70.3 MARRAKECH
Qué carrera ¡Vaya desastre! No sé ni por dónde empezar a contaros. Intentaré poneros en situación.
Sabíamos que una primera edición siempre puede tener flecos sueltos. Sin embargo, no contábamos con tantos. Es cierto que las infraestructuras no daban para mucho y quizá no era la mejor ciudad, o el mejor país, para hacer este evento. Con todos mis respetos, pero lo que he podido ver en Marruecos es: que las carreteras son muy malas, que hay poca cultura deportiva, que el tráfico es caótico, que las distancias entre los puntos neurálgicos son muy largas… En cambio, esperábamos que la organización, siendo franquicia Ironman, montara un gran evento. Pues… nada más lejos de la realidad. El staff cometió muchos errores. Quizá la situación les vino grande. Sabe mal decirlo, pero desmereció mucho a la marca. La cosa fue mal desde el principio. Para empezar, nunca llegó el transfer a recogernos al aeropuerto (era la única ayuda que nos ofrecían a los pros, o por lo menos la única para mí). Así que, después de esperar cerca de una hora y media, tuvimos que buscarnos la vida por nuestra cuenta: «cambia dinero, regatea con los taxistas, etc…». Y ese fue el primero de un sinfín de desaciertos. Pronto nos dimos cuenta que la organización estaba tan perdida como los atletas. Además de recibir poca información, no tenían respuestas a las dudas que nos iban surgiendo a los triatletas. No sabían ni siquiera si se cambiaba la hora. En Francia sí que se cambiaba y, siendo la organización francesa, aún me sorprendía más; porque ese es un equipo que monta eventos de categoría en su país. Así que muchos nos fuimos a la cama con la incertidumbre de si se cambiaba la hora o no. La logística era muy complicada, siempre lo es cuando hay dos transiciones diferentes y lejanas entre sí. La organización había habilitado autocares para llevarnos de una a la otra y poder hacer el check-in. Pues, aun así, no sabíamos donde había que cogerlos. Y ellos tampoco. «Estará indicado por banderas» nos dijeron ¡Nunca las vimos! Por suerte, a los autocares sí. Lo peor fue que por usar ese servicio te cobraban 20€. «¿En serio?» No nos lo podíamos creer. Hasta la fecha, en ninguna carrera nos habían cobrado a los deportistas por esos servicios. Cuatro horas de reloj fue lo que tardamos en hacer el check-in el sábado. «¡Qué estrés!». Qué agotamiento. Imaginaros cómo llegamos al hotel el día antes de la carrera, reventados. Y es que era un trámite muy complicado: encuentra el autocar, haz una hora de viaje hasta el lago, anda hasta boxes (estaba alejado), deja el material, vuelve al autocar, haz otra hora de vuelta, entra en el circuito, anda cerca de un kilómetro hasta la T2, deja las bolsas, anda otro trecho hasta la salida y lo que te quede hasta el hotel. Y ni os cuento el show de la T1 porque no dábamos crédito. Una zona muy mala. Por donde debíamos andar, hacia el agua y luego correr con la bici, era todo de tierra y piedras. Todo eso sin alfombras, sin iluminación… Una infraestructura muy pobre para mi gusto. «¿Dónde nos hemos metidos?» nos íbamos diciendo a medida que pasaban las horas e íbamos descubriendo cosas. Intenté tomármelo con filosofía «Qué remedio». Por suerte, Javi y yo estamos ya acostumbrados a viajar y a competir en países diferentes. Así que, en estos casos, lo que hacemos siempre es cambiar el chip, vivir la situación de otra forma, olvidarnos de la carrera hasta que llegue la hora y aprovechar para hacer un poco de turismo.
Para mí uno de los fallos más grandes que cometió la organización fue el no hacer un breafing. Solo lo tuvimos los pros, pero tampoco fue demasiado útil. En esas circunstancias era necesario ponernos a todos en situación, explicárnoslo todo. Pero… no fue así.
Uno de los peores momentos fue el que vivimos todos la mañana de la carrera. A las 5:00h salían todos los transfers. No había más margen (la carrera empezaba a las 7:45h para los pros y a las 8:00h para el resto). Decían que había varios puntos de recogida. Pero, como el día anterior, no sabíamos dónde. La escena de ver a los atletas dando vueltas por las calles, todos perdidos, era un espectáculo. Nosotros lo encontramos. Sin embargo, otros no tuvieron tanta suerte. Ver cómo desde el autocar emprendíamos el viaje y otros seguían esperándolo en distintos puntos fue un espectáculo. Nos miraban en plan: «¡Esperarnos!». Qué triste. Suma y sigue, pensé. Yo solo rezaba para que, una vez empezara la carrera, la cosa fuera rodada. «¡Qué ilusa!».
