BIZKAIA TRIATLON

La crónica de esta carrera empieza en el momento que acabó la de Zarautz. Inevitablemente, la caída ha condicionado los días posteriores y ha sido protagonista en mi día a día. Tengo que reconocer que podría haber sido mucho peor. Tan solo fue “chapa y pintura”. Sin embargo, cualquiera que haya besado el suelo, por una caída en bici, sabe que las heridas y los golpes son muy dolorosos y el proceso de curación se hace: largo y lento. El no estar en casa, siempre lo hace más difícil. Poder descansar, cumplir con la recuperación, las curas… lo es todo. Por contrapartida, creo que el aire del norte ayudó a mi mejoría y a mi pronta recuperación. No hay nada mejor que estar en un lugar idílico, con la persona a la que quieres, y disfrutando de lo que más te gusta: viajar, entrenar, gozar de la naturaleza y de parajes únicos, descansar, desconectar…

No solo fue duro para mí; sino también para Javi. Además de escuchar todas mis quejas, por los dolores y limitaciones, tuvo que encargarse de todo durante esos días. Me trató como una reina. Bueno…, siempre lo hace, pero, en esas circunstancias, más aún. Hasta tenía que ayudarme a vestirme porque ni para eso me valía por mí misma. La verdad es que, en esas circunstancias, moverme en un espacio tan limitado como el que teníamos en la “furgo”, era una prueba de fuego. Y, ni os cuento, lo que era subir y bajar de la cama. ¡Qué horror! No obstante, no lo cambio por nada lo que hemos vivido estos días. Y es que, un gran amigo, nos dejó su furgoneta. Toda una casa móvil en la que habitamos durante 15 días. La experiencia ha sido brutal. Quedarnos por el norte dos semanas, hacer vida allí dentro y movernos libremente, de un lugar a otro, con el destino final en la carrera de Bermeo-Guernica, fue un regalo. –¡Gracias Sergi!Creo que nunca te lo podremos llegar a recompensar. Como nos decía todo el mundo (que alucinaba con la furgo): “Vaya amigo tenéis”–.Y que lo diga.

Cada día nos íbamos enamorando más de ese estilo de vida. De cada lugar que visitábamos y de nuestro día a día. Diría: <Qué bien se está de vacaciones>, pero… tengo que decir que, esos días, también me tocó currar y cumplir con alguna obligación publicitaria. Sí que me hubiera gustado desconectar de toda esa rutina y poder dedicar más tiempo a leer, descansar, dormir, disfrutar del entorno y, sobretodo, dedicarle más tiempo a mi marido y no tener que decirle constantemente: <“diez minutos y acabo. Contesto un par de email y ya está”>. No me quejo de nada ¡eh! (que quede claro, je, je). Soy una afortunada. Lo sé. Pero no os voy a negar que me hubiera encantado sacarle algo más de jugo a esos días sin estar pendiente del ordenador y constantemente del teléfono; para qué os voy a engañar.

Si algo le dio aún más sentido a todos esos días, fue las buenas compañías. Y es que al final pudimos compartir grandes momentos con personas a las que hemos tenido la suerte de conocer gracias a este deporte. El día después de correr en Zarautz fuimos a Zumaia con Helene y Axi y, además de ejercer como grandes anfitriones y enseñarnos aquel bonito lugar, nos permitieron conocerles un poquito más y corroborar las grandes personas que son y la bonita pareja que forman. –¡Gracias chicos! fue todo un placer.

También tuvimos ocasión de quedar con Iker y su pareja Raquel. Y charlar durante un buen rato. Tanto que nos olvidamos del frío, de la hora y de todo lo demás. Encantadores.

Y qué decir: El norte no sería nada sin su gastronomía. Disfrutamos de unos buenos pinchos en más de una ocasión, pero donde más disfrutamos comiendo, además de la compañía, por supuesto, fue en una sociedad gastronómica para hombres. Así que no solo fui una privilegiada porque me abrieran las puertas a su sociedad, y que los hombres cocinaran para mi (y para el resto claro), sino que además, comí de escándalo y lo pasé aún mejor. –¡Gracias Aitor y compañía, por todo.

