La carrera de Bilbao pareció comenzar una semana antes. El lunes previo se confirma la noticia de que Virginia Berasategui estará finalmente en la carrera. Yo, al enterarme, entro en cólera y muestro mi disconformidad pidiendo explicaciones, por privado, a la organización. Ellos me confirman lo esperado. Aunque Bilbao triatlón tiene un veto de cinco años por dopaje, esa cláusula se puso a consecuencia del positivo de Virginia (en esa carrera en 2013), por lo tanto, quedaba exenta de dicho castigo y podía competir. Sus dos años de sanción sí que los ha cumplido y, aunque a mí me parezcan insuficientes, legalmente, podía competir.  Fue una semana difícil con la polémica que creó este tema, pero, a dos días de la prueba, debía dejar el debate a un lado y pensar tan solo en la carrera. Si legalmente puede competir, nos guste o no, es una corredora más y yo, en competición, voy a respetarla como tal.

Aunque mi cabeza no quería darle vueltas al tema, en el ambiente, y en las redes, no se hablaba de otra cosa. Imposible quedarme al margen, pero si algo bueno tuvo todo ello, fue que no dejé de recibir, por todos lados, muestras de apoyo y ánimos. Eso me hacía más fuerte.

Con el dorsal 2 volvía a Bilbao triatlón, donde el año anterior pude firmar una buena carrera y conseguir un exitoso segundo puesto. Venía con la confianza de conocer el circuito y de saber que en la última edición se me dio bien. A ello se le sumaba el aliciente de que tenía a toda mi familia allí y la seguridad que el público de la ciudad, una vez más, se dejaría la piel animando.

El dorsal 1 era para Asa Lundstrom, la sueca que quedó por detrás de Virginia en 2013 –aunque se acabó llevando el título al confirmarse oficialmente el positivo de Berasategui–, así que acudía con ganas de guerra; cosa que había hecho público mostrando su animadversión hacia Virginia y con la ambición de llevarse el triunfo y poderlo celebrar como es debido. El pique estaba servido y yo también formaba parte de esa batalla.

Las tres favoritas, mucha rivalidad, pero, sobre todo, juego limpio y a darlo todo como siempre.

La mañana del sábado ultimando preparativos ya en boxes, poco antes de carrera. Nervios, como siempre, pero sin presión y con mucha seguridad en mí misma. Me encontraba bien y el día acompañaba –soleado y caluroso, aunque con amenaza de lluvia para media mañana pero, por fortuna no apareció hasta finalizar la carrera–.

Mis rivales más directas ya estaban por allí. Cada una a lo suyo. Yo me encontraba con la incertidumbre de no conocerlas como competidoras y no saber lo que me iba a encontrar, aun así, estaba preparada para todo, hacer mi carrera y lucharla de principio a fin.

10.00h. Empieza la prueba en la ría de Bilbao. En los primeros metros me pongo en cabeza y me marcho en solitario –buenas sensaciones–, esto empezaba bien. Primer tramo muy cómodo hasta que, en el giro, tocaba encarar más de un kilómetro con la corriente en contra. Eso no fue tan fácil; seguro que para nadie. Yo seguía en solitario, liderando la prueba. Cuando las fuerzas empezaban a flaquear, veo que, mi hermana iba andando en paralelo a mí con mis dos sobrinas, ¡emocionante! Primer subidón del día. Gracias Mire, que bien me supo.

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Primer sector completado. Cojo bici y a por el segundo. ¡Uf!, hacía aire. De momento, en llano, no asusta, pero incomoda. Pronto veo, en el primer giro, que mis perseguidoras venían cerca –Virginia y, un poco más atrás, Asa–. Estaba preparada para ello; para que me rebasaran en bici,  así que “cabeza fría y a seguir con mi carrera”. Lo que no quise hacer fue apretar y luchar forzosamente por mantener esa poca ventaja que les llevaba.

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Final del puerto. En la primera vuelta, y en el inicio de la bajada, Virginia me adelanta como una moto. Ella iba acoplada y con una seguridad brutal y yo… ¡cagadita!, con el aire en las curvas y tocando más freno de la cuenta. No podía dejarla escapar tan fácilmente. Su estela me sirvió para guiarme y, aunque con algún susto, pude mantenerme detrás. Iniciamos juntas la segunda vuelta la hicimos con un par de adelantamientos mutuos. “Vamos Judith, que estás ahí” –me animaba yo misma–, aunque poco me duró la emoción porque, en el segundo ascenso, se me fue marchando. A pesar de los ánimos que muchos me daban para que la aguantara, y que mis sensaciones no eran malas, no fui capaz.

