Nos cruzamos medio mundo entero para acabar la temporada en el Ironman de Taiwan. Una elección nada fácil por todo lo que conlleva un viaje así. Pero, como siempre, con la motivación de viajar, conocer nuevas pruebas sin miedos a los hándicaps que vayan apareciendo y con el aliciente de pegarnos unas grandes vacaciones en Thailandia y Saipan al finalizar la competición. Eso es lo mejor. El chip cambia totalmente y consigues ir a la prueba con mucha menos presión. No centras toda la atención en el simple hecho de competir, sino que sabes que todo ese viaje conlleva muchas más cosas: placer, ocio, vacaciones, turismo, aventura… Hace que se viva de otra manera.
No fue nada fácil la adaptación. Aunque llegamos con una semana de antelación y eso nos permitió poco a poco irnos haciendo al cambio horario, clima, cultura, costumbres, etc… A la comida nunca nos llegamos a adaptar (aquí se come muy, pero que muy diferente) y fue uno de los mayores problemas que tuvimos, pero fuimos salvando los días sin dejar que eso nos estresara.
Se hizo larga la espera, pero se acercaba el día. El viernes ya se respiraba el ambiente de competición y todos los corredores estábamos listos para la batalla. Sí, sí, nos esperaba una dura “batalla”. No solo por la dureza en sí que supone correr un Full, sino porque debíamos luchar contra el calor y la humedad del clima taiwanés. Y, por si fuera poco, en la isla de Penghu la costumbre es que el viento sople rondando entre los 40 y 50km/h. Por supuesto, el 7 de octubre, no iba a ser diferente y ese iba a ser nuestro peor enemigo.
Así que así fue. Para todos fue una lucha contra ese elemento. Sin embargo, para mí, fue más que eso. Por su culpa, nos quitaron la natación y eso fue lo más perjudicial para mí. Se esfumaron las opciones de luchar por ganar, de creer en slot de Kona. Era mi baza, mi mejor sector respeto a mis rivales y donde sabía que podía marcar las diferencias. No son excusas, no vale lamentarse y no me gusta suponer cosas. No vale el: “y si…” pero no puedo negar lo evidente. Sé que, con un Ironman como dios manda, las cosas hubieran sido diferentes.
Lo más grave es que no me enteré del cambio hasta diez minutos antes de la salida. Las previsiones climatológicas eran las mismas desde hacía días y la única advertencia en el breafing era el recortar algunos metros si las cosas se complicaban, sin más. Lo peligroso era la bici, no la natación. <no me jodas> pensé. Pero viendo que los asiáticos son muy malos nadadores, la organización no tuvo narices hacerles nadar casi 4 km. Los demás no tenemos la culpa y esto no pasa nunca en un Ironman, pero… ”Asia is diferent”.
Os cuento como fueron los acontecimientos. Todo iba bien a las 05:20h de la mañana. Veo como algunos pros se empiezan a poner el traje trampa y prepararse para ir al agua a calentar. Nos quedaban 30’ para la salida y 15’ para acudir a la cámara de llamadas. Yo, con Javi, me voy preparando. Él se enfunda su neopreno porque, a pesar de que el agua estuviera a 25 grados, los grupos de edad tenían permitido el neopreno (ya os digo que esto solo pasa en Asía). Me dirijo al agua para calentar y a los 5’ me salgo siguiendo al único pro que veo. A los dos nos extraña no ver a nadie más y nos
vamos corriendo a la cámara de llamadas creyendo que llegábamos tarde. ¿TARDE…? ¡Pero si lo que llegamos fue 50 minutos antes! En ese momento la organización nos informa que han decidido quitar la natación. Bueno…, que solo se iban a nadar 400 metros y que la salida se retrasaba 50’. La cara de tontos de los dos no se nos ha quitado todavía. Y a mí, la de enfado, tampoco.
Aún no doy crédito a todo esto. No solo por la impotencia de ver que eres prácticamente la única que no se entera de nada, sino a la injusticia y la incoherencia de todo aquello. Nos dijeron que lo llevaban anunciando unos 20’ o 30’ por megafonía. ¿Qué esperas, que calentando en el agua, y con ese viento, me entere de lo que dicen? Lo de que no entiendo el inglés no me sirve. Las cosas no se hacen así.
Indignación máxima, frustración y mucho frío. Una vez te llevas el disgusto, solo toca aceptar el cambio y pensar en las soluciones. Sin embargo, yo estaba mojada, tiritando de frío por el fuerte viento a las 5.45h de la mañana y sin poderme abrigar porque los camiones se habían llevado ya todas las bolsas de “Street wear”. A más de 40’ de la salida. ¡Grrrr!
No quedó más que aceptar la situación. Mentalizarse de ello, volver a creer que nada estaba perdido y que, a pesar de eso, debía salir con las mismas ganas con las que venía y que debía enfrentarme al nuevo formato de “Ironman”. Ver como el resto de Pros seguían vestidas trotando un poco y sonrientes por el cambio, hacía que me hirviera la sangre. – <¡Judith, esto tiene que hacerte más fuerte!> me dije a mi misma.
Decidí quitarme el traje trampa. No me iba a servir de nada; solo para perder tiempo en quitármelo. Javi, obviamente, se quitó el neopreno. Al menos nos dejaron entrar en boxes y meterlo en la bolsa de la T1. Pero, qué curioso fue ver como apenas unos grupos de edad (firmaría que todos los europeos) se quitaban el neopreno y el resto se lo dejan para los escasos 400 metros de natación. Y, de las Pros, ¿soy la “única” que se ha quitado el traje trampa?. Mmmmm…. sospechoso.
Por fin pasaron esos interminables minutos y la carrera iba a empezar. Salen los chicos primero. Lo hacían 10 minutos antes. Otra de las cosas raras. La salida inicial era: chicos 5:55h, chicas 5:57h. Con el recorte de la natación hacen: chicos 6:30h, chicas 6:40h. Que alguien me lo explique. En cuestión de 4’. Todos, en fila, están saliendo del agua ¡Buf! Un recorrido de 1h se esfuma en apenas 5’. Que barbaridad.
6:40h. Llega mi hora. Preparadas en el agua y suena el bocinazo de salida. Desde la primera brazada me escapo en solitario, al sprint, como hacia muchos años que no nadaba en un triatlón. Jajajajaja. Llegué a la primera boya en un suspiro. Estoy girando la boya y de golpe me encuentro una cuerda que me impide pasar, “¿pero qué es esto?” –me pregunto incrédula. Miro indicaciones y veo que nos dicen que la pasemos como sea. “Para flipar”. Y en eso me engancha otra triatleta. Llegamos a la segunda boya y, al ir a bordearla, vemos como los kayaks nos taponan y nos dicen que no, que por dentro. Yo seguía sin entender lo que estaba pasando en esa farsa de natación. Le hago caso y sin bordear la boya me dirijo a toda leche hasta la escalera que nos saca del agua.
5’17” de natación. Mientras corro en solitario por la larga transición, me obligo a olvidarme de todo lo ocurrido. <La carrera empieza ahora Judith. No le des más vueltas> intentaba convencerme. Menos a una rival que salió a 10” de mí, al resto les saque más de 1’10” en esos 400 metros. ¿Qué hubiera pasado en los 3.800 reglamentarios?
Me subo a la bici y aunque tengo ganas de darlo todo y aumentar la escasa ventaja, me centro en los 180kms que me esperan por delante y razonarme a mi misma que eso era un Ironman. En apenas 5kms, me adelanta la rival que llevaba pegada y aunque quiero mantener su estela, veo rápidamente que ese no es mi ritmo y que debo centrarme ya en la carrera. En mi carrera, en mi ritmo y en mis fuerzas.
Concentración. Esa es la palabra que define mi sector ciclista. Concentración pura y dura. Nunca había hecho una bici tan metida en carrera. Sin evadirme ni un solo segundo. Sin altos ni bajos. Regularidad, constancia, frialdad y entereza en los 180kms clavados de ciclismo. Conseguí meterme por completo en la carrera y a pesar de la dureza me mantuve firme en todo momento y los kilómetros fueron pasando espectacularmente rápidos. Supongo que culpa de esto lo tiene Embrun. Y es que después de ese circuito de siete duras horas de bici, el ver como en Taiwán la media no bajaba de los 35km/h y que podía completarla en 5h, me parecía un trámite.
No fue una bici fácil, pero supongo que tuve un buen día. Las fuerzas iban mermando, obviamente. Sin embargo mi cabeza volvió a demostrarme que la tengo bien puesta. El duro viento complicó mucho las cosas: acojone con las ráfagas cuando soplaba de lado y mucho esfuerzo cuando soplaba en contra. Y sin embargo no dejé que nada de eso pudiera conmigo. Cogida fuerte a mis acoples, sentada y colocada en la máxima posición “aero” que me permitía mi bici, y manteniendo un pedaleo constante, fui superando los tramos del circuito. Me hice fuerte cuando tocaba luchar en contra, pisando con garra. Y a pesar de excederme de watios por la dureza de chocar contra los vientos de 50kms/h, no me iba a dejar superar por la situación. Ni al dolor de los brazos al agarrarme a los cuernos con fuerza. Ni al de las cervicales por querer llevar la cabeza erguida. Ni al de las ingles por no levantar el culo prácticamente ni un segundo del sillín. Ni al de las piernas por el desgaste de ese duro pedaleo. Nada de eso hizo que mi mente y mi cuerpo vacilasen. Les gané el pulso. Gané el primer combate (contando que no hubo natación) y superé la batalla contra el viento en el sector ciclista.
Realmente era una bici para mantenerse muy concretada. Porque si aquí nos quejamos de la mala convivencia entre conductores y ciclistas, allí…. ni os lo imagináis. Allí no hay normas. Y a pesar de la buena voluntad de la organización, policía y voluntarios, para controlar aquello, inevitablemente te salían motos y coches por todos lados sin ningún tipo de miramiento. Ni el ver a 900 triatletas en la carretera parecía importarles mucho. Con algún que otro susto, conseguí salvar los muebles. Aunque lo que más rabia da, es tener que tocar el freno en carrera y sentir que esos segundos son claves.
Me planté en la T2 en segunda posición. La primera se había escapado. 6 minutos me sacó en bici. Y por detrás venía un grupo de unas 4 ó 5 corredoras a menos de 1’30” de mi. Llego a donde debo dejar mi bici y me encuentro a los organizadores: un chico y una chica –¡Pero! ¿Qué hacen estos aquí esperándome? ¿Qué es este recibimiento? Y entonces me dicen: STOP. Y me cuentan que tengo un penalti de 10” por saltarme una boya en el agua. ¡BINGO! Qué continúe el show! No sé si era más surrealista lo de los 10” o que fueron los organizadores y no los árbitros los que me pusieran el penalti. Yo, aun estoy flipando. Tengo que aclarar que al final de la prueba vinieron a pedirme perdón por esta amonestación, al reconocer que fue un error suyo.
Quitando los 10” que no tienen mayor importancia, pero que provocaron muchos nervios y me empezaron a temblar las piernas. Efectos negativos al llamarme la atención con lo violenta que me siento yo al salirme de las normas. Me dificulta y me demora la segunda transición, pero me relajo unos segundos y no me salto el protocolo de tomar lo que debo para que el estómago no vuelva a sacarme de carrera.
Empieza la maratón. Debíamos completar cuatro vueltas de infierno donde tocaba vencer a: el viento, el calor y el circuito más aburrido que he hecho nunca. Y con la mayor soledad y tristeza de un recorrido sin ningún tipo de animación, espectáculo o distracción. Costaba sacarle algo positivo a esos 42kms de carrera a pie.
Empecé a correr bien. Me bajé bastante entera de la bici pero con un pinchazo muy fuerte en el lado izquierdo de la cadera, justo en la cresta ilíaca. Y el notar esa molestia en cada pisada me trastocaba. Quería concentrarme como lo había hecho en la bici, quería poner el modo automático e ir poniendo cruces en los kilómetros, aunque esta vez no pudo ser así. Costó encontrar motivación. Costó superar cada vuelta del circuito. Y costó no venirse abajo física y mentalmente.
La maratón de un ironman es como una montaña rusa. En un kilómetro estas arriba del todo y en otro estas en lo más bajo. Me bajé segunda, pero en solo dos kilómetros me puse tercera. Me adelantó una rival, con un ritmo tan fuerte, que me vi incapaz de seguirla. Pero si me dio un punto de motivación para subir el ritmo. ¡Vuelve Judith!, no te hundas tan rápido –me decía a mí misma. No por perder posiciones estaba todo dicho aún. Debía seguir luchando al máximo. Tan grande fue la inyección de orgullo que en el paso por el kilómetro 10, pasé tercera a menos de 1’ de las dos primeras. Y 2 ó 3 kilómetros más tarde, me puse en segunda posición. Aunque la primera parecía escaparse me negué a dejar de luchar por la carrera, por la victoria, por el slot para Kona, por el pase a la gloria. ¡Kiss or kill! (besa la gloria o muere en el intento). Eso es lo que me repetía.
La lucha valió la pena, pero salió cara. Se volvió a girar la moneda. Pagué el sobresfuerzo y el duro ritmo por querer mantenerme cerca de la líder, o al menos mantenerme más lejos de mi perseguidora. En el km22 empiezo a tener mucho flato. No se me pasa y tengo que andar un poco mientras veo como el segundo puesto se me vuelve a escapar. Me la había devuelto. “La revancha”. Ahora me tocaba a mi ver cómo me pasaba por encima. No pasa nada Judith, el pódium es tuyo –trataba e pensar. Esta distancia es muy cruel. Puede pasar de todo en poco tiempo y aparecer de repente molestias o problemas.
Mi tercera vuelta fue de un sufrimiento brutal. Ver como algo te impide seguir corriendo, por más que quieras, se hace muy duro. A penas llevaba 25 kilómetros. Ves la satisfacción de los familiares de tus rivales por tu debilidad en ese momento. Ves como Javi te anima y te mira preocupado después de haberte visto volar y disputar la carrera una vuelta antes. Y sientes que todo se te escapa. Se escapan las fuerzas, se escapan los sueños y lo peor es que se escapan los motivos para convencerte que hay que seguir corriendo. Que hay que acabar. Que cruel es la cabeza. El demonio aparece y desde tus entrañas te grita que pares, que te retires, que por qué tienes que sufrir así, que no vale la pena. Y para mal mayor, es que llegas a darle la razón. Llegas a creerte que no pintas nada allí sufriendo. Y acabas diciéndote: “Da igual. No tengo que poner excusas, quiero parar y punto. Sin más. Sin motivos de peso. Simplemente no quiero seguir corriendo.”
Aunque parecía que todo estaba perdido. Resurgí. Volví a ser yo misma. Y seguí luchando. La cuarta me pisaba los talones y debía hacer todo lo posible por luchar por el pódium que en ese momento parecía ser el mayor logro. Entraba en los últimos 10 kilómetros justo en el momento en que me pasó la tercera. Ya no podía con ella pero decidí seguir corriendo con fuerza. No tan solo por no perder otra posición más, que empezaba también a peligrar, sino por acabar esa carrera de una vez y por mi orgullo.
En esa última vuelta si que conseguí concentrarme de nuevo. Me aislé de todo y me encerré en mi propia burbuja. Solo iba mirando fijamente al frente. Al suelo. De nuevo con un ritmo decente y constante. Solo quería que los kilómetros pasaran y me limité a ir contando hacia atrás. Dejé de comer, de beber, de mojarme y de refrescarme. Ya nada me importaba. Ni la sed, ni el sofocante calor, ni la falta de azúcar. Solo quería llegar a meta.
Y crucé la meta. En caliente me sentí satisfecha de haber llegado a ella. De haberlo hecho viendo que por momentos creí no poder continuar. Había acabado mi segundo Ironman. Lo había hecho a menos de dos meses de ser finisher en Embrun. Y lo mejor: que mi estómago se había comportado decentemente como para no sacarme de carrera. Me alegre por ello. Mucho. Hace justo un año lo estaba intentando por primera vez y todo se desvaneció. Fue el principio de un año muy duro para superar y solucionar aquello con un segundo intento, meses más tarde, y de nuevo fallido. Y ahora; parecía que todo eso era agua pasada y me estaba frustrando el hecho de no haberme sentido más competitiva en mi segundo Ironman finalizado. ¿Qué duros somos? ¿no? Siempre queremos más.
Y es qué en frío, siento que podía a ver dado más, que ese pódium debía haber sido mío. No siento que el pódium lo perdiese en la natación, sino que se me escapó en la maratón. Sin embargo, el no nadar, condicionó mucho las cosas y podían haber sido más favorables. Está claro que cuando ya te has recuperado y no te duele nada (bueno, me duele todo pero, no como me sentía en carrera) se ve todo diferente. Pero aun así, me queda un espinita con esta carrera. Eso no quita que no esté satisfecha y que haya sido un buen final para brillante y espectacular una temporada.
