La crónica de esta carrera empieza en el momento que acabó la de Zarautz. Inevitablemente, la caída ha condicionado los días posteriores y ha sido protagonista en mi día a día. Tengo que reconocer que podría haber sido mucho peor. Tan solo fue “chapa y pintura”. Sin embargo, cualquiera que haya besado el suelo, por una caída en bici, sabe que las heridas y los golpes son muy dolorosos y el proceso de curación se hace: largo y lento. El no estar en casa, siempre lo hace más difícil. Poder descansar, cumplir con la recuperación, las curas… lo es todo. Por contrapartida, creo que el aire del norte ayudó a mi mejoría y a mi pronta recuperación. No hay nada mejor que estar en un lugar idílico, con la persona a la que quieres, y disfrutando de lo que más te gusta: viajar, entrenar, gozar de la naturaleza y de parajes únicos, descansar, desconectar…

No solo fue duro para mí; sino también para Javi. Además de escuchar todas mis quejas, por los dolores y limitaciones, tuvo que encargarse de todo durante esos días. Me trató como una reina. Bueno…, siempre lo hace, pero, en esas circunstancias, más aún. Hasta tenía que ayudarme a vestirme porque ni para eso me valía por mí misma. La verdad es que, en esas circunstancias, moverme en un espacio tan limitado como el que teníamos en la “furgo”, era una prueba de fuego. Y, ni os cuento, lo que era subir y bajar de la cama. ¡Qué horror! No obstante, no lo cambio por nada lo que hemos vivido estos días. Y es que, un gran amigo, nos dejó su furgoneta. Toda una casa móvil en la que habitamos durante 15 días. La experiencia ha sido brutal. Quedarnos por el norte dos semanas, hacer vida allí dentro y movernos libremente, de un lugar a otro, con el destino final en la carrera de Bermeo-Guernica, fue un regalo. –¡Gracias Sergi!Creo que nunca te lo podremos llegar a recompensar. Como nos decía todo el mundo (que alucinaba con la furgo): “Vaya amigo tenéis”–.Y que lo diga.

Cada día nos íbamos enamorando más de ese estilo de vida. De cada lugar que visitábamos y de nuestro día a día. Diría: <Qué bien se está de vacaciones>, pero… tengo que decir que, esos días, también me tocó currar y cumplir con alguna obligación publicitaria. Sí que me hubiera gustado desconectar de toda esa rutina y poder dedicar más tiempo a leer, descansar, dormir, disfrutar del entorno y, sobretodo, dedicarle más tiempo a mi marido y no tener que decirle constantemente: <“diez minutos y acabo. Contesto un par de email y ya está”>. No me quejo de nada ¡eh! (que quede claro, je, je). Soy una afortunada. Lo sé. Pero no os voy a negar que me hubiera encantado sacarle algo más de jugo a esos días sin estar pendiente del ordenador y constantemente del teléfono; para qué os voy a engañar.

Si algo le dio aún más sentido a todos esos días, fue las buenas compañías. Y es que al final pudimos compartir grandes momentos con personas a las que hemos tenido la suerte de conocer gracias a este deporte. El día después de correr en Zarautz fuimos a Zumaia con Helene y Axi y, además de ejercer como grandes anfitriones y enseñarnos aquel bonito lugar, nos permitieron conocerles un poquito más y corroborar las grandes personas que son y la bonita pareja que forman. –¡Gracias chicos! fue todo un placer.

También tuvimos ocasión de quedar con Iker y su pareja Raquel. Y charlar durante un buen rato. Tanto que nos olvidamos del frío, de la hora y de todo lo demás. Encantadores.

Y qué decir: El norte no sería nada sin su gastronomía. Disfrutamos de unos buenos pinchos en más de una ocasión, pero donde más disfrutamos comiendo, además de la compañía, por supuesto, fue en una sociedad gastronómica para hombres. Así que no solo fui una privilegiada porque me abrieran las puertas a su sociedad, y que los hombres cocinaran para mi (y para el resto claro), sino que además, comí de escándalo y lo pasé aún mejor. –¡Gracias Aitor y compañía, por todo.

Y como al final, lo que nos une a los triatletas, es el deporte… quedamos para practicarlo en compañía. Estando en Lekeito fuimos a correr con Ander Okamika y su equipo. De camino a Vitoria pasamos por Durango y aprovechamos para entrenar con Gorka. Estando en Vitoria quedamos para rodar un día con Ruth, Eneko, Peru y compañía. Y al día siguiente lo hicimos con el equipo de ANB casi al completo (Ander, Gonzalo, Carlos, Aitor…). En esos momentos es cuando te das cuenta de que ha sido un regalo llegar al triatlón y que lo más bonito es ir conociendo gente con la que compartes muchas cosas. Es que, algo que parece tan simple, como quedar con compañeros de profesión o afición para pasar un buen rato y de paso entrenar, te da la vida. Aunque, si hay una persona especial a la que he conocido gracias a este deporte, es mi marido, Javi. Nos conocimos precisamente en el triatlón de Vitoria (de eso, el mes que viene, ya va a hacer cinco años). Ahora acabamos de cumplir dos años de casados y justamente estábamos en Vitoria para celebrarlo. Así que, esas cosas, hacían que los días fueran mucho más especiales.

    

 

Los días pasaban rápido y…, cuando nos dimos cuenta…, de nuevo entrabamos en la semana de competición. Tocaba cambiar el chip. Tocaba centrarse e intentar pasar página en la recuperación de la caída e intentar volver a priorizar los entrenos. No fue fácil. Al final, al cuerpo, por más que le exijas, no va a dar más de lo que puede darte. Y mientras sí que iba cogiendo el ritmo en los entrenos de bici y carrera, la natación aún se me resistía. Tanto las heridas, como el fuerte golpe que me llevé en el hombro, me impedían nadar más de mil metros. Sin embargo, supe gestionarlo bien y no agobiarme por ello. Sabía que debía ser consecuente con eso. Ver el lado positivo sabiendo que podía haber sido mucho peor y confiar en que, cuando llegará el sábado, estaría lista para competir.

 

Lo bueno era que estaba muy relajada con la carrera. No porque no me jugara nada, sino porque, como nos la habíamos planteado como un entreno, la cabeza sabía que no iba a competir al 100% y que la finalidad no era otra más que hacer un buen test de cara al Ironman de Vitoria; que en definitiva era el objetivo que teníamos en mente. No fue fácil entrenar duro esa semana. No solo por lo difícil que es meter volumen y carga sabiendo que el sábado tienes que correr un Half, sino que al estar fuera de casa, eso de salir a entrenar y no a disfrutar de la bici, cuesta tomárselo más en serio. Resulta difícil buscar una piscina, un gimnasio, una buena zona para correr…, pero nos lo montamos bien e intentábamos aprovechar los trayectos, o los cambios de destino, para que, mientras yo pedaleaba, Javi fuese el que condujese. O que, mientras uno entrenaba, el otro compraba o cocinaba…  Y así matábamos dos pájaros de un tiro. Al final, se trataba de ir sumando experiencias sin dejar de lado la rutina.

La verdad es que no me importó del todo machacarme durante unas horas en solitario porque me sentía una privilegiada de estar viviendo ese tipo de vida. De estar disfrutando de unos días diferentes. Además, al final siempre, por un lado u otro, iba encontrando compañía. Como pasó el jueves previo al triatlón: salí a hacer mi entreno de ciclismo, aprovechando para rodar por el circuito de la carrera y de paso hacer el reconocimiento, y conocí a Ander (el presidente del Club de Triatlón de Lekeito). Fue un placer rodar y charlar con él. Bueno…, hubiera sido más placentero si no me hubiera metido una emboscada con rampas del 22%. Fue una paliza que, en otras circunstancias, metérmela dos días antes de una carrera me hubiera agobiado mucho. En cambio, en ese caso, me pareció hasta una anécdota divertida. Al final, esas cosas son las que molan. Aunque la próxima vez no me fiaré cuando un vasco me diga: <“No. Si son sólo 3 ó 4 km con alguna rampa de 8 ó 9%”>. Le perdono porque pinché en la última rampa y, si no fuera por él, aún estaría allí arreglando el pinchazo. Je,je.

 

Pues, sin darnos cuanto, la carrera se acercaba. Un día previo muy, muy, tranquilo. Tanto, que Javi y yo no acabábamos de ser conscientes de que al día siguiente competíamos. ¡Ya ves! Parece que un Half ya no sea nada para nosotros. ¡Hey! Qué fuerte. A pesar de ser una carrera con doble transición, la logística no era nada complicada. Además, teníamos instalada la furgo en la misma T2. Y la estación delante. Con lo cual, solo debíamos llevar las bicis en tren hasta la T1 y volver de Bermeo a Guernica en tren para descansar. Además, era un triatlón muy cercano. Con unos 400 participantes. Se agradecía que la cosa fuera tranquila y sencilla el día previo. Solo me hizo ponerme un poco nerviosa el sentirme reconocida por tanta gente. Es muy bonito que la gente te conozca, que te pidan fotos, te pregunten por tu caída, te feliciten por tus logros y ver que se sentían afortunados de poder coincidir contigo en carrera. Sin embargo, la que realmente se sentía afortunada era yo. No paré de recibir muestras de cariño. Y eso, es la mayor satisfacción que uno puede tener. –¡Gracias a todos!

  

   

No sabéis que placentero es dormir del tirón la noche previa a una carrera. No lo había experimentado antes. Qué buena sensación. Pero a la misma vez debía buscar pensamientos para activarme. Me sentía algo apagada, cansada por la dura semana de entrenos. Y me preocupaba que, a pesar de ponerme un dorsal, no encontrara esa chispa para luchar.

 

La carrera estaba a punto de empezar. Estar en un agua fresquita, hasta se agradecía, porque, a las 10.30h, el sol ya picaba con fuerza. Aunque tengo que decir que me encantó salir a esa hora. Sin madrugones. Con el día bien adelantado. Despierta y sin un previo de carrera tiritando como de costumbre. Así que: un punto más a favor para esta carrera. Las heridas me molestaban mucho por el roce del neopreno y esperaba que se hubieran curado algo más para este día. Pero, no fue así. Aunque los halagos de mis compañeras, minutos antes de la salida, hicieron que me olvidara de todos mis males. No sabéis lo que es estar en la salida del agua esperando que pasen los cinco minutos de tiempo que hay entre la salida de los chicos y la nuestra y el no parar de recibir mensajes de cariño de otras triatletas, de mis compañeras y de mis rivales en ese día. Yo no daba crédito: Fue uno de los momentos más bonitos del día. Difícil describir lo que viví en ese instante. Lo superior que me estaban haciendo sentir cuando yo solo quería ser una más. Yo no hacía más que contestarles: –“¡Gracias!, ¡ánimo!, ¡suerte chicas!”–. Qué grande.

 

Como disfruté en la natación. Tuvimos una primera parte muy fácil por el puerto donde el mar estaba plano y noté que me deslizaba fácilmente. Con una sensación de libertad que nunca había tenido en carrera. Pero duró poco. Fue cruzar el espigón y salir a mar abierto y empezar la lucha contra las olas. Fue una dura guerra entre los triatletas y el mar. Sin embargo, el ver que no paraba de adelantar a los hombres que disponían de cinco minutos de ventaja sobre nosotras, fue muy motivador. Me olvidé de mí. De mi pelea y solo me centré en seguir pasando gente. Sobre todo en estar bien atenta para no molestar a nadie ni que ellos me molestaran a mí. Aunque me lo pusieron fácil porque esa lengua humana que se forma, se iba escorando demasiado mientras yo cruzaba (así lo sentía) una línea perfecta entre boya y boya. Entiendo que no es fácil nadar en esas condiciones si no eres buen nadador. Pero, un consejo: <Es mejor perder 2 ó 3 segundos en levantar la cabeza y orientarse bien, que no hacer metros de más y perder minutos y energías muy valiosas>.

 

Así fue mi natación. Una natación en la que me noté muy rápida. Sentí que fluía sobre el agua mientras el resto se peleaba en ella. Me gustó el hecho de salir cinco minutos después que los chicos. Otro punto a favor de la carrera. Al no ser muy masificada, se podía adelantar bien y, para mí, fue muy motivador poder ir pasando a chicos y sentirme acompañada constantemente durante toda la carrera. Lo único que me supo mal fue intuir que había adelantado a Javi cuando, por una vez, el que él tuviera esos cinco minutos de margen, nos iba a permitir coincidir más en carrera, pero no fue así.

 

El sector ciclista fue duro. El mayor hándicap fue el cansancio que arrastraba de todos los entrenos de la semana. Me di cuenta de que se hacía muy duro competir con fatiga y tocó tirar mucho más de coco de lo que pensaba. Debía convencerme constantemente de que iba bien, de que iba liderando la carrera y de que, seguramente, llevaría un margen razonable como para no preocuparme. Pero no es fácil cuando las sensaciones no son las de siempre. No sientes la fuerza física de la que normalmente gozas en carrera. Y lo peor, es sentir que la cabeza también va mermando poco a poco.

Tuve momentos de todo. Momentos en el que me venía arriba al pasar a chicos o en los que, durante un largo período de tiempo, no era rebasada por nadie. Sin embargo, también sentí muchas veces que mi rendimiento estaba siendo muy inferior a lo esperado. Inferior al resto y que en cualquier momento me podría dar caza la segunda chica. O que me cogería Javi. Me alegraría por él, pero eso me causaría mucho estrés. Je,je,je,je. Es que, si no me pico con él, ¿con quién me voy a picar? Bueno, me piqué con más gente. Es Inevitable cuando una tiene un espíritu competitivo. Me piqué con chicos que me pasaban y a veces me daban ganas de decir: ¡Eh! Que yo hoy me lo tomó con más calma!” –je,je,je ¡Cómo somos! Aunque el pique fue mutuo, porque a muchos chicos se les notaba que disfrutaban dándome caza. Sobre todo porque algunos era adelantarme y relajarse justo delante. –¡Pero no hagas eso. Si me quieres pasar, pasa. Pero no me frenes ahora!–. En fin. Anécdotas que hicieron la carrera más entretenida y ayudaron a que los kilómetros pasaran más amenos. Aunque quién contribuyo a mi distracción en bici fue la moto con el cámara. Qué lujo que una carrera sea en directo, que nos hagan a las chicas tan protagonistas como a los chicos y que sea yo la afortunada de chupar cámara por el hecho de ir liderando la carrera. Ciertamente me hicieron mucha compañía. Solo el hecho de notar su presencia cerca ya lo hacía. Y encima me daban mensajes de ánimo y palabras motivadoras, así que con eso ya ni te cuento. Incluso me animaban a comer y beber cuando venía una zona más tranquila. Eso me producía una sonrisa que les hacía notar. Y hasta comentábamos la jugada. ¡Gracias a los dos! Sobretodo porque fue una moto que respetó siempre mi conducción y pude circular con total libertad (que, a veces, sentir una moto cerca en carrera te cohibe y condiciona un poco). Sin embargo, no fue así. El único que condicionó mi falta de destreza fue el miedo que se apoderó de mí, sobre todo, en las bajadas y en curvas más técnicas a consecuencia de la caída de Zarautz.

Realmente fue una bici dura. No había ningún puerto. Ninguna rampa con un tanto por ciento elevado de esas que hacen retorcerte, pero era un constante sube baja. Es de esos circuitos que, sin apenas darte cuenta, te van consumiendo poco a poco. Suerte que el recorrido era muy bonito y valía la pena sufrir por esos parajes. Los que vamos conociendo bien el norte ya sabes que aquí no hay nada plano y ya sabíamos todos a lo que veníamos ¿No? Hay que decir que uno de nuestros peores enemigos en el circuito fue el sol. Fue demoledor. Picaba con fuerza haciendo subir la temperatura y provocando gran pérdida de sales y deshidratación.

Aproveché para levantar el pie en los últimos kilómetros. Lo hice para reservar fuerzas para la carrera y bajarme con las piernas lo más frescas posibles. Aproveché para hidratarme bien. Y, sobre todo, levanté el pie para no jugarme el tipo en la parte más rápida del circuito. Todos queríamos correr ahí. Estábamos deseando meter gas y pisar el acelerador a fondo. Pero hay que tener conciencia de dónde está el límite. El límite está en la línea continua de la carretera. No solo porque te juegas una descalificación directa, sino porque te juegas la vida. El tráfico estaba abierto en sentido contrario y realmente temí por la vida de varios corredores a los que vi varias veces pasarse al otro carril para poder trazar mejor. Sin disminuir la velocidad, claro está.

Llegué a la T2 sana y salva y con ganas de correr. Esa sensación de fatiga desapareció de golpe y me puse a correr con muy buenas sensaciones. Me sentía fresca, ligera, ágil… igual parte de culpa la tuvo el ser conservadora en la bici.

 

No os puedo contar mucho de mi carrera. Si os digo la verdad: ni me enteré. A penas era consciente de que completé un recorrido de 21 kilómetros. Y, cómo mola eso. Iba relajada corriendo. No solo porque tenía la carrera asegurada y disfrutaba de correr sin presión, y con mucho margen, sino porque me iba automotivando con el hecho de encontrarme tan entera después de la carga de la semana. Y por sentirme tan cómoda a esos ritmos tan rápidos. Quería frenarme. Podía permitírmelo. Mi mente ya estaba puesta en el Ironman Vitoria y me preocupaba que esta carrera me pasara más factura de lo esperado. Nos la habíamos planteado como un entreno y debíamos seguir entrenando con normalidad los días posteriores. Sin embargo, no es fácil frenarte cuando no parás de recibir ánimos del público y tanto cariño de la gente. Una vez más los corredores me dieron una lección de compañerismo al no parar de animarme constantemente en carrera. Pero, esta vez, podía agradecérselo con palabras. Podía devolverles los ánimos y podía sentirme un poquito más cerca de ellos en carrera. Iba relajada corriendo. Iba saludando a gente. Iba pendiente de cruzarme con Javi para animarle. Pendiente de ver a gente conocida y poder intercambiar unas palabras de aliento.

¡Fue una carrera espectacular! Disfruté muchísimo. Me encantó el recorrido y pude saborear, más que nunca, todos los imputs que iba recibiendo. Os lo agradezco; a todos los que me animasteis constantemente. No solo a todos los que estabais en masa animando a cada uno de los que pasábamos, sino a los que os alejáis del resto y buscáis una zona solitaria para animarnos en las partes más duras del recorrido. De un recorrido que para mí fue espectacular. La zona del rio se hacía muy corta y amena y de forma rápida nos metíamos en el casco urbano donde nos esperaba otra gran afluencia de público expectante y lleno de vitalidad que no dejaba de gritarnos y aplaudirnos. Ya sabéis cómo es la afición vasca y la de Guernica no fue menos. Estuvo a la altura de cualquier otra carrera en pueblos vecinos. Y era inevitable emocionarse y sonreír en cada paso por vuelta tratando de mostrarles mi alegría y agradecimiento. Hasta me gustó la zona de las escaleras. Eso sí, casi más subir, que bajar. Porque en la bajada es cuando notas esa acumulación de lactato en las piernas. Es una sensación que te hace que te tiemblen y que las bajes de forma bastante patosa; además de hacerte alcanzar un pulso a mil por hora por el calentón de la subida.

 

He de decir que la carrera me gustó mucho. Sin duda un triatlón que ya he sumado a la lista de mis favoritos y que os recomiendo a todos. Disfruté de principio a fin dentro y fuera de la competición. La afición vasca me brindó una vez más todo su cariño. La organización me recibió con los brazos abiertos y trató de que no me faltase de nada, y lo consiguió. No solo conmigo, sino con todos los corredores. Demostraron estar a la altura de grandes eventos consolidados y les felicito por ello. Es que, cuando las cosas se hacen con cariño, es difícil que salgan más. Agradecer a Mikel Elgezabal, a Robert, y a todo el equipo, toda su entrega. Agradecerle a Jon Alegría que siempre trabaje con tanta pasión y profesionalidad. Y agradecer a todos los que hicieron posible que la carrera fuese retransmitida en directo por Sport Públic TV. Un gran logro, y un gran paso, para dar más cabida y visibilidad a este magnífico deporte.

No me puedo irme más satisfecha para casa. Lo hago con la satisfacción de sentirme una persona súper afortunada y privilegiada en vivir todo lo que estoy viviendo. Las cosas no me pueden estar yendo mejor; y aún nos queda el plato fuerte. Ahora viene un reto mucho mayor: el Ironman Vitoria. Pero sé que corro en “casa”. Y eso será un punto a mi favor. Vuelvo a correr en tierras vascas… con la suerte que me da y lo querida que me siento. Muchos hablan de si conseguiré el triplete. Ojalá. Voy a luchar por ello. Pero… lo que sí sé… es que, sin remedio alguno, volveré a emocionarme una vez con toda esa afición. Sé que allí me esperan con entusiasmo. Sé que muchos ya me han bautizado como “La Reina en el norte”. Y, aunque estas cosas den un poco de vértigo, y pánico escénico, tengo que quedarme con lo que hay detrás de todo ello. Todo eso son palabras mayores y me debo sentir muy afortunada por recibir halagos de tal calibre. No me gusta eso de “Reina”. No me gusta ser la protagonista principal ni la gobernanta. En cambio, si me gusta que me vean como una mujer fuerte, luchadora y valiente. Pero sin querer ser ambiciosa y querer tener el poder por encima de los demás. Como buena amante de juego de Tronos, disfruté visitando Rocadragón (San Juan de Gastelugatxe) y que Mikel Taboada pudiera inmortalizar allí momentos que fueron mágicos. No me sentí ni como Daenerys, ni como Sansa… ni mucho menos, sin embargo sí que sentía algo especial y mágico al estar allí.

Tengo que deciros que yo me identifico más con Arya. Una mujer más independiente, con un fuerte carácter y valentía, pero que prefiere pasar desapercibida. Una chica que se siente más identificada con los caballeros que con las doncellas. Una mujer que prefiere luchar en la sombra. Que lo que quiere… es imponer justicia. Que no quiere el poder, pero si el bien. Que quiere proteger a su familia, a la gente que quiere. Y…, en general… al mundo.

