15 de agosto de 2024. 40 aniversario del mítico Embrunman XXL. Justo un mes después de cumplir mis 40 y solo días después de que Haru cumpliera su primer añito. Había mucho que celebrar y uno siempre quiere la fiesta perfecta, la que se amolda mejor a uno mismo. Sin embargo, basta que busques la celebración idílica para que se te trunque por completo.

No haré dramas. Me quise regalar el volver a estar allí por muchos motivos que os iré desvelando. El que cumpliéramos los 40 a la vez (la prueba y yo) era una simple coincidencia que servía como motivación y que me hacía soñar en grande hasta ese momento. Yo había querido asumir ese reto consciente de todo lo que conllevaba. Quería conseguir terminar esa dura prueba una vez más. Quería hacerlo justo en el momento que se cumplía mi primer año de maternidad y sentir que había conseguido acabar una etapa que nunca ha sido nada fácil. Y aunque sabía que había cogido una de las pruebas más exigentes del planeta, era el escenario perfecto para Haru, para pasar unos días en familia y para darme la oportunidad de no sentir que iba solo a competir. De saber que ahora soy más madre que triatleta y que primero debo pensar en mi hija, en su felicidad, en su comodidad, en su bienestar y luego en mí. Eso, al menos, lo conseguí. Y eso me da una gran paz interior.

   

Ha sido un año muy duro, no os puedo engañar. Mi cuerpo y me cabeza me han puesto a prueba a diario en mi primer año como madre. Os lo he contado desde el principio, no es nada nuevo. Y sigo luchando por encontrar ese equilibrio en mi nuevo yo. En saber hacerme a todo y en conseguir mi mejor versión como madre trabajadora y triatleta que quiere seguir compitiendo como profesional. Lo he ido consiguiendo. He sido capaz de afrontar esta temporada y rendir a un alto nivel a pesar de, principalmente, lo de tanto entrenar como el descansar menos, que para mí es lo más relevante. Sabía que presentarme a esta prueba iba a suponer una gran exigencia a todos los niveles. De hecho, eso es lo que todavía me motivaba más. No se trataba solo de alcanzar una meta deportiva sino también personal. Además, sentía que (al menos por el momento) este iba a ser mi último triatlón de larga distancia. Siento que, por ahora, no quiero entrenar tantas horas, no quiero seguir sacrificando más tiempo de mi hija, no quiero sentir que quiero llegar a todo y no llego a nada y no quiero involucrar a tanta gente para que yo disfrute de mi tiempo. No quiero pasarme cuatro y cinco horas en la bici pensando: <<¿qué hago aquí?>> o diciéndome: <<¡no debería estar aquí!>> Y a la mima vez: no quiero estar pensando: <<debería estar haciendo más bici, esto no es suficiente>>, <<llego muy justa de entreno para esto>>…

Con todos estos fantasmas en la cabeza y luchando con la falta de energía, tanto a nivel físico como mental, he ido salvando la preparación. Una preparación muy justa para una prueba de este calibre. Sin trabajar en altura, sin escaparme a hacer puertos o circuitos por el estilo y ajustando al mínimo todo porque, más, no da… ni apetece. Luchando las últimas semanas con el calor, con el cansancio, con sacar lo necesario con el tiempo justo, con los abuelos de vacaciones (tienen su derecho) … Aun así, yo seguía queriendo luchar por ese reto y demostrarme a mí misma de que era capaz de conseguirlo pese a lidiar con todo. Cada día era tener que superar una prueba de fuego. El problema es que las noches empezaban a ser peor que el día. A Haru le cuesta mucho dormir y está en un momento que no consigue conciliar el sueño si no es tomando pecho o jugando con mi pezón. Nos pasamos la noche en vela con esa actitud en bucle que no nos deja descansar ni a una ni a la otra. Y, aunque cuando eres madre recobras una paciencia infinita, llega un momento que siento que no puedo más. Cinco días antes de la carrera y estando a las 2h de la mañana luchando con Haru en la terraza por intentar dormir, entre lágrimas y sollozos le digo a Javi que no puedo. Que no puedo más y que no voy a ir a Embrun. Estaba agotada. Estaba exhausta. El no dormir es muy malo y te limita tanto física como anímicamente. Te irrita, te entristece y te destruye. Yo lucho cada día por reconstruirme y eso es lo que me desgasta tanto.

Muchos frentes abiertos. Aun así, desafortunadamente, todavía hay más: “la lesión”. Rotura de la fascia de la inserción del gemelo con el soleo. Me rompo once días antes de la prueba. El fisio ya me dijo que era muy justo. Que es una recuperación de entre quince y vente días, pero ponemos todo de nuestra parte para que ese día pueda correr. Tratamiento a diario, no correr nada hasta la prueba y jugárnoslo todo ese día. Eso sí, la única posibilidad de que aguantara los cuarenta y dos kilómetros era corriendo con compresiva. Bueno, todo sea eso.

Llegamos a la mañana de la carrera… Un momento, primero… noche previa a la carrera. Creo que es importante. Así lo siento.

Son más de las 21h y Haru sigue danzando y sin querer dormir (cuando os digo que mi hija es muy dura para dormir no exagero). El despertador suena a las 4 AM y ya no pienso en dormir sino en poder descansar al menos unas horas con garantías. Consigue reconciliar el sueño, pero con ella nunca se puede cantar victoria y a las 2 AM se desvela sin motivo aparente y empieza a llorar de forma desconsolada. Sé que mi madre intenta por todos los medios salvar la situación y que yo no necesita entrar en escena. También quieren poner de su parte Javi y mi padre, pero ella solo quiere a “mamá”. Bueno, es de esos momentos que no quiere a nadie. Fueron casi dos horas luchando para calmarla. Eso no solo me rompe el corazón, sino que, irremediablemente, me rompe todos los esquemas. <<Judith, más mérito tendrás aún de sacar este reto adelante>>. <<A por ello. No pierdas las ganas ni la concentración.>>

Ya estoy en boxes y toca preparar todo. Hay que cuidar todos los detalles al milímetro porque estos árbitros son muy quisquillosos y, por cualquier detalle, por insignificante que sea, te pueden echar de la carrera. No quería que pasara eso, ya lo había vivido en mis dos ediciones anteriores aquí. Así que una de las cosas que hago es dejarme dos dorsales preparados por si se me moja en la bici o se me rompe, para poder ponerme otro para correr. Aquí son muy estrictos con eso. Que el dorsal vaya sujeto por tres puntos y que siempre vaya bien visible entre el ombligo y la cadera, ni más arriba ni más abajo. Sí, sí, habéis leído bien. Me dejé dos dorsales y no me puse ninguno. Es cierto. De ahí mi gran castigo conmigo misma. ¿No lo dejé lo suficiente visible? ¿Debería haberlo puesto encima del casco? Tal y como os digo. Mucha presión aquí en lo de cómo dejar las cosas colocadas. Mucha presión en no hacer nada incorrecto… Al final caí en su trampa.

Salí del agua con mil cosas en la cabeza. Salí del agua muy clavada del cuello (mi punto débil) a consecuencia de esa dura noche que pasé. Corriendo hacía boxes sentí un pequeño pinchazo en el gemelo que me hizo presagiar lo peor y me desconcentró durante unos segundos. Veía que asomaba un poco la pernera por debajo del neopreno y temí que me amonestaran por ello. Temí que me llamaran la atención por dejar las cosas colocadas en la silla y no en la caja como me había “recomendado” un árbitro mientras que otro me había dado el ok. Me concentré en no dejarme el bidón aero que debía poner en los acoples (en esta prueba la bici se deja en posición vertical con el manillar hacia el suelo y, de esa manera, el bidón me perdía líquido). Me centré en todo menos en lo que me tenía que centrar y de esa manera olvidé lo imprescindible y necesario. Olvidé ponerme el dorsal.

Me di cuenta tarde. Me di cuenta cuando ya no podía hacer nada. O sí, tengo esa duda. No sé si se puede dar marcha atrás en el circuito y volver a entrar a boxes por el dorsal. Lo investigaré. En cualquier caso, esa idea me vino tarde. Me subí a la bici, encendí el Garmin, me fui colocando botas, empecé el ascenso de la primera subida haciéndome al ritmo y a la cadencia, mirando y sonriendo a la gente, a Eider y Aritz y justo a la altura de Javi (un amigo) voy a colocarme bien el dorsal y me doy cuenta que no lo llevo. Me da un vuelco el corazón; tanto, que provoca el llanto sobre la bici. Me quedé en shock. Me torturo mientras pedaleo sin saber ni si quiera que avanzaba. Estás descalificada Judith. Esto es motivo de descalificación directa. La has cagado. No puedo dejar de pensar en mi error, pero ya nada puedo hacer. Esta carrera se ha acabado para ti. Tenías muchas dudas, aun así, ni si quiera te has dado la oportunidad de intentarlo. No te has dado lo oportunidad de ver hasta dónde eras capaz de luchar, de ver hasta dónde, hasta qué punto eres capaz de superarte.

FOTO BY: Jacky Everaerdt at TriMax Magazine

Completé el bucle que nos devolvía hasta Embrun sin enterarme. Cuarenta kilómetros de bici aislada en mis pensamientos. Solo la rampa del 22% y el saludo al pasarme de los chicos élite españoles me devolvía a la realidad. Una realidad que dolía mucho, que quemaba por dentro. ¿Por qué aquí? ¿Por qué hoy? Yo seguía sin entender el por qué y seguía castigándome.

Tuve momentos de pensar en completar la bici a pesar de no estar en carrera. Tuve segundos de motivarme con buscar mi propio reto del día, aunque, vamos a ser sinceros: no soy ninguna heroína. No lo veía necesario y, además, no iba a poder despejar eso de la cabeza y avanzar en ningún momento.

Me dolía mucho, pero la realidad era la que era. No tuve dudas. Por más que buscaba en mi cintura, el dorsal no estaba y no iba a aparecer por arte de magia. Todos lo llevaban, como debía ser. Y a pesar de que los jueces que pasaban no se daban cuenta de mi error, no era necesario esperar su amonestación. Me había descalificado yo sola. Por mi misma dicté sentencia. No hace falta que nadie me juzgue. Mi propio juicio es muy sensato. Estaba fuera de carrera. Era lo lógico, lo ético. No me podía permitir ni un instante el pensar: “mientras no me vean, mientras no me digan nada, yo sigo”. No. No soy así. No me lo hubiera permitido. Va en contra de mis principios. No es solo el respetar a mis rivales, sino de respetar las normas del juego, sin trampas. Respetarme a mí misma.

FOTO BY: Jacky Everaerdt at TriMax Magazine

Con ese sentimiento de culpabilidad me detengo delante de Javi y de mi padre. Me siento culpable por mí y por ellos que estaban sacrificándose por mí. Me avergüenza la situación y no sé cómo se van a tomar me decisión. Sin embargo, Javi me dice: <<Ya sabía que te ibas a parar. Es que tú eres así. No hay más. Y te felicito por ello. Estoy orgulloso de ti.>> Con eso me vale. Mi decisión era irrevocable, aun así, me consuela la aprobación de mi marido. Sin reproches.

Ducha y vuelvo a meter en la cama con Haru que aún duerme. Nota mi presencia, abre los ojos para asegurarse de que soy yo, sonríe, me saluda con la manita y sigue durmiendo. Y ahí es cuando siento un gran alivio reconfortante. Haru: mamá hoy no ha podido enseñarte su faceta luchadora, no obstante, sigue enseñándote valores. La ética y las normas están por encima de todo. Y, más aún, en el deporte. Esa es mi esencia y eso es lo que te quiero transmitir.

Muchos me habéis dicho que las cosas pasan por algo. Que si no fue es porque no tenía que ser. Puede ser. Al menos pensar eso es un gran consuelo y ayuda a pasar el luto.

No acabar una carrera siempre deja un vacío muy grande, difícil de llenar. Sé que costará unos días cubrirlo. Y lo peor es que no puedo dejar de fustigarme por el error tan grande que cometí. ¿Cómo pude olvidarme eso? No me lo explico. Fue un fallo garrafal. Y eso me sigue comiendo por dentro. Aunque es parte del juego. No solo saber celebrar triunfos sino saber reponerse a las derrotas.

Os tengo que dar las gracias a todos los que aplaudisteis mi decisión. Me alegra que apreciéis eso. Y agradeceros todos los mensajes de apoyo que recibí. La verdad me hace sentirme orgullosa.

Es momento de parar. Es momento de dar un paso al lado. Por mí y por Javi. Por los dos. Por nuestro matrimonio. Por nuestra familia. Le pedí prioridad hasta Embrun y ahora le toca a él. Los dos sabemos lo difícil que ha sido que cada uno sacara sus entrenos y carreras hacia adelante con todo lo demás. Javi se ha retirado en sus últimas dos carreras. Llegaba bien físicamente pero no llegaba centrado (cómo le entiendo), y eso mismo era lo que no le permitía acabar. Toca poner más de mi parte. Siento que me toca ayudarle para que complete con éxito su próximo reto y sienta que llega preparado. Con ganas y concentrado.

Es tiempo de hacer un reset. Es momento de recargar esa energía que he agotado. Es momento de reponerme. Es el momento de volver a trabajar (se acaban las vacaciones para Javi y para mí) y no sentir que debo cumplir con un entreno. Es momento de centrarme en Haru, en su inicio en la guardería y hacerle un buen acompañamiento en su periodo de adaptación sin sentir que tengo objetivos deportivos a la vista. No quiero ir a nadar por obligación ni entrenar sin ganas. Quiero sentir que quiero hacer deporte porque me gusta y no por obligación.

Dar las gracias a mi entrenador Iván Álvarez por su gran acompañamiento. Por saber devolverme la motivación y la ilusión por entrenar y por el gran rendimiento que hemos alcanzado trabajando juntos. Quiero nombrar a Anna Flaquer, ella es quién dirige los entrenos de natación máster donde voy a nadar en grupo. No solo es una gran entrenadora, sino que siempre ha estado pendiente de mí, y si no fuese por ella, no hubiera conseguido ni salvar los dos-tres días que he ido salvando de natación a la semana. ¡Gracias!

Permitirme una última mención especial. A mi fisio Enric y a todo su equipo de Dot Salut. Por implicarse siempre tanto y en especial estas últimas dos semanas. Por el tratamiento diario y eso que Enric debía estar de vacaciones y no estar tratándome a mí.

Poco que destacar de una carrera que transcurrió a la perfección. Con un gran resultado y con muy buenas sensaciones en una prueba que me gustó mucho.

Como siempre podría contar mil anécdotas. Como la de hacer una hora más de coche por culpa de pasarnos la salida en un momento de estrés (con la peque llorando –odia el coche o, mejor dicho, odia estar atada y no poderse mover–). Pero no quiero hacer extensible esta crónica y dar más importancia, de la que realmente tienen, a ciertos detalles. Y más cuando estoy intentando que estos imprevistos no me afecten lo más mínimo a la hora de competir.

Bueno, empecemos por el principio…

Estando en boxes ya preparados para ir al agua, y arrancar la prueba, me doy cuenta que hay una chica pro extranjera (polaca) que no tenía controlada. Había pasado desapercibida hasta ese momento y yo ni si quiera había mirado la lista de inscritos. Me dicen que es campeona del mundo de acuatlón, que viene de la corta distancia y que ha ganado alguna copa del mundo. ¡Uf!, la previsión cambia a pocos minutos de arrancar la carrera. Cómo son las cosas. Sin embargo, salimos juntas del agua, lo cual me dio algo de alivio ya en el primer sector.

