Cuando una crónica me saca de la cama de madrugada es que la carrera ha sido muy emocionante para mí. Así que aquí estoy. A las 02:00h de la mañana del lunes siguiente y plasmando todo lo vivido hace solo unas horas atrás. Mi cabeza me pide a gritos que lo saque todo. Que lo plasme al papel. Quizá porque eso me ayuda, cuanto menos, a relajarme. Porque el sueño… ya no creo poder conciliarlo. En parte también porque mi cuerpo, destrozado y agotado, no me permite dormir.

 

Ni en los mejores sueños había visualizado algo así. En ninguna de esas veces en las que mi cabeza pensó en esta carrera conseguí acertar con lo que he logrado. Es cierto que, en alguno de esos sueños, llegaba a conseguir la victoria (soñar es gratis), pero lo hacía in extremis; venciendo por la mínima y no como he sido capaz de lograrlo. Nada que ver lo que había soñado con lo que realmente viví en vivo y en directo.

 

Partía con el dorsal número 1. Me lo gané el año pasado. Sin embargo, viendo el cartel de salida de esta edición, las quinielas me relegaban a unos cuantos puestos más atrás. Los pronósticos decían que, conseguir el top5,ya sería muy meritorio y que el pódium era prácticamente inalcanzable. Eran varias las favoritas, con títulos en mundiales y unos curriculumsde vértigo, a las cuales conocía muy bien y a las que nunca había conseguido ganarles. Seamos realistas: yo podía tener un gran día, y que a alguna de ellas no le fuese tan bien, pero jamás se me pasó por la cabeza ser la mejor de esa jornada.

 

Presión inevitable, pero bien llevada. Al final todos sabían como estaba de difícil la cosa. Solo los menos entendidos creían que, por ser la vencedora de la edición anterior y portar el “1”, partía como favorita. Al fin y al cabo debía olvidarme de todo ello y hacer mi carrera. Como siempre. Por más pronósticos, suposiciones y conjeturas que hagamos todos, las carreras son muy largas y puede pasar de todo. Lo que tenía claro es que quería poder estar luchando con ellas en todo momento, aunque fuese hasta la T2. A partir de ahí sería más difícil el plantarles cara y jugar en su liga. Yo he mejorado mucho corriendo. Me lo notaba y quería demostrarlo, pero como le dije a Javi el día anterior: <”mañana, para ganar, hay que correr por debajo de 4’ y, yo, aún no estoy ahí”>. Y me equivocaba. Bueno… en lo que es la premisa no. Me equivoqué en no creerme que lo podía hacer.

 

Al final la lucha por el resultado y las posiciones pasaron a un segundo plano en mi cabeza porque el frío era lo que más me inquietaba. No solo el frío en el agua, sino el que nos podía acompañar durante toda la carrera. Hasta última hora estuve planteándome si valía la pena sacrificarse tanto e intentar vencer ese frío tan intenso. No fue fácil. Fue el mayor problema para todos y, aunque debo reconocer que el sol nos acompañó y calentó más de lo esperado en la carrera, las frías aguas nos hicieron mella a todos. Ni la crema calentadora que me unté en manos y pies, para intentar disimular al menos el raynoud, sirvió de nada. Con tan solo pisar la arena, y tocar el agua, perdí la sensibilidad en pies y manos. <”Normal ¡Si me pasa en condiciones normales! ¿Cómo no me va a pasar en condiciones extremas como las de hoy?”>.

Aun así, con lo que no contaba, era que el frío me iba a pasar más factura de lo que yo pensaba. Tanto que incluso pudo costarme la prueba. Aunque por suerte puede sobreponerme.

8:10h del domingo. Empezamos la prueba. Salimos diez minutos más tarde de que lo hicieran los chicos pros. En el agua, después de sortear las olas para empezar a nadar, noto que el aire no me entraba. Como si se me hubiesen cerrado los pulmones. No conseguía respirar. <”¡Aig!¡¿Dios mío que me ahogo! ¡Ayuda!”>—me gritaba a mí misma. Levanto la cabeza y veo que nadie me ve. Que mis rivales empiezan a nadar mar adentro. Me paro presa del pánico, del agobio y me digo: —Judith ¡Relájate! Diez o quince segundos de dudas donde no sabía si nadar para fuera o para dentro. Unos instantes que se me hicieron eternos y que lo paseé tan mal que mi cabeza tomó la decisión de olvidarme de la competición y abandonar en ese justo momento. Fue terrible, no os lo puedo describir con palabras. Y de repente mi cerebro me hace un “clip” y consigo no tirar la toalla. Fue justo en ese instante en el que de repente controlo mis impulsos y empiezo a bracear de nuevo en dirección a la boya.

Pasé mucho miedo. Fueron unos metros en los que no era capaz de meter la cabeza en el agua y donde el aire parecía no llegar a mi pecho. Tuve pánico de perder el control de mi cuerpo y que las consecuencias, por no pararme a tiempo, fueran fatales. No me había ocurrido nunca. Pero, por suerte, no fue así. En cada metro iba logrando sentirme más aliviada por ese tema. Realmente pasé terror. Fueron unos pocos segundos, no lo sé exactamente, pero los suficientes para que eso marcará el climaxde mi carrera.

 

A pesar de todo… no me perjudicó en exceso. Perdí dos minutos con las de cabeza de carrera pero logré alcanzar al grupo principal. Allí estaban casi todas: Daniela, Emma Pallant… y liderado por Saleta. Conseguí ponerme en cabeza y continué nadando creyendo que me seguirían, aunque unos minutos después no noté presencia alguna por detrás de mí en ningún momento. Aquello se convirtió en una natación en solitario y una lucha intensa con una mar horrible y sin ni siquiera saber dónde estaba. Me sentía borracha. Perdida. Con todo el cuerpo entumecido y tragando más agua que nunca. Me sentía como un barco a la deriva y que no sabe si conseguirá llegar a puerto o naufragará en el intento. Suerte que la organización aquí estuvo de “10” y nos puso globos en las boyas (incluido en las boyas de referencia). Eso nos facilitó mucho las cosas ¡Chapeau!

 

Cuando alcancé la última boya sentí que aquel calvario llegaba a su fin, pero antes tocaba luchar contra una resaca que, después del empuje de la ola hacía la orilla, de nuevo te empujaba el doble de metros hacia atrás y repitiéndose esa misma jugada en múltiples ocasiones con la sensación de que nunca conseguiría alcanzar la playa. Sin embargo, sí lo logré y conseguí poner pie en tierra. Llegar a la T1 fue más que un logro. Y no solo para mí, sino para todos.