El palo fue doble al ver que en mitad de la bajada me pasó Asa. Otro cohete bajando, y lo peor fue que, en esa ocasión, no pude mantenerme detrás. Ésta estaba siendo una carrera muy inusual para mí, acostumbrada a luchar en solitario en el sector ciclista. La peor sensación fue el, para una vez que las tenía, no poder aguantar esas referencias.

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Llego a la T2 y Asa está ahí; un minuto por delante y Virginia, por lo que pude escuchar, a más de dos. “Virginia es inalcanzable” me dije (creyendo que a pie nos iba a seguir metiendo minutos), pero había que intentar luchar por pillar a Asa. Mucha motivación, al menos para mantener la entereza corriendo –que es lo que más cuesta–. Aunque tengo que decir que en Bilbao es diferente, con el público entregado, el sufrimiento parece inapreciable. Es increíble.

Mis primeras sensaciones no son buenas. Cansada a pesar de haber regulado un poco en bici. Las piernas empiezan a decirle a la cabeza que no pueden y yo por un momento me preocupo de quién vendrá por detrás y a cuánto. Parecí conformarme con esa tercera posición, pero si algo tengo es corazón, “y muy grande”. Así que: si las piernas no tiran, lo hará el resto.

Poco me costó subir el ritmo cuando, al paso por el final de la primera vuelta, el público me grita con fuerza para que luche, gritándome que las tengo delante y que vaya a por ellas. La piel de gallina, no hay palabras. Eso, y mi orgullo, me hicieron correr como nunca. Ni yo me lo creía. Pero, si hasta me iban las piernas. Me quedé sorprendida cuando vi, en mitad de la segunda vuelta, que tenía a Virginia ahí, justo delante de mí, y a Javi. A él no quería adelantarlo, pero si encontrármelo en carrera. Que emoción sentí –por si no estaba siendo suficiente–.  Él fue el que me dio ese empujoncito para que fuera a por ella. La tengo a tiro, me dije. Por un momento dudé si era mejor aguantar y no que, por cubrirme de gloria, luego no poder aguantar ese ritmo. Pero vi que Virginia iba clavada y no me costó adelantarla y marcharme. Me animó el pasarla, buen detalle. Tengo que reconocer por eso, que nunca había querido ganar alguien en particular hasta ese momento. Nada contra ella, pero para mí era una recompensa muy grande y un reconocimiento a la lucha, al esfuerzo y al trabajo bien hecho.

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Después de ahí, corrí en una nube. Parecía que cada vez tenía más fuerzas. El público me llevaba y notaba la satisfacción de muchos al ponerme segunda. Asa no estaba lejos, la pude ver en mitad de la última vuelta y, aunque no la pillaba, estaba siendo una motivación al ver que recortaba por delante y ampliaba ventaja por detrás.

¡Que carrerón que estaba haciendo! Y como colofón, el ver a mi padre, a falta del último km, que me ve pasar orgulloso de mí. ¡Uf! esa emoción me parecía incontenible. ¡Uf! Espera, aún no estás, me dije. Pero es que veo que mi padre sigue ahí, y que corre a mi lado unos metros. Cuando encaro el giro a la línea de meta… Ahí sí que no puedo contener las lágrimas y mucho menos cuando en ese tramo final, que me parece inmenso, veo a mi madre, a mis suegros, a mi hermana y a mis sobrinas.

La alfombra roja me hace sentir que subo al cielo. No he ganado, pero para mí, eso fue más que una victoria. Indescriptible tantas emociones, tanto sufrimiento recompensado, tanto cariño. No merezco tanto y siempre me lo dais. Hacéis que esto sea tan grande…

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Llega Virginia. La saludo en meta. Deportividad ante todo. No ha sido una carrera fácil con tanta polémica, y mi posición, nada cómoda. Pero, si a alguien le debía un respeto, no era solo a Virgina que, nos pese a quién nos pese ha cumplido su sanción y no podemos hacer más, sino a la organización, que una vez más me ha tratado como en casa. Gracias de corazón. Entiendo que su postura tampoco ha sido nada fácil. Esta carrera era mágica y se merecía un buen final y que el público disfrutase del espectáculo y de la rivalidad en carrera. Limpiamente y con deportividad.