 

Se acercaba el Triatlón de Zarautz. Una cita ineludible en mi calendario. Es, para mí, el mejor triatlón del mundo con diferencia por muchos motivos y no me lo perdería por nada del mundo. Quieres llegar en las mejores condiciones posibles y poder luchar por la victoria, pero os aseguro que, en esta carrera, eso pasa a un segundo plano y no dejaría de faltar a esta carrera por ningún motivo. Y es que las semanas anteriores no fueron fáciles. No sé si fueron las consecuencias del degaste del mundial, pero me costó mucho recuperar. Me sentía débil, muy cansada, lenta… y me estaba costando remontar. Para colmo, la semana previa a la carrera, falleció un amigo y reconozco que eso me dejó muy tocada anímicamente. La ayuda de Iván, mi entrenador, fue clave. Me ayudó a gestionar todo aquello y no dejó que me hundiera en ningún momento. <<Gracias Iván>>. A veces se trata tan solo de decir lo adecuado en el momento idóneo. Por supuesto, el cariño incondicional de Javi, de mi familia y de los amigos fue muy importante.

 

Pero es poner un pie en Zarautz y se te pasan todos los males. Cuando llegas allí empiezas a recibir todo ese cariño de la gente (organización, triatletas, público, compañeros, gente de Zarautz que ves año tras año…). Empiezas a compartir la ilusión por la carrera y empiezas a disfrutar del ambiente. Te olvidas de la “competición” y empiezas a gozar de esa “fiesta”. Por algo llevo cinco años consecutivos viniendo, porque no me lo quiero perder por nada del mundo. Llevo dos años renunciando al mundial de Challengepor no perderme esta carrera. No puedo tenerle más cariño. Y es por todo lo que me regala esta carrera. Significa mucho a nivel personal. Así que, cuando llego aquí, consigo olvidarme de mis rivales y consigo decirme a mi misma: <<Judith, aquí vienes a disfrutar y a vibrar una vez más con todo esto>>.Cuando conseguí hacer ese click fuecuando pude saborear la esencia de todo esto. Ahí fue cuando logré gestionar la presión (que no es fácil) y disfrutar de todo el cariño de la gente que me animaba a revalidar título. Me hacían verme como favorita y me mostraban su admiración. Realmente fue halagador. Nunca me había sentido tan querida. Nunca había recibido tantas muestras de afecto. Intenté saborear esos detalles de los que me siento tan afortunada, aunque reconozco que me da mucha vergüenza todo eso y que me hace ponerme muy nerviosa. Hasta el momento previo al inicio de carrera estuve recibiendo ánimos y haciéndome fotos. No paraba de recibir felicitaciones por mi temporada. ¡Uf! Realmente fue mágico. Pero, como digo, estaba muy nerviosa por todo ello.

 

Pero si algo era mágico este año, era que Javi también competía. Por fin. Después de cuatro años intentándolo, esta vez sí que le había tocado el sorteo. Que ilusión me hacía que pudiera vivir aquello conmigo, desde dentro. Y por si fuera poco, a nuestro amigo Richard Calle, también le había tocado. Estar los tres preparándonos juntos, en la habitación antes de la carrera, fue uno de los mejores momentos del día. Risas nerviosas de los tres y contentos de vivir aquello unidos con todo lo que significaba para cada uno de nosotros. Fue muy bonito para mí compartir el precarrera con ellos y estar con Javi en Getaria a la espera del comienzo de la competición.

 

Bueno, ahora sí. Tocaba concentrarse. Me estaba costando. Estaba muy nerviosa. Andaba como algo ausente en mis pensamientos y parecía que me faltaba una dosis de confianza en mí misma. Me notaba extraña. Quizá eran los nervios y la presión de sentirme tan observada. Igual es que todo eso me lo creo yo misma, pero… me inquieta mucho. Es cierto que el nivel era muy alto y la carrera iba a estar muy disputada y con muchas opciones. Sin embargo, eso no me preocupaba. Yo iba hacer mi carrera como siempre. Además, muchas de mis “rivales” son grandes compañeras y siempre resulta muy bonito volver a coincidir en carrera con ellas. <<¡Venga Judith, que tú ya tienes tu Txapela!Sin presión, que no tienes que demostrar nada a nadie ni a ti misma. Disfruta>>

 

Bocinazo de salida y empieza la competición. Consigo hacer una buena entrada al agua que me pone en cabeza con Helene, la “Reina” de este sector. Conseguir aguantar sus pies es siempre la clave. Además de una gran nadadora, es una buena guía y una garantía segura para que salga un buen primer sector. La natación en Zarautz puede ser muy decisiva y casi el sector más crucial. Perder la cabeza de carrera puede hacerte perder un tiempo irrecuperable.

Salimos muy fuerte. Había que buscar una buena colocación e intentar marcar diferencias desde el principio. Parecía que nos escapamos un poco del resto (al menos los primeros metros habían sido muy buenos), sin embargo, empiezo a agobiarme y me cuesta respirar. Me dio un poco de ansiedad.<<Otra vez no >>me digo a misma. Desde Salou, en cada natación, se repite esa misma escena. De golpe el pánico se apodera de mí y no veo la manera de controlarlo. Me agobio. Me cuesta controlar la respiración y tengo ganas de pararme y pedir ayudar. Pero brazada a brazada me convenzo en aguantar y confiar en que se pase. Dudo si pararme o seguir un poco más hasta que realmente me sienta incapaz de continuar. Pero, por suerte, mientras dudo me convenzo de que puedo y debo regularlo. <<No dejes que la cabeza te engañe Judith, puedes hacerlo>>. Lo hago. Logro controlar ese agobio y, a partir de ahí, solo toca luchar contra el mar. El oleaje nos complicó mucho las cosas. Cinco años consecutivos compitiendo aquí y me atrevo a decir que ha sido el peor día en el agua. El pero con diferencia. Fue una natación muy dura y complicada. Suerte que el aliciente de luchar por seguir a Helene lo hizo mucho más fácil. Mi única preocupación era el no perderla. Hubo momentos que creí no conseguirlo. Se me alejaba pero enseguida volvía a engancharme a ella. Tanto, que sin querer, le toqué los pies tres o cuatro veces. <<Lo siento, no fue intencionado>>. Y es que el mar estaba tan mal que, de golpe, una ola te alejaba y la siguiente te acercaba. Me pasó también con Emma Bilham, que nos enganchó en el primer tercio de la travesía. Las olas nos manejaban como querían y nos dimos algún “besito”, pero todos con el máximo cariño. Qué traicionero es el mar. Y qué difícil pone las cosas. Por muy buen nadador que seas, puede contigo.

 

La natación fue durísima. Se me hizo eterna y agónica. Una lucha constante contra las olas. Unos cuantos tragos salados y un mareo impresionante. No sabía ni donde estaba. Me limité a luchar para que Emma y Helene no se me escaparan. Sentí en todo momento que lo estaba logrando, pero debía hacerlo hasta el final y superar la parte más complicada de ese sector: conseguir hacer pie en la playa de Zarautz. No me equivoqué, llego a los metros finales y todo cambia de repente. Alzo la vista y veo como Emma esta muy a nuestra izquierda y que nos ha cogido una distancia considerable. <<¿Cómo puede ser? ¿Si estaba a mi lado?>>. Flipante. Aunque lo más sorprendente fue girarme de nuevo parar respirar a la derecha y ver un gorro rosa pegado a mí. En el mismo segundo en el que pienso que se trataba de Cesc, y que ya nos había cogido, veo que es Anna Noguera. <<Dios! ¿De dónde ha salido?>>¡Qué pasada! Para remate, en la primera ola que nos engulle, Helene la coge a la perfección y, mientras yo me revuelco en su espuma, veo que se me aleja con una sutileza increíble ¡Qué fuerte! Cada año me pasa lo mismo. Tengo que aprender a salir del agua con esas olas.

 

Parecía que la travesía Guetaria-Zarautz no se iba a terminar nunca. Pero por fin, después de casi 40’ metida en una centrifugadora, consigo poner pie en tierra. Eso sí, sin saber de dónde venía ni hacía dónde debía ir. ¡Que horror! Y que estampa la de ver a las cuatro (Emma, Helene, Anna y yo) peleando por salir, cada una por un lado, de esas bravas aguas. La verdad es que, esos momentos, son de risa.

Pero, no había tiempo de reírse. Hacer una primera buena transición era muy importante. Así que corrí desde la playa hasta boxes como si no hubiese un mañana. No podía dejar que se me escapara la cabeza de carrera. Y, mucho menos, que se enganchara Anna. Era consciente de que, eso, podía decidir la carrera. Los nervios me hicieron hacer una transición muy torpe. Pero, dentro de todo, rápida.

 

En el primer kilómetro pasé a Helene <<Aupa Helene>>–le animé–. Empecé a subir muy fuerte. Todavía con una bota desabrochada por no querer perder tiempo, con el pulso muy alto y sin poder controlar la respiración, pero debía intentar dar caza a Emma. Ya respiraría luego. Aunque, a cada curva, en vez de estar más cerca de ella, la tenía más lejos. Así que, poco antes de coronar el primer puerto, decidí centrarme y hacer mi carrera. Me había dejado llevar por la emoción y había descuidado los watios, el ritmo, la intensidad, todo… La carrera era muy larga y tocaba tener cabeza. En ese momento empezó la verdadera competición. La lucha en solitario y la sangre fría por tener el control y no pensar ni en las de delante, ni en las de detrás. A partir de ahí es cuando solo piensas en los kilómetros, en comer, en beber y en pedalear con fuerza para sacar el máximo rendimiento al sector ciclista. Aunque siempre con el miedo a no pasarse y pagarlo en los temibles muros.

Primera vuelta completada y el público me canta que Emma me lleva más de un minuto <<¡Uf! cómo va>>- pensé. Sabía que Emma iba a marcar la diferencia en bici, pero no que se me fuera tan rápido. Yo seguí con mi carrera. Me encontraba fuerte e hice una segunda vuelta muy buena. Dirección a Guetaria, me alcanzó Eneko junto a Ander y a Nan. Intenté seguir su estela. Forcé un poco la máquina por aguantarles, sentía que esos 3-4 kilómetros con ellos podían ser claves. Tanto es así que, sorprendentemente, a la altura de Guetaria, vi que tenía a Emma justo delante. <<Increíble Judith. Vaya segunda vuelta te has marcado>>. Me sorprendí a misma de haberle recortado ese minuto y pico. Me sentía eufórica de mi rendimiento y pensé que la carrera se podía poner de mi lado. Quedaba mucho por delante, pero lo que acababa de hacer, en escasos 25 kilómetros, era muy buena señal. Qué cosas. Y eso que no venía con mucha confianza por mi estado de forma. En realidad, en lo que llevaba de carrera, no la estaba teniendo tampoco. Sin embargo, justo cuando empiezo a saborear mi hazaña, adelanto a un par de triatletas doblados y al volver a la derecha, agacho la cabeza para acoplarme de nuevo y, al elevar la mirada, veo que tengo un cono justo delante de mí. Consigo esquivarlo pero, esa maniobra brusca y arriesgada, me hace perder el control de la bici cuando rodaba a más de 40 km/h. La rueda delantera se mete en la cuneta y en consecuencia choco contra el bordillo y doy una vuelta de campana. Literalmente. Yo, y la bici. <<¿Dios Judith que ha pasado?>>.Mientras volaba por el aire me dio tiempo a lamentarme y avergonzarme por mi despiste. Encima, para más inri, me estaban grabando <<¡Qué vergüenza!>>. ¿Os podéis creer que ese fue el sentimiento que apareció en mi cabeza con más fuerza? Qué cosas. 

Nunca sabes lo que te puede deparar una carrera. Y más en media y en larga distancia. Cuando parecía que había hecho lo más difícil: alcanzar a Emma, la carrera cambió por completo. Pasé de la máxima euforia, a la decepción más grande. De tocar la gloría, a arrastrarme por el suelo. De verme en cabeza, a creer que perdí todas las opciones de luchar por la victoria. Sin embargo. Sin tiempo de asimilar lo que acababa de ocurrirme, tomé la mejor decisión posible: no pensar, levantarme y seguir. Reconozco que hubo una voz que me ayudó a ello. No sé si fue uno de los cámaras o quién, pero tal y como toqué el suelo escucho que me gritan algo así como (no lo recuerdo bien): <<Vamos Judith, continua. Tú puedes>>. ¡Dios! Le hice caso —Gracias—. Solo tardé dos segundos en visualizar lo que acababa de pasar. En situarme y en centrarme de nuevo. Desde el suelo miré a ambos lados. En uno estaba la visera del casco y en el otro mi Felt. De forma totalmente autómata, me puse en pie, me coloqué la visera, cogí la bici, coloqué la cadena y, sin más, me subí de nuevo. Realmente no valoré ni el estado de la bici. <<Pobrecita. Qué dolor>>. Me dolía más por ella que por mí. Su primera caída. Su primer rasguño.

 

No dejé que el shockdel momento llegase a mi mente ni a mi cuerpo. Cuando abrí los ojos ya estaba pedaleando de nuevo y lo hacía con fuerza y con garra. Metida en la carrera. En esa misma que por un momento me vi fuera de ella. No quise lamentarme. No quise ni comprobar las consecuencias de esa caída. Ni para mi cuerpo ni para mi bici. Y, cuando unos minutos más tarde, voy volviendo a la realidad, empiezo a ver todas las heridas que registraba mi cuerpo, empecé a sentir el dolor de aquellos golpes. Empecé a notar que la bici no iba como antes y vi que el Garminestaba de al revés; igual que la cañita del bidón delantero. Y es que, con la caída, me había olvidado totalmente de los números y de lo que estaba pasando a mi alrededor. Yo solo seguía inmersa en mi misma. Debatiendo dentro de mi mente lo que me acababa de pasar. No terminaba de asimilar ni creer lo que acababa de hacer. No por el hecho de caerme, sino por el hecho de levantarme y seguir como si nada. Cuando empecé a ser consciente del logro que había hecho, empecé a sonreír y me dije a mí misma <<Judith acabas de ganar tú carrera>>.

Así lo sentí. En ese momento la competición pasó a un segundo plano. Me sentí súper orgullosa de mí misma sabiendo que ese acababa de ser mi triunfo del día. Bueno, del día y de toda mi carrera deportiva. Sé que soy muy dura de cabeza y que no me rindo con facilidad, pero no imaginaba que, después de una “tan dura” caída, me vería con el coraje de seguir compitiendo.

 

Tengo que confesaros que no fui yo la que se levantó del suelo, ni fue por aquel grito que recibí. Sino quien me levantó fue toda la gente de Zarautz. Así lo sentí en ese momento. Al tocar el suelo solo pensé: <<Aquí no puedes rendirte. Aquí tienes que luchar. Se lo debes a la gente, a esa gente que se deja la piel animando y espera lo mismo de ti. A toda esa afición que ha creído en ti desde el principio. La gente que te ha mandado ánimos y que te ha hecho sentir muy querida desde el primer paso que diste en esta tierra>>.

Si os digo la verdad, no sé cómo fueron los kilómetros siguientes. Yo seguía inmersa en mis pensamientos. Inmersa en una vergüenza, por mi torpeza, que se contrastaba con la euforia de mi lucha. Me olvidé del recorrido, del ritmo, de todo. Solo continuaba empujada por ese sentimiento de valentía. Por ese mismo poder de superación que se apoderó de mi y que me hizo motivarme más y más. Sin embargo, el muro de Aia me devolvió a la realidad. No me preguntéis por qué, pero fue en ese momento en el que me cagué de miedo por la caída. Me empezaron los temblores en el cuerpo. Temblores de pavor. Los temores de haber vivido algo traumático. Me faltaba el aire y no era consecuencia de la subida (que la estaba escalando mejor que nunca), si no por el pánico escénico. El miedo al ridículo. Consecuencia directa de sentirme rodeada de cámaras y de la gente que me señalaba al pasar cuando veía mis heridas y mi mono Gobik roto. Nunca me ha gustado ser el centro de atención, me pone muy nerviosa y los nervios me juegan malas pasadas. Sé que es inevitable y que, si una va delante, tiene que lidiar con ello. Me siento muy orgullosa de sentirme querida en carrera, pero ese gusanillo en la barriga y esa pérdida de autonomía, por los nervios, me hace pasar momentos muy incómodos y me restan mucho en carrera.

Superé con nota la parte más dura de la carrera. Ni los dolores me hicieron dejar de luchar y disfrutar de esas agónicas subidas y de la posterior bajada. Me emocioné de nuevo. Me sentí más viva y libre que nuca. Que orgullosa estaba de mí. No podía dejar de repetírmelo. Había tenido un par de cojones al levantarme de nuevo y ahí me estaba dando realmente cuenta de ello. La adrenalina iba en aumento y me hacía sentirme más fuerte. Tanto que pasé de olvidarme de la carrera a meterme de nuevo en ella. Nunca creí que lograría pillar a Emma, pero sí que iba a intentar ponérselo difícil. Y entonces me dije: <<A ti no te pasa nadie>>. No sabía cuanto había perdido por detrás con la caída, pero no iba a relajarme. Volví a darlo todo para, si podía, aumentar la ventaja. Lo hice con la seguridad que me sentía con fuerza para arriesgar y darlo todo. Al menos hasta la T2.

Coroné el camping con mayor entereza que nunca. Cinco años consecutivos y nunca lo había subido con tanta agilidad. Pude sonreír y todo mientras me metía en ese pasillo de gente. <<Pero que grandes sois “Joder”>>. ¿Como iba a rendirme y perderme eso? Ver caras conocidas fue muy emocionante. Y ver a gente con la camiseta del TeamKoraxan… ni te cuento. Gracias a todos por vuestra entrega.

 

    

Llegaba a Zarautz. Llegaba a la segunda transición. Suspiré visualizando el momento de poner el pie a tierra (esa vez de forma intencionada, y no por accidente, claro). Volví a recordar la caída y eso me hizo perder el control de nuevo. Me daba miedo bajarme en marcha de la bici. Me sentí torpe una vez más. Eso provocó una transición mala, pero al menos sin caída. Y ahí es cuando empecé a notar las secuelas. Las consecuencias eran más graves de lo que creía. Un fuerte dolor en el dedo que no me deja desabrocharme el casco. El fuerte golpe en el hombro, y todas las heridas de las rodillas, me dificultan el calzarme las zapatillas. Y el dolor aun se hizo mayor cuando empecé a correr y noté que, además de la flexión de las articulaciones, me dolía la vibración del cuerpo por el impacto contra el suelo en cada pisada. <<¿Pero… estás corriendo Judith. Qué más quieres?>>.

 

El momento más duro no fue por ese dolor físico que sentía, sino por ver a mis padres a la espera de verme corriendo “entera”. Me miraron preocupados y me preguntaron si estaba bien. Les asentí con la mirada, sin saber mucho más que decir porque ni yo sabía aun como estaba, ni las consecuencias ¡Uf¡ La cara de mi madre era todo un poema. ¡Pobrecita! Lo que había debido sufrir hasta verme llegar a la T2. <<Estoy bien mama. Y te lo voy a demostrar>>.

 

Todos los males desaparecieron por completo al empezar a escuchar los ánimos del público. El ambiente inhibió mi dolor y volví a sentirme una privilegiada por estar allí; corriendo en el triatlón más espectacular del mundo. Qué afortunada soy.

No creo que hubiese más gente que otros años. Ni más entrega. Ni más gritos. Ni más pasión. Sin embargo, me sentí más admirada y querida que nunca (y eso que siempre me he sentido muy querida aquí). La gente se volcó conmigo. Desde el primer kilómetro me mostraron su admiración por mi gesta. Por mi lucha. Y me animaban a seguir sacrificándome más (si es que se podía) y a luchar por la victoria. Por hacer, de aquello que parecía inalcanzable, una realidad. Y por hacerme sentir que, ellos, me iban a ayudar a conseguirlo. Y así fue. Fue el público. Fuisteis vosotros. Me empujasteis kilómetro a kilómetro y creísteis más en mí que yo misma.

Emma me sacó un minuto y medio en la T2. En la primera vuelta a penas le recorté 5 o 10”, pero no quería dejar de intentarlo. No creía que pudiera pillarla. No iba realmente a por ella (además le tengo mucho cariño y se merecía la victoria tanto como yo), pero no podía dejar de luchar. No podía dejar que toda esa gente se hubiese dejado el alma por nada. Llegué a sentir que les debía el máximo esfuerzo y rendimiento posible. Y es que, a ese público, cuanto más le das, más recibes de ellos. Como dice un deportista vasco (al que entreno): “La afición vasca nos volcamos en animar la garra, el coraje y la pelea”. Pues por eso mismo lo di todo, para estar a la altura de esa afición a la que adoro.

 

Seguía luchando cada kilómetro como si fuera el último. Me sentía fuerte. Emma seguía manteniendo una ventaja considerable y no creía poder llegar alcanzarla, pero aún así sentía que debía correr al límite. Aunque el resultado no cambiara (por detrás tenía mucho margen), me debía a mi misma el sacrificarlo todo. Estaba contenta con mi valentía y mi poder de superación. Sin embargo quería enmendar mi error. Solo dándolo todo hasta meta me sentiría satisfecha. Antes no.

El público no paró de empujar. Me ayudó a recortar segundos en la segunda vuelta y ahí empecé a creer que al igual podía alcanzarla. <<¿Te imaginas Judith que encima ganas>>—me decía a mí misma—. Yo no daba crédito a lo que estaba consiguiendo. Había resurgido como el Ave Fenix. Estaba volando y estaba yendo de cabeza a por el triunfo. Tanto fue así que, al inicio de la última vuelta, por el paso por el centro, siento que la gente, eufórica, me canta que la tenía delante. A muy poco. Ese momento fue increíble. No por ponerme líder, sino por la emoción de toda aquella gente. Fue brutal. –¡Gracias a todos! –. No tengo palabras para agradeceros esto. Y es que hasta los corredores y corredoras me animaban al pasar junto a ellos; entre ellos Axi, la pareja de Helene, que me animó a no rendirme y a luchar por el triunfo. Detalles que marcan la diferencia entre las personas.

 

Y allí la veo. Tenía a Emma justo delante. Y cuando decido darme un respiro para regular, coger aire y algo de fuerzas antes de intentar adelantarla, ella mira para atrás y prácticamente se espera a que llegue. <<¡No Emma! No te rindas. Lucha todavía>>. La entiendo. Sé lo que es eso. Viví la misma situación con Joselyn aquí hace dos años. A eso se le llama deportividad: el reconocer cuando el otro rival ha sido más fuerte. Realmente me supo mal pasarla. Se merecía esa victoria tanto como yo. Se lo había currado desde el principio escapándose sola. Además, es una gran persona y la admiro mucho.