¿Y ahora qué? A priori tenía ganas de acabar, tenía ganas de cerrar temporada y disfrutar de unas merecidas vacaciones. Pasar página y planear la siguiente. Sin embargo, tengo una sensación muy extraña, un vacío muy incómodo. Reconozco que me he quedado con ganas de más. Con la sensación de si debo seguir luchando para intentar clasificarme para el mundial o si, por otra parte, olvidarme de ese sueño prácticamente utópico. ¿Y ahora qué? ¿Qué debo hacer? ¿Por dónde sigo mi camino?
Igual toca ser realista y ver que ganar un Ironman (única opción para clasificarse este año) no está a mi alcance todavía. Ni en Taiwan fue fácil. Aunque me duele leer (lo he visto esta misma mañana). He visto como Triatlonchannel califica de “pollo” el Ironman de Taiwan cuando explicaba lo complicado que es clasificarse con este nuevo formato excepto en carreras como esta. Por lo visto, 17 pros chicos y 17 pros chicas en la startlist le parecen poco y nos considera, a esos inscritos, de un segundo o tercer nivel aunque vengamos de todas las partes del mundo a luchar por ello y con currículos largos y brillantes detrás de todos nosotros. Sí, me incluyo. Añadiendo la dificultad, en mi opinión, que tiene el correr en Asía por muchos factores, principalmente por el clima.
Reflexionaré en las vacaciones de todo ello… o no. Quizás simplemente me olvide del triatlón estas dos semanas y disfrute con mi marido de este bonito viaje.
Si de algo me siento orgullosa de esta temporada, es de sentirme querida y bien acompañada siempre. Empezando por mi entrenador Álvaro, con el que cada año que pasa, siento que el tándem que formamos avanza mejor.
Mi familia y mis amigos son parte de mi éxito y todos aquellos que me apoyáis y me seguís. De verdad. Lo mejor de todo esto es el sentirse tan afortunada por ello.
Nada sería posible sin mi club y mis sponsors. Estoy enormemente agradecida de la acogida de TRICBM Calella. Me lo han dado todo sin pedir nada a cambio –¡ Gracias Agustí !– .
Y a las marcas que me apoyáis. Gracias por toda vuestra ayuda. Es totalmente necesaria para mí.
Y gracias a Juanjo y a David por ayudarme tanto y de una forma totalmente desinteresada.
Domingo 10 de junio, una semana antes de la carrera, y ya estábamos situados en Logroño. El motivo de llegar tan pronto fue porque vinimos directamente de Zarautz. Nos lo montamos así para no pegarnos la paliza de coche dos veces en tan poco tiempo. Y, de paso, con la excusa, disfrutar de unos días tranquilos, a pesar de ser una semana pre competición. La verdad es que no pudieron salir mejor las cosas. Gracias a un amigo (David, del triatlón La Rioja y organizador de la prueba), alquilamos en el centro un piso que estaba genial. Poder estar como en casa (cocinar, lavar la ropa, descansar, trabajar…) era una gran ventaja. Y es que, a pesar de sentirnos como en casa, la sensación era estar de vacaciones: turisteando por una bonita ciudad, que no conocía, entrenando lo justo y sobretodo, durmiendo y descansando mucho. También aproveché para cumplir con algunos compromisos profesionales. El jueves grabamos, cerca de allí, el video para “El triatlón de Vitoria en su compromiso con la mujer”. Nos llevaron a un sitio espectacular —estoy deseando ver el vídeo—. Y a pesar del tute que nos metimos, por lo que conlleva grabar algo así, valió mucho la pena. En otra ocasión me hubiera preocupado de ese desgaste físico a solo dos días de una carrera. Pero, estaba tan relajada, que ni me importaba. No es que fuera confiada para la competición; ni mucho menos, pero sí que tenía la sensación de tener los deberes hechos. Venir de ganar en Zarautz había sido una recompensa tan grande que, pasará lo que pasará, ya estaba satisfecha. Y sabía que no iba a ser fácil competir solo una semana más tarde. Por cierto: gracias al reportaje, mientras grabábamos en bici, me di cuenta que no me iba el freno trasero. Supongo que, de tanta lluvia, se oxidaron los cables y se quedaban las pastillas pegadas a la rueda. Así que, suerte a eso, el viernes llevé la bici a un taller y la dejé hasta el mismo sábado por la mañana.
Tenía unas sensaciones muy raras. Estaba en Logroño para competir y debía correr un Half (otro) y sin embargo, supongo que entre la emoción de lo vivido en Zarautz, que aun perduraba, y el estar allí tan, cómoda y relajada, hizo que me sintiera muy tranquila; sin nada de nervios por la carrera y, sobretodo, físicamente muy bien y prácticamente recuperada. Lo único que me quitaba el sueño eran los dos boquetes que tenía en las rodillas (heridas que me hice a consecuencia de una caída en Zarautz). Me estaban dando mucha guerra y me preocupaban para competir. No soportaba ni un roce y me dolía mucho al flexionar la pierna. Ahora, ya os puedo adelantar que, en carrera, ni me enteré; tan solo que vi las estrellas en el momento de quitarme el neopreno, y ya no más.
No fuimos los únicos que nos quedamos allí toda la semana. También lo hicieron Aida y Gus con las peques, con los que compartimos la semana. Y estar con ellos siempre es un placer. Menos lo de intentar seguir entrenando a Gus – jejejeje
Pues, con todo eso y sin darnos cuenta, llegó el momento de competir. Una vez ya en boxes (en las horas previas), sí que fue inevitable no ponerme nerviosa. Sin embargo, aun así, mucho más relajada y confiada que otras veces. Tenía mucha seguridad en mi misma y quería defender la etiqueta de favorita que llevaba para esta carrera. A pesar de no sentirme al 100%.
Fue como un déjà vu el estar poniéndome el neopreno junto a Julio, Jordi, Edu…, mis compañeros del Prat; el club que me abrió las puertas a este deporte y las personas que me enseñaron todo sobre el triatlón. Pero lo más especial, fue que estaba Richard. Y que volvía a ponerse un dorsal después de casi cuatro años. Varias temporadas después de estar en el dique seco por culpa de su lesión de cadera. Y aunque no estaba ni mucho menos entrenado para volver, poder correr y competir, estar ahí, ya era un gran logro. Los que le queremos y lo conocemos desde hace mucho, sabemos lo importante que era para él ese momento. Y muy emocionante para los demás. Bueno…, al menos para mí. Él, desde el principio, ha sido mi referente en este deporte. Me dejó su bici cuando llegué al Prat, sin conocerme de nada, porque yo ni siquiera tenía. Y desde entonces fue mi guía y mi apoyo en este mundillo. Y un gran amigo que tengo la suerte de conservar.
Sin más dilaciones, llegaba el momento de meterse en el Ebro. El agua estaba fresquita (17 grados), pero se agradecía porque el día estaba siendo muy caluroso y estar una hora con el neopreno puesto, por culpa de los timings de carrera, incitaban a remojarse.
Presentación desde el embarcadero, entrada al agua (para colocarnos en la imaginaria línea de salida) y de inmediato el bocinazo. Viendo que era imposible mantenerse en un punto fijo y no irse corriente abajo.
La natación se me hizo muy dura. Remontar el río me desgastó mucho. Luché para que no se escaparan María Pujol y otra chica que no reconocía (era Sara Bonilla) y aunque, al llegar a las boyas de giro, por fin las alcancé, mi mala maniobra me hizo volverlas a perder. ¡Qué horror! Viví el peor momento del día. La primera bien, pero la segunda boya me jugó una muy mala pasada. La corriente te empujaba hacía abajo y no te permitía hacer bien el giro. Me escoré mucho y, cuando quise rodear la boya, la fuerza de la bajada del agua me metió debajo de ella. Al principio se me escapó una carcajada, pero cuando cogida a la cuerda de la boya, sumergida, sentía que no era capaz de sortearla, me acojoné. ¡Qué agonía! Casi me ahogo. Fueron esos segundos que se hacen eternos y que por un momento sientes que se acaba la carrera, que no puedes luchar contra eso y que te dan ganas de soltarte de la boya y dejarte llevar corriente abajo, rendida. Pero de golpe, un click se enciende en el cerebro y te dice que no puedes dejar de luchar. Que no puedes tirar la toalla y te convences a ti misma que puedes con eso. ¡Pues pude! No sé cómo, pero conseguí sortear la maldita boya. Por lo que sé, la gran mayoría no pudo y lo dejaron por imposible. Pero seguro que, a mí, de haberlo hecho, esa infracción me hubiera costado la descalificación. Como es normal.
Con la rabia en el cuerpo logré alcanzar a mis rivales (que me habían sacado 15-20 metros). No hay mal que por bien no venga. Y volé corriente abajo hasta la salida del agua. Menos mal que la última boya estaba mejor puesta y, aunque costó salir, era un tramo a nado en diagonal y favorecía la llegada a tierra. 25 minutos largos fue lo que tardé. Prácticamente el mismo tiempo que otro Half (para que os hagáis una idea). Así que imaginaros lo que pudimos tardar en contra y lo que se voló en la vuelta. Increíble. Muy dura esa natación. No quiero pensar el calvario que supuso para el que no es nadador, ¡buf!
Transición larga y que me hizo quedarme atrás por la necesidad de recobrar el aliento. Supongo que mis rivales iban algo más frescas que yo. Eso sí, me quité el neopreno nada más salir del agua para correr más cómoda sin él. Sobre todo por lo de mis rodillas.
A pesar de mi lenta transición. Antes de salir de Logroño, en los primeros 2kms, me puse en cabeza y me marché en solitario. Fue un caos salir del centro. Mucho tráfico y un poco de descontrol por la falta de respeto de conductores y viandantes que casi me cuesta la vida en un par de ocasiones. Sorteando coches, autobuses, conos… Y la moto de la Guardia Civil que abría la carrera y que tenía más dificultades que yo para maniobrar con ese pedazo moto. ¡Qué estrés! Pero rápido pasé, de eso, a la soledad total que tuve en todo el segmento ciclista.
Se me hizo durísima la bici. Fue muy duro luchar, hasta el kilómetro 70, contra el viento. Completamente sola. Muerta de asco. Sufriendo mucho por mantener la entereza, por no dejar de pedalear con fuerza y sin tener ninguna distracción. Realmente lo pasé mal. Pero, paradójicamente, estaba haciendo una carrera espectacular.
Mis sensaciones fueron horribles desde el principio. Me sentía agotada. Sin fuerzas y luchando mucho por coger un ritmo decente que nunca sentí que llegara. Muy atrancada, sin fluidez y con mucho dolor de patas. Pero yo seguía allí. Con mi lucha. Tirando de coco más que nunca y lamentándome de volver a competir solo siete días más tarde. Además, iba muy acalorada y muy sedienta. Al llegar al primer avituallamiento, sobre el kilómetro 25, ya estaba seca. Y lo peor fue no conseguir alcanzar ninguna botella de agua; ni de isotónico. No les echo a ellos la culpa, ni mucho menos, pero los voluntarios eran chicos muy jóvenes y sin práctica en eso, y escondían la mano cuando le cogías la botella (por miedo, los pobres). Y yo, que no soy muy ágil, no logré coger ni una. ¡Buaf! Seca hasta el km 53 (siguiente avituallamiento).
Ir sin agua fue el remate. Pensé que en cualquier momento aparecerían las rampas y la deshidratación me pasaría factura. Pero para colmo, cuando por fin llegué al segundo avituallamiento, casi una hora más tarde y consigo coger un botellín (aquí los chicos tenían más astucia), de golpe, veo que la moto de la Guardia Civil gira a la izquierda calle abajo y yo, sin poder rellenar el bidón delantero, aguanto el botellín con los dientes, para poder maniobrar y después de ese giro (brusco e inesperado), siento que algo no va bien. No era muy lógico el avituallamiento antes de un giro y una bajada. Además, escucho que me gritan mucho los chicos del avituallamiento y, al girarme, veo que me hacen gestos como para que vuelva. Así que decido pasar de la moto, pongo pie en el suelo y, tras unos segundos de desconcierto, tiro el botellín sin rellenar y remonto calle arriba para tomar la dirección correcta. ¡Uf! No me lo podía creer. —<¿Cuánto he perdido aquí? ¿un minuto? ¿Dos? Esto me puede costar la carrera —. ¡Guau! Que impotencia. Porque si se te escapa la carrera, por un minuto, después de algo así… ¿Qué pasa?
La rabia se apoderó de mí. En ese momento crees que has echado a perder la carrera y encima, no por culpa tuya. Poco después, me vuelve adelantar la moto del Guardia Civil para situarse unos 30 ó 40 metros delante de mí, como debía hacer. —Sé que todo el mundo se equivoca, y o te culpo por ello. Pero al menos discúlpate ¿No? —Pensé. Lo único positivo de eso fue que consiguió evadirme durante cinco minutos y quitarme de la cabeza la incansable lucha contra el viento.
Lo raro fue que, ni con esas, me había pasado todavía Gustavo. Y eso sí que fue alucinante. Iba jugando yo sola a apostar en qué kilómetro me pasaría Gus, y que intuía que sería el primer chico en hacerlo. Debía buscar una distracción para lidiar con los pensamientos negativos que me transmitía mi cuerpo. Aposté, teniendo en cuenta cuando me pasó en Zarautz (donde igual que aquí, los chicos salían diez minutos más tarde), y mis malas sensaciones aquí, que lo haría en el kilómetro 30. Cuando pasaba por ese punto kilométrico y aún no me había alcanzado, apostaba por llegar hasta el 35 y así sucesivamente. La sorpresa fue mayúscula al ver que los kilómetros pasaban y seguía liderando la prueba. Con razón la gente que me animaba al pasar lo hacía como si fuera un chico, estaban tan sorprendidos como yo. Así que me lo tomaré como un alago.
Finalmente me rebasó en el km 59. ¡Aig! ¡No llegue al 60! – Jejejeje . Fue brutal. Nos animamos mutuamente y me dijo que llevaba una gran ventaja. En ese momento empecé a creer que las malas sensaciones no eran solo mías sino de todos, y que la bici estaba siendo durísima. No solo por los toboganes, y el calor, sino por el viento. Suerte que en el último avituallamiento, sobre el km 63, conseguí coger una botella de agua. Estaba dispuesta a poner pie a tierra y todo. Pero no hizo falta. Aunque la sed y el agua, que inevitablemente derramas al rellenar el bidón delantero en marcha, hizo que me durara un suspiro. Estaba deseando llegar a la T2 solo para beber.
Los últimos kilómetros sí que empecé a disfrutar. Lo hice porque, una vez que me pasó Gustavo, sabía que lo iban seguir haciendo el resto, aunque algo más rezagados. Pero no, de nuevo los kilómetros pasaban y nadie me alcanzaba. Ni en el 70, ni en el 75, ni en el 80. Así que me emocioné llegando a la segunda transición con solo un chico por delante para sorpresa mía y la de todos los que estaban allí viéndolo. Los comentarios fueron de alucine. Que pasada. Me había vuelto a salir en bici. Y Gustavo también. Porque allí estábamos los únicos dos corriendo y liderando la prueba con una gran diferencia.
En la carrera a pie me encontré bien. Me bajé a correr cansada, pero tenía piernas. Y aunque me puse a correr sobre 4’20, sabiendo que tenía mucho margen y podía regular, no pude evitar crecerme al pasar por el centro. Con el ambientazo que había, y más viendo que estaba completando la primera vuelta sin seguir siendo alcanzada por ningún otro chico. Hasta que en el kilómetro 7, justo al paso por meta, me adelantó Cristóbal, y en mitad de la segunda vuelta lo hizo Alejandro Santamaría.
Fue espectacular la carrera. Un circuito muy bonito y entretenido y con muchísimo público. Disfruté mucho de la carrera a pie. No solo porque fui de menos a más, y cada vez me sentía mejor, sino por todos los ánimos de la gente y de los corredores. También por el cruzarme con Javi y verlo todo guapo, estrenando el mismo mono que yo. Y con Richard, que a pesar de estar sufriendo estaba corriendo de nuevo. Y con un montón de conocidos y amigos que estaban en el público, como Guru, que estaba allí. ¡Que grata sorpresa! Y la pude felicitar personalmente por su pase a Hawai.
Realmente ni yo me creo que pudiera hacer una carrera así. Con todo lo que me pasó, con las malas sensaciones que tuve hasta los primeros kilómetros de la carrera a pie, con el tute que traía mi cuerpo de Zarautz… Me alegro de ser capaz de luchar tanto. De crecerme antes las adversidades y de no rendirme ni conformare nunca con menos.
Feliz de llegar a meta con tanta ventaja. De volver a compartir victoria con Gus. De esperar a Richard y verlo cruzar ese arco de nuevo. Y de abrazar a Javi al terminar su carrera.
Dar la enhorabuena al resto de corredoras y corredores. Y a la organización. Y agradecer todos los ánimos y el cariño recibido.