No fue fácil hacer la transición cuando no sientes ninguna parte de tu cuerpo. Y por más que tu cerebro envíe órdenes, son difíciles de ejecutar.  ¡Qué sensaciones tan extrañas! Duraron un rato. Me costó unos cuantos kilómetros entrar en calor y empezar a pedalear decentemente. Aunque los pies no los llegué a sentir nunca más. Parece que siempre van por libre.

 

Y por si no habíamos tenido suficiente con las condiciones del agua, el viento fue quién nos puso difíciles las cosas en el sector ciclista. Ambos elementos endurecieron la carrera y nos hicieron tener un viaje movidito y con turbulencias. Suerte que mi feltse portó de maravilla y supe pilotarla hábilmente montada con las ruedas de gala de speedsix. Aunque con algún percance que otro y con la anécdota de llegar con la lenticular pinchada a la T2. No sé cuando pinché, pero solo sé que, sorprendentemente, conseguí llegar hasta boxes montada en la bici y sin saber que iba pinchada (Je,je,je,je). Está claro que ese era mi día y nada ni nadie me lo iba a impedir.

Tres vueltas de bici que dieron para mucho, pero sobretodo para marcar las diferencias en carrera. Nada más empezar la bici Morrison me pasó como un rayo del que solo vi la estela fugaz que dejaba. Increíble. Ya contaba con ella… pero no tan pronto. Así que hice la primera media vuelta en solitario y donde vi que Fredericksen iba sola en cabeza. Algo más rezaga iba la italiana Margerie y detrás Helene, a la que adelanté sobre el kilómetro 15. ¡Aupa Helene! Le dije. Vi que, por detrás, venía un tren con muchos vagones y liderado por Daniela. Luché para que me pillasen lo más tarde posible y esa lucha me llevó a lograr alcanzar, y adelantar, a la italiana y meterme en posiciones de pódium, aunque solo por unos segundos porque, al final de la primera vuelta, me alcanzó la locomotora que, por suerte, vi que había soltado lastre y ninguna de las que llevaba con ella pudo conseguir aguantarle el ritmo. Para mi sorpresa yo sí que lo hice (a duras penas) y empezamos nuestro mano a mano. Un mano a mano que nos llevaría juntas a la T2.

 

Pero la bici dio para mucho. Os cuento un poco. En el inicio de la segunda vuelta, justo en la rotonda, de golpe Morrison se me cruza por delante, en diagonal, y sin entender de dónde venía o hacía dónde iba. Yo no sabía si se había salido del circuito, si tuvo un problema mecánico o qué le había ocurrido, pero cometió un grave error que, más allá de hacerme perder a Daniela, casi me cuesta una caída. Yo no dije nada. Fue mi padre y el público quienes se encargaron de recriminárselo ya que vieron en directo su peligrosa maniobra y gritaron un: ¡Cuidado! Que se escuchó muy claro. Por lo visto, eso le penalizó unos minutos que nunca consiguió compensar y que para mi extrañeza, la dejó fuera de juego.

Sin embargo, mi sorpresa mayor fue otra: de nuevo conseguir alcanzar a Daniela. No fue tarea fácil. Me lo puso muy difícil. Rodaba muy fuerte y era incapaz de seguirla en las zonas más rápidas del circuito. Supongo que su constitución (fuerte y grande) la ayudaban a ello, pero… <”yo también soy así ¿o no?” (Me dije). Por suerte, las subidas le penalizaban y perdía unos segundos que me eran vitales para volver a reducir la distancia y lograr plantarme a 12/15 metros. Sabía que era un circuito muy rápido (sin contar el viento), pero por subidas refiero a todas las zonas que tendían hacía arriba. Esas jugaban a mi favor.

 

En la segunda vuelta pasamos a Fredericksen y aunque al principio se enganchó a Daniela (respetando la distancia de drafting), finalmente vi que se le iba y tuve que luchar por adelantar a Hellen y, aún más, para volver acercarme a Daniela quién me había metido cerca de cincuenta metros. Qué duro fue no perderla. Fue increíble poder aguantarla y luchar por seguir su estela. No me funcionaron los watios (mala inversión los mil euros en los vector3 que solo me está dando problemas). Menos mal que no hicieron falta, las rivales marcaron el ritmo y los datos no sirvieron para nada. Una vez más tuve que darlo todo en los 90 kilómetros de bici sin tener ni uno solo de tregua.

 

Los giros me pusieron a prueba varias veces. Ir al límite y querer darlo todo provocó que, en dos ocasiones, casi me comiese el bordillo por arriesgar demasiado. En otra ocasión, fue Daniela la que se pasó de frenada y casi le cuesta la caída (a ella y a mí). Me pidió perdón por ello y pudimos salvarlo a tiempo. Y, por si fuera poco, la moto que le iba grabando a ella casi me atropella en dos ocasiones. Y en una, casi me chafa contra el quitamiedos. ¡Qué peligro, por Dios! Pero como digo: era mi día. Y parecía que todo conseguía salvarlo, aunque fuese de milagro. Esa constante lucha en bici valieron no solo para que los kilómetros pasaran volando, sino para plantarme en la T2 junto a Daniela y con una amplia ventaja respecto a las de atrás. Las dos demostramos ser las más fuertes y nos ganamos esa renta. Nadie más consiguió seguir nuestro ritmo y el particular mano a mano. Trabajando muy duro sobre las dos ruedas nos ganamos el liderazgo hasta boxes.

Aunque estaba muy contenta por el trabajo hecho en bici, y por el cómo estaba yendo la carrera, no creía que las cosas pudiesen quedar así. Contaba con que las grandes corredoras me alcanzarían. Sin embargo, dadas las circunstancias, quise creer que solo podrían conseguirlo un par… como mucho. Y con ello ya me daba por satisfecha. En cambio, antes de conformarme con eso, quería darlo todo para no ponerles su caza nada fácil. Y si podía ponérselo imposible… mejor.

 

Lo logré. Logré ser invencible… Inalcanzable. Aposté por mí y gané. Gané en una lucha donde demostré ser la más fuerte y rápida. Y eso, me valió el triunfo. Salí al máximo. No me guardé nada desde el primer metro de la carrera y, aunque consciente de que eso era muy, pero que muy arriesgado, sabía que era la única fórmula para luchar por llevarme la carrera. Prácticamente me inmolé. Sentí que, a ese ritmo tan alto, cada kilómetro iba a ser el último. No solo porque no creyese poder hacerlo, sino porque mis piernas, mis pulmones y mi corazón iban al límite. Pero, mi entereza, fue algo que en ningún momento puse en riesgo.

