CAMPEONATO DEL MUNDO TRIATLÓN LD UTI

Empezaba una última aventura y, esta vez, lo hacía viajando en solitario. Era lo mejor para todos. Por logística familiar y, sobre todo, porque cuando viajas con la selección toca, y quieres, estar con la selección y no con tu familia. Así que, al ser mi último viaje como PRO, iba a vivir los días previos como una auténtica profesional: descansando mucho y centrada en lo que tocaba. Por una parte, me gustaba y era lo mejor para afrontar la competición lo más relajada, descansada y concentrada posible. Pero, por otro lado, no. Tuve mucho tiempo para pensar, para aburrirme y para echar mucho de menos a mi hija. ¡Qué duro! No podía con ello. Sabía que me iba a costar, aunque pensé que podría ser capaz de gestionarlo mejor. De hecho, cuando se acercaba el día para venirme, y empezaba a visualizar la sensación, me arrepentía mucho de haber venido, de irme sin ella. Pensé en varios momentos de no ir. No me veía capaz de separarme de ella y menos durante tantos días (cinco). Quería buscar una excusa razonable para desestimar el viaje, o simplemente sincerarme con lo que sentía. Finalmente, decidí ir. Pero, con mucho dolor.

Es verdad que enseguida me encontré con mis compañeros de selección y me sentí arropada y contenta de estar allí. Feliz de volver a vivir esa experiencia. De sentirme una privilegiada por volver a estar seleccionada -aunque te sientas “mayor” respecto al resto-. Porque todos están lejos de los 30, y yo ya he pasado los 40. Que rara te sienes cuando tú, siendo del 84 escuchas: yo del 97, yo del 2000, yo del 2000 y pico… Jajajaja. Pese a ello, pude sentirme afortunada de encontrarme allí, aunque fuera la más vieja, y cuando casi todos se dedican cien por cien, y exclusivamente, al triatlón y que están en centros de alto rendimiento. Realidades muy distintas, pero todas totalmente válidas.

Estaba sola en la habitación, ya que era la única representante femenina en la modalidad triatlón de LD que había venido. La tranquilidad era tanta que me dio mucho tiempo para descansar, trabajar y también para pensar. Y para llorar. Pensar en todo lo que he vivido, en todo lo que he recorrido. Recordar muchas vivencias y darme cuenta de que, esto, ya no es lo que quiero. Deseo otras cosas. Sobre todo, que ya no quiero una vida como profesional dedicada al deporte, al triatlón. No quiero estar los dos días previos centrada en la competición y nerviosa por ello. Quería saborear esta última, quería rendir al máximo sintiéndome profesional por última vez y eso me gustaba para aquí, para esta carrera, pero teniendo claro que es la definitiva y me alegraba tenerlo tan claro.

El sábado por la mañana, fue duro. Me derrumbé. Eran ya más de dos días sin mi niña y parecía que la competición no llegaba. Tengo que agradecer el apoyo de Anna, la pareja de Jordi Montraveta, que fue fundamental para sobrellevarlo. No solo me sirvió para desahogarme, sino para distraerme y charlar de otras cosas. ¡Gracias Anna, ha sido un auténtico placer conocerte!

Por suerte, cuando más cuesta arriba se me estaba haciendo, llegó la gran sorpresa. Javi me llama el sábado al mediodía, justo cuando estaba comiendo, y me dice: ¡Hola, cariño! sal a la calle -muy típico en él-. Que os voy a decir de mi marido que ya no sepáis, y de cómo es. Pues era lo que se puede esperar por su parte. Aun así, me había hecho creer que no venía. Además, así se lo había pedido porque creía que era lo mejor para todos, la verdad. Me abracé a él llorando y diciéndole lo mucho que le estaba echando de menos; a él y a la peque. Y su respuesta fue: <<pues puedes abrazarla tu misma>>.  No estaba convencida de que finalmente no viniera, ni mis padres, pero os prometo, y lo creía al cien por cien, que Haru no vendría. De verdad. Sobre todo, por no meterle otro tute de viaje, ¡pobreta!

¡Aig! Que más os cuento después de esto… La competición, quizá, ¿no? Que ha eso hemos venido.