Lo mejor: el post carrera. Disfrutando de la noche de Logroño tapeando por sus míticas calles. Compartiendo un fin de semana con amigos. Y cerrándolo celebrar, nuestro primer aniversario de bodas, con el mejor marido que se puede tener. Y no es ningún cumplido. Es, verídico. Es totalmente cierto.
La temporada empezaba más temprano que nunca. Surrealista estar compitiendo en enero. Pero eso fue lo que planeamos dos meses atrás al acabar la temporada. Y he trabajado duro para ello. Así que, aunque las sensaciones no iban a ser las mejores, valía la pena intentarlo.
Llegamos jueves mediodía a Buffalo City, en London East, lugar donde se celebraba el evento. Un día entero viajando con el desgaste que eso conlleva. Al menos con la ventaja, esta vez, de que la diferencia horaria era de solo una hora. Eso el cuerpo no lo nota y, por suerte, al llegar pudimos descansar bien. Prácticamente me pasé los días previos durmiendo. Que pasada. Tenía mucho sueño y eso me preocupaba. Aun así tenía la sensación de estar agotada, de no haberme recuperado del viaje o de no acabar de habituarme a ese clima (mucho más cálido y húmedo que el que tenemos en la península). Suerte que mi paso por Lanzarote, la semana previa, hizo que el cambio térmico no fuera tan brusco.
Por fortuna, a medida que se acercaba el día, iba recuperando sensaciones. Días tranquilos y sin percances. Con la logística típica y con el descoloque de estar en un país nuevo para nosotros, al que sin embargo supimos adaptarnos bien. Digo nosotros, porque obviamente Javi venía conmigo. Él también competía. Además, me lo tenía que traer de guardaespaldas (je, je). Nos habían advertido que no era un lugar 100% seguro. Aunque tengo que decir, en defensa del lugar, que nosotros, por suerte, no tuvimos ningún problema. Sí que es cierto que, a veces, te sientes un poco observado e intimidado, pero para nada amenazado o indefenso. Y, por el contrario, pudimos disfrutar de un nuevo rincón del mundo, de su gente y su cultura. Resultó ser mucho más pobre de lo que imaginábamos. Al menos esa zona.
Con respecto a la competición, tenía ganas de probarme. Con la incertidumbre de cómo iba a sentirse mi cuerpo compitiendo tan pronto, pero con la seguridad de que me encontraba bien y podía salir una buena carrera. El pódium estaba caro. Dos rivales muy fuertes que estaban muy por encima de mi nivel y que, de costumbre, me sacan una más que considerable minutada. Una tercera competidora entraba en las quinielas para el pódium y luego el resto, en más o menos igualdad de condiciones para optar al Top5. Pero como las teorías valen de poco, no había nada escrito y todo se iba a decidir en carrera. Objetivo: luchar por esa tercera plaza. Difícil, pero no imposible. Eso sí…, sin presión. Al menos eso me transmitía mi cuerpo que estaba muy tranquilo. Imagino que le ha pillado descolocado eso de competir tan pronto. O seguía en letargo.
Lo que sí me puso nerviosa, fue no enterarme apenas de nada en el breafing. <Falta mucho inglés aún. ¡Aig!>. Eso sí que me incómoda: el ir a ciegas en carrera. No conocía circuitos y encima no me enteré de las normas <¡Vamos mal Judith!>. De lo que sí que me entere fue de la amenaza de tiburones. Nos explicaron con detalle el protocolo de actuación y las tres posibles situaciones en caso de que la amenaza fuera real. <¡Ay Dios. Esto sí que da mucho yuyu! ¿Pero dónde nos hemos metido?>
Sorprendentemente, ni los tiburones me quitaron el sueño la noche previa. Así da gusto levantarse para competir. Buenas sensación física y anímica. Teniéndolo todo bajo control y llegando a la zona de salida con tiempo, seguridad y muchas ganas. Bueno…, un par de cosas sí que me faltaron: la primera, ir una vez más al baño, lo cual me hizo sufrir y sentirme incómoda en carrera (aunque eso igual me fue bien para “apretar bien el culo” corriendo. Jejejeje). Y la segunda, el que no nos dejaran calentar ni tan solo tocar el agua. No se entendía. <¿Sería por los tiburones?>
Empieza la carrera. Salen los chicos pros y cinco minutos más tarde lo hacemos nosotras. Reacciono rápido al bocinazo. Pero, en los aproximadamente 50 metros lisos que tuvimos que hacer hasta llegar al agua, ya me sacaban todas un cuerpo de ventaja. Correr no es lo mío, está claro. Quiero recuperarlo en los primeros metros de natación, sin embargo el agua está muy fría. Calculo que a unos 17 grados (como mucho). Tengo un pequeño colapso que me impide respirar y bracear con normalidad. <¿Por qué narices no nos habrán dejado probar el agua? ¡Esto es hasta peligroso!>. Consigo no enloquecer después de ese momento de agonía y, aunque mis pies y mis manos ya no los salvo, empiezo a nadar con ritmo pero con mucha torpeza. Jeanni Seymour, una de las dos favoritas, ya se había escapado. Intento darle caza, pero es demasiado tarde. En la primera boya me coloco segunda y veo que consigo alejarme en solitario.
Esa fue mi natación: Soledad total y sin referencias por ningún lado. Resultó ser muy dura. Además del frío, había mucho oleaje y costaba ver las boyas. Y mucho más coger el ritmo. Fue de esas nataciones en las que no controlas tus movimientos y donde te desgastas mucho sin notar que avanzas. Por suerte…, no aparecieron los tiburones. Aunque os tengo que confesar que tuve algún momento de “acojone”. Y más, al verme tan sola en medio de ese mar tan ajetreado. Me asustó un kayak que se acercó y me pegó un grito a unos 500 metros del final. Encima iba de naranja, color del que serían las boyas que nos alertarían de la presencia de tiburones. Por fortuna, solo fue para decirme que me estaba desviando. <Que susto>.
Llegué a la playa borracha pérdida y donde casi no llegó es a la T1. Era una transición muy larga y algo confusa. Salí del agua desorientada, sin nadie que me indicara el camino. Corro para donde creo que es la dirección correcta, hasta que veo que estoy en un sitio sin salida. Me había metido en un recoveco vallado de la organización. <¡Joder, por qué nadie me lo indica!>. Me cabreé mucho en ese momento, aunque reaccioné a tiempo y fueron pocos los segundos que perdí. O eso quise creer. Al menos seguía en segunda posición y sin perseguidoras a la vista.
Cojo la bici y al subirme veo que el velcro de la bota derecha se había salido completamente del broche. Otro contratiempo que me trastoca. <Nada Judith. Cosas que pasan>. Me digo a mí misma intentando convencerme y me centro en pedalear. Los primeros kms fueron un poco confusos sin ninguna indicación ni gente de la organización. Pero enseguida se entraba en la autovía. Allí ya no había pérdida. 45 kms de ida y lo mismo de vuelta. Tráfico cortado. Toda para nosotros. Espectacular. Es una gozada competir así de cómodo. Dos carriles para cada sentido y un asfalto buenísimo que te permitía no tener que levantar la cabeza para nada. Bueno…, miento. Solo para ver lo dura y larga que era la rampa que venía delante, <¡Uf!>. Aunque era una autovía, no pillabas ni un km llano. Todo era toboganes. Sube y baja constantes donde encontramos más de una de subida realmente muy larga y dura. Salieron más de mil metros de desnivel. Imaginaros.
A pesar de la sencillez de pedalear en ese circuito. Lo compliqué, o se me complicó. Era un circuito de cambiar piñones constantemente y en varias ocasiones bajar el plato para acabar el ascenso. El cambio no iba fino y me iba a dar la lata. Tanto que, en el km10, se me salió la cadena y no la pude salvar pedaleando. <¡Mierda! Hoy tengo el gafe. Esto ya es pasarse>. Sin más remedio, paro, coloco rápido la cadena y vuelvo a subir a la bici. Pero mientras pongo la cadena, en ese minuto perdido, Emma Pallant me pasa. <Que cruel es la competición>. Al menos consigo aguantarla y eso me anima. <¡Va Judith! Ya está. Contabas con ello. Sabías que, tarde o temprano, te iba a pasar. Sin embargo la estas aguantado por primera vez en tu vida. ¡Venga!> -.
La aguanté, aunque nunca estuve más cerca de los veinte metros. Y esa distancia fue en aumento progresivamente. Hasta que el 45km, justo en el avituallamiento, y posterior giro, la pierdo por completo. A diferencia de ella, necesité repostar y esa pequeña maniobra me desbancó por completo para seguir su estela. Qué pena; porque era una motivación muy grande y me ayuda a luchar continuamente. Aunque sea desde la distancia.
Ese fue el entretenimiento de la primera mitad de la bici. Bajo la lluvia. Cosa que agradecí. No solo por permitirme con ello que se me fuera toda la grasa de las manos y poder limpiarme la cara (que seguro que la tenía tintada); sino por refrescar la mañana que pintaba muy cálida y darnos una tregua durante una o dos horas. Hasta pasé un poco de frío y llegué a la T2 sin sentirme los pies.
En cambio, la vuelta, no tuvo ninguna distracción. Solo me motivó el cruzarme con Javi y verlo contento en ese momento. Fue muy monótona. Rodando completamente en solitario. Me pasaron unos cuatro o cinco chicos y no pude hacer nada por seguir a ninguno de ellos. Y es que uno de los hándicap de este circuito consistía en que las bajadas eran de las de darle pedales y a mí no me quedaban piñones. Que rabia da eso. Quieres darle más caña y no puedes. <¡Necesito un plato 54 ya!>.
La vuelta se hizo muy dura. Las fuerzas empezaban a flaquear. Las patas y el sol empezaban a picar. A pesar de ser un poco más favorable que la ida, cualquier rampa se hacía mucho más dura. Me motivé con ver que eran pocos los chicos que me alcanzaban, y que no lo hiciera ninguna chica. <¡Vamos Judith, que estas luchando por el pódium!>. Venía a luchar por esa ansiada tercera plaza. Era a lo máximo que podía aspirar aquí y de momento la tenía en mis manos.
Llegaba a la T2. <¡Olé! ¡Qué ambientazo!. Fue un subidón ver la calle repleta de gente. Un cordón de interminable. Música y varios puntos de animación con chearleaders (con pompones incluidos). Eso ya era otra cosa. Pintaba muy bien.
Transición rápida y cómoda. Me bajé tercera. A años luz de las dos primeras y viendo que en el primer bucle venían tres corredoras muy juntas con intención de darme caza. Calculé que estaban a un minuto y medio, o dos, de mí. <¡Uf! ¡Toca apretar el culo!>. Y era literal, porque tenía muchas ganas de ir al baño y a la que empiezas a correr…, la cosa se complica. Pues así lo hice (Lo de correr más rápido para administrar la ventaja ¡eh! Que lo otro, por suerte, aguantó en su sitio. Je,je).
La carrera fue muy dura. Dos vueltas de 10,5kms donde además de un continuo sube-baja, en mitad de la vuelta teníamos una rampa de más de un kilómetro donde muchos sucumbían a su dureza y empezaban a andar. Sin embargo, tengo que reconocer que no sufrí (más de la cuenta, obviamente). La disfruté muchísimo. Y es lo que pasa cuando ves que vuelas y que llevas un ritmo muy superior al resto de los corredores que iba pasando y que se asombraban de mi fuerte rimo (cosa que me hicieron saber con sus gestos, aplausos, miradas y palabras halagadoras con las que, a pesar de costarle hablar, me alentaban y me daban ánimos . Sumado esto a que la ventaja con mis rivales era cada vez mayor. Eso me hizo crecer y creer que ese pódium era mío.
<¡Guau!> Que euforia tenía. Da gusto correr así. Qué bien sabe sentirse fuerte corriendo y muy superior. Mientras el resto se venía abajo, por el calor y los desniveles, yo me venía arriba.
Parte de culpa la tuvo el público. Por Dios, Qué ambiente. Qué pasada. <¡Well done!, ¡STRONGER!, ¡viva española!.. .Fueron los mensajes del público que no dejaba de escuchar. Ánimos que me hicieron enloquecer en cada km. Pero el momento más dulce fue el cruzarme de nuevo con Javi, justo cuando pisaba la alfombra roja en los últimos metros y donde el daba comienzo a su segunda vuelta. ¡Gua! ¡Qué emoción! Pude celebrar con él mi llegada a meta.
La lástima es que yo no pude verlo acabar a él, como era la idea. Hasta me había llevado el móvil para poder inmortalizar ese momento. Llegó justo cuando yo estaba pasando el control antidoping. ¡Qué rabia! Y por más que corriera y orinara rápido, el protocolo es muy lento. Aunque necesario, lo sé, pero… El caso es que me fui corriendo hacia la meta y al no verle, calculé que al igual aun podía estar al llegar y me pasé cerca de 20 minutos mirando la llegada. Y nunca aparecía. Empecé a buscarlo, pero no daba con él. Así que, después de más de una hora, me fui para el hotel (que estaba a 10 minutos andando). Allí, Tampoco estaba. Entonces fue cuando empecé a preocuparme. Y reconozco que derramé alguna lágrima. Se mezcló la sensación de no saber ni cuándo ni dónde encontrarlo con la rabia de no haber podido disfrutar con él nuestra carrera. Yo iba lloriqueando con mi ramo de flores de galardonada mientras la gente me iba felicitando. Hasta una chica se paró para hacerse una foto conmigo. Yo, en ese momento, no estaba para felicitaciones, pero aguanté. Por suerte, finalmente lo encontré. Después de dos horas. Estaba justo donde habíamos quedado. <¡Mea culpa!>. Él estaba allí, tan pancho. Sentado tranquilamente mirando a la nada esperando que por fin yo apareciera.
Por fin pude saborear mi carrera, y la suya. Los dos contentos de empezar así de bien la temporada y en pleno mes de enero. Por mi parte, un resultado inmejorable y con unas sensaciones físicas muy positivas. Eso me da fuerza para seguir entrenando y preparar el próximo reto de la temporada. En abril tocará volver a Sudáfrica. Pero, esta vez, será para intentar ser finisher en el full.
De esta competición lo que me llevo es precisamente lo que Javi y yo comentamos justo al finalizar la carrera. Las sensaciones fueron las mismas. Competimos en un continente que yo no había pisado nunca y donde nos encontramos con sensaciones muy diferentes a las que esperábamos encontrarnos. Durante la carrera, en cuestión de metros, pasas, de una zona donde la gente lucha por poder comer, a otra donde, lo que ves, todo es pura riqueza. Como si de golpe te teletransportaras a una de las mejores zonas del mundo occidental.
Quiero agradeceros a todos, vuestros mensajes de ánimo y felicitaciones. Que sepáis que me dais mucha fuerza.
Llegaba la última del año. Esta no entraba en mis planes, pero Javi iba a correr el IM junto a unos amigos y yo, que prefiero estar dentro del ruedo que verlo desde la barrera, viendo que es el mismo día y que en esta distancia sí que hay profesionales, me animo hacer el 70.3.
En Los Cabos, aterrizamos el lunes previo a la carrera. Mucho margen de tiempo. Pero creerme que era necesario. No es fácil adaptarse al cambio horario, al clima, recuperarse del largo viaje… No me voy a extender en contaros mi semana previa. Sobre todo, para no daros mucha envidia –jejeje–. Simplemente nos dedicamos a descansar. Principalmente, a ver los respectivos circuitos. Y obviamente, aprovechar para hacer un poco de turismo y disfrutar de lugares únicos como lo es “El Arco de fin de mundo”.
La semana fue bien. Nos fuimos adaptando poco a poco. El calor era soportable. Y más, cuando estás tirada en una tumbona en la piscina o en la cama con el aire acondicionado; aunque se presagiaba que, en carrera, sería insoportable. Yo venía preparada para ello. En Filipinas ya lo sufrí de lo lindo. Pero, aun así, se paga caro.
Es cierto que venía sin mucha presión. Era una prueba desconocida para mí. Ni siquiera contaba con ella, pero quería hacer un buen final de temporada y, por lo tanto, una buena carrera y que me dejará buenas sensaciones al bajar la persiana de este año. Así que, a pesar de estar hospedados en régimen de todo incluido, me cuidé más que nunca. Quería sentirme bien. Sentirme fina y lo conseguí. En otras ocasiones lo había pagado el descuidar la dieta por culpa de los viajes y salir de la rutina. Esta vez no estaba dispuesta a ello. No creáis que lo hicimos por beber y comer todo lo que queríamos. Era la primera vez que cogía algo así y podía ser muy peligroso. Pero es la mejor opción cuando vas a un país desconocido, sin vehículo, en una zona que no prevés que puedas tener muchas opciones de comer sano y además…, si vas sumando las comidas fuera, a la larga sale más caro. Así que no le sacamos mucho partido a la pulserita del todo incluido. Pero…, valió la pena.
