La carrera de Zarautz empezó justo al acabar en Samorin. El querer recuperarme en tan sólo una semana, acabó siendo una prueba de fuego.

Eran tantas las ganas de volver a Zarautz que, el mismo lunes, ya creí sentirme más recuperada que nunca. Pero, en cuestión de horas, la cosa cambió por completo. Empecé a encontrarme mal. A dolerme la garganta. Cogí frío de los aires acondicionados y los cambios bruscos de temperatura. Imagino que mi cuerpo, bajo de defensas, contribuyó a que pillara un gran trancazo. Pasé de la euforia a la decepción en un solo día. De golpe me encontré metida en la cama con la impotencia de no poder hacer nada al respecto. Digo nada porque, expuesta a los controles antidoping, no sabía ni que era lo que podía tomarme.

<Mejor no tomes nada. No te arriesgues> Esa fue la respuesta de mi entrenador al preguntarle, desesperada, si al menos podía tomarme un iboprufeno. Así que estuve a base de propolio. Lo hice para aliviar el dolor de garganta, y dormir todo el día esperando a que, en cuestión de días, mi cuerpo recuperase su estado normal. Pero los milagros no existen. Y por más que yo quisiera estar al 100%, no lo conseguí. Al menos rasqué un 50% de fuerzas que me llevó a querer estar en la línea de salida a pesar de las consecuencias.

No me gusta quejarme. Al menos de puertas para fuera. Ni os voy a describir la mala sensación de estar metida en la cama hasta el día antes, sin saber qué hacer, y ver como tu objetivo pasa, de querer ganar una carrera, a querer, al menos, estar en ella. Pero, si no os explico esto, no sería una crónica real. Además de que fue el desencadenante de todo. Me arriesgué a competir. No quería dejar de intentarlo a pesar de las consecuencias. Se lo debía a la organización, que un año más me habían invitado. No podía faltar, y menos, después de saber que la gente se pelea para conseguir una inscripción que se agota en menos de un minuto.

    

Sábado. 14.00h. Arranca la competición desde la playa de Getaria. Empiezan los casi 3 km de natación que nos separan de la playa de Zarautz y consigo aguantar los pies de Helena Alberdi (Una nadadora excelente que iba a marcar el ritmo en este sector y que para mi sorpresa pude aguantar su estela). Una gran natación detrás de su fuerte batido de pies que me guiaron continuamente y que me hicieron disfrutar de esa bonita, pero dura natación. Solo la perdí a falta de un 1 km donde ella se desvió hacia la derecha pegándose a las rocas. Aun así, llegó antes que yo a la última boya y se me alejó un poco. Lo peor fue el tramo final. Con mucho oleaje y una gran resaca. Pero, después de llevarme un buen revolcón con la primera ola, que me pilló desprevenida, con el resto, me dejé llevar medio surfeando y hasta disfrutando como una niña.

Prueba superada. Natación hecha. Con el objetivo más que cumplido (poder seguir a Helena y aventajarme sobre el resto). Lo que nunca pensé que tanto. Conseguí sacarles a Saleta y Brea cinco minutos. <¡Qué pasada!>.

             

Empiezo la bici con mucha cautela sabiendo que mi estado de forma no era el mejor, pero eufórica por irme encontrando bien y estar, en ese momento, liderando la prueba con autonomía. Decidí controlar y hacer la bici más conservadora de lo que lo he hecho nunca. Disfruté de esas dos primeras vueltas donde iba recordando el circuito. Me sentía ágil, cómoda y con fuerzas (a pesar de todo). Me estaba guardando un par de puntos y aun así estaba siendo muy superior al resto. No solo lo comprobé con las chicas, sino que me adelantó Cesc en el inicio de la primera vuelta y Gus no me pasó hasta veinticinco kilómetros después. Y ningún chico más hasta los últimos 6 km de ciclismo (para ser exactos, sólo dos más). Eso nunca fue así en las dos ediciones anteriores. Pero, cuando más bien me lo estaba pasando, llegó el momento más duro. Por sorpresa y sin previo aviso.