7:45h. Empieza la carrera pro masculina. Les dicen que vayan entrando al agua, pero nadie les dice hasta dónde. Los chicos se miran sin saber bien dónde detenerse y de golpe se escucha un pequeño grito lejano parecido a un «¡go!». La verdad que no sé ni si quiera si fue por parte de la organización, pero sirvió para que los chicos empezaran su carrera. Surrealista. Aunque eso me sirvió para quedarme con la copla. La siguiente era yo… nosotras. No os voy a sorprender. Se repitió la misma historia. Dos minutos más tarde nos hacen entrar al agua, empezamos a avanzar, nadie nos guía, nadie nos frena y cuando el agua empieza a llegarnos al cuello nos detenemos. En ese momento, se escucha un pequeño ruido. Charlotte nos mira de reojo mientras hace la intención de nadar. Ese gesto fue suficiente para que todas iniciáramos la carrera. Rápidamente me aventajo junto a Charlotte, pero veo que a mi izquierda se abre otra fila con dos nadadoras más. Ellas lo hacen siguiendo al kayak de la organización. La barca que nos guiaba se estaba escorando mucho a la izquierda, al igual que la de los chicos. Por lo tanto, tanto Charlotte como yo, preferimos ir a la nuestra y seguir nuestra intuición. Acertamos. En cada boya alcanzábamos a nuestras rivales y le recortábamos la ventaja que nos habían sacado. Era obvio. Aunque finalmente una de ellas, mucho más rápida que el resto, se escapó en solitario. La parte final se hizo muy dura. Nos daba el sol de cara y no veíamos nada. Por suerte lo hice mejor que el resto y conseguí salir segunda del agua, con algo de ventaja sobre mis perseguidoras, y adelantar a varios chicos en ese tramo final. «¡Oh, my good!» El sol no nos había dejado ver la rampa que nos esperaba al salir del agua. Unos tres cientos metros con un desnivel del 15%. «Eso nos hizo mucho daño». Cojo la bici y veo que Charlotte la coge justo detrás de mí. «Vamos bien» me digo. Era una de las favoritas y había podido nadar con ella. «A ver si la puedo aguantar en bici» me dije. Ese era uno de mis objetivos.
Empiezo el sector ciclista y después de una primera bajada fuerte venía una curva cerrada a la izquierda. Rápido vi que era una curva peligrosa. Difícil de controlar la bici. Y más, viendo que no había ningún tipo de indicación, ni separación, para no invadir el sentido contrario. El problema fue que era justo en un tramo de ida y vuelta; así que visualicé la situación para tenerlo en cuenta al regreso. Empiezo a rodar en el primer tramo (unos 10 kilómetros de ida y vuelta). En principio teníamos la carretera cortada para nosotros. Pero, de repente, veo que un coche me pasa por el carril contrario ¡a toda leche! «Pero, ¿Qué hace aquí?».¡Uf! Si viene un pro en ese momento lo mata. Con el susto en el cuerpo, y la incredulidad, sigo avanzando hasta el punto de giro. Por cierto, era todo un reto: un giro a derechas y con poco margen de maniobra. Casi me voy al suelo. No se ni cómo logré salvarlo (Javi me confesó que tuvo que poner pie al suelo y todo). Al iniciar la vuelta me sorprende que Charlotte no venga detrás; sino que venía mucho más rezagada y con Lisa por delante. «¿En serio?» Me sorprendió ambas cosas: que Lisa estuviera ya tan cerca y Charlotte tan lejos. Mi reto era intentar seguirlas en bici a las dos «A ver si lo conseguía cuando me dieran caza». Sigo rodando a mi bola cuando, de repente, levanto la cabeza y veo que un autocar viene de cara por mi carril. «¡Pero! ¿Qué es esto? ¿Dónde nos han metido?». En serio. Era imposible dar crédito a todo lo que estaba viviendo. Afortunadamente pude pasarme al carril contrario (suerte que los grupos de edad salían 13 minutos más tarde y la carretera aún estaba vacía). Sin embargo, en el cruce peligroso, si que estaban ya muchos competidores en carrera y me jugué la vida una vez más. Era una bajada fuerte y, a sabiendas de lo que venía, decido frenar y no jugármela. Y en ese instante, cuando el sol me lo permite (nos daba de cara y aún complicaba más las cosas), veo que tengo a unos ocho triatletas invadiendo mi carril. En mi primera frenada, por reacción, me derrapa la rueda y consigo salvar la caída; después de eso, como puedo, sorteo a los chicos que venían de cara, viendo como ellos tenían el mismo aspecto de miedo que yo. ¡Guau! Parecía que estaba en un videojuego esquivando balazos. Qué susto. Qué agonía. Qué estrés. Pero estaba viva. No sé ni cómo. No me quito ese momento de la cabeza. Ver como se creaba ese embudo y cómo los familiares (entre ellos el padre de Alberto Moreno) estaban intentando controlar la situación dirigiendo el tráfico y avisándonos del peligro. Me quería marchar de allí. Quería dejar esa carrera. No tenía ganas de sufrir más. Y, mientras me reponía del susto, y me convencía por seguir, me adelanta Lisa Hütthaler. Sinceramente, no tenía ni ganas de seguirla. Estaba desanimada. Estaba enfadada con todas esas situaciones incómodas y de locos. Esperé haber si me pasaba Charlotte para intentarlo con ella. Sin embargo… nunca lo hizo.