No podía creer que, a falta de unos 4 kilómetros, me iba a ver líder después de todo lo sucedido. La adrenalina no me dejó bajar el ritmo ni relajarme, pero si el disfrutar, como una enana, de esos tramos finales. Recuerdo, pasando por las pasarelas, observar el mar. Recuerdo levantar la mirada y sonreír a todos los que me estaban animando. Recuerdo agradecer, y aplaudir, al público. Un público lleno de amigos y conocidos. Recuerdo vivir la magia del último kilómetro pasando por ese pasillo que se forma repleto de gente. Recuerdo sentir el orgullo de todos ellos. Recuerdo chocar la mano de todos los niños. Y de Teo. Y, por último, la de mi padre que sonreía justo cuando mi madre arrancaba a llorar. Era un llanto de alivio. Unas lágrimas de desahogo después de tanto sufrimiento durante la carrera <<Mamá, espero que estés orgullosa de mi>>.

 

Y por fin…, alcancé la meta. Y levanté la cinta de ganadora. Una victoria que sabe mejor que nunca a pesar de todo el dolor sufrido. Por fin. Me sentía en deuda conmigo misma. Y con todo ese público. Vuestra fue la carrera, no mía. Sin vosotros no hubiera sido posible, estoy convencida de ello. Qué grande es Zarautz. Qué grande es su carrera. Su afición. Qué grande es esta tierra y mucho más su gente.

Cómo os quiero a todos.

Cuantas lecciones aprendidas. Y eso es lo mejor. Saber que aun puedo dar más de mí. Que puedo seguir superándome. Nunca os rindáis. Nunca dejéis de creer en vosotros mismos. Y nunca… nunca, deis una carrera por pérdida, por muy mal que se pongan las cosas.

El triatlon de Zarautz es único!!! (bakarra da).

Martes por la mañana. Empieza nuestra aventura hacía Galicia. Javi lo hizo en bici (se fue, desde Tarragona hasta allí pedaleando) y yo en avión. Llegué con tiempo por varios motivos. El primero: porque el presupuesto de la FETRI era muy justo y busqué las opciones de vuelo más barata y dos: porque así podía ver el circuito de bici y hacer toda la activación estando in situ. Lo bueno fue que la familia Rodriguez-Valiño me acogió en su casa hasta que nos fuéramos concentrados con la selección.

Los días previos fueron geniales, disfrutando de la compañía de Aida, Gus y las niñas. Tenía muchas ganas de verles a los cuatro. Conocí a su familia, amigos, Tui y toda su historia gracias a las clases magistrales que me dio Gus sobre su ciudad. – je, je, je– <<Gracias familia. Ha sido un placer y me habéis hecho sentir como en casa>>.

Jueves a la tarde. Llegamos a Pontevedra y nos reunimos con el resto de compañeros de selección. Estaba muy ilusionada de formar parte del equipo y representar a nuestro país. Iba a disputar mi primer mundial con la selección y me sentía una privilegiada. Y más, después de lo que había costado que me dieran esa oportunidad. Llevaba años queriendo hacerlo, pero nunca recibía ese premio. La respuesta de la FETRI era: que no cumplía con los criterios. Pero después de la magnifica temporada que hice el año pasado, tanto Alvaro Rancé (mi entrenador en ese momento) como yo, creíamos que merecía estar seleccionada y escribimos para hacérselo saber. La respuesta fue la misma: que no cumplía los requisitos. Alegando que, a pesar de mis buenos resultados, no había competido casi en España y eso me penalizaba. Lo siento, pero discrepo con eso: Salou, Zarautz, La Rioja y Vitoria son de España. Fueron cuatro carreras consecutivas y en las cuatro me llevé la victoria. Pero, al parecer, no les parecía suficiente. Sin embargo, no usan la misma vara de medir para todos. Pero bueno, no soy la única, a mi juicio hay otras personas que también se merecían, por méritos propios, estar aquí; como lo es en el caso de Helene.

Como nos parecía injusto, seguimos insistiendo. Y lo seguí haciendo también con la ayuda de Iván Muñoz, mi actual entrenador. Es que, la “operación mundial” la empecé en noviembre, en el impas entre una temporada y otra. Y por fin, en febrero, llegó una respuesta. La FETRI, al disputarse en casa, amplió a 5 las 3 las plazas para el mundial y gracias a eso tuve el honor de estar preseleccionada. Así que pasé de no estar convocada a sentarme en el banquillo. Pero… finalmente… salí de titular.

El partido se jugaba en casa. El factor campo actuaba a nuestro favor y eso, ya de inicio, era un punto extra. Cinco integrantes en el equipo femenino y cinco en el masculino. Capitaneado nada más y nada menos que por Javi Gómez Noya e integrado por cuatro gallegos. Así que el espectáculo y la emoción estaban asegurados. Además, contábamos con un cuerpo técnico de lujo: Samu, Pablo y Bodoque. Los cuales, en todo momento, se preocuparon para que no nos faltase de nada.

Llegó la hora de saltar al campo. Y no sé si, de todos los participantes, yo era la que más ganas tenía, pero fui la primera, y prácticamente la única (de entre todos los profesionales) que se atrevió a meterse en el agua a calentar (necesito mi proceso de adaptación). Y no era para menos. El agua estaba rozando los 14 grados y por ello la natación se recortó hasta los mil quinientos metros. Esa decisión no me beneficiaba, pero las normas son las normas y además, no tenía ganas de pasar más frío. Aunque igualmente fue inevitable.

Pocos minutos más tarde, y con los chicos ya en carrera, llegaba mi hora. Cuenta atrás y me digo: <<disfruta de esta oportunidad única. Vívela como nunca has vivido otra carrera>>.

Rápido me puse en cabeza. Junto a otra nadadora en paralelo. <<¡Uf! Esto está muy frío>> me dije. Pasada la adrenalina de los primeros metros siento como todo mi cuerpo se congela y siento que todo se me entumece. No me siento las manos, ni los pies, ni la cara. Me cuesta respirar y lo peor es que noto como los brazos se me engarrotan. ¡Qué sensación más horrible! Me pesaba todo. Me sentía rígida y la fuerte corriente, en contra, aún complica más las cosas. Para colmo, una rival no paró de aporrearme los pies. Me dolían sus arañazos en mis congeladas plantas y me incordiaban sus palmadas en los talones porque me frenaban. Todo eso junto, hizo que tuviese un momento de agobio. Pero, antes de entrar en crisis, decidí apartarme y liberarme de esa angustia a pesar de que, la cabeza de carrera, formada por dos nadadoras, se hubiese distanciado unos metros. Vi que, la que me estaba tocando los pies, era Anna Noguera. Sé que, en ese momento, empezó nuestro particular duelo.

Se hizo muy largo y duro remontar el río. Sin embargo, la vuelta fue un trámite. 25 minutos de natación para 1.500 metros cuando los 1.900 de un Half los nado casi siempre en 26. Para que veáis lo duro que fue el sector de natación.

A pesar del calor del público, la primera transición fue un poco caótica. No solo por el gran grupo en el que íbamos en cabeza, sino por la dificultad que conlleva vestirse y desvestirse con síntomas de congelación. Aún así, no fui de las más lentas. Y eso que me puse calcetines. Que ganas de subirme a la bici y pedalear solo por el hecho de entrar en calor. En cambio, la baja temperatura, a las 9h de la mañana, alargó el proceso térmico.

Consigo ponerme a la cola del grupo de cabeza y, a pesar de las dificultades para controlar los cambios y los frenos sin sentirme las manos, lucho para que no se me escapen. Lo consigo, pero sufriendo mucho y sin acabar de encontrar sensaciones. Me sentía incómoda sin acabar de controlar mis movimientos y pedaleando mal y tosca. Eso sí, la primera vuelta se me pasó sin darme cuenta. Tanto que prácticamente se me olvidó comer y beber e ignorando por completo mis wattios y mi ritmo. Eso no era buena idea, pero quería luchar por mantenerme en cabeza de carrera al menos durante la bici. Ni aprecié la dureza del circuito y, después del miedo que les tenía, conseguí ejecutar los giros técnicos casi sin enterarme.

Segunda vuelta. En los primeros kilómetros, trazando la zona más complicada, se me alejó el grupo. Ya había mucha gente en el circuito y eso, sumado a mi mala destreza, me hizo abrir hueco por delante. Después de sacrificarme y regalar wattios de más, me di cuenta de que debía centrarme en mi carrera. En mis números y no inmolarme a falta de tantos kilómetros. <<Judith. La carrera es muy larga. Ten cabeza y paciencia. Ese no es tu ritmo>>. Las buenas sensaciones no acababan de llegar. No me acababa de sentir cómoda pedaleando. Aun sentía el cuerpo rígido.

Vi como la cabeza de carrera se iba alejando cada vez más y como Anna, que no acababa de enlazar, unos metros por delante de mí, termina desistiendo. Intenté acercarme a ella, pero no lo conseguí. Acorto algo de distancias en la parte rápida y sin embargo, en las subidas, me vuelve a meter metros y no puedo con ella. Aunque en esas veo que decide esperarme y que me pide que tire un poco. Me sorprendió su actitud, pero… cada uno usa la táctica que quiere. Después de unos kilómetros de “tira tu. No, tiro yo” me pongo delante al paso por vuelta y completo los 36 kilómetros de la última tomando la delantera en nuestro mano a mano particular.

Fue una vuelta final en la que supe controlar. Supe tener cabeza para regular arriesgándome a perder algún minuto más ante la cabeza de carrera. Pero con algo de tranquilidad viendo que, por detrás, las rivales venían lejos y con la carrera ya muy rota. También supe disfrutar. Saboreé lo que estaba viviendo y me encontraba en carrera más serena que nunca. Sin miedos. Sin presión. Con confianza y con una entereza que pocas veces siento compitiendo. A pesar de que, por culpa del frío, me costó mucho entrar y encontrar unas sensaciones buenas, me sentía compitiendo más libre que nunca. Supe llevar el mejor rol que podía elegir para un mundial y eso me estaba haciendo disfrutar muchísimo. Me sentía feliz de lo que estaba haciendo.

T2. Anna me adelanta justo antes de la línea de desmonte para tomar la delantera. Aunque hice una muy rápida transición (la más rápida de todos junto a Terenzo Bozzone) y salgo a correr por delante. Lo curioso es que no siento que venga cerca, me sorprende y pienso que igual le han puesto una sanción y la está cumpliendo en el penalti box. Pero no. En el primer giro (kilómetro 3 aproximadamente) veo que viene cerca, aunque algo rezagada para haber llegado juntas a la transición. No me asusté. Seguí controlando mi carrera a sabiendas que me iba a pasar de un momento a otro. , Sinceramente, estaba preparada para ello.

Mi ritmo era brutal. Quería frenarme y seguir las consignas de Iván, pero no podía. Me encontraba cómoda. Mis sensaciones eran de ir mucho más lenta de lo que me marcaba el reloj y no entendía lo que estaba pasando. <<Vale Judith. Esto acaba de empezar. No te emociones. Tienes 30 kilómetros por delante>> me dije. En cambio, me sentía fresca y me negaba a bajar el ritmo con aquellas “tan buenas” sensaciones. No recuerdo haberme bajado nunca tan entera a correr. Tenía buenas piernas. No quería dejarme llevar por la emoción, ni perder la cabeza. Pero, cuando tienes buen feeling, hay que aprovecharlo. Y más en un mundial donde, llegados a ese punto de la carrera, hay que arriesgar al máximo.

Si mis ritmos ya eran rápidos, no os imagináis como fueron al pasar por la zona más transcurrida de la carrera. Fue salir del campo de atletismo, en el paso por meta, y meterme en una olla a presión con gente que me gritaba y aplaudía efusivamente. ¿Dios. Pero donde estaba esta gente? Parecía que estaban escondidos esperando en silencio como si se tratase de una fiesta sorpresa y, que al verme aparecer, empezará la celebración. ¡Flipante! Aún estoy alucinando. Y pensar que eso lo viví ocho veces, dos por cada vuelta. Fue un momento brutal y no pude contener la emoción. Se me hizo un nudo en la garganta <<respira, respira, respira>>. Realmente lo pasé mal. Se desbordó una lágrima de mis ojos. Y más viendo a mi padre por allí, que también estaba alucinando igual que yo.

Inmejorable ambiente. Aun cierro los ojos y escucho los gritos de la gente. Como dije: <<el jugar en casa iba a ser un punto extra>>, pero ni imaginándomelo pude esperar que hubiese tanta gente y animando con tanto fervor. Muchas gracias a todos. Me distéis alas en todo momento y conseguisteis que mi carrera se convirtiese prácticamente en un trámite. Sí, sí, a mí me dicen que corrí durante dos horas y no me lo creo. No os puedo explicar como es esa sensación de conseguir evadirte del tiempo. De los kilómetros. Y solo seguir recorriendo un camino el cual estas disfrutando a cada paso. Hasta la parte dura del casco viejo se me hizo llevadera. Bueno… al menos las dos primeras vueltas. –je,je,je,je–.

Media carrera hecha. Me había comido 15 kilómetros del tirón con una media de 4’02-4’03. Impresionante. Y lo mejor, sentir que podía seguir luchando con esa entereza. Me sentía fuerte… sin más. Sentía que todo fluía. Que nada ni nadie me detenían y que nada me molestaba. Pero, en el momento que más evadida estaba, Anna me devuelve a la realidad. La tenía pegada a mí. Tanto que casi tropiezo en una ocasión al notar su contacto por detrás. La estaba esperando. Me extrañó que tardase tanto. Y en el momento que creía que nuestro duelo iba a escapar y que ella se escaparía, veo que lo intenta un par de veces, pero sin éxito. Así que me quedé detrás. Intentando seguirla hasta donde pudiera. Para mi sorpresa, lo hice más cómoda de lo que creía y decido quedarme allí, controlando. El ritmo era algo más lento del que estaba llevando hasta ese momento. Me bajó la media. Pero sentía que me iba bien regular y estar preparada para lo que pudiera pasar.

Últimos 10 kilómetros de carrera. Ya no quedaba nada por recorrer, pero mucho por decidir. La carrera no podía estar más emocionante. Duelo de catalanas. Duelo de españolas luchando por la tercera y cuarta posición en un mundial. Sonrío, no puedo creer lo que estoy viviendo. Me resultaba impensable verme ahí delante. Representando a nuestra selección. Corriendo en nuestro país y haciéndolo con un carrerón. Los kilómetros pasaban. Quería que la meta viniera pronto para conocer el desenlace de ese duelo de titanes. Pero, a la misma vez, no quería dejar de vivirlo. Lo que estaba viviendo era brutal, espectacular. Estaba eufórica. <<Cariño. Disfruta. Esto es un mundial>> me decía Javi por cada paso por vuelta. Y vaya que si lo hice.

Kilómetro 26. Llegaba el momento más espectacular. Cuando parecía que por delante todo estaba decidido y que solo quedaba resolver la medalla de bronce, en el giro veo que la francesa va muerta y que la tenemos muy cerca. Me salió un grito totalmente sincero: <<Anna. Va. Que la tenemos ahí>>. Me sorprendió que apenas se inmutara y percibí que ella iba más tocada de lo que me parecía. Y, sin pensar en lo que podría hacer o no Anna, decido lanzarme para dar caza a la francesa. Bueno… no lo decido. Lo hago. Sin más. Aún estoy asimilando esa reacción. Fue espontánea. No pensé en ello y no entiendo que poder sobrehumano se apoderó de mí en ese instante. Me sentí como una súper heroína. Como Superman cuando se desabrocha la camisa y sacar sus súper poderes y consigue que lo imposible sea real.

¡Jaque mate! Ese fue mi movimiento. Un movimiento que daba por finalizada la partida. De los que deja al adversario sin ningún tipo de opciones. Me fui de cabeza a por la plata. Sin pensarlo. Sin ser consciente de que aquella acción podía tener graves consecuencias, porque faltaban aún cuatro kilómetros de carrera. Fue un sprint. Un verdadero sprint de veinte minutos. Corrí los cuatro últimos kilómetros por debajo de 4 min/km. Se me hizo largo pero saboreé la sangre y sentía como el ácido láctico se apoderaba de mis cuádriceps. Sin embargo, me iba retroalimentando. Cuanto más rápido corría más fuerte me sentía. No podía frenarme. Además, creía que Anna me estaba aguantando por detrás y que esperaba mi momento de flaqueza para darme el estacazo final. No quería mirar hacia atrás. Pero me despistaba el hecho de no escuchar, justo detrás de mí, otra ovación del público a su paso.

Ahora sí. Última curva antes de entrar al estadio y aprovecho para mirar hacia atrás. Ni rastro de Anna. Así que empiezo a creerme lo que está sucediendo justo en el momento en que veo a mi padre y veo que me mira emocionado y orgulloso. Paso junto a Samu y Pablo y me saludan eufóricos –gracias a los dos por todo–. Y entonces fue cuando entro en el estadio de atletismo para recorrer esos metros finales de la alfombra que me lleva hacia el SUBCAMPEONATO DEL MUNDO. No puedo olvidar ese momento. Ese en el que vives tantas emociones juntas. Ese en el que, en este caso dices: ¿Pero qué he hecho? Que alguien me lo explique, que yo… aún no me lo creo.

El título conquistado. Pero ahí llega la mejor recompensa: Abrazar a Javi que me esperaba al pasar la meta. Lloramos los dos abrazados sin comprender muy bien la realidad de lo que acababa de ocurrir. Orgullosos el uno del otro. Porque él estaba más reventado que yo. Casi 1.000 kilómetros de bici en cuatro días que hizo desde casa y allí estaba; escondido todo ese cansancio y las secuelas físicas que arrastraba de su hazaña para estar a la altura del mejor supporter. Y junto a él… mis padres, que me lo han dado todo a cambio de nada.

No soy consciente aún de lo que acabo de lograr. No es solo un resultado espectacular, sino que fue una carrera única. Inmejorable. Medida de menos a más. No recuerdo una carrera igual. Con tanta entereza. Sintiendo tanto confort durante toda la competición. Poder hacer una carrera así, en una cita tan importante como esta, me resultaba impensable.

Son las tres de la madrugada del miércoles. Cuatro días después de la carrera aún no soy capaz de combatir el insomnio. No consigo cerrar los ojos. No puedo parar de soñar despierta. En mi cabeza siguen apareciendo constantemente imágenes de la carrera. Imágenes de los momentos mágicos que viví y no puedo controlarlo. Sigo emocionándome al recordarlo y sigo sin poder dejar de ver videos de la carrera. Pero quiero disfrutar de esto el máximo tiempo posible. No quiero pasar página.

Gracias a todos… por tanto que me dais. A los que estuvisteis cerca. A los que estuvisteis lejos. A los que no os despegasteis de la tele o del móvil. A los que retrasasteis el entreno por seguirnos y a los que os motivasteis con nuestra carrera. A los que os alegrasteis con mi resultado. Y a todos por tantos mensajes de felicitaciones. No puedo pedir más.

PD: Se que le tengo que estar agradecida a la FETRI por esta oportunidad y que no debo dar opiniones negativas, pero no puedo mirar para otro lado como si nada y creo que es importante reivindicar las cosas que se pueden mejorar. Lo que no puede ser es que tengamos que ir a un mundial, que se corre en España, poniendo dinero de nuestro bolsillo. La consigna de la FETRI fue: “buscaros la vida con el viaje y nosotros os damos 200€ como mucho”. Eso sí, el hotel y las comidas, desde el jueves al domingo, si que iban a su cargo). Como veréis 200€ no son suficientes para: coger un vuelo, llevar la bici y coger un coche para llegar hasta Pontevedra.

Yo me pregunto: ¿Qué hubiera pasado si se hubiese corrido en el extranjero? ¿Cuánto sería el presupuesto? Detalles cutres para mi gusto.

Cuando una crónica me saca de la cama de madrugada es que la carrera ha sido muy emocionante para mí. Así que aquí estoy. A las 02:00h de la mañana del lunes siguiente y plasmando todo lo vivido hace solo unas horas atrás. Mi cabeza me pide a gritos que lo saque todo. Que lo plasme al papel. Quizá porque eso me ayuda, cuanto menos, a relajarme. Porque el sueño… ya no creo poder conciliarlo. En parte también porque mi cuerpo, destrozado y agotado, no me permite dormir.

 

Ni en los mejores sueños había visualizado algo así. En ninguna de esas veces en las que mi cabeza pensó en esta carrera conseguí acertar con lo que he logrado. Es cierto que, en alguno de esos sueños, llegaba a conseguir la victoria (soñar es gratis), pero lo hacía in extremis; venciendo por la mínima y no como he sido capaz de lograrlo. Nada que ver lo que había soñado con lo que realmente viví en vivo y en directo.

 

Partía con el dorsal número 1. Me lo gané el año pasado. Sin embargo, viendo el cartel de salida de esta edición, las quinielas me relegaban a unos cuantos puestos más atrás. Los pronósticos decían que, conseguir el top5,ya sería muy meritorio y que el pódium era prácticamente inalcanzable. Eran varias las favoritas, con títulos en mundiales y unos curriculumsde vértigo, a las cuales conocía muy bien y a las que nunca había conseguido ganarles. Seamos realistas: yo podía tener un gran día, y que a alguna de ellas no le fuese tan bien, pero jamás se me pasó por la cabeza ser la mejor de esa jornada.

 

Presión inevitable, pero bien llevada. Al final todos sabían como estaba de difícil la cosa. Solo los menos entendidos creían que, por ser la vencedora de la edición anterior y portar el “1”, partía como favorita. Al fin y al cabo debía olvidarme de todo ello y hacer mi carrera. Como siempre. Por más pronósticos, suposiciones y conjeturas que hagamos todos, las carreras son muy largas y puede pasar de todo. Lo que tenía claro es que quería poder estar luchando con ellas en todo momento, aunque fuese hasta la T2. A partir de ahí sería más difícil el plantarles cara y jugar en su liga. Yo he mejorado mucho corriendo. Me lo notaba y quería demostrarlo, pero como le dije a Javi el día anterior: <”mañana, para ganar, hay que correr por debajo de 4’ y, yo, aún no estoy ahí”>. Y me equivocaba. Bueno… en lo que es la premisa no. Me equivoqué en no creerme que lo podía hacer.

 

Al final la lucha por el resultado y las posiciones pasaron a un segundo plano en mi cabeza porque el frío era lo que más me inquietaba. No solo el frío en el agua, sino el que nos podía acompañar durante toda la carrera. Hasta última hora estuve planteándome si valía la pena sacrificarse tanto e intentar vencer ese frío tan intenso. No fue fácil. Fue el mayor problema para todos y, aunque debo reconocer que el sol nos acompañó y calentó más de lo esperado en la carrera, las frías aguas nos hicieron mella a todos. Ni la crema calentadora que me unté en manos y pies, para intentar disimular al menos el raynoud, sirvió de nada. Con tan solo pisar la arena, y tocar el agua, perdí la sensibilidad en pies y manos. <”Normal ¡Si me pasa en condiciones normales! ¿Cómo no me va a pasar en condiciones extremas como las de hoy?”>.

