subida, sino porque se te olvida lo agónico que era eso. El estrés que conlleva, la ansiedad que se siente por pensar que puedes perder la carrera en esos segundos y la torpeza que se tiene por culpa de los nervios en esas circunstancias: pelearte con el neopreno, con las bolsas del colgador, con los calcetines, con encontrar tu bici…. Si es que hasta me daba risa. –Judith, por favor, céntrate ya! Aunque la risa se me fue de golpe en el mismo instante de subirme a la bici. ¡Guau! Qué momento, qué mal lo pasé. Transición en subida, asfalto roto y yo, intentando atinar el meter el pie en las botas. No había manera. Se me rompieron las gomas, llevaba las botas colgando, la bici a dos por hora y yo apunto de caerme. ¡Uf! Lo salvé de puro milagro. Aun no sé ni cómo. Conseguí que las botas no se soltasen de la cala al tocar el suelo. Conseguí poner el pie sobre las botas y finalmente pedalear para ponérmelas con la bici en marcha ¡Qué horror! Qué mal momento. Y para más inri, me sentía observada por todo el público. Palpaba el estupor ante mi poca destreza y me ruboricé volviéndome aún más torpe, si es que cabía –¡Conseguido! Botas puestas. Ahora a pedalear. Me dije.

 

      

(foto: foto.fraguela_dxt)

Aunque el circuito de bici parecía que me iba a seguir poniendo las cosas difíciles. Bueno, quizá más que el circuito, mi propia cabeza. Me costó entrar en carrera. Sentía que iba con miedo en las curvas, me sentía muy insegura. Y a la vez, parecía que no sabía ni como gestionar ese circuito. –Judith, limítate a seguir los consejos de Carles y todo irá bien. Me tuve que decir a mí misma. Encima, esos giros de 180 grados, con tan poco espacio, me acabaron de rematar. Siete veces tocó hacerlos. Qué duro. Qué tensión pasé cada vez que llegaba ese momento. Aunque sí que es cierto que, en el de paso por vuelta, la gente te lleva en volandas. Entrar en ese pasillo de público donde los ánimos no cesan, es un chute de energía para afrontar toda la siguiente vuelta. Ese y el de irme cruzando con Javi y ver lo bien que iba. Aunque en la última vuelta me hizo sufrir. No lo vi. No lo vi donde debería habérmelo cruzado (o eso creía) y mi cabeza se empezó a emparanollar. Y más cuando vi una ambulancia. Solo me venían pensamientos negativos y parecía convencerme a mí misma de que se había caído. –Judith, no pienses eso, simplemente no lo has visto -. Qué mal se pasa (por suerte solo fue imaginación mía y Javi seguía en carrera. Lo vi al acabar la bici).

     

(foto: emegebe8)

Me parecía que mi cabeza no tenía el día. No acababa de sentirme segura en la bici. Aunque es cierto que cada vez fui yendo mejor. Poco a poco fui ganando confianza y cada vuelta la hacía con un poco más de seguridad. Pero sin ser yo del todo, lo reconozco.

     

(foto: emegebe8)

En lo que a las rivales respecta, perdí la cuenta de las que iban por delante. Unas seis deduje. Las tres primeras… a años luz. Sara muy lejos y cada vuelta a un poquito más todavía. Katrin Mathew (que me pasó en el kilómetro cuatro) ya estaba a punto de cazar a Sara en la segunda vuelta. Otra competidora parecía estar al alcance y, al principio de la tercera vuelta, lo logré. Aunque no conseguí despegarme de ella. Y, por si fuera poco, Alexandra Tounder nos alcanza a las dos y completamos la última vuelta las tres juntas hasta la T2.

     

   (foto: foto.fraguela.dxt)

En esa transición estuve más astuta. Más ágil. Hice la transición más rápida de las tres y salí a correr como si no hubiera un mañana. Quizá con la intención de desengancharme de ellas porque por delante no veía opción alguna. Quizá por sacarme esa tensión que viví en el circuito en bici y que sentía que me había lastrado mucho. Y cuando empiezo a correr por el paseo, comienzo a escuchar gritos sin parar, empiezo a sentir esos aplausos y esos ánimos y a ver caras conocidas, entonces ya si que fue imposible controlar el ritmo.

Alexandra quería hacer lo mismo que yo, escaparse. Me adelanta en el segundo kilómetro y, aunque por un momento parece que se me va, consigo pegarme a ella pero, para mi sorpresa, enseguida noto que me frena y veo que puedo correr más rápido.  –Quizá no es buena idea Judith. Quizá es mejor esperar un poquito aquí, regular la primera vuelta y afianzar un poco el ritmo. Pensé. Pero mi instinto me decía que lo intentase. No sabía si podía o no, pero debía luchar. Había que intentarlo. Me sentía en deuda conmigo misma. Necesitaba sacar esa garra que no había podido sacar antes y necesitaba vaciarme como siempre lo hago. Eso de regular no va conmigo, aunque a veces sea necesario. Pensé que ya había regulado bastante en la bici. Así que me decidí: puse una marcha más y la volví a adelantar.