En el segundo kilómetro me puse líder y nada cambió hasta la línea de meta. La situación se repetía vuelta a vuelta. El margen con Daniela era de más o menos un minuto y la diferencia con Emma Pallant se iba manteniendo rondando los tres minutos. Para mi sorpresa, esas diferencias no conseguían disminuirlas. Y no lo consiguieron porque yo hice la carrera de mi vida. Corrí 4’ más rápido de lo que lo he hecho nunca en un half. Corrí por debajo de los 4 minutos el kilómetro y, como pronostiqué, eso era la clave para conseguir la victoria.

Y yo lo hice. Ese ritmo me acreditó como vencedora. No creía poder haberlo conseguido. No solo el vencer, sino el haber corrido como corrí. Me sorprendí a mi misma una vez más y aun sigo alucinando con lo que logré ayer. Ganar por segunda vez consecutiva. Revalidar el título. Defender ese “NÚMERO 1”. Y superar a rivales a las que, jamás, había logrado ni tan siquiera plantarles cara. Sin duda di un paso al frente. Supe enfrentarme a las mejores porque ese día fui la mejor.

Que me crezco en las carreras, es algo indudable. Contra más difíciles están las cosas más garra y fuerza saco. Eso lo sé. Pero aun no sé como mi cuerpo puede seguir luchando cuando está sufriendo tanto. No sé cómo puedo seguir sacando fuerzas cuando ya no quedan. Y no sé como mi cabeza expone a mi cuerpo hasta esos límites insospechables y hacer que parezca fácil porque, para mí, cuando lo pienso en frío, me parece prácticamente imposible.

 

Corrí yo solita. Fui yo la que competí y la que ganó la carrera aunque con un público que no paró de empujarme en ningún momento. Y estoy totalmente convencida de que ellos fueron los principales partícipes de mi gran carrera. Les estoy muy agradecida por ello. Fue muy emocionante. Hay mucha gente detrás de este triunfo. El primero, mi entrenador Iván Muñoz. Él es el que, en solo tres meses de trabajo juntos, ha logrado sacar de mí a una nueva corredora. Una corredora mucho más rápida y que ha venido para quedarse. Después de él, todo el resto de profesionales que me ayudan a rendir al máximo: mi nutricionista… mi fisio… mi mecánico (un monumento para Bikhome al que mareo mucho y nunca se queja… al contario ¡Muchas gracias!), y a todas las marcas que me ayudan y mi apoyan.

 

No acabaría nunca esta crónica porque son muchas las emociones que me invaden y que quisiera seguir explicando. Sentimientos muy bonitos y momentos muy mágicos los que viví. No solo en carrera, sino también fuera de ella. Cierro los ojos y sigo sintiendo todos esos ánimos del público, de los amigos, de la familia, de los compañeros…. Fue tan bonito que, como me pasó anoche, no sé si seré capaz de conciliar el sueño, ni hoy, ni mañana, ni al otro. No puedo estar más agradecida a todos los que formasteis parte de esta carrera. A mi marido, a mi familia y a todos vosotros que me apoyáis, me seguís, me felicitáis y me dais esas fuerzas que tanto bien me hacen ¡GRACIAS!

 

Y gracias a la organización por una carrera de “10” y por tratarme con tanto cariño.

 

Antes de que te des cuenta llega la primera competición de la temporada. Que raro es siempre competir a principio de año. Por más que intentes convencer al cuerpo, este parece no estar preparado. Es inicio de temporada, hace frío y se le hace raro tener que meterse en el mar tan pronto. Tienes la sensación de haber perdido la práctica de todo. Y la cabeza… en vez de ayudar, parece estar en total sintonía con él. Por más que trates de convencerla, todavía no quiere saber nada de competir.

 

Por estos y otros motivos y a pesar de ir siempre a darlo todo, me tomaba esta carrera como una simple toma de contacto. Se trataba de poner el cuerpo a prueba, ver como respondía y poder hacer una valoración a estas alturas del año. Eso siempre es un arma de doble filo, pero… hay que arriesgarse.

 

Como siempre pasa en estas carreras tan tempranas, iba a contrarreloj con todo. El material acababa de llegar (bici, ruedas, mono, etc.) y me faltaba rodaje y adaptación. Las fuerzas y el nivel de forma aun no están en su punto óptimo. La cabeza está desordenada, perdida y apagada. Y llevaba solo un mes entrenando con Iván Muñoz que, a pesar de encontrarme cada día mejor, cuanto menos me creaba incertidumbre.

Para no ser menos y dándole a la prueba la mínima importancia, nos fuimos a Dubái con el tiempo justo. Javi por supuesto venía conmigo. Además, el también competía. Lo bueno de llegar con poco margen es que no te da tiempo ni a ponerte nerviosa. Fue casi llegar, hacer toma de contacto y competir. Sufrimos las horas de sueño del vuelo (el jet lag), el cambio horario y el cambio de clima. Pasar de invierno a verano es un choque importante para el cuerpo, pero que gusto ponerse de corto en enero. .Jejejejejeje.

El nivel en Dubái era altísimo. Como siempre. Parece que la gente tiene ganas de competir, de intentar clasificarse y de llevarse pasta (¡Eh! que yo me incluyo en las tres cosas, je, je). Se trata de una carrera muy chula y muy bien organizada. De esas que cuidan con mucho mimo y detalle al triatleta. Y eso se nota en la afluencia de participantes. Además de verme las caras con varias rivales de mi nivel, me las tenía que ver con tres tops mundiales. Así que, la lucha por entrar en el top 5, veía que iba a ser muy dura. No me preocupaba, la verdad. Me sentía aun muy dormida como para poder pelear ahí. Y ni siquiera me planteaba las posibilidades de clasificarme al mundial. Solo había un slot. Una única plaza. La ventaja es que como las tres tops mundiales ya la tenían, esa posibilidad correría hasta la cuarta (siempre y cuando el pódium fuese el esperado), pero a priori era una quimera.

 

Viernes 1 de febrero. La competición ya estaba ahí. Y parecía que llegaban las ganas, la concentración y la energía positiva. Los nervios parecían que aun no entraban en juego. Se agradecía.

7.03h. Suena la bocina que nos da la salida de inicio a las chicas. Solo tres minutos más tarde de que lo hicieran los chicos. Y con ese pitido me meto corriendo en el agua y a luchar contra mis rivales. Y contra mí misma. Al mismo tiempo que se activaba todo mi sistema nervioso.

Se forma un pequeño embudo delante de mí que me hace perder los puestos de honor y, enseguida, veo como se escapan dos, o tres triatletas. Una sé que se iba a escaparse de todas formas. Holly nos iba a meter, fácil, dos minutos en el agua, pero el resto no debían nadar mucho más rápido que yo. Y, aunque intento colocarme, pierdo la estela de mi barco y, literalmente, me quedo a la deriva. A los quinientos metros de carrera, aproximadamente, las escapadas parecen desaparecer. De golpe ya no las veo y pierdo las referencias. No tenemos nadie que nos guíe y ni vemos la boya. El sol nos pega de cara y no se aprecia nada. Era una natación difícil. Había que hacer un semicírculo de playa a playa superando el espigón. Solo teníamos tres boyas que dejar a la derecha, las demás eran independientes a la competición. Y yo, y el resto que iban conmigo, nos adentramos mucho más hacía mar adentro (hicimos una boya más. Calculo que unos cien metros y eso lo tuvimos que rectificar).