Las pruebas organizadas por la ITU, siempre causan mucho estrés. Se cuidan todos los detalles al milímetro (como debe ser). Cualquier error que cometas es motivo de sanción o descalificación. Como, por ejemplo: llegar tarde al breafing. Se vive mucha tensión ya desde el día previo, con todo el control de material y con revisar todo a la perfección:  medir acople, sistema de hidratación, fotografiar zapatillas de carrera… Y a mí, por poco me echan para atrás mi portabidón del acople argumentando que me tocaba mucho los brazos. Por suerte, la juez arbitra dio el visto bueno. Aun así, no te vas a dormir tranquila hasta que por la mañana haces las fotos de rigor, comprueban el mono… y ya, por fin, puedes competir. Aunque la tensión seguirá en carrera para ceñirte de forma rigurosa a las normas. Obvio, así debería ser siempre y yo así siempre lo hago. Sin embargo, te sientes mucho más presionada bajo la mirada de los árbitros de la ITU, y en un mundial. Y, sobre todo, porque el desconocimiento del inglés, te haga descuidarte de algún detalle importante.

Todo listo, todo en orden. Tocaba pensar en la competición y prepararse para arrancar. Me gustaba sentirme tan concentrada, con confianza y con ese hambre de lucha que notaba que estaba perdiendo. Había conseguido, para esta última, enfundarme en esa Judith competitiva y profesional que ya estaba desapareciendo. El calor y la humedad se palpaban desde las 7h de la mañana. Nos tocaba un día muy duro, con muy altas temperaturas. Aun así, yo tenía la plena confianza de que en ese ambiente me desenvuelvo siempre bien y podía ser un punto a favor respecto a mis rivales. Hasta la ría estaba caliente. Tanto, que la natación iba a ser sin neopreno. Increíble. Y yo muy contenta por ello. Aunque los quince minutos de espera en cámara de llamadas, después de haberme metido en el agua para calentar, me hicieron pasar frío. Hasta el punto de no empezar a sentir manos y pies y empezar a temblar y a no poder controlar el tintineo de la mandíbula. El abrazo cálido de Pablo Dapena y Ángel Sevillano ayudaron a entrar en calor y, sobre todo, a contrarrestar los nervios. Quizá ahora, pensando… ¿podría ser que el pasar del frío a ese calor tan brusco fuese lo que me golpeara de aquella manera? No creo, ¿no? ¡No sé!

Esto ya empieza. Nos nombran a todas. Nos preparamos en el pantalán para saltar. Nos dan el ok para lanzarnos al agua y, de manera rápida, nadar hasta colocarnos entre las boyas de inicio -sin casi tiempo de llegar-, suena el pistoletazo de salida. Ya os digo que aquí no se andan con tonterías y como te despistes un segundo, lo pagas caro. Suerte que siempre soy hábil en estas cosas y me coloco rápido y bien y hago un buen arranque. Golpes como siempre al principio, y más con ese nivel y con tan buenas nadadoras, pero mi sensación es que me coloco en posiciones delanteras mientras veo que una chica sí que se escapa fácil, las demás estábamos ahí. O esa sensación me dio.

La corriente en contra fue dura. Notas que te desgastas mucho y sin sentir que avanzas. Se nota tanto qué, cuando vas a pies no puedes evitar comerte a la de delante. Sin embargo, cuando tiras tú, es justo lo contrario. Pese a eso, siento que soy incapaz de quedarme detrás y me agobia mucho el poder molestar a la que tengo delante, tocándole los pies. No me gusta que me lo hagan a mí y no me gusta hacerlo. Así que me puse en primera línea, aunque íbamos todas prácticamente en bloque. Hasta el momento en que, sobre la mitad del recorrido, nos empiezan a pitar porque nos estábamos desviando. Entre el sol de cara, la bruma matutina, que no te deja ver, la corriente y que el circuito era un poco ratonero, ya que las boyas no estaban perfectamente alineadas, sino que juagaban con la trazada y la curva de la ría, no resultaba fácil orientarse con facilidad. Ese despiste rompe un poco el grupo y noto que me escapo con otra chica abriendo un poco de hueco. Para mi sorpresa era Marta Lagownik, una de las favoritas. Sabía que no es una gran nadadora. Bueno, me conformo con pensar que mejor que me la encuentre allí y no que me pase en bici, como era de esperar. Aunque no fui capaz ni de seguirla en la transición. Nunca más la volví a ver. Salí quinta del agua. Y yo, incrédula al pensar que solo se había escapado una. ¡Uf! Esto es un mundial Judith. Y siendo realista, sabía que era difícil acabar en el top 5, pero siempre quieres estar delante y al menos en el primer sector.