Pronto vi que, muy a mi pesar, el nivel era altísimo (tanto en chicos como en chicas). Una lista larga de veinte elites donde había: una ganadora de Hawaii, cinco chicas que corren ITU y varias canadienses y unas americanas que aparecían en la quiniela como favoritas. <¡Aig! Si es que cuando hay pasta… ¡normal!>. Aún no sabía dónde me había metido. Inocente de mí si creía que, por estar en la otra punta del mundo y en las fechas que estábamos, iba a disputar una carrera con poco nivel.
Domingo. Arrancamos las elites rondando a las 6:40h con unos quince minutos de retraso sobre la hora prevista. Cinco minutos después de que lo hicieran los chicos y cinco minutos antes que el resto de atletas del Half. Los del IM aún debían esperar una hora más. El retraso nos dio tregua para que empezáramos a nadar después del amanecer y no antes. Menos mal, porque si ya costó ver las boyas de día… imagínate de noche. Entré al agua con los pies congelados (a pesar del calor, para variar) por culpa de esa larga espera. Aunque como el agua estaba a más de 27 grados, rápido me los hizo entrar en calor. Un lujo nadar sin neopreno. Como a mí me gusta.
La natación fue complicada. Mucho oleaje y muchas “hostias” con mis rivales. Se notaba que había nivel porque éramos seis las chicas que peleábamos por no perder el grupo. Un grupo que creía que era el primero. Pero, por lo visto, había un par de escapadas por delante. Bastante tenía con luchar en mi espacio como para ver lo que estaba pasando allí delante. A pesar de todo, iban cayendo los metros sin perder el grupo. Aunque lo más duro fue salir del agua. La fuerte corriente nos vaciló. Me sentí ridícula braceando a solo 10 metros de la orilla sin ser capaz de avanzar. Creo que fue la parte más dura de la toda la carrera y la que más me desgastó.
̶ A 3’ de la cabeza. Me canta Javi al salir del agua y mientras él espera para empezar su carrera. <¡Dios. Eso es mucho tiempo!, ¿Estás que son las de ITU o las de Hawai? Y eso que soy nadadora>. Me decía a mí misma. T1 muy lenta. Como de costumbre. A pesar de no llevar neopreno, me peleo con el traje trampa para sacármelo de los tobillos. Y encima, me demoró más que el resto en ponerme calcetines (requisito imprescindible también en bici para mí). Si ya se me habían alejado un poco, el montaje en bici en una rampa de unos 800 metros y con badenes, ayudó a que perdiera definitivamente el grupo. No atiné a meter el pie en la bota por culpa de romperse la gomita. Y eso me hizo perder todas las opciones de rodar acompañada los primeros kms. Digo solo los primeros porque creo que, aunque las hubiera seguido al principio, hubiera caído rápido. Eran muy superiores.
Una vez más rabia de sentirme tan incompetente en la transición y primeros kms de bici. Y para colmo, vi que el potenciómetro no iba, que el bidón delantero lo tenía ladeado y a duras penas podía beber de la cañita sin moverme del acople. Parecía que era todo el manillar el que estaba torcido y esa sensación me incomodó y provocó que se me fuera cargando la zona lumbar y el lado izquierdo de la cadera por forzar la postura. <¡Concentración Judith, y a tirar con lo que hay!>
Fue una bici dura. Un continuo sube-baja muy matador y que sumaban más de 1.000 de desnivel y con la sensación de no coger ritmo nunca y encima pendiente de la carretera. Muchos badenes. Algún hueco importante y, sobretodo, algún tramo de tierra y placas provisionales por culpa de la tormenta tropical Lidia que sufrieron ahí hacía dos meses y que les levantó todas las carreteras. El calor fue mermando las fuerzas. Pero, a pesar de todo, lo gestioné bien.
No fue una bici totalmente en solitario. Después de quedarme sola al principio, y ver cómo me pasaban dos más (la que quedó primera y segunda) sin poder hacer nada por seguirlas, iba viendo a lo lejos a otra. Le iba recortando en las subidas porque, en el llano y bajada se me iba de nuevo. Ella iba con lenticular. Finalmente le di caza sobre el km 15 y, ya de vuelta, tuvimos un tira y afloja hasta el km 40, donde nos pasó una más. Pero me dije a mi misma que esa iba a ser la última. Y después de ver que mi compañera de viaje no conseguía enlazarla me dejé la vida por hacerlo yo. Y aunque nunca llegué a estar a menos de 15 ó 20 metros de ella, logré no perderla de vista y descolgar finalmente a la primera.
Eso me hizo sentirme competitiva de nuevo. A pesar de los estragos que pasé, por no perder su estela y luchar durante más de 40km detrás de ella, conseguí abrir mucho hueco por detrás y no ver cerca a ninguna rival más. Parecía que el resto, y mi perseguidora del principio, habían desaparecido. Aunque las que se habían esfumado eran las seis primeras que no había quién ni siquiera las pudiera ver. Incluso alcanzaron a chicos pros y todo.
A pesar de mi lucha por no perder a la séptima corredora, en los kms finales se metieron dos grupos de edad entre nosotras (los únicos dos chicos que me pasaron en todo el circuito). Eso, y una moto del juez que nos vigilaba, provocó un hueco insalvable que me alejó de ella pocos kms antes de la T2, donde perdí a los tres en la bajada final (me falta desarrollo).
Transición rápida. La ventaja de llevar los calcetines puestos. Conseguí pasar a los dos chicos que se me fueron con ella en esa parte final y logré volver a tenerle a ella a tiro. Pero poco iba a cambiar la cosa en la carrera a pie.
Una carrera durísima. Supervivencia total. De esas carreras donde no vale para nada mirar el reloj. Donde los kms no pasan y solo esperas llegar de nuevo al siguiente avituallamiento para hidratarte y tirarte de nuevo agua por encima (a pesar de las consecuencias que eso provoca en tus pies). Lo único bueno es ver que todo el mundo va igual, o peor que tú. Y, eso, te alivia. En estas carreras hay que intentar dejar la mente en blanco, vencer el no puedo y: correr, correr y correr sin dejar de hacerlo. Lo has de hacer como puedas, esperando que vayan pasando los kms sin pena ni gloria. Yo iba a tirones. Eran momentos en los que intentas dar un punto más y te vienes arriba, pero pronto, tu cuerpo, echa el freno porque no puede seguir llevándote así. Puede llegar a ser muy triste.
Los únicos momentos de agrado fue, el pasar por delante de nuestras chicas y sentir sus ánimos y los instantes de encontrarme con Carlos en carrera y darnos fuerzas mutuamente. Hubo muchos momentos de bajón. Fue una carrera muy, pero que muy dura. Y yo solo me animaba sabiendo que Javi iba a correr el IM. Motivo suficiente por el que no podía tirar la toalla en el Half. Y a la misma vez, sufría mucho por él y por el resto de amigos que estaban corriendo el Full. Porque su maratón sí que iba a ser un verdadero infierno.
Me motivó el hecho de no perder nunca de vista a la rival que perseguí durante casi toda la competición. Aunque no pude alcanzarla y nos separaron solo treinta segundos en meta. Otra ventaja fue que, por detrás, estaban muy lejos y cada vez más rezagadas. No vi que peligrase mi posición (siempre y cuando fuera capaz de llegar a meta). Aunque hubo momentos en los que dudé en conseguirlo porque realmente creí desmayarme del sobreesfuerzo sintiendo náuseas y muchos mareos. Aún así, conseguí rascar una posición adelantando a la que nos sacó 3’ en el agua y que rodó más de medio segmento ciclista en solitario, pero literalmente se murió en la carrera a pie. Eso, y adelantar en el tramo final a los dos chicos que me habían pasado en los primeros kms (los mismos que pasé en la T2) alejándose muy rápido, me hizo cruzar la meta con una media sonrisa.
No fue una carrera mala, ni un mal resultado. Sin embargo no me quedó buen sabor de boca. No disfruté. Sufrí mucho y no me sentí competitiva en ningún momento. La carrera se estaba disputando muy lejos de mí. Y esa sensación te hace sentir totalmente fuera de carrera. Impotente de saber que no lo puedes hacer mejor. Te quedas como si no hubiera servido de nada todo ese esfuerzo. Me quedo, eso sí, con la experiencia vivida. Hay que viajar y competir en todos sitios. Conocer tu nivel y el del resto de las rivales. Ser consciente de donde estás y hasta dónde quieres y puedes llegar. Al menos para intentarlo.
Después de mi carrera tocaba seguir a pie del cañón y animar a Javi, a Tomás y Joan, que estaban corriendo el Ironman. Padecí mucho viendo a Javi correr su maratón. Si mi carrera había sido dura… imaginaros la suya. No solo sufrí de verlo. Sino que, como yo aún estaba pagando caro el sobresfuerzo, tuve que abandonarlo varias veces durante su carrera y hacer varias visitas al wc y tumbarme en la cama por culpa del mareo, de las náuseas y de los problemas de estómago que aún tenía. < ̶ Lo siento cariño! ̶ >. Suerte que las chicas no nos dejaron solos en ningún momento y cuidaron mucho de nosotros (tanto los del Half como los del Full, dentro y fuera de carrera. <¡Muchas gracias a las tres!>
A pesar de la dureza, finalmente todos conseguimos llegar a meta y muy satisfechos de completar una de las carreras más extremas que hemos hecho. Carlos y yo en el Half y Tomás, Joan y Javi en el Full (que aún tiene mucho más mérito). < ¡Felicidades chicos! >.
Lo mejor de todo, disfrutar de una carrera y del viaje acompañados de buenos amigos. Con muchos momentos buenos para no olvidar. Como la busca de KSI MERITO que me encargó Gonzalo, que nos hizo reírnos durante un buen rato y que lo seguirá haciendo.
No puedo olvidarme en este viaje de nuestros amigos mejicanos. Montse y Luis. Que, sin conocernos de nada, no solo nos hicieron de chofer, sino que nos llevaron a cenar al mejor restaurante japonés al que hemos estado nunca. <¡Muchísimas gracias por vuestra hospitalidad!>
Fin de temporada. Un balance muy positivo. Tanto deportivo como personalmente.
Momento también de agradecer a mis sponsors todo el apoyo durante mi temporada.
¡GRACIAS A TODOS¡
La carrera de Zarautz empezó justo al acabar en Samorin. El querer recuperarme en tan sólo una semana, acabó siendo una prueba de fuego.
Eran tantas las ganas de volver a Zarautz que, el mismo lunes, ya creí sentirme más recuperada que nunca. Pero, en cuestión de horas, la cosa cambió por completo. Empecé a encontrarme mal. A dolerme la garganta. Cogí frío de los aires acondicionados y los cambios bruscos de temperatura. Imagino que mi cuerpo, bajo de defensas, contribuyó a que pillara un gran trancazo. Pasé de la euforia a la decepción en un solo día. De golpe me encontré metida en la cama con la impotencia de no poder hacer nada al respecto. Digo nada porque, expuesta a los controles antidoping, no sabía ni que era lo que podía tomarme.
<Mejor no tomes nada. No te arriesgues> −Esa fue la respuesta de mi entrenador al preguntarle, desesperada, si al menos podía tomarme un iboprufeno. Así que estuve a base de propolio. Lo hice para aliviar el dolor de garganta, y dormir todo el día esperando a que, en cuestión de días, mi cuerpo recuperase su estado normal. Pero los milagros no existen. Y por más que yo quisiera estar al 100%, no lo conseguí. Al menos rasqué un 50% de fuerzas que me llevó a querer estar en la línea de salida a pesar de las consecuencias.
No me gusta quejarme. Al menos de puertas para fuera. Ni os voy a describir la mala sensación de estar metida en la cama hasta el día antes, sin saber qué hacer, y ver como tu objetivo pasa, de querer ganar una carrera, a querer, al menos, estar en ella. Pero, si no os explico esto, no sería una crónica real. Además de que fue el desencadenante de todo. Me arriesgué a competir. No quería dejar de intentarlo a pesar de las consecuencias. Se lo debía a la organización, que un año más me habían invitado. No podía faltar, y menos, después de saber que la gente se pelea para conseguir una inscripción que se agota en menos de un minuto.
Sábado. 14.00h. Arranca la competición desde la playa de Getaria. Empiezan los casi 3 km de natación que nos separan de la playa de Zarautz y consigo aguantar los pies de Helena Alberdi (Una nadadora excelente que iba a marcar el ritmo en este sector y que para mi sorpresa pude aguantar su estela). Una gran natación detrás de su fuerte batido de pies que me guiaron continuamente y que me hicieron disfrutar de esa bonita, pero dura natación. Solo la perdí a falta de un 1 km donde ella se desvió hacia la derecha pegándose a las rocas. Aun así, llegó antes que yo a la última boya y se me alejó un poco. Lo peor fue el tramo final. Con mucho oleaje y una gran resaca. Pero, después de llevarme un buen revolcón con la primera ola, que me pilló desprevenida, con el resto, me dejé llevar medio surfeando y hasta disfrutando como una niña.
Prueba superada. Natación hecha. Con el objetivo más que cumplido (poder seguir a Helena y aventajarme sobre el resto). Lo que nunca pensé que tanto. Conseguí sacarles a Saleta y Brea cinco minutos. <¡Qué pasada!>.
Empiezo la bici con mucha cautela sabiendo que mi estado de forma no era el mejor, pero eufórica por irme encontrando bien y estar, en ese momento, liderando la prueba con autonomía. Decidí controlar y hacer la bici más conservadora de lo que lo he hecho nunca. Disfruté de esas dos primeras vueltas donde iba recordando el circuito. Me sentía ágil, cómoda y con fuerzas (a pesar de todo). Me estaba guardando un par de puntos y aun así estaba siendo muy superior al resto. No solo lo comprobé con las chicas, sino que me adelantó Cesc en el inicio de la primera vuelta y Gus no me pasó hasta veinticinco kilómetros después. Y ningún chico más hasta los últimos 6 km de ciclismo (para ser exactos, sólo dos más). Eso nunca fue así en las dos ediciones anteriores. Pero, cuando más bien me lo estaba pasando, llegó el momento más duro. Por sorpresa y sin previo aviso.
El segundo paso por Zarautz es uno de los momentos únicos de esta carrera. Un cordón interminable de gente, que te grita y te aplaude, donde es muy difícil controlar la emoción. Y más cuando sientes que estás volando sin gran esfuerzo. Y sin desgastarte, sabiendo que, tú batería, hoy, está medio cargada. Con la cabeza fría, e intentando controlar la situación, no puedo evitar emocionarme cuando veo a Javi y Aída y me cantan que les llevo diez minutos a mis rivales. <¿Qué? No puede ser. ¡Qué pasada!>. Madre mía. Si es que…, ni en el mejor de los sueños. Pero aun así, yo, conocedora de mi debilidad, no quería hacerme ilusiones. Sin embargo, sí que me podía permitir el seguir regulando para no desgastarme más de la cuenta, ya que, de momento, la cosa iba muy bien.
Iba muy bien. Hasta ahí. Llegué, al temido muro de Aya, más fresca que ningún año. Empecé a subirlo con pausa, pero con ganas y todavía con fuerzas a nivel anímico. El calor empezaba a hacerme mucho daño y a castigarme mucho en la subida. Notaba como no paraba de chorrearme, literalmente, el agua por todo el cuerpo. Poco a poco iba avanzando y superando la parte más dura de toda la carrera. Parecía que lo tenía, que coronaba Aya, cuando, de golpe, noto como, mi cuádriceps derecho, se empieza a enrampar sin poder controlarlo. Pedaleando, y solo haciendo fuerza con la izquierda (para por lo menos llegar arriba), provoco la misma reacción en el otro cuádriceps y a duras penas consigo salvar el ascenso.
Todo se me desmoronó de golpe. Cuando creía que iba mejor, y que estaba salvando la prueba, todo se fue a pique. Miedo de no llegar ni a la T2 e impotencia de no poder controlar esas rampas a pesar de sentirme bien. Quería buscar un por qué: el calor, la falta de hidratación, el sobreesfuerzo… −<¿No será por el simple hecho de que estás mala Judith?> me preguntaba a mí misma. Pero, en ese momento, a mí eso no me servía de nada. Diez kilómetros de auténtico infierno donde recé en cada pedaleada por controlar esas rampas dejándome llevar en las bajadas. Mínimo esfuerzo en el llano y agonía en las subidas. Notando como se iba endureciendo y subiendo la pierna. Rompiéndose fibras y agonizando por el dolor. Lo peor fue el no poder disfrutar de la subida a Txurruka donde solo pude cerrar los ojos e implorar que mi cuerpo, por lo menos, me acompañara hasta arriba. Lo conseguí gracias a un público que se deja la piel mientras tú te retuerces en la última subida.