Sabía que había nadado de más y que el tiempo no había sido bueno, a pesar de encontrarme bien en el agua. Sin embargo, ya no valía lamentarse y tenía que aprovechar la “ventaja” de salir con gente del agua para no quedarme sola en bici. Y más, en un circuito como este donde el viento iba a ser nuestro enemigo (aunque tuvimos mucha suerte, todo hay que decirlo). El hecho de no perder comba me hizo ponerme muy nerviosa en la transición y tuve problemas para quitarme el neopreno (con un tropiezo incluido) ¡uf! Ya esta aquí la Judith de siempre. Te estaba esperandome dije a misma. No sé por qué, pero me pongo muy muy nerviosa en las transiciones. Son los momentos en los que me siento observada, en los que noto las miradas del público, de las cámaras, del speaker, de los árbitros… y eso no me deja controlar mis acciones. Me vuelvo torpe… nula. La presencia de un fotógrafo español animándome seguro que influyó (aunque no le culpo; pobre). Pues, a pesar de una mala transición donde me peleé con el casco porque la visera estaba muy empañada (no era capaz de colocarla en la parte superior del casco y luego no era capaz de recolocarla de nuevo en su sitio). Visto lo visto, decidí no ponerme los calcetines (por no perder más tiempo) y así conseguí salir con mis rivales y empezar con ellas el sector ciclista.

La bici se resume muy rápido. Fue muy duro para mi, pero a la vez muy fácil. Fue muy luchada, pero a la vez soñada a pesar de un contratiempo que se fue repitiendo continuamente y que sin embargo supe mantenerlo bajo control. Igual que a mis dos rivales, que se pusieron en fila delante de mi y conseguí, por primera vez en la historia de mis competiciones, que no se me escaparan en los 90 kilómetros. Eso fue muy importante. No solo era clave para mantenerse en carrera y luchar por el top 5, sino que a nivel personal significaba mucho poder custodiar, por fin, una rueda en carrera. No un ratito, sino todo el recorrido. Cosa que siempre se me resistía por un motivo u otro. No era una rueda cualquiera. Luchar por seguir a Sarah Lewis fue realmente muy pero que muy duro. Agonicé para no perderla. No exagero. No me permití ni un respiro. No me di ni un momento de tregua. No arriesgué en entrar en la zona draftingni un segundo. No por el hecho de que tuvimos clavada la atenta mirada del juez que, en moto, nos vigiló a las tres durante los 90kms, sino porque no conseguía aguantarlas a menos de quince metros.  –¡Dios que horror es esto! déjalo, déjalo. Judith déjalo, déjalo ya!– me decía continuamente. Estaba sufriendo mucho desde el principio. Iba al límite y pasada de vueltas tanto a nivel muscular como en datos. Las palabras de Iván me retumbaban en la cabeza: «estar más de 8’ ó 10’ muy por encima de los wattios que toca, se puede pagar muy caro» me dijo. Le quería hacer caso, pero me negaba a dejar de luchar por perder esas referencias. Los kilómetros no pasaban ¿Sabéis esa sensación de ir al límite, de ir muy forzado y ver que solo llevas 5 kilómetros? Pues eso fue lo que continuamente sentía. Sabía que en algún momento iba a petar porque desistir no lo iba hacer. Al menos me decía: –¡venga Judith! Hasta el 10. En el 10 me decía: hasta el 20. En el 20: hasta el 30, Hasta el giro ¡Aguanta! Que la vuelta ya es a favor.No me preguntéis cómo, pero en el km 45 conseguí plantarme justo detrás de ellas. Lo hice con lágrimas en los ojos, no de alegría, sino de dolor. No exagero.

El top 3 andaba muy lejos, sin embargo mi tren me metía en las seis primeras y me permitía abrir hueco por detrás para ponerle las cosas difíciles a la séptima para alcanzarme corriendo. Con eso me daba por satisfecha. Aunque, a la que se le iban a poner las cosas difíciles corriendo, era a mí. Sentí que me estaba dejando las patas y el alma en la bici y realmente temí por no ser capaz de correr. Incluso no ser capaz ni de bajarme de la bici. Creí que la vuelta iba a ser más fácil. Había que deshacer lo que habíamos hecho. En ese momento, tanto el viento (que era leve) como el desnivel iban a favor. Creí que tocaba volar y que podría permitirme un respiro. Que la inercia me acompañaría y que el rebufo me daría cierta ventaja para que a la vuelta fuera más asequible seguirlas. Sin embargo, no fue así. A la vuelta, el no llevar lenticular y no tener un plato más grande que mover, jugó en mi contra. Me faltaba desarrollo y en las partes más rápidas llevaba todo lo puesto y se me iban. Eso sí que cabrea. Eso sí que te da impotencia. Vas con todo, quieres poner más, porque tienes piernas para ello y sin embargo no tienes nada más que poner. –¡Ajjjj! ¡No las pierdas ahora, no las pierdas en lo fácil!–Pero se me alejaban. Se me escapaban. No quería, pero no podía. Veinte… treinta metros… y cuando pensé que ya era insalvable, no sé cómo, las conseguí neutralizar de nuevo.

Qué alegría y qué agonía. No lo disfruté nada. Solo fue un sufrimiento durante los 90kms de bici; ni uno más ni uno menos. Me gustaría decir que tuve algún segundo de tregua, un pequeño respiro, por corto que fuera, pero no fue así. Solo me salvaron los pequeños cambios de rasante cuando tocaba cruzar un puente y en la subida que me daba para bajar un piñón y recortar distancias. Aunque debía estar atenta porque rápidamente, en la bajada, se me volvían a ir. No cogí nada en ningún avituallamiento para aprovechar esos segundos ante ellas para acercarme y seguir en la pelea. A la vuelta nos pasaron seis chicos contados y eso, además de una pequeña tregua al hacer que las chicas levantaran el pie para respetar el draftingcon ellos, fue una pequeña distracción. No obstante la distracción fue otra. No solo el ritmo de mis rivales me amargó el sector ciclista. Sino que, desde el principio, noté como se me afloja y con ello que se me giraba el apoyabrazos derecho. –Algo siempre tiene que pasar–. Y después de intentar y conseguir recolocarlo en marcha, sin matarme, fui cada 10 ó 15 kilómetros repitiendo este gesto. Era una bici para ir acoplada todo el circuito.

