CHALLENGE RIMINI
Llegaba a Italia con una sensación rara. Muy desconectada. Y es que como nos pasaba ya semanas atrás, no contábamos con esta carrera. La incluimos a última hora y después de haber planificado el calendario; por ese motivo, sin querer, casi se nos pasaba por alto.
Javi, investigando, me lo propuso viendo que teníamos casi un mes entre el Challenge de Mogán y el Half de Bilbao. Pensamos que podía ser una buena idea. Los vuelos estaban bien de precio, no era muy lejos y se trataba de una prueba que no habíamos hecho y siempre gusta conocer un lugar nuevo. Así que decidimos apuntarnos. Pero, cada vez que recordábamos el calendario, a los dos se nos olvida que estaba el Challenge de Rimini incluido en él. <Vaya dos>.
Pues allí estábamos. El día antes de la prueba, ya en Rimini, seguíamos comentando esa extraña situación que teníamos. Parecía que habíamos ido a pasar el fin de semana y no a competir. Porque…, era para vernos la noche de antes cenando en un japo buenísimo que encontramos; allí los dos como un sábado noche cualquiera. Aunque tengo que decir que la prueba, sorprendentemente, empezaba a las 10h de la mañana, y por eso estábamos tan relajados.
Supongo que el hecho de no conocer la prueba, los circuitos, e ir un poco a la aventura, agravaban la situación. Pero, fuese por lo que fuese, en parte a mí me estaba bien esa sensación para no sentirme tan nerviosa o estar pensando continuamente en la prueba que, aunque sea lo que toca, desgasta mucho.
A pesar de todo, la logística salió bien, exceptuando el olvido que tuve de dejarme los geles en casa. <¡Aig! Fallo gordo>. Lo salvamos comprando otros allí, pero ya no eran mis geles Recuperat-ion; que son sagrados.
El día de antes, un poco de activación por la mañana y luego prácticamente todo el día descansando en la habitación. Llovía y hacia frio, así que no era día para salir. Y como el material se dejaba el mismo domingo en boxes, a parte de la reunión técnica y recogida de dorsales, no teníamos ningún trámite más, quedarnos en la habitación preparando todo; leyendo, viendo alguna peli y descansando. Era el plan perfecto. <Me encanta esa sensación el día previo de cero estrés y descanso total>. Me fue bien para concentrarme, visualizar la carrera y creerme por fin que estaba allí para competir. Lo que pasa es que cuesta visualizar algo de lo cual no tienes apenas fotogramas. Conoces la zona de salida, boxes y llegada, porque ya estás allí, pero poco más. Los circuitos te los intentas imaginar por lo que te han contado en el programa y lo poco de lo que has podido ver de la carrera a pie. Además, tampoco conocía a las rivales, solo a una, a la italiana Sara Dossena, una de las favoritas y que sabía cómo corría (bueno, más bien volaba). Quedó segunda, detrás de mí, en Peguera el año pasado. Y la única manera de ganarle era sacándole mucha, mucha, mucha ventaja en la T2. Miento, también conocía a Natashca Batman, una veterana de 50 años varias veces campeona del mundo y con la que competí en Canarias. A parte de ellas, una alemana que quedó 5ª en el mundial de Hawai en octubre o la mujer que más veces ha bajado de las 9h en distancia Ironman. <¡Como si nada! Y otras muchas triatletas que completaban el cartel.
La noche previa fue tranquila. Dormí bastante más de lo normal. Estaba tranquila –o un poco más de lo habitual– y el hecho de poder dormir hasta las 7h de la mañana el día de la prueba era un lujo. Íbamos tan relajados que desayunamos tranquilamente; bajamos a dejarlo todo a boxes y volvimos a la habitación a prepararnos con una hora de margen todavía. Y es que estábamos a solo una calle de la salida. Así que eso nos permitió estar hasta última hora “relajados” en el hotel, ir al baño las veces que hiciese falta y bajar con lo puesto para la salida: Neopreno, gorro y gafas y directos a competir sin más. <Más fácil imposible>.