Aun así, con lo que no contaba, era que el frío me iba a pasar más factura de lo que yo pensaba. Tanto que incluso pudo costarme la prueba. Aunque por suerte puede sobreponerme.

8:10h del domingo. Empezamos la prueba. Salimos diez minutos más tarde de que lo hicieran los chicos pros. En el agua, después de sortear las olas para empezar a nadar, noto que el aire no me entraba. Como si se me hubiesen cerrado los pulmones. No conseguía respirar. <”¡Aig!¡¿Dios mío que me ahogo! ¡Ayuda!”>—me gritaba a mí misma. Levanto la cabeza y veo que nadie me ve. Que mis rivales empiezan a nadar mar adentro. Me paro presa del pánico, del agobio y me digo: —Judith ¡Relájate! Diez o quince segundos de dudas donde no sabía si nadar para fuera o para dentro. Unos instantes que se me hicieron eternos y que lo paseé tan mal que mi cabeza tomó la decisión de olvidarme de la competición y abandonar en ese justo momento. Fue terrible, no os lo puedo describir con palabras. Y de repente mi cerebro me hace un “clip” y consigo no tirar la toalla. Fue justo en ese instante en el que de repente controlo mis impulsos y empiezo a bracear de nuevo en dirección a la boya.

Pasé mucho miedo. Fueron unos metros en los que no era capaz de meter la cabeza en el agua y donde el aire parecía no llegar a mi pecho. Tuve pánico de perder el control de mi cuerpo y que las consecuencias, por no pararme a tiempo, fueran fatales. No me había ocurrido nunca. Pero, por suerte, no fue así. En cada metro iba logrando sentirme más aliviada por ese tema. Realmente pasé terror. Fueron unos pocos segundos, no lo sé exactamente, pero los suficientes para que eso marcará el climaxde mi carrera.

 

A pesar de todo… no me perjudicó en exceso. Perdí dos minutos con las de cabeza de carrera pero logré alcanzar al grupo principal. Allí estaban casi todas: Daniela, Emma Pallant… y liderado por Saleta. Conseguí ponerme en cabeza y continué nadando creyendo que me seguirían, aunque unos minutos después no noté presencia alguna por detrás de mí en ningún momento. Aquello se convirtió en una natación en solitario y una lucha intensa con una mar horrible y sin ni siquiera saber dónde estaba. Me sentía borracha. Perdida. Con todo el cuerpo entumecido y tragando más agua que nunca. Me sentía como un barco a la deriva y que no sabe si conseguirá llegar a puerto o naufragará en el intento. Suerte que la organización aquí estuvo de “10” y nos puso globos en las boyas (incluido en las boyas de referencia). Eso nos facilitó mucho las cosas ¡Chapeau!

 

Cuando alcancé la última boya sentí que aquel calvario llegaba a su fin, pero antes tocaba luchar contra una resaca que, después del empuje de la ola hacía la orilla, de nuevo te empujaba el doble de metros hacia atrás y repitiéndose esa misma jugada en múltiples ocasiones con la sensación de que nunca conseguiría alcanzar la playa. Sin embargo, sí lo logré y conseguí poner pie en tierra. Llegar a la T1 fue más que un logro. Y no solo para mí, sino para todos.

No fue fácil hacer la transición cuando no sientes ninguna parte de tu cuerpo. Y por más que tu cerebro envíe órdenes, son difíciles de ejecutar.  ¡Qué sensaciones tan extrañas! Duraron un rato. Me costó unos cuantos kilómetros entrar en calor y empezar a pedalear decentemente. Aunque los pies no los llegué a sentir nunca más. Parece que siempre van por libre.

 

Y por si no habíamos tenido suficiente con las condiciones del agua, el viento fue quién nos puso difíciles las cosas en el sector ciclista. Ambos elementos endurecieron la carrera y nos hicieron tener un viaje movidito y con turbulencias. Suerte que mi feltse portó de maravilla y supe pilotarla hábilmente montada con las ruedas de gala de speedsix. Aunque con algún percance que otro y con la anécdota de llegar con la lenticular pinchada a la T2. No sé cuando pinché, pero solo sé que, sorprendentemente, conseguí llegar hasta boxes montada en la bici y sin saber que iba pinchada (Je,je,je,je). Está claro que ese era mi día y nada ni nadie me lo iba a impedir.

Tres vueltas de bici que dieron para mucho, pero sobretodo para marcar las diferencias en carrera. Nada más empezar la bici Morrison me pasó como un rayo del que solo vi la estela fugaz que dejaba. Increíble. Ya contaba con ella… pero no tan pronto. Así que hice la primera media vuelta en solitario y donde vi que Fredericksen iba sola en cabeza. Algo más rezaga iba la italiana Margerie y detrás Helene, a la que adelanté sobre el kilómetro 15. ¡Aupa Helene! Le dije. Vi que, por detrás, venía un tren con muchos vagones y liderado por Daniela. Luché para que me pillasen lo más tarde posible y esa lucha me llevó a lograr alcanzar, y adelantar, a la italiana y meterme en posiciones de pódium, aunque solo por unos segundos porque, al final de la primera vuelta, me alcanzó la locomotora que, por suerte, vi que había soltado lastre y ninguna de las que llevaba con ella pudo conseguir aguantarle el ritmo. Para mi sorpresa yo sí que lo hice (a duras penas) y empezamos nuestro mano a mano. Un mano a mano que nos llevaría juntas a la T2.

 

Pero la bici dio para mucho. Os cuento un poco. En el inicio de la segunda vuelta, justo en la rotonda, de golpe Morrison se me cruza por delante, en diagonal, y sin entender de dónde venía o hacía dónde iba. Yo no sabía si se había salido del circuito, si tuvo un problema mecánico o qué le había ocurrido, pero cometió un grave error que, más allá de hacerme perder a Daniela, casi me cuesta una caída. Yo no dije nada. Fue mi padre y el público quienes se encargaron de recriminárselo ya que vieron en directo su peligrosa maniobra y gritaron un: ¡Cuidado! Que se escuchó muy claro. Por lo visto, eso le penalizó unos minutos que nunca consiguió compensar y que para mi extrañeza, la dejó fuera de juego.

Sin embargo, mi sorpresa mayor fue otra: de nuevo conseguir alcanzar a Daniela. No fue tarea fácil. Me lo puso muy difícil. Rodaba muy fuerte y era incapaz de seguirla en las zonas más rápidas del circuito. Supongo que su constitución (fuerte y grande) la ayudaban a ello, pero… <”yo también soy así ¿o no?” (Me dije). Por suerte, las subidas le penalizaban y perdía unos segundos que me eran vitales para volver a reducir la distancia y lograr plantarme a 12/15 metros. Sabía que era un circuito muy rápido (sin contar el viento), pero por subidas refiero a todas las zonas que tendían hacía arriba. Esas jugaban a mi favor.

 

En la segunda vuelta pasamos a Fredericksen y aunque al principio se enganchó a Daniela (respetando la distancia de drafting), finalmente vi que se le iba y tuve que luchar por adelantar a Hellen y, aún más, para volver acercarme a Daniela quién me había metido cerca de cincuenta metros. Qué duro fue no perderla. Fue increíble poder aguantarla y luchar por seguir su estela. No me funcionaron los watios (mala inversión los mil euros en los vector3 que solo me está dando problemas). Menos mal que no hicieron falta, las rivales marcaron el ritmo y los datos no sirvieron para nada. Una vez más tuve que darlo todo en los 90 kilómetros de bici sin tener ni uno solo de tregua.

 

Los giros me pusieron a prueba varias veces. Ir al límite y querer darlo todo provocó que, en dos ocasiones, casi me comiese el bordillo por arriesgar demasiado. En otra ocasión, fue Daniela la que se pasó de frenada y casi le cuesta la caída (a ella y a mí). Me pidió perdón por ello y pudimos salvarlo a tiempo. Y, por si fuera poco, la moto que le iba grabando a ella casi me atropella en dos ocasiones. Y en una, casi me chafa contra el quitamiedos. ¡Qué peligro, por Dios! Pero como digo: era mi día. Y parecía que todo conseguía salvarlo, aunque fuese de milagro. Esa constante lucha en bici valieron no solo para que los kilómetros pasaran volando, sino para plantarme en la T2 junto a Daniela y con una amplia ventaja respecto a las de atrás. Las dos demostramos ser las más fuertes y nos ganamos esa renta. Nadie más consiguió seguir nuestro ritmo y el particular mano a mano. Trabajando muy duro sobre las dos ruedas nos ganamos el liderazgo hasta boxes.

Aunque estaba muy contenta por el trabajo hecho en bici, y por el cómo estaba yendo la carrera, no creía que las cosas pudiesen quedar así. Contaba con que las grandes corredoras me alcanzarían. Sin embargo, dadas las circunstancias, quise creer que solo podrían conseguirlo un par… como mucho. Y con ello ya me daba por satisfecha. En cambio, antes de conformarme con eso, quería darlo todo para no ponerles su caza nada fácil. Y si podía ponérselo imposible… mejor.

 

Lo logré. Logré ser invencible… Inalcanzable. Aposté por mí y gané. Gané en una lucha donde demostré ser la más fuerte y rápida. Y eso, me valió el triunfo. Salí al máximo. No me guardé nada desde el primer metro de la carrera y, aunque consciente de que eso era muy, pero que muy arriesgado, sabía que era la única fórmula para luchar por llevarme la carrera. Prácticamente me inmolé. Sentí que, a ese ritmo tan alto, cada kilómetro iba a ser el último. No solo porque no creyese poder hacerlo, sino porque mis piernas, mis pulmones y mi corazón iban al límite. Pero, mi entereza, fue algo que en ningún momento puse en riesgo.

En el segundo kilómetro me puse líder y nada cambió hasta la línea de meta. La situación se repetía vuelta a vuelta. El margen con Daniela era de más o menos un minuto y la diferencia con Emma Pallant se iba manteniendo rondando los tres minutos. Para mi sorpresa, esas diferencias no conseguían disminuirlas. Y no lo consiguieron porque yo hice la carrera de mi vida. Corrí 4’ más rápido de lo que lo he hecho nunca en un half. Corrí por debajo de los 4 minutos el kilómetro y, como pronostiqué, eso era la clave para conseguir la victoria.

Y yo lo hice. Ese ritmo me acreditó como vencedora. No creía poder haberlo conseguido. No solo el vencer, sino el haber corrido como corrí. Me sorprendí a mi misma una vez más y aun sigo alucinando con lo que logré ayer. Ganar por segunda vez consecutiva. Revalidar el título. Defender ese “NÚMERO 1”. Y superar a rivales a las que, jamás, había logrado ni tan siquiera plantarles cara. Sin duda di un paso al frente. Supe enfrentarme a las mejores porque ese día fui la mejor.

Que me crezco en las carreras, es algo indudable. Contra más difíciles están las cosas más garra y fuerza saco. Eso lo sé. Pero aun no sé como mi cuerpo puede seguir luchando cuando está sufriendo tanto. No sé cómo puedo seguir sacando fuerzas cuando ya no quedan. Y no sé como mi cabeza expone a mi cuerpo hasta esos límites insospechables y hacer que parezca fácil porque, para mí, cuando lo pienso en frío, me parece prácticamente imposible.

 

Corrí yo solita. Fui yo la que competí y la que ganó la carrera aunque con un público que no paró de empujarme en ningún momento. Y estoy totalmente convencida de que ellos fueron los principales partícipes de mi gran carrera. Les estoy muy agradecida por ello. Fue muy emocionante. Hay mucha gente detrás de este triunfo. El primero, mi entrenador Iván Muñoz. Él es el que, en solo tres meses de trabajo juntos, ha logrado sacar de mí a una nueva corredora. Una corredora mucho más rápida y que ha venido para quedarse. Después de él, todo el resto de profesionales que me ayudan a rendir al máximo: mi nutricionista… mi fisio… mi mecánico (un monumento para Bikhome al que mareo mucho y nunca se queja… al contario ¡Muchas gracias!), y a todas las marcas que me ayudan y mi apoyan.

 

No acabaría nunca esta crónica porque son muchas las emociones que me invaden y que quisiera seguir explicando. Sentimientos muy bonitos y momentos muy mágicos los que viví. No solo en carrera, sino también fuera de ella. Cierro los ojos y sigo sintiendo todos esos ánimos del público, de los amigos, de la familia, de los compañeros…. Fue tan bonito que, como me pasó anoche, no sé si seré capaz de conciliar el sueño, ni hoy, ni mañana, ni al otro. No puedo estar más agradecida a todos los que formasteis parte de esta carrera. A mi marido, a mi familia y a todos vosotros que me apoyáis, me seguís, me felicitáis y me dais esas fuerzas que tanto bien me hacen ¡GRACIAS!

 

Y gracias a la organización por una carrera de “10” y por tratarme con tanto cariño.

 

Antes de que te des cuenta llega la primera competición de la temporada. Que raro es siempre competir a principio de año. Por más que intentes convencer al cuerpo, este parece no estar preparado. Es inicio de temporada, hace frío y se le hace raro tener que meterse en el mar tan pronto. Tienes la sensación de haber perdido la práctica de todo. Y la cabeza… en vez de ayudar, parece estar en total sintonía con él. Por más que trates de convencerla, todavía no quiere saber nada de competir.

 

Por estos y otros motivos y a pesar de ir siempre a darlo todo, me tomaba esta carrera como una simple toma de contacto. Se trataba de poner el cuerpo a prueba, ver como respondía y poder hacer una valoración a estas alturas del año. Eso siempre es un arma de doble filo, pero… hay que arriesgarse.

 

Como siempre pasa en estas carreras tan tempranas, iba a contrarreloj con todo. El material acababa de llegar (bici, ruedas, mono, etc.) y me faltaba rodaje y adaptación. Las fuerzas y el nivel de forma aun no están en su punto óptimo. La cabeza está desordenada, perdida y apagada. Y llevaba solo un mes entrenando con Iván Muñoz que, a pesar de encontrarme cada día mejor, cuanto menos me creaba incertidumbre.

Para no ser menos y dándole a la prueba la mínima importancia, nos fuimos a Dubái con el tiempo justo. Javi por supuesto venía conmigo. Además, el también competía. Lo bueno de llegar con poco margen es que no te da tiempo ni a ponerte nerviosa. Fue casi llegar, hacer toma de contacto y competir. Sufrimos las horas de sueño del vuelo (el jet lag), el cambio horario y el cambio de clima. Pasar de invierno a verano es un choque importante para el cuerpo, pero que gusto ponerse de corto en enero. .Jejejejejeje.

El nivel en Dubái era altísimo. Como siempre. Parece que la gente tiene ganas de competir, de intentar clasificarse y de llevarse pasta (¡Eh! que yo me incluyo en las tres cosas, je, je). Se trata de una carrera muy chula y muy bien organizada. De esas que cuidan con mucho mimo y detalle al triatleta. Y eso se nota en la afluencia de participantes. Además de verme las caras con varias rivales de mi nivel, me las tenía que ver con tres tops mundiales. Así que, la lucha por entrar en el top 5, veía que iba a ser muy dura. No me preocupaba, la verdad. Me sentía aun muy dormida como para poder pelear ahí. Y ni siquiera me planteaba las posibilidades de clasificarme al mundial. Solo había un slot. Una única plaza. La ventaja es que como las tres tops mundiales ya la tenían, esa posibilidad correría hasta la cuarta (siempre y cuando el pódium fuese el esperado), pero a priori era una quimera.

 

Viernes 1 de febrero. La competición ya estaba ahí. Y parecía que llegaban las ganas, la concentración y la energía positiva. Los nervios parecían que aun no entraban en juego. Se agradecía.

7.03h. Suena la bocina que nos da la salida de inicio a las chicas. Solo tres minutos más tarde de que lo hicieran los chicos. Y con ese pitido me meto corriendo en el agua y a luchar contra mis rivales. Y contra mí misma. Al mismo tiempo que se activaba todo mi sistema nervioso.

Se forma un pequeño embudo delante de mí que me hace perder los puestos de honor y, enseguida, veo como se escapan dos, o tres triatletas. Una sé que se iba a escaparse de todas formas. Holly nos iba a meter, fácil, dos minutos en el agua, pero el resto no debían nadar mucho más rápido que yo. Y, aunque intento colocarme, pierdo la estela de mi barco y, literalmente, me quedo a la deriva. A los quinientos metros de carrera, aproximadamente, las escapadas parecen desaparecer. De golpe ya no las veo y pierdo las referencias. No tenemos nadie que nos guíe y ni vemos la boya. El sol nos pega de cara y no se aprecia nada. Era una natación difícil. Había que hacer un semicírculo de playa a playa superando el espigón. Solo teníamos tres boyas que dejar a la derecha, las demás eran independientes a la competición. Y yo, y el resto que iban conmigo, nos adentramos mucho más hacía mar adentro (hicimos una boya más. Calculo que unos cien metros y eso lo tuvimos que rectificar).

Sabía que había nadado de más y que el tiempo no había sido bueno, a pesar de encontrarme bien en el agua. Sin embargo, ya no valía lamentarse y tenía que aprovechar la “ventaja” de salir con gente del agua para no quedarme sola en bici. Y más, en un circuito como este donde el viento iba a ser nuestro enemigo (aunque tuvimos mucha suerte, todo hay que decirlo). El hecho de no perder comba me hizo ponerme muy nerviosa en la transición y tuve problemas para quitarme el neopreno (con un tropiezo incluido) ¡uf! Ya esta aquí la Judith de siempre. Te estaba esperandome dije a misma. No sé por qué, pero me pongo muy muy nerviosa en las transiciones. Son los momentos en los que me siento observada, en los que noto las miradas del público, de las cámaras, del speaker, de los árbitros… y eso no me deja controlar mis acciones. Me vuelvo torpe… nula. La presencia de un fotógrafo español animándome seguro que influyó (aunque no le culpo; pobre). Pues, a pesar de una mala transición donde me peleé con el casco porque la visera estaba muy empañada (no era capaz de colocarla en la parte superior del casco y luego no era capaz de recolocarla de nuevo en su sitio). Visto lo visto, decidí no ponerme los calcetines (por no perder más tiempo) y así conseguí salir con mis rivales y empezar con ellas el sector ciclista.

La bici se resume muy rápido. Fue muy duro para mi, pero a la vez muy fácil. Fue muy luchada, pero a la vez soñada a pesar de un contratiempo que se fue repitiendo continuamente y que sin embargo supe mantenerlo bajo control. Igual que a mis dos rivales, que se pusieron en fila delante de mi y conseguí, por primera vez en la historia de mis competiciones, que no se me escaparan en los 90 kilómetros. Eso fue muy importante. No solo era clave para mantenerse en carrera y luchar por el top 5, sino que a nivel personal significaba mucho poder custodiar, por fin, una rueda en carrera. No un ratito, sino todo el recorrido. Cosa que siempre se me resistía por un motivo u otro. No era una rueda cualquiera. Luchar por seguir a Sarah Lewis fue realmente muy pero que muy duro. Agonicé para no perderla. No exagero. No me permití ni un respiro. No me di ni un momento de tregua. No arriesgué en entrar en la zona draftingni un segundo. No por el hecho de que tuvimos clavada la atenta mirada del juez que, en moto, nos vigiló a las tres durante los 90kms, sino porque no conseguía aguantarlas a menos de quince metros.  –¡Dios que horror es esto! déjalo, déjalo. Judith déjalo, déjalo ya!– me decía continuamente. Estaba sufriendo mucho desde el principio. Iba al límite y pasada de vueltas tanto a nivel muscular como en datos. Las palabras de Iván me retumbaban en la cabeza: «estar más de 8’ ó 10’ muy por encima de los wattios que toca, se puede pagar muy caro» me dijo. Le quería hacer caso, pero me negaba a dejar de luchar por perder esas referencias. Los kilómetros no pasaban ¿Sabéis esa sensación de ir al límite, de ir muy forzado y ver que solo llevas 5 kilómetros? Pues eso fue lo que continuamente sentía. Sabía que en algún momento iba a petar porque desistir no lo iba hacer. Al menos me decía: –¡venga Judith! Hasta el 10. En el 10 me decía: hasta el 20. En el 20: hasta el 30, Hasta el giro ¡Aguanta! Que la vuelta ya es a favor.No me preguntéis cómo, pero en el km 45 conseguí plantarme justo detrás de ellas. Lo hice con lágrimas en los ojos, no de alegría, sino de dolor. No exagero.

El top 3 andaba muy lejos, sin embargo mi tren me metía en las seis primeras y me permitía abrir hueco por detrás para ponerle las cosas difíciles a la séptima para alcanzarme corriendo. Con eso me daba por satisfecha. Aunque, a la que se le iban a poner las cosas difíciles corriendo, era a mí. Sentí que me estaba dejando las patas y el alma en la bici y realmente temí por no ser capaz de correr. Incluso no ser capaz ni de bajarme de la bici. Creí que la vuelta iba a ser más fácil. Había que deshacer lo que habíamos hecho. En ese momento, tanto el viento (que era leve) como el desnivel iban a favor. Creí que tocaba volar y que podría permitirme un respiro. Que la inercia me acompañaría y que el rebufo me daría cierta ventaja para que a la vuelta fuera más asequible seguirlas. Sin embargo, no fue así. A la vuelta, el no llevar lenticular y no tener un plato más grande que mover, jugó en mi contra. Me faltaba desarrollo y en las partes más rápidas llevaba todo lo puesto y se me iban. Eso sí que cabrea. Eso sí que te da impotencia. Vas con todo, quieres poner más, porque tienes piernas para ello y sin embargo no tienes nada más que poner. –¡Ajjjj! ¡No las pierdas ahora, no las pierdas en lo fácil!–Pero se me alejaban. Se me escapaban. No quería, pero no podía. Veinte… treinta metros… y cuando pensé que ya era insalvable, no sé cómo, las conseguí neutralizar de nuevo.