A pesar de las muchas dudas y las diversas mediciones, finalmente fue una natación con neopreno. La parte positiva es que se agradeció tener ese plus de flotabilidad en una natación dura por la fuerte corriente y el viento. La parte negativa fue que fuera pasamos mucho calor esperando con el neopreno puesto y luego en el agua también (al menos yo). Fue donde más calor pasé en toda la prueba. Se me hicieron muy agobiantes los últimos metros y salí muy acalorada. De hecho, hice una transición pésima por el aturdimiento que llevaba. Se me cayó dos veces el gorro camino boxes y me costó quitarme el neopreno que parecía tener pegado a la piel. En general, la hice muy lenta y veía como se escapaban mis perseguidoras, pero no quise estresarme más de la cuenta en ese momento. Sí, perseguidoras hasta ese momento porque no solo conseguí que no se escapara Alicja (la polaca) ni Yaiza ni Ariadna (dos grandes nadadoras), sino que conseguí tomar la delantera y dirigir el rumbo en la segunda vuelta de natación. Eso me dio confianza. Además, temía que al salir todos los participantes masculinos dos minutos antes que nosotras, y tener que efectuar muchos adelantamientos, eso rompiera el grupo. Sin embargo, sorteé bien la situación. Y he de reconocer que, aunque a veces esas salidas puedan jugar en nuestra contra, a mí me gusta el hecho de que salgamos más o menos todos a la vez y de esa forma haya más ambiente durante toda la carrera.

En bici fui entrando poco a poco. No quería volverme loca en los primeros kilómetros como hago siempre. Quería permitirme, en esta competición, ir gestionando bien todo y no ser tan impulsiva. Así que empecé el ascenso del primer puerto con calma hasta ir encontrando esas buenas sensaciones que siempre tardan un poco en llegar. En apenas dos kilómetros ya me coloqué en primera posición. Sin embargo, detrás mío escucho una advertencia del juez y veo que Alicje está pegada a mí. Corono el puerto y la situación sigue igual. Una segunda advertencia. De hecho, escucho un pitido y no sé si es aviso o le ha caído una sanción. Realmente se la estaba jugando mucho. Yo le eché un par de miradas (no suelo mirar hacia atrás, pero esa situación me estaba pareciendo muy descarada). Y, como veo que eso no cambia, decido regular, comer, beber y no desgastarme más de la cuenta en ese tramo de ligera ascensión y con el viento en contra. Pienso que me lo va a poner difícil y que su baza es quedarse detrás en bici e intentar estar más fresca para disputar la carrera a pie. Así que, llegados a ese punto, donde no preveo que vaya a tirar ella en bici, decido abrir gas. Tirar de impulso de nuevo; de garra. Y empiezo a pedalear con todas mis fuerzas y acoplada donde el terreno empieza a ser más favorable y más rápido, a pesar de que siguiéramos con el viento en contra. «Ahora o nunca» pensé en ese momento.  A partir de ahí veo que he abierto una buena brecha y que la diferencia es cada vez más amplia. Eso me motiva, aunque no me da la seguridad suficiente para creer que esa ventaja podía ser bastante para que no me pudiera dar caza en la carrera a pie. Nunca es suficiente. Cómo somos. Jejejeje. Lo que hace la presión de ir en cabeza. Además, como sabéis, siempre puede pasar de todo, desde un pinchazo hasta un desfallecimiento teniendo en cuenta las condiciones extremas de ese día y en ese escenario.

Ver que mi ventaja era cada vez más amplia no fue lo único que hizo que me fuese creciendo, sino que el ver que no me alcanzaba ningún chico fue aún más motivador. Sino estaba dentro del top ten, lo estaría rozando y eso que habían salido dos minutos antes que nosotras. Así que me alegró ver que esa fuerza que acabé empleando en bici estaba siendo productiva. Fue un gran circuito. Dos vueltas con un bonito puerto y una zona rodadora. Lástima a un asfalto muy bacheado por culpa de todos los parches que tiene. Para mí, ese fue el único punto negativo de esta carrera. Ese asfalto necesita una renovación ¡ya! Yo solo pensaba en no caerme y daba miedo coger velocidad y acoplarse con esa carretera. Por suerte, no tuve ningún percance. Solo me dolía mucho la nariz. Sí. El casco me da en la cara y en la nariz (tengo la cabeza muy pequeña, por debajo del mínimo de la talla S de cualquier casco) y por culpa de los baches cada golpe me iba destrozando. «Eso ayuda a inhibir otros dolores», pensaba yo. «Mientras piensas en la nariz, no piensas en el dolor de piernas». Me intentaba convencer.

Un sector ciclista que me pasa un santiamén (2h16’). Cómo mola tener esa sensación. Cierto que eran 77 kilómetros, pero con mil metros positivos y con viento y mucho calor.

A ver como se me da la media maratón en el infierno…

¡Uf! Empiezo aturdida. Siento que el termómetro se dispara de golpe y mi cuerpo no sabe cómo reaccionar. Me da un vuelco el estómago y siento que me flojean las piernas, noto como si me fuera a caer. Pienso: «no voy a poder con esto». Y, entre esos pensamientos negativos, veo a Javi y me dice: “la polaca iba a unos tres minutos, pero dice tu padre que igual ahora es menos” Eso me aturde aún más. Determinación Judith. Me digo a mí misma. Y casi, por arte de magia, de golpe, consigo revertir la situación. Empiezo a correr fuerte y sorprendentemente el cuerpo y la cabeza responder con autoridad. En menos de un kilómetro soy capaz de ponerme a correr por debajo de 3’55 y sentirme cómoda en ese ritmo. Cómoda y fuerte para mantenerme sólida al menos en la primera vuelta y poder sentenciar la carrera. Poder administrar una ventaja que entonces sí me diera la garantía suficiente para defender el primer puesto hasta la meta.

A mitad de vuelta Javi me dice: más de siete minutos. (¡Aig! ¡Cómo la lían los abuelos! Jejeje). Y ya desde ese momento paso del miedo a la euforia y me limito a disfrutar de una carrera en la que me estaba encontrando pletórica. En la que me estaba encontrando más fuerte que nunca. En la que me estaba permitiendo fijarme en la técnica. Y, sobre todo, me estaba permitiendo interactuar al máximo con otros corredores, con el público, con los voluntarios y con los miembros de la organización.

Qué bien me encontré. Increíble. A pesar de ir relajada seguía corriendo rápido. No era capaz de frenarme más. Cómo se disfruta cuando tienes tan buenas sensaciones. Tuve el día. Y yo solo pensaba: ¡ojalá me encuentre igual de bien en Embrun! jejeje. Aunque sea al menos los primeros 10k.

El infierno no pudo conmigo. Cierto que suelo tolerar muy bien el calor y supongo que me crezco al ver que lo domino y no es capaz de doblegarme. Y más aún al ver que a la mayoría les pasa justo lo contrario. Los buenos avituallamientos fueron claves para no flaquear y tolerar las altas temperaturas. Y es que fue una auténtica gozada recibir una botella de agua bien fresquita constantemente. Hasta siete veces por vuelta podíamos avituallarnos (eran cuatro vueltas de 5’2km cada una). Además de dos duchas para refrescarnos y la posibilidad de coger un pañuelo empapado de agua fría en cada vuelta. Fue un gusto ir bebiendo agua fría continuamente y para mí es un detalle a ensalzar de la organización y los voluntarios que se implicaron al cien por cien para facilitarte cada paso por ellos. Igual que en la bici que podíamos coger hasta tres veces un bidón con agua fría. Yo cogí solo en la mitad de la segunda vuelta, cuando empezaba a recalentarme: y fue un gran alivio.

Me gustó mucho esta carrera. Me gustó mucho esta prueba. Una prueba sencilla pero que cuida los detalles importantes. Cuida al triatleta y nos ofrece lo que queremos y necesitamos. Una prueba preparada con mimo y con mucha y esmerada atención. Con grandes puntos a su favor. Me gustó mucho el tema boxes. El poder dejar la bici a lo ITU (metiendo la rueda entre dos barras). Me gustaron muchas cosas. También a destacar los buenos premios económicos y que este año los habían aumentado: 1600€ a los ganadores. Pero…, si me he de quedar con algo, es con el buen trato y la gran acogida que tuve. Desde que escribí a la organización, para decirles que me gustaría estar en su evento, todo fueron facilidades. Me recibieron con los brazos abiertos y tanto la organización como el concejal de deportes (que no solo formaba parte de ella, sino que estuvo dando agua… como el que más) vinieron a saludarme el día de antes y agradecerme mi participación en su prueba. “Gracias, el placer ha sido mío”. De igual forma, agradecerle al Hotel Zaytun su hospitalidad y todas las facilidades que me brindaron para que no me faltará de nada.

Pd: después de la prueba hablé con Alicja. Me cayó muy bien. Me estuvo contando que dejó el tri durante tres años por una enfermedad y que ahora lo había retomado después de estar haciendo ciclismo. Menos mal que lo del ciclismo no lo supe antes, jejejeje.

Creo que lo más difícil de la competición es saber gestionar los días previos. Saber controlar las emociones, los nervios, las dudas y los miedos sin volverse loco y sin que cunda el pánico. Sobre todo, esas últimas cuarenta y ocho horas donde no sabes qué hacer ni cómo actuar. Y la duda de que cuánto y cómo pueden llegar a afectar tus actuaciones y hasta tus pensamientos, para bien o para mal, luego en carrera. Nunca sabes si has comido, si has bebido o si has descansado mucho o poco. Y, más allá de lo físico, lo complicado es tramitar la parte mental. Sobre todo, la presión. La cual, en una prueba como esta, gana mucho más peso. ¡Qué difícil! «¿Verdad Helene?». Tengo la gran suerte de compartir una bonita amistad con ella y la confianza es tal que, a pesar de enfrentarnos el sábado, durante esa semana, y hasta segundos antes de empezar la carrera, compartimos esos sentimientos. Hablamos abiertamente de todo ello. De esa manera es como intentamos relajarnos y animarnos a disfrutar por encima de todo.

             

El triatlón de Zarautz es especial. Es único. Y es aquí donde quieres dar tu mejor versión. Quieres ofrecer espectáculo. Quieres luchar como la que más y quieres regalarle al público lo que espera de ti. Un público que se vuelca contigo y confía en que estés lo más adelante posible, como lo has hecho en todas tus participaciones anteriores. Zarautz es extraordinario. Es la fiesta anual del triatlón. Fiesta que no te quieres perder y a la que quieres acudir con tus mejores galas. Sabes que vas a tener todas las miradas puestas en ti (como en el resto) y que las apuestas están abiertas. No quieres defraudar a nadie. Y mucho menos a ti misma. Sin embargo, es el único triatlón que me puede más el “estar” que el “estar bien”. No me lo pierdo. No me lo quiero saltar. Necesito vivirlo año tras año. Y el participar en él, acaba cobrando más relevancia que el poder luchar por ganar la txapela.

Era mi séptima participación consecutiva (quitando el año del covid que no hubo, y el de mi embarazo, que evidentemente no pude). Y, mucho más que mi resultado, lo que me sigue quitando el sueño de este tri, a pesar de mi experiencia en él, es el “muro”. Sufro tanto en él, y me cuesta tanto gestionarlo, tanto física como mentalmente, que cada edición me machaca en la cabeza el hecho de no ser capaz de superarlo. No es el no poder remontarlo sobre las dos ruedas; sino que, el hecho de querer sacar el pie del pedal, me hace verme en el suelo. Se junta mi falta de destreza en la bici con mi gran sentido del ridículo. Por un lado, no controlo el ponerme de pie con ese porcentaje tan alto (y menos con la bici de crono), siento que tiro tanto del manillar sentada que no solo parece que no avance, sino que incluso levante algo de rueda. Siento que me voy a quedar parada sin conseguir quitarme la cala a tiempo, o hacerlo por el pie correcto. Por otro lado, me siento como una modelo desfilando por una pasarela en la que, de pronto, sin saber por qué, se pisa el vestido, se tuerce el tobillo y se cae en plancha siendo el hazmerreír de todos. Lo sé, sé que ni una cosa ni la otra van a pasar aquí. Zarautz es todo lo contrario. El público es un protagonista más. Empatiza contigo. Sufre contigo. Lucha contigo. Te ayuda con toda esa energía suya. Y nunca va a dejar que caigas (el sábado lo demostró más que nunca).

Y con ese cocktail de ser la carrera que más quiero, pero que más temo, me plantaba en la línea de salida una vez más.

Hacer una buena natación en Zarautz es crucial y la mía fue realmente lamentable. No solo perdí muy pronto al primer grupo, sino que perdí todas las referencias y me encontré toda la natación nadando sola y a la deriva. Me sentí realmente desubicada. Aún no logro entender lo que hice. Porque pasado el ecuador de la natación, adelanté a una chica con mucha facilidad. ¿Quién era esa chica y por qué estaba delante de mí? ¿Qué demonios estaba haciendo yo ese día en el agua? Sé que la travesía Getaria-Zarautz es muy difícil. Aun así, el sábado me estaba pareciendo realmente imposible.

Mis sospechas se confirman cuando al salir me cantan que he perdido más de cuatro minutos. Un desastre irreparable. Sé que, el haber estado nadando menos, se iba a notar, pero confiaba en saber disimularlo en carrera. No hay secretos. Si no se entrena… por mucho que hayas sido nadadora… Y yo, a duras penas estoy salvando dos o tres días de natación a la semana. En parte, porque es lo primero que sacrifico si no tengo tiempo. Y otras muchas veces, por pereza o falta de ganas. Además, este último mes he estado muy mal de las cervicales y me ha impedido el nadar muchos días.

Estando en boxes escucho que Svenja y Laura también están ya en la T1. Me alegra tener compañía, y más si es con dos de las favoritas. Pero a la vez me enfada el hecho de haber nadado igual que Svenja cuando normalmente nado más rápido. Lo único que me calma es el pensar que, al menos esta vez, no me va a pasar en la carrera a pie, sino antes. Y quizá, eso, hasta me ayuda el tener su referencia en bici.

Pues de poco sirvió esa referencia porque a pesar de adelantarme con fuerza en la primera subida, fue empezar el descenso y ver cómo le era imposible controlar la bici. Me asusto mucho al verla. Y no solo sufro por ella sino por mí. No quiero que su caída provoque la mía. Y no quiero mirar porque siento que su mala trazada me incita a caer en la misma trampa como si se tratase de un efecto espejo. Decido alejarme rápido de ahí y salir de la zona de peligro. Un peligro que no dejamos de sentir ninguno de los participantes porque realmente la lluvia fue muy intensa de principio a fin. Y es un circuito muy complicado. Así que, dadas las circunstancias, me limito a ser más cauta que nunca. No me la juego. Ni quiero, ni tengo necesidad. Solo pienso en mi hija. En que quiero poder cogerla en brazos y jugar con ella en cuanto acabe la carrera. «“Si nos caemos en mojado no nos soyamos tanto”» comenté con Helene hablando durante la semana. Y es que nos tocó mucho tanto la caída de Pello como la de Sara en esa semana previa. Y nos preocupaba el caernos, mucho más cuando veíamos los pronósticos del tiempo.

Como cambian los objetivos en el transcurso de la carrera. Pero es lo bonito del deporte y de la competición: saber improvisar, adaptarse, conocer tus limites, marcarte metas y afrontar y solventar con entereza lo que va viniendo. Sentía que estaba viviendo una carrera muy diferente. Que había dejado de ser competitiva. Sentía que me evadía de la competición para centrarme en mi misma. Para no dejar que el miedo se apoderara de mí y perder la concentración. Me gustó la templanza que tuve. Arriesgar más no hubiera servido para nada ni hubiera cambiado las cosas. Al contario, sentía que era la mejor decisión. Y más, viendo como otros se retiraban, se caían o tenían verdaderas dificultades para controlar la bici.

Lo único positivo de todo aquello es que no pensé en el muro hasta que llegué a él. Ilusa de mí, creí que el haber sido conservadora me iba a permitir subirlo con más fuerza. Todo lo contrario. Si no me empujan no subo. Si no me aguantan me caigo. Lo pasé tan mal que me da rabia no poder disfrutar ni un poquito de la magia que se vive hay dentro en ese momento. Pero bueno, la saboreo días después reviviendo ese momento. No solo se me hizo interminable, sino que estaba impracticable. Y como decía Julen: «subir el muro fue como hacer bici estática sobre un rodillo de rulos». Pero el público no me dejó caer. No dejó que ardiera en el infierno. Gracias a todos por ayudarme a alcanzar la cima. Sentí que tocaba el cielo. No solo por lo muerta que estaba, sino porque la niebla era tan espesa que no se veía ni a un metro de distancia. Así que, después de lo que me había costado el ascenso, estuve a punto de darme la vuelta.