Se acercaba la hora. Se presentaba una natación difícil con un mar muy movido donde las olas ya nos iban a dar problemas desde el inicio. La temperatura del agua tampoco acompañaba al bienestar y es que estaba a tan solo 17 grados. <¡Fresquita!>, pero, por suerte, no llovía. Y aunque había nubes amenazantes, la temperatura era agradable y sin apenas viento.
A pocos minutos de empezar la prueba y, a pesar de todo, estaba bastante tranquila. Bueno, el pulso acelerado y la boca seca, pero me encontraba confiada, sin miedos y con más templanza de lo habitual. Hasta me asustaba esa sensación; era como si estuviera fuera de carrera, pero me gustaba esa seguridad que sentía en mi misma.
10.02 en la línea de salida y, sin más preámbulos, escucho el bocinazo de salida que nos pilla casi por sorpresa. Bueno, a mí no porque me fijé que con los chicos hicieron lo mismo. Ni cuenta atrás, ni aviso previo. Así que yo estaba preparada para arrancar en cualquier momento. Y así fue. Salí corriendo tomando la delantera, aunque no sirvió para mucho.
Aquello no fue nadar; fue supervivencia. Una lucha continua contra las olas. Una agonía por poder respirar sin ahogarte. La entrada ya fue muy dura; olas muy grandes y con tanta fuerza que te impedían empezar a bracear. Intentaba esquivarlas por debajo; buceando cada vez que venía una, pero lo triste es que seguíamos haciendo pie. Veía como mis rivales se desperdigaban y, mientras unas seguían intentando entrar andando, otras lo hacían nadando con el desconcierto de ver qué era lo mejor y más rápido.
Dos se escaparon por la izquierda en los primeros metros y una se acercó por la derecha y pasé, de tener sus pies en la cara, a perderlas de vista en la ola siguiente. Impotencia una vez más en el primer sector donde no soy capaz de engancharme a nadie y, con ese mar, era primordial. Pues lo pagué caro. Aunque hasta la primera boya –a 450 metros– aún las veía. Pero fue girar y perderlas totalmente de vista. <¡Pero, ¿cómo era posible?, ¿Dónde están?, ¡Si estaban aquí mismo!>. No entendía nada. Y aunque seguía avanzando torpemente hacía donde creía que se encontraba la siguiente boya –a 900 metros ni más ni menos y sin referencia alguna– me encontré perdida completamente. Avanzaba intentando trazar una línea recta paralela a la costa, pero por lo visto la boya estaba en diagonal hacía la playa. Me habían engañado con el dibujo del programa y no me estaba haciendo ninguna gracia.
Llegué a agobiarme mucho. Hasta ganas de llorar tuve; porque no es solo que tuviese la sensación de que estaba echando a perder la carrera, sino porque llegué a asustarme al encontrarme sola allí en medio del oleaje, sin referencias, sin boyas ni rivales a la vista. Y peor aún, sin ninguna embarcación cerca. Pero… <¿estamos locos?, ¿el agua está bien para competir, pero no para que no haya ni una sola barca controlando la prueba?>
En vistas de la situación, decido pararme, levantar la cabeza y resituarme antes de seguir nadando a la deriva. Por fin localizo la segunda boya en otra dirección hacía la que me dirigía y sigo nadando con más rabia que nunca. Aunque las olas seguían impidiendo coger ritmo alguno. En esos momentos es cuando te acuerdas de la gente que te dice: <pero si tú eras nadadora, para ti eso no es nada>. Y pienso: < de piscina. Y mi prueba era los 50 metros>. Eso de que en situaciones así un nadador se encuentra como pez en el agua, es mentira, os lo aseguro.
Por fin llego a la segunda boya, que nunca creí alcanzar, y sobrevivo hasta la línea de playa sin dejar de desorientarme unas cuantas veces, tragar agua e intentar controlar el mareo. Mira que le había dicho a Javi que se orientara bien, que se fijará en algún punto alto de la playa…. Pero os aseguro que no hubo manera de tomar referencia alguna con esas olas y que la única manera era pararse un segundo y esperar a que bajara la ola para ver algo. <Con lo fácil que se ve todo desde la playa>.