La gente suele preguntar: ¿en que piensas en la bici? Pues en nada. Solo me concentro en la carrera. No puedo evadirme. No puedo distraerme ni un segundo. Solo sufro y lucho por no venirme abajo. Unas veces se consigue, como ésta, otras no. Ahí, lo que me hizo venirme arriba fue el ver como la media subió hasta lograr los 40,0km/h. Eso sí que hace llorar de alegría. Los llevé desde poco antes de llegar al kilómetro 80 y, a pesar de una mala transición, con pérdida de bota incluida que me hizo recular unos metros para cogerla y a consecuencia de ello perder esa preciada media, llegué a la T2 con el 40,0 en el garmin y eso no me lo quita nadie.

La segunda transición no fue mejor que la primera. Me bajo mal de la bici, pierdo la bota, no atino al dejar la bici (misteriosamente, se me salía la rueda trasera del hueco donde hay que ponerla en boxes), me tiemblan las piernas y me cuesta mucho ponerme los calcetines por tener los pies helados. Quizá fue mala elección no ponérmelos en la bici. Aunque, con el día tan caluroso que teníamos, se me iban a calentar pronto. Por todo ello y por el cansancio de piernas que tenía, me costó iniciar a correr y perdí a mis dos rivales. Después de haber estado con ellas 2h15’ y las pierdo en boxes ¡Duele!

Por una parte, sentía que ya había dado todo lo que tenía que dar ese día. Me había demostrado a mi misma que me sentía fuerte y luchadora. Sentía que corriendo no iba a estar como siempre y menos después de sufrir tanto en bici. Sin embargo, tenía más hambre. Tenía más sed de carrera. No creía que las posiciones fuesen a cambiar. Aunque tampoco podía relajarme. Pero… una media maratón da para mucho y quería seguir demostrándome a mi misma de lo que podía ser capaz de hacer ese día. Averiguar dónde estaba mi límite.

El recorrido a pie era muy chulo y lo mejor era el formato. Una vuelta larga de 14 kilómetros y una corta de 7. En la primera vuelta vi que la quinta andaba muy lejos (y eso que habíamos empezado a correr juntas) y que por detrás la ventaja que calculé era de unos 3’. Me sentía fuerte. Estaba corriendo sobre 4 y 4’05 el kilómetro, cosa que no creía llegar a poder hacer y sentía que no iba a poder mantenerlo mucho más tiempo. Pero a la vez no quería dejar de intentarlo. Me volvía a decir: –venga un kilómetro más–. Y así uno tras otro. –Hasta que mueras Judith, eso que te llevas–. Intentaba convencerme continuamente. Con esa premisa en la cabeza, vi que en el momento más duro, cuando el calor apretaba y las fuerzas se acababan, me iba acercando a la quinta. Aun estaba por el kilómetro 13 y me repetía constantemente: –No sé si podrás con ella–. En cambio, como pasa siempre en estos casos, puedes. Eres capaz de subir el ritmo y hacerte sentir mucho más rápida y fuerte que ella para no darle ninguna opción a revancha. Lo consigo y, justo en ese momento, veo que tengo delante a la cuarta (con tanta gente corriendo ya no era fácil verlas, así que me las fui encontrando de sopetón). –no me lo puedo creer, que fuerte–. No sabía si la iba a coger, pero solo por el subidón de haber llegado hasta ahí con la carrera tan arriesgada que estaba haciendo, me vine arriba. Además, ella había salido en segunda posición del agua y había aguantado la bici con Anne Haug hasta la T2 bajándose a correr tercera con mucho margen. Me planté detrás de ella justo en el inicio de la segunda vuelta. Necesitaba coger aire. Necesitaba un respiro porque acababa de hacer un kilómetro por debajo de 4’ para conseguir pasar a la quinta. Fue cuando entonces me di cuenta de que pasarla y acabar cuarta, me daba la clasificación para el mundial. ¡Oh mygood! Esto es mucho más de lo que creías conseguir hoy. Esto es mucho más que marcarte un carrerón en la primera del año. Hay que intentarlo Judith ¡Vamos!–. Me decía a mí misma para darme las fuerzas que me faltaban para poder conseguirlo. Tenía el tiempo justo para armarme de valor y entonces, es cuando veo que ella se gira al notar mi presencia y cuando decido atacar. Debía dejarla noqueada y creí conseguirlo. Al menos por el momento. Corrí como si no hubiera un mañana. Sin ser demasiado consciente de que quedan seis kilómetros de carrera todavía. Debía aguantar tres kilómetros hasta el giro para que ella me viera inalcanzable. Sin embargo, la motivación y la euforia ya eran tan fuertes como mi cansancio y me iba deshinchando poco a poco. El reloj ya no bajaba de los 4 min/km, sino que sobrepasaba los 4’10 pero… me dije a mi misma: ¡lo tienes, ¡vamos!, lo puedes lograr. Solo queda 3 kilómetros y ella ya no va a poder contigo. No puede contigo Judith ¡créetelo!–. Que mala es esa sensación de sentir que se van acercando por detrás. No quieres girarte y si lo haces, crees que la vas a ver ahí, detrás de ti y que te puede pillar… como tú las has pillado a ella.

Fueron los dos kilómetros más largos de mi vida. En el paseo de Dubái, en el suelo, cada cien metros, está marcada la distancia. No sabéis lo que es ver cómo esas rayitas, tan solo a 100 metros, tarda un mundo en llegar. Pero, por fin vi el 100 y de ahí a la alfombra roja ¡Lo logré! Sin esperármelo, aunque creo que merecido con la carrera que hice. Cuarta en 70.3 Dubái y slot para el Worldchampionship 70.3 en Niza.

Bueno, el slot casi lo pierdo. La anécdota de la carrera es que, en vez de nombrarme a mí, llaman a Anne Haug. Ella no dice nada y lo coge tan pancha (os podéis imaginar mi cara de incredulidad y la de Javi, que se estaba preparando para hacer la foto). Qué bochorno. Solo pensaba en todos los medios españoles que ya lo habían publicado. . Cuando ya lo tiene AnneHaug en su poder, busco wifi, para hablar con mi amigo y entendido Juanjo y me envía toda la información, confirmando que es mío, que las tres primeras ya lo tienen y que por tanto es para mí. Con esa info, voy a reclamar a la organización y, aunque al principio me miran en plan: “esta flipada qué dice (tal cual), finalmente investigan y reconocen su error. Entonces me piden perdón diciendo que como es el nuevo sistema aun no están muy puestos en ese sistema. Pues suerte que son ellos los propios organizadores, je,je,je. Así que ya tengo el pase confirmado, aunque me quedé sin la preciada moneda que lo certifica físicamente, el slot.