Fue el sector ciclista más caótico y peligroso que he hecho nunca. Fue una carrera difícil de imaginar si o la vives. Difícil de creer que era el circuito de un 70.3 y que estábamos compitiendo. Realmente pasé de hacerlo. Lo siento. Me superó la situación y me vine abajo. Me mermó todas las aspiraciones que tenía por mantenerme competitiva y por luchar en alcanzar la cabeza. El circuito era impracticable. El asfalto estaba roto… bacheado. Y encima, debíamos convivir con todos los transeúntes, animales y vehículos que decidían meterse en el circuito e invadir, no solo nuestro carril, sino nuestro espacio vital. No creo que fuese culpa de ellos. Para ellos eso es lo normal. Sin embargo, la organización debió controlar todo eso. Había mucha policía, pero solo estaba parada observando desde la cuneta. Como si eso no fuera con ellos, o como si no supieran bien qué hacer. La gente nos miraba extrañada. Yo creo que no entendían lo que estaba pasando allí. Ni qué hacíamos nosotros. Me sentía como una extraterrestre.
Hubo mucho peligro. Hubo accidentes, sustos, equivocaciones (Tim Don y dos pros más se perdieron en una rotonda e hicieron algún kilómetro de más), caídas, pinchazos, pérdida de bidones, de material, manillares y acoples caídos… Tenía dolor en las manos de cogerme tan fuerte al manillar. En los aductores de apretar las piernas contra el sillín en cada bache. Me estaba haciendo heridas en los brazos de los acoples. No encontraba el momento para soltarme para comer o beber. Estaba siendo muy duro y me faltaba energía para mantenerme con ganas. Había perdido toda la motivación por seguir en carrera. Solo pensaba en ir avanzando poco a poco y, al menos, llegar a la T2. Pero no tenía ganas de competir. No quería seguir y no sabía como animarme para no tirar la toalla. «Es la última de la temporada. Aguanta Judith» me tuve que repetir varias veces. Ese era un buen argumento. Sabía que no quería acabar la temporada con un DNF y me repetía eso en cada kilómetro. Se lo había pedido también a Javi: «Luchamos esta carrera… y vacaciones». Así que no iba a fallarle. Soy consciente de que fue una carrera dura para todos. Todos vivimos la misma situación y, si Javi me veía parada, quizá le desmoralizaría, o le llevaría a hacer lo mismo. Debía evitar eso. «¡Cariño! Hay que salir de la zona de confort», suele decirme Javi. Vaya si lo estábamos haciendo. Eso me daba fuerzas. Pensar en eso, pensar en que me sentía orgullosa de saber afrontar las situaciones más complicadas. Me ayudaba la idea de luchar y continuar por mí misma, de ganarle la batalla a la rabia y al desconcierto. Me motivaba el hecho de saber que estaba viviendo una aventura y que, aunque hubiera preferido hacer un triatlón y no una carrera de supervivencia, quise entenderlo como tal y cambiar la mentalidad.