5.00h de la mañana del día siguiente. Las emociones no me dejan dormir y aquí esoty escribiendo. Necesitaba sacar esa adrenalina que aún me duraba. Motivación máxima para seguir trabajando y luchando día a día por sacar mi carrera adelante.

Felicitar a mi cuñado por ser “finisher” y por el carrerón que hizo. Otra emoción más del día. Agradecer enormemente a todos los que me hicisteis volar en carrera y a todos mis sponsors por apoyarme.

La próxima, otro año más, toca repetir en el País Vasco. Zarautz está a la vuelta de la esquina. Emoción asegurada.

«¡Besa la gloria o muere en el intento!»

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En cada una de las crónicas intento no excederme con los elementos negativos que me ocurren –antes y durante la carrera–, pero en ésta, va ser más difícil.

Diez días antes de la carrera me hice una pequeña rotura muscular en el vasto externo del cuádriceps (4 mm. Me hizo estar una semana de baja y con la duda de si llegaría en condiciones a Mallorca. Cuatro días antes, viendo que la cosa iba bien, probé a entrenar suave para ver como respondía el cuádriceps. Parecía que estaba recuperado y, aunque no llegaba al 100%, esperaba poder correr sin molestias y acabar, sobre todo, sin volverme a romper.

Llegué a Mallorca con unas sensaciones raras; llevaba muchos días sin entrenar. Iba más tranquila de lo normal;pensando más en acabar que en conseguir un resultado. Además, no era una carrera nacional en la que partes como una de las favoritas, sino que era una prueba internacional con muchísimo nivel, era la carrera con el cartel más importante que me había encontrado hasta ahora.

Mi primera prueba de la temporada dentro del circuito Ironman y en la que yo ni salía en quiniela. Reconozco que no estoy muy puesta en el tema, pero solo escuchaba nombres de triatletas importantes con varios reconocimientos y victorias a nivel mundial. En los medios de prensa españoles publicaban que un buen resultado mío sería un top 10,-por lo visto, tanto el pódium, como el top 5, quedaban muy lejos de mi alcance–. Eso me benefició para no tener nada de presión.

El día antes disfruté del ambiente de una prueba con tanta repercusión. Admiraba al resto de Pros y me sentía orgullosa de ser una de ellas. Aunque, a priori, en un escalón por debajo. Pude saludar a mis compañeras Gurutze Y Helena, llevaba meses sin verlas. Éramos las tres representantes Pros españolas, así que hicimos un poco de piña y nos dimos ánimo mutuamente. Son los momentos bonitos que sacas de cada carrera.

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Todo preparado en boxes la tarde anterior. Solo quedaba rezar para que el tiempo nos respetara. Pintaba muy mal y aseguraban lluvia. Miedo en el cuerpo porque la bici prometía ser peligrosa y más con la bajada tan exigente como la que teníamos en el puerto.

Los pronósticos no fallaron y, desgraciadamente, amanecimos lloviendo. No dejó de hacerlo en toda la noche y las carreteras estaban totalmente encharcadas. No es fácil afrontar una carrera así. Dudas antes de empezar. Te planteas si vale la pena. En esas condiciones le tienes respeto a la bici. Temes que a tu pareja, que también compite, le pase algo… Son momentos muy difíciles y más cuando ves que muchos de los participantes, visto el peligro que conlleva, se abstienen de salir.

Javi y yo, recelosos, no parábamos de mirarnos antes de la carrera. Estábamos preparando todo en boxes, pero con la incertidumbre de si estábamos haciendo bien. Los dos teníamos miedo de que al otro le pasara algo, pero a la vez sabíamos que queríamos y podíamos hacerlo.−«¡Al menos empezamos!» −Nos decíamos el uno al otro−. «¡Por favor, lleva mucho cuidado! » −Nos pedíamos.