No puedo estar más contenta de cómo he empezado la temporada y más aún, porque Javi se estrenara también con un carrerón. Así, en partida doble, sabe mejor. Y para remate, horas después me entero, por publicaciones, que la FETRI me ha preseleccionado para representar a España en el Mundial de Larga.

 

Agradecida por todos los que han depositado su confianza en mí y toda su ayuda un año más. Mi club TRICBM. Todos mis sponsors. Mi entrenador. Y Sandra Sardina.

Estoy muy agradecida de recibir tantos mensajes de ánimos y felicitaciones. Gracias a todos.

Nos cruzamos medio mundo entero para acabar la temporada en el Ironman de Taiwan. Una elección nada fácil por todo lo que conlleva un viaje así. Pero, como siempre, con la motivación de viajar, conocer nuevas pruebas sin miedos a los hándicaps que vayan apareciendo y con el aliciente de pegarnos unas grandes vacaciones en Thailandia y Saipan al finalizar la competición. Eso es lo mejor. El chip cambia totalmente y consigues ir a la prueba con mucha menos presión. No centras toda la atención en el simple hecho de competir, sino que sabes que todo ese viaje conlleva muchas más cosas: placer, ocio, vacaciones, turismo, aventura… Hace que se viva de otra manera.

No fue nada fácil la adaptación. Aunque llegamos con una semana de antelación y eso nos permitió poco a poco irnos haciendo al cambio horario, clima, cultura, costumbres, etc… A la comida nunca nos llegamos a adaptar (aquí se come muy, pero que muy diferente) y fue uno de los mayores problemas que tuvimos, pero fuimos salvando los días sin dejar que eso nos estresara.

Se hizo larga la espera, pero se acercaba el día. El viernes ya se respiraba el ambiente de competición y todos los corredores estábamos listos para la batalla. Sí, sí, nos esperaba una dura “batalla”. No solo por la dureza en sí que supone correr un Full, sino porque debíamos luchar contra el calor y la humedad del clima taiwanés. Y, por si fuera poco, en la isla de Penghu la costumbre es que el viento sople rondando entre los 40 y 50km/h. Por supuesto, el 7 de octubre, no iba a ser diferente y ese iba a ser nuestro peor enemigo.

Así que así fue. Para todos fue una lucha contra ese elemento. Sin embargo, para mí, fue más que eso. Por su culpa, nos quitaron la natación y eso fue lo más perjudicial para mí. Se esfumaron las opciones de luchar por ganar, de creer en slot de Kona. Era mi baza, mi mejor sector respeto a mis rivales y donde sabía que podía marcar las diferencias. No son excusas, no vale lamentarse y no me gusta suponer cosas. No vale el: “y si…” pero no puedo negar lo evidente. Sé que, con un Ironman como dios manda, las cosas hubieran sido diferentes.

Lo más grave es que no me enteré del cambio hasta diez minutos antes de la salida. Las previsiones climatológicas eran las mismas desde hacía días y la única advertencia en el breafing era el recortar algunos metros si las cosas se complicaban, sin más. Lo peligroso era la bici, no la natación. <no me jodas> pensé. Pero viendo que los asiáticos son muy malos nadadores, la organización no tuvo narices hacerles nadar casi 4 km. Los demás no tenemos la culpa y esto no pasa nunca en un Ironman, pero… ”Asia is diferent”.

Os cuento como fueron los acontecimientos. Todo iba bien a las 05:20h de la mañana. Veo como algunos pros se empiezan a poner el traje trampa y prepararse para ir al agua a calentar. Nos quedaban 30’ para la salida y 15’ para acudir a la cámara de llamadas. Yo, con Javi, me voy preparando. Él se enfunda su neopreno porque, a pesar de que el agua estuviera a 25 grados, los grupos de edad tenían permitido el neopreno (ya os digo que esto solo pasa en Asía). Me dirijo al agua para calentar y a los 5’ me salgo siguiendo al único pro que veo. A los dos nos extraña no ver a nadie más y nos

vamos corriendo a la cámara de llamadas creyendo que llegábamos tarde. ¿TARDE…? ¡Pero si lo que llegamos fue 50 minutos antes! En ese momento la organización nos informa que han decidido quitar la natación. Bueno…, que solo se iban a nadar 400 metros y que la salida se retrasaba 50’. La cara de tontos de los dos no se nos ha quitado todavía. Y a mí, la de enfado, tampoco.

Aún no doy crédito a todo esto. No solo por la impotencia de ver que eres prácticamente la única que no se entera de nada, sino a la injusticia y la incoherencia de todo aquello. Nos dijeron que lo llevaban anunciando unos 20’ o 30’ por megafonía. ¿Qué esperas, que calentando en el agua, y con ese viento, me entere de lo que dicen? Lo de que no entiendo el inglés no me sirve. Las cosas no se hacen así.

Indignación máxima, frustración y mucho frío. Una vez te llevas el disgusto, solo toca aceptar el cambio y pensar en las soluciones. Sin embargo, yo estaba mojada, tiritando de frío por el fuerte viento a las 5.45h de la mañana y sin poderme abrigar porque los camiones se habían llevado ya todas las bolsas de “Street wear”. A más de 40’ de la salida. ¡Grrrr!

No quedó más que aceptar la situación. Mentalizarse de ello, volver a creer que nada estaba perdido y que, a pesar de eso, debía salir con las mismas ganas con las que venía y que debía enfrentarme al nuevo formato de “Ironman”. Ver como el resto de Pros seguían vestidas trotando un poco y sonrientes por el cambio, hacía que me hirviera la sangre. – <¡Judith, esto tiene que hacerte más fuerte!> me dije a mi misma.

Decidí quitarme el traje trampa. No me iba a servir de nada; solo para perder tiempo en quitármelo. Javi, obviamente, se quitó el neopreno. Al menos nos dejaron entrar en boxes y meterlo en la bolsa de la T1. Pero, qué curioso fue ver como apenas unos grupos de edad (firmaría que todos los europeos) se quitaban el neopreno y el resto se lo dejan para los escasos 400 metros de natación. Y, de las Pros, ¿soy la “única” que se ha quitado el traje trampa?. Mmmmm…. sospechoso.

Por fin pasaron esos interminables minutos y la carrera iba a empezar. Salen los chicos primero. Lo hacían 10 minutos antes. Otra de las cosas raras. La salida inicial era: chicos 5:55h, chicas 5:57h. Con el recorte de la natación hacen: chicos 6:30h, chicas 6:40h. Que alguien me lo explique. En cuestión de 4’. Todos, en fila, están saliendo del agua ¡Buf! Un recorrido de 1h se esfuma en apenas 5’. Que barbaridad.