Por fin llegaba el final del sector ciclista. Último ascenso y descenso a Meagas para encarar la T2 y analizo la situación de carrera. El pódium muy lejos. Las dos extranjeras jóvenes muy adelantadas. Helene a la caza en tercera posición y yo pisando los talones a Ainhoa (algo le tuvo que pasar). Sofía Aguayo no estaba (se cayó). Laura tampoco (se retiró) y Svenja viene rezagada (también tuvo muchos problemas en los descensos y no sé si sufrió alguna caída), pero preveo que me va a dar caza corriendo. Yo alcanzo a Ainhoa en la bajada viendo como patina en cada curva. No quiero ni mirar. Quiero pasarla, pero lo veo hasta peligroso. «Efecto espejo no, ¡por favor! Que se acabé ya la bici». Llevar freno de disco fue clave y poner la presión pertinente en las ruedas también. Suerte que dejé que hinchara Javi, sino, yo también la lío.

Si por un momento creí meterme en carrera al alcanzar a Ainhoa, me duró poco. Me pasó en el primer kilómetro como una gacela. Qué pasada. Qué ritmo. Qué estilo. Daba gusto verla correr. O más bien volar. Es que flotaba sobre el suelo. Qué clase. Qué deleite. Aunque desapareció tan rápido que no pude disfrutar ni si quiera de eso. Quise intentar perseguirla, sin embargo notaba que seguía sin chispa (no sé si tuvo que ver el full de hace dos semanas o era simplemente lo que tenía ese día (o lo que tengo a día de hoy)). Tampoco quería relajarme porque Svenja venía muy fuerte por detrás y aunque estaba convencida de que me iba a pillar (aun no sé cómo no lo consiguió) sentía que no debía tirar la toalla. No por ella, sino por el público, por Zarautz. Ellos no merecían eso. Ellos se estaban dejando la piel conmigo y yo debía hacer lo propio. Se desgañitan para animarte. Se agachan para poder mirarte a los ojos, te empujan con sus gritos de tal manera que tú no puedes, ni debes, dejar de dar lo máximo.

Me centré en eso. En mirar a la cara a la gente del público, a los vecinos de Zarautz que tanto me conocen y tanto me quieren. A muchos amigos que habían venido a verme y otros que aparecieron por sorpresa y que me alegraron gratamente. Fue increíble ver a cada uno de ellos, sonreírles, agradecérselo y sentir como inoculaban una energía en mí que hasta entonces no había tenido. Luché por ellos sin saber que esa lucha iba a tener una gran recompensa: ganar una posición adelantando a Ainhoa en el kilómetro final.

 

No me alegro por ello. De hecho, me supo mal y al abrazarla en meta le pedí perdón por ese adelantamiento final. Es difícil de explicar y quizá también de entender. Pero creerme que es así como lo siento. Me gusta ganarme a mí misma, sin embargo, no me gusta ganar a las deportistas, a las personas que admiro. Ainhoa es una de ellas. Es un referente. Y qué bonito fue volver a competir con ella. Después de tantos años. Y aquí, en el mismo lugar donde coincidimos la otra vez. Ella llevándose la txapela y yo acabando detrás de ella. Que admiración volver a verla competir con esa clase y que lo hiciera a ese nivel después de tantos años apartada de la competición. Y porque tuvo muchos problemas en la bici que si no…

 

Pues ganar esa posición fue tener un buen sabor de boca para mí. Fue emocionante sprintar por las calles de Zarautz y fue más emocionante que justo me alcanzara Iván en ese momento y compartir esos metros finales agónicos y cruzar prácticamente juntos la meta. Otro ejemplo de inmenso deportista. Que nunca se rinde, nunca se queja y siempre lo da todo desde principio a fin (además el sábado corrió con un dedo del pie roto). Así que me sentí orgullosa de entrar detrás de mi entrenador y, sobre todo, compartir la misma filosofía: que no puedes dar nada por perdido hasta el final y que rendirse no es nunca una opción válida para mí.

No acabaría nunca esta crónica. Quiero contaros muchas cosas. Quiero nombrar a mucha gente. Quiero agradecer a la organización el cariño recibido. Quiero daros las gracias a todos los que me animasteis con tanta pasión. Quiero abrazaros a todos de forma cariñosa para agradeceros tanto y tanto. Quiero quedarme más días en el Txikipolit, no solo comiendo pintxos, sino conversando con vosotros y con todos los que vamos coincidiendo. Qué bonito es vivir eso año tras año. Qué bonito es volver a vuestras calles, veros y ponernos al día de todo. Vivir todo eso con vosotros. Qué bonito es levantarse el domingo y comentar la jugada con todos ellos. Porque todo el pueblo “compitió” el sábado. Todo Zarautz se vuelca al 100%, haga el día y el tiempo que haga. Porque todos ellos se alegran por ti; hagas lo que hagas…

Zarautz, ¿por qué me quieres tanto? Yo sí sé por qué os quiero tanto a vosotros.

Sigo eufórica. Esta carrera me deja una resaca emocional muy grande. Me llena de felicidad de una forma inexplicable. Y no puedo parar de revivir momentos únicos. Tenía muchas ganas de escuchar la voz de mis speakers favoritos: Aitor y Jon Alegría. Y el volver a verlos. Zarautz es mágico. El norte es extraordinario. Hasta los árbitros son geniales. No es incompatible ser profesionales y hacer bien tu trabajo, con ser cercanos, ser personas. Gracias “aita” y compañía. Llegar a meta y que una juez te diga: «coge a tu niña que os dejo inmortalizar este momento», no tiene precio.

Gracias y gracias a todos los fotógrafos. No solo por vuestro gran trabajo, sino por captar y regalarme todos esos bonitos recuerdos para enmarcar.

Aquí somos tres “amatxus”, pero no somos las únicas, ni somos ejemplo de nada. Hay muchas más. Y seguro que tienen más mérito que nosotras. Y no solo las que compitieron, sino también las que están al otro lado para que sean ellos, los papás, quiénes compitan. Porque no se trata de demostrar nada. No es mi intención. Ni de ser ejemplo de nada. Simplemente de mostrar los valores que le quiero enseñar a mi hija. Los valores que te da el deporte.

Quiero dedicar esta crónica a todos los que conseguisteis vuestra épica particular. A todas esas historias de superación que hay detrás de cada uno de nosotros y algunas muy duras que no hace falta ni nombrar. Enhorabuena y siempre hacía delante. Ánimo a todos. Un abrazo muy efusivo de mi parte. Para ti también Maider.

Raynaud/embarazo:

Sé que muchos os habéis preocupado por mí y por mis problemas con el frío y más, en un día de perros como lo fue el sábado. Pues os tengo que decir que soy otra. Que con el embarazo el Raynaud prácticamente ha desaparecido y solo noto, un poco, los pies fríos (muy soportable). Así que no pasé nada de frío. No sé si cambiará de nuevo cuando deje de darle el pecho o cuando me vuelva la menstruación. Por ahora es un gran alivio. Gracias por preocuparos.

Me quedo con ganas de más. Fue muy guay despedirme de Zarautz con Haru corriendo por la arena. Divirtiéndose en su primer día de playa. Nada menos y nada más que “Aquí”. Y justo el día en que cumplía 10 meses.

 

Mediterranean Epic Triathlon. Campeonato de España de Larga distancia. Tocaba enfrentarse al primer gran reto de la temporada. Tocaba enfrentarse a la distancia temida. Y tenía la sensación de que me había precipitado. Quizá era pronto para competir en un full. Realmente había empezado a entrenar con normalidad y regularidad en enero, momento que me puse en manos de Iván Álvarez. Y aunque he entrenado bien y todo ha ido saliendo bien, sentía que me faltaba bagaje aún para correr esta distancia. Sentía que había sido un espacio corto de tiempo desde la maternidad, sentía que me faltaban más tiradas largas de confianza. Aunque sentía que era más una sensación mental que física. Tenía la percepción que mi cuerpo aún se debía acostumbrar algo más a estar metido una hora en un neopreno, a estar sentado y acoplado cinco horas en una bici… pero, sobre todo, tenía la percepción que mi mente era la que aún no estaba preparada para lidiar con esa larga batalla llena de obstáculos y vencer esos enemigos y fantasmas que van apareciendo cuando menos te los esperas y quieren derribarte.

Sé que era la gran favorita y a priori partía con una ventaja indiscutible para llevarme la carrera y el título, pero como os estoy contando, en la larga las rivales pasan a un segundo plano. Tú, sólo piensas en completar tu odisea particular. O al menos así lo percibo yo. De hecho, es muy curioso, pero cuando visualizo un full todo cambia. En cualquier carrera es inevitable (si tengo opciones, claro) verme luchar por la victoria, por adelantar a una u otra en un momento dado o que te alcancen ellas a ti… Te imaginas levantando la cinta… Sin embargo, cuando presento un larga distancia en mi cabeza, no hay rivales, estoy sola. Me imagino en solitario enfrentándome a esa larga aventura llena de peripecias y donde solo quieres ir pasando pantallas y no llegar a ver el game over hasta la meta.

Con este gran respeto e incertidumbre, me plantaba en la línea de salida. Tuve un pre carrera tranquilo, relajado y sin nada destacable. Así que llegaba el momento y la hora.

La natación se me pasó rápido. Me gusta el formato a dos vueltas (aunque no salgamos del agua). Se me hace más ameno y entretenido que el hecho de recorrer el mar de punta a punta en una recta interminable. Aunque la diversión y el entretenimiento lo pusieron las olas que se regocijaron de lo lindo con nosotros. Nos impedía ver las boyas con claridad y eso me hizo forzar mucho la lumbar y el cuello. Tocaba levantarse más de la cuenta y con más continuidad porque el mar movido dificultaba mucho situarse. Tuve momentos en los que alcanzaba algún pro masculino y me ayudaba la referencia, pero tuve muchos otros en los que nadé completamente sola. Y el problema de eso, es que me evadía y sentía que perdía ritmo. De hecho, no fue una natación buena, la hice lenta. Pero… en mi mente leía: ¡has pasado de pantalla!

El juego siempre se va complicando y cada vez es más difícil. Sin embargo, a veces lo más sencillo e insignificante es lo que te hace perder una vida o la partida completa. Os digo esto porque el sábado me salió caro ponerme los calcetines en la T1 (como siempre hago). Aunque aparentemente parecía una hierba inofensiva, ¡era un campo de minas! Estaba plagado de pinchos. Y eso me incomodó y me destrozó los pies. Suerte que me había dejado otros calcetines en la bolsa de la T2. Por si las moscas. Si no, eso me habría arruinado la carrera a pie.

No os puedo destacar mucho del segmento ciclista. Todo ocurrió sin percances. Me encontré sólida. Supe gestionar muy bien la parte mental y los momentos duros. Me sorprendió que mi cabeza estuviese muy relajada, muy fresca y no dejara que ningún pensamiento negativo se apoderara de ella en ningún momento. Conseguí con esos juegos mentales que nos ingeniamos todos los corredores, que las horas y los kilómetros fueran pasando de una manera fluida. Conseguí que esos cálculos y elucubraciones que nos planteamos fueran siempre positivos. Conseguí que todos los pronósticos que me diseñaba fueran todos a mi favor. La cabeza funcionaba y el cuerpo también. Intenté buscar un punto perfecto para no ir de más ni de menos. Intenté ser sólida, fuerte y constante y lo logré. Logré hacer muy buena bici. Y lo único que no logré fue beber tanto como quería y ese fue mi gran error. Pequé de controlar eso en los avituallamientos y la cagué. Quise ponerle remedio a medida que pasaba la carrera y lo que hice fue empeorar las cosas. Tenté a la suerte y no soy precisamente una tía afortunada en el azar. Debía haber llevado algún bidón más, o debía haber ido cogiendo bidones y botellas del avituallamiento y guardármelo hasta el siguiente. Aun así, me limité a beber algo rápido e intentar rellenar un poco el bidón del acople. Pero, como sabéis, en ese espacio tan corto de tiempo y distancia, no llegué a dar más de dos tragos y no conseguí a rellenar ni 100 ml el bidón. Lo peor, fue que cuando le quise poner remedio en la última vuelta, ya era tarde. Ya la había liado. Ese fue mi gran error. Y ese fue el punto de inflexión.

Con templanza afronté la segunda transición. Y con la garantía de que tenía el mejor escenario posible para enfrentarme a la maratón. Salí decidida. Sin dejar que los pensamientos negativos, que suelen aparecer en ese momento de carrera para convencerte de que “ya es suficiente por hoy”, hicieran eco. Los borré rápido y salí a correr con fuerzas. La mente calibraba bien. Sin embargo, mi cuerpo encendió rápido el piloto rojo. Noté que la energía se agotaba de golpe. Llevaba rato con la luz de reserva encendida, pero hice caso omiso a ella. Y cuando me di cuenta, ya era tarde. Por mucho combustible que quisiera meter, el motor estaba seco. Estaba vacía. Y si lo que necesitaba era “revitalizar cuerpo y mente”… solo me quedaba tirar de Red Bull. Así que eso fue lo que le pedí a Javi en cada paso por vuelta: Red Bull y Coca-Cola, para intentar poner remedio a mi sufrimiento y conseguir salvar la situación.  No obstante, lo único que logré fue empeorarlo más todavía y aumentar la deshidratación que estaba padeciendo.

Salvé la primera vuelta viviendo de rentas. Con un ritmo bueno, pero del cual yo ya me había olvidado. Sentí como me iba consumiendo y como mi cabeza se dirigía hacia otro lugar. Quería que la sacara de allí. Sólo los ánimos de la gente y de los demás triatletas me hacían permanecer alerta. Una vez más, los ánimos y los halagos que recibí sin parar hicieron que consiguiera seguir centrándome en la carrera. Ellos sí que me dieron alas. Agradecida de recibir tanto cariño y sorprendida de que lo hagan aun sufriendo más que yo, si cabe. ¡Gracias a todos de nuevo!, lo siento, si esta vez no he estado a la altura animando y alentando yo también.

A base de buscar liebres que me ayudaran a restar kilómetros conseguí alcanzar el ecuador de la maratón. Aun así, no veía viable el poder conquistar la meta. La deshidratación era tal que empezaron los calambres por todos lados. Se me montaban los dedos de los pies, se me acalambraba la planta, el puente y lo peor, eran los espasmos musculares que iba recibiendo a la altura del soleo y gemelo provocando que la pierna me flojeara. Tenía la sensación de que me iba a caer de un momento a otro. Tenía la impresión de que iba a sufrir un colapso muscular y no iba a poder continuar. Mi cabeza proyectaba mi desvanecimiento. Me veía intentando avanzar danto tumbos a lo Brownlee o alcanzando la meta a cuatro patas como tantas veces hemos visto en metas míticas como Hawai.

No os quiero alargar más mi agonía. Simplemente, deciros que no exagero. Que yo aun no entiendo como fui capaz de salvar la situación y más durante tantos kilómetros. No soy capaz de comprender cómo mi mente consiguió superar todo aquello, pero aún menos como mi cuerpo logró contenerse sin derrumbarse. Alucino. Aun no doy crédito. Yo solo me prometía no andar hasta la última vuelta. Y una vez en ella, soñaba con lograr la victoria a pesar de arrastrarme, sabiendo la gran renta de la que disponía. Pero no me hizo falta andar, modifiqué la zancada, la pisada, la postura, etc. continuamente, pero conseguí correr la maratón completa.

Es curioso que la gente me dijera que no se apreciaba ese sufrimiento. Sólo los que me conocen bien y me vieron in situ, se percataron de ello. Y es curioso como yo creía que iba totalmente parada y aunque no fue una buena maratón, luego, a posteriori, ves el reloj y no es tan mal tiempo para las malas sensaciones que tenía. Además, no fui la única que sufrió así. De hecho, muchos comentaron que se me veía más entera que a otros. Y la impresión que di es que simplemente estaba regulando y controlando la carrera. Qué curioso cómo cambian las cosas según la perspectiva.