Todo cambió en ese momento. Llegué a la T2 con lágrimas en los ojos y viendo que mis piernas ya no respondían. Solté piernas antes de calzarme las bambas, pero nada podía aliviar los calambres. Sabía que me podía pasar. Que, en ese estado, no fuese capaz mi cuerpo de soportar un esfuerzo tan grande como el de un half tan duro. Pero no quería tirar la toalla. Lo tenía que dar todo hasta desvanecerme.
Veinte kilómetros muy, muy largos. Marcados por un gran dolor en las piernas y en el estómago que se me revolvió todo. Con ganas de vomitar, mareos, vista borrosa y, para colmo, las plantillas de las bambas que se me ladearon una vez más. Yo agonizaba. Solo pensaba en avanzar, aunque parecía no poder hacerlo. No sabía si corría. Únicamente me dejaba llevar tratando de acabar con ese sufrimiento, pero tenía que hacerlo en la línea de meta, y no antes. Sabía que la primera posición se me estaba escapando con Brea, que sé que corre muchísimo y que estaba recortando una distancia que parecía insalvable para todos, menos para mí viendo mi estado físico. Finalmente, sin poder hacer nada más que felicitarla, me dio caza a falta de poco más de dos kilómetros para meta.
¡Llegué!. En Zarautz era imposible no llegar a meta. Lo hice en una meritoria segunda posición, a pesar de todo. Quise disfrutar de los últimos metros y de la entrada a meta saboreando la singularidad que te brinda correr en Zarautz con todo el mundo entregado en la calle. En ese momento sabía que eso no podía perdérmelo. En ese momento comprobé, una vez más, que ese es uno de los momentos más mágicos que puede vivir un deportista, correr en Zarautz. Y solo por ese momento, donde todo lo demás pasa a un segundo plano (posición, resultado, tiempo, sufrimiento…), solo por eso, valió la pena competir.
Si hubiera venido a ganar, no estaría aquí. Pero, tengo la gran suerte de amar este deporte y ver más allá de una victoria. Hago esto porque me gusta, porque me apasiona, es porque es mi hobbie y no mi profesión. Me hubiera arrepentido mucho de no haber corrido este sábado. Me siento orgullosa, una vez más, de mi lucha. De no tener miedo a nada ni a nadie.
Me quedo con la frase de mi entrenador al acabar la prueba (que también corrió): <“Si te digo la verdad, nunca creí que serías capaz de hacer lo que has hecho con el tute que llevas y la semana que has pasado”>
Si puedo, volveré el año que viene. No a buscar la txapela, sino a para volver a vivir, de nuevo, la carrera más impresionante que existe. Para volver a disfrutar de un fin de semana en compañía de mi pareja y de mis amigos y de volver a vivir esos grandes momentos que me llevo de este fin de semana.
Pues aquí estoy escribiendo la crónica de mi primer mundial. Una de las que más ilusión hace y sé que muchos la esperáis. Seré breve e iré al grano que no quiero alargarme mucho. Además, los precedentes a la carrera suelen ser muy parecidos, aunque cambiando el escenario.
Reconozco que la semana previa fue dura, me encontraba muy cansada y muy baja de fuerzas. Imagino que parte de la culpa era del calor que estaba haciendo. Solo quería dormir y descansar y a duras penas iba sacando los entrenos. No me preocupaba entrenar bien, esa semana no importaba, pero sí llegar con fuerzas a la carrera. Tanto era el cansancio que llegué a plantearme si era mejor no ir. Por suerte, poco a poco fui encontrándome mejor y llegué a Eslovaquia con ganas y con fuerzas para disfrutar de este gran evento que valía la pena vivir.
Quitando la logística del viaje: llegar a Viena, coger coche y conducir hasta Eslovaquia; y los traslados de Samorin al pueblo donde dormíamos, que estaba a treinta minutos de trayecto, la cosa fue bien. Exceptuando la noche previa que, si ya cuesta dormir, una boda celebrada en la pensión donde nos alojábamos, nos fastidió la noche. La música y la juerga no cesaron hasta las tres de la mañana. Eso fue lo peor de todo el fin de semana, con diferencia. Es que hospedarse en el X-Bionic, lugar donde se celebraba el evento, era descomunalmente caro. Un complejo deportivo espectacular que aún le dio mayor magnitud al evento.
Yo había venido a Samorin con la idea de disfrutar de todo aquello: ver el nivel que había, la cantidad de Pros de todas las distancias y nacionalidades, el ambiente espectacular, la organización de diez, todos los preparativos, el despliegue de medios…; aquello había que vivirlo. Y lejos de pensar en un resultado, quería saborear mi primer mundial y valorar que era una de esas pros que estaban allí y que tanto mérito tenia. Los pronósticos se los dejaba a los demás y aunque algunos confíen mucho en mí y esperaban que estuviera delante, yo venía a por el top10 que, siendo realista, era el objetivo y un gran resultado.
Llegaba el día de carrera. El calor apretaba fuerte desde primera hora de la mañana y hasta se agradecía meterse en el agua del Danubio a 18 grados de temperatura para refrescarse y calentar un poco. Las sensaciones eran buenas y los nervios controlados. Tenía ganas de luchar más que nunca, aunque sabía que iba a ser una de las pruebas más difíciles. Y desde el principio se iba a imponer un fuerte ritmo con corredoras que marcarían la diferencia.
Efectivamente, arrancamos la prueba y varias nadadoras se ponen en cabeza. Trato de no perder comba e intento buscar esa estela que empieza alejarse. <Hoy la natación va a ser divertida>, pensé en los primeros metros. Consigo enlazar con ese grupito que pronto se convierte en una fila de uno, menos en mi puesto donde parece ser que me tocaba compartir posición. Una rival que lejos de colocarse delante o detrás, como todas, se queda pegada a mi impidiéndome nadar cómodamente, con enganchadas constantes. <Ves cómo iba a ser divertida>. Suerte que al menos la tenía a la izquierda y podía respirar con facilidad. El intentar despegarme de ella y no perder el grupo me llevó a dar un punto más, el último que me quedaba. Pero dio resultado, conseguí deshacerme de ella y engancharme a tres nadadores que llevaban un alto ritmo, aunque no era el grupo de cabeza. Me costó seguirlas, pero sabía que era clave hacer una buena natación para poder tener referencias en bici. Aunque de poco me sirvió luego.
Salí del agua exhausta. Me temblaban las piernas. Pero contenta de la buena natación que sabía que había hecho, al menos por el mero hecho de haber aguantado a ese segundo grupo. Y más al ver que una de ellas era Ane quien ganó en Rímini y me metió más de 1’30 en el agua.
Transición muy larga, que lejos de coger aliento, me quita el que me quedaba, pero lucho por no perder esas ruedas. Séptima – me cantan – a 3’30 de la cabeza de carrera. <¡Uf! Eso era mucho tiempo ya, y eso que había nadado muy bien>. El único consuelo fue saber que esa cabeza de carrera era donde estaban las favoritas y el haber salido más cerca, tampoco se hubiera significado nada. Me centro en lo mío, en no perder ese grupo, aunque alguna se descuelga en los primeros kilómetros y también nos alcanza otra rival que nos adelanta rápido. Su actuación provoca la reacción de las dos corredoras que tenía delante. Y yo, como si fuera una espectadora, veo como impotentemente se distancian cada vez más en los primeros 10 kilómetros de ciclismo.
Ahí empezó mi calvario. Lo que me temía. Una bici totalmente en solitario, durísima por el calor y por el terreno totalmente llano. Sí, sí, durísima por el llano, es lo peor, al menos para mí. Rodar en la misma posición desgasta muchísimo, no solo físicamente sino el factor psicológico es el que más queda dañado. Molesta el culo, las cervicales, duelen muchos las patas…pero lo más duro es mantener esa concentración de pedaleo continuo, de querer imponer un fuerte ritmo y de no querer bajar la media ni un solo punto. Una bici con un recorrido sin pena ni gloria, en un terreno completamente árido donde la única distracción fue llegar a los 3 avituallamientos del recorrido y los 10kms antes del giro pegados al Danubio donde el asfalto era malísimo y tocaba concentrarse para evitar todos aquellos baches y surcos marcados con grafiti. Lo único que conseguí al pasar por allí fue una ampolla en el dedo de cogerme tan fuerte al acople y ver como la media me había bajado más de un punto y medio. Lo más triste fue, incrédula de mí, creer que llevaba el viento en contra, poco viento hacía, pero eso poco creía era en contra. Pues lejos de mi ignorancia, rápido supe que estaba equivocada. <Qué horror por Dios, esto está siendo un suplicio>. Quería llorar, quería tirar lo toalla, no sabía que motivación darle a mi cabeza, lo intenté todo: buscar una distracción jugando con los kilómetros que llevaba y me quedaban, buscar algo positivo a esa soledad y valorar positivamente el hecho de que al menos no me había pasado nadie más, ni Emma Pallant que la esperaba desde hacía rato, ¿o habría nadado más rápido que yo?. <No eso no te ayuda Judith, piensa en otra cosa>.
No os exagero, es la bici más dura que he hecho nunca, y la peor. Más de dos horas de soledad con una interminable lucha interna. La cabeza pudo conmigo, la fatiga me vencía y las ganas de levantarme del acople por la tensión cervical también. Intenté no desistir, pero desde el km75 solo pensaba en llegar a la T2, en bajarme de la bici, en acabar aquella pesadilla. Solo me salvó el empezar a ver a los grupos de edad que comenzaban la bici y encontrarme a un pro que iba peor que yo y pasé rápido. Descontando los kilómetros como único aguante y sin ganas ya de pedalear, me alcanzó una rival. Lejos de lamentarme, hasta se lo agradecí, fue un último revulsivo para llegar hasta boxes con un ritmo algo decente y al menos distraer la mente esos 8kms finales de ciclismo.
Nada estaba hecho. Quedaba correr 21kms muy baja de fuerzas, hundida de moral y bajo un sol abrasador que fue fulminando a los corredores con retiradas constantes y cadáveres andantes. Suerte que tuve a Javi animándome, si no es por él y por todos los que sé que me estabais siguiendo en directo y que Javi me nombraba al pasar, no hubiera aguantado. Corrí por él, por mi familia, por mi entrenador, por mi gente y por vosotros. No creía que fuera capaz de hacerlo por mí misma.
El peor momento lo tuve antes de llegar al km 2. Justo venía el primer avituallamiento y estaba muerta de sed, pero necesitaba tomarme un gel ya. A ver si esa inyección de azúcar me ayudaba a levantar los pies y el ánimo. Pero con la boca tan seca y el aire tan justo, se me va por el otro lado y noto como me ahogo. El ácido del gel me escuece en la garganta y presa del pánico me paro y levanto los brazos pidiendo ayuda, pero allí no había nadie. Nerviosa del susto, intento tranquilizarme y parar unos segundos hasta que consigo que el aire vuelva a mis pulmones y retomo la carrera. <No Judith, no vale la pena, acaba con esto, no tienes necesidad de sufrir así>, me gritaba mi subconsciente. Por un momento me daba igual todo: el mundial, el top 10, el resultado, mi orgullo…Pero había algo que no me daba igual, y es que Javi había renunciado una vez más a sus entrenos, a su rutina para estar ahí conmigo. Si por alguien debía luchar y acabar era por él. Ese pensamiento fue el que me mantuvo en carrera, me lo repetí una y otra vez y me reafirmaba cada vez que me cruzaba con él. El ritmo no me importaba, solo sobrevivía.
Me bajé a correr décima enganchada a la novena y con la onceaba pegada a mí, a escasos treinta segundos. Supe que me iba a pillar dada mi condición, pero Javi me gritaba que luchara por el top 10. Debía hacerlo. Y lo hice. Una primera vuelta algo contrariada con mi debilidad y mi sufrimiento, donde me dediqué a aguantar un ritmo constante viendo cómo se alejaba la novena y se me acercaba la onceaba. Pero en el momento que más cerca la tenía, por fin, volví a ser yo, y me dije que no podía echar a perder ese top 10 tan valioso en mi primer mundial. Apreté, mejoré ritmo, no mucho, pero lo suficiente para marcharme de mi perseguidora y demostrarle que ese puesto era mío. Estaba terminando mi segunda vuelta, estaba corriendo, luchando de nuevo. Y Javi debió verme tan bien que me grita: Bien cariño, muy bien, venga que la Vodickova va muerta. <¡Uf! ¡Y yo! No te jode> -. Porque no tenía aliento, sino le envío a freír espárragos. <¿Que no ves cómo voy cariño?> pensé. ¡Pobre! No sé si fue la rabia de ese comentario que hasta pareció dolerme, pero aumenté más el ritmo, 5km para el final de la carrera y empecé a correr como si fuera el sprint a meta, me crecí.
Aún no sé ni cómo ni porque lo hizo porque realmente no creía que podía pillar a Radka quién iba todavía en octava posición la última vez que me crucé con ella y a bastante distancia. Pero debía intentarlo. Javi me lo decía por algo. Así que seguí corriendo fuerte, comprobando como efectivamente Radcka ya había pérdida su octava posición y corría perjudicada. Estaba aún lejos, pero quería intentarlo. Me puso a 3’50min/km para mi sorpresa y eso aún me motivo más. Me olvidé de los avituallamientos para no perder ni un segundo, aunque estaba muerta de sed, pero podía aguantar. La empecé a ver, le iba recortando. ¡A quince segundos!, me canta Javi emocionado a poco menos de 2km para meta. Y la alcancé, la pasé justo delante de Javi viviendo el momento más emocionante de la carrera. Y saboreé un último kilómetro de una de las carreras más sufridas que nunca creí acabar.
Lloré mucho al cruzar la meta, quería hacerlo para sacar toda esa agonía vivida. Una carrera con mucho desgaste psicológico que me hizo sacar lo peor de mí, pero si algo saqué bueno, fue una vez más la lucha, la tenacidad y la constancia. Muchas lecciones me dio esta carrera. Una vez más, la media distancia la gana la psicología.
Fotos de James Mitchell
El insomnio propio que prosigue a una carrera llena de emociones, me ha sacado de la cama y me ha llevado a escribir la crónica tan solo unas horas después de finalizar la competición. Todo ello con la necesidad de plasmar los grandes momentos vividos en el día de hoy. Y es que Bilbao ha vuelto a emocionarme. Os cuento desde el principio:
El viernes al mediodía, a menos de 24h de la prueba, llegamos a Bilbao. El conocer la carrera, y participar por tercer año consecutivo, fue lo que nos llevó a tomar esa decisión. Fuimos directos al hotel Meliá, donde nos hospedaríamos por cortesía de la organización que, una vez más, nos trataba como reyes. Una vez allí, por fin, tenía el mono aero de Viator que este año se estaba haciendo de rogar; que por cierto me acababan de enviar. Decidimos ir a comer algo cerca y volvernos enseguida a la habitación; yo a descansar y Javi a correr. Aprovechó porque él, este año no participaba.
Estando en la habitación tocaba centrarse en la carrera. Empezaban a llegarme cientos de mensajes de apoyo; las ganas y la emoción iban en aumento. Y más, después de la llamada de mi entrenador Álvaro Rance, con él que comentamos la táctica. La verdad es que esto, es una de las cosas que cambian. Antes iba más a lo loco, a verlas venir y actuar sobre la marcha. Pero ahora, a estas alturas, lo que es cierto, es que hay que estudiar a las rivales, y las posibilidades de estar ahí luchando por la carrera. Las conclusiones sobre el papel fueron: Emma Billham <Es la que se supone que va a dominar la carrera. Debo intentar seguirla en el agua, luchar por aguantarla en bici y, llegando juntas a las T2 podré disputar la carrera donde debería ser su punto más débil>. Del resto de rivales no sabíamos mucho más. Contábamos con el factor sorpresa, aunque a veces, por mucho pronóstico que hagas, nada va según lo planeado. Y muchos menos, en carreras tan largas. De todos modos, confiaba en que se podía. Después de hablar con Álvaro, me sentí con más ganas y fuerzas que nunca.
La tarde previa, solo quedaba recoger dorsal e ir a la reunión técnica. Esperé a que viniera Javi de entrenar y llamamos a Aida para vernos e ir juntos. <Que ganas de verla y conocer a la pequeña Noa>. Aida es una de las mejores personas que he conocido gracias a este deporte y, junto a su pareja, Gus, mantenemos una bonita amistad. Llevábamos tiempo sin vernos y a Noa aún no la conocíamos en persona. Pero por fin llegó el momento. A Gus no lo vimos hasta el sábado porque se quedó preparando todo.
Me encontré con el dorsal número 1. ¡Buf! Era el que me tocaría defender. ¡Ahí es nada! Palabras mayores. No solo por la presión del número, sino por el gesto de la organización habiéndomelo asignado a mí. Es de agradecer y lo hice en ese mismo instante, donde me encontré con Eneko (el organizador) y Endika (de prensa), y otros muchos participantes y compañeros que ya me mostraban su apoyo para la carrera. En ese momento sí que se palpaba ambiente de competición y los nervios aumentaban.