     

El segundo paso por Zarautz es uno de los momentos únicos de esta carrera. Un cordón interminable de gente, que te grita y te aplaude, donde es muy difícil controlar la emoción. Y más cuando sientes que estás volando sin gran esfuerzo. Y sin desgastarte, sabiendo que, tú batería, hoy, está medio cargada. Con la cabeza fría, e intentando controlar la situación, no puedo evitar emocionarme cuando veo a Javi y Aída y me cantan que les llevo diez minutos a mis rivales. <¿Qué? No puede ser. ¡Qué pasada!>. Madre mía. Si es que…, ni en el mejor de los sueños. Pero aun así, yo, conocedora de mi debilidad, no quería hacerme ilusiones. Sin embargo, sí que me podía permitir el seguir regulando para no desgastarme más de la cuenta, ya que, de momento, la cosa iba muy bien.

Iba muy bien. Hasta ahí. Llegué, al temido muro de Aya, más fresca que ningún año. Empecé a subirlo con pausa, pero con ganas y todavía con fuerzas a nivel anímico. El calor empezaba a hacerme mucho daño y a castigarme mucho en la subida. Notaba como no paraba de chorrearme, literalmente, el agua por todo el cuerpo. Poco a poco iba avanzando y superando la parte más dura de toda la carrera. Parecía que lo tenía, que coronaba Aya, cuando, de golpe, noto como, mi cuádriceps derecho, se empieza a enrampar sin poder controlarlo. Pedaleando, y solo haciendo fuerza con la izquierda (para por lo menos llegar arriba), provoco la misma reacción en el otro cuádriceps y a duras penas consigo salvar el ascenso.

Todo se me desmoronó de golpe. Cuando creía que iba mejor, y que estaba salvando la prueba, todo se fue a pique. Miedo de no llegar ni a la T2 e impotencia de no poder controlar esas rampas a pesar de sentirme bien. Quería buscar un por qué: el calor, la falta de hidratación, el sobreesfuerzo−<¿No será por el simple hecho de que estás mala Judith?> me preguntaba a mí misma. Pero, en ese momento, a mí eso no me servía de nada. Diez kilómetros de auténtico infierno donde recé en cada pedaleada por controlar esas rampas dejándome llevar en las bajadas. Mínimo esfuerzo en el llano y agonía en las subidas. Notando como se iba endureciendo y subiendo la pierna. Rompiéndose fibras y agonizando por el dolor. Lo peor fue el no poder disfrutar de la subida a Txurruka donde solo pude cerrar los ojos e implorar que mi cuerpo, por lo menos, me acompañara hasta arriba. Lo conseguí gracias a un público que se deja la piel mientras tú te retuerces en la última subida.

Todo cambió en ese momento. Llegué a la T2 con lágrimas en los ojos y viendo que mis piernas ya no respondían. Solté piernas antes de calzarme las bambas, pero nada podía aliviar los calambres. Sabía que me podía pasar. Que, en ese estado, no fuese capaz mi cuerpo de soportar un esfuerzo tan grande como el de un half tan duro. Pero no quería tirar la toalla. Lo tenía que dar todo hasta desvanecerme.

Veinte kilómetros muy, muy largos. Marcados por un gran dolor en las piernas y en el estómago que se me revolvió todo. Con ganas de vomitar, mareos, vista borrosa y, para colmo, las plantillas de las bambas que se me ladearon una vez más. Yo agonizaba. Solo pensaba en avanzar, aunque parecía no poder hacerlo. No sabía si corría. Únicamente me dejaba llevar tratando de acabar con ese sufrimiento, pero tenía que hacerlo en la línea de meta, y no antes. Sabía que la primera posición se me estaba escapando con Brea, que sé que corre muchísimo y que estaba recortando una distancia que parecía insalvable para todos, menos para mí viendo mi estado físico. Finalmente, sin poder hacer nada más que felicitarla, me dio caza a falta de poco más de dos kilómetros para meta.

    

¡Llegué!. En Zarautz era imposible no llegar a meta. Lo hice en una meritoria segunda posición, a pesar de todo. Quise disfrutar de los últimos metros y de la entrada a meta saboreando la singularidad que te brinda correr en Zarautz con todo el mundo entregado en la calle. En ese momento sabía que eso no podía perdérmelo. En ese momento comprobé, una vez más, que ese es uno de los momentos más mágicos que puede vivir un deportista, correr en Zarautz. Y solo por ese momento, donde todo lo demás pasa a un segundo plano (posición, resultado, tiempo, sufrimiento…), solo por eso, valió la pena competir.