Nos deshidratamos todos. Yo pequé de beber poco en bici. Lo gestioné mal. Y ya no pude poner remedio en la carrera a pie. Y en la maratón dependí de los avituallamientos. Y eso es un error. Me faltó sales, beber isotónico y meter algún gel más. Quizá contaba con ellos y no lo supe encontrar. Suerte que tener la posibilidad de que te avituallen en un puesto de special needs es la salvación. Y si encima tengo la gran suerte de que el que está ahí al pie del cañón es Javi, es una gran ventaja. ¡Gracias, cariño! Y gracias, a todos los voluntarios por vuestra colaboración que en carreras tan duras como esta y con todos los corredores desesperados por beber y comer, no debe ser nada fácil. Y aprovecho, para hacer mención especial a Marcos que viene de competir en el Ironman Lanzarote, el domingo corría el olímpico y el sábado estuvo con su pareja en un avituallamiento de voluntario. Chapeau, eso dice mucho de ti. Para mí, fuiste una gran motivación.

Pues soy de nuevo Campeona de España de Larga distancia. Increíble. Y poco creíble para mí, después de todo lo que he pasado. A veces, no soy consciente de lo que soy capaz de alcanzar. Y no me refiero a triunfos materiales, sino a superar barreras personales.

Quiero mandarle un abrazo a Patricia Bueno que no pudo arrancar la competición. Y no tuvo la posibilidad de intentar revalidar el título que aún estaba en su poder. No me imagino lo duro que debe ser encontrarse mal justo a pocas horas antes de empezar la carrera y cuando lo tienes todo listo. ¡Mucho ánimo y un abrazo fuerte!

No solo me llevé el título a nivel individual, sino que lo hicimos también por equipos. Tanto en chicas como en chicos. Así que contenta por esa doble celebración y poder subir a lo más alto del pódium con compañeros/as y amigos/as.

No pude haber mejor escenario para disfrutar de todo esto. El Mediterranean Epic Triathlon volvió a ser un gran evento. Una gran fiesta. Para mí, fue un gran acierto que conviviéramos en carrera los triatletas de distancia full y half. Eso lo hizo más entretenido y divertido. Provoca que haya más ambiente dentro y fuera de carrera y que podamos coincidir corredores de ambas distancias por el recorrido. Enhorabuena de nuevo por montarnos un gran fin de semana. Y en particular, gracias a Héctor, Ramón, Jesús y a la organización en general por acogerme y cuidarme tan bien de nuevo.

Y que bueno es irte a casa con la sensación de que no sólo has competido, sino que has podido disfrutar de otros grandes momentos en gran compañía. De poder coincidir con amigos y de poder conversar con gente que quieres y que aprecias. Ya sean del Team koraxan, del campus de Iván o del nuestro. Y que gran motivación fue para mí tener cerca a Iván, mi entrenador, sobre todo el irnos cruzando en carrera y animarnos mutuamente. Aunque le hiciera padecer por mi mala cara en la parte final. En cambio, él siempre con la mejor de sus sonrisas. Qué gusto da verle competir.

Me voy con muy buen sabor de boca de esta carrera. No por el resultado, sino porque creía que no iba a ser capaz de afrontar un larga distancia y mucho menos vencer la batalla si se presentaban momentos duros. Me faltaba confianza de nuevo en mí. O quizá tiempo. Sentía que era pronto para enfrentarme a un reto así de nuevo y sentía que no tenía las armas para lidiar con ello. Ya sabéis que me estaba costando mucho la vuelta a la competición y pensé que no iba a ser capaz de gestionar algo así. Y más cuando me he saltado y recortado varios entrenos por falta de ganas, de motivación o simplemente engañándome con buscar excusas baratas para no completarlos. Y pensé que este sábado podía vivir lo mismo. Aunque por suerte, no fue así. Y una vez más, me superé a mí misma. Así que estoy feliz y orgullosa por ello. Siento que he recuperado la ilusión que había perdido, siento que vuelvo a disfrutar del triatlón y de la competición. Porque, como siempre he dicho, yo no dejaré de competir porque no gane, sino porque no disfrute. Así que, por suerte, ese momento aún no ha llegado. Y pensar que hace unos meses lo iba a dejar… ¿estamos locos, o qué?

Maternidad/lactancia:

Cómo muchos sabéis, estaba preocupada por si me iba aguantar el pecho sin explotar. Y tengo que decir que fue mejor de lo que esperaba. Sentí que los llevaba a tope cuando empecé a correr, pero con el desgaste físico que llevaba, me olvidé de ellos. Además, no llegué con ellos tan al límite como en Valencia. Mi teoría es que la deshidratación que llevaba tuvo la culpa para qué (por suerte) se frenara la producción de leche. Del mismo modo que estos días ha sido cuando he tenido los pechos más vacíos que nunca y lo achaco a que mi cuerpo necesita la energía para recuperarse. Creo que también hubo otro factor clave y es que no vi a mi niña hasta el final. No fue intencionado, mi prioridad era que ella estuviera bien y no quería sacrificar su descanso, sueño, estar horas al sol… para que viniera a verme o, mejor dicho, verla yo a ella. Y de paso yo estar más concentrada en lo mío. Así que esa subida de leche que se produce cuando hay una conexión madre-hijo/a, no se originó hasta la meta.

Siguiendo con el tema de la maternidad… muchos se preguntan (yo también me lo pregunto) si al ser mamás tenemos un plus. Si queréis saber mi opinión, a falta de no haber hecho ninguna comprobación “científica” (no he pisado el médico desde que di a luz. Ni una analítica, ni visita al ginecólogo… “¡lo sé! Muy mal por mi parte. Me podéis echar bronca”), el único cambio tangible que he notado, es que recupero más rápido, sobre todo a nivel muscular. Pero a la vez, os tengo que decir, que mi apreciación, sin querer ser quejica, es que hay más cosas negativas que positivas. O, mejor dicho, siento que, a nivel de rendimiento, resta más que suma. Me refiero sobre todo a la falta de sueño (no dormir es muy duro y pasa mucha factura física y mental) y de descanso (nos pasamos el día corriendo ya detrás de ella).

A la vez, estoy contenta de ir encontrando ese equilibrio y saber gestionar ambas cosas sin renunciar a nada. Y creo (igual Javi dice lo contrario) que conseguí no dejar que me condicionara los días previos a la competición el no descansar tanto como me gustaría, dormir más y mejor… y saber estar con mi niña al 100%. Así que sigo mejorando en combinar esa faceta de mamá-triatleta e intentar ser la mejor en ambas.

Haber abierto, hace dos semanas, la veda en Valencia después de todo lo que pasé y os conté, me dio mucha paz y tranquilidad. Así que llegaba a TriXilxes con confianza y con una templanza impropia de mí. Parece que, haber encontrado el equilibrio en mi nueva yo, me generaba mucha seguridad.

Llegaba a Xilxes con muchas ganas. Ganas de conocer esta prueba y ganas de enfrentarme a una distancia diferente (aunque no fuera una distancia favorable para mí y mis características).

Cómo me gusta esa sensación de llegar a un pueblo, en plan forastero, y que de repente te hagan sentir como en casa. Eso fue lo que pasó. En el Hostal Paco, David nos recibió con los brazos abiertos. A mí, y a toda mi familia. Muy agradecida por ello. Y gracias a la organización (a Vicente) que es el culpable de esta gran acogida. Por cierto, se come de escándalo en el hostal, lástima que hay que competir y toca cortarse un poco, que si no… jejejeje.

 

La prueba tampoco defraudó. Se cumplieron las expectativas y corroboré lo que todo el mundo decía: gran prueba, gran lugar, buenos circuitos, organización impecable, trato exquisito, gran ambiente y si encima no falla el típico “caloret” de la zona… ya de lujo (con lo que a mí me gusta que suba la temperatura al máximo).

Tuvimos un ambiente distendido, hasta escasos segundos de que empezara la competición, hablando con muchos triatletas y con las chicas en la cámara de llegada. Así que con ese buen rollo nos plantamos en la línea de salida.

Arranca la carrera y vuelvo hacer una gran entrada al agua. Me sorprendo ya que no toco aguas abiertas ni me pongo el neopreno hasta el día de la prueba (y ahora llevaba mucho tiempo en el dique seco). Sin embargo, sorteo las olas con destreza y me pongo a nadar en cabeza a la espera de que me alcance y me rebase Marta. Pero para mi sorpresa, cuando lo hace, no se va y consigo seguirla sin problema. <Esto puede cambiar mucho las cosas> –pienso en ese momento. No obstante, pocos metros después, la carrera da un giro inesperado. Justo cuando encaramos la recta más larga del sector y tocaba sortear una boya, que quedaba escorada a la derecha, rumbo mar abierto, yo encaro esa dirección y mi perseguidora (Laura Gómez) también. En cambio, intuyo que Marta no la ve y sigue recto. Yo no dudo en ningún momento que estoy tomando la trayectoria correcta, además que la premisa estaba muy clara (había que pasar todas las boyas del circuito por la derecha) y, por si había dudas, veo que todos los chicos que iban por delante también hacen lo propio. Presiento que Marta rectificará cuando se dé cuenta de su error, sin embargo, no lo hace y sigue recto a por la siguiente boya. Por supuesto la pierdo de vista y aunque me cabrea eso, después de estar nadando con ella en cabeza, presagio que está descalificada. Es cierto que en esa boya no había ningún kayak colocado, pero se veían embarcaciones en esa zona y siento que, al estar retransmitiendo la prueba en directo, ese desliz no ha pasado desapercibido (creo recordar que leí que había algún dron haciendo el seguimiento).

Salgo del agua con Laura pisándome los talones. No quiero que se vaya, pero no quiero sacrificar el hecho de no ponerme calcetines. Y, aunque se sube a la bici antes que yo, la paso en los primeros metros mientras nos colocamos las zapatillas.

    

La bici fue de infarto. Marcamos un fuerte ritmo desde el inicio (rodando a más de 40km/h de media) y, aunque eso me sacaba de mis casillas, no quería perder la oportunidad de adelantar el máximo número de chicos posible hasta que no solo encontrara mi sitio y que nadie me obstaculizara en la carrera, sino que buscaba poder (o intentar) recortar diferencias con Marta, ya que veía que ella seguía en carrera y eso me dejaba intranquila. La polémica estaba servida.

Laura me pasa fuerte en los primeros kilómetros y sufro para poderla seguir. Me doy cuenta, una vez más, que me cuesta mucho imponer un fuerte ritmo desde el principio (necesito ir entrando poco a poco), y corroboro que el llano ni me gusta ni es lo mío y sufro más de la cuenta sin ver grandes resultados respecto a mis rivales. Ya no os hablo de la parte “técnica”, donde pierdo siempre valiosos segundos volviendo abrir hueco con mis antecesoras (ya ves tú, para cuatro rotondas sin dificultad que pasábamos).

Permitirme aquí un inciso y destacar un punto más a favor de la buena organización. Para mi es de agradecer que en los giros podamos recorrer la rotonda completa y no tener que efectuar un giro de 180 grados. Sé que les influye en los cortes del tráfico, sin embargo, además de ser una gran ventaja, es de gran seguridad para el triatleta.

Aunque por momentos Laura se me escapaba (en el paso por vuelta, con tanta aglomeración de triatletas, me abre una distancia considerable), consigo volver alcanzarla al principio de la segunda vuelta. Es entonces cuando al cruzarnos con Llibert, este le grita algo y ella levanta el pie y mira para atrás cediéndome el paso para que yo tire. Y así lo hago hasta la T2. En parte me fue bien porque así marcaba mi ritmo y regulaba un poco porque, a ese paso, no iba a ver Dios que corriera. Y más, viendo que a Marta no conseguíamos recortarle nada y la única posibilidad era guardar un poco para la carrera a pie e intentar ser más fuerte.

Aun así, Marta demostró una vez más que está imparable y no hay nadie que la doblegue, ni tan siquiera en la carrera a pie. Demostró, una vez más, ser la más fuerte y que ni el desgaste del Ironman Sudáfrica, de hace tan solo dos semanas, le pasara factura.

Yo corrí muy bien. Salí fuerte de la transición y unos segundos por delante de Laura. Aunque me pasó en el primer kilómetro y me tocó sufrir para volver seguirla. Supongo que no solo quería animar el duelo conmigo, sino el intentar alcanzar la cabeza de carrera y poder disputar la victoria. Conseguimos recortarle algunos segundos a Marta (o eso nos cantaba el público), pero la diferencia siempre fue rondando el minuto y ese tiempo era insalvable. Laura desistió antes que yo y no solo no fue a por el triunfo, sino que se conformó rápido con la tercera posición sorprendiéndome por frenarse de golpe sobre el kilómetro cinco cuando aún la lleva delante. Pensé que iba a volver a jugar conmigo y quedarse detrás, pero esta vez, se fue descolgando poco a poco. Y yo, hice lo propio a falta de 3 o 4 kilómetros asumiendo que mi lucha era infructuosa y no había necesidad de sufrir más de forma innecesaria. Así que me limité a disfrutar de esa parte final. Levanté la cabeza, felicité a Marta al cruzarnos por su gran rendimiento y fui saludando y animando a todo el que podía. Agradeciendo el cariño que una vez más me brindan muchos triatletas y aficionados. Abrumada de nuevo por tantos elogios y más, en un día tan especial para mí, por ser el día de la madre.

El sabor agridulce sobre la carrera no quería que empañara un fin de semana increíble. Quise disfrutar de lo que prácticamente nunca hago: el disfrutar de un gran post meta rodeada de familia, amigos y triatletas. Además, como me costó abrir el apetito y no tenía el estómago muy fino, acerté con ir a buscar el plato de paella cuando ya se había acabado toda, porque a mí lo que me flipa, es el “sucarrat” (como buena nieta de valenciano que soy). Como lo disfruté. Estaba de escándalo.

 

Sobre la polémica:

Yo, nada más llegar a meta, me fui hablar con Marta, y Laura hizo lo propio. Ella nos reconoció su error y nos dijo que, si queríamos reclamar, lo entendía y asumiría las consecuencias. Fuimos hablar con la organización y ésta nos derivó a los árbitros, los cuales nos dicen que van a repasar las imágenes para ver si pueden ver algo, y si no, irán hablar con Marta a ver si ella asume lo ocurrido. Y por lo que vi, entiendo que los árbitros no hicieron ni una cosa ni la otra. Marta tampoco mueve ficha, y la organización, un rato más tarde, viene a decirme que se queda en nada, justificando que no ha sido un “descuido intencionado”. Yo, asumo la decisión final (aunque no la comparto) viendo que es inútil seguir discutiendo cuando las partes que tienen el poder de decisión ya han dictado sentencia desde un primer momento sin dar pie a juicio alguno.

Una hora más tardes, cuando llega el momento de subir al pódium, y Laura ve que no ha cambiado nada, vuelve a recriminarle a Marta su actitud pasiva. Y, entre enfados y malestar, subimos a por los premios. Es entonces cuando Marta me dice: <al final este cheque te lo tendré que dar a ti>. Y yo le digo: <eso es ya cosa tuya>.

Yo ya me desentiendo y me voy.  Ellas siguen con la polémica. Un rato más tarde, Marta me envía un audio diciendo que al final la cosa se había quedado en nada, que siente si nos había perjudicado y que ella creía que era una boya de referencia. Justificándose que era no era una boya amarilla y esa no formaba parte del circuito.

Juzguen ustedes mismos. Este es el mapa y la única información que nos da la organización sobre el sector de natación. No tenemos ni breafing ni explicación detallada al respecto, pero todos entendemos que todas las boyas forman parte del circuito (todas iguales. triangulares grandes de color rojo/naranja) y que las debemos dejar todas a la izquierda. Así lo hicimos y así lo entendimos todos los triatletas, menos Marta.