Yo sabía que, más que la lluvia, lo que mi iba hacer sufrir era el frío. Quedaba menos de una hora para la salida y ya estaba congelada. Mis manos y mis pies estaban completamente blancos y sin sensibilidad ninguna. ¡Aún no, por favor! Me lamentaba a mí misma. Como os decía al principio de la crónica, no me gusta sacar lo negativo,pero en este día se hizo protagonista. Aprovecharé para contaros, sin ánimo de dar pena, que sufro una enfermedad llamada Raynaud. Tengo episodios frecuentemente, pero en condiciones como el sábado, aún es mucho peor y se hace mucho más notable. Es muy difícil competir sin sentir nada las manos ni los pies, y eso provoca que cojas un frío enorme en todo el cuerpo.

En la línea de salida y sin poder parar de tiritar. Me dolía la mandíbula de tanto temblar y la apretaba para evitarlo. ¿Cómo puedo competir así? –me decía a mí misma. Además, para colmo, estaba clavada del cuello. Menos concentrada que nunca y sufriendo por mi malestar, sonó la bocina ¡Al agua!

Cómo contaros las malas sensaciones nadando con tanto frio y sin notar ni tus manos ni tus pies. Nadé Por inercia, sin más. Me picó una medusa en el pie (otros de los hándicaps del día), pero apenas la noté en ese momento. Para mi sorpresa me mantuve en el grupo de cabeza, con tres o cuatro triatletas muy cerca que me permitieron mantener ritmo y referencias.

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Larga transición y a continuación cojo la bici superando a una de mis rivales. ¡Bua! La carretera era una piscina. La lluvia, el frío horrible, La niebla y la visera empañada. Iba a ser épico.

Empecé a pedalear con mucho respeto dadas las condiciones. Rodando con bastante agilidad y cómoda, en cuanto a intensidad, fui pasando a las chicas que tenía delante de mí e incluso a algún chico Pro (salieron 5’ antes). Al llegar a pie de puerto, en el km 17, me quedé sola y diría que en cabeza de las chicas. !Alucinante!

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Con una sensación de euforia momentánea, al ver lo bien que iba, me motivé y saqué fuerzas para mantener ese buen ritmo. Iba cómoda subiendo el puerto. No me pasaba nadie, sorprendentemente. Hasta que casi al final del puerto me pasó una de las chicas, pude leer Laura en su tritraje (desde ese momento se puso en cabeza hasta línea de meta). Consciente de que quedaba mucha carrera y seguramente me pasarían alguna más, seguí rodando fuerte e intenté mantener a Laura Philips a la vista, aunque con la niebla que había, no se veía a más de 10 metros.

Llegaba la bajada y intenté con precaución pero con confianza fui cogiendo las curvas y descontándolas (tenía contadas las 3 paellas). Aunque perdí de vista a la primera, no se me acercaba nadie por detrás. Contenta de haber pasado lo peor, o eso creía, volví a darle intensidad, aunque helada de frío. Volví a perder la sensibilidad en las manos y empecé de nuevo a temblar. Fue en ese momento cuando, recién pasado el cartel del km 50, cuando entré en un pueblo –desierto por el día– y tocaba callejear un poco. Entonces, en una bajada en una calle con poca visibilidad, pasé por un badén con paso de peatones y…, surgió la mala suerte. Toqué un poco el freno pasando por encima de la pintura y… ¡Al suelo!

Fueron segundos los que estuve deslizando hasta chocar con el bordillo de la acera y allí frené. Pero se hicieron muy largos. Mil cosas pasan por tu cabeza en esa fracción de segundos. En la caída vas rezando en que no te estés rompiendo nada. Por más veces que te caigas, el miedo no cesa.

Una vez en el suelo vi cómo se acercaba un voluntario corriendo a ayudarme, sin embargo no era capaz de levantarme –por el frío no por la caída–. Empecé a sollozar. Le decía que tenía mucho frío, que estaba bien, pero que tenía muchísimo frío. Recuerdo el dolor intenso de las manos, cuando pierdo la sensibilidad y me doy un golpe parece que se me rompen los dedos. ¡Es Horrible! El pobre hombre no sabía ni como cogerme, asustado por mi llanto y agonía. Me tranquilizó, me cogió en brazos y me echó un jersey suyo por encima. Yo estaba tiritando, lo que quería era calentarme las manos con agua caliente. Llorando le pedí por favor que avisara a alguien para que me dejara calentar, tenía mucho dolor por el frío. El pobre buscó a una vecina que se asomaba por una calle (bendita paciencia que tuvo el hombre conmigo) y se lo pidió.