    

Si hubiera venido a ganar, no estaría aquí. Pero, tengo la gran suerte de amar este deporte y ver más allá de una victoria. Hago esto porque me gusta, porque me apasiona, es porque es mi hobbie y no mi profesión. Me hubiera arrepentido mucho de no haber corrido este sábado. Me siento orgullosa, una vez más, de mi lucha. De no tener miedo a nada ni a nadie.

     

Me quedo con la frase de mi entrenador al acabar la prueba (que también corrió): <“Si te digo la verdad, nunca creí que serías capaz de hacer lo que has hecho con el tute que llevas y la semana que has pasado”>

Si puedo, volveré el año que viene. No a buscar la txapela, sino a para volver a vivir, de nuevo, la carrera más impresionante que existe. Para volver a disfrutar de un fin de semana en compañía de mi pareja y de mis amigos y de volver a vivir esos grandes momentos que me llevo de este fin de semana.

    

 

Pues aquí estoy escribiendo la crónica de mi primer mundial. Una de las que más ilusión hace y sé que muchos la esperáis. Seré breve e iré al grano que no quiero alargarme mucho. Además, los precedentes a la carrera suelen ser muy parecidos, aunque cambiando el escenario.

Reconozco que la semana previa fue dura, me encontraba muy cansada y muy baja de fuerzas. Imagino que parte de la culpa era del calor que estaba haciendo. Solo quería dormir y descansar y a duras penas iba sacando los entrenos. No me preocupaba entrenar bien, esa semana no importaba, pero sí llegar con fuerzas a la carrera. Tanto era el cansancio que llegué a plantearme si era mejor no ir. Por suerte, poco a poco fui encontrándome mejor y llegué a Eslovaquia con ganas y con fuerzas para disfrutar de este gran evento que valía la pena vivir.

Quitando la logística del viaje: llegar a Viena, coger coche y conducir hasta Eslovaquia; y los traslados de Samorin al pueblo donde dormíamos, que estaba a treinta minutos de trayecto, la cosa fue bien. Exceptuando la noche previa que, si ya cuesta dormir, una boda celebrada en la pensión donde nos alojábamos, nos fastidió la noche. La música y la juerga no cesaron hasta las tres de la mañana. Eso fue lo peor de todo el fin de semana, con diferencia. Es que hospedarse en el X-Bionic, lugar donde se celebraba el evento, era descomunalmente caro. Un complejo deportivo espectacular que aún le dio mayor magnitud al evento.

Yo había venido a Samorin con la idea de disfrutar de todo aquello: ver el nivel que había, la cantidad de Pros de todas las distancias y nacionalidades, el ambiente espectacular, la organización de diez, todos los preparativos, el despliegue de medios…; aquello había que vivirlo. Y lejos de pensar en un resultado, quería saborear mi primer mundial y valorar que era una de esas pros que estaban allí y que tanto mérito tenia. Los pronósticos se los dejaba a los demás y aunque algunos confíen mucho en mí y esperaban que estuviera delante, yo venía a por el top10 que, siendo realista, era el objetivo y un gran resultado.

Llegaba el día de carrera. El calor apretaba fuerte desde primera hora de la mañana y hasta se agradecía meterse en el agua del Danubio a 18 grados de temperatura para refrescarse y calentar un poco. Las sensaciones eran buenas y los nervios controlados. Tenía ganas de luchar más que nunca, aunque sabía que iba a ser una de las pruebas más difíciles. Y desde el principio se iba a imponer un fuerte ritmo con corredoras que marcarían la diferencia.

Efectivamente, arrancamos la prueba y varias nadadoras se ponen en cabeza. Trato de no perder comba e intento buscar esa estela que empieza alejarse. <Hoy la natación va a ser divertida>, pensé en los primeros metros. Consigo enlazar con ese grupito que pronto se convierte en una fila de uno, menos en mi puesto donde parece ser que me tocaba compartir posición. Una rival que lejos de colocarse delante o detrás, como todas, se queda pegada a mi impidiéndome nadar cómodamente, con enganchadas constantes. <Ves cómo iba a ser divertida>. Suerte que al menos la tenía a la izquierda y podía respirar con facilidad. El intentar despegarme de ella y no perder el grupo me llevó a dar un punto más, el último que me quedaba. Pero dio resultado, conseguí deshacerme de ella y engancharme a tres nadadores que llevaban un alto ritmo, aunque no era el grupo de cabeza. Me costó seguirlas, pero sabía que era clave hacer una buena natación para poder tener referencias en bici. Aunque de poco me sirvió luego.