Desconocía quién eran las que iban por delante y eso fue un poco desconcertante para mí durante toda la bici. Sí que vi que se acercaban dos por detrás. La francesa que me pasó rápido y la italiana Marta Bernardi que se quedó conmigo. Alcancé a la rusa que fue la campeona del mundo el viernes en el acuatlón. Pude comprobar que la bici no era su fuerte, aunque sí la natación, obviamente. Y confiaba en que, aunque fuera buena corredora, la fatiga del viernes jugara en su contra.

Me sentí fuerte en bici. Me sentía totalmente dentro de la carrera, luchando por mejorar posiciones, por abrir hueco por detrás, por meterme en la pelea (sin contar a las dos galácticas que estaban a otro nivel, Lagownik y sobre todo Pierre). Sentía que lo estaba gestionando muy bien. Arriesgando, pero con confianza; con mucha seguridad. Debía tener cabeza, aun así, quería darlo todo y no dejarme nada. Y así lo estaba haciendo.

Fue la primera vez que usé el race ranger en una competición y me gustó mucho. Siempre me ha agobiado no saber si estoy en zona drafting y siempre he pecado de ir más atrás para ser totalmente legal, sin arriesgar. Y creo que eso me ha perjudicado haciéndome perder las posibles ruedas a seguir. Pero aquí, el tener un dispositivo que te marque si vas bien o no, es de una gran ayuda. Considero que es necesario para los pros y para que se cumpla la legalidad y que no dependa de la mirada subjetiva de un oficial. A veces, muy benévolos, y otras muy drásticos y fuera de lugar en alguna que otra acción puntual. Esa es mi opinión. Aunque hay que decir, que por mucho que veas la luz roja en la bici de la de delante indicándote así que estás en zona no permitida, si no viene un juez a decirte nada, estamos en las mismas. Así que, básicamente, el o la que quiere hacer trampas las va hacer igual. Sin embargo, el dispositivo es de una gran ayuda para chivarte a cuantos metros te encuentras y competir de forma limpia. Tengo que decir también que comprobé que doce metros es mucho menos espacio de lo que pensaba. Vaya, que he hecho el tonto todo este tiempo. Jejejeje. Pero bueno, me ha gustado vivir esta experiencia en la última. Tengo que decir que tampoco pude ver muchas luces delante de mí, porque fueron adelantamientos rápidos, excepto con Marta.

Me bajé a correr en sexta posición junto con Marta. Sin embargo, estaba aún en zona boxes la chica de Gran Bretaña que, por lo visto, se estaba tomando la transición con mucha calma. En cambio, yo, como de costumbre, fui la más rápida. Es cierto que llevaba los calcetines puestos, pero me los debería haber cambiado porque la zona de transición estaba llena de pinchos y fueron un incordio, además de destrozarme los pies. Pero el día de antes comprobé que no podía correr descalza por allí por lo sensible que soy para eso. Y aun sabiendo que se me iban a quedar pegados en el calcetín, preferí ponérmelos como siempre en la T1. Me había dejado otros de repuesto, pero no quise perder tiempo y cometí el error de correr con esos. La emoción del momento, ya sabéis. Así que me puse a correr en cuarta posición.

Marta me pasó en los primeros dos kilómetros, pero la de Gran Bretaña se quedó rezagada, mostrando signos de mucha fatiga desde el principio. Increíblemente, yo estaba dentro del top 5. El pódium estaba inalcanzable y, viendo como salió Marta, la cuarta posición también. A pesar de ello, tenía una amplia renta a partir de la sexta posición y eso era un gran alivio para poder correr tranquila.