Y como al final, lo que nos une a los triatletas, es el deporte… quedamos para practicarlo en compañía. Estando en Lekeito fuimos a correr con Ander Okamika y su equipo. De camino a Vitoria pasamos por Durango y aprovechamos para entrenar con Gorka. Estando en Vitoria quedamos para rodar un día con Ruth, Eneko, Peru y compañía. Y al día siguiente lo hicimos con el equipo de ANB casi al completo (Ander, Gonzalo, Carlos, Aitor…). En esos momentos es cuando te das cuenta de que ha sido un regalo llegar al triatlón y que lo más bonito es ir conociendo gente con la que compartes muchas cosas. Es que, algo que parece tan simple, como quedar con compañeros de profesión o afición para pasar un buen rato y de paso entrenar, te da la vida. Aunque, si hay una persona especial a la que he conocido gracias a este deporte, es mi marido, Javi. Nos conocimos precisamente en el triatlón de Vitoria (de eso, el mes que viene, ya va a hacer cinco años). Ahora acabamos de cumplir dos años de casados y justamente estábamos en Vitoria para celebrarlo. Así que, esas cosas, hacían que los días fueran mucho más especiales.

    

 

Los días pasaban rápido y…, cuando nos dimos cuenta…, de nuevo entrabamos en la semana de competición. Tocaba cambiar el chip. Tocaba centrarse e intentar pasar página en la recuperación de la caída e intentar volver a priorizar los entrenos. No fue fácil. Al final, al cuerpo, por más que le exijas, no va a dar más de lo que puede darte. Y mientras sí que iba cogiendo el ritmo en los entrenos de bici y carrera, la natación aún se me resistía. Tanto las heridas, como el fuerte golpe que me llevé en el hombro, me impedían nadar más de mil metros. Sin embargo, supe gestionarlo bien y no agobiarme por ello. Sabía que debía ser consecuente con eso. Ver el lado positivo sabiendo que podía haber sido mucho peor y confiar en que, cuando llegará el sábado, estaría lista para competir.

 

Lo bueno era que estaba muy relajada con la carrera. No porque no me jugara nada, sino porque, como nos la habíamos planteado como un entreno, la cabeza sabía que no iba a competir al 100% y que la finalidad no era otra más que hacer un buen test de cara al Ironman de Vitoria; que en definitiva era el objetivo que teníamos en mente. No fue fácil entrenar duro esa semana. No solo por lo difícil que es meter volumen y carga sabiendo que el sábado tienes que correr un Half, sino que al estar fuera de casa, eso de salir a entrenar y no a disfrutar de la bici, cuesta tomárselo más en serio. Resulta difícil buscar una piscina, un gimnasio, una buena zona para correr…, pero nos lo montamos bien e intentábamos aprovechar los trayectos, o los cambios de destino, para que, mientras yo pedaleaba, Javi fuese el que condujese. O que, mientras uno entrenaba, el otro compraba o cocinaba…  Y así matábamos dos pájaros de un tiro. Al final, se trataba de ir sumando experiencias sin dejar de lado la rutina.

La verdad es que no me importó del todo machacarme durante unas horas en solitario porque me sentía una privilegiada de estar viviendo ese tipo de vida. De estar disfrutando de unos días diferentes. Además, al final siempre, por un lado u otro, iba encontrando compañía. Como pasó el jueves previo al triatlón: salí a hacer mi entreno de ciclismo, aprovechando para rodar por el circuito de la carrera y de paso hacer el reconocimiento, y conocí a Ander (el presidente del Club de Triatlón de Lekeito). Fue un placer rodar y charlar con él. Bueno…, hubiera sido más placentero si no me hubiera metido una emboscada con rampas del 22%. Fue una paliza que, en otras circunstancias, metérmela dos días antes de una carrera me hubiera agobiado mucho. En cambio, en ese caso, me pareció hasta una anécdota divertida. Al final, esas cosas son las que molan. Aunque la próxima vez no me fiaré cuando un vasco me diga: <“No. Si son sólo 3 ó 4 km con alguna rampa de 8 ó 9%”>. Le perdono porque pinché en la última rampa y, si no fuera por él, aún estaría allí arreglando el pinchazo. Je,je.

 

Pues, sin darnos cuanto, la carrera se acercaba. Un día previo muy, muy, tranquilo. Tanto, que Javi y yo no acabábamos de ser conscientes de que al día siguiente competíamos. ¡Ya ves! Parece que un Half ya no sea nada para nosotros. ¡Hey! Qué fuerte. A pesar de ser una carrera con doble transición, la logística no era nada complicada. Además, teníamos instalada la furgo en la misma T2. Y la estación delante. Con lo cual, solo debíamos llevar las bicis en tren hasta la T1 y volver de Bermeo a Guernica en tren para descansar. Además, era un triatlón muy cercano. Con unos 400 participantes. Se agradecía que la cosa fuera tranquila y sencilla el día previo. Solo me hizo ponerme un poco nerviosa el sentirme reconocida por tanta gente. Es muy bonito que la gente te conozca, que te pidan fotos, te pregunten por tu caída, te feliciten por tus logros y ver que se sentían afortunados de poder coincidir contigo en carrera. Sin embargo, la que realmente se sentía afortunada era yo. No paré de recibir muestras de cariño. Y eso, es la mayor satisfacción que uno puede tener. –¡Gracias a todos!