Salí del agua exhausta. Me temblaban las piernas. Pero contenta de la buena natación que sabía que había hecho, al menos por el mero hecho de haber aguantado a ese segundo grupo. Y más al ver que una de ellas era Ane quien ganó en Rímini y me metió más de 1’30 en el agua.

Transición muy larga, que lejos de coger aliento, me quita el que me quedaba, pero lucho por no perder esas ruedas. Séptima – me cantan – a 3’30 de la cabeza de carrera. <¡Uf! Eso era mucho tiempo ya, y eso que había nadado muy bien>. El único consuelo fue saber que esa cabeza de carrera era donde estaban las favoritas y el haber salido más cerca, tampoco se hubiera significado nada. Me centro en lo mío, en no perder ese grupo, aunque alguna se descuelga en los primeros kilómetros y también nos alcanza otra rival que nos adelanta rápido. Su actuación provoca la reacción de las dos corredoras que tenía delante. Y yo, como si fuera una espectadora, veo como impotentemente se distancian cada vez más en los primeros 10 kilómetros de ciclismo.

Ahí empezó mi calvario. Lo que me temía. Una bici totalmente en solitario, durísima por el calor y por el terreno totalmente llano. Sí, sí, durísima por el llano, es lo peor, al menos para mí. Rodar en la misma posición desgasta muchísimo, no solo físicamente sino el factor psicológico es el que más queda dañado. Molesta el culo, las cervicales, duelen muchos las patas…pero lo más duro es mantener esa concentración de pedaleo continuo, de querer imponer un fuerte ritmo y de no querer bajar la media ni un solo punto. Una bici con un recorrido sin pena ni gloria, en un terreno completamente árido donde la única distracción fue llegar a los 3 avituallamientos del recorrido y los 10kms antes del giro pegados al Danubio donde el asfalto era malísimo y tocaba concentrarse para evitar todos aquellos baches y surcos marcados con grafiti. Lo único que conseguí al pasar por allí fue una ampolla en el dedo de cogerme tan fuerte al acople y ver como la media me había bajado más de un punto y medio. Lo más triste fue, incrédula de mí, creer que llevaba el viento en contra, poco viento hacía, pero eso poco creía era en contra. Pues lejos de mi ignorancia, rápido supe que estaba equivocada. <Qué horror por Dios, esto está siendo un suplicio>. Quería llorar, quería tirar lo toalla, no sabía que motivación darle a mi cabeza, lo intenté todo: buscar una distracción jugando con los kilómetros que llevaba y me quedaban, buscar algo positivo a esa soledad y valorar positivamente el hecho de que al menos no me había pasado nadie más, ni Emma Pallant que la esperaba desde hacía rato, ¿o habría nadado más rápido que yo?. <No eso no te ayuda Judith, piensa en otra cosa>.

No os exagero, es la bici más dura que he hecho nunca, y la peor. Más de dos horas de soledad con una interminable lucha interna. La cabeza pudo conmigo, la fatiga me vencía y las ganas de levantarme del acople por la tensión cervical también. Intenté no desistir, pero desde el km75 solo pensaba en llegar a la T2, en bajarme de la bici, en acabar aquella pesadilla. Solo me salvó el empezar a ver a los grupos de edad que comenzaban la bici y encontrarme a un pro que iba peor que yo y pasé rápido. Descontando los kilómetros como único aguante y sin ganas ya de pedalear, me alcanzó una rival. Lejos de lamentarme, hasta se lo agradecí, fue un último revulsivo para llegar hasta boxes con un ritmo algo decente y al menos distraer la mente esos 8kms finales de ciclismo.