Después de asistir a la reunión, Javi y yo nos fuimos a cenar a un restaurante japonés –para variar–. Y pronto a la cama. Tocaba enfrentarse a otra larga noche como lo son todas las previas a una carrera. Pero esta, afortunadamente, iba a ser mucho más larga porque, hasta cerca de las 9h, no debería sonar el despertador. < ¡Es que Bilbao tiene muchas cosas buenas, y el hecho de competir a las 12h del mediodía, es una de las mejores! >. Que alegría da eso: saber que, a pesar de los nervios, vas a descansar lo suficiente. Obviamente, horas antes de que el reloj sonara, estaba despierta y pensando en la carrera.
9.00. Hora prevista para activarse y preparase. Protocolo habitual, sin ninguna incidencia, y los nervios a olvidarse algo esencial. La mañana era fría y amenazaba lluvia. Es más, lo había estado haciendo horas antes y el suelo estaba mojado. Eso no me gustaba nada, pero confiaba en que, tal y como anunciaban las previsiones, a la hora de salida ya luciese el sol y aumentara la temperatura. Sobre todo, por nuestra seguridad en bici, que no lloviera.
Llego a boxes para colocar mi Ûnica y todo el material. Los medios se acercan a entrevistarme. La gente me mira, me reconocen, y el que no, me observa después de ver el número 1 que llevo dibujado en el brazo y la pierna. Eso es a lo que nunca me acostumbro. < ¡Qué vergüenza! >, pero se agradecen todas esas muestras de cariño, de ánimo, de afecto, de admiración… Me lo dicen y me sonrojo porque no sé qué decir ante eso. <¡Gracias!>. No puedo decir más. Después de ese momento abrumador, donde no paro de saludar a gente y ver a caras conocidas (Carol, Conchi, Pelu, Dani, Octavi, Mireia, Tabita…, y a Gus, ¡por fin! Aun no lo había visto), me centro en que todo esté listo en boxes y abandonarlos para ir hacia la salida.
El día empezaba a despejarse y el sol aparecía con fuerza, aunque no era suficiente para calentar el agua de la ría que, a solo 13-14 grados, iba a marcar el punto de inflexión de la prueba. Más fría y más oscura que nunca. Y para colmo, con la corriente en contra en el tramo más largo. <Con lo bien que se había nadado los años anteriores>. Ya no había excusas ni vuelta atrás.
12.45h. Bocinazo de salida y las chicas arrancamos la carrera. Rápido nos escapamos tres. Aunque en pocos segundos pasamos a ser dos después de que una se escapase en solitario. Mi compañera de natación iba a ser Emma que, cumpliendo con los pronósticos, pude aguantarla. Eso me dio moral y creo que es la única natación en un half que he hecho acompañada. Bueno, no solo fue Emma quien me acompañó, sino que Javi se pasó todo el sector de natación a mi altura animándome y gritándome: <¡No se escapa, no se escapa!> Emocionándome y recordándome a mi hermana que hizo lo mismo el año pasado con mi sobrina en brazos. Otra de las cosas únicas de Bilbao, completar el sector de natación viendo al público encima de ti.
Esa ayuda de Javi fue clave para completar un sector de natación muy duro por el frío, y muy largo al tener que luchar contra la corriente que, aunque no se noté en exceso nadando, desgasta mucho. Pero el momento clave del día estaba por venir. En los últimos metros Emma se quedaba y le saqué algo de ventaja. Llegué a la escalinata para salir del agua y auguré lo que ya sentía desde que empecé a nadar. Mis manos y pies estaban totalmente dormidos. Con mi enfermedad al frío (Raynaud), no pude aguantar la baja temperatura del agua, y cuando quise tirar del velcro del neopreno, fui incapaz. <¡No por favor, otra vez no! No me hagas esto. Dame tan solo algo de fuerza para poder despegar un simple velcro> No sé a quién me recomendaba: a mis manos, a mis adentros… Lo intenté una y otra vez sin suerte. Se me enrampaba el bíceps al intentarlo. Mis dedos no eran capaces de hacer pinza y separar esos dos simples trozos de tela. Fue el momento más duro de la carrera. Se me caían las lágrimas de impotencia. Miraba al público angustiada, como reclamando ayuda, y dejé de correr por la alfombra para, parada, intentar conseguirlo. A punto de echarme al suelo presa del pánico. En ese instante me alcanza Emma. Se dio cuenta de mi agonía y, me animó. <Muchas gracias> Fue un gesto de compañerismo que está por encima de la rivalidad. Y finalmente pude tirar del neopreno por el cuello y bajármelo con facilidad. Llegué a mi bici justo cuando Emma salía. Con mucha dificultad, me puse los calcetines y el casco y logré subirme a la bici.
Los primeros kilómetros pedaleé muy fuerte para volver a enganchar a Emma y no perderla en bici. Vi que le iba recortando. Justo en la primera rampa del Vivero la enganché. Algo le pasaba, veo que se pone de pie y que casi se cae, como si no le acabará de entrar un piñón. Le pregunté: ¿Are you ok? Y me contesta algo como que la bici no le acaba de ir bien. <¡Losiento, Emma! No puedo hacer nada por ti. Me sentía en deuda con ella y no quería que le pasará nada después del gesto que había tenido. A pesar de su problema veo que sigue pedaleando y eso me deja más tranquila. Me alegraba adelantarla, pero no así. Seguí, y seguí con ganas, con fuerza. Sintiéndome muy cómoda y más segura que nunca. Sobre todo, en la bajada, donde disfruté sin miedos, sin viento y emocionada de recordar el circuito al ser mi tercera participación ahí. Me encuentro con Javi que había subido hasta allí a verme y, emocionado, me canta que tengo la primera a tiro. <¡Gua! La tenía>. La vi y fui a por ella. Le aguanté todo el paso por el centro de Bilbao. Eso me sirvió para recuperar un poco porque había hecho una primera vuelta muy fuerte. En la rampa, que da inicio a la segunda vuelta, justo a la altura de la transición, se queda y aprovecho para atacar. Y por lo que veo en el giro, unos 10kms más adelante, ya se había quedado rezagada y que detrás de ella, a mayor distancia, viene Emma.
Disfruté en esa segunda vuelta liderando la prueba con algo de renta. La subida al Vivero se hizo muy larga y sufrida por el ritmo tan alto que llevaba y apenas sin fuerzas. Luché gracias a los ánimos que recibía durante todo el recorrido. La gente me gritaba: ¡venga este año es tuya! Impresionante las muestras de cariño por parte de todos. Vi a Javi de nuevo sin esperármelo en esa segunda vuelta y me transmitió su satisfacción al verme tan bien. Momentos únicos que te dan las carreras.
Por fin llegaba a la T2. Pero como no podía ser menos, con algún percance. <Si es que en Bilbao estoy gafada con las transiciones>. Me bajé bien de la bici. Pero, entre los pies aún fríos, los nervios, el cansancio y todas las miradas del público en ese instante, me hicieron perder el control y, aunque esta vez no llegué a besar el suelo, me pegué un tajo en la pierna con el plato que no quise ni mirar.
Quedaba un último paso. Un paso largo y agónico por eso. Supe que había forzado mucho en bici desde que me bajé a correr. Y con amago de rampas en los primeros kilómetros sufrí pensando no poder acabar la carrera. <¡No, lo pienses Judith!> me decía a mí misma obviando el mensaje que transmitían mis cuádriceps. Debía usar la razón, la lógica. Llevaba cuatro minutos de ventaja y eso no entraba en mis planes. Esa era mucha renta.
Supe gestionarla. Aunque fui corriendo a tirones. Aprovechaba el calor del público que me empujaba gritando mi nombre. Y en cambio, en otros momentos, me derrumbaba por el cansancio, el calor y el miedo a que pudieran alcanzarme. Así fueron mis tres vueltas de carrera: una lucha entre la lógica y el miedo. Una carrera muy agónica donde, a pesar de estar liderando la carrera con diferencia, mi cuerpo estaba vacío. Suerte que tenía a mi chico que corrió de lado a lado de la ría y lo llegué a ver hasta cinco veces. Los ánimos de Aida y la emoción de ver a Gus liderando también la prueba y soñar con poder conseguir el triunfo con él. Todos los conocidos que me encontré y todos los triatletas que, al cruzarnos, perdían su último aliento en animarme. Los kilómetros pasaban y la ventaja seguía prácticamente intacta. El ambiente de Bilbao me ayudó a conseguir la victoria.
Conseguí la victoria y con ello la deseada txapela. ¡A la tercera va la vencida!
Bilbao nunca defrauda, y ha vuelto a darme momentos mágicos. Por encima de la victoria me quedó con todo el cariño recibido. Con todas las muestras de cariño. Con el abrazo, en meta, de Eneko contento con mi victoria. Y con la euforia de Javi.
Por fin llegaba la primera del año. Parece que nunca va a llegar. Los meses previos se hacen eternos pensando en ella –que para algo entrenamos–. Pero, por otra parte, cuando llega no puedes evitar pensar: «¿Ya?, ¿Estaré preparada? ¡Igual necesitaba algunos meses más de entreno!». Pero ya no hay vuelta atrás. Con el trabajo hecho, o no -que lo estaba-, llegaba la hora de probarse. Incertidumbre es lo que se siente ante ella. Oyes a tu cuerpo la semana previa y crees que estás bien. Por suerte, no hay nada extraño que diga lo contrario. Pero después de tanto tiempo sin competir, no sabes cómo te vas a encontrar.
En los días previos siempre surgen pequeños percances. A la bici le faltaban unos retoques, pero tengo la suerte que Josep se desvive para que tengamos la Ûnica al 100%, y vino hasta casa para ajustármelo todo. El mono de competir no llegaba a tiempo. Cierto es que hubieron muchos cambios de última hora con sponsors que dejaron de colaborar. Y lo de WITL, que me informa solo un mes antes de empezar a competir que ya no sigue conmigo. Pero afortunadamente, siempre tengo gente que me apoya y tocaba darle visibilidad e incorporarles en el mono. Esperé hasta el último momento, pero no pudo ser. Por suerte, mis suegros, la noche antes de competir, me trajeron un mono cualquiera que me envío Viator; para tener algo.
Aun así, una va teniendo experiencia e intenta que nada de esto me desconcentre ni me saque de carrera. Porque, a pesar de eso, por lo demás todo salió rodado en logística. Llegamos jueves a la isla. Hotel de lujo que nos pone la organización justo delante de la salida. Y eso, es media vida. “¡Muchas gracias!”, porque realmente fue un placer disfrutar de aquello. Pudimos ver el recorrido de ciclismo, donde comprobamos su dureza, no solo por el desnivel que íbamos a acumular, sino también por el calor y el viento que se sumarían a la fiesta. «Aunque a mí lo del calor, tengo que reconocer que me gusta». Pudimos preparar todo con calma y sobretodo, descansar y comer como reyes.
Yo estaba muy tranquila los días anteriores. Supongo que, al ser la primera prueba, era inevitable estar aún un poco fuera de juego. En parte me ayudaba a templar los nervios. También era de esas carreras que no tenía apenas presión, había mucho nivel. Es de las carreras más top que he hecho en cuanto a las rivales. Estaban las mejores del mundo. Primera competición con Daniela Ryf como rival, «bueno: de rival por decir algo, porque aquello es otra liga». Solo hacía falta pasearse por boxes, y ver las máquinas que llevaban, para darse cuenta del nivel. No me refiero a la marca, porque mi única no tiene nada que envidiarle ¡eh! Sino a las ruedas elegidas (lenticular, palos…), al desarrollo con platos enormes, al manillar… Y es que la bici de Natascha Badmann –una veterana de 50 años, varias veces campeona del mundo– no tenía manillar, solo acoples. Pero «¿Cómo podía ir así con este circuito que no tenía ni una recta? ¡Si yo apenas me acople 3 veces en los 90km! Y, ¿Cómo frenaba?». Alucinante, aún no sé cómo controlaba esa bici.
Yo iba hacer mi carrera, como siempre. Es cierto, que los medios comentaban el nivel que había: Daniela Ryf y Emma Pallant como favoritas. –Emma me sacó una minutada ya en Barhéin–, Natascha con su veteranía. Algunas caras y nombres que me sonaban como la que llegó a la T2 en Peguera conmigo, y sabía que en el agua me iba a meter minutos, aunque, si salía como en Mallorca, podría alcanzarla en bici y a priori yo también corría mejor. Sara como otra española, y que ya nos conocemos bien. Y muchas otras Pros que no conocía, pero venían también a dar guerra. Veríamos a ver si, a pesar del cartel, podíamos meternos en el top 5.
Por fin llegaba el día. Suena el despertador después de una noche con muchos ratos en vela, –inevitable–. Pones los pies en el suelo y ves que todo está en orden. No duele nada. Aunque la barriga algo revuelta y un poco de malestar, pero sabes que eso es parte de los nervios y algo habitual ese día. Aun así, te fuerzas por desayunar y seguir las pautas que me había marcado Marta, mi dietista de Kronosport, y que tan importante es tanto en carrera, con la suplementación, como en la dieta los días previos. Desayunar, ir veinte veces al baño, –también habitual– y bajar a boxes a prepararlo todo.
Todo listo a escasos treinta minutos de empezar la prueba. Tiempo de sobras para ajustarse el neopreno, calentar un poco y ponerse ya muy nerviosa. Es lo que toca. El agua estaba genial, 21 grados. Genial para mis manos y mis pies que no llegan a enfriarse, y eso me da subidón. Además, la temperatura ambiente también era muy buena. Me alegro de estar en Canarias, con ese clima tropical y no sentir ese frío que te desespera antes de cada carrera y aun te hace temblar más.
8.00 Salen los chicos pros y un minuto más tarde lo hacemos nosotras. Empieza la prueba. Hago una muy buena salida y me coloco rápido en cabeza sin ningún problema, ni golpe. «Que buena sensación». Aunque pronto me pasa una rival que, en menos de cinco segundos, se aleja sin más. Imaginaba que era Daniela. Ya contaba con ello. Pero en cuestión de segundos me pasan dos más. Que decepcionantemente. Se escapan tan rápido como la primera. Una vez más, pierdo cualquier estela posible y me quedo sola durante todo el sector de natación. Habrá que mirar el lado positivo y es que, por detrás, yo también estaba sacando ventaja respecto al resto.
La natación fue dura. A priori el mar estaba en calma. Pero, a medida que te ibas adentrando, el oleaje se hacía más intenso y, ahí, es donde empiezas a meterte en carrera. Ya no recordaba lo que era luchar contra el agua, nadar medio mareada, sin ritmo ni en la brazada ni en la respiración. No recordaba lo que era la falta de orientación cuando te quedas sola sin referencias y no encuentras fácilmente las boyas o el arco en la playa con el sol de cara. Además, el circuito de natación eran dos vueltas, con salida y entrada en el agua de nuevo. En la segunda vuelta me comí a todos los que venían de cara. Mucho estrés en esos 400 metros aproximadamente donde faltó alguna boya en medio para delimitar un poco el recorrido y evitar eso. Aquello fue “CanPixa”.
Fuera como fuese ya lo tenía y completaba la T1 en unos boxes desiertos. Vaya carrera me esperaba más sola que la una. Y nada más lejos de la realidad. Al ver en el primer punto de giro que las tres primeras andaban muy lejos y que por detrás también había sacado una ventaja considerable, al menos por el momento.
La bici fue muy muy dura. Tanto que se me fue atragantando más y más en cada vuelta y a punto estuve de tirar la toalla. No iba mal, pero tampoco iba bien, después de los primeros 10km de enlace, eran 4 vueltas a un mismo recorrido de 20km, 10 de ida y 10 de vuelta. Una carretera costera. Un continuo sube-baja donde no podías coger ritmo en ningún momento. Un circuito técnico con alguna curva cerrada que a mí también me penalizó y noté que perdía más tiempo en la bajada que en la subida. Suerte del cambio electrónico porque en este circuito fue clave.
En cada vuelta las piernas picaban más, el cansancio se acumulaba y, para colmo, el viento se iba levantando. Luché por seguir en carrera en todo momento y no oír lo que me decía mi cuerpo. La fatiga, el dolor del tibial anterior izquierdo que con tanta subida me estaba rabiando, el aductor que por querer corregir el dolor del tibial le estaba exigiendo de más y el “no puedo” que cada vez me gritaba más fuerte. Pero esto era competir. Esto era sufrir y luchar contra ello. «¿Ya no te acordabas de lo que era esto eh? ¡Bienvenida de nuevo Judith!».