  

   

No sabéis que placentero es dormir del tirón la noche previa a una carrera. No lo había experimentado antes. Qué buena sensación. Pero a la misma vez debía buscar pensamientos para activarme. Me sentía algo apagada, cansada por la dura semana de entrenos. Y me preocupaba que, a pesar de ponerme un dorsal, no encontrara esa chispa para luchar.

 

La carrera estaba a punto de empezar. Estar en un agua fresquita, hasta se agradecía, porque, a las 10.30h, el sol ya picaba con fuerza. Aunque tengo que decir que me encantó salir a esa hora. Sin madrugones. Con el día bien adelantado. Despierta y sin un previo de carrera tiritando como de costumbre. Así que: un punto más a favor para esta carrera. Las heridas me molestaban mucho por el roce del neopreno y esperaba que se hubieran curado algo más para este día. Pero, no fue así. Aunque los halagos de mis compañeras, minutos antes de la salida, hicieron que me olvidara de todos mis males. No sabéis lo que es estar en la salida del agua esperando que pasen los cinco minutos de tiempo que hay entre la salida de los chicos y la nuestra y el no parar de recibir mensajes de cariño de otras triatletas, de mis compañeras y de mis rivales en ese día. Yo no daba crédito: Fue uno de los momentos más bonitos del día. Difícil describir lo que viví en ese instante. Lo superior que me estaban haciendo sentir cuando yo solo quería ser una más. Yo no hacía más que contestarles: –“¡Gracias!, ¡ánimo!, ¡suerte chicas!”–. Qué grande.

 

Como disfruté en la natación. Tuvimos una primera parte muy fácil por el puerto donde el mar estaba plano y noté que me deslizaba fácilmente. Con una sensación de libertad que nunca había tenido en carrera. Pero duró poco. Fue cruzar el espigón y salir a mar abierto y empezar la lucha contra las olas. Fue una dura guerra entre los triatletas y el mar. Sin embargo, el ver que no paraba de adelantar a los hombres que disponían de cinco minutos de ventaja sobre nosotras, fue muy motivador. Me olvidé de mí. De mi pelea y solo me centré en seguir pasando gente. Sobre todo en estar bien atenta para no molestar a nadie ni que ellos me molestaran a mí. Aunque me lo pusieron fácil porque esa lengua humana que se forma, se iba escorando demasiado mientras yo cruzaba (así lo sentía) una línea perfecta entre boya y boya. Entiendo que no es fácil nadar en esas condiciones si no eres buen nadador. Pero, un consejo: <Es mejor perder 2 ó 3 segundos en levantar la cabeza y orientarse bien, que no hacer metros de más y perder minutos y energías muy valiosas>.

 

Así fue mi natación. Una natación en la que me noté muy rápida. Sentí que fluía sobre el agua mientras el resto se peleaba en ella. Me gustó el hecho de salir cinco minutos después que los chicos. Otro punto a favor de la carrera. Al no ser muy masificada, se podía adelantar bien y, para mí, fue muy motivador poder ir pasando a chicos y sentirme acompañada constantemente durante toda la carrera. Lo único que me supo mal fue intuir que había adelantado a Javi cuando, por una vez, el que él tuviera esos cinco minutos de margen, nos iba a permitir coincidir más en carrera, pero no fue así.

 

El sector ciclista fue duro. El mayor hándicap fue el cansancio que arrastraba de todos los entrenos de la semana. Me di cuenta de que se hacía muy duro competir con fatiga y tocó tirar mucho más de coco de lo que pensaba. Debía convencerme constantemente de que iba bien, de que iba liderando la carrera y de que, seguramente, llevaría un margen razonable como para no preocuparme. Pero no es fácil cuando las sensaciones no son las de siempre. No sientes la fuerza física de la que normalmente gozas en carrera. Y lo peor, es sentir que la cabeza también va mermando poco a poco.