Qué alegría y qué agonía. No lo disfruté nada. Solo fue un sufrimiento durante los 90kms de bici; ni uno más ni uno menos. Me gustaría decir que tuve algún segundo de tregua, un pequeño respiro, por corto que fuera, pero no fue así. Solo me salvaron los pequeños cambios de rasante cuando tocaba cruzar un puente y en la subida que me daba para bajar un piñón y recortar distancias. Aunque debía estar atenta porque rápidamente, en la bajada, se me volvían a ir. No cogí nada en ningún avituallamiento para aprovechar esos segundos ante ellas para acercarme y seguir en la pelea. A la vuelta nos pasaron seis chicos contados y eso, además de una pequeña tregua al hacer que las chicas levantaran el pie para respetar el draftingcon ellos, fue una pequeña distracción. No obstante la distracción fue otra. No solo el ritmo de mis rivales me amargó el sector ciclista. Sino que, desde el principio, noté como se me afloja y con ello que se me giraba el apoyabrazos derecho. –Algo siempre tiene que pasar–. Y después de intentar y conseguir recolocarlo en marcha, sin matarme, fui cada 10 ó 15 kilómetros repitiendo este gesto. Era una bici para ir acoplada todo el circuito.

La gente suele preguntar: ¿en que piensas en la bici? Pues en nada. Solo me concentro en la carrera. No puedo evadirme. No puedo distraerme ni un segundo. Solo sufro y lucho por no venirme abajo. Unas veces se consigue, como ésta, otras no. Ahí, lo que me hizo venirme arriba fue el ver como la media subió hasta lograr los 40,0km/h. Eso sí que hace llorar de alegría. Los llevé desde poco antes de llegar al kilómetro 80 y, a pesar de una mala transición, con pérdida de bota incluida que me hizo recular unos metros para cogerla y a consecuencia de ello perder esa preciada media, llegué a la T2 con el 40,0 en el garmin y eso no me lo quita nadie.

La segunda transición no fue mejor que la primera. Me bajo mal de la bici, pierdo la bota, no atino al dejar la bici (misteriosamente, se me salía la rueda trasera del hueco donde hay que ponerla en boxes), me tiemblan las piernas y me cuesta mucho ponerme los calcetines por tener los pies helados. Quizá fue mala elección no ponérmelos en la bici. Aunque, con el día tan caluroso que teníamos, se me iban a calentar pronto. Por todo ello y por el cansancio de piernas que tenía, me costó iniciar a correr y perdí a mis dos rivales. Después de haber estado con ellas 2h15’ y las pierdo en boxes ¡Duele!

Por una parte, sentía que ya había dado todo lo que tenía que dar ese día. Me había demostrado a mi misma que me sentía fuerte y luchadora. Sentía que corriendo no iba a estar como siempre y menos después de sufrir tanto en bici. Sin embargo, tenía más hambre. Tenía más sed de carrera. No creía que las posiciones fuesen a cambiar. Aunque tampoco podía relajarme. Pero… una media maratón da para mucho y quería seguir demostrándome a mi misma de lo que podía ser capaz de hacer ese día. Averiguar dónde estaba mi límite.

El recorrido a pie era muy chulo y lo mejor era el formato. Una vuelta larga de 14 kilómetros y una corta de 7. En la primera vuelta vi que la quinta andaba muy lejos (y eso que habíamos empezado a correr juntas) y que por detrás la ventaja que calculé era de unos 3’. Me sentía fuerte. Estaba corriendo sobre 4 y 4’05 el kilómetro, cosa que no creía llegar a poder hacer y sentía que no iba a poder mantenerlo mucho más tiempo. Pero a la vez no quería dejar de intentarlo. Me volvía a decir: –venga un kilómetro más–. Y así uno tras otro. –Hasta que mueras Judith, eso que te llevas–. Intentaba convencerme continuamente. Con esa premisa en la cabeza, vi que en el momento más duro, cuando el calor apretaba y las fuerzas se acababan, me iba acercando a la quinta. Aun estaba por el kilómetro 13 y me repetía constantemente: –No sé si podrás con ella–. En cambio, como pasa siempre en estos casos, puedes. Eres capaz de subir el ritmo y hacerte sentir mucho más rápida y fuerte que ella para no darle ninguna opción a revancha. Lo consigo y, justo en ese momento, veo que tengo delante a la cuarta (con tanta gente corriendo ya no era fácil verlas, así que me las fui encontrando de sopetón). –no me lo puedo creer, que fuerte–. No sabía si la iba a coger, pero solo por el subidón de haber llegado hasta ahí con la carrera tan arriesgada que estaba haciendo, me vine arriba. Además, ella había salido en segunda posición del agua y había aguantado la bici con Anne Haug hasta la T2 bajándose a correr tercera con mucho margen. Me planté detrás de ella justo en el inicio de la segunda vuelta. Necesitaba coger aire. Necesitaba un respiro porque acababa de hacer un kilómetro por debajo de 4’ para conseguir pasar a la quinta. Fue cuando entonces me di cuenta de que pasarla y acabar cuarta, me daba la clasificación para el mundial. ¡Oh mygood! Esto es mucho más de lo que creías conseguir hoy. Esto es mucho más que marcarte un carrerón en la primera del año. Hay que intentarlo Judith ¡Vamos!–. Me decía a mí misma para darme las fuerzas que me faltaban para poder conseguirlo. Tenía el tiempo justo para armarme de valor y entonces, es cuando veo que ella se gira al notar mi presencia y cuando decido atacar. Debía dejarla noqueada y creí conseguirlo. Al menos por el momento. Corrí como si no hubiera un mañana. Sin ser demasiado consciente de que quedan seis kilómetros de carrera todavía. Debía aguantar tres kilómetros hasta el giro para que ella me viera inalcanzable. Sin embargo, la motivación y la euforia ya eran tan fuertes como mi cansancio y me iba deshinchando poco a poco. El reloj ya no bajaba de los 4 min/km, sino que sobrepasaba los 4’10 pero… me dije a mi misma: ¡lo tienes, ¡vamos!, lo puedes lograr. Solo queda 3 kilómetros y ella ya no va a poder contigo. No puede contigo Judith ¡créetelo!–. Que mala es esa sensación de sentir que se van acercando por detrás. No quieres girarte y si lo haces, crees que la vas a ver ahí, detrás de ti y que te puede pillar… como tú las has pillado a ella.

Fueron los dos kilómetros más largos de mi vida. En el paseo de Dubái, en el suelo, cada cien metros, está marcada la distancia. No sabéis lo que es ver cómo esas rayitas, tan solo a 100 metros, tarda un mundo en llegar. Pero, por fin vi el 100 y de ahí a la alfombra roja ¡Lo logré! Sin esperármelo, aunque creo que merecido con la carrera que hice. Cuarta en 70.3 Dubái y slot para el Worldchampionship 70.3 en Niza.

Bueno, el slot casi lo pierdo. La anécdota de la carrera es que, en vez de nombrarme a mí, llaman a Anne Haug. Ella no dice nada y lo coge tan pancha (os podéis imaginar mi cara de incredulidad y la de Javi, que se estaba preparando para hacer la foto). Qué bochorno. Solo pensaba en todos los medios españoles que ya lo habían publicado. . Cuando ya lo tiene AnneHaug en su poder, busco wifi, para hablar con mi amigo y entendido Juanjo y me envía toda la información, confirmando que es mío, que las tres primeras ya lo tienen y que por tanto es para mí. Con esa info, voy a reclamar a la organización y, aunque al principio me miran en plan: “esta flipada qué dice (tal cual), finalmente investigan y reconocen su error. Entonces me piden perdón diciendo que como es el nuevo sistema aun no están muy puestos en ese sistema. Pues suerte que son ellos los propios organizadores, je,je,je. Así que ya tengo el pase confirmado, aunque me quedé sin la preciada moneda que lo certifica físicamente, el slot.

No puedo estar más contenta de cómo he empezado la temporada y más aún, porque Javi se estrenara también con un carrerón. Así, en partida doble, sabe mejor. Y para remate, horas después me entero, por publicaciones, que la FETRI me ha preseleccionado para representar a España en el Mundial de Larga.

 

Agradecida por todos los que han depositado su confianza en mí y toda su ayuda un año más. Mi club TRICBM. Todos mis sponsors. Mi entrenador. Y Sandra Sardina.

Estoy muy agradecida de recibir tantos mensajes de ánimos y felicitaciones. Gracias a todos.

Nos cruzamos medio mundo entero para acabar la temporada en el Ironman de Taiwan. Una elección nada fácil por todo lo que conlleva un viaje así. Pero, como siempre, con la motivación de viajar, conocer nuevas pruebas sin miedos a los hándicaps que vayan apareciendo y con el aliciente de pegarnos unas grandes vacaciones en Thailandia y Saipan al finalizar la competición. Eso es lo mejor. El chip cambia totalmente y consigues ir a la prueba con mucha menos presión. No centras toda la atención en el simple hecho de competir, sino que sabes que todo ese viaje conlleva muchas más cosas: placer, ocio, vacaciones, turismo, aventura… Hace que se viva de otra manera.

No fue nada fácil la adaptación. Aunque llegamos con una semana de antelación y eso nos permitió poco a poco irnos haciendo al cambio horario, clima, cultura, costumbres, etc… A la comida nunca nos llegamos a adaptar (aquí se come muy, pero que muy diferente) y fue uno de los mayores problemas que tuvimos, pero fuimos salvando los días sin dejar que eso nos estresara.

Se hizo larga la espera, pero se acercaba el día. El viernes ya se respiraba el ambiente de competición y todos los corredores estábamos listos para la batalla. Sí, sí, nos esperaba una dura “batalla”. No solo por la dureza en sí que supone correr un Full, sino porque debíamos luchar contra el calor y la humedad del clima taiwanés. Y, por si fuera poco, en la isla de Penghu la costumbre es que el viento sople rondando entre los 40 y 50km/h. Por supuesto, el 7 de octubre, no iba a ser diferente y ese iba a ser nuestro peor enemigo.

Así que así fue. Para todos fue una lucha contra ese elemento. Sin embargo, para mí, fue más que eso. Por su culpa, nos quitaron la natación y eso fue lo más perjudicial para mí. Se esfumaron las opciones de luchar por ganar, de creer en slot de Kona. Era mi baza, mi mejor sector respeto a mis rivales y donde sabía que podía marcar las diferencias. No son excusas, no vale lamentarse y no me gusta suponer cosas. No vale el: “y si…” pero no puedo negar lo evidente. Sé que, con un Ironman como dios manda, las cosas hubieran sido diferentes.

Lo más grave es que no me enteré del cambio hasta diez minutos antes de la salida. Las previsiones climatológicas eran las mismas desde hacía días y la única advertencia en el breafing era el recortar algunos metros si las cosas se complicaban, sin más. Lo peligroso era la bici, no la natación. <no me jodas> pensé. Pero viendo que los asiáticos son muy malos nadadores, la organización no tuvo narices hacerles nadar casi 4 km. Los demás no tenemos la culpa y esto no pasa nunca en un Ironman, pero… ”Asia is diferent”.

Os cuento como fueron los acontecimientos. Todo iba bien a las 05:20h de la mañana. Veo como algunos pros se empiezan a poner el traje trampa y prepararse para ir al agua a calentar. Nos quedaban 30’ para la salida y 15’ para acudir a la cámara de llamadas. Yo, con Javi, me voy preparando. Él se enfunda su neopreno porque, a pesar de que el agua estuviera a 25 grados, los grupos de edad tenían permitido el neopreno (ya os digo que esto solo pasa en Asía). Me dirijo al agua para calentar y a los 5’ me salgo siguiendo al único pro que veo. A los dos nos extraña no ver a nadie más y nos

vamos corriendo a la cámara de llamadas creyendo que llegábamos tarde. ¿TARDE…? ¡Pero si lo que llegamos fue 50 minutos antes! En ese momento la organización nos informa que han decidido quitar la natación. Bueno…, que solo se iban a nadar 400 metros y que la salida se retrasaba 50’. La cara de tontos de los dos no se nos ha quitado todavía. Y a mí, la de enfado, tampoco.

Aún no doy crédito a todo esto. No solo por la impotencia de ver que eres prácticamente la única que no se entera de nada, sino a la injusticia y la incoherencia de todo aquello. Nos dijeron que lo llevaban anunciando unos 20’ o 30’ por megafonía. ¿Qué esperas, que calentando en el agua, y con ese viento, me entere de lo que dicen? Lo de que no entiendo el inglés no me sirve. Las cosas no se hacen así.

Indignación máxima, frustración y mucho frío. Una vez te llevas el disgusto, solo toca aceptar el cambio y pensar en las soluciones. Sin embargo, yo estaba mojada, tiritando de frío por el fuerte viento a las 5.45h de la mañana y sin poderme abrigar porque los camiones se habían llevado ya todas las bolsas de “Street wear”. A más de 40’ de la salida. ¡Grrrr!

No quedó más que aceptar la situación. Mentalizarse de ello, volver a creer que nada estaba perdido y que, a pesar de eso, debía salir con las mismas ganas con las que venía y que debía enfrentarme al nuevo formato de “Ironman”. Ver como el resto de Pros seguían vestidas trotando un poco y sonrientes por el cambio, hacía que me hirviera la sangre. – <¡Judith, esto tiene que hacerte más fuerte!> me dije a mi misma.

Decidí quitarme el traje trampa. No me iba a servir de nada; solo para perder tiempo en quitármelo. Javi, obviamente, se quitó el neopreno. Al menos nos dejaron entrar en boxes y meterlo en la bolsa de la T1. Pero, qué curioso fue ver como apenas unos grupos de edad (firmaría que todos los europeos) se quitaban el neopreno y el resto se lo dejan para los escasos 400 metros de natación. Y, de las Pros, ¿soy la “única” que se ha quitado el traje trampa?. Mmmmm…. sospechoso.

Por fin pasaron esos interminables minutos y la carrera iba a empezar. Salen los chicos primero. Lo hacían 10 minutos antes. Otra de las cosas raras. La salida inicial era: chicos 5:55h, chicas 5:57h. Con el recorte de la natación hacen: chicos 6:30h, chicas 6:40h. Que alguien me lo explique. En cuestión de 4’. Todos, en fila, están saliendo del agua ¡Buf! Un recorrido de 1h se esfuma en apenas 5’. Que barbaridad.

6:40h. Llega mi hora. Preparadas en el agua y suena el bocinazo de salida. Desde la primera brazada me escapo en solitario, al sprint, como hacia muchos años que no nadaba en un triatlón. Jajajajaja. Llegué a la primera boya en un suspiro. Estoy girando la boya y de golpe me encuentro una cuerda que me impide pasar, “¿pero qué es esto?” –me pregunto incrédula. Miro indicaciones y veo que nos dicen que la pasemos como sea. “Para flipar”. Y en eso me engancha otra triatleta. Llegamos a la segunda boya y, al ir a bordearla, vemos como los kayaks nos taponan y nos dicen que no, que por dentro. Yo seguía sin entender lo que estaba pasando en esa farsa de natación. Le hago caso y sin bordear la boya me dirijo a toda leche hasta la escalera que nos saca del agua.

5’17” de natación. Mientras corro en solitario por la larga transición, me obligo a olvidarme de todo lo ocurrido. <La carrera empieza ahora Judith. No le des más vueltas> intentaba convencerme. Menos a una rival que salió a 10” de mí, al resto les saque más de 1’10” en esos 400 metros. ¿Qué hubiera pasado en los 3.800 reglamentarios?

Me subo a la bici y aunque tengo ganas de darlo todo y aumentar la escasa ventaja, me centro en los 180kms que me esperan por delante y razonarme a mi misma que eso era un Ironman. En apenas 5kms, me adelanta la rival que llevaba pegada y aunque quiero mantener su estela, veo rápidamente que ese no es mi ritmo y que debo centrarme ya en la carrera. En mi carrera, en mi ritmo y en mis fuerzas.

Concentración. Esa es la palabra que define mi sector ciclista. Concentración pura y dura. Nunca había hecho una bici tan metida en carrera. Sin evadirme ni un solo segundo. Sin altos ni bajos. Regularidad, constancia, frialdad y entereza en los 180kms clavados de ciclismo. Conseguí meterme por completo en la carrera y a pesar de la dureza me mantuve firme en todo momento y los kilómetros fueron pasando espectacularmente rápidos. Supongo que culpa de esto lo tiene Embrun. Y es que después de ese circuito de siete duras horas de bici, el ver como en Taiwán la media no bajaba de los 35km/h y que podía completarla en 5h, me parecía un trámite.

No fue una bici fácil, pero supongo que tuve un buen día. Las fuerzas iban mermando, obviamente. Sin embargo mi cabeza volvió a demostrarme que la tengo bien puesta. El duro viento complicó mucho las cosas: acojone con las ráfagas cuando soplaba de lado y mucho esfuerzo cuando soplaba en contra. Y sin embargo no dejé que nada de eso pudiera conmigo. Cogida fuerte a mis acoples, sentada y colocada en la máxima posición “aero” que me permitía mi bici, y manteniendo un pedaleo constante, fui superando los tramos del circuito. Me hice fuerte cuando tocaba luchar en contra, pisando con garra. Y a pesar de excederme de watios por la dureza de chocar contra los vientos de 50kms/h, no me iba a dejar superar por la situación. Ni al dolor de los brazos al agarrarme a los cuernos con fuerza. Ni al de las cervicales por querer llevar la cabeza erguida. Ni al de las ingles por no levantar el culo prácticamente ni un segundo del sillín. Ni al de las piernas por el desgaste de ese duro pedaleo. Nada de eso hizo que mi mente y mi cuerpo vacilasen. Les gané el pulso. Gané el primer combate (contando que no hubo natación) y superé la batalla contra el viento en el sector ciclista.

Realmente era una bici para mantenerse muy concretada. Porque si aquí nos quejamos de la mala convivencia entre conductores y ciclistas, allí…. ni os lo imagináis. Allí no hay normas. Y a pesar de la buena voluntad de la organización, policía y voluntarios, para controlar aquello, inevitablemente te salían motos y coches por todos lados sin ningún tipo de miramiento. Ni el ver a 900 triatletas en la carretera parecía importarles mucho. Con algún que otro susto, conseguí salvar los muebles. Aunque lo que más rabia da, es tener que tocar el freno en carrera y sentir que esos segundos son claves.

Me planté en la T2 en segunda posición. La primera se había escapado. 6 minutos me sacó en bici. Y por detrás venía un grupo de unas 4 ó 5 corredoras a menos de 1’30” de mi. Llego a donde debo dejar mi bici y me encuentro a los organizadores: un chico y una chica –¡Pero! ¿Qué hacen estos aquí esperándome? ¿Qué es este recibimiento? Y entonces me dicen: STOP. Y me cuentan que tengo un penalti de 10” por saltarme una boya en el agua. ¡BINGO! Qué continúe el show! No sé si era más surrealista lo de los 10” o que fueron los organizadores y no los árbitros los que me pusieran el penalti. Yo, aun estoy flipando. Tengo que aclarar que al final de la prueba vinieron a pedirme perdón por esta amonestación, al reconocer que fue un error suyo.

Quitando los 10” que no tienen mayor importancia, pero que provocaron muchos nervios y me empezaron a temblar las piernas. Efectos negativos al llamarme la atención con lo violenta que me siento yo al salirme de las normas. Me dificulta y me demora la segunda transición, pero me relajo unos segundos y no me salto el protocolo de tomar lo que debo para que el estómago no vuelva a sacarme de carrera.

Empieza la maratón. Debíamos completar cuatro vueltas de infierno donde tocaba vencer a: el viento, el calor y el circuito más aburrido que he hecho nunca. Y con la mayor soledad y tristeza de un recorrido sin ningún tipo de animación, espectáculo o distracción. Costaba sacarle algo positivo a esos 42kms de carrera a pie.

Empecé a correr bien. Me bajé bastante entera de la bici pero con un pinchazo muy fuerte en el lado izquierdo de la cadera, justo en la cresta ilíaca. Y el notar esa molestia en cada pisada me trastocaba. Quería concentrarme como lo había hecho en la bici, quería poner el modo automático e ir poniendo cruces en los kilómetros, aunque esta vez no pudo ser así. Costó encontrar motivación. Costó superar cada vuelta del circuito. Y costó no venirse abajo física y mentalmente.

La maratón de un ironman es como una montaña rusa. En un kilómetro estas arriba del todo y en otro estas en lo más bajo. Me bajé segunda, pero en solo dos kilómetros me puse tercera. Me adelantó una rival, con un ritmo tan fuerte, que me vi incapaz de seguirla. Pero si me dio un punto de motivación para subir el ritmo. ¡Vuelve Judith!, no te hundas tan rápido –me decía a mí misma. No por perder posiciones estaba todo dicho aún. Debía seguir luchando al máximo. Tan grande fue la inyección de orgullo que en el paso por el kilómetro 10, pasé tercera a menos de 1’ de las dos primeras. Y 2 ó 3 kilómetros más tarde, me puse en segunda posición. Aunque la primera parecía escaparse me negué a dejar de luchar por la carrera, por la victoria, por el slot para Kona, por el pase a la gloria. ¡Kiss or kill! (besa la gloria o muere en el intento). Eso es lo que me repetía.

La lucha valió la pena, pero salió cara. Se volvió a girar la moneda. Pagué el sobresfuerzo y el duro ritmo por querer mantenerme cerca de la líder, o al menos mantenerme más lejos de mi perseguidora. En el km22 empiezo a tener mucho flato. No se me pasa y tengo que andar un poco mientras veo como el segundo puesto se me vuelve a escapar. Me la había devuelto. “La revancha”. Ahora me tocaba a mi ver cómo me pasaba por encima. No pasa nada Judith, el pódium es tuyo –trataba e pensar. Esta distancia es muy cruel. Puede pasar de todo en poco tiempo y aparecer de repente molestias o problemas.

Mi tercera vuelta fue de un sufrimiento brutal. Ver como algo te impide seguir corriendo, por más que quieras, se hace muy duro. A penas llevaba 25 kilómetros. Ves la satisfacción de los familiares de tus rivales por tu debilidad en ese momento. Ves como Javi te anima y te mira preocupado después de haberte visto volar y disputar la carrera una vuelta antes. Y sientes que todo se te escapa. Se escapan las fuerzas, se escapan los sueños y lo peor es que se escapan los motivos para convencerte que hay que seguir corriendo. Que hay que acabar. Que cruel es la cabeza. El demonio aparece y desde tus entrañas te grita que pares, que te retires, que por qué tienes que sufrir así, que no vale la pena. Y para mal mayor, es que llegas a darle la razón. Llegas a creerte que no pintas nada allí sufriendo. Y acabas diciéndote: “Da igual. No tengo que poner excusas, quiero parar y punto. Sin más. Sin motivos de peso. Simplemente no quiero seguir corriendo.”