Sabe mal esta situación. Y más, con una compañera de equipo. Situación incómoda y desagradable para todos. Pero aquí no solo hay una victoria en juego, sino dinero y puntos. Y para mí, sobre todo, un valor moral. No creo que haya sido un error intencionado, eso no lo pongo en duda, ni lo cuestiono en ningún momento. Pero, cuando uno tiene ese tipo de descuido, y lo reconoce, creo que lo más ético es dar un paso atrás (o al frente) y asumir las consecuencias de ese traspié.

Nunca se pueden saber si la carrera hubiera cambiado en el caso de no haberse saltado la boya, porque es difícil analizar cuánto tiempo le concedió de ventaja y cuánta fue la diferencia en los otros sectores. No sé si es pura casualidad, porque casualmente, los tiempos de Marta no salen en las clasificaciones.

Esta crónica es de esas que nunca habrías querido tener que escribir, pero:  “así son las cosas y así se las hemos contado”.

 

PD: Aún me estoy riendo de escuchar por primera vez que me llamaban al podium en categoría Veterana. Suerte que subí con mi amiga Ruth.

 

No sé dónde debe empezar esta crónica. Si hace días, hace semanas o hace meses. Lo que sí sé que os debo contar, es que ha sido un camino muy duro para llegar hasta aquí. Para volver a tomar la línea de salida.

He llorado mucho (supongo que las hormonas revolucionadas por culpa del embarazo, post parto y lactancia tienen toda la culpa). He pensado cada día en abandonar. Me he planteado continuamente qué hacer con mi vida y si debería poner freno a mi etapa como triatleta (ya sea pro o no), o al menos hacer un break. Y eso me ha desgastado mucho. He luchado cada día contra mis peores demonios y mis mayores miedos. Así que, si de algo puedo estar orgullosa después de esta carrera, es de haber conseguido superar esta odisea que me he generado yo misma.

No ha sido solo la dificultad de compaginarlo todo (trabajo, maternidad, entrenos y todo lo demás que tenemos día a día y que no es poco: casa, compras, compromisos, imprevistos, etc.). No ha sido solo el querer llegar a todo y no llegar a nada. No ha sido solo el sentir que dejas a tu hija un momento y otro, para realizar tus quehaceres. No ha sido solo el sentir que te relevas constantemente con tu marido y no compartes apenas unos minutos al día con él. No ha sido solo el no querer abusar de los abuelos o depender de terceros para poder sacar los entrenos. No ha sido solo el ver que ahora ya no me apetece doblar o triplicar entrenos o sumar más horas de las justas y necesarias. No ha sido solo el arrastrar cansancio, lo que conlleva dormir tan poco por tener un bebé lactante, vivir con dolores y molestias a diario porque no te da para descansar, recuperar, estirar o ir al fisio. No ha sido solo por querer volver a la competición con garantías. Ha sido, sobre todo, porque no tenía ganas. No tenía ilusión por competir. Me daba pereza todo con solo pensarlo. Se me hacía un mundo el compaginarlo con la peque. No veía en mi cabeza el ser capaz de gestionar todo lo que conlleva la competición de nuevo: nervios, lucha, estrés, presión, superar los momentos más duros, etc. No me veía capaz de competir en esta nueva situación. No poder descansar los días previos por estar por mi niña, el despertarme y levantarme cada 2 o 3 horas para darle el pecho, el estar con el saca-leche para arriba y para abajo… Todo lo veía negativo. Y que deciros sobre el hecho de querer volver a competir como pro y sentir que ya no eres capaz de serlo ni siquiera el día previo. Nunca he sido triatleta profesional, porque siempre lo he compaginado con mi trabajo y he tenido un día a día muy normal. Y aunque intentara cuidar algunos detalles y ser lo más profesional posible, no me enfundaba el traje de faena hasta que llegaba la semana de competición o al menos los 3 o 4 días previos en los que ya me centraba al 100% en ello. Pero ahora, ni eso me parecía viable.

Pensaréis que si todo es tan negativo, si todo es tan difícil, si no tenía ganas, si no tenía motivación, ¿por qué no lo dejaba?, sin más. Es totalmente lícito ¿no? Y debemos hacer lo que nos apetezca sin sentirnos obligados a nada, ¿no? Pues eso me he ido repitiendo a mí misma cada día. Pero el caso es que quería volver a competir. Quería intentarlo. No me daba la gana que me venciera todo eso. ¡Esa no era yo! ¡Yo no soy así! ¿Tanto me ha cambiado la maternidad? ¿Tanto me está condicionando? ¿Tiene algo que ver con la depresión postparto? ¿Con la edad, ahora que me tocan ya los cuarenta?… Si os soy sincera, ni quería, ni entraba en mis planes ir a competir a Valencia. Principalmente, por no enfrentarme tan pronto a la competición por todo esto que os comento y, a la misma vez, conociendo el gran nivel que iba a haber, a nivel personal solo me iba a suponer un gasto de tiempo y dinero. Iba a suponer hipotecarle un fin de semana de entrenos a Javi, comprometer a los abuelos, trastocar rutina a Haru, etcétera. Pero el equipo quería que estuviera. Así que tocaba enfrentarse lo antes posible a esa agonía y ver si era capaz de controlarla y superarla.

Se acercaba el día y yo seguía sin ver claro el estar presente. Mi cabeza solo hacía que buscar excusas razonables. Y yo lo decía a Javi: <<es que no puedo. Es que no quiero>>. Y él me decía: <<tranquila. Ves día a día. No pienses en mañana. Ya veremos.>> Me estaba consumiendo esa lucha interna. Esa desgana no dejaba de perseguirme. Por más que intentaba visualizarme en carrera, solo me veía retirándome en un momento u otro por no ser capaz de continuar, de luchar. Y en muchos casos ni conseguía salir. Me plantaba. Me echaba a llorar y decía abiertamente: <<no estoy bien. No puedo. No quiero esto ¡Ya no! Me quiero ir con mi niña. Sin más.>> ¡Uf! Qué agonía. Qué desgaste más grande. ¿Necesitaba un psicólogo? Pues me faltó tumbarme en un diván y trabajarlo con un profesional. Sin embargo, a cambio lo hablé abiertamente con amigos de confianza, con Javi y con mi familia. Y eso me sirvió de terapia. Gracias a todos. En especial a mi madre que es con quién más he llorado, con quién más me he abierto (quizá el sentir esa compresión y afinidad del roll madre/madre me ayudaba mucho). Ella me decía: sigue luchando por lo que quieres. Inténtalo o mañana te arrepentirás. ¡Gracias mamá! El miércoles estaba llorando en sus brazos desconsolada y diciéndole que no quería ir a Valencia (llevaba cuatro días muy duros, agotada mental y físicamente porque Haru llevaba varias noches llorando y sin dormir nada por culpa de la boquita) y el domingo lloraba en sus brazos por haber conseguido derriba este gran muro que me había construido. Lo he logrado.

Fue un acierto dejar a la peque dormir, tanto la noche del viernes como la del sábado con los abuelos. A nivel emocional, para Javi y para mí fue duro, aun así, sabíamos que iba a estar genial y que a su vez era necesario si quería estar tranquila y centrarme en la carrera y poder descansar y dormir. Que placer dormir del tirón. Jejejeje. Ni los nervios pudieron con el sueño la noche previa. Solo tuve que levantarme a media noche para sacarme leche porque tenía los pechos a reventar.

¡Bueno! iba superando obstáculos. Y aunque me noté muy descentrada, perdida, olvidadiza, había conseguido vencer esa apatía y logré levantarme con ganas y motivada.

¡Vamos a competir Judith! Y lo vamos hacer hasta el final. Me dije a mí misma.

La natación se me hizo muy larga y dura. Me noté lenta, pesada, incómoda. Además, me quedé clava del cuello en los primeros metros (es mi punto débil y no dejo de quedarme pillada de las cervicales. ¡Hoy no me puedo ni mover!) Me dolía mucho levantar la cabeza. A pesar de ser muchas chicas, notaba que todas me pasaban y no conseguía enlazar con ninguna. Iba nadando sin rumbo y a la deriva. No lograba ver ni comprender cuál era el circuito, cuál era la línea que estaba trazando y que dirección debía tomar. A pesar de ello, al salir del agua, me conformé con ver que no estaba sola y que había mucho movimiento y gente por boxes.

Sorprendentemente, hago una muy buena transición (y eso que me pongo en la T1 los calcetines) y me lanzo en bici en plan kamikaze. Nunca mejor dicho, porque paso el primer badén como si no hubiera un mañana y pierdo el bidón delantero. Un litro de hidratación al garete. Y 80gr de HC, y todas las sales que llevaba en carrera, al traste. Prescindir de él fue una apuesta muy arriesgada. Me podía salir muy caro. Pero no estaba dispuesta a parar. Así que tuve que superar la bici con solo tres geles y con dos tragos de agua que llevaba en el bidón del cuadro (me dejo solo un poco de agua por si acaso pero siempre tiro del delantero porque este me cuesta mucho cogerlo y ponerlo ¡Soy muy patosa! ¡Lo sé! ¡Ah! Y, un chupito de isotónico. ¿Y por qué no bebiste más en los avituallamientos? Os preguntaréis. Pues por eso mismo, porque soy muy torpe, y solo conseguí coger una botella de isotónico en el avituallamiento que estaba sobre el kilómetro 60, que por cierto me dio solo para poder darle un trago rápido antes de finalizar la zona de poder lanzar la botella al suelo y lo mismo con una de agua en el siguiente avituallamiento.

Lo di todo en bici. Ya veis que no levanté el pie para nada y luché cada kilómetro como si fuera el último. Lo hice así desde el principio porque no conocía nada el circuito y había muchos giros, zonas técnicas, baches… y si podía tener alguna referencia no quería desaprovecharla. Conseguí seguir la estela de un par de chicos pros que se habían subido prácticamente conmigo. Y aunque no era capaz de seguir su fuerte ritmo, me servía para ver hacia donde iba la siguiente trazada. No llevaba ni diez kilómetros y sentía que ese fuerte ritmo lo debía controlar. Ni por las patas ni por el corazón. Iba pasadísima de watios y ahogada y sin poder beber, aunque fuera para enjuagarme un poco la boca. Pero en ese momento, donde empezamos a rodar en ida y vuelta por un polígono, veo que Sara está cerca y que Laura Philip viene por detrás. No entiendo nada. ¿O yo he nadado muy bien, o no sé qué está pasando? Así que toca agachar la cabeza y seguir dándolo todo hasta que se pueda. A ver hasta dónde nos lleva esto.

Pues me llevó a enlazar con el grupo de Sara y conseguir adelantar varias posiciones. Lástima que entre una cosa y otra pierdo al grupo de Laura Philip y lo peor es que pierdo todas las referencias en la parte más rápida y técnica del circuito. Pues, sinceramente, con lo cagada que voy a día de hoy en bici (por varios motivos: porque ya era miedica antes y ahora que soy mamá más que veo el peligro en todas partes y no quiero arriesgar), el tiempo que llevo sin cogerla por el proceso de la maternidad y porque ahora tiro más de rodillo) bajé y lo gestioné mucho mejor de lo que esperaba. Suerte que en carrera siempre me crezco. Confiaba en que Sara me guiara ya que sabía que se había preparado bien el circuito, pero se quedó detrás desde que la pasé sobre el kilómetro 35 hasta la T2. Aun así, me dejé la vida para lograr enlazar con otra chica que iba viendo a lo lejos y que también se había descolgado del grupo de Philip (que no sé si era el grupo de cabeza o si había más por delante). Me sentí orgullosa de lo que fui capaz de lograr. No solo de cómo gestioné las bajadas y la bici en general, sino de la fuerza bruta que fui capaz de emplear para seguir en carrera y lo más delante posible.

Sentía que iba muy justa de “patas” por culpa de la dureza que emplee en bici y por la falta de ingesta y de hidratación. Llegué tocada a la T2 y me bajé con amago de rampas en las piernas. Sin embargo, no quería dejar de darlo todo, aunque sentía que de un momento a otro iba a pagar las consecuencias. Costó correr en condiciones por la moqueta roja. Las piernas aun no respondían y los pies estaban helados a pesar de llevar ya los calcetines. Y es que mi raynoud sigue presente, aunque tengo que deciros que ha mejorado mucho después del embarazo (ya me dijeron que un cambio brusco hormonal podía influir). La alfombra caliente, por el sol, me hizo empezar a sentir los dedos y la planta del pie.

Transición de nuevo rápida. No estaba dispuesta a guardar nada y quería luchar zancada a zancada hasta que mi cuerpo dijera basta. Y aunque no paró de quejarse, y pedirme que aflojará, yo me negaba a ello. Aguanta un poco más. Le pedía a mis piernas y a mi corazón. Me hacían caso. La cabeza dirigía con autoridad, con esa que recordaba que tenía pero que creía haber olvidado. La lucha innata seguía intacta y la Judith competitiva estaba de vuelta. Lo estaba. Ya estaba aquí de nuevo. Me emocionaba al sentirlo y me iba probando un poquito más para seguir sacándole rendimiento. Y ella respondía.

Conseguí correr muy fuerte de principio a fin. Conseguí sortear los momentos más duros tantos físicos como mentales. Y lo conseguí gracias a todo el empuje y ánimos que recibía. Que ambientazo. Ya se me había olvidado cómo ayudaba eso. Y cuánto apoyo y cariño. ¡Muchas gracias! Qué bueno poder coincidir con tantos amigos y compañeros en carrera, gritarnos, animarnos. Qué bonito el reconocimiento por parte de todos, qué emoción escuchar por cada paso de meta que Judith, ahora mamá, había vuelto. Y qué satisfacción ver a mi hija ahí, con su papi. <<Haru, mi amor, no sabes la fuerza que me has dado. Espero que estés orgullosa de mí.>>

Pues…no sabéis que peso me he sacado de encima. No sabéis que feliz estoy de haber vuelto. De haber conseguido volver. De todas formas, como me dice Javi: vamos día a día.

PD: acabé con los pechos que me iban a reventar. Sobre todo, uno de ellos. ¡Qué dolor! Sentía que me iba a explotar. Y la verdad no sé cómo lo puedo gestionar en un ful. Si alguna mamá lactante tiene algún consejo, lo acepto encantada.

Tal y como hablé con Helene en el “momento maldito”, casi no hay ni crónica de esta carrera. O, mejor dicho, casi no hay ni carrera. Sí para muchos (aunque solo unos pocos), pero no para mí, ni para el resto de mis compañeros de selección.

El previo estaba siendo muy tranquilo. El deseado. Como los que a mí me gusta. Viaje corto y rápido (vuelo Barcelona-Bilbao) y mucho tiempo para descansar cómodamente en el hotel y sin ningún percance. Aunque claro, en una carrera, las cosas no pueden ir tan bien, algo tiene que pasar. Y pasó.

 

Por falta de información (en el breafing no estaba nada de eso explicado) ocurrieron una serie de circunstancias que casi nos dejan fuera de carrera por completo. Después de darnos cuenta de que el check-in era solo de 9 a 11h nos presentamos a las 10.30h. Sin embargo, por desconocimiento y falta de información, lo hacemos sin el mono reglamentario y sin las calcamonías (era obligatorio). A contrarreloj, tocaba volver al hotel en bici para cogerlos y llegar a tiempo de nuevo. Llegamos a tiempo. In extremis. Lo que casi no llegamos vivos. Si no nos matemos en ese trayecto agónico, fue de milagro. Sustos no nos faltaron a todos. Y cuando parecía que lo peor había pasado, después de comer en el hotel, llegamos a la zona de boxes tranquilamente para preparar todo y nos encontramos con el aérea de transición cerrada. Cerraba a las 13.30h (sin saberlo porque en el breafing tampoco se dijo) y eran las 13.40h. Igual que nosotros estaban otros muchos triatletas. Así que nos quedamos con todo lo de competir (prácticamente) en la mano y con una cara de tontos que no os podéis ni imaginar. Bueno, mucha gente la vio en directo y pido disculpas si la gente me saludaba y yo en ese momento solo quería que me tragara la tierra o que alguien me explicara quién nos había gastado esa inocentada de tan mal gusto. Finalmente, después de mucho negociar con los jueces de carrera, nos dejaron acceder a todos a las 14h. Tiempo justo para preparar todo y prepararse para ir en breve a la cámara de llamadas.