Tuve momentos de todo. Momentos en el que me venía arriba al pasar a chicos o en los que, durante un largo período de tiempo, no era rebasada por nadie. Sin embargo, también sentí muchas veces que mi rendimiento estaba siendo muy inferior a lo esperado. Inferior al resto y que en cualquier momento me podría dar caza la segunda chica. O que me cogería Javi. Me alegraría por él, pero eso me causaría mucho estrés. Je,je,je,je. Es que, si no me pico con él, ¿con quién me voy a picar? Bueno, me piqué con más gente. Es Inevitable cuando una tiene un espíritu competitivo. Me piqué con chicos que me pasaban y a veces me daban ganas de decir: ¡Eh! Que yo hoy me lo tomó con más calma!” –je,je,je ¡Cómo somos! Aunque el pique fue mutuo, porque a muchos chicos se les notaba que disfrutaban dándome caza. Sobre todo porque algunos era adelantarme y relajarse justo delante. –¡Pero no hagas eso. Si me quieres pasar, pasa. Pero no me frenes ahora!–. En fin. Anécdotas que hicieron la carrera más entretenida y ayudaron a que los kilómetros pasaran más amenos. Aunque quién contribuyo a mi distracción en bici fue la moto con el cámara. Qué lujo que una carrera sea en directo, que nos hagan a las chicas tan protagonistas como a los chicos y que sea yo la afortunada de chupar cámara por el hecho de ir liderando la carrera. Ciertamente me hicieron mucha compañía. Solo el hecho de notar su presencia cerca ya lo hacía. Y encima me daban mensajes de ánimo y palabras motivadoras, así que con eso ya ni te cuento. Incluso me animaban a comer y beber cuando venía una zona más tranquila. Eso me producía una sonrisa que les hacía notar. Y hasta comentábamos la jugada. ¡Gracias a los dos! Sobretodo porque fue una moto que respetó siempre mi conducción y pude circular con total libertad (que, a veces, sentir una moto cerca en carrera te cohibe y condiciona un poco). Sin embargo, no fue así. El único que condicionó mi falta de destreza fue el miedo que se apoderó de mí, sobre todo, en las bajadas y en curvas más técnicas a consecuencia de la caída de Zarautz.

Realmente fue una bici dura. No había ningún puerto. Ninguna rampa con un tanto por ciento elevado de esas que hacen retorcerte, pero era un constante sube baja. Es de esos circuitos que, sin apenas darte cuenta, te van consumiendo poco a poco. Suerte que el recorrido era muy bonito y valía la pena sufrir por esos parajes. Los que vamos conociendo bien el norte ya sabes que aquí no hay nada plano y ya sabíamos todos a lo que veníamos ¿No? Hay que decir que uno de nuestros peores enemigos en el circuito fue el sol. Fue demoledor. Picaba con fuerza haciendo subir la temperatura y provocando gran pérdida de sales y deshidratación.

Aproveché para levantar el pie en los últimos kilómetros. Lo hice para reservar fuerzas para la carrera y bajarme con las piernas lo más frescas posibles. Aproveché para hidratarme bien. Y, sobre todo, levanté el pie para no jugarme el tipo en la parte más rápida del circuito. Todos queríamos correr ahí. Estábamos deseando meter gas y pisar el acelerador a fondo. Pero hay que tener conciencia de dónde está el límite. El límite está en la línea continua de la carretera. No solo porque te juegas una descalificación directa, sino porque te juegas la vida. El tráfico estaba abierto en sentido contrario y realmente temí por la vida de varios corredores a los que vi varias veces pasarse al otro carril para poder trazar mejor. Sin disminuir la velocidad, claro está.

Llegué a la T2 sana y salva y con ganas de correr. Esa sensación de fatiga desapareció de golpe y me puse a correr con muy buenas sensaciones. Me sentía fresca, ligera, ágil… igual parte de culpa la tuvo el ser conservadora en la bici.

 

No os puedo contar mucho de mi carrera. Si os digo la verdad: ni me enteré. A penas era consciente de que completé un recorrido de 21 kilómetros. Y, cómo mola eso. Iba relajada corriendo. No solo porque tenía la carrera asegurada y disfrutaba de correr sin presión, y con mucho margen, sino porque me iba automotivando con el hecho de encontrarme tan entera después de la carga de la semana. Y por sentirme tan cómoda a esos ritmos tan rápidos. Quería frenarme. Podía permitírmelo. Mi mente ya estaba puesta en el Ironman Vitoria y me preocupaba que esta carrera me pasara más factura de lo esperado. Nos la habíamos planteado como un entreno y debíamos seguir entrenando con normalidad los días posteriores. Sin embargo, no es fácil frenarte cuando no parás de recibir ánimos del público y tanto cariño de la gente. Una vez más los corredores me dieron una lección de compañerismo al no parar de animarme constantemente en carrera. Pero, esta vez, podía agradecérselo con palabras. Podía devolverles los ánimos y podía sentirme un poquito más cerca de ellos en carrera. Iba relajada corriendo. Iba saludando a gente. Iba pendiente de cruzarme con Javi para animarle. Pendiente de ver a gente conocida y poder intercambiar unas palabras de aliento.