Aunque parecía que todo estaba perdido. Resurgí. Volví a ser yo misma. Y seguí luchando. La cuarta me pisaba los talones y debía hacer todo lo posible por luchar por el pódium que en ese momento parecía ser el mayor logro. Entraba en los últimos 10 kilómetros justo en el momento en que me pasó la tercera. Ya no podía con ella pero decidí seguir corriendo con fuerza. No tan solo por no perder otra posición más, que empezaba también a peligrar, sino por acabar esa carrera de una vez y por mi orgullo.

En esa última vuelta si que conseguí concentrarme de nuevo. Me aislé de todo y me encerré en mi propia burbuja. Solo iba mirando fijamente al frente. Al suelo. De nuevo con un ritmo decente y constante. Solo quería que los kilómetros pasaran y me limité a ir contando hacia atrás. Dejé de comer, de beber, de mojarme y de refrescarme. Ya nada me importaba. Ni la sed, ni el sofocante calor, ni la falta de azúcar. Solo quería llegar a meta.

Y crucé la meta. En caliente me sentí satisfecha de haber llegado a ella. De haberlo hecho viendo que por momentos creí no poder continuar. Había acabado mi segundo Ironman. Lo había hecho a menos de dos meses de ser finisher en Embrun. Y lo mejor: que mi estómago se había comportado decentemente como para no sacarme de carrera. Me alegre por ello. Mucho. Hace justo un año lo estaba intentando por primera vez y todo se desvaneció. Fue el principio de un año muy duro para superar y solucionar aquello con un segundo intento, meses más tarde, y de nuevo fallido. Y ahora; parecía que todo eso era agua pasada y me estaba frustrando el hecho de no haberme sentido más competitiva en mi segundo Ironman finalizado. ¿Qué duros somos? ¿no? Siempre queremos más.

Y es qué en frío, siento que podía a ver dado más, que ese pódium debía haber sido mío. No siento que el pódium lo perdiese en la natación, sino que se me escapó en la maratón. Sin embargo, el no nadar, condicionó mucho las cosas y podían haber sido más favorables. Está claro que cuando ya te has recuperado y no te duele nada (bueno, me duele todo pero, no como me sentía en carrera) se ve todo diferente. Pero aun así, me queda un espinita con esta carrera. Eso no quita que no esté satisfecha y que haya sido un buen final para brillante y espectacular una temporada.

¿Y ahora qué? A priori tenía ganas de acabar, tenía ganas de cerrar temporada y disfrutar de unas merecidas vacaciones. Pasar página y planear la siguiente. Sin embargo, tengo una sensación muy extraña, un vacío muy incómodo. Reconozco que me he quedado con ganas de más. Con la sensación de si debo seguir luchando para intentar clasificarme para el mundial o si, por otra parte, olvidarme de ese sueño prácticamente utópico. ¿Y ahora qué? ¿Qué debo hacer? ¿Por dónde sigo mi camino?

Igual toca ser realista y ver que ganar un Ironman (única opción para clasificarse este año) no está a mi alcance todavía. Ni en Taiwan fue fácil. Aunque me duele leer (lo he visto esta misma mañana). He visto como Triatlonchannel califica de “pollo” el Ironman de Taiwan cuando explicaba lo complicado que es clasificarse con este nuevo formato excepto en carreras como esta. Por lo visto, 17 pros chicos y 17 pros chicas en la startlist le parecen poco y nos considera, a esos inscritos, de un segundo o tercer nivel aunque vengamos de todas las partes del mundo a luchar por ello y con currículos largos y brillantes detrás de todos nosotros. Sí, me incluyo. Añadiendo la dificultad, en mi opinión, que tiene el correr en Asía por muchos factores, principalmente por el clima.

Reflexionaré en las vacaciones de todo ello… o no. Quizás simplemente me olvide del triatlón estas dos semanas y disfrute con mi marido de este bonito viaje.

Si de algo me siento orgullosa de esta temporada, es de sentirme querida y bien acompañada siempre. Empezando por mi entrenador Álvaro, con el que cada año que pasa, siento que el tándem que formamos avanza mejor.

Mi familia y mis amigos son parte de mi éxito y todos aquellos que me apoyáis y me seguís. De verdad. Lo mejor de todo esto es el sentirse tan afortunada por ello.

Nada sería posible sin mi club y mis sponsors. Estoy enormemente agradecida de la acogida de TRICBM Calella. Me lo han dado todo sin pedir nada a cambio –¡ Gracias Agustí !– .

Y a las marcas que me apoyáis. Gracias por toda vuestra ayuda. Es totalmente necesaria para mí.

Y gracias a Juanjo y a David por ayudarme tanto y de una forma totalmente desinteresada.

Embrum (Francia), 5.45h de la mañana del 15 de agosto. Estoy a cinco minutos de empezar el Embrunman triathlon. Es de noche todavía. No me lo puedo creer. Realmente es verdad lo que dicen, aquí se nada a oscuras. ¿Pero cómo vamos hacer eso? – me pregunto a mí misma. El acojone se mezcla con la emoción de que, al fin, haya llegado el día. Ese día que tanto he ansiado desde hace meses y que he preparado tan a conciencia. ¡Por fin! Voy a ver si sé disfrutarlo y gestionarlo como se debe. Ese es el objetivo del día.

 

5.50h. Sin demora, suena el bocinazo que nos marca la salida a las chicas. Que sensación tan extraña el correr hacía el agua sin ver absolutamente nada. Sin saber en qué momento cubre, y hacía dónde toca nadar. Pero lo peor… correr con los pies congelados pisando las piedrecitas que te adentran en el lago. A esa hora tan temprana la temperatura era baja. Las manos las tenía bien; frías, pero sin perder la sensibilidad. Sin embargo los pies los había dejado de sentir hacía rato. Me mató el correr hasta el agua esos escasos metros sobre la gravilla. Sentí como mil cuchillas se clavaban en mis plantas provocándome mucho dolor. Por suerte, el agua estaba mejor que nunca: 21 grados; lo cual favoreció a que, en pocos minutos, volviera a sentirlos y se aliviara ese dolor.

La natación fue muy complicada. Esperaba tener más referencias y formas de seguir el circuito, en cambio no fue así. La verdad es que no entiendo por qué en el breafing te explican el recorrido, las boyas que debes hacer… y sin embargo no te explican lo más importante y necesario: cómo llegar a ellas, cómo guiarse en la oscuridad de la noche para completar ese circuito. Aquí solo tienes suerte si logras ir en cabeza. Por desgracia, perdí a las dos favoritas en los primeros metros. Es cierto que yo ni iba a competir como ellas. Aunque suene raro, os puedo asegurar que en esta carrera venía con un objetivo totalmente diferente. Venía a tomármelo con mucha calma. A acabar. Me había dejado la etiqueta de “profesional” en casa. Esa actitud no dejaba de ser todo un reto para mí, pero era totalmente necesario. Así lo sentía.

Me quedé sola en las primeras brazadas. Mi condición de nadadora me permitió, al menos, ir siguiendo la estela o, mejor dicho: para mi gusto, la lucecita tímida que parpadeaba en el kayak que guiaba la carrera. Esa luz se iba alejando cada vez más y complicando más las cosas ya que, cuando cambiaba de dirección al sobrepasar una boya, la perdía de vista por unos instantes. Encontré boyas por el camino que no sabía si tenían sentido o no. En algunas había un kayak controlando y en otras no, y realmente no entendía nada de lo que estaba haciendo y sucediendo. –Todo eso me parecía más propio de una yincana o de una carrera de orientación–. Pero conseguí tomármelo a risa y sentirme satisfecha de atreverme con algo así y disfrutar de un triatlón único por cosas como esa. Aunque aún me dio más la risa en la segunda vuelta de natación. Ya era de día y ya se veían las boyas y conforme iba nadando me daba la sensación que ese recorrido no se parecía en nada al que había hecho la vuelta anterior. ¡Buf! Que locura. La verdad: no sé si hice la mitad o el doble de boyas. No tengo nada claro de lo que pasó durante esa hora en el agua.

A pesar de todo, me sentí súper cómoda. Me sentí a gusto nadando. Me noté rápida nadando fácil, controlando respiración y reservando toda la energía para el resto de la carrera. Nadé en solitario durante todo el recorrido. Exceptuando los metros finales donde encontré todo el pelotón que estaban aún en su primera vuelta. ¡Uf! No quiero pensar lo que fue esa natación para los que les cuesta nadar y/o tienen pánico a las aguas abiertas. Es la primera prueba de fuego de este triatlón. Realmente vi gente muy agobiada, muy desorientada; totalmente perdida en el agua, incluso parados ya en las orillas del lago.

Salir del agua no fue nada fácil tampoco. Entre todo el barullo de gente, el kayak que hacía de guía se había apartado y no sabía para donde debía ir. Tuve que pararme a preguntar dos veces a los árbitros de las canoas. Aunque la respuesta en francés no me ayudó mucho. Y pararme un par de veces más para quitarme las gafas e intentar intuir esa salida del agua. – ¡Que duro por favor! –-. Lo que creí que sería un trámite se convirtió en todo un desafío.

T1. Sin prisa, pero sin pausa. A diferencia de cualquier otro triatlón, decidí ponerme un maillot preparado con los bolsillos llenos. En esta carrera tenía que cuidar muchos detalles y la alimentación en la bici era uno de los puntos más importantes. Así que no me importó perder ese minuto de más. Por el contrario decidí no ponerme nada más. Sentía que había entrado en calor en el agua y que no debía abrigarme. Aunque por desgracia, en ese par de minutos, pisando la fría alfombra, se me volvieron a congelar los pies. Ponerme los calcetines y pisar en suelo mojado lo empeoró y ese calvario me acompañó en más de la mitad de la bici. Y no exagero. No sabéis lo duro que es eso de perder la sensibilidad de los pies durante más de 3h y pedalear así. ¡Horrible!

Por poco pierdo la carrera en boxes. Mientras me vestía, una árbitra no paraba de decirme cosas en francés que no entendía. Yo pensé que me decía que lo dejará todo recogido dentro de la caja, pero el cámara le dijo que yo era española y entonces me dice: ¡El chip!. –¡Por Dios!, no lo llevo en el tobillo. ¿Lo he perdido en el agua? –. Me centré y vi que, por suerte, estaba liado en el neopreno. Que susto. Menos mal que me avisaron sino… habría hecho una carrera en balde.

Me subo a la bici. Empiezan los 188kms y lo hace con un primer puerto de 4kms durísimos. Sin previo aviso. Es muy difícil controlar la emoción: esa euforia que siempre te hace pedalear con fuerza los primeros tramos del recorrido y más aún cuando lo haces rodeada de gente que te anima y aplaude con fuerza. Emocionante. –Creo que sí va a valer la pena estar aquí–me dije a mi misma. Y es que tuve muchas dudas hasta el último momento. Esto no se lo he contado a nadie, ni siquiera a Javi. Pero esta carrera me daba tanto respeto que me hizo dudar en muchas ocasiones de si sería capaz de conseguirlo; si estaba realmente preparada… Lo peor fue estar en Embrun los dos días previos y seguir teniendo esa sensación. Por muy valiente que sea, hasta el último momento tuve mucho pánico escénico. Hasta el punto de querer recular antes de hora. Pero ya estaba allí pedaleando.

Desde el principio me repetía a mí misma a lo que había venido aquí, lo tenía claro y lo estaba gestionando bien. Conseguí levantar el pie. Conseguí disfrutar del recorrido, del paisaje, del ambiente… y olvidarme de la “competición”. Aunque tener la cámara a un metro, grabándome en varias ocasiones, no me lo ponía nada fácil. Yo que quería pasar desapercibida… y al final iba a salir hasta en la tele. La sorpresa fue que esa situación no cambiaba, ninguna chica me daba caza y eso era muy buena señal. Y más cuando me estaba sintiendo tan conservadora.

La bici fue durísima a pesar de ir regulando en todo momento. Es un circuito muy exigente y de muchísimo desgaste. Su perfil habla por sí solo. Pero las piernas no son lo que más se queman, sino la cabeza. Es una prueba de resistencia física y psicológica. Hay que venir muy preparado y entrenado. Para correr aquí, creo que es necesario un trabajo mental brutal y saber qué con quién más vas a luchar es contra tu cabeza. Contra tus demonios. Contra tus miedos.

Vi gente que me pasaba rodando como un tiro y luego, en los puertos, los adelantaba… destrozados. Hay que saber gestionar muy bien esta carrera. Todos nos encontramos con fuerzas en el km 50, y hasta en el 100, sin embargo son 188 a los que, por detrás, había que sumarle una dura maratón. Eso es lo que me daba desconfianza. Eso era lo que no me dejaba

disfrutar del todo la bici. Tenía tanto miedo de bajarme a correr y no ser capaz de hacerlo. Tenía tanto pánico a los problemas de estómago… Ese nudo no me dejaba disfrutar del todo, pero a la vez me ayudaba a controlar aún más la carrera y a seguir luchando, kilómetro a kilómetro, como si fuese el último.

Sobre el kilómetro 80 empieza el ascenso al Izoard, el puerto mítico de la carrera. El puerto en mayúsculas. Catorce kilómetros de ascenso hasta los 2.300 metros de altitud. Una hora de subida. Que duro es eso, que duro resulta mantener la mente fría. Sin embargo logré gozarla. Iba subiendo con control. Aunque, por mucho que quieras guárdate, el desnivel no te deja. Fui restando curvas y kilómetros con ilusión y con buenas sensaciones. Me emocionaba el hecho de haber sido capaz de venir a este duro triatlón y sentir como estaba escalando con mi bici de ruta por una zona verdaderamente espectacular.

Llegué a la cima y coroné el puerto. Sin embargo fue un momento un poco agridulce. La euforia del culminar el ascenso se mezclaba con la realidad y me hacía pensar que me quedaba la mitad del recorrido. La mitad de desnivel positivo.

Aunque estaba deseando lanzarme hacia abajo, era necesario el pit stop en el avituallamiento. Pie al suelo y un voluntario me trae mi bolsa. Recambio bidones. Me pongo el cortaviento y los guantes. Mejor dicho: el guante. –¡Madre mía! ¡Qué tonta!– me dije en voz alta. Llevaba dos guantes de la misma mano ¡Que desastre!. Después de dudar unos segundos, me pongo uno y el otro me lo meto debajo del maillot. ¡Aig! Qué gilipollas soy. En fin… seguía teniendo tan claro a lo que había venido que ese detalle no me preocupó lo más mínimo. Suerte que hizo calor y me sobraba el guante y el cortaviento. Pero bueno…, ya estaba hecho. –Mejor eso que pasar frío en la mano descubierta– . jajajaja.

El descenso fue lo más duro. Casi me mato dos veces. No exagero. La carrera era tráfico abierto y nada más empezar a bajar el puerto, justo con Iñaqui Pena delante, que me acaba de pasar, nos encontramos dos auto caravanas que nos frenan de golpe. Intuí que para dejarnos pasar, pero… ¡buf!. Sin saber cómo, conseguimos esquivarlas cuando justo en el hueco de carretera que quedaba vemos que suben 3 ciclistas. Se tiraron, literalmente, a la cuneta para no comérnoslos. Suerte de eso que sino los hubiéramos arrollado a más de 50km/h. Aun así, dos curvas más tarde, me encuentro con un matrimonio mayor bajando en bici. Los intento adelantar por dentro cuando veo que se me cruzan y al frenar me derrapa la bici y veo como me voy directa para el acantilado. Consigo controlar la bici y sacar el pie al suelo justo cuando la rueda delantera se metía por el terraplén que había. ¡Dios que susto, joder! Ahí empecé a temblar y no de frío. Decidí tomarme las bajadas con mucha calma también y no jugarme la vida. A la vista está que hice todos los descensos más lentos que cuando vine a ver el circuito con Javi, y eso que íbamos tranquilos y con lluvia.

Eso fue lo peor de la carrera: El tráfico. Realmente pase miedo con los coches. Los franceses conducen muy mal, muy agresivos y sin ningún tipo de respeto. Ya no era el hecho de estar compitiendo y no perder tiempo, sino de no jugarte la vida. A la vista está que hubo muchos accidentes, como lo fue el de Víctor del Corral. Eso para mí desvirtúa este espectacular triatlón.

Tocaba seguir y hacerlo con mucho ojo. Que sensación tan extraña el empezar a bajar como si estuviera hecho y en cambio saber que quedan unas 3horas más de bici. No es nada fácil pedalear casi siete horas continuas en solitario. Fui sola toda la carrera, puntualmente me pasaba algún ciclista (no llegó a la veintena) y agradecías (ánimos mutuos). Sobre el 130 me pasó Gorka, y el hecho de intercambiar cuatro palabras con él fue muy gratificante.

El recorrido parecía no tener fin nunca. Cada repecho se hacía un mundo y de alguna manera costaba conservar la motivación. Se hacía difícil mantener a raya los pensamientos negativos y era imposible silenciar las quejas de tu cuerpo. Iba muy bien de piernas, tengo que reconocerlo. Pero las dos últimas horas fueron un verdadero infierno. Las fuerzas mermaban, el calor hacía estragos, y ya no me apetecía comer ni beber más “potingues”. Solo quería agua, o una coca cola bien fresquita. Me dolían las manos, los brazos, los cervicales y sentía como toda mi zona intima estaba tan escocida que no sabía ni cómo sentarme.

  

Luché mucho contra mi cabeza. Me dije varias veces que esta y no más. Pero… ”Esta sí Judith. Esta debemos conseguirlo. Estas haciendo un carrerón. Sigue demostrando de lo que eres capaz.” me iba repitiendo a mí misma. Aun así, a pesar de lo entera que estaba, dentro de todo, mis fantasmas seguían ahí. El miedo a no acabar por problemas de estómago (por tercera vez consecutiva), no dejaban de rondar dentro de mi cabeza y eso me iba consumiendo.

Aunque parecía que nunca iba a llegar, llegó. Llegué a la T2. Pisar esa alfombra me supo a gloria. Y más sentir que las piernas iban. La mejor alegría fue ver y escuchar a mi familia (mi hermana, mi cuñado y mis “niñas” (mis sobrinas)). Eso fue una inyección de energía brutal. Sabía que debía correr por ellos. Javi me animó en boxes y sus palabras me dieron mucha confianza. Lo estábamos haciendo muy bien y podía con ello.

Le dediqué tiempo a la segunda transición para prepararme bien para la carrera. Coger todo lo necesario y tomarme el primperan, que debía ser mi solución en carrera.

Sentir que eres capaz de correr con fuerza después de los durísimos 188km de bici, es la mejor satisfacción que se puede tener. Había algo no me dejaba despegar las alas del todo por el miedo a chocar contra un muro mental en cualquier momento. Pero disfruté de mis buenas sensaciones. Corrí con ganas. Intenté saborear el encanto del recorrido, a pesar de su dureza, y supe disfrutar de los ánimos del público, de los pocos catalanes y españoles que estaban por allí, y de la compañía de Gorka en nuestro mano a mano particular que hizo la carrera mucho más amena. Pero sobretodo: llegar a cada punto donde estaba mi “Team Koraxan” eso fue la mayor satisfacción. Se pusieron estratégicamente para darme ánimos durante unos metros. Primero mi cuñado, luego mi hermana, más tarde Javi y por último mi sobrina Laia. Y eso se repetía dos veces por vuelta. Yo no podía dejar de sonreír al verlos. Su apoyo estaba siendo fundamental y realmente me lo hicieron pasar bien.

Pasar por el final de la segunda vuelta y que mi sobrina de ocho años me gritase: “Tieta, ¡t’estimo molt!”, fue uno de los momentos más mágicos de la carrera. Difícil venirse abajo después de eso. <Va Judith, tienes que conseguirlo, por ellos, llevan once horas sufriendo aquí contigo. Esta vez lo vas a conseguir>. Me repetía a mí misma. Javi estaba como yo, se lo notaba. Estaba emocionado con mi carrera y con mi entereza, pero era prudente porque él me conoce mejor que nadie. Ha vivido conmigo mis problemas de estómago y mis retiradas. La de Sudáfrica en el km 30 la vio en directo. Y él, igual que yo, temía que me volviera a pasar. “Te espero en meta” me dijo al empezar mi última vuelta. Sé que esos 14 kilómetros se le hicieron casi tan largos como a mí y sé que tanto él como yo suplicamos que nada me impidiera llegar hasta la meta. Fuese en el tiempo que fuese y en la posición que se antojara.

Iba muy vacía. Para no provocar al estómago hice solo dos geles (km 2 y 15) y un bidón con 30gr de hidratos. Muy poca gasolina para una maratón. Así que los problemas de estómago se me sumaron a la falta de energía, al miedo de caer redonda en cualquier momento por sentirme completamente exhausta. Y a todo ello los amagos de rampas en todos los músculos de mi tren inferior. La coca cola fue lo que me mantuvo viva hasta el final.

Última vuelta. Todavía 14 eternos kilómetros por delante. No era capaz de ver la meta alcanzable aún, pero os aseguro que iba hacer todo lo imposible por llegar a ella. Y si no…, pues no pasaba nada. Me convencí de ello desde que me apunté a esta carrera y me seguía convenciendo de ello compitiendo. Si algo me caracteriza es que no tengo miedo al fracaso, tengo muy claro que es parte de la competición y yo soy muy buena competidora. La gente me ha tomado por loca al inscribirme a esta carrera sin haber finalizado antes un Ironman. Dos retiradas son lo que marca mi currículum en esta distancia, pero no iba a dejar de intentarlo. No tengo que demostrar nada a nadie, sin embargo, mi orgullo y cabezonería no me permite rendirme sin conseguirlo.

Busqué motivaciones para no oír las quejas de mi estómago que empezaba a reivindicarse contra mí. En la subida me ayudaron las palabras de Álvaro, sus consejos. Y me dio fuerzas para que no dejará de trotar ni un solo paso, para no caer en la trampa de andar. Aunque en esa zona no había nadie que corriera, excepto yo (al menos cuando yo pasaba). Debía luchar por mi entrenador. Le debía parte de la carrera. Nos hemos pasado un mes entrenando juntos, había sacrificado su tiempo y el de su familia por ayudarme; por estar a mi lado en todo momento y hasta me abrió las puertas de su casa. Debía…, tenía…, que acabar para agradecérselo.

Tenía más personas en mente. Más personas que me habían ayudado a preparar esta carrera y sentía que debía de continuar por ellos. Por mis amigos: el “Team Pirinexusss”. Me han ayudado a entrenar, a sufrir, a buscar KOMS (que para nosotros que tiene mucho más significado que un simple record de Strava, porque tienen risas, euforias, piques, luchas, sacrificios, premios, diversión…). Ellos son muy importantes para mí y la excusa de preparar esta carrera nos ha hecho disfrutar de muchos momentos juntos.