Con los nervios a flor de piel por todo ese cúmulo de circunstancias, empezaba la carrera. Sin darme casi ni cuenta estaba ya en la ría dando las primeras brazadas. Luchando porque Helene y la portuguesa no se escaparan después de que ellas tomaran la iniciativa juntas. No lo conseguí. Se me fueron escapando poco a poco.

Sé que nadar en la ría echa mucho para atrás a la mayoría. Sin embargo, es un lujo poder hacer una natación donde puedes ir viendo y escuchando a la gente animándote. Y yo en particular a mis padres, que me siguieron aquí, un año más, por todo el recorrido.

foto: Amari Erretratua

 

A pesar de perder 1’ con Helene, y unos 40” con la portuguesa, no desistí en el intento de darles caza. Y me subí a la bici, en modo persecución y empecé a pedalear como si no hubiera un mañana. Y, a pesar de la lluvia, el suelo mojado y la visera empañada por mi propio aliento y las bajas temperaturas, lucho con todo por recortar lo máximo en el mínimo tiempo posible. Percibo que no consigo recortarle a la portuguesa, sin embargo, ella alcanza a Helene. Sufro aún más porque si se van las dos juntas, mi gran esfuerzo habrá sido sea en balde. Por suerte no fue así y antes del kilómetro 10 les doy caza. -¡Ya estoy aquí! Me digo a mí misma contenta de alcanzar la cabeza de carrera y sentir que las fuerzas aparecen cuando las necesitas.

foto: Amari Erretratua

Foto: Eduborrowsport

 

La portuguesa imponía un ritmo muy fuerte tanto en llano como en subida. Helene parecía quedarse rezagada en el primer puerto (el más duro del día) y la paso con fuerza para no perder la estela de la líder. Consigo superar el ascenso sin que se me escape y al empezar el descenso veo como la portuguesa traza a sus anchas la línea continua (sin importarle lo más mínimo) y se pasa al carril contrario curva tras curva (rebasarla es descalificación directa). Por su actitud parece que lo hace por puro desconocimiento, pero… : – los errores se pagan caro, pienso para mí misma. Como es lógico, la árbitro que iba controlando detrás de nosotras, empieza a pitar de forma contundente y continuada. Se acerca a ella y le advierte de la infracción cometida, sin embargo, no la amonesta. Eso me sorprende y me molestó. No entiendo porque fue permisiva ante esa acción. Helene alucinó igual que yo como es lógico. Ese tipo de circunstancias siempre descolocan un poco y aumentan la tensión en carrera. Nos estábamos jugando un europeo y no estábamos para tonterías.

Foto: Mikel Taboada

 

No solo hubo tirantez por la lucha codo a codo entre nosotras, kilómetro a kilómetro, donde ninguna quería quedarse descolgada. Sino que el frío y la lluvia sumaron tensión al ambiente. Tocaba lidiar con ello y tocaba jugar a ser la más rápida y a la vez resistir encima de la bici. Lo logré. Logré arriesgar sin caerme. Logré dominar el frío. Logré olvidarme de la lluvia y rodar con fuerza y confianza a pesar del suelo mojado y resbaladizo. Y conseguí a su vez ser la más rápida. Después de que la portuguesa liderara la primera mitad del sector ciclista tomé el mando en el kilómetro 50 y así me mantuve hasta la T2. No porque yo lo quisiera, sino porque no recibí ningún relevo por parte de mis dos contrincantes. Aunque tampoco lo esperaba. Sabía que ellas iban a jugar muy bien sus cartas.

Pedalee con potencia y sin descanso kilómetro a kilómetro con la intención de seguir abriendo hueco para asegurar las posiciones de pódium. Las fuerzas acompañaban así que había que aprovechar mientras me fuese posible. Sin pensar en el después y solo en el ahora. La ocasión lo merecía y no valía el guardarse nada.

Foto: Mikel Taboada

 

Ya estábamos alcanzando la segunda transición y yo solo quería llegar primera a la línea de desmontaje. No estaba dispuesta a un adelantamiento en los metros finales de la bici después de haber tirado los últimos 30 kilómetros. Ya sabía cómo se las gastaba Helene y estaba sufriendo por ello. Pues a pesar de lograr mi objetivo, y que no me superase en la transición, el palo llegó igual. No me dejó ni quinientos metros de gloria. No me dejó ni creer que la podía aguantar y, en el primer minuto de carrera, se escapó. Impuso de nuevo un ritmo infernal. Un ritmo imposible para mí. A pesar de intentarlo con todas mis fuerzas me iba abriendo hueco mientras sentía como las piernas se me desgarraban, como los pulmones me explotaban y como el corazón se me salía por la boca. Y por más que mi mente quisiera plantearme que ese kilómetro era el último, mi cuerpo no era capaz de plantearse ese duelo, aunque se tratase del sprint final.

foto: Amari Erretratua

Sacarme 30-40” en los primeros 4-5 kilómetros fueron suficientes para ganar el duelo y llevarse la victoria. Un duelo entre compañeras que nos admiramos y nos apreciamos mucho. Una bonita batalla que a pesar de durar 21 kilómetros, fue sentenciada por Helene en el primer asalto. Un jake mate que, a pesar de vislumbrarlo, no esperé que llegase tan pronto. Y por más que busqué poder disputarlo, mi rival ya me había puesto entre las cuerdas.

Foto:Mikel Taboada

 

Sentía que el público buscaba igual que yo la manera de reconstruir la partida, de seguir jugando. Se convencían e intentaban convencerme de que era yo la que debía mover ficha, la que podía avanzar hacia la casilla de meta y seguir plantando cara a mi rival. Pero la reina fue ella, y aunque yo me negara a reconocerlo, ya me había tumbado la ficha.

Foto: Mikel Taboada

 

El público volvió a ser protagonista. Volvía a ser parte de la fiesta. Es un orgullo sentir tu nombre boca tras boca. Recibir tantos ánimos y sentir que se meten contigo en la pelea. Igual que el resto de triatletas que tanto me animaron y algunos como Cuevas, me hizo de liebre un par de kilómetros. jejejeje. Son esas anécdotas de carrera que te gusta vivir y que te llevas para el recuerdo. ¡Pero es que aquí me anima hasta el apuntador! Voluntarios, árbitros, organizadores, speakers… Gracias a todos. Que feliz era luchar con todo ese empuje. Y luego me decís que siempre sonrío, como para no hacerlo.

Foto: Mikel Taboada

 

Helene fue más fuerte que yo una vez más. Enhorabuena compañera por tu carrerón y tu gran estado de forma. Ha sido un placer compartir esta experiencia contigo y poder luchar de tú a tú. Ante ti no podía conseguir mayor resultado. Así que estoy muy contenta de lograr ser Subcampeona de Europa. Estoy feliz de acabar una gran temporada con otro gran resultado. Estoy orgullosa de volver a encontrar mi energía. Una energía que perdí estos dos últimos meses y que parecía que no iba a poder recuperar para esta carrera.

Foto: Mikel Taboada

 

Gracias Bilbao y toda su gente por crear la atmosfera perfecta. Por volcaros y entregaros como lo hicisteis. Como lo hacéis siempre. Me habéis regalado un día inolvidable. Un día mágico que añado a mi carrera. Del que me vuelvo a llevar, no solo un gran resultado, sino miles de encuentros, de abrazos, de sorpresas, de sonrisas, de anécdotas, de risas, de fotos, de gritos, de aliento y de mucho cariño y admiración. La misma que yo siento por todos los que ponéis pasión a este mundo triatlético.

 

Fotos: Mikel Taboada

 

Gracias a cada de uno de los que formasteis parte de esta carrera. Gracias a los que me habéis dejado formar parte a mí y gracias a los que me habéis ayudado a que llegue hoy hasta aquí y así. Os lo he agradecido en persona o a distancia a cada uno de vosotros así que no me voy hacer repetitiva, solo por el hecho de no extenderme.

Foto: Mikel Taboada

Foto: Eduborrowsport

 

Me voy de vacaciones con una sonrisa de oreja a oreja. Con una felicidad inmensa. Porque esta, para mí, ha sido la última de la temporada. El lunes vuelo a Hawai de vacaciones. Sé que muchos creéis que compito y sé que es confuso el tema. Os lo explico: el slot que conseguí en Nueva Zelanda en marzo del 2019 debía ser canjeado para el mundial de Utah que se celebró en mayo (los profesionales no teníamos la opción de aplazarlo para Hawai como los grupos de edad). Y fuera o no fuese a Utah (decidí no ir), para estar en Hawai este octubre debía volver a clasificarme.

Cosa que ni intenté.

PD: Aunque escribí la crónica domingo noche. Publico finalmente la crónica mientras hago escala en Los Ángeles (3h.30 AM del martes)

No puedo cerrar esta crónica sin poner algunas imágenes del domingo.

Estuve en la 1ª Edición del triatlón infantil de Galdakao; un club integrado por amigos de este deporte que he tenido el placer de conocer, los cuales me invitaron a su evento,.Gracias por la invitación. El honor fue mío. Fue un placer estar allí y vivir esa bonita experiencia, viendo a los más pequeños competir y poder ver su ilusión, sus nervios y su concentración desde tan pequeños. Fue un auténtico lujo fotografiarme con ellos, charlar, darles consejos, alentarles, tranquilizarles y colgarles medallas. Gracias a todos por el cariño recibido y por vuestro reconocimiento. Tanto por parte de las instituciones del pueblo (del alcalde y de la concejala) que estuvieran allí, como todos los padres y niños. Y por supuesto, a todos los integrantes del club. Fue abrumador. Eskerrik asko por hacerme sentir tan especial y poder dejarme vivir un día inolvidable. No podía haber mejor formar de despedir el fin de semana.

Y por supuesto con el colofón de una gran comida con ellos.

 

 

Volvía a ponerme un dorsal justo después de dos meses de mi última carrera. Realmente, venir aquí no entraba en mis planes hasta hace unas semanas. Javi tenía unos días libres y nos apetecía hacer una escapada por la zona de los Alpes franceses. Buscar montaña, fresquito, disfrutar de la bici en unos de los paraísos ciclistas, desconectar… Ciertamente, no tenía ningún plan después de Roth. Iba a ir construyendo la segunda parte de la temporada sobre la marcha (si la había).

Han sido dos meses “diferentes” y alejada de mi rutina habitual. Primero por un descanso necesario, luego por una lesión que se fue complicando y alargando y que me robó mucha energía. Se fueron sumando una serie de circunstancias que me dejaron tocada tanto a nivel físico como anímico y decidí (por el momento) dejar de “entrenar” (no de hacer deporte). Le dije a Carles que no me marcara planificación, prefería hacer lo que me apeteciera y fuera surgiendo. Prefería entrenar con Javi y ayudarle en su preparación para Kona. No me apetecía estar pendiente de números, de watios, de ritmos, de dieta, de peso, de suplementación, etc. Tomarme las cosas de otra manera, básicamente.

Cuando Javi me planteó nuestra escapada, surgió la idea de venir a Gerardmer. Un triatlón que llevaba tiempo persiguiendo y que, cuando quise venir, se quedó en el aire por culpa del Covid. Reconozco que estaba baja de ánimos y mi estado físico no era el mejor. Sin embargo, tenía ganas de buscar nuevos retos, nuevas aventuras, tenía ganas de volver a competir. Me picaba el gusanillo. Así que aquí estaba, con lo puesto.

Sabía que no iba a ser muy competitiva. Sabía que no estaba para disputar la carrera. Así que la que se presentó ese día en la línea de salida no fue la Judith Pro sino la Judith amateur. Sé que no existe la una sin la otra. Y quizá os parezca ridícula esta premisa, pero no lo es para mí. Me ayuda a mí misma a tener claro el objetivo que me planteo en cada momento, el punto donde estoy. Me ayuda a no perder mi esencia, mis principios.

Reconozco que con el planteamiento que hice cometí varios errores. Más allá de las fuerzas o de las ganas. Desconecté demasiado y eso hizo que me olvidará varias cosas importantes. Quizá menosprecié la competición, o mejor dicho: la preparación. Y minutos antes de la salida me seguí lamentando por ello. Hasta me plantee si empezar o no. Y más viendo la que estaba cayendo antes de comenzar y el frío que tenía. Sin embargo, no quería dejar de hacerlo.

La natación fue muy dura. Salimos todos juntos en masa. Los profesionales estábamos colocados en la fila delantera pero la salida fue en conjunto. En los primeros metros recibí un fuerte golpe en la nariz que con el frío que tenía, se acrecentó el dolor. Y solo unos metros más tarde, recibí un puñetazo en el ojo. No solo me provocó un corte en el párpado, sino que me saltaron las gafas y tuve que parar a ponérmelas como pude con miedo a que me arrollara la multitud. Costó gestionar eso y más cuando sientes que no estás en tu mejor versión para luchar contra ciertas adversidades. <objetivo: acabar, objetivo: acabar…> Me repetía brazada a brazada. Conseguí llegar viva a boxes. Seguro que pensáis: ¿No dices que ibas como ameteur?, pues toma salida conjunta. Cierto. Toda la razón y mi admiración por los que salís en masa y os peleáis en el agua. Pero estaréis conmigo que una cosa es recibir golpes inevitables y otra cosa es esto. Javi, lo primero que me dijo al acabar fue: ¿qué te ha pasado en la cara?

El ciclismo no fue menos duro. Sin embargo, más allá del desnivel del recorrido, la dureza la puso la lluvia. Diluvió prácticamente de principio a fin. Así que, si en circunstancias normales ya sabía que iba a pasar frío, con la lluvia aún más. Iba preparada para sobrellevar las inclemencias del tiempo de la mejor manera. Como nunca antes había hecho. Me demoré mucho en la transición, pero me tapé por completo. Objetivo: acabar. Acabar y no caerme. Así que eso hizo que me tomará la bici con mucha calma. No son escusas. Es cierto, que hice una bici muy lenta y muy mala comparada con mis rivales. estuve fuera de carrera en todo momento. No di la talla ni subiendo ni bajando. Falta de fuerzas, de confianza… Tocó tirar mucho de psicología.

A pesar de eso disfruté en varios momentos del recorrido y sobre todo de la primera subida de cada vuelta donde se colocaba la gente formando un pasillo. Al igual que en Zarautz y Roth. Como molan estás cosas. Y encima en esta con “musicón”. Esa parte fue muy guay.

El peor momento lo viví en una bajada, justo cuando se calló el triatleta de delante. Patinó por completo y aún no sé cómo lo pude esquivar. Qué mal trago. Es de esos segundos que cierras los ojos sabiendo que también te vas al suelo, pero por suerte: lo salvé. No me lo merecía. Después de todas las precauciones que había tomado no merecía caerme. Y menos por culpa de otro. Suerte que era en el kilómetro ochenta y quedaba la parte final, si no me hubiera retirado porque eso me dejó muy tocada y aún me resto más seguridad. Lidié con el frío y la fuerte lluvia los últimos kilómetros del tramo ciclista, pero por fin veía la opción de llegar a la T2 y de hacerlo entera.

La carrera sí que fue un disfrute. Solté toda la tensión que llevaba dentro. Conseguí relajarme y correr con fuerza. Esas fuerzas que no tuve antes en ningún otro momento, o que no supe sacar. Y a pesar de que no sirviera de nada correr rápido, tenía ganas de hacerlo. –Están todas muy lejos. Me dijo Javi nada más bajarme a correr. Me lo imaginaba. Aunque tampoco me importó mucho. Yo solo quería correr y liberarme. No miré el reloj, corrí con lo que tenía, corrí con todo. Me fui creciendo. Necesitaba exprimirme. Me apetecía hacerlo. Por mí y por Javi. Debía demostrarle que a pesar de mis malas semanas, de mi mal día, de mi mala carrera. Iba a luchar hasta el final y no sólo no me iba a retirar sino que no me iba a dejar llevar corriendo a pesar de no tener nada más que hacer.