¡Madre mía! Cuando me di cuenta estaba descalza, con el casco puesto y en el baño de una casa extraña, con las manos bajo el grifo y con la mirada de preocupación e incredulidad de todos los que estaban en ella. En ese momento aparecieron los de la cruz roja que me llevaron a la ambulancia. De camino le pedí al motorista que escondiese mi bici para que mi novio, al pasar, no la viera y se asustara.
Ya en la ambulancia, me taparon. Ellos también estaban más preocupados por el frío más que por las heridas, eso era buena señal. Me tomaron la temperatura, estaba a 33 grados. Creo que nunca había usado un termómetro por baja temperatura. Después de media hora de tiritera, con la calefacción a tope y tapada hasta el cuello, empecé a encontrarme mejor.

No fui la única que padeció hipotermia. Recogimos a otra corredora por lo mismo y las llamadas de emergencia no paraban. También por caídas. Éramos tres dentro de la ambulancia, dos por frío y un chico con la clavícula rota, algo mucho peor. Entonces la ambulancia, al ver que estaba mejor, y ellos desbordados, le pidieron a un guardia civil, que estaba controlando el tráfico en un paso de la carrera, que nos dejara estar en su coche hasta que vinieran a por nosotras. Así que, descalza, llena de heridas sin curar y con una manta térmica, nos metimos las dos en el coche de la Guardia Civil.

Agradecidas, pero fue un calvario; 3 horas de espera, en las cuales tuve que bajarme dos veces del coche a orinar –a pelo, tal como os lo cuento– en mitad de la carretera y con el dolor del golpe y el escozor de las rascadas que empezaban a molestar. Vi que en la cadera tenía una buena herida y una buena hinchazón. Pero bueno… Podía haber sido peor.

Esas horas se hicieron eternas. Parecía que nunca iban a venir a por nosotras. Que impotencia. Si llego a tener la bici cerca me vuelvo pedaleando. Lo peor era ver como pasaban las horas, sufriendo porque no podía llegar antes que Javi terminase de competir y estar allí para tranquilizarlo. Apenada porque era consciente de que llegaría cuando todo se hubiera acabado y no tener idea de dónde buscarlo. Además, mi familia. Sabía que intuirían que algo había pasado y yo no podía avisarles.

Sin prácticamente comunicación con la otra chica –era Austriaca–, y con la desesperación de la espera y la preocupación de no poder contactar con nadie, fue lo peor de la carrera, hasta que, a las 14h (yo me caí sobre las 10.15h) aparece un coche que dice que viene a por nosotras. ¡Por fin! Me emocioné y todo. El trayecto fue rápido –diez minutos–. No paré de pensar en ver a Javi y en lo que estaría sufriendo ¡Dios,que agonía!

Como si de una película se tratase, descalza, anduve hacia una dirección sin saber bien donde ir y después de cruzarme con gente que me miraba asombrada vi a Javi ¡Venia hacia mí! ¡Dios, nunca olvidaré esa cara desencajada al verme! Preocupadísimo, obviamente.

Al fin logré hablar con mi familia y comunicarles a todos los que estaban preocupados por mí que estaba bien. Más de cien llamadas y mensajes. Increíble ver todas esas muestras de cariño. Gracias a todos.

Como suponéis, y algunos sabéis de primera mano, las heridas duelen más cuando empiezan a cicatrizar que cuando están frescas. Pero son solo rascadas que se curarán rápido y que me dan más fuerza para seguir. Con la mente fría, saco lo positivo de la carrera, lo hay.

Felicitar a Javi por su auténtica carrera y al resto que también lo hicieron y sé que no fue fácil.

Agradecer el cariño de todos los que estuvisteis pendientes de mí. Y como siempre, a mis sponsors que suceda lo que suceda siguen apoyándome. En la próxima volveré a poner toda la carne en el asador y sacar lo mejor de mí. Como intento hacer siempre si las circunstancias me lo permiten.

Como dijo Napoleón, puedo luchar contra las personas pero no contra los elementos.

Gracias.