Realmente lo vivido en el tramo de bici fue un verdadero despropósito. Ni si quiera acertaron con los desniveles, ni por asomo. Los kilómetros finales fueron los más duros. Es cierto que el asfalto era bueno y era una parte rápida, pero, la más peligrosa. Nos acercábamos a la ciudad y el tráfico era mayor. Fue donde viví los momentos de más tensión. Me pasaban vehículos por todos lados, coches de cara que adelantaban a otros, camiones que pasaban muy cerca, motos que decidían incorporarse a la carretera haciendo un cambio de sentido delante de mí, burros cargados invadiendo el carril. Temí por mi vida. Solo rezaba para que me adelantara algún otro triatleta y sentirme arropada. Pero me pasaron cuatro contados y el último lo hizo sobre el kilómetro 50. «¡Si al menos puedo rodar un poco detrás de una moto!», me decía a mi misma intentando reírme de la situación. Aún recuerdo como, en los últimos kilómetros, iba por encima de la línea central (la carretera tenía dos carriles para cada sentido), iba por ahí porque me adelantaban coches por todos lados y no sabía dónde meterme. Encima de todo eso, me pitaban enfadados. Allí nadie sabía que había una carrera. Tuve que hacer malabares en un semáforo, en rojo, para poder adelantar a los coches parados y que no me arrollaran los que lo tenían en verde. Un verdadero show. Y por fin, vi la luz al final del túnel. Una hilera de conos que me marcaba el paso a la T2. Aunque no veía el momento de entrar en ellos ¡No me dejaban paso el resto de la circulación! Hasta que me vieron los del público (familiares de triatletas) y gritaron al policía que estaba allí para que controlara la situación y me diera paso. No entré por donde tocaba, pero conseguí sortear los conos y entrar en el circuito donde estaban situados los boxes. ¡Guaaaau! Respiré aliviada. Realmente temí por mi vida, lo prometo. Jamás creí que sería capaz de llegar sana y salva a la transición. Estaba agotada. Estaba exhausta por tanta tensión. Tenía ganas de llorar con fuerza, de patalear como una niña cuando coge una rabieta. Estaba irritada. Quería dejar mi bici y echar a correr, pero no hacia la zona de carrera, sino hacia la organización para decirles: «¿Qué coño ha sido esto?» Lo siento. En ese momento lo sentí así. Sin embargo, controlé mi ira, rebajé mis impulsos e intenté transformar esa energía visceral en energía motora. Esa que me empujase a continuar en carrera y afrontar la parte final. «¡Vamos Judith! Solo 21 kilómetros por delante».
Tocaba pasar página. Olvidarse de lo vivido hasta entonces y afrontar la media maratón. No era consciente ni de cómo iba la carrera. Solo me dediqué a ir superando obstáculos. En ese instante un chico del público, Jon, me animó con mucha fuerza. Me canta que las dos primeras van juntas, a 4 minutos de mí, pero que luché, que puedo con ello. «Es la última de la temporada, vamos» me gritaba con fuerza. Realmente fue mi revulsivo. Él y el de resto de familiares y corredores españoles que estaban allí. Fue tan dura la carrera que sentí como todos nos animábamos corriendo y lo hacíamos con más fuerza que nunca. Hicimos piña entre nosotros (así lo sentí) conscientes del reto que estábamos superando. Habíamos pasado lo peor, sin embargo, la carrera a pie no fue fácil tampoco. Era un circuito aburrido. 5 kilómetros rectos, de ida y vuelta, que había que repetir dos veces. Además, había muy pocos avituallamientos y el calor era bastante alto. Aunque finalmente, cuando creíamos que iba a ser el protagonista, pasó a un segundo plano. Así que cruzarnos entre nosotros, ver a Javi y llegar donde estaba Edu, uno de los mejores amigos de Javi y que había venido a vernos aprovechando que estaba de turismo por el país, fueron los únicos alicientes.
Me encontré bien corriendo. Tenía patas. Supongo que el ser conservadora en la bici me benefició. Sin embargo, no creí que ya pudiera hacer nada para cambiar las cosas. Las primeras estaban muy lejos y, por suerte, Charlotte también. Podía correr tranquila sin que peligrara el pódium. Al fin y al cabo, un tercer puesto me parecía espectacular después de todo. Me fue bien correr sin presión. Encontré un ritmo cómodo. No quería forzar. Además, venía de competir hacía tan sólo siete días y esa carrera me costó y me desgastó mucho. Mi sorpresa fue ver que en la primera vuelta le había recortado casi dos minutos a la segunda. La gente me animaba a que fuera a por ella. Me decían que podía hacerlo. Entonces fue cuando calculé: «Si en una vuelta le he recortado dos minutos ¿Por qué no puedo hacer lo mismo en la segunda?». Y así lo hice. Puse una marcha más y con la motivación de ver que iba cogiendo a una rival me fui creciendo. Encontré mi momento de gloria en aquella carrera y saqué algo positivo. Esa fue una gran recompensa después de todo lo que había sufrido. Con la seguridad de que la segunda plaza ya era mía, reviví todo lo acontecido en esos kilómetros finales y disfruté del logro. Al final estaba consiguiendo mi mejor resultado en un 70.3 (tenía tres terceros puestos) y estaba poniendo el broche final a una temporada inmejorable.