6:40h. Llega mi hora. Preparadas en el agua y suena el bocinazo de salida. Desde la primera brazada me escapo en solitario, al sprint, como hacia muchos años que no nadaba en un triatlón. Jajajajaja. Llegué a la primera boya en un suspiro. Estoy girando la boya y de golpe me encuentro una cuerda que me impide pasar, “¿pero qué es esto?” –me pregunto incrédula. Miro indicaciones y veo que nos dicen que la pasemos como sea. “Para flipar”. Y en eso me engancha otra triatleta. Llegamos a la segunda boya y, al ir a bordearla, vemos como los kayaks nos taponan y nos dicen que no, que por dentro. Yo seguía sin entender lo que estaba pasando en esa farsa de natación. Le hago caso y sin bordear la boya me dirijo a toda leche hasta la escalera que nos saca del agua.

5’17” de natación. Mientras corro en solitario por la larga transición, me obligo a olvidarme de todo lo ocurrido. <La carrera empieza ahora Judith. No le des más vueltas> intentaba convencerme. Menos a una rival que salió a 10” de mí, al resto les saque más de 1’10” en esos 400 metros. ¿Qué hubiera pasado en los 3.800 reglamentarios?

Me subo a la bici y aunque tengo ganas de darlo todo y aumentar la escasa ventaja, me centro en los 180kms que me esperan por delante y razonarme a mi misma que eso era un Ironman. En apenas 5kms, me adelanta la rival que llevaba pegada y aunque quiero mantener su estela, veo rápidamente que ese no es mi ritmo y que debo centrarme ya en la carrera. En mi carrera, en mi ritmo y en mis fuerzas.

Concentración. Esa es la palabra que define mi sector ciclista. Concentración pura y dura. Nunca había hecho una bici tan metida en carrera. Sin evadirme ni un solo segundo. Sin altos ni bajos. Regularidad, constancia, frialdad y entereza en los 180kms clavados de ciclismo. Conseguí meterme por completo en la carrera y a pesar de la dureza me mantuve firme en todo momento y los kilómetros fueron pasando espectacularmente rápidos. Supongo que culpa de esto lo tiene Embrun. Y es que después de ese circuito de siete duras horas de bici, el ver como en Taiwán la media no bajaba de los 35km/h y que podía completarla en 5h, me parecía un trámite.

No fue una bici fácil, pero supongo que tuve un buen día. Las fuerzas iban mermando, obviamente. Sin embargo mi cabeza volvió a demostrarme que la tengo bien puesta. El duro viento complicó mucho las cosas: acojone con las ráfagas cuando soplaba de lado y mucho esfuerzo cuando soplaba en contra. Y sin embargo no dejé que nada de eso pudiera conmigo. Cogida fuerte a mis acoples, sentada y colocada en la máxima posición “aero” que me permitía mi bici, y manteniendo un pedaleo constante, fui superando los tramos del circuito. Me hice fuerte cuando tocaba luchar en contra, pisando con garra. Y a pesar de excederme de watios por la dureza de chocar contra los vientos de 50kms/h, no me iba a dejar superar por la situación. Ni al dolor de los brazos al agarrarme a los cuernos con fuerza. Ni al de las cervicales por querer llevar la cabeza erguida. Ni al de las ingles por no levantar el culo prácticamente ni un segundo del sillín. Ni al de las piernas por el desgaste de ese duro pedaleo. Nada de eso hizo que mi mente y mi cuerpo vacilasen. Les gané el pulso. Gané el primer combate (contando que no hubo natación) y superé la batalla contra el viento en el sector ciclista.

Realmente era una bici para mantenerse muy concretada. Porque si aquí nos quejamos de la mala convivencia entre conductores y ciclistas, allí…. ni os lo imagináis. Allí no hay normas. Y a pesar de la buena voluntad de la organización, policía y voluntarios, para controlar aquello, inevitablemente te salían motos y coches por todos lados sin ningún tipo de miramiento. Ni el ver a 900 triatletas en la carretera parecía importarles mucho. Con algún que otro susto, conseguí salvar los muebles. Aunque lo que más rabia da, es tener que tocar el freno en carrera y sentir que esos segundos son claves.

Me planté en la T2 en segunda posición. La primera se había escapado. 6 minutos me sacó en bici. Y por detrás venía un grupo de unas 4 ó 5 corredoras a menos de 1’30” de mi. Llego a donde debo dejar mi bici y me encuentro a los organizadores: un chico y una chica –¡Pero! ¿Qué hacen estos aquí esperándome? ¿Qué es este recibimiento? Y entonces me dicen: STOP. Y me cuentan que tengo un penalti de 10” por saltarme una boya en el agua. ¡BINGO! Qué continúe el show! No sé si era más surrealista lo de los 10” o que fueron los organizadores y no los árbitros los que me pusieran el penalti. Yo, aun estoy flipando. Tengo que aclarar que al final de la prueba vinieron a pedirme perdón por esta amonestación, al reconocer que fue un error suyo.

Quitando los 10” que no tienen mayor importancia, pero que provocaron muchos nervios y me empezaron a temblar las piernas. Efectos negativos al llamarme la atención con lo violenta que me siento yo al salirme de las normas. Me dificulta y me demora la segunda transición, pero me relajo unos segundos y no me salto el protocolo de tomar lo que debo para que el estómago no vuelva a sacarme de carrera.

Empieza la maratón. Debíamos completar cuatro vueltas de infierno donde tocaba vencer a: el viento, el calor y el circuito más aburrido que he hecho nunca. Y con la mayor soledad y tristeza de un recorrido sin ningún tipo de animación, espectáculo o distracción. Costaba sacarle algo positivo a esos 42kms de carrera a pie.

Empecé a correr bien. Me bajé bastante entera de la bici pero con un pinchazo muy fuerte en el lado izquierdo de la cadera, justo en la cresta ilíaca. Y el notar esa molestia en cada pisada me trastocaba. Quería concentrarme como lo había hecho en la bici, quería poner el modo automático e ir poniendo cruces en los kilómetros, aunque esta vez no pudo ser así. Costó encontrar motivación. Costó superar cada vuelta del circuito. Y costó no venirse abajo física y mentalmente.

La maratón de un ironman es como una montaña rusa. En un kilómetro estas arriba del todo y en otro estas en lo más bajo. Me bajé segunda, pero en solo dos kilómetros me puse tercera. Me adelantó una rival, con un ritmo tan fuerte, que me vi incapaz de seguirla. Pero si me dio un punto de motivación para subir el ritmo. ¡Vuelve Judith!, no te hundas tan rápido –me decía a mí misma. No por perder posiciones estaba todo dicho aún. Debía seguir luchando al máximo. Tan grande fue la inyección de orgullo que en el paso por el kilómetro 10, pasé tercera a menos de 1’ de las dos primeras. Y 2 ó 3 kilómetros más tarde, me puse en segunda posición. Aunque la primera parecía escaparse me negué a dejar de luchar por la carrera, por la victoria, por el slot para Kona, por el pase a la gloria. ¡Kiss or kill! (besa la gloria o muere en el intento). Eso es lo que me repetía.