No os puedo contar mucho más. Me concentré al máximo en correr porque sentía que iba perdiendo facultades. Intenté abstenerme de todo y poner todo lo que me quedaba de los cinco sentidos, en lo que estaba haciendo. Me desagradaba mucho esa sensación tan incómoda que sentía. Confiaba en que se me fuera pasando y que se estabilizara lo justo para que me dejara seguir avanzando. Lo curioso es que, la última vez que miré el reloj, llevaba una media de 4’30. No es mala, y más, dadas las circunstancias. Sin embargo, mi percepción era que no me movía. Yo, no, en cambio, sí que lo hacía todo lo que había a mi alrededor. Estaba ida. Estaba como borracha. Esa era mi sensación. Llevaba un globo impresionante. Una tremenda cogorza en la que justamente sientes como la cabeza te da mil vueltas y que tu cuerpo empieza a tambalearse. Hasta que dices: ¡uf!, ¡espera!, voy a parar a ver si parando, esto también para. Pero no. Esa sensación no desapareció. No fue así. Yo sí paré, pero mi cuerpo seguía dando vueltas. Mi cabeza me pidió sentarme para poder retomar el control de mi cuerpo y, a su vez, me obligó a estirarme, momento en que lo perdí del todo. Sentí que, de golpe, mi cuerpo pesaba muchísimo y que no era capaz de incorporarme de nuevo. Noté que la cabeza me pesaba toneladas y que no paraba de dar vueltas. En ese justo instante noté que una chica del público se acercó a socorrerme. ¿Estás bien? –me preguntó. ¡Solo quiero dormir! –le dije. Voy a cerrar los ojos un momento ¿vale? Y me relajé recostándome sobre ella completamente y dejándome llevar por completo. No era yo.

El resto no es necesario que es lo cuente. Tampoco tiene ningún misterio y ese no es mi estilo. Simplemente dejé que me asistieran, que me cuidaran y esperar a reponerme. Agradecida de todos los que me socorrieron y me ayudaron. Me sentí aliviada de que estuviera allí Javi y mis padres. Me sentí arropada en el momento que más lo necesitaba. Gracias también a Aida: «Siento haberte hecho “trabajar” ese día (Aida Valiño es enfermera) y que tuvieras que asistirme en vez de solo animarme». Gracias por venir. Qué ganas tenía de volver a verte. Qué ganas de volver a ver a Noa, Uxia y Lua y que guay que las tres estuvieran jugando junto con Haru.

No me dio tiempo ni a valorar siquiera lo que estaba haciendo. No me dio tiempo ni a permitirme dudar o decidir. No me dio tiempo a plantear o planificar. Todo ocurrió de golpe, sin más. Se fundieron los plomos. Mi cuerpo me dijo hasta aquí. Así lo percibí. Sin tiempo a lamentarme. Sin opción a decepcionarme por ello. Qué mal sabor de boca me dejó. Que impotencia el ver que te vas creciendo porque te notas fuerte, que todo va avanzando mejor de lo esperado, que las piernas responden bien, que la mente está en un estado pletórico ese día y que el resultado y la posición está siendo mejor de lo esperado y que, de pronto, sin apenas enterarte, todo se desmorona.

Qué lástima. No me dio tiempo a recular, a recomponerme. Solo en el instante en que pensé en parar, durante un segundo para luego seguir, mi cuerpo se bloqueó y colapsó del todo. Quizá fue el mensaje que la cabeza envió porque sabía que ese día, en ese momento, no había otra alternativa. Por más que yo me lamente, por más que en ese instante creyese que quizás me hubiera dado tiempo a creer por un segundo que podía reconducir la situación, que hubiera tenido la gran suerte de permitirme andar lo que quisiera para entrar en el top 7, no fue posible. Lo que sí que sé es que, si solo acabaron siete chicas, fue por algo. Y es que, esas duras condiciones, no fueron el detonante solo para mí.

Qué cruel es sentir que, en tu mejor hábitat, con las condiciones donde mejor te desenvuelves, van a jugar en tu contra. Me había llenado la boca de decir durante los días previos que yo me defendía muy bien con calor, y que podía ser un punto favorable para mí respecto a mis rivales. Pues ¡toma! Por hablar.

Evidentemente no era el desenlace que quería. No era la despedida que soñaba. No pretendía ser ambiciosa. No aspiraba a mucho. Pero al menos sí al hecho de llegar a meta.

Gracias a la FETRI por permitirme estar en esta última carrera con la selección.

Gracias a todos por vuestras muestras de cariño, preocupación y ánimos.

Toca despedirse del triatlón profesional. Toca despedirse del Training Peaks, de entrenos, de planficiaciones. Y me toca despedirme también de Iván Álvarez, mi entrenador. Gracias Iván por guiarme desde que soy madre, sin ataduras, pero con la motivación y comprensión que necesitaba. Si no hubiera sido por ti, lo hubiera dejado mucho antes.

 

También toca despedirse de las crónicas. Gracias por estar ahí, por leerme, y por confirmar que las palabras sinceras, con las que las he escrito, no se pierden en el aire, sino que encuentran su lugar en todos vosotros.

FOTOS: AMARI ERRETRATUA (¿GRACIAS!)

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