Cuatro vueltas que se hicieron eternas. No solo para mí porque, por lo visto, Daniela se salió en la tercera creyendo que ya estaba. La única motivación era ir viendo en cada vuelta a Javi y podernos animar. Y escuchar que en la tercera me grita: «¡Esto es muy duro!». Es que realmente fue muy dura. 1.500 de desnivel acumulado. Mis tiempos de strava lo corroboran: primera vuelta: 32’33”, segunda: 33’16”, tercera: 34’28” y cuarta: 36’10”. Eso lo vi luego, aunque mi Garmin ya me enseñaba como cada vez bajaba más la media que pasó de ser de 34km/h, en la primera vuelta, a bajar de 31 en la última. Los watios también bajaban, a pesar de no trabajar con ellos en carrera, pero podía ver cómo iban disminuyendo. La fuerza achicaba.
No me hacían falta números. Mis sensaciones ya me lo decían. Eso, y el ver que las rivales de delante cada vez estaban más lejos. No fui capaz de acortar distancia ni si quiera con la chica que pillé en Peguera. Y eso también me desmoralizó. En cambio, a mí me dieron caza 3 rivales, Emma Pallant en la segunda vuelta, –aunque con ella ya contaba–. Y dos más en la última vuelta. Sintiendo la impotencia de no poder seguirlas porque ya no iba. Y es que fue en la última vuelta donde me desinflé, porque aún venían lejos. Pero en la última me recortaron toda esa ventaja. Tanto es así, que en la T2, veo que tengo pegada a otra rival que ni siquiera había visto. Aunque, para mi sorpresa, llevaba el dorsal rojo, el de grupo de edad y no era rival. Aunque me extrañó y me despistó un poco. No era normal si había salido tres minutos más tarde.
Más que despistarme me hundió en la miseria. Pero, lejos de abandonar, debía afrontar la media maratón con entereza y sacar fuerzas de donde fuese. Una media maratón de cuatro vueltas también y con sube-baja –por si no habíamos tenido bastante–, que empezaba con la rampa más dura y donde pude ver que dos chicos pros ya bajaban andando después de abandonar y donde la gente andaba debido al desaliento.
Me limité a correr. A no pensar en el dolor. Tenía la sensación de que estaba fuera de carrera, pero no iba a tirar la toalla. No quería mirar el reloj. No quería mirar tiempo. Total, con ese desnivel, tampoco importaba mucho. Vi que el top 5 se escapaba y estaba lejos, pero vi como Natscha venía cerca en el primer giro y me dije a mi misma que no podía perder más posiciones. Entonces empecé a correr, más y más rápido. Eran más las ganas de acabar ese infierno de carrera que el buscar algún otro objetivo.
Otro de los alicientes fue ver a Javi como empezaba a correr al pasar yo por la primera vuelta. Nos animamos una vez más y me motivé con ir a por él. Esperaba no hacerlo, sería buena señal para él. Pero en parte quería, aunque fuera para correr juntos.
Y ahí fue donde despegué las alas. No sé si fue ver a Javi, o los ánimos de los canarios situados en la primera rampa, lo que me hicieron volar el resto de la vuelta: “¡vamos mi ñiña!”, “¡vamos gitana!”, “¡Cómo va esa, tiene que ser Pro!”, “Carreron”. Eso era lo que escuchaba en cada paso y en cada vuelta con más emoción y fuerza que me hicieron acelerar el ritmo. –Muchas gracias–. Y es que la gente canaria es majísima. Gracias a ellos, y a los voluntarios del avituallamiento, porque fue la única animación de toda la carrera, exceptuando el paso por vuelta en la zona de boxes y meta que es donde estaba todo el mundo.
Segunda vuelta. Donde vi que tenía a Javi cerca y algo más lejos a dos rivales, pero con la sensación de que se iban quedando y yo en cambio empezaba a marcar un buen ritmo. Tanto fue así que alcancé a Javi en el paso por la segunda vuelta y le digo: «¡Voy a por ellas que están muertas! Engánchate a mí». Hasta yo me sorprendí de ese comentario en voz alta. Habló mi subconsciente. Pero lo dije, y me lo creí. Me lo estaba creyendo. Así que seguí corriendo cada vez más fuerte. Pronto noté como Javi se quedaba y muchos otros competidores que marcaban un ritmo inferior al mío. Yo no me creía lo que estaba pasando ni de dónde habían salido esas fuerzas. «¿Serán los 3 geles Recuperat-ion que me metí en carrera?». Fuera lo que fuese, cada vez corría más rápido, corrí los últimos 10 kms como si cada uno de ellos fuera el último. Viendo cómo iba recortando distancias. Cómo me iba creciendo. Cómo me sentía fuerte y encontraba esas buenas sensaciones que habían tardado 4h en llegar y lo hacían en los últimos 45 minutos de carrera.
En la tercera vuelta di caza a una rival (a la que llegamos juntas a la T2 en Peguera y que por fin pareció no resistirse). Ya estaba en el top 5 de nuevo. Javi, al verlo, me grita que siga a por la otra. No me lo podía creer. Pero, lejos de conformarme, en el paso por la última vuelta vi que tenía otra de las competidoras cerca (la que me había pasado en bici). Bueno…, tenía mis dudas de si estaba cerca, pero no iba a cesar de intentarlo. Solo la veía a ella. Fue mi obsesión hasta que la pillé. Y justo cuando la di caza, a falta de 2kms, me cruzo con Javi que, con un gesto de rabia y emoción, me grita satisfecho. Eso me emociona. Y sé que, tanto a él como a mí, nos sorprende mi capacidad de lucha.
Vuelo en el último km y lo disfruto al ver que ya no me sigue la rival a la que había rebasado un km antes. Lo saboreo satisfecha de la carrera que he hecho con las sensaciones que tuve en bici, con la dureza, con el cansancio. Me emociono al saber que: “a huevos, no me gana nadie”. Y que las carreras no se acaban hasta cruzar la meta. ¡Esto es competición!
Finalmente, quinta. Porque, la competidora que me adelantó en la T2, con el dorsal de grupos de edad, resultó ser Pro.
Top 5. Objetivo conseguido.
Jueves 8 de diciembre. Aterrizo en Bahrein para competir el sábado en el 70.3 de dicho país. Campeonato del Sudeste asiático, muchos puntos en juego y buenos premios económicos. Ese fue el argumento que me dio mi entrenador, Álvaro Rance, cuando me propuso que podía participar en él. Lo que no me dijo, es que el nivel iba a ser altísimo. Aunque, ni él ni nadie se lo imaginaba. Cantidad y calidad de pros como si fuese un campeonato del mundo. Pero…, había que estar ahí. Ya no me da miedo salir de la zona de confort, como dice Javi. Y mucho menos el competir con grandes rivales. Es lo que toca. Luchar con las mejores, ver dónde estamos y enfrentarse a las mayores adversidades. Está claro que todo el mundo se mueve y, aunque yo no me dedico a esto, no iba a ser menos. Costase lo que costase.
Horas de viaje, Jet lag, cambio de clima, de cultura, poco tiempo de adaptación, muchos cambios y mucho desconocimiento. Pero con la premisa clara de disfrutar de la experiencia. De sumar un viaje más a mi diario personal y una carrera a mi trayectoria profesional (sin duda cada vez más exigente).
La situación ya era rara –o muy diferente de lo habitual–, porque nunca antes había competido en diciembre (en plena pretemporada para mí). Cuando solo hacía dos meses que había finalizado la última competición y con solo dos semanas de descanso, me estaba poniendo las pilas para preparar esta carrera que, de por sí, iba a resultar ser toda una experiencia. El poco tiempo de margen, y un accidente en bici que me dejo un par de semanas sin poder cumplir con los entrenos, y lo peor, volver a coger miedo en bici, complicaban aún más las cosas y sabía que no llegaría al 100%.
Al llegar a Bahrein, las cosas no fueron fáciles. La logística de la prueba era complicada. El brefing era en el hotel donde se daría la salida de la prueba. Un hotel de lujo donde, obviamente, no estábamos hospedados; aunque digno de ver como todo el país y su cultura. La T2 era en la otra punta, a 50km en el Circuito Internacional de Fórmula 1 de Bahrein. Espectacular y donde tendríamos el privilegio de competir. Pero tanto ajetreo estresa y cansa. Además, el tráfico era denso y peligroso. Así que ni locos nos íbamos a poner a pedalear por esas carreteras. Dos días previos muy movidos donde la regla que me vino la noche del viernes y un malestar general que se sumaba a ello. Supongo que, por el cansancio, bajada de defensas y algo de frío que pillé al llegar, esperando que el clima fuese más cálido, lo acabaron de rematar.
No me gusta llorar, pero tengo que contar como fueron las cosas y las sensaciones previas que, sin duda, marcan la prueba. No solo a nivel físico, sino psicológicamente. A pesar de todo, seguía convenciéndome de que debía disfrutar de todo eso; de esas vivencias y de ver el despliegue de la prueba donde, el propio Príncipe de Bahrein era el protagonista principal (anfitrión y participante); seguido de los tres reyes del triatlón (los campeones del mundo: Daniela Ryf, Jan Frodeno y Javier Gómez Noya), los cuales iban a participar haciendo relevos y eso hacía mucho más emocionante tenerlos cerca y competir sabiendo que te iban a adelantar en cualquier momento. Aunque ya os adelanto que eso no llegó a pasar, jejeje. Frodeno, que era el que completaba el relevo con la carrera a pie, llegó pocos minutos detrás mío. Obviamente salieron más tarde y fueron a medio gas (si no…, de qué). Anécdotas que son las que te quedan para el recuerdo. Fueron muchas las que viví junto a Javi, Oriol y Silvia, de principio a fin. Y son las que completaban este viaje. Javi y Oriol también competían.
Llegó el día. Madrugón, o mejor dicho…, noche corta y en vela. Nervios al ver que el desayuno no nos lo servían a las 5h (como nos habían prometido la noche anterior en el hotel). Y más nervios cuando el taxi de las 5.30h que, con Oriol y Silvia (que se hospedaban en otro hotel cercano), nos tenía que venir a buscar, no aparecía. Sin wifi y en un país extranjero, con un idioma y cultura diferente, complica mucho más las cosas. Sin embargo, aunque con algo de retraso, se solucionó y nos dirigimos hacía el hotel de la salida.
Hora previa caótica y de máxima tensión como siempre, pero todo controlado. Una de las carreras más a ciegas que he hecho. No conocía nada de los circuitos (de ninguno de los tres segmentos) y sin hablar inglés, la falta de comprensión es aún mayor. Lo único que sabía, y contábamos con ello, era con el viento, aunque mucho más del que esperaba. Viento que, a pesar de ser un día soleado, y empezar la prueba a las 6.58h de la mañana, enfriaba el ambiente.
Chicas dentro del agua, esperando la orden del juez, y en pocos segundos arrancamos la prueba. Salgo fuerte para coger hueco. Hueco que, siendo tan alto el nivel y con esas competidoras, estaba difícil. Aun así, consigo ponerme en cabeza de un grupo que enseguida se divide en otro paralelo y que en la primera boya ya nos juntamos. Golpes, corriente y con un aire que levantaba las olas y que nos advierten, desde el principio, que hoy la natación no va ser nada fácil. Y, aunque me alegro de estar en el grupo de cabeza, y con varias rivales luchando juntas, me asusta el no poder nadar cómoda.
A mitad del recorrido acuático una de las rivales se escapa en solitario y el resto permanecemos juntas. Boya tras boya, siento, veo e intuyo que vamos todas juntas «hoy la prueba va ser interesante» –me digo por cómo se notaba el nivel–. Solo, hasta falta de una boya, vemos que una rival se escapa, pero no por delante, sino que se salta radicalmente la última boya y cruza una diagonal perfecta hasta la salida, recortando literalmente. Se esperaba que la descalificasen. Aunque, sin saber, ni poder ver quien era, sí que aprecié que salió del agua y siguió la prueba como si nada. Alucinante (más tarde, tras la reclamación de varias competidoras y del público, anunciaron que estaba descalificada, aunque desconozco de quién se trataba).
Natación completada y, por primera vez, salgo con un grupo de diez rivales para hacer la primera transición. Aunque pronto me quedé sola. Sí. Fui la más torpe y las más lenta de todas. Cogí la bici rezagada y, aunque rápidamente pillé a algunas, perdí la oportunidad de rodar en cabeza y poder intentar seguir una buena estela y; por qué no: disputar la carrera (al menos durante el segmento ciclista).
Pero el viento remató mi indignación cuando, en los primeros kilómetros, donde debíamos completar un bucle con giros y rachas de viento lateral, mi inseguridad y los bandazos que me daba la bici con la lenticular trasera y perfil 60 delante, hicieron que las rivales que tenía cerca se fueran alejando; demostrando una destreza mucho mayor que la mía. Una vez más tuve que pedirle a mí cabeza que me diera fuerzas para dominar la situación y controlar esos latidos que se disparaban por el miedo y no por el esfuerzo físico que, sin duda, no llegaba a alcanzar al tener que levantar el pie más de lo deseado.
A pesar de todo, los kms iban cayendo y, en el km 20, la parte más técnica ya estaba hecha. Aunque el viento seguía soplando lateralmente (unos tramos a favor y otros tramos en contra). Pensar que teníamos más de 40km/h. Venían 60kms prácticamente llanos donde la única motivación era pedalear con fuerza e ir intentando dar caza a las rivales que, a excepción de dos que adelanté en pocos minutos, ni si quiera las veía a lo lejos.
Fue una bici muy dura «¡Cómo odio los circuitos llanos!». Desgastan mucho muscularmente manteniéndote todo el rato sentado, acoplado y siempre en la misma posición. Pero, psicológicamente, aun te desgastan más. La lucha contra el viento fue odiosa. Mucha la tensión por aferrarte a unos acoples que parecían ser tu salvación a cada bandazo de aire. Bandazos de aire que se multiplicaba con más fuerza cada vez que nos rebasaba un vehículo grande; temiendo que el rebufo me sacara de la carretera al sentir que me hacía perder el control.
Circuito duro y aburrido en el que tocaba luchar contra uno mismo y buscar motivaciones donde, a medida que pasaban los kilómetros, eran más difíciles de encontrar. Me fueron salvando las ganas de seguir atrapando rivales a las que iba viendo a lo lejos. El afán por cogerlas me ayudaba a mantener un ritmo alto –hasta que mis piernas me pidiesen tregua–. Pasé a dos o tres, no más. Y veía que el resto (llegué a contar siete en los tramos que nos cruzábamos) estaban muy lejos de mi alcance.
Verte lejos de cabeza, aunque era lo que esperaba en esta carrera, y cansada de luchar contra el viento castigador, hicieron que los últimos 10 kms fueran eternos. Solo me compensaba mi lucha personal contra el Garmin donde no quería que la media bajara de los 40kms/h. Había conseguido, con mucho esfuerzo, subirla hasta ellos. Incluso llegué a ver los 40.1kms/h. ¡Que pasada! Bici rápida, aunque se me hizo eterna.
Sin embargo, cuando parecía que ya lo tenía, vino lo peor. Ya me dirigía hacia el Circuito Internacional de Bahrein, para completar los últimos 5kms del recorrido ciclista, y un fuerte dolor apareció en los aductores. «¡Maldita sea, para un día que no me molesta mis partes íntimas, ni roces, ni presión… me toca esto!». No era capaz de seguir pedaleando. Me puse de pie en varias ocasiones, intentando que bajara el dolor. Unas ganas de llorar, a la que se une una enorme frustración, cuando ves el final y no consigues alcanzarlo. Al menos el de la bici; el correr ya se vería. Luché por resistir ese dolor con la preocupación de no poder conseguirlo. Complete la vuelta al circuito sin poder disfrutar de esa experiencia. Esperando que cada curva fuera la última y viendo, ya sin importarme, como la media me iba bajando llegando a los 38.8kms/h.
Decepción por esa pérdida de tiempo, pero contenta por haber pisado suelo justo en la T2, y no antes. Tocaba calzarse las bambas y empezar un recorrido a pie de una solo vuelta, totalmente en solitario, por una carretera desierta que te llevaba hasta un parque nacional, aún más desértico, donde no vi ni a los animales (que se supone que habitan en él); a excepción de dos monos en su jaula.
Una carrera a pie donde no dejé que mi desazón frenase las ganas de correr y de convencerme que estaba haciendo una buena carrera y que aún estaba dentro del top 10. Un top 10 que vi peligrar en varias ocasiones con dos rivales que venían cerca y sin tener ninguna a la vista por delante para intentar darle caza y seguir estando en carrera.
¡Como es la cabeza! Empecé a correr los primeros 4kms rondando los 4’15-4’30 de media, sintiendo un fuerte dolor de barriga debido a la menstruación que me revolvió el estómago al empezar a correr. Creyendo que iba a llegar el día de verme con la obligación de tener que hacer una parada técnica. Y con la sensación de soledad total, en ese zoológico donde solo me acompañaba el pitido del Garmin en cada km y algún chico que me pasaba rápido (la mayoría corredores de relevos que salían frescos desde la T2). Pero de golpe, cambié el chip. Me convencí a mí misma que podía correr más rápido; como lo llevaba haciendo en las últimas carreras.