La lucha valió la pena, pero salió cara. Se volvió a girar la moneda. Pagué el sobresfuerzo y el duro ritmo por querer mantenerme cerca de la líder, o al menos mantenerme más lejos de mi perseguidora. En el km22 empiezo a tener mucho flato. No se me pasa y tengo que andar un poco mientras veo como el segundo puesto se me vuelve a escapar. Me la había devuelto. “La revancha”. Ahora me tocaba a mi ver cómo me pasaba por encima. No pasa nada Judith, el pódium es tuyo –trataba e pensar. Esta distancia es muy cruel. Puede pasar de todo en poco tiempo y aparecer de repente molestias o problemas.

Mi tercera vuelta fue de un sufrimiento brutal. Ver como algo te impide seguir corriendo, por más que quieras, se hace muy duro. A penas llevaba 25 kilómetros. Ves la satisfacción de los familiares de tus rivales por tu debilidad en ese momento. Ves como Javi te anima y te mira preocupado después de haberte visto volar y disputar la carrera una vuelta antes. Y sientes que todo se te escapa. Se escapan las fuerzas, se escapan los sueños y lo peor es que se escapan los motivos para convencerte que hay que seguir corriendo. Que hay que acabar. Que cruel es la cabeza. El demonio aparece y desde tus entrañas te grita que pares, que te retires, que por qué tienes que sufrir así, que no vale la pena. Y para mal mayor, es que llegas a darle la razón. Llegas a creerte que no pintas nada allí sufriendo. Y acabas diciéndote: “Da igual. No tengo que poner excusas, quiero parar y punto. Sin más. Sin motivos de peso. Simplemente no quiero seguir corriendo.”

Aunque parecía que todo estaba perdido. Resurgí. Volví a ser yo misma. Y seguí luchando. La cuarta me pisaba los talones y debía hacer todo lo posible por luchar por el pódium que en ese momento parecía ser el mayor logro. Entraba en los últimos 10 kilómetros justo en el momento en que me pasó la tercera. Ya no podía con ella pero decidí seguir corriendo con fuerza. No tan solo por no perder otra posición más, que empezaba también a peligrar, sino por acabar esa carrera de una vez y por mi orgullo.

En esa última vuelta si que conseguí concentrarme de nuevo. Me aislé de todo y me encerré en mi propia burbuja. Solo iba mirando fijamente al frente. Al suelo. De nuevo con un ritmo decente y constante. Solo quería que los kilómetros pasaran y me limité a ir contando hacia atrás. Dejé de comer, de beber, de mojarme y de refrescarme. Ya nada me importaba. Ni la sed, ni el sofocante calor, ni la falta de azúcar. Solo quería llegar a meta.

Y crucé la meta. En caliente me sentí satisfecha de haber llegado a ella. De haberlo hecho viendo que por momentos creí no poder continuar. Había acabado mi segundo Ironman. Lo había hecho a menos de dos meses de ser finisher en Embrun. Y lo mejor: que mi estómago se había comportado decentemente como para no sacarme de carrera. Me alegre por ello. Mucho. Hace justo un año lo estaba intentando por primera vez y todo se desvaneció. Fue el principio de un año muy duro para superar y solucionar aquello con un segundo intento, meses más tarde, y de nuevo fallido. Y ahora; parecía que todo eso era agua pasada y me estaba frustrando el hecho de no haberme sentido más competitiva en mi segundo Ironman finalizado. ¿Qué duros somos? ¿no? Siempre queremos más.

Y es qué en frío, siento que podía a ver dado más, que ese pódium debía haber sido mío. No siento que el pódium lo perdiese en la natación, sino que se me escapó en la maratón. Sin embargo, el no nadar, condicionó mucho las cosas y podían haber sido más favorables. Está claro que cuando ya te has recuperado y no te duele nada (bueno, me duele todo pero, no como me sentía en carrera) se ve todo diferente. Pero aun así, me queda un espinita con esta carrera. Eso no quita que no esté satisfecha y que haya sido un buen final para brillante y espectacular una temporada.

¿Y ahora qué? A priori tenía ganas de acabar, tenía ganas de cerrar temporada y disfrutar de unas merecidas vacaciones. Pasar página y planear la siguiente. Sin embargo, tengo una sensación muy extraña, un vacío muy incómodo. Reconozco que me he quedado con ganas de más. Con la sensación de si debo seguir luchando para intentar clasificarme para el mundial o si, por otra parte, olvidarme de ese sueño prácticamente utópico. ¿Y ahora qué? ¿Qué debo hacer? ¿Por dónde sigo mi camino?

Igual toca ser realista y ver que ganar un Ironman (única opción para clasificarse este año) no está a mi alcance todavía. Ni en Taiwan fue fácil. Aunque me duele leer (lo he visto esta misma mañana). He visto como Triatlonchannel califica de “pollo” el Ironman de Taiwan cuando explicaba lo complicado que es clasificarse con este nuevo formato excepto en carreras como esta. Por lo visto, 17 pros chicos y 17 pros chicas en la startlist le parecen poco y nos considera, a esos inscritos, de un segundo o tercer nivel aunque vengamos de todas las partes del mundo a luchar por ello y con currículos largos y brillantes detrás de todos nosotros. Sí, me incluyo. Añadiendo la dificultad, en mi opinión, que tiene el correr en Asía por muchos factores, principalmente por el clima.

Reflexionaré en las vacaciones de todo ello… o no. Quizás simplemente me olvide del triatlón estas dos semanas y disfrute con mi marido de este bonito viaje.

Si de algo me siento orgullosa de esta temporada, es de sentirme querida y bien acompañada siempre. Empezando por mi entrenador Álvaro, con el que cada año que pasa, siento que el tándem que formamos avanza mejor.

Mi familia y mis amigos son parte de mi éxito y todos aquellos que me apoyáis y me seguís. De verdad. Lo mejor de todo esto es el sentirse tan afortunada por ello.

Nada sería posible sin mi club y mis sponsors. Estoy enormemente agradecida de la acogida de TRICBM Calella. Me lo han dado todo sin pedir nada a cambio –¡ Gracias Agustí !– .

Y a las marcas que me apoyáis. Gracias por toda vuestra ayuda. Es totalmente necesaria para mí.

Y gracias a Juanjo y a David por ayudarme tanto y de una forma totalmente desinteresada.