Últimos cinco kilómetros. Las ganas de vomitar aguantaban, sin embargo las de ir al baño no. Ni con el fortasec que me había tomado. No veía el momento de parar, no veía ninguna zona para “medio esconderme” sin enseñar el culo a todos los corredores. No veía baños en ningún sitio. –¡Judith aprieta el culo o ¡para! Tienes 20’ de ventaja puedes permitirte andar lo que quieras–. Estaba pisando el pódium. ¿Quién me lo iba a decir? De soñar con acabar la carrera a verme subida en él. –Judith intenta disfrutar de lo que estas logrando. Te lo has currado–. Un mes fuera de casa. Sola. Preparando a conciencia esta carrera. Ha sido muy duro. He sufrido mucho entrenando. He echado mucho de menos a Javi, a mi familia. Y he derramado muchas lágrimas. Tantas como hasta el punto de plantearme si realmente valía la pena. Preguntándome cientos de veces si esto es lo que quiero: entrenar y dejar todo lo demás a un lado. Y todo eso añadiendo el hacer un gran sacrificio económico para costearlo. Porque que nadie piense que esto ha sido gratis. Sin Javi cerca no soy nada, sin ver a mis sobrinas, sin mi gente. Yo amo el deporte, yo adoro entrenar, pero con la motivación y la compañía de los míos. Sino… – ¿vale la pena?- me pregunto.

Pero definitivamente estaba valiendo la pena. El trabajo, la constancia y sobretodo el creer en mi iba a tener su recompensa. Estaba consiguiendo acabar mi primer Ironman, y no uno cualquiera. El tercer intento iba a ser el bueno. Por fin iba a saber lo que significa cruzar la meta y lo iba a vivir en Embrun. Son pocos los que se atreven con esta carrera. Yo me atreví con ella, a pesar de mis antecedentes, y lo estaba bordando. Estaba haciendo historia e iba a sumar mi nombre a un palmarés donde otro español, catalán también, el gran Marcel Zamora era el rey. Él también estuvo presente en mi carrera. Fue mi inspiración desde que llegué a la Cerdaña para preparar esta carrera. Empecé su libro y lo acabé un día antes de competir. Sentía que me daba fuerzas.

Último kilómetro y empezaba a saborear la gloria. Empezaba a sentir que ese sueño se estaba haciendo realidad. Y justo entonces, apareció mi hermana para certificar que era cierto, que eso era real y que lo estaba consiguiendo. No pude devolverle todas las palabras que me regaló en ese momento, pero gracias a ellas conseguí completar los metros finales que me hacían, por fin, cruzar el arco de meta. ¡SOY FINISHER!

    

Embrun no deja indiferente a nadie. Es de esas carreras que hay que vivirlas. Superación, resistencia, agallas, cabeza, valor… muchos adjetivos y sinónimos para describirla. Lástima que hay un PERO muy grande. Los premios económicos de las chicas son muy inferiores a las que reciben los hombres. ¿Por qué? Parece que para ellos no tenemos suficiente mérito las chicas. ¡Qué pena! Por eso quizá se llama Embrun”man”. ¿No?… me pregunto.

Embrun, fue mucho más que una carrera. Fueron unas pequeñas vacaciones en familia. Con la mejor compañía y con bonitos momentos que no cambio por nada. Lástima no quedarnos algún día más después de competir. Pero ya se están haciendo planes para volver el año que viene. ¿Quién competirá entonces? ¿Javi? –Porque… eso de repetir… a día de hoy… no lo veo.

      

Ahora necesito un reset. Reconozco que a pesar del logro y la emoción que ahora siento, esta carrera me ha desgastado mucho. Física y psicológicamente. Antes, durante y después. El post carrera ha sido duro y debo seguir trabajando para solucionar esos problemas de estómago que tanto daño hacen.

  

Llegar a Vitoria siempre es un placer. Desde el momento que pisas la ciudad, la organización te recibe con los brazos abiertos. A mí y al resto.

Venía tranquila, pero fue empezar a sentir la magia de esta carrera y los nervios empezaron a florecer. Y más después de una presentación de lujo (cada año se superan más, si cabe) donde nos hicieron desfilar a los atletas élite por la alfombra azul que nos guiaría hasta la meta en la carrera; en el mismísimo centro de la Plaza España.

Llegué sola a la ciudad. Javi vendría en tren el sábado, después de no poder arreglar el turno del viernes noche. Un gran sacrificio por su parte. Pero, como siempre, iba a estar a mi lado en la carrera. Lo eché mucho de menos ese día. Estuve muy rara sin él. Aunque la verdad es que no me sentí sola en ningún momento. Además de todos los amigos y conocidos que competían, o venían de supporters, estaba Agustí que vino a ver, y apoyar, a dos de sus chicas del TRICBM (a Dolça y a mí). Y a parte de la gran compañía, se preocupó para que no nos faltara de nada. Aunque con una organización como la del Triathlon Vitoria, es difícil no sentirse entre algodones.

Entre los eventos típicos y la logística previa, el domingo llegó casi sin enterarme.

Tocaba luchar por revalidar título y me sentía con fuerzas para ello y con mucha confianza en mí misma. Debía creérmelo y salir a por todas, aunque con cabeza. De hecho, fue la primera vez que me llevaba recambios por si pinchaba. Dios no lo quiera, pero… eso pasa y debía estar preparada por si me tocaba. No quería quedarme fuera de carrera por nada del mundo y estaba dispuesta a darlo todo.

Justo, poco antes del inicio de carrera, dejó de llover. 8.30h y salen los chicos elite. Y un minuto más tarde lo hacemos nosotras.

¡Empieza la carrera!

Salto al agua para pasar de 0 a 100 en un segundo. Por mucha media o larga distancia que sea, nunca se sale tranquila. No tuve tiempo de relajarme porque veía que, desde el principio, Helene se me escapaba. Así que tocó luchar mucho en el agua. Eso sí: muy cómodamente porque este año ha sido un privilegio salir en solitario. Los elites lo hicieron un minuto antes y el resto, tras mí, lo hizo un minuto después. Por lo que me ahorre, como me pasó el año pasado, la de tener que evitar golpes y agobios en el agua. Aunque se nada genial en Landa, no es fácil una natación con tanta gente, así que este año hemos sido unas privilegiadas. Se agradece.

Como digo, la natación se me hizo muy dura y larga. No iba cómoda en ningún momento. Fui muy forzada. Me pesaba el hombro izquierdo  y sentía que iba arrastrándome en el agua (por culpa de no calentar bien y no ajustarme en condiciones el neopreno). Sin embargo, lo peor fue el calor que pasé. El agua estaba al límite, incluso hubo dudas el día previo por si se usaría el neopreno o no. Y aunque a las 8h de la mañana se agradecía enfundarse en él, para meterse en el agua, a los 300 metros de la carrera, sobraba. Fue sofocante y se me hizo un poco infernal completar la natación. No sé si fue por eso, o porque estaba llevando un ritmo estratosférico y viendo que Helene se me escapaba y que María venía pegada a mí. Finalmente 26’20”. Una natación como siempre, ni más ni menos. Siempre nado igual, ya sea en agua dulce o salada, con olas, con corriente… Bueno, no habrá sido tan mala cuando no paré de adelantar a los chicos élite en el agua. Incluso me atrevería a decir que se puede contar con los dedos de una mano los que llegaron a la T1 delante mío. Y eso que nos llevaban un minuto de ventaja.

T1 rápida. A pesar de meterme en un pasillo equivocado. Por la mañana, estando en boxes preparando todo, vi que Helene estaba en el pasillo contiguo al mío y, por lo visto fue en error y finalmente estábamos en el mismo. Eso me despistó. Pero por suerte ella, que también tuvo alguna dificultad para encontrar su bici, me avisó para que corrigiera mi error. Son las cosas que tiene la gran Helene Alberdi: “Compañerismo puro y duro y en mayúsculas. ¡Gracias!

María Pujol también venía a la caza. Pero rápidamente me subí a la bici para escaparme en solitario. Bueno, en solitario en cuanto a la carrera de chicas. Me subí junto a Luarca y, tras rebasarlo mientras él se demoraba colocándose las zapatillas, me volvió a pasar. Sin embargo, lejos de rendirme, me dispuse a intentar seguirle. ¡Uf! Igual fue muy arriesgado por mi parte. Era un suicidio en los primeros kilómetros, pero, a la vez, una motivación y una distracción muy valiosa. Además, al no marcarme los wattios, creo que por tener la brillante idea de poner una pila gastada, me pude permitir el lujo de ir por sensaciones de nuevo, aunque eso pudiera costarme duras consecuencias. Fue duro, pero conseguí mantenerme tras él un par de kilómetros.  Entonces se sumó Eric Merino, y eso me dio un poco de tregua para no perder la estela. Poco más tarde (uno o dos minutos aproximadamente) se unió un elite más y al instante Pedro Andújar. Fuimos durante un tiempo vigilados en todo momento por el juez, y con el miedo de no meterme en zona drafting, pero sin querer pecar de prudente y perder ese “ave” que me estaba haciendo sentir muy fuerte aguantando ahí. Eso sé, con muchos esfuerzos.

Pero el viaje no duró mucho. En el kilómetro 6, pasando el primer pueblo del circuito, vi como Pedro, por evitar baches, y los pivotes del asfalto, invadió sin querer el carril contrario. ¡Gua! Lo vi y se me supo hasta mal cuerpo. Yo era la primera interesada en que las cosas no cambiaran por el momento. Sin embargo, al igual que yo, lo vio el árbitro que un poco más tarde (no sé porque esperó tanto) se puso en paralelo suyo para enseñarle la roja directa. Pedro aceptó resignado reconociendo su error. Fue una leve maniobra, pero le costó la carrera. Y a mí un disgusto. No solo por lo que le pasó a él, sino  porque inevitablemente, mientras Pedro hablaba con el árbitro, el grupo se fue y yo que ya iba al límite, mientras reaccioné y lo adelanté, perdí todas las opciones de seguir luchando con ellos. Poco después me pasó Pedro a toda leche, producto del cabreo que llevaba, y ante eso sí que no pude hacer nada y en menos de 10 kilómetros perdí cualquier referencia en el sector ciclista. Yo fui la principal perjudicada de esa tarjeta. No sé cuánto podría haber aguantado ahí, sé que era muy arriesgado, pero me hubiera gustado intentarlo. No culpo a Pedro por ello, solo faltaría, además tuve el placer de conocerlo y me cayó genial.

El resto del trayecto en bici os lo resumo en una palabra: “Soledad». Fui sola todo el recorrido. Más de ochenta kilómetros pedaleando en la más triste soledad. No digo que no me pasará nadie más, lo hicieron cuatro chicos, espaciados en esas más de dos horas restantes, lo hicieron en cuenta gotas y a un ritmo que ni olí. Eran elites rezagados en el agua que pasaban como rayos. Así que agradecí de sobremanera cuando algún fotógrafo se me acercaba para hacerme unas cuantas instantáneas, incluso hasta el hecho de que una moto de un juez viniera a controlarme desde atrás. Aunque, aun no entiendo por qué tanto control cuando iba más sola que la una. Hecho que se repitió en varias ocasiones y durante un buen rato. Bueno, sus motivos tendrán, obviamente.

La parte negativa de esto, inevitablemente, jugar en desventaja respecto a mis rivales que iban todas en grupo. Pero dentro de la legalidad ¡eh! No malinterpretéis el “ir en grupo”, que yo no soy quién para juzgar a nadie y menos sin saber, para eso están los árbitros. Pero los números hablan por sí solos, ya que pasé de tener una ventaja de 5’ en mitad del tramo ciclista (y eso que salimos juntas del agua) a llegar a la T2 con solo 3’30. Obviamente la culpa es solo mía por querer irme en solitario desde el principio. Jejejeje. Otra cosa negativa fue que, en varios puntos del recorrido, dudé. Sin referencias y con los voluntarios algo dormidos todavía (lo digo con todo el cariño, porque sin ellos esto no sería posible) en una ocasión tuve que realizar una segunda rotonda completa tras desviarme de la trayectoria y no querer hacer una maniobra peligrosa y sancionable. Pero bueno, son puras anécdotas al fin y al cabo.

La parte positiva es que rodar en solitario es prácticamente la dinámica de todas mis carreras. Así que estoy más que acostumbrada. Solo hay una cosa clave: concentración. No hay más que agarrarse a los acoples, agachar la cabeza y mantener esa entereza constantemente, pedalear sin parar, pero con control, y mantener la cabeza fría en todo momento. Y no dejarse llevar por pensamientos negativos y más cuando al sentirte tan sola en la carretera dudas de cosas como: si vas bien…, si vas lenta…, etc.

Hubo momentos buenos. Sobretodo llegando al paso por vuelta cuando escuché que el Garmin me pitaba y leo: teléfono conectado. Eso es que Javi estaba cerca (llevaba mi móvil encima). Fue curioso y eso me dibujó una sonrisa en la cara. Aunque sin ese aviso auditivo lo hubiera visto igual porque la camiseta del Team Koraxan con la que vestía no pasaba desapercibido. Me animó y me cantó esos cinco minutos de margen que llevaba y que me hace mostrarle a una sonrisa aún más grande. Escuchar eso, y llevar tan buenas sensaciones, me dio vida después de la carrera tan aburrida que estaba teniendo. También me alegró ver a Ana, una chica a la que entreno y que vino expresamente a verme desde Barcelona. Soy una persona muy afortunada.

No quiero que parezca que no disfruté de ese sector. Al contrario. Si lo hice, el ir tan sola era una gran señal de que estaba haciendo una buena bici. Además me encontré genial. Iba fuerte y entera en todo momento y permitiéndome gestionar la carrera con cabeza sabiendo que podía llegar a Vitoria con margen. No quería dejarme llevar por las dudas o el miedo y desgastarme más de la cuenta. Y no todo fue soledad en el sector ciclista porque bordear todo el lago es pedalear con un sin fin de aplausos del público que se congregan en esa zona y te hacen vibrar en el paso por Landa para encarar los últimos 30 kilómetros del recorrido. Y donde te regalan fotos como esta:

Segunda transición. Uno de los momentos mágicos del día. Eso ya era otra cosa. Todo el pasillo de la segunda transición está repleto de gente. Y volver a vivir ese momento fue impresionante. Se desviven animando desde el momento en que pones el pie en el suelo y con las piernas temblando de la emoción corrí hasta boxes para calzarme las zapatillas y empezar el último sector de la carrera.

Llegar a boxes y ver a varios chicos sentados tomándose su tiempo para afrontar la carrera a pie me hizo sonreír. Los esquivé como pude para ponerme de pie las zapatillas (yo los calcetines me los pongo siempre en la T1) y salir con ventaja. Aunque quise correr demasiado por querer salir por donde había entrado y ahorrarme la vuelta de rigor. ¡Aig! Hoy no es mi día en boxes. Pero estaba tan contenta, estaba tan confiada con mi rendimiento en carrera, que esos pequeños errores me resultaban graciosos.

¡Uf! Costó mucho contener la emoción en el paso por esa segunda transición y el remate fue volver a ver a Gorka, el alcalde de Vitoria, esperándome de nuevo en la bici para guiarme por las calles de su ciudad. — ¡Ahí está esperándote el alcalde de nuevo! — me grito Aitor, un miembro de la organización. Y es que un año más, el alcalde volvió a implicarse en la carrera, montado en la bici que guía a la primera chica y tuve la suerte de ser de nuevo la afortunada protagonista. Detalles que engrandecen aún más esta impresionante carrera y a su organización.

La emoción y la agonía de saber que por detrás me habían recortado distancia, me hizo correr muy forzada y algo preocupada. Para colmo, no me conectaba el gps y no tenía ni idea de a qué ritmo estaba corriendo. Así que, hice un lap entre el km3 y el 4 para tener una idea y vi que ese kilómetro lo hice en 3’38. ¡Dios! —Igual es por eso que voy un poco ahogada, ¿no?— me dije a mi misma. Es que es imposible controlarse en esta media maratón repleta de gente y con todos esos ánimos de un público que vive con euforia tu carrera. Y de Gorka, que no paró de animarme. A pesar de los amagos de rampas en los cuádriceps y del calor que hacía que me daba una sensación de mareo. Sin embargo, la gente no me dejaba desfallecer. Ver a mis chicas del Team Koraxan, a Javi y a Ana. La sorpresa de encontrarme a Juanan y a Piluka. La espera de ver a Gemma saltando y gritando. Y a todos los corredores que me animaban al pasarles. Todo eso me hizo sentir que volaba. Volar quizá no, pero conseguí volver a aventajarme en la carrera por encima de los cinco minutos de nuevo. Y eso fue el punto extra para que en la segunda vuelta consiguiera olvidarme del reloj, de los ritmos, del miedo de perder la carrera y lograr disfrutar del ambiente, de la gloria y de saborear esa segunda victoria en Vitoria.

Antes de entrar en los 2 kms finales repletos de gente, agradecí una vez más a Gorka su compañía y su gran gesto. Y prácticamente corrí con los ojos cerrados, con los pelos de punta y con el corazón a mil escuchando los gritos y los aplausos del público. Qué bonito es eso. Que lujo es vivir eso. Entrar en la Plaza España, pisar la alfombra azul y ver esos globos de colores cogidos por los niños. Ese es el climax de la carrera. Todo eso y con el colofón final de abrazar a Javi después de levantar la cinta de campeona.

Y ocurrió otra vez. No fui capaz de contener la emoción. Vitoria me volvió a regalar algo mágico e inolvidable. Pasé por el mal rato de no conseguir articular ni una palabra por unos minutos mientras estaba junto al gran speaker (al que apreció mucho). Fue un momento angustioso pero imborrable.

Solo puedo, una vez más, agradecer a Eduardo (director de carrera) y a todo su equipo el trato recibido y la carrera tan espectacular que consiguen hacer. Y a todo el público que lo envuelve como si se tratase de una niebla invisible.

A nivel personal, increíble lo que he conseguido. Cuatro triunfos seguidos en carreras muy importantes. No puedo hacer más que disfrutar de este gran momento que estoy viviendo y agradecer a todos los que me acompañáis, me apoyáis y me felicitáis y me hacéis sentir muy especial, más de lo que os imagináis.

Y a Álvaro: gracias por ayudarme a lograr todo esto.

Después del Half hubo más. Tocaba animar a todos los corredores del Full. En especial a los que tengo la suerte de entrenar y a los que quiero y admiro. Y disfrutar de otra espectacular carrera viviéndola desde fuera. Donde seguí escuchando como muchos atletas me felicitaban interesándose por mi resultado mientras pasaban, sufriendo, por delante mío.

Ellos sí que tienen mérito.

No me puedo ir más contenta y agradecida de Vitoria.

Vídeo resumen de la carrera:

Domingo 10 de junio, una semana antes de la carrera, y ya estábamos situados en Logroño. El motivo de llegar tan pronto fue porque vinimos directamente de Zarautz. Nos lo montamos así para no pegarnos la paliza de coche dos veces en tan poco tiempo. Y, de paso, con la excusa, disfrutar de unos días tranquilos, a pesar de ser una semana pre competición. La verdad es que no pudieron salir mejor las cosas. Gracias a un amigo (David, del triatlón La Rioja y organizador de la prueba), alquilamos en el centro un piso que estaba genial. Poder estar como en casa (cocinar, lavar la ropa, descansar, trabajar…) era una gran ventaja. Y es que, a pesar de sentirnos como en casa, la sensación era estar de vacaciones: turisteando por una bonita ciudad, que no conocía, entrenando lo justo y sobretodo, durmiendo y descansando mucho. También aproveché para cumplir con algunos compromisos profesionales. El jueves grabamos, cerca de allí, el video para “El triatlón de Vitoria en su compromiso con la mujer”. Nos llevaron a un sitio espectacular —estoy deseando ver el vídeo—. Y a pesar del tute que nos metimos, por lo que conlleva grabar algo así, valió mucho la pena. En otra ocasión me hubiera preocupado de ese desgaste físico a solo dos días de una carrera. Pero, estaba tan relajada, que ni me importaba. No es que fuera confiada para la competición; ni mucho menos, pero sí que tenía la sensación de tener los deberes hechos. Venir de ganar en Zarautz había sido una recompensa tan grande que, pasará lo que pasará, ya estaba satisfecha. Y sabía que no iba a ser fácil competir solo una semana más tarde. Por cierto: gracias al reportaje, mientras grabábamos en bici, me di cuenta que no me iba el freno trasero. Supongo que, de tanta lluvia, se oxidaron los cables y se quedaban las pastillas pegadas a la rueda. Así que, suerte a eso, el viernes llevé la bici a un taller y la dejé hasta el mismo sábado por la mañana.

Tenía unas sensaciones muy raras. Estaba en Logroño para competir y debía correr un Half (otro) y sin embargo, supongo que entre la emoción de lo vivido en Zarautz, que aun perduraba, y el estar allí tan, cómoda y relajada, hizo que me sintiera muy tranquila; sin nada de nervios por la carrera y, sobretodo, físicamente muy bien y prácticamente recuperada. Lo único que me quitaba el sueño eran los dos boquetes que tenía en las rodillas (heridas que me hice a consecuencia de una caída en Zarautz). Me estaban dando mucha guerra y me preocupaban para competir. No soportaba ni un roce y me dolía mucho al flexionar la pierna. Ahora, ya os puedo adelantar que, en carrera, ni me enteré; tan solo que vi las estrellas en el momento de quitarme el neopreno, y ya no más.

No fuimos los únicos que nos quedamos allí toda la semana. También lo hicieron Aida y Gus con las peques, con los que compartimos la semana. Y estar con ellos siempre es un placer. Menos lo de intentar seguir entrenando a Gus – jejejeje

Pues, con todo eso y sin darnos cuenta, llegó el momento de competir. Una vez ya en boxes (en las horas previas), sí que fue inevitable no ponerme nerviosa. Sin embargo, aun así, mucho más relajada y confiada que otras veces. Tenía mucha seguridad en mi misma y quería defender la etiqueta de favorita que llevaba para esta carrera. A pesar de no sentirme al 100%.