Aunque sí que lo tuve. Adelanté a cuatro chicas en la carrera a pie y a tres de ellas fue en los tres últimos kilómetros. Así que contenta de no tirar la toalla hasta el final y satisfecha por ello.

Estoy orgullosa de haber cumplido mi objetivo: acabar. Y contenta de haber venido finalmente porque es un triatlón muy bonito, con sello propio, con buen ambiente y ha valido la pena.

Gracias a Javi por su apoyo incondicional. Y gracias a Javi y Aline por venir a animar y por vuestra cercanía, ha sido un placer conoceros.

Ahora a disfrutar de unos días de ruta y desconexión. Ahora próxima y última parada de la temporada: europeo de media distancia en Bilbao. Sinceramente, dado mi estado actual, me he planteado varias veces el ir o no. No por mí, sino por respeto a mi selección. Pero considero que es un premio que me he ganado yo y que me lo merezco.

Llegue como llegue y salga como salga.

(PERDONAR PERO ES QUE NO TENGO NINGUNA FOTO DE CARRERA)

Esto va a marcar el inicio de tu crónica, ¿no? Me dijo Javi la tarde del 24 de junio. Y es que, lamentablemente, ese día nos marcó la carrera. Esa mañana salimos a rodar con Nacho. Él acababa de llegar de Madrid, pasaba por Barcelona, para estar un par de días, y de ahí se iba con su “furgo” para Roth, a competir, a debutar en larga distancia. Después de dos horas rodando los tres, felices, hablando sin parar de hablar de Roth, de la carrera, de las sensaciones, de los nervios, de las incertidumbres…, empezamos las series del día y… Nacho sufrió una fuerte caída (cogió un bache acoplado y le saltaron los brazos de los apoyacodos cuando íbamos a más de 40km/h). Imaginaros la situación. Las consecuencias fueron lo suficientemente graves como para no poder competir. Fue un golpe anímico muy duro. Y ahí te das cuenta cómo te puede cambiar todo en cuestión de segundos y fastidiarte todos los planes, todas tus ilusiones. Aunque Nacho nos dio una lección de valores, aceptando la situación con mucha entereza y positividad. Admirable. Lo único que podía prometerle a Nacho es que iba hacer una gran carrera por él.

Quitando que siempre hay algún pequeño percance, demora, olvido o cualquier otra cosa, por pequeña que sea, el viaje y la estancia de las cuarenta y ocho horas previas en Roth transcurrieron sin incidentes, teniendo todo en orden y dejando todo listo con suficiente tiempo. Ya sabéis: descansando bien, comiendo genial, etcétera. No solo gracias a que Javi y yo ya somos unos expertos en esto, e intentamos controlarlo todo bien, sino que contábamos con un sequito de lujo, empezando por David que siempre nos soluciona la papeleta en los viajes y seguido por la comitiva con la que contábamos. Viajamos con Juanan y Piluka, que además de lo mucho que suma viajar con dos grandes amigos y compartir anécdotas, experiencias, risas y grandes momentos, fueron un gran apoyo y una gran ayuda. <Gracias a los dos por todo. Por estar al 100% por nosotros, por nuestros horarios, por nuestras comidas, porque no nos faltase de nada, por dejarme la lenticular, por hacernos de chófer, de guía, de traductor y por todos los ánimos. Gracias infinitas. Pero, sobre todo, gracias por dejarnos formar parte de vuestra “familia alemana”. Gracias por hacernos sentir dos miembros más de ella>. Primero esas gracias que son para vosotros, y luego, para Sabine, Karl y Leon (y Hércules (el gato)). Vaya anfitriones de lujo. Llegar a una casa donde te reciben con la bandera española en el balcón y con una barbacoa riquísima, en la que el menú estaba especialmente pensado para nosotros, ya lo dice todo. No solo no nos faltó de nada, sino que estuvieron pendientes de nosotros en todo momento a la misma vez que nos dejaron nuestro espacio para que nos sintiésemos cómodos, libres, relajados, concentrados y centrados en lo nuestro. Ha sido una experiencia inolvidable. Ahora, Javi y yo, sentimos que también son nuestra familia alemana. Nos trataron como a dos hijos. ¡Danke!

Ahora sí. Tocaba el momento de competir. Las cosas no empezaron bien para mí. Temí no solo por no poder acabar, sino por ni siquiera poder empezar. Los doce grados de temperatura matutinos me causaron estragos (como de costumbre). Pero el problema es, justamente, que nunca me acostumbro a ello. Por mucho que fuese tapada hasta las cejas, y llevara en mano mis bolsitas calentadoras, el frío se apoderó de mí. Sin sensibilidad en manos y pies y con la tiritera y con el tembleque de mandíbula como protagonista. Eso me incomoda, me roba fuerzas y energía. Y además, me intenta sacar de mis casillas. Calenté bien, troté un buen rato. Sin embargo, nada remediaba ese estado y me presenté en la línea de salida con esos síntomas. Me costó desvestirme. Estaba deseando enfundarme el neopreno. Ese que nunca quiero ponerme (como exnadadora que soy) y que, ese día, me lo hubiera puesto encantada. Qué gran error. Por mucho que el agua esté a una temperatura digna, el frío ambiente a las seis de la mañana hace que te destemples antes de empezar (aunque no sufras de Raynoud como yo). Ahí mismo me dije: Nunca más desees que sea sin neopreno Judith.

 

La natación fue un verdadero suplicio para mí. Luché brazada a brazada contra un frío que no cesaba. Batallé contra esos pensamientos que me pedían que parase desde el primer metro. Era como si una fuerte corriente no me dejara avanzar. Era como si me estuvieran agarrando de manos y pies. Me sentía impotente no solo de percibir esas horribles sensaciones, sino de ver cómo no avanzaba, cómo mis rivales me pintaban la cara en un sector que normalmente domino. Que duro estaba siendo notar que en los primeros cinco minutos de una larga distancia ya te sientes derrotada y no encuentras las armas con las que luchar. Sentí una frustración muy grande. Venía a comerme la carrera y ella me estaba devorando a mí. No entendía el porqué. No me lo merecía.

Conseguí completar el sector (58’44″. Muy lento). Aunque me sentía exhausta. De cuerpo y mente. Sin duda el no dejar de ver a gente, el escuchar los gritos, el ver la distancia que llevaba (gracias a que en la orilla del canal estaba marcada la distancia cada 200 metros) me ayudaron a no retirarme, o al menos a distraerme y no focalizar todo en mis pésimas y desagradables sensaciones.

Salí con Anne Haug y Maja Stage. <Al menos no sales sola y lo haces con dos buenas compañeras>, pensé. A Maja ni la vi en la transición (bastante tenía yo con lo mío), sin embargo, Anne protagonizó la anécdota y la polémica de la carrera. Me doy cuenta que, nada más llegar a la carpa con la “bike bag”, vuelve para atrás de nuevo. Como si se hubiera confundido de bolsa. Eso me da unos segundos de ventaja y me subo a la bici antes que ella. Me coge en un par de kilómetros y mi sorpresa es ver que no lleva el dorsal puesto (era obligatorio). Y ahí intuyo su preocupación: se había dejado el dorsal y, por lo tanto, eso suponía su descalificación. En ese momento, no os voy a engañar, la taché de la lista. Sabe mal, pero: “blanco y en botella”. Deducía que iba a llegar a la T2 y que allí se pararía definitivamente.

Fotos: Heike Liedtke

 

Tengo que decir que no pude seguirla ni dos kilómetros. ¡Qué pasada! Por algo es la campeona del mundo. Ahí entré en calor de golpe. Jejejeje. Y en razón. Comprobé que hay un paso, muy, muy grande, entre su nivel y el mío (nunca me he comparado con ella ni he creído poder hacerle sombra, pero sí pude ver dónde está cada una).

Me di cuenta que, entre el frío y el no querer perder su estela, estaba rodando muy forzada. Iba más fuerte de lo que tocaba y eso era muy arriesgado en un LD. No obstante, siento que debía poner todo de mi parte. Había venido a brillar en esta carrera, a demostrarme a mí misma, y al resto, de lo que era capaz. Era el mejor escaparate y debía aprovechar muy bien esa oportunidad. Y viendo las circunstancias de carrera, debía darlo todo desde el principio. Era una apuesta arriesgada y con graves consecuencias. Pero quién no apuesta… seguro que no gana. Hubiera preferido encontrarme en una situación idílica y planificada: aguantar al grupo de cabeza en el agua y mantenerlo en bici siendo conservadora para intentar romperlo corriendo. Sin embargo, la situación desde el principio fue otra y la táctica volvía a ser la de siempre: darlo todo desde el principio y hacerlo prácticamente en solitario. Jejejeje

Unos kilómetros más tarde alcanzo a Maja Stage. Aluciné de que andará tan lejos habiendo salido juntas del agua. Y después de rodar con ella unos kilómetros, decido seguir a un pro (que nos acababa de pasar) y mantener la nueva táctica del día. Me costaba seguirlo; me preocupó un poco no saber si estaba haciendo bien o no; si estaba arriesgando demasiado. Pero quería seguir avanzando en carrera, dejar a Maja (que era una de mis rivales más directa) y evitar que me alcanzaran Laura Siddall, Elisabetta Curridori, Svenja Thoes. Quería seguir ganando posiciones porque intuía que no estaba ni en el top 5 (iba quinta en ese momento).

Realmente estaba disfrutando mucho del sector ciclista, de un espectacular recorrido y de un ambiente inimaginable. Por más que te hablen de Solar Hill, por más que hayas visto videos sobre la carrera, no puedes llegar a imaginar lo que se vive, lo que se siente. Sorprendente, Inigualable. Se hacen comparaciones con el Tour, pero ya les gustaría a los del Tour vivir esto. Lo supera con creces. Y no hablemos solo de esa subida mítica por la que, además, tienes la suerte de pasar dos veces, sino de los 180km que están repletos de gente. Metro a metro. Es imposible sentirse solo en ningún momento. Y eso, en un larga distancia, ayuda mucho. La bici se pasa volando (y nunca mejor dicho).

A pesar de la exigencia que me marqué en la bici me sentí muy bien en todo momento. Me sentí fuerte, y más viendo en la segunda vuelta que ni el pro, con el que me uní, podía seguirme a mí. Por supuesto, hubo algún que otro momento duro. Algún tramo de esos que se te atraganta y algunos kilómetros que no pasan. Pese a eso, firmo que, en todos los fulls, las sensaciones sean así y el tiempo pase tan rápido. Y os tengo que decir que el mono de Kalas es el mejor que he tenido con diferencia. Es un guante. Comodísimo. Ya lo comprobé en Platja d’Aro. Estar cinco horas con el culo pegado a un sillín, y no sentir ni una rozadura en ningún momento, es un gran lujo. Y más a mí, que en seguida, cualquier costura, me hace una herida.

No puedo dejar de hablaros del segmento ciclista y pasar por alto el adelantamiento de Laura Siddall. Mi rival más directa en esta carrera. Me pasó sobre el kilómetro 140, justo en el momento que crees que estás haciendo un sector de bici espectacular, que ninguna chica te está dando caza y tú a ellas sí. No pude ni hacer el intento de seguirla. Además, justo me pilló comiendo y desacoplada en ese momento. Me vine un poco abajo. No solo porque se me fuese tan fácil cuando debía y quería luchar con ella codo con codo, sino porque vi que la realidad era totalmente distinta a mis sensaciones. No estaba yendo tan fuerte como pensaba ¿o sí? (Saqué 37’2km/h de media).

Llego a la T2. Y justo al pasar la pierna por encima del sillín para poner el pie a tierra, noto que me acalambro entera. ¡Dios, no! Esto va a ser divertido. Pensé. Consigo salvarla a tiempo y, sin pensar, hago una rápida transición. Espectacular lo de que te recojan la bici. Pero, más aun, que te tengan tu “run bag” preparada en mano. Aunque, te quieren ayudar tanto, que a veces no es bueno. Yo llevaba todo metido en una bolsita (geles, reloj…) para ganar tiempo, echar a correr con ella e irlo cogiendo y colocándomelo todo poco a poco, y la chica que me ayudó, con toda su buena fe, vació todo en el suelo y me sacó todo lo de la bolsita. Jejeje. Anécdotas graciosas, pero que en ese momento te matan.

Empiezo a correr y, una voz española, me canta: “Ánimo que estás ahí, el pódium a solo dos minutos”. Mola. Y gracias. Aunque me chocó y lo único que me cuadraba era que Anne estaba descalificada y por lo tanto, con ella fuera de carrera, yo iba cuarta. Eso creía. Me despistó también que me guiase una bici (normalmente lleva a las tres primeras como mucho), así que no me cuadra nada de lo que estaba oyendo y viendo. <Judith: ¡a correr!, ¡sin más!>, me dije. Aunque, aun así, eso me ayudó a distraerme y no pensar en esa fatiga muscular y en esos “no puedo” que se sienten en los primeros metros del run y que ya te ponen en jaque.

Mi sorpresa fue ver que, en apenas dos kilómetros, ya adelantaba a una rival (Rebecca Clarke). Iba parada prácticamente. Y ahí siento que estoy donde quería estar. Voy cuarta. Ahora sí me cuadra más. Aunque no me cuadra del todo porqué Anne seguía corriendo aun con el despiste que había tenido con su dorsal. <En fin, Judith, eso no debe importarte ahora>, me digo para olvidarme de eso. Y aunque por un momento siento que me conformo con esa posición (la mejor según las estadísticas, y la esperada a priori dadas las rivales), siento que puedo superarlo y quería intentarlo con todas mis fuerzas ¡Judith, has venido a brillar, no te olvides! Ahora no puedes conformarte con esto sin más.

A pesar de la exigencia que llevé en todo momento, a pesar de sentir que fui en muchos kilómetros por encima de mis posibilidades y percibiendo el miedo de desfallecer en cualquier instante, me llegué a creer invencible. Con una actitud arrolladora, tal y como me escribió Santi. Grité que “sí” cada vez que mi cuerpo me decía “no”. Descubrí que valía más de lo que pensaba, tal y como Santi me dijo. Creí firmemente en sus palabras. Me las repetí continuamente: <sabes volar dentro de un huracán y caes de pie… estás llena de coraje y de “yo puedo”… eres infinita>. Gracias amigo. Me dijiste que iríais conmigo y así lo sentí. Me sentí más acompañada que nunca. Acompañada por Santi, por Nacho y por nuestro pequeño Francesc que está pasando por momentos complicados. Fui guiada por Carles y por todos sus consejos. No hay nada como tener al mejor entrenador y llevar a cabo todas sus pautas al pie de la letra.

Foto: Ralf Eppink

Sinceramente, no quería pasar a Laura tan rápido (kilómetro 13). Quería quedarme allí con ella y ver como se iba resolviendo ese duelo kilómetro a kilómetro. Sin embargo, al ver que yo la alcanzaba, ella dio un paso a un lado cediéndome la iniciativa y animándome como buena rival y compañera (Laura eres muy crack). Debía alegrarme por entrar en pódium, debía sentirme infinitamente feliz por conseguir lo que estaba consiguiendo, pero tenía miedo. Tenía miedo a decaer, a no poder aguantar ese ritmo hasta el final, a no solo perder ese puesto de honor, sino a descender en la tabla por una torpe actuación, o hasta quedarme fuera de juego por mi temprana agonía. Ahí me dije: <Se acabó el lamentarte por lo que pasará. Lucha metro a metro, como sabes hacerlo>. Quería ese pódium. No lo estaba soñando. Era verdad. Mi actitud fue ejemplar y eso me permitió encarcelar todos los mensajes negativos que mi cuerpo le enviaba a mi mente.

Lo conseguí. Nadie dijo que no iba a ser duro, pero lo logré. Logré luchar hasta el final sin flaquear. Pasé miedo. Creía caer exhausta antes de la línea de meta. Los últimos diez kilómetros fueron infernales. Y sin embargo, ni el fuerte calor, ni las duras subidas, ni la sensación de mareo, pudieron conmigo.