La ganadora fue Lisa Hütthaler ¡Qué lástima! No pude con ella, ni el sábado anterior en Peguera, ni aquí. No me gusta quedar por encima de mis compañeras. Soy competitiva, pero me gusta la rivalidad sana. Sin embargo, cuando se trata de alguien así (dio positivo en EPO y fue condenada a tres meses de prisión por intentar sobornar al médico con 20.000€ para que manipulara la prueba), mi visión es diferente. Quiero ganarle sólo por la satisfacción de vencer a alguien que no se merece estar en el deporte. Os invito a qué leáis algo sobre ella:
Y sabéis lo peor. No sólo que sigue campando a sus anchas por las carreras, sino que todos le damos cabida. Entiendo que ha cumplido su sanción (para mi insuficiente, además de que yo les inhabilitaría de por vida) pero no entiendo como la organización de la carrera la invita y la lleva a la rueda de prensa… No se lo merece, y me pregunto: ¿Qué debo hacer cuando tengo que saludarla en el pódium? ¿Cuándo me habla como si nada, antes y después de la carrera? ¡Guau! Que situación más incómoda. Me cabrea. Estoy deseando decirle: «¡No me hables! Para mí no mereces ningún respeto» Pero… no me sale. Y, aunque soy fría y distante, no me sale negarle la palabra. La respeto como persona pero no como deportista.
Os cuento una anécdota de la carrera para terminar. El sábado, cuando nos íbamos para el hotel a descansar, Javi ve que el pódium estaba en la parte alta del circuito. En el balcón. Tal y como suelen hacer en la fórmula 1 y en las motos. La verdad es que nos pareció muy chulo y era una motivación lo de conseguir llegar allí. Pues, al terminar la carrera, e ir a la ceremonia de entrega, veo que lo habían bajado a la línea de meta. «¿En serio? ¡No te puedo creer!». Era lo único emocionante. Jejejeje.Y es que, ni para la entrega de premios estuvieron acertados. Nos dieron en meta el trofeo de la prueba, sin flores, ni cava (aunque fuera sin alcohol que en Marruecos no se bebe). Además, ese trofeo nos lo debían dar más tarde en la ceremonia oficial. Así que… imaginaros el momento luego, cuando las tres primeras no teníamos trofeo porque nos lo habían entregado al acabar la carrera. Hasta eso deslució. Una simple entrega sin banquete de despedida (tampoco hubo pasta party los días previos). Fue una carrera que desilusionó mucho y no estuvo a la altura. A la altura del desembolso que hacen los triatletas por participar en este tipo de competiciones (inscripción, desplazamientos, alojamientos, dieta, material…).
Me traigo un mal sabor de boca y además un resfriado. Las bolsas de street wear no llegaron hasta horas después y estuvo en tritraje todo ese tiempo. Mojada, tiritando de frío, buscando el sol porque en toda la zona post meta el aire acondicionado estaba a tope. Fue una carrera para olvidar. Aunque mucha gente le dio sentido. Me llevo el cariño de todos los españoles y argentinos que estuvieron allí y con los que pudimos conversar un buen rato y animarnos mutuamente. Y quiero dar un agradecimiento especial a Edu, que, a pesar de ir cojo, estuvo animando en todo momento y se curró hasta una pancarta. «¡Qué grande!». Muchas gracias. Conseguiste mantenerme en carrera.
Sin duda no fue la carrera soñada, pero ha sido el colofón a una temporada de ensueño. Un año espectacular. Consiguiendo grandes logros, disputando carreras épicas y viviendo un sinfín de emociones que serán difícil de olvidar. Me llevo una maleta repleta de lecciones, de cariño y de admiración. Y es que lo mejor ha sido poder disfrutar todo esto con mi marido, con mi familia, amigos, compañeros. Y conocer gente tan increíble en este deporte.
Gracias a todos por vuestro apoyo y reconocimiento. Gracias a mi entrenador. Y gracias a todos los patrocinadores que me han ayudado en esta temporada. Ahora toca pensar en el 2020.
Pero antes: Unas semanas de desconexión.