Fue como un déjà vu el estar poniéndome el neopreno junto a Julio, Jordi, Edu…, mis compañeros del Prat; el club que me abrió las puertas a este deporte y las personas que me enseñaron todo sobre el triatlón. Pero lo más especial, fue que estaba Richard. Y que volvía a ponerse un dorsal después de casi cuatro años. Varias temporadas después de estar en el dique seco por culpa de su lesión de cadera. Y aunque no estaba ni mucho menos entrenado para volver, poder correr y competir, estar ahí, ya era un gran logro. Los que le queremos y lo conocemos desde hace mucho, sabemos lo importante que era para él ese momento. Y muy emocionante para los demás. Bueno…, al menos para mí. Él, desde el principio, ha sido mi referente en este deporte. Me dejó su bici cuando llegué al Prat, sin conocerme de nada, porque yo ni siquiera tenía. Y desde entonces fue mi guía y mi apoyo en este mundillo. Y un gran amigo que tengo la suerte de conservar.

Sin más dilaciones, llegaba el momento de meterse en el Ebro. El agua estaba fresquita (17 grados), pero se agradecía porque el día estaba siendo muy caluroso y estar una hora con el neopreno puesto, por culpa de los timings de carrera, incitaban a remojarse.

Presentación desde el embarcadero, entrada al agua (para colocarnos en la imaginaria línea de salida) y de inmediato el bocinazo. Viendo que era imposible mantenerse en un punto fijo y no irse corriente abajo.

La natación se me hizo muy dura. Remontar el río me desgastó mucho. Luché para que no se escaparan María Pujol y otra chica que no reconocía (era Sara Bonilla) y aunque, al llegar a las boyas de giro, por fin las alcancé, mi mala maniobra me hizo volverlas a perder. ¡Qué horror! Viví el peor momento del día. La primera bien, pero la segunda boya me jugó una muy mala pasada. La corriente te empujaba hacía abajo y no te permitía hacer bien el giro. Me escoré mucho y, cuando quise rodear la boya, la fuerza de la bajada del agua me metió debajo de ella. Al principio se me escapó una carcajada, pero cuando cogida a la cuerda de la boya, sumergida, sentía que no era capaz de sortearla, me acojoné. ¡Qué agonía! Casi me ahogo. Fueron esos segundos que se hacen eternos y que por un momento sientes que se acaba la carrera, que no puedes luchar contra eso y que te dan ganas de soltarte de la boya y dejarte llevar corriente abajo, rendida. Pero de golpe, un click se enciende en el cerebro y te dice que no puedes dejar de luchar. Que no puedes tirar la toalla y te convences a ti misma que puedes con eso. ¡Pues pude! No sé cómo, pero conseguí sortear la maldita boya. Por lo que sé, la gran mayoría no pudo y lo dejaron por imposible. Pero seguro que, a mí, de haberlo hecho, esa infracción me hubiera costado la descalificación. Como es normal.

  

Con la rabia en el cuerpo logré alcanzar a mis rivales (que me habían sacado 15-20 metros). No hay mal que por bien no venga. Y volé corriente abajo hasta la salida del agua. Menos mal que la última boya estaba mejor puesta y, aunque costó salir, era un tramo a nado en diagonal y favorecía la llegada a tierra. 25 minutos largos fue lo que tardé. Prácticamente el mismo tiempo que otro Half (para que os hagáis una idea). Así que imaginaros lo que pudimos tardar en contra y lo que se voló en la vuelta. Increíble. Muy dura esa natación. No quiero pensar el calvario que supuso para el que no es nadador, ¡buf!

Transición larga y que me hizo quedarme atrás por la necesidad de recobrar el aliento. Supongo que mis rivales iban algo más frescas que yo. Eso sí, me quité el neopreno nada más salir del agua para correr más cómoda sin él. Sobre todo por lo de mis rodillas.

A pesar de mi lenta transición. Antes de salir de Logroño, en los primeros 2kms, me puse en cabeza y me marché en solitario. Fue un caos salir del centro. Mucho tráfico y un poco de descontrol por la falta de respeto de conductores y viandantes que casi me cuesta la vida en un par de ocasiones. Sorteando coches, autobuses, conos… Y la moto de la Guardia Civil que abría la carrera y que tenía más dificultades que yo para maniobrar con ese pedazo moto. ¡Qué estrés! Pero rápido pasé, de eso, a la soledad total que tuve en todo el segmento ciclista.

Se me hizo durísima la bici. Fue muy duro luchar, hasta el kilómetro 70, contra el viento. Completamente sola. Muerta de asco. Sufriendo mucho por mantener la entereza, por no dejar de pedalear con fuerza y sin tener ninguna distracción. Realmente lo pasé mal. Pero, paradójicamente, estaba haciendo una carrera espectacular.

Mis sensaciones fueron horribles desde el principio. Me sentía agotada. Sin fuerzas y luchando mucho por coger un ritmo decente que nunca sentí que llegara. Muy atrancada, sin fluidez y con mucho dolor de patas. Pero yo seguía allí. Con mi lucha. Tirando de coco más que nunca y lamentándome de volver a competir solo siete días más tarde. Además, iba muy acalorada y muy sedienta. Al llegar al primer avituallamiento, sobre el kilómetro 25, ya estaba seca. Y lo peor fue no conseguir alcanzar ninguna botella de agua; ni de isotónico. No les echo a ellos la culpa, ni mucho menos, pero los voluntarios eran chicos muy jóvenes y sin práctica en eso, y escondían la mano cuando le cogías la botella (por miedo, los pobres). Y yo, que no soy muy ágil, no logré coger ni una. ¡Buaf! Seca hasta el km 53 (siguiente avituallamiento).

Ir sin agua fue el remate. Pensé que en cualquier momento aparecerían las rampas y la deshidratación me pasaría factura. Pero para colmo, cuando por fin llegué al segundo avituallamiento, casi una hora más tarde y consigo coger un botellín (aquí los chicos tenían más astucia), de golpe, veo que la moto de la Guardia Civil gira a la izquierda calle abajo y yo, sin poder rellenar el bidón delantero, aguanto el botellín con los dientes, para poder maniobrar y después de ese giro (brusco e inesperado), siento que algo no va bien. No era muy lógico el avituallamiento antes de un giro y una bajada. Además, escucho que me gritan mucho los chicos del avituallamiento y, al girarme, veo que me hacen gestos como para que vuelva. Así que decido pasar de la moto, pongo pie en el suelo y, tras unos segundos de desconcierto, tiro el botellín sin rellenar y remonto calle arriba para tomar la dirección correcta. ¡Uf! No me lo podía creer. —<¿Cuánto he perdido aquí? ¿un minuto? ¿Dos? Esto me puede costar la carrera —. ¡Guau! Que impotencia. Porque si se te escapa la carrera, por un minuto, después de algo así… ¿Qué pasa?

La rabia se apoderó de mí. En ese momento crees que has echado a perder la carrera y encima, no por culpa tuya. Poco después, me vuelve adelantar la moto del Guardia Civil para situarse unos 30 ó 40 metros delante de mí, como debía hacer. —Sé que todo el mundo se equivoca, y o te culpo por ello. Pero al menos discúlpate ¿No? —Pensé. Lo único positivo de eso fue que consiguió evadirme durante cinco minutos y quitarme de la cabeza la incansable lucha contra el viento.

Lo raro fue que, ni con esas, me había pasado todavía Gustavo. Y eso sí que fue alucinante. Iba jugando yo sola a apostar en qué kilómetro me pasaría Gus, y que intuía que sería el primer chico en hacerlo. Debía buscar una distracción para lidiar con los pensamientos negativos que me transmitía mi cuerpo. Aposté, teniendo en cuenta cuando me pasó en Zarautz (donde igual que aquí, los chicos salían diez minutos más tarde), y mis malas sensaciones aquí, que lo haría en el kilómetro 30. Cuando pasaba por ese punto kilométrico y aún no me había alcanzado, apostaba por llegar hasta el 35 y así sucesivamente. La sorpresa fue mayúscula al ver que los kilómetros pasaban y seguía liderando la prueba. Con razón la gente que me animaba al pasar lo hacía como si fuera un chico, estaban tan sorprendidos como yo. Así que me lo tomaré como un alago.

Finalmente me rebasó en el km 59. ¡Aig! ¡No llegue al 60! – Jejejeje . Fue brutal. Nos animamos mutuamente y me dijo que llevaba una gran ventaja. En ese momento empecé a creer que las malas sensaciones no eran solo mías sino de todos, y que la bici estaba siendo durísima. No solo por los toboganes, y el calor, sino por el viento. Suerte que en el último avituallamiento, sobre el km 63, conseguí coger una botella de agua. Estaba dispuesta a poner pie a tierra y todo. Pero no hizo falta. Aunque la sed y el agua, que inevitablemente derramas al rellenar el bidón delantero en marcha, hizo que me durara un suspiro. Estaba deseando llegar a la T2 solo para beber.

Los últimos kilómetros sí que empecé a disfrutar. Lo hice porque, una vez que me pasó Gustavo, sabía que lo iban seguir haciendo el resto, aunque algo más rezagados. Pero no, de nuevo los kilómetros pasaban y nadie me alcanzaba. Ni en el 70, ni en el 75, ni en el 80. Así que me emocioné llegando a la segunda transición con solo un chico por delante para sorpresa mía y la de todos los que estaban allí viéndolo. Los comentarios fueron de alucine. Que pasada. Me había vuelto a salir en bici. Y Gustavo también. Porque allí estábamos los únicos dos corriendo y liderando la prueba con una gran diferencia.

En la carrera a pie me encontré bien. Me bajé a correr cansada, pero tenía piernas. Y aunque me puse a correr sobre 4’20, sabiendo que tenía mucho margen y podía regular, no pude evitar crecerme al pasar por el centro. Con el ambientazo que había, y más viendo que estaba completando la primera vuelta sin seguir siendo alcanzada por ningún otro chico. Hasta que en el kilómetro 7, justo al paso por meta, me adelantó Cristóbal, y en mitad de la segunda vuelta lo hizo Alejandro Santamaría.

 

Fue espectacular la carrera. Un circuito muy bonito y entretenido y con muchísimo público. Disfruté mucho de la carrera a pie. No solo porque fui de menos a más, y cada vez me sentía mejor, sino por todos los ánimos de la gente y de los corredores. También por el cruzarme con Javi y verlo todo guapo, estrenando el mismo mono que yo. Y con Richard, que a pesar de estar sufriendo estaba corriendo de nuevo. Y con un montón de conocidos y amigos que estaban en el público, como Guru, que estaba allí. ¡Que grata sorpresa! Y la pude felicitar personalmente por su pase a Hawai.

Realmente ni yo me creo que pudiera hacer una carrera así. Con todo lo que me pasó, con las malas sensaciones que tuve hasta los primeros kilómetros de la carrera a pie, con el tute que traía mi cuerpo de Zarautz… Me alegro de ser capaz de luchar tanto. De crecerme antes las adversidades y de no rendirme ni conformare nunca con menos.

Feliz de llegar a meta con tanta ventaja. De volver a compartir victoria con Gus. De esperar a Richard y verlo cruzar ese arco de nuevo. Y de abrazar a Javi al terminar su carrera.

 

 

Dar la enhorabuena al resto de corredoras y corredores. Y a la organización. Y agradecer todos los ánimos y el cariño recibido.

 

Lo mejor: el post carrera. Disfrutando de la noche de Logroño tapeando por sus míticas calles. Compartiendo un fin de semana con amigos. Y cerrándolo celebrar, nuestro primer aniversario de bodas, con el mejor marido que se puede tener. Y no es ningún cumplido. Es, verídico. Es totalmente cierto.

Tres de la madrugada del domingo 10 de junio. Como viene siendo costumbre, después de una carrera llena de emociones, el insomnio se apodera de mí. Podría irme de pinxos o quedarme en la cama recordando todo lo acontecido, pero no, necesito plasmarlo en el papel.

Empezaré por el principio.

Llegué a Zarautz y, una vez más, me hicieron sentir como en casa. No cabe decir que toda la gente de aquí es espectacular. Pero, además, la organización y todo el municipio, se vuelca con los triatletas. Da gusto llegar aquí y que te reciban así. Hospedados en el Txikipolit, como cada año, disfrutando desde dentro todo lo que conlleva venir a este lugar.

Reencontrarnos con la familia Rodriguez-Valiño al completo, fue el primer regalo. <<Que ganas tenía de verlos>>. Sin embargo, hubo más: conocer a un referente como es Iván Raña, y lo mejor, poder mantener varias conversaciones con él de las que no se paga con dinero. Y os aseguro que de lo que menos hablas con él, es de triatlón. <<Un placer Iván. ¡Y Gracias!>>. Los obsequios fueron muchos más: encuentros con amigos, sorpresas inesperadas, reencontrarme con muchos compañeros, ver muchas caras conocidas, conocer gente que siempre suma y recibir muchísimo cariño y ánimos de mucha gente. Y escuchar de casi todos ellos: —¡Este año sí! ( Zero presión eh! A pesar de que yo tuviera tantas o más ganas que ellos de que fuera mi año).

Presión, la justa, pero nervios… a raudales. No sé qué tiene esta carrera que me pone muy muy nerviosa. Bueno, si sé qué es lo que tiene. Son cosas como: el duro circuito de bici, que además, este año, presentaba cambios y había muchas dudas sobre él y sobre la bici (por prepararla para ese circuito), la previsión de lluvia, que iba a dificultar mucho la carrera y me daba mucha inseguridad, el sentirme, inevitablemente, protagonista junto a otros favoritos, y el querer controlar todas las emociones que sé que se viven dentro y fuera de esta carrera. Pues con todo ello fui lidiando los días previos sin conseguir controlar los nervios. Pero al menos, pudiendo controlar todo lo demás. Al menos a priori.

La mañana de la carrera no podía empezar mejor. Mientras desayunaba, recibí un mensaje de Helene Alberdi (una de mis rivales) en el que me envío, traducido, el cartel de la organización. Me dejó sin palabras y consiguió emocionarme. <<Impresionante tu gran gesto Helene. Muchísimas gracias>> Esto sí que es competición. Rivalidad sana y admiración mutua por los que disfrutamos y luchamos en este deporte, sea al nivel que sea. Además quiero felicitarla por su carrerón. Me he alegrado mucho <<Ya te dije que también seria tu día>>.

(traducción: HOY ES TU DÍA!) Por cierto, gracias a la organización por creer en mi.

 

Llegaba la hora y con ella lo hacía también la lluvia. A pesar de que se contaba con ella, deseábamos que no lo hiciera tan pronto. Nos iba a acompañar desde el principio. Sorprendentemente, los que si se marcharon fueron los nervios. Bueno, me dieron algo de tregua y la templanza justa para poder afrontar la carrera.

14.00h. Pistoletazo de salida. Carrera hasta el agua y a afrontar los casi 3kms que separan la playa de Getaria de la de Zarautz. La natación salió como lo había previsto, por suerte. Seguí los pies de Helene que, como buena anfitriona, me guío durante todo el recorrido y nos permitió llegar en solitario a la T1. Por lo que vi más tarde en el primer cruce de ciclismo, con una ventaja más limitada que otras veces, pero con unas buenas sensaciones en una larga y dura natación.

  

Ella fue más rápida en la transición. Los nervios reaparecieron al escuchar la primera ovación del día al salir en cabeza del agua. Ese ambiente no lo cambio por nada, pero reconozco que me condicionan mucho. Me hace temblar y me sube el pulso, y eso me juega malas pasadas (una detrás de otra). Primero no atino a coger la cinta que me desabrocha el neopreno, después sufro un primer resbalón en la rampa que sube de la playa a boxes (por suerte solo me hace perder un poco el equilibrio). Para seguir rematando (supongo que los nervios van en aumento y lo condiciona todo más) me tiro varios segundos para hacer el “click” en el broche del casco, todo mientras me siento observada por la gente. <<¿Cómo es posible que un gesto tan fácil pueda resultar tan costoso?>> Pero aun quedaba más, faltaba la más gorda. Corriendo, ya bici en mano, resbalé en los adoquines mojados al hacer un giro de 180 grados que debía hacer justo antes de encarar la línea de montaje. Lo hice a lo torero, pero no sé si con tanta clase. No sé si fueron las prisas o los nervios, pero aterricé con las dos rodillas en el suelo haciéndome un boquete en cada una y dándome un fuerte golpe en el empeine. Eso sí, sin soltar la bici y levantándome al instante para subirme en ella como las personas normales. ¡Qué torpe por Dios! <<Bueno, ya he cubierto el cupo por hoy, ¿no?>> —pensé.

  

Reconozco que me hice daño, pero no podía dejar que eso me trastocará ni física ni anímicamente. El dolor se fue rápido, en cuanto calenté un poco. Lo mejor fue conseguir frenar a mi cabeza para que no venirme abajo. <¡Olvídate de eso ya, es agua pasada!> —me convencí a mí misma. Después de que me diera problemas en los primeros toques de piñones, temí que se me hubiera fastidiado el cambio, pero por suerte se quedó en un susto y en tener que perder unos segundos en centrar el puente de freno, mientras pedaleaba, porque me estaba rozando la rueda.

A partir de aquí, me puse a pedalear como sé hacerlo. Me puse a disfrutar de ese sector y en un circuito duro y único como este. Cada vez fui sintiéndome más cómoda a pesar de la dificultad y la tensión que conlleva circular con mucha lluvia. Logré dominar la conducción. Logré controlar el miedo y logré seguir siendo eficaz y competitiva sin poner en peligro mi seguridad ni la de otros. Pero lo mejor fue es que logré ir aumentando la distancia con mis perseguidoras. <Buena decisión la cabra> —me dije. Lo que no conseguí, una vez más, fue controlar la emoción en cada paso por Zarautz. <¡Lográis emocionarme!>.

Completé las dos primeras vueltas con gran solvencia. Con gran ventaja sobre mis rivales y con la satisfacción de que, hasta entonces, tan solo me hubieran pasado tres chicos. Fidalgo (vaya carrerón se estaba marcando), Gustavo (otro que se estaba saliendo, para variar) y David Castro, que estaba haciendo un gran estreno. Miento, quedaba uno por adelantarme antes de empezar la tercera vuelta, Raña. Y lo hizo justo en el paso por Zarautz. ¡Uf! Aquí sí que no pude contener la emoción. Compartir la ovación con un campeón como él, es indescriptible.

Lo mejor es que no solo compartí ese momento, sino varios más, para mi sorpresa. <<Lo siento Iván, sé que ya no estabas compitiendo al 100%, pero a mí me diste la vida. Fuiste mi motivación en la parte más dura y sin duda uno de los mejores regalos de esta carrera>>. Y es que, después de que se me fuera rodando hasta Orio, le vi cerca, subiendo el muro de Aia. A pesar del miedo a esa zona, y con la dificultad añadida de la lluvia, que no permitía ponerte de pie porque patinaba la rueda, tener a Iván cerca fue un gran aliciente. Su estela me llevó hasta la cima. Me ayudó a culminar el duro y temido ascenso. Yo no cabía en mi misma. No me creía lo que estaba viviendo. Pero la competición con Iván aún no había terminado. Se me fue muy fácil en la bajada, pero como seguía eufórica, al menos conseguí no amedrentarme con la bajada más técnica y peligrosa del circuito. Ver a Gemma en la curva final del descenso del muro me dio mucha energía. Tanta que en la parte rodadora conseguí alcanzar y pasar a Iván. <¡Eh! ¡Qué poca gente en el “mundo” puede decir que ha adelantado a Raña en carrera! Jejeje>. Él, como buen competidor, me adelantó al inicio del ascenso al camping. Yo, como buena competidora, le volví a adelantar, permitiéndome el lujo de subir el emblemático alto de Txurruka delante del gran Iván Raña. Y pedalear eufórica y pletórica hasta la T2 en quinta posición de la general.

<Ojo que me faltaba correr>.—Pensé.  Pero las piernas, a pesar del desgaste, se comportaron, manteniendo un ritmo decente que me aseguró seguir en cabeza. El amplio margen que tenía sobre mis perseguidoras me permitió disfrutar de este ESPECTACULAR recorrido a pie. El circuito es bonito, pero lo que lo hace de verdad espectacular, es la gente que se vuelca en él animando. Que gusto disfrutar una vez más de todos sus gritos, de todos sus ánimos, de poder chocar el máximo número de manos posibles; sobre todo, las más pequeñas que sacan tímidamente los niños y que tanto me llenan. Porque correr aquí es una fiesta donde participa gente de todas las edades y se implican con cada uno de los triatletas. Inmejorable ambiente. Sentir como se emocionaban conmigo me transmitió mucha fuerza.

 

Pues, sin dejar de sentirme arropada ni en segundo, sin poder evitar emocionarme con muchos de vosotros, sin parar de escuchar: ¡venga que este año es tuyo! y muchos piropos por el estilo que aún me hacían sentirme más querida y más meritoria de ello, llegué hasta la alfombra que me guiaba hasta meta. Y lo hice andando tranquilamente, intentando devolver todo ese cariño que no había parado de recibir. Crucé el arco que culminaba una gran carrera y cogí la cinta que me alcanzaba hasta la gloria y que me hizo tocar el cielo por unos segundos y cumplir un sueño. Pudiendo hacerlo rodeada de la gente que más quiero (mi marido y mi familia) y que, sin duda, fueron, junto a la victoria, el mejor regalo del día.

  

Por cierto, a Iván Raña no le gané ¡eh! Él me pasó como una bala en los primeros kilómetros de la carrera a pie, como era de esperar. Y a partir de ahí, obviamente, ni rastro suyo.

Gracias a todos los que habéis formado parte de esta carrera, directa o indirectamente. A la organización, una vez más, por montar algo tan espectacular y a todo Zarautz por hacernos sentir tanto. Volveré el año que viene si no hay nada que me lo impida. Espero hacerlo junto a Javi (aunque me encanta tenerle en la barrera), que él aún no ha tenido la suerte de ser uno de los privilegiados en correr aquí. Y un consejo: A los que ni siquiera lo habéis intentado, hacerlo, no sabéis lo que os estáis perdiendo. Esto es puro triatlón.

 

Zarauzko Triatloia 2018 pasará a la historia para mí. Me llevé la ansiada Txapela. Quién la sigue la consigue. Como dije, no era una obsesión, pero si un sueño el ganar aquí. Por fin se ha hecho realidad. Felicitar al resto de competidores que habéis logrado esta hazaña y a todo el público con el mérito que tenía estar animando bajo la lluvia.

   

Sin tiempo para recuperar… cuenta atrás para la siguiente. En menos de una semana volvemos a línea de salida. Toca correr en Logroño, que ganas. Más bien anímicas, porque físicas… ahora mismo… ninguna.   Je,je,je.

Mil gracias a todos los fotógrafos por el trabajo tan bonito y, regalárnoslo. Y más con el día de lluvia que tuvimos.

Gracias: Mikel Taboada, Susana Etxebarria, Xabier Mata y Ona Onari.