Nada estaba hecho. Quedaba correr 21kms muy baja de fuerzas, hundida de moral y bajo un sol abrasador que fue fulminando a los corredores con retiradas constantes y cadáveres andantes. Suerte que tuve a Javi animándome, si no es por él y por todos los que sé que me estabais siguiendo en directo y que Javi me nombraba al pasar, no hubiera aguantado. Corrí por él, por mi familia, por mi entrenador, por mi gente y por vosotros. No creía que fuera capaz de hacerlo por mí misma.

El peor momento lo tuve antes de llegar al km 2. Justo venía el primer avituallamiento y estaba muerta de sed, pero necesitaba tomarme un gel ya. A ver si esa inyección de azúcar me ayudaba a levantar los pies y el ánimo. Pero con la boca tan seca y el aire tan justo, se me va por el otro lado y noto como me ahogo. El ácido del gel me escuece en la garganta y presa del pánico me paro y levanto los brazos pidiendo ayuda, pero allí no había nadie. Nerviosa del susto, intento tranquilizarme y parar unos segundos hasta que consigo que el aire vuelva a mis pulmones y retomo la carrera. <No Judith, no vale la pena, acaba con esto, no tienes necesidad de sufrir así>, me gritaba mi subconsciente. Por un momento me daba igual todo: el mundial, el top 10, el resultado, mi orgullo…Pero había algo que no me daba igual, y es que Javi había renunciado una vez más a sus entrenos, a su rutina para estar ahí conmigo. Si por alguien debía luchar y acabar era por él. Ese pensamiento fue el que me mantuvo en carrera, me lo repetí una y otra vez y me reafirmaba cada vez que me cruzaba con él. El ritmo no me importaba, solo sobrevivía.

Me bajé a correr décima enganchada a la novena y con la onceaba pegada a mí, a escasos treinta segundos. Supe que me iba a pillar dada mi condición, pero Javi me gritaba que luchara por el top 10. Debía hacerlo. Y lo hice. Una primera vuelta algo contrariada con mi debilidad y mi sufrimiento, donde me dediqué a aguantar un ritmo constante viendo cómo se alejaba la novena y se me acercaba la onceaba. Pero en el momento que más cerca la tenía, por fin, volví a ser yo, y me dije que no podía echar a perder ese top 10 tan valioso en mi primer mundial. Apreté, mejoré ritmo, no mucho, pero lo suficiente para marcharme de mi perseguidora y demostrarle que ese puesto era mío. Estaba terminando mi segunda vuelta, estaba corriendo, luchando de nuevo. Y Javi debió verme tan bien que me grita: Bien cariño, muy bien, venga que la Vodickova va muerta. <¡Uf! ¡Y yo! No te jode> -. Porque no tenía aliento, sino le envío a freír espárragos. <¿Que no ves cómo voy cariño?> pensé. ¡Pobre! No sé si fue la rabia de ese comentario que hasta pareció dolerme, pero aumenté más el ritmo, 5km para el final de la carrera y empecé a correr como si fuera el sprint a meta, me crecí.

Aún no sé ni cómo ni porque lo hizo porque realmente no creía que podía pillar a Radka quién iba todavía en octava posición la última vez que me crucé con ella y a bastante distancia. Pero debía intentarlo. Javi me lo decía por algo. Así que seguí corriendo fuerte, comprobando como efectivamente Radcka ya había pérdida su octava posición y corría perjudicada. Estaba aún lejos, pero quería intentarlo. Me puso a 3’50min/km para mi sorpresa y eso aún me motivo más. Me olvidé de los avituallamientos para no perder ni un segundo, aunque estaba muerta de sed, pero podía aguantar. La empecé a ver, le iba recortando. ¡A quince segundos!, me canta Javi emocionado a poco menos de 2km para meta. Y la alcancé, la pasé justo delante de Javi viviendo el momento más emocionante de la carrera. Y saboreé un último kilómetro de una de las carreras más sufridas que nunca creí acabar.

Lloré mucho al cruzar la meta, quería hacerlo para sacar toda esa agonía vivida. Una carrera con mucho desgaste psicológico que me hizo sacar lo peor de mí, pero si algo saqué bueno, fue una vez más la lucha, la tenacidad y la constancia. Muchas lecciones me dio esta carrera. Una vez más, la media distancia la gana la psicología.

Fotos de James Mitchell