¡Fue una carrera espectacular! Disfruté muchísimo. Me encantó el recorrido y pude saborear, más que nunca, todos los imputs que iba recibiendo. Os lo agradezco; a todos los que me animasteis constantemente. No solo a todos los que estabais en masa animando a cada uno de los que pasábamos, sino a los que os alejáis del resto y buscáis una zona solitaria para animarnos en las partes más duras del recorrido. De un recorrido que para mí fue espectacular. La zona del rio se hacía muy corta y amena y de forma rápida nos metíamos en el casco urbano donde nos esperaba otra gran afluencia de público expectante y lleno de vitalidad que no dejaba de gritarnos y aplaudirnos. Ya sabéis cómo es la afición vasca y la de Guernica no fue menos. Estuvo a la altura de cualquier otra carrera en pueblos vecinos. Y era inevitable emocionarse y sonreír en cada paso por vuelta tratando de mostrarles mi alegría y agradecimiento. Hasta me gustó la zona de las escaleras. Eso sí, casi más subir, que bajar. Porque en la bajada es cuando notas esa acumulación de lactato en las piernas. Es una sensación que te hace que te tiemblen y que las bajes de forma bastante patosa; además de hacerte alcanzar un pulso a mil por hora por el calentón de la subida.

 

He de decir que la carrera me gustó mucho. Sin duda un triatlón que ya he sumado a la lista de mis favoritos y que os recomiendo a todos. Disfruté de principio a fin dentro y fuera de la competición. La afición vasca me brindó una vez más todo su cariño. La organización me recibió con los brazos abiertos y trató de que no me faltase de nada, y lo consiguió. No solo conmigo, sino con todos los corredores. Demostraron estar a la altura de grandes eventos consolidados y les felicito por ello. Es que, cuando las cosas se hacen con cariño, es difícil que salgan más. Agradecer a Mikel Elgezabal, a Robert, y a todo el equipo, toda su entrega. Agradecerle a Jon Alegría que siempre trabaje con tanta pasión y profesionalidad. Y agradecer a todos los que hicieron posible que la carrera fuese retransmitida en directo por Sport Públic TV. Un gran logro, y un gran paso, para dar más cabida y visibilidad a este magnífico deporte.

No me puedo irme más satisfecha para casa. Lo hago con la satisfacción de sentirme una persona súper afortunada y privilegiada en vivir todo lo que estoy viviendo. Las cosas no me pueden estar yendo mejor; y aún nos queda el plato fuerte. Ahora viene un reto mucho mayor: el Ironman Vitoria. Pero sé que corro en “casa”. Y eso será un punto a mi favor. Vuelvo a correr en tierras vascas… con la suerte que me da y lo querida que me siento. Muchos hablan de si conseguiré el triplete. Ojalá. Voy a luchar por ello. Pero… lo que sí sé… es que, sin remedio alguno, volveré a emocionarme una vez con toda esa afición. Sé que allí me esperan con entusiasmo. Sé que muchos ya me han bautizado como “La Reina en el norte”. Y, aunque estas cosas den un poco de vértigo, y pánico escénico, tengo que quedarme con lo que hay detrás de todo ello. Todo eso son palabras mayores y me debo sentir muy afortunada por recibir halagos de tal calibre. No me gusta eso de “Reina”. No me gusta ser la protagonista principal ni la gobernanta. En cambio, si me gusta que me vean como una mujer fuerte, luchadora y valiente. Pero sin querer ser ambiciosa y querer tener el poder por encima de los demás. Como buena amante de juego de Tronos, disfruté visitando Rocadragón (San Juan de Gastelugatxe) y que Mikel Taboada pudiera inmortalizar allí momentos que fueron mágicos. No me sentí ni como Daenerys, ni como Sansa… ni mucho menos, sin embargo sí que sentía algo especial y mágico al estar allí.

Tengo que deciros que yo me identifico más con Arya. Una mujer más independiente, con un fuerte carácter y valentía, pero que prefiere pasar desapercibida. Una chica que se siente más identificada con los caballeros que con las doncellas. Una mujer que prefiere luchar en la sombra. Que lo que quiere… es imponer justicia. Que no quiere el poder, pero si el bien. Que quiere proteger a su familia, a la gente que quiere. Y…, en general… al mundo.

 

Related Post