Foto: Ralf Eppink

La mejor maratón de mi vida (2h 56’) en la mejor carrera de mi vida (dado la marca y las rivales). Y ha sido en el triatlón de larga distancia más espectacular que he hecho. En el que gracias al ambiente que hay, en todo momento, consigues evadirte del sufrimiento. Recibir tantos imputs sin parar es la mejor dopamina. Gracias, muchas a todos. Gracias a la organización por crear este impresionante evento. Gracias a Piluka, María y Cris por ser unas supporters de lujo. Me distéis alas. Al igual que me la dieron todos los amigos y compañeros que fui viendo. Qué pena no ver a Javi. Y que guay ver a Sabine y Karl. Me emocionasteis todos, absolutamente todos.

Foto: Challenge Family

 

Tercera en Challenge Roth. Aun no me lo creo. Aun estoy alucinando.

 

PD: Por lo visto hubo muchas reclamaciones con la polémica del dorsal de Anne Haug. Ella alegó que tenía su dorsal en la bolsa de la T1 pero cuando fue a cogerlo no estaba y los árbitros le dejaron seguir sin él viendo que no era culpa suya.

Aquí mi deportista y amigo Javi recogiéndome el premio ya que no pude ir a la entrega porque coincidía con mi vuelo. ¡Gracias!

Por cierto, por si os a quedado alguna duda, triatletas de larga distancia, tenéis que hacer este triatlón. E ir a la noche a ver el final de carrera. Espectacular.

 

 

Por fin llegaba una nueva edición del Zarauzko Triatloia. Mi triatlón favorito. La fiesta del triatlón. El TRIATLÓN en mayúsculas. La carrera más espectacular que he vivido nunca. La más emocionante. La que no deja indiferente a nadie. La que marca un antes y un después en tu trayectoria deportiva. Esa que nunca me quiero perder. Era mi sexta edición consecutiva. Estábamos aquí de nuevo. La pandemia la había pospuesto en dos ocasiones. Y aunque el año pasado parecía que sí que salía, finalmente, la organización decidió cancelarla al no poder lucirse en su esplendor. Aunque la noticia causó pena, creo que fue la decisión correcta.

 

 

Mi calendario estaba lleno de carreras y de compromisos importantes, centrada más en la larga distancia y trabajando desde hace semanas en el siguiente objetivo (Challenge Roth). Sin embargo, Zarautz siempre se debe encajar en él, es una condición personal. No puede faltar en mi temporada y, aunque no pueda prepararlo al 100%, siempre me gusta llegar en buena forma y darle importancia a esta carrera, porque para mí tiene mucha. No solo la dureza y la peculiaridad de la prueba hacen que debas cuidar con mimo los detalles, sino que es una prueba que todo triatleta quiere ganar. Y aunque yo haya tenido la suerte de poder ganarla dos veces, y vivir esa gran recompensa, la txapela sigue siendo un trofeo muy preciado. Un triunfo que suma mucho a nivel anímico y que brilla en tu currículo deportivo. Además, es la carrera nacional con el mayor premio económico a los ganadores y eso, no nos engañemos, es un gran aliciente. Y para los que no vivimos de esto, es una gran inyección de ingresos para costearnos las siguientes carreras.

La espera se hizo larga. Esta carrera te persigue en tu mente continuamente desde que se acerca, desde que llega, desde que pasa y desde que vuelve a llegar. Te persiguen todos los recuerdos, todas las emociones, todos los miedos, todas las caídas, todas las olas que te han golpeado y todos los muros que has superado. Ese muro que te quita el sueño hasta que lo ves y que luego te lo vuelve a quitar porque ya lo has visto. Ese muro que has subido tantas veces en tu cabeza, pero ni con esas te sientes preparada para subirlo en el día de la prueba. Sabes que la gente va a estar ahí empujando. Sin embargo, el subconsciente te grita que ni con esas lo vas a conseguir. Que los nervios te van a traicionar tal y como dicta tu razón. Porque ella sabe lo mal que lo pasas en esa situación de estrés. Tu cuerpo sabe que eres capaz de superarlo, pero tu cabeza te repite que la agonía que te crea no vas a ser capaz de ordenar a las piernas que ejecuten la acción. El temblor en ellas va a ser más fuerte que las ganas de impedirlo. El corazón va explotar y la angustia que te causa la situación va hacer que se te corte la respiración. Quizá esta carta de presentación os sorprenda, pero así es Judith Corachán y su pánico escénico, su miedo al ridículo. Aun así, no quiero dejar de enfrentarme a ello. Quiero volver a superarlo una vez más. Y eso que esta vez, parecía más complicado que ninguna. El nuevo muro, el muro de San Blas, iba a ser más duro que ningún otro. Lo había comprobado yo misma. El día después del half de Pamplona, aprovechando la cercanía, fui a verlo. O mejor dicho, a subirlo. Sé que no era el mejor día, sin embargo, el hecho de tener que poner el pie en el suelo aun me condicionó más. Suerte que un ciclista santboiano («Rana» de Bike Boi) me dejó un 32 (llevo 54-39 de plato y llevaba un 30 detrás). Eso me salvó. Al menos me daba más confianza.

Tic, tac, tic, tac… Esto ya sí que empezaba. ¡Por fin!

foto: Javitheilacker

Como se nota cuando hay un gran nivel en una prueba. Todas salimos a fuego y los primeros metros ya fueron de infierno. En ritmo y en golpes. Todas queríamos estar delante. Yo lo conseguí. Y no fui la única. Sorprendentemente, éramos un grupo numeroso. No conseguí nunca saber cuántas éramos ni quiénes, pero pude intuir que unas cinco. Increíble. Esto no ha pasado ningún año. Y eso molaba. No nos vamos a engañar.

foto: Javitheilacker

Fue una natación complicada. El mar estaba agresivo y nos puso las cosas muy difíciles. Eso hizo que hubiera muchos golpes. Justifico que fue por el oleaje y por ese vaivén que te menea a su antojo y que no permite respetar, ni que respeten tu espacio vital. Recibí enganchadas, manotazos, golpes en los pies… pero no dudo en absoluto que fueran sin querer. Cómo siento que yo también los diese sin ninguna intención. Nadé sumergida en un gran círculo de espuma. Tragué más agua que nunca y solo peleaba por encontrar mi sitio. Nadaba sin guion y, si no fuera por las embarcaciones que nos guiaban, no sé dónde hubiéramos acabado todas. Veía continuamente cómo nos avisaban de que nos íbamos a la deriva y sin embargo, nosotras no parábamos de corregir nuestra posición sin norte alguno.

Esa lucha se hizo muy larga pero lo que pareció una eternidad fue sortear las olas para llegar a la orilla. Todos los intentos parecían fallidos. Las olas no empujaban, solo revolcaban y te engullían de nuevo hacia dentro. Como si te quisieran suyas. Yo no sabía si reír o llorar, sintiéndome peor que un calcetín olvidado en el tambor de una lavadora, dando vueltas sin fin. Aunque debo reconocer que eso me divirtió un poquito. Jejejeje. Y más, viendo que mis compañeras seguían a la misma altura y jugando al mismo juego.

Foto: Photo Sport (Eduborrowsport)

fotos: Javitheilacker

El primer sector llegó a su fin. A pesar de la borrachera conseguí defenderme bien en la primera transición y salir en cabeza. Junto que Helene y Justín. Helene ya me hizo un adelantamiento por el interior en plena salida de boxes y ahí pensé: <Helene viene más guerrera que nunca>. Y lo demostró durante toda la carrera. Y es evidente, no solo su gran evolución en su estado de forma, sino en su actitud. Más astuta, más audaz, más líder. Y, como compañera, a la que admiro, me alegra ver ese cambio en ella. Además, era su carrera. Era su día. Igual que lo sentí yo cuando me tocó hace dos años (el propio cartel de la organización lo decía: «¡Gaur zureo eguna da!» Junto a una foto mía. Y la propia Helene fue la qué me lo envío esa misma mañana y me explicaba su significado («¡Hoy es tu día!»). (Esos detalles no se olvidan nunca). Hoy le tocaba a ella y la gente así lo quería, se palpaba en el ambiente. Y aunque los deberes los hizo ella solita, el público y el pueblo se volcó para ayudarle a conseguir la gloria. Para que alcanzase esa ansiada victoria que llevaba años persiguiendo y que este año se merecía más que nunca. Lo estaba demostrando en todas las carreras de esta temporada.

Fuimos las tres juntas de principio a fin de la bici. Sentenciando el pódium (siempre que ninguna sufriera ningún percance) y dejando fuera de las quinielas a rivales como Emma Bilham, que a priori era otra de las grandes favoritas. No sé si conseguimos entendernos o simplemente luchamos cada una por estar delante cuando queríamos. Por dominar el tramo que mejor se nos daba. Por buscar algún intento de escapada. O por guardar fuerzas para cuando las necesitásemos. Pero todas pusimos de nuestra parte. Yo sufrí en las bajadas donde, no solo el ritmo de Helene era muy fuerte (como buena conocedora del circuito), sino por el miedo que pasé en las bajadas después de un susto que arrastro desde hace semanas. Eso me estaba penalizando. Aunque rápidamente lograba enlazar con ellas y volver a tirar del carro.

fotos: Javitheilacker

Llegaba el muro. Sí, sí. Ya llegaba. Ese muro que me había estado robando tantas horas de sueño desde hacía semanas. El mismo que estaba presente en mi cabeza kilómetro a kilómetro y que no me dejaba pedalear con soltura. Ya estaba ahí y nos recibía con unas grandes gotas de lluvia que presagiaban lo peor. Pero algún ser divino cuidó de mí (y de todos nosotros) y logró parar la lluvia antes de que el muro se pudiera convertir en un tobogán. Era el momento de enfrentarme a mi miedo. Notaba como la boca se me secaba, como los pies se me enfriaban, como las piernas perdían fuerza y como el pulso se aceleraba antes de empezar la pendiente. <Puedes con ello Judith>. Me dije a mi misma.

Foto: Photo Sport (Eduborrowsport)

El tiempo se paralizó en ese instante. El ardor de los músculos se mezclaba con los gritos del público, con el anhelo de la gente. El dolor no me dejaba soñar, pero conseguir divagar en esa atmósfera inigualable que no se puede explicar con palabras. Pude vivir grandes momentos como el de rodar unos segundos en paralelo con Helene y te da para pensar: <ganará la que sea. Pero esto es puro espectáculo>. Y pude ver como el gran Eneko no solo me adelantaba con esa clase única, sino que es de los pocos que gasta saliva para animarte en el momento más duro de la carrera. Admirable. Si hay un referente en el mundo del triatlón es él: discreto, caballeroso, elegante y siembre con su buen hacer.

Coroné el muro. No os podéis imaginar cómo grite por dentro. Estaba eufórica. Me emocioné. Ya lo tenía. A partir de ahí, solo tocaba seguir compitiendo.

Fotos: Naike Ereñozaga Orue

El cuerpo no es el mismo después de ese duro esfuerzo y cuesta limpiar ese ácido láctico que se acumula en las piernas. Sin embargo, poco a poco me iba sintiendo cómoda de nuevo. Llegaba la segunda transición. Llegaba el momento donde (sin que yo lo supiera) se iba a decidir la carrera. Como me dijo un amigo al verme en la retransmisión: “pajareé” un poco y ahí perdí cualquier opción de llevarme la victoria. Así lo siento. Toda la astucia que tubo Helene poniéndose delante para bajarse primera y correr rápido a boxes (no era nada fácil la transición), me faltó a mí. No solo me bajé la última, sino que perdí unos segundos que iban a ser irrecuperables. Los nervios, los pies fríos, la torpeza que a veces aparece sin más en las transiciones y, porque no reconocerlo: el saber que yo llevaba los calcetines puestos, y ellas no, hizo que me quedara rezagada. No creí que eso tuviera mayor consecuencia hasta que entrando en boxes pude ver como Helene se ponía los calcetines y se calzaba por completo en un plis plas. Alucinante. Y yo todavía llegando a ella. Me descolocó. Lo reconozco. Y ahí me di cuenta que la había cagado por completo.

foto: Javitheilacker

Quedaba mucha carrera por delante. Es cierto. Sin embargo, esa transición sentenció la competición. Además, Helene salió a por todas, abriendo un gran hueco en los primeros kilómetros y de esa manera afianzar su ventaja. Lo consiguió. Aunque pude recortarle segundos por momentos, nunca llegué ni a verla. Yo salí fuerte. Yo corrí bien. Estaba corriendo a 3’50 los kilómetros rápidos y a 4 los lentos. Era muy buen ritmo. Sin embargo, Helene voló. Quise intentar alcanzarla desde un principio, pero no tenía más ritmo. Me encontraba entera, enérgica, fresca de patas, de cardio, pero por más que la carrocería aguantara, el motor no tenía ninguna marcha más que ofrecerme. No tenía la chispa que debía tener para correr un half. O para correr al menos un punto por debajo del que lo estaba haciendo Helene y salvar esa pequeña, pero sólida ventaja. Y aunque no desistí en intentar acortar las distancias supe que no lo conseguiría a menos que ella fallara. Y no lo hizo. Como nunca lo hace. Y me alegro. Me alegro de su victoria aquí y de haber compartido ese duelo tan apasionante con ella. Me hubiera gustado salir juntas de la T2 y ver de que éramos capaces luchando codo a codo en la carrera. Y es el único sabor agridulce que me queda. Para que veías lo importante y decisivas que son las transiciones. A no ser que seas Jan Frondeno y puedas tomártelas con calma.

foto: Javitheilacker

Esos kilómetros finales en lo que ya estaba todo hecho me permitieron agradecer al público, una vez más, todo lo que nos dan aquí. Todos esos ánimos, todo ese empuje. Y todo a cambio de nada. Pude sonreír, aplaudir y chocar tantas manos como pude. Eskerrik asko a todos. Aún siguen los gritos y aplausos retumbando en mi cabeza.

 

foto: Javitheilacker

P.D.: La parte amarga que siempre me queda de esta carrera. Es que todos los años me ha tocado control antidoping (lo entiendo y lo veo genial que se hagan por el bien de todos y por defender un deporte limpio). Eso hace que nada más cruzar la meta me escolten hasta la zona del control. Sin poder disfrutar nada del postmeta. Sin poder saborear nada de la comida que nos espera (¡y había chuches!). Sin poder saludar ni a mi familia (el año que compitió Javi no lo pude ni ver llegar a meta). Sin poder vivir esa fiesta también desde fuera, animar a deportistas, recibir a amigos, compañeros… Una hora y media después salimos de la cueva, corriendo para la entrega de premios (que se había demorado por el control), helada de frío, aun empapada con el tritraje puesto y deseando llegar al apartamento para darme una ducha caliente. Eso siempre me entristece y me deja la sensación de que me he perdido algo. De que me he perdido lo mejor de esta prueba. Y aunque me perdí la llegada de mi amiga Cristina (llegó en última posición) pude verla y abrazarla más tarde. Y pude al menos ver en video su emotiva llegada. Como me alegro. Lo conseguiste. Esa estrella te guio desde el cielo.

De lo que si pude disfrutar es de muchos pinchos. De desayunar con Charlie y otros amigos del campus de Lanzarote. De hacer surf con Eneko Alberdi ¡Por fin! Lo teníamos pendiente desde 2019, pero por mí caída en la prueba no pudo ser. Gracias por ese regalo, por tu tiempo y por tu compañía.

Y pude disfrutar de comerme dos palmeras de chocolate a las tres de la mañana mientras trabajaba despierta matando mi insomnio postcarrera. Esas palmeras las dejó el anfitrión del apartamento que alquilamos por Airbnb. Dejó tres: una de chocolate negro, una blanco y una con leche. Reconozco que cuando llegué el miércoles por la tarde, me superó la tentación y calló una pellizquito a pellizquito. Logré frenarme y guardar las otras dos a buen recaudo. Solo pensaba en ellas. Era el premio que me estaba esperando y no sabéis como las disfruté. Estaban espectaculares. Gracias por el detallazo.

Cuenta atrás para el Zarauzko triatloia 2023 ¡Esperarme!