Y lo hice. La media fue bajando. Los kms empezaban a marcarme el 4 “pelado” en cada pase. Y yo, como si hubiera resurgido de no sé de dónde, me sentí cada vez más fuerte y rápida. Un poco estúpida por no haberlo intentado antes, pero contenta de estar haciéndolo en ese momento. Con la esperanza de ver alguna rival por delante y sintiendo como las de atrás ya perdían la oportunidad de pillarme. Con la única motivación de que cada kilómetro fuera más rápido que el anterior y que la media siguiera bajando. Incluso después de perder la ilusión de que algún animal apareciera en carrera, tal y como nos habían dicho. Aunque si os digo la verdad, no sé si prefería que no ocurriese eso. ¡Me cago!
Pues, sí. Alcancé a una rival en km 13. Y aunque aún quedaba mucho, el salir del parque marcaba que nos dirigíamos a la parte final de la carrera, donde el sol picaba fuerte pero el viento seguía engañando. Lugar en el que efectuábamos el último punto de giro antes de dirigirnos al circuito de nuevo para llegar a meta y donde pude ver al resto de rivales. Logré ver la cabeza de carrera. Tres chicas luchando por las posiciones de pódium que, muy aventajadas del resto ya lo tenían conquistado. Tres rivales más, algo rezagadas, pero muy lejos de mi alcance, y una corredora en séptima posición que, para mi sorpresa, andaba muy cerca mío. Eso me dio alas en los kilómetros finales y fuerzas para intentar luchar por subir una posición en la clasificación. Aunque no lo conseguí finalmente.
Logré mantenerme luchando hasta el final de carrera y asegurarme una octava posición de la cual me sentía más que satisfecha dadas las circunstancias. Y sobre todo, orgullosa una vez más de mi lucha y perseverancia en carrera.
Contenta de haber vivido esta experiencia. De haber participado en este triatlón con una esencia tan propia, y con un nivel tan alto, donde he visto que queda mucho por hacer si quiero estar luchando con las mejores del mundo. Pero, es que eso: se dice muy fácil cuando es mucho lo que he logrado. Y sin duda, después de esta carrera, estamos un pasito más cerca de mundial. El cual, cada vez lo veo más asequible si las cosas me siguen saliendo así.
No solo el resultado fue bueno para mí, sino que Javi había conseguido slot para el mundial en su grupo de edad. Por lo tanto, él ya tiene el pase asegurado. Ahora me falta a mí.
Ahora, desde el avión de vuelta, la madrugada posterior a la prueba, toca hacer balance. Un balance después de esta carrera y de un año excepcional, algo que era impensable para mí. Y aunque esta carrera ya pertenezca a la temporada que recién empieza, es la última de un 2016 lleno de éxitos deportivos y personales donde me siento muy orgullosa, y muy agradecida, de todo el apoyo y cariño recibido.
Gracias a todos.
Challenge Peguera, última competición de la temporada. El año no había podido ir mejor; muy regular. Con muy buenos resultados y con grandes carreras. Eso podría generarme presión, pero, lejos de eso, llegaba a Mallorca con la sensación de haber cumplido; como si los deberes estuvieran hechos. Hasta parecía que pudiera permitirme un fallo después de lo bien que me había ido todo hasta ahora.
Es curioso, pero esas eran mis sensaciones la semana previa a la carrera. No estaba tan nerviosa como en otras. No esperaba un gran resultado y no buscaba un objetivo concreto. Además, esa no era mi liga. No me jugaba puntos (busco la clasificación para el mundial en el circuito Ironman, independiente al Challenge). Obviamente, venía a darlo todo y luchar por estar en lo más alto. Además, después de la carrera de Lanzarote, me encontraba en buen estado de forma y con buenas sensaciones.
Ese estado tenía su parte buena –fuera nervios y fuera presión–. Aunque esa sensación, casi de pasotismo los días previos, tampoco me acababa de gustar. Me encontraba bien física y anímicamente. El parón de las dos semanas de vacaciones en Filipinas –el mes de agosto– me había cargado las pilas para esa recta final de la temporada y, sin embargo, mi cabeza me daba tregua para esta carrera. Era como si me preparara de antemano por si la carrera no me fuese bien (problemas técnicos, físicos….); eso siempre ayuda a que el bajón no sea tan grande. Aunque, por otro lado, fallar en la última, a pesar de haber tenido una temporada excelente, duele mucho y te deja un mal sabor de boca para todo el invierno.
Con todas esas sensaciones llegué el jueves a Mallorca, temprano. La idea era hacer una vuelta del circuito de bici ya que era un circuito muy técnico y va bien conocérselo. Pero la lluvia no nos deja y no nos queda más remedio que hacerlo en coche. Un circuito en el que tienes que estar muy pendiente en todo momento. Hay muchos giros. Te metes por zonas rurales y por pueblos donde hay muchos badenes, baches, alcantarillas… Un recorrido no muy duro, pero exigente. Con un constante sube y baja que no te permite rodar fuerte durante un tramo largo.
Me quedé con un plus de confianza después de ver el circuito y no ir tan a ciegas, pero con mucho respeto porque no era nada fácil. Era muy técnico y ya sabemos que la técnica no es mi fuerte. Además, hacía dos años que competí aquí y no disfruté. Recuerdo haber ido con mucho miedo, muy pendiente de la carretera y sin poder coger ritmo en ningún momento. Eso aún pesaba en mí y, aunque me seguía dando respeto el circuito, esperaba sentirme más cómoda y más segura que la vez anterior y poderle sacar un poco más de jugo a ese sector ciclista que es donde debo sacar minutos si quiero luchar por la carrera.
Viernes ya. Día previo a la carrera. Parece que la lluvia nos da tregua, pero hoy es el viento el que tiene ganas de guerra. Salgo a rodar 20-30’ para probar la bici y activarme un poco. Javi alarga un poco más. Aquí cada uno usa su propia táctica y busca sus sensaciones el día previo. Aunque esas sensaciones, el día antes, nunca son buenas. Es curioso. Te sientes lento y pesado, pero es algo común, así que lo tomo como “parte del juego”. «Malo será el día que me sienta bien el día previo. Je,je». Lo importante es que la bici va bien. Como siempre, hay percances, y el jueves, al llegar y montar las bicis, se rompió el obús de una rueda, pero pudimos arreglarla esa misma tarde –bueno, nosotros no, un mecánico de bicis–. Esto siempre pasa al salir de casa para competir. Uno se acostumbra.
Lo de la rueda fue un imprevisto, pero lo de las zapatillas no. Aún no había pegado las plantillas. Quería arreglar el problema para que no se me volvieran a ladear mientras corría. Salgo a trotar 10’ después de probar la bici y la idea era comprar pegamento en el super, pero justo vi un zapatero y, por suerte, me las pegó al momento. Bueno, me pidió 10’, así que, me fui a duchar descalza y después volví a por ellas.
Con todos los problemas técnicos arreglados, cogemos todo y nos vamos para Peguera (dormíamos en Palmanova en casa de unos primos de Javi. Gracias por la hospitalidad). Como es normal, el día previo toca: reunión técnica, prensa, dejar todo el material… Empiezo a ver rivales, aunque a excepción de las dos españolas, Sara Loehr y Anna Noguera, no conocía a nadie. Sara, al haber ganado el año pasado, era la gran favorita; y un par de extranjeras, que ni les ponía cara, ni nombre. Yo seguía en mi actitud de “0” presión y poco me importaban las rivales. Yo a lo mío como siempre.
A las 16.30h ya lo teníamos todo listo y por fin vamos a casa a descansar. Relax total. Piernas en alto, hidratarse, comer bien y concentración para la carrera. Tarde tranquila y una noche previa que, sorprendentemente, duermo algo más de lo normal.
–Ahora sí que sí–. Como siempre pasa cuando llega el momento. Una hora antes de la carrera, y ya en boxes preparándolo todo: ¡Qué fallo! La noche anterior había llovido y las botas de bici, y los calcetines, que había dejado en las bolsas de transición, estaban chorreando. ¡Uf! Aunque por suerte traía calcetines de recambio. Pero para mayor suerte, no dejé las newton. A nadie le gusta ir con los pies mojados, pero yo, con el frío que paso siempre en los pies, todavía menos. Hacía frío a esa hora de la mañana. Tanto que nos anuncian que finalmente se permite el uso del neopreno. Había bajado mucho la temperatura, y más con los días de lluvia. Para el día de hoy daban sol y calor. «Mejor» pensé. Y poco viento «¡Genial!». Con lo que habría que lidiar era con la mala mar que teníamos y en bici con una carretera mojada. Eso sí que no me gustaba nada.
Todo listo y preparada en línea de salida. Último abrazo a Javi. Concentración a tope y nervios templados «¡qué raro!». Y Por fin… suena el bocinazo que nos da la salida. Empiezo bien. No era una entrada fácil con esas olas pero me pongo en cabeza con dos más. Suerte de eso, porque las olas no nos dejan ver las boyas, así que, entre una y otra, nos vamos guiando. Parece que nos desviamos porque los árbitros nos pitan y, por suerte, viene una canoa a darnos algo de indicaciones. «Gracias, no tengo ganas de nadar más de la cuenta con este mar». Aunque la primera se escapa, y la canoa con ella, yo me quedo con otra rival y, cuando llegamos al punto de giro, veo que además de las olas, que nos vuelven a quitar referencias hacia las boyas de vuelta, el sol matutino no me deja ver nada. Pérdida y luchando con el oleaje, como el resto, imagino, no me vengo abajo. Nado con fuerza para no perder segundos con ese despiste y veo que hasta me alejo un poco de mi perseguidora. Por fin puedo buscar referencias en la línea de costa y poco a poco voy viendo el arco de salida en la playa. Así que nado fuerte hasta él.
Primer sector completado «una cosa menos». Acabé algo borracha de tanta resaca marina. Aun así, hago una transición rápida dejando atrás a mi perseguidora en el agua y sin ver más rivales cerca. «Vamos Judith. A por la bici» me ánimo a mí misma. Las sensaciones al principio malísimas; pulso alto y piernas engarrotadas. Decido poner plato pequeño para no destrozarme muscularmente en los primeros kms que ya tienden a subir. Por suerte, esas malas sensaciones también las tenemos todos. En eso es en lo que hay que pensar para no venirse abajo.
Empieza la bajada y la parte técnica del circuito donde entramos ya en algún pueblo. Con poca chispa y mucha precaución le digo a mi cabeza que hoy no valen los miedos; aunque me cuesta convencerla. Mientras sigo rodando, y llegando al punto de giro, veo que la primera ya vuelve. «bueno, no está tan lejos». Eso me da confianza y aprieto. Y más cuando, una vez giro, veo que el resto de rivales no vienen lejos. Primero la tercera, que salió conmigo del agua, y luego un grupo de unas 6 triatletas donde estaban Sara y Anna. Por cierto, vaya punto de giro: 180 grados de golpe en mitad de una carretera estrecha y con muy poco margen de maniobra. Por los pelos de irme al arcén de tierra, pero lo salvo ¡rezando! Lo peor era que tenía que volver a pasar por ahí.
Antes de encarar el desvío veo a Javi. –Je,je,je, le dije que no nos veríamos, que yo iría más rápido que él–. «¡Qué bien cariño! Seguro que vas pensando lo mismo». No es por quitarle mérito a Javi, pero pensé que yo podría estar perdiendo tiempo al ser un circuito tan técnico y mi excesiva prudencia por miedo. Pero, a pesar de eso, en el siguiente punto de giro (este por suerte más asequible) vi que la primera estaba cerca. «¡La tengo a tiro! O al menos a la vista». Me convencí a mí misma y, cuando parecía que me estaba acercando venían un par de curvas o giros y se me escapaba de nuevo. «¡qué mala soy, por Dios!». Eso me frustra mucho en carrera, pero lejos de venirme abajo pedaleo más fuerte. Hasta que en mitad de la segunda vuelta por fin la alcanzo y la adelanto. Nada fácil por eso. Tuve que levantar el pie y desistir varias veces para respetar la distancia.
Le adelanté justo antes del giro peligroso –que ejecuto algo mejor–. «¡Uf! Ahora sí. Prueba superada». Me fue bien colocarme delante en ese tramo técnico, así no se me escapaba. De vuelta, veo a cuatro perseguidoras donde está Sara; creo que más o menos a la misma distancia que antes y me lamento a mí misma de ver que no he podido ampliar ventaja. Lo corroboro cuando veo a Javi en el mismo sitio. Que bien, él estaba volando. Este circuito es bueno para él y además va motivadísimo con su lenticular.
En el siguiente punto de giro veo que sí, que he ampliado ventaja. En ese paso ni las veo antes del desvío. «Bien, así sí». Plus de motivación para el último tramo de bici que siempre se empieza a atragantar y que, entre eso, la lucha con mi rival –con un par de adelantamientos mutuos– y el circuito tan técnico que te hace estar concentrado al 100%, hace que la bici se me haya pasado rapidísimo. Bueno, es que fueron 2h35’sólo y eso es rápido.
T2 más rápida aún que la primera y me pongo a correr en solitario. ¡Guau! No quería que la emoción me embargara tan rápido, pero el griterío del público al ponerme a correr primera y el de la misma organización que lo anuncia por megafonía, hace que salga volando. Y, por si me faltaban alas, ahí sí que alucino, al ver a mis suegros allí. Habían venido desde Barcelona a vernos por sorpresa. ¡Muchas gracias! Se me hizo un nudo en la garganta. Je, je. Así no se puede correr, no es sano.
Parecía que no solo era la emoción lo que me hacía correr tan fuerte, sino que el cuerpo me respondía y la euforia y las ganas de seguir liderando esa carrera –si era posible– hasta meta. Porque soy consciente de que tenía rivales muy fuertes detrás y estoy acostumbrada a que me rebasen corriendo, pero deseaba que llegará el día que eso no pasase, que pudiera liderar la prueba hasta el final y por qué no… Ese podía ser el día.
La verdad es que el ver desde la primera vuelta que mi más cercana perseguidora se quedaba rezagada, y que la ventaja con el resto era amplia, me daba confianza, pero eran 4 vueltas y aún quedaba mucho. Mi ritmo era alto y no quería bajarlo, pero reconozco que desde la segunda vuelta empecé a tener amagos de rampas en los cuádriceps. ¡Uf! que miedo me dio empezar a sentir aquello. Aun así, mi cabeza no quería escucharlo. Quería seguir corriendo tan rápido como lo estaba haciendo y procuré beber bien, acortar el tiempo de los geles que llevaba y añadir uno extra de los avituallamientos para el tramo final.
La anécdota fue que cuando me lo fui a tomar en mitad de la tercera vuelta, buscando ese último plus de energía que ya tenía bajo mínimos, no sabía cómo se abría. Un formato diferente a lo común y no veía como era el sistema ni por donde abrirlo. Había oído hablar de ellos y cómo se hacía, pero no era capaz. Apunto estuve de peguntar a alguien, pero por fin lo conseguí. ¡Uf! Ese momento fue el más duro, a mitad de la penúltima vuelta, en el km 14 aproximadamente y era cuando empezaba a venirme abajo. Se me empezaban a ir los ritmos. Notaba ese sudor frío y esa flojera que te empieza a invadir. Aunque, por suerte, las rampas no aparecían y pude seguir corriendo decentemente.
Ahí es cuando te empieza a entrar el pánico, cuando crees que te van alcanzar tus rivales porque la fatiga ya hace mella –con lo que duele que te pasen el parte final después de todo lo que has luchado–. Pero haciendo uso de la razón, en el giro me puse a controlar lo que le llevaba a mis perseguidoras y calculé que a Sara Loehr, que ya se había puesto segunda, le llevaba unos 4’, pero con la italiana muy cerca, detrás de ella, con un ritmo altísimo y muy superior al mío.
Última vuelta de infarto. 5 largos kms donde ya solo luchas con el corazón. Aunque la razón quiere convencerte de que tienes ventaja suficiente para llevarte el triunfo y tu cuerpo te intenta convencer para no tirar la toalla, las piernas ya no van y la respiración tampoco.
Sufrí mucho, pero vi la luz. Pisé la alfombra roja. Escuché y disfruté los gritos del público y saboreé una llegada a meta soñada. Un triunfo inesperado pero merecido. Esta carrera fue mía, me la había ganado.
Broche de oro a una temporada de ensueño donde solo tengo palabras de agradecimiento para todos los que me habéis apoyado. Para todos mis sponsors que me han ayudado a llegar hasta aquí. A mi trabajo, donde me han puesto todas las facilidades necesarias para que pudiera competir. A mi entrenador, Álvaro Rance, por sacar lo mejor de mí. A David y a Juanjo que han dedicado horas a ayudarme desinteresadamente. Y por supuesto, a mi familia, que nunca me falla. Y en especial a Javi, que vive y sufre su carrera y la mía. Gracias.
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