Después de completar una de las nataciones más duras que he hecho, decido que toca olvidarse ya de ello y pasar página; a pesar de creer que me habían pasado todas las rivales en el agua. Pero mi indignación aumenta cuando al llegar delante de mi bici no veo el casco en el manillar colocado como lo había dejado y me lo encuentro tirado por el suelo y con la visera por otro lado. <¡¡¡MIERDA!!!, ¿Quién ha sido?>. No lo iba a saber nunca. <Mejor para ella…, porque sino…>. No sé cómo afrontar la situación. Me pongo muy nerviosa y se va al traste toda la secuencia establecida. <Mira que te pasas horas visualizando y practicando las transiciones, pero luego aparece el factor sorpresa y se tuercen todos los planes>. Decido empezar por el casco, ya que estoy de rodillas recogiéndolo –a pesar de ser el último paso–, lo giro, me lo coloco y lo abrocho torpemente por los nervios y las manos heladas que no ayudan nada. Y cojo la visera creyendo que al ser imantada sería capaz de ponérmela ágilmente, pero no lo consigo. Varios intentos fallidos donde crece mi desesperación mientras notaba como el tiempo corría como el de una bomba de relojería, en su cuenta atrás, a punto de estallar. Me siento observada nerviosa por el público al otro lado de la valla y mientras las rivales van llegando y saliendo, hasta que escucho por megafonía como nombran a Sara Dossena que acababa de salir del agua. <¡No podía ser, ya estaba aquí!>. Eso me hace perder la paciencia y decido tirar la visera y marcharme sin ella. Lo peor es que, presa de la desesperación, casi me voy sin calcetines y eso sí que me podría haber penalizado mucho.
Empiezo la bici pedaleando con mucha rabia y sin dejar de pensar en lo que me había pasado con el casco. Era como si quisiera dar caza a la culpable y pedirle explicaciones. Presa de la ira no pensaba en otra cosa. Hasta que, en el km17, me adelanta una rival. <¡Gua! ¿Pero qué estaba pasando Judith? Había que poner remedio. <¡Pero si lo estaba dando todo!>
Os puedo asegurar que esa sí que no se me escapaba. Aunque a una distancia, que en momentos parecía ser irreparable, conseguí no perderla de vista. Aunque tuviera que luchar más después de un tramo técnico donde aumentaba mi desventaja, luché a muerte la bici y me obsesioné con ir a por ella. Me olvidé del recorrido, de los kms…, y por el camino pasamos a dos rivales. Iba en cuarta posición porque me lo cantó el poco público que encontramos justo en uno de los pueblos por el que pasábamos y donde culminábamos una crono escalada de 4kms.
La bici era un recorrido de ida y vuelta por el mismo camino y, cuando me di cuenta, ya estaba en mitad del recorrido y tocaba volver. Eso siempre es gratificante y más cuando hasta aquí casi todo tendía a subir. Por lo tanto, tocaba bajar, pero eso no sé si podía jugar en mi contra. Aunque por suerte no era un circuito muy técnico. Lo único era que el asfalto no era muy bueno y había que prestarle mucha atención. Además, sin la visera no veía nada. Con la velocidad se me caían las lágrimas y también notaba como se me iban metiendo cosas en los ojos. Pero estaba orgullosa de haber superado aquella situación. Me reía porque Javi decidió ponerse la visera transparente por la amenaza de lluvia y yo le decía que ni hablar, que con la transparente no vería nada si me daba el sol en la cara. Pues, paradójicamente, allí estaba, pedaleando sin visera <¡Ni polarizada, ni transparente. Por hablar!>.