 

Me limité a correr por sensaciones. A mirar el reloj tan solo cuando pitaba el kilómetro y aluciné de ver esos ritmos que para mí eran estratosféricos. Al menos hasta ahora. Los últimos entrenos me decían que era capaz de hacerlo pero es algo que no te lo acabas de creer. Me sentía fuerte. Me sentía entera y me sentía eufórica. Nada me frenaba y percibía que el público me empujaba. Los ánimos que recibía eran brutales. No podía dejar de venirme arriba. Las buenas sensaciones acompañaban a las buenas vibraciones y eso me iba retroalimentando de sobremanera.

     

 (foto: emegebe8)

Entré en ese circulo vicioso de cuanto más das más recibes. No siempre pasa, pero el día que ocurre…, solo toca saborearlo, disfrutarlo y beneficiarte de ello. En cada vuelta iba a más. O mejor dicho, no iba a menos. Veía que estaba recortando grandes diferencias con Sara y me motivó la idea de poder llegar a alcanzarla. A la misma vez, me tranquilizaba el hecho que, por detrás, la brecha con mis rivales cada vez era más amplia.

 

Las vueltas pasaron muy rápido. Cada tramo de carrera tenía su aliciente y su motivación: el cariño del público, los hinchas de Lanzarote por un lado, los de Gran Canaria por otros, la de muchos familiares por todos lados, los voluntarios que, además de su gran labor y dedicación, no pararon de animar en ningún momento, los trabajadores del hotel Marina Elite dando bebida y animando también “al pie del cañón”… Pero el espectáculo también estaba dentro de la pista. Era un auténtico lujo ver correr al gran Frodeno con esa clase inigualable. Imposible no quedarse ensimismada al ver pasar a todos esos “súper clase” y sentirse afortunada de tú también estar allí. Y el volver a ver a tanto compañeros y el podernos animar mutuamente (sea con un grito o con un gesto). Y, por supuesto, mi mayor motivación era el cruzarme con Javi; que, además, estaba corriendo como nunca y eso me hacía muy feliz. Qué fino estaba. Qué fuerte se le veía y, por fin, lo estaba demostrando en carrera. Me alegraba mucho, pero me picaba el no recortarle ni un metro. Por más que le decía que debía correr más que yo en carrera (porque corre más que yo) nunca lo lograba. Sin embargo, ayer que lo estaba haciendo… me piqué con él (Jajaja). Cómo somos. Pero cómo mola.

     

 (foto:trisurest_)

Aunque mi competición no era esa, por supuesto. Le estaba recortando tanto a Sara que en mitad de carrera la alcancé. Quise esperar un poco. Quise regular porque aún quedaba mucho por delante. Pero no había quién me retuviese. La pasé con mucha fuerza y, el ver que a medida que yo avanzaba ella se quedaba más atrás, me dio mucha confianza. Realmente no sabía como iba, pero creía intuir que había logrado entrar en el deseado top5. Sinceramente no tenía más que hacer que defender esa posición (que no es poco) porque es cierto que por delante la cosa estaba totalmente decidida.

 

Es cierto que las últimas dos vueltas se hicieron muy duras. Tanto es así, que en la tercera todos dudábamos si nos quedaba una más o no. Hasta Javi en la última me preguntó: ¿Otra? Je,je, cómo duele eso. El calor apretaba fuerte y además me faltó agua. Me faltó poder beber y refrescarme un poco más. Aún así conseguí mantener ese buen ritmo en todo momento. Me ayudó mucho pensar en todos los consejos de Carles y eso me mantuvo muy motivada. Conseguí controlar mi cabeza como no lo logré hacer en el sector ciclista. Y, gracias a ello, las cosas salieron tan bien.

Alcancé la meta. Eufórica por lo logrado, por las buenas sensaciones y por el buen parcial a pie. Cómo había disfrutado. Cómo había saboreado al máximo el hecho de volver a competir. Y no había mejor lugar para empezar la temporada que hacerlo en la “isla”. Con buen clima, con tan buen ambiente y con ese buen rollo que siempre desprenden los canarios.

 

Y allí estaba Juanan para recibirme. Para darme un abrazo y ponerme la soñada medalla. No hay mejor regalo que un amigo te espere en meta. No pudo haber mejor final de carrera.

Aunque me quedo con el post carrera. Compartir vivencias con los compañeros, con otros triatletas, con muchos amigos y, por supuesto, lo que no podía faltar: la cena de despedida. Qué haríamos sin esos tan buenos ratitos.

   

   

Gracias a todos por vuestro apoyo y cariño. Vamos a por la siguiente.