Me crecí en la vuelta. Me encontré fuerte. Empecé a disfrutar de la bici y de ese circuito que me estaba encantando. A pesar de llevar algo de tensión con tanto bache, volví a creer en el “sí se puede” y rebasé a la tercera competidora. Estaba en posiciones de pódium. <¡Ojo que no estamos tan mal!>. Sabía que no iba a despegarme de ella. Escuchaba como levantaba el pie para evitar pegarse a mí y jugarse la tarjeta; aunque ya me estaba bien, mientras estuviera detrás ya era buena señal. Pero, se acostumbró mucho a ese rebufo, demasiado tiempo y demasiado cerca. Yo levantaba el pie, pero lejos de pasarme, ella hacía lo mismo. Indignada y con las piernas cansadas, por tratar de subir la media, iba recortando quilómetros. Quedaban poco más de 5 cuando entrábamos en la parte final del ciclismo y el viento soplaba en contra con fuerza. Así que me levanté del acople, me tomé un último gel y me hidraté bien. Por fin se dio por aludida y con mi actitud, me adelantó. Y yo cogí algo de oxígeno para llegar a la T2 dispuesta a darlo todo corriendo.
Así fue. En boxes ya la perdí de vista y corrí desde el primer km dejándome la piel. Tanto que no las tenía todas conmigo de poder aguantar ese ritmo. Y más cuando, en la primera vuelta, al pasar por su lado, el speaker comentó que mi cara de sufrimiento lo decía todo.
Primera vuelta. Donde veo que la líder va sobrada y a la segunda, aunque fatigada, muy lejos de mí y aparentemente inalcanzable. Pero lo que la tercera plaza también peligraba. Vi que venía otra rival cerca y con intención de darme caza; había adelantado a la que llegó conmigo a boxes y me amenazaba con la mirada. Detrás, tres seguidas, y Sara Dossena algo más rezagada en la primera vuelta, pero con un ritmo apabullante.
Yo no sé de donde saqué las fuerzas ese día. A pesar de sentirme forzada en la primera vuelta, corriendo a 4min/km, a cada kilómetro que pasaba me sentía más rápida, más fuerte, más ágil. Lo curioso es que era más una lucha personal que el buscar ganar o no perder posiciones. Me ayudaron mucho los ánimos de los españoles: Ignasi en carrera y su acompañante, Ricardo y su familia, el público con el que notaba que crecía su sorpresa al ver mi carrera y, por supuesto, Javi; que en cada cruce de miradas por vuelta me daba alas.
Para mi sorpresa, en la segunda vuelta veo que recorto distancia por delante y que me despegó un poco de las de atrás. Sin embargo seguía creyendo que no podía alcanzar la segunda plaza. Aun así, el ritmazo de Sara me preocupaba, pero no estaba dispuesta a bajarme del pódium. Reconozco que estaba disfrutando con mi carrera, con mis increíbles sensaciones y me tenía que quedar con eso pasase lo que pasase. Vaya, que me intentaba animar a mí misma, y no desmoralizarme, por si Sara me alcanzaba. Pero no sería justo. Estaba haciendo un carrerón, la mejor hasta ahora. Tanto era así que, acabando la tercera vuelta logro alcanzar a la segunda. Emoción máxima. Ahí si creí que el pódium no se escapaba, pero ansiaba esa segunda plaza.
No os puedo explicar como de emocionante fue para mí esa última vuelta. Sufrí en cada paso. Y aunque la media bajó a 3.59, que por cierto, no daba crédito, no quería que subiera. Ya no sabía de dónde sacar fuerzas. Las piernas flojeaban. Jadeaba fatigada. Saboreaba la sangre y sufría el temor de que Sara me alcanzase en el último suspiro. Pero me sentía eufórica con mi carrera –yo y el chico que acompañaba en bici a la segunda chica–. Él me decía: <¡Easy. Easy. Very good race!>, pero yo, presa de la desesperación en los últimos 3 kms, le decía a él: <¡No, que viene Sara!>. Lo cierto es que me ayudó. Su apoyo fue de gran ayuda para luchar esos quilómetros finales en los que sentía que Sara me daba caza y donde pareces rendirte en esos metros finales. Pero lo logré; aunque fuera por un margen de tan solo 30”. Y conseguí esa segunda posición, por la que no hubiera dado un duro horas antes, creciéndome ante la adversidad y dejándome la piel hasta el último suspiro.
Es muy gratificante una carrera así. Es una inyección de motivación para el siguiente reto.
Las fotos están tomadas de Triathlon Channel